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Niñero por una Noche por Emmyllie Saiyan

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Capítulo 5: ¿Dónde estás, Kakarotto?

–Jodida sea mi suerte. Jodida sea mi maldita suerte– masculló Vegeta entre dientes, sentando al pequeño Kyabe al lado de un muy quieto y silencioso Black, quien ni siquiera se había inmutado o pronunciado al respecto de la repentina y por demás inconveniente desaparición de su gemelo.

En ese instante entraron a escena Raditz y Gohan, ambos bajando a toda prisa por las escaleras.

–¿Han visto a Kakarotto?– los abordó el adolescente, tratando de no entrar en pánico… todavía.

–No– negaron los niños, uno sentándose en el sofá también y el otro encaminándose a la cocina.

–¡Mierda!– exclamó Saiyan, justo cuando el móvil dentro de uno de los bolsillos frontales de sus jeans, empezaba a sonar insistentemente. Lo sacó y sin mirar el remitente de la llamada, contestó en un tono de voz por demás hastiado e irritado. –¡¿Qué?!

–¿Qué modo de contestar es ese, Saiyan?– un disgustado Bardock Son terminó de empeorarlo todo.

Guardó silencio un instante, ideando a velocidad luz un buen pretexto que darle a su entrenador.

–Lo… lo siento, señor– se disculpó, pateándose internamente por el ligero titubeo en su voz. –No verifiqué quién llamaba y pensé que podía ser uno de mis amigos– explicó, evadiendo sus nervios.

–Hmm… entiendo– dijo el hombre al otro lado de la línea, destensando el ambiente al retomar la jovialidad con que siempre le hablaba. –¿Qué tal va todo por allá? ¿Cómo se han portado los niños?

–Todo bien– respondió Vegeta, sudando frío al observar como el pequeño Kyabe tiraba del cabello a Gohan, mientras Black se mantenía al margen, cumpliendo con la apuesta, y Raditz no daba luces de volver de la cocina. –No me han dado problemas– mintió, alzando en brazos al bebé para que dejara de lastimar a su hermano, quien ya tenía sus ojos cristalizados a causa del dolor.

–Me da gusto oír eso– exclamó el mayor, notoriamente aliviado. –El motivo de mi llamada es que Gine y yo tardaremos más tiempo del planeado en regresar– le informó. –Nos salió un compromiso que no podemos rechazar. No hay inconvenientes en que te quedes con ellos toda la noche, ¿o sí?

–No… no, para nada– se vio forzado a contestar, esquivando a duras penas el repentino ataque de afecto que le daba el más pequeño de los niños. –Pásenla bien y no se preocupen, estaré aquí hasta que regresen.

–Excelente– se alegró el padre de familia. –Nos vemos en unas horas, Saiyan– se despidió y colgó.

«¡Noche de viernes completamente arruinada!» Gritó su subconsciente. «¿Qué más saldrá mal?»

–Kyabe, deja de hacer eso– regañó al bebé en tono firme, pero gentil, sujetándole suavemente las manitos para que parara de intentar acariciar su rostro. –Necesito buscar a tu hermano, así que te quedarás aquí tranquilo en lo que regreso, ¿de acuerdo?

–No, no, no, no, no– enseguida rompió en llanto, abrazándose a él con fuerza. –¡Vegeta mío! ¡Mío!

Éste reprimió una mueca incómoda, intentando separarlo de sí, justo cuando Raditz reaparecía en escena. Al ver a su hermanito aferrado como una cría de coala a su niñero, fue incapaz de retener una audible carcajada, ganándose una mirada fulminante por parte del mayor.

–Vaya que sí te ama– comentó divertido el preadolescente, apiadándose de él y ayudándolo a quitarse al bebé de encima. –Anda, Kyabe, suéltalo– le pidió, tomándolo de sus manitos para tratar de destrabar sus dedos de la sudadera que vestía Vegeta. –¡Sí que tiene fuerza para ser tan pequeño!– exclamó sorprendido, consiguiendo a duras penas separarlos. –Ya está… ¡Ouch! ¡Suelta!

