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Disforia por Daena Blackfyre

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Pasó una semana antes que finalmente se fueran. Los días transcurrieron con una espantosa monotonía y lentitud. Ace no salió de su casa y tampoco le interesaba hacerlo. Garp no le preguntó nada, pero se enteró de alguna forma. Oyó cómo se reprochaban mutuamente con Dadan sobre quién tenía la culpa hasta que terminaban sus discusiones sin decidir quién debía asumir la responsabilidad. Supo que ambos se habían enterado que tuvo un problema con Sabo y que éste se marchó, pero Ace no estaba seguro si ellos eran consciente de sus planes para huir. Ya no le importaba en realidad.


Dadan no quería que Ace se fuera y eso le sorprendió. Ella temía por él. El mundo era un lugar cruel y la mujer muchas veces se lo dijo, pero también sabía que Ace no tendría futuro o rumbo si se quedaba allí. Garp insistió con podía conseguirle un espacio en la Fuerza Policial pero, antes que pudiera negarse, le dijo que también podía hacer lo que quisiera y que no se olvidara de esa opción.


¿Cuántas personas como él había allí? Ace no sabía de ninguno. No creía que ese lugar ni ningún tipo de fuerza militar aceptara un chico como él, con un cuerpo que no correspondía. El viejo no entendía eso y pensaba que con su poder, por haber tenido un cargo alto, era capaz de hacer lo que quisiera. Tal vez fuese cierto que podía conseguirle ese espacio, pero Ace