Dos mechones de sus largas hebras azabaches, terminaron enredándose entre los deditos del menor, arrancándole lágrimas de dolor cuando éste tiró de ellos en un brote de berrinche. Kyabe chilló y se retorció en brazos de su hermano, mientras él luchaba por liberar su adolorido cabello.

El joven Saiyan intervino, tomando nuevamente al infante para evitar que lo lastimara aún más.

–Kyabe– lo llamó en tono serio, poniéndolo frente a su rostro, de modo que pudieran mirarse directo a los ojos. –Sé que eres muy inteligente, sé que puedes entender lo que te digo. Necesito que me ayudes, ¿sí? Tengo que ir a buscar a Kakarotto, porque es mi responsabilidad que esté bien y a salvo mientras estoy a cargo de ustedes. Es mi deber cuidarlos a todos por igual, ¿comprendes, nene?– suavizó su voz, acariciándole las mejillas. –Si a tu hermano le sucede algo malo y yo no estoy allí para impedirlo, me meteré en graves problemas con papá y mamá. Y tú no quieres que eso ocurra, ¿verdad?– el pequeño negó fervientemente con su cabeza, haciendo un adorable puchero. –Entonces permíteme ir por él, prometo que después me tendrás sólo para ti.

Por fortuna el menor comprendió, regalándole una linda sonrisita como aceptación de su pedido.

–Que bebito más bueno eres– lo felicitó, regresándole una sonrisa sincera, aunque discreta.

Un abrazo del bebé selló la conversación, bajo las miradas divertidas de tres traviesas criaturas.

–Que ternura– dijo Black, secándose falsas lágrimas de los ojos. –¿Para cuándo la boda, cuñado?

Éste frunció el ceño, ignorando el comentario por mera estabilidad de su salud mental.

Le entregó el pequeño a Raditz, quien para su alivio no opuso resistencia ni armó ningún berrinche. Aún así el mayor de los hijos Son lo recibió en sus brazos con exceso de cautela, mientras un atisbo de temor, bastante comprensible por cierto, destellaba en su mirada.

–¿Tienen alguna idea de dónde pueda estar Kakarotto?– preguntó, mirando con súplica a los niños.

–En la sala del piano– contestó su gemelo, adoptando una posición más cómoda en el sofá. –Siempre va allí cuando se siente triste o enfadado– añadió, viendo a Vegeta con expresión ceñuda. Éste le devolvió el gesto, enarcando una ceja, incrédulo. –¿Qué? Tú dijiste que estuviera quieto mientras preparabas a Kyabe para dormir, nunca mencionaste ningún protocolo en caso de imprevistos– se defendió, cruzándose de brazos ofendido, al comprender que el adolescente lo estaba cuestionando de manera tácita por romper sus propias reglas. –¡Un “gracias por tu ayuda, divino y hermoso Black” no estaría nada mal!– replicó, trazando en su rostro un indignado mohín.

Vegeta no pudo evitar sonreír sinceramente ante tan adorable reacción, dejándolo perplejo al revolver sus rebeldes cabellos en un impulso que le fue imposible reprimir.

–Gracias por tu ayuda, divino y hermoso Black– dijo en tono divertido, sin borrar su suave sonrisa.

Un tenue, pero notorio rubor, pintó y acaloró las mejillas del pequeño, forzándolo a ocultar el rostro detrás del cojín que tenía más a la mano, brindándole un encanto innegable a ojos de cualquiera que tuviera el privilegio de contemplarlo de cerca.

«Kakarotto tiene razón.» Pensó Black, notando gran revuelo en su pecho. «Vegeta es perfecto…»

–¿Y dónde está la sala del piano?– pidió saber Saiyan, mostrando una calma que para nada sentía.

–En el sótano– fue Raditz quien le respondió esta vez, señalando con su índice un lejano punto al exterior del living. –Baja las escaleras, dobla a la izquierda y busca una puerta de vidrio corrediza. Papá hace varios años le mandó a construir esa sala a nuestro hermano, porque desde siempre ha manifestado grandes aptitudes para la música y él quiere que explote su don al máximo– le explicó en tono sereno. –De seguro lo encontrarás allí, es su zona favorita de la casa.

–Entiendo– asintió el chico, caminando rumbo a dicho lugar. –Quedas a cargo, Raditz. Ya regreso.

~~~

Más que un típico sótano, parecía otra equipada y muy bien iluminada área de la residencia Son.

El paso hacia las escaleras en descenso estaba bloqueado por una reja de seguridad, la cual, supuso Vegeta, debía ser para cuidar que Kyabe no tuviera un accidente. Al llegar al final de las mismas había una especie de mini recibidor, cuya salida desembocaba en dos amplios corredores.

Recordando las específicas instrucciones que le hubo dado el mayor de los niños, se desvió por el de la izquierda y no tardó en toparse con la mencionada puerta de vidrio, misma que se hallaba entreabierta, dejando filtrar suaves acordes de una bella melodía que se ganó toda su atención.

Con el máximo sigilo se asomó, sus ojos avistando una imagen que inundó de calidez todo su ser.

Kakarotto yacía sentado delante de un hermoso piano de cola, deslizando hábilmente las yemas de sus dedos a través de las teclas, reproduciendo aquella mistura de notas que transmitía tanta paz e inocencia como la propia transparencia de su profunda mirada. La expresión en su rostro reflejaba una placidez digna de contemplar, sus labios levemente apretados en una característica mueca de concentración. Un par de mechones azabaches caían con gracia sobre su frente, dándole un aire tan dulce y angelical, que Vegeta fue incapaz de reprimir una embobada sonrisa.

«¿Cómo es posible que un mocoso de diez años pueda ser así de… bello?» La pregunta revoloteaba en su cabeza, mientras sus ojos parecían atados a él como atraídos por el influjo de un imán.

Disfrutó en silencio de aquella bonita canción, concordando totalmente con lo dicho por Raditz.

«Kakarotto tiene un don digno de admirar…»

Pero ningún escondite es perfecto, y la presencia del adolescente allí no fue la excepción a la regla. En cuanto finalizó su pieza musical, el menor de los gemelos Son alzó su mirada por mero reflejo, encontrándose con los profundos orbes de su niñero, observándolo fija y detalladamente.

Verlo allí lo sobresaltó, haciéndolo levantarse rápidamente del banquillo.

Sabiéndose descubierto, el joven de cabellos en forma de flama apartó la cristalizada puerta, abriéndose paso al interior de la sala sin esperar a que el niño le diera autorización para entrar.

–Así que aquí viniste a esconderte– habló casual, escrutando su alrededor con interés, aunque sin exagerar demasiado. –¿No crees que al menos debiste decirme a dónde irías? Pudiste meterme en serios problemas con tus padres si no daba contigo antes de que regresaran– lo reprendió en su usual tono indiferente, dedicándole una de sus clásicas y gélidas miradas.

–Tú dijiste que… dejara de hacer dramas– le recordó, manteniendo en todo momento sus ojos lejos del alcance de los del mayor. –Es mejor que esté aquí, así no tienes que lidiar más conmigo.

Bajó la tapa del piano, rodeándolo para evitar pasar junto al adolescente. Su corazón se oprimía ante el frío peso de esos ojos oscuros, despertándole unas inmensas y casi irreprimibles ganas de llorar. En verdad se sentía un tonto, ya que era incapaz de contener las emociones que Vegeta provocaba en su interior. Tenía apenas diez años, no entendía por qué la presencia de aquél rudo y orgulloso chico, producía en él esa gama tan inexplicable de sensaciones. Sólo sabía que no quería sentirlas más, porque lo único que ocasionaban eran problemas que le atraían malos ratos.

Su instinto le dictó escapar, sin embargo un brazo frenó sus pasos, enredándose a su alrededor.

–Espera– escuchó la voz de su niñero demasiado cerca, mientras era atraído hacia él suavemente.

Su cuerpo se tensó en automático, algo dentro suyo gritando y retorciéndose, aunque no supiera identificar si era por rechazo o felicidad. El calor le subió al rostro y su respiración se volvió errática, al tiempo que dentro de su pecho los latidos de su corazón comenzaban a martillear tan fuerte y rápido que dolía.

Tenía apenas diez años, no lograba comprender bien qué ocurría. No obstante sabía que no le desagradaba en lo absoluto, por muy irracional o inapropiado que pudiera parecerle a los demás.

Saiyan lo giró, dejándolo de frente, y le levantó la barbilla para alinear sus miradas. Ambos pares de ojos se conectaron en un fijo escrutinio mutuo, levantando barreras invisibles a su alrededor.

–Kakarotto…– lo llamó en un gentil susurro, agachándose para igualar condiciones, haciendo así que el pequeño quedara a unos pocos centímetros por sobre él. –Lo que dije antes es verdad; pienso que eres aún demasiado joven para definir con tanta certeza que estás enamorado de mí. Te llevo seis años, ¿haz pensado lo inapropiado que sería que yo correspondiera tus sentimientos?

–Pero no tienes por qué hacerlo ahora– replicó el niño, ocultando el rubor de la vergüenza bajo su abundante flequillo azabache. –Puedes esperar a que yo crezca… cuando tenga tu edad, la diferencia de años entre nosotros no será tan notoria– concluyó, jugando apenado con sus dedos.

El otro dejó escapar una leve carcajada, enternecido ante la claridad con que el menor veía las cosas. Le acarició el cabello y sin querer contenerse lo atrajo hacia su cuerpo, rodeándolo en un suave abrazo que fue correspondido al instante.

–Eres todo un mini galán– murmuró muy cerca de su oído, acariciando de arriba abajo su espalda. –Cuando tengas mi edad, de seguro un séquito de fans se pelearán por una gota de tu afecto. Y quién sabe…– lo separó, uniendo nuevamente sus miradas, mientras esbozaba una ladina sonrisa. –Puede que entre esa tropa de insectos, esté también yo… anhelando ser tu centro de atención.

Una amplia, cálida e ilusionada sonrisa, curvó hacia arriba los labios del gemelo menor, colmando sus ojos de un brillo tan precioso que Vegeta deseó poder quedarse prendado en ellos siempre.

–¿De verdad?– inquirió esperanzado, percibiendo una adictiva calidez esparciéndose en su pecho.

–De verdad– contestó su joven niñero, guiñándole un ojo en gesto de absoluta complicidad.

Kakarotto lo volvió a abrazar, aspirando esa cítrica fragancia que segregaba su acanelada piel.

«¿Qué mierda estoy haciendo?» Se cuestionó el chico, apegándolo más contra sí y disfrutando de manera, para él, insana la estrecha cercanía con el pequeño. «¡Es un niño! ¿Acaso me volví loco?»

–Vamos– propuso rato después, rompiendo el abrazo por mero instinto, temiendo que la repentina influencia que el menor ejercía sobre él, lo llevara a actuar de formas por demás reprochables. –Tus hermanos han estado solos demasiado tiempo y temo que Black haga un desastre que Raditz no pueda controlar– se levantó y sujetó su mano, guiándolo gentilmente hasta la salida del lugar.

El niño asintió, aún sonriendo pletórico, mientras se dejaba llevar escaleras arriba por aquél que revolucionaba de mil formas su ingenuo e inexperto corazón.

–Oh, por cierto– Vegeta rompió su cómodo silencio, volteándose a mirarlo pocos metros antes de entrar al living. –Llegarás muy lejos, Kakarotto. Tu don para la música es innegable– lo alagó.

Contempló otra vez ese precioso brillo en sus ojos, junto a un tímido “Gracias” que lo embelesó.

«¡Maldito crío!» Pensó, completamente perdido en su intenso e indebido sentir. «Eres perfecto…»


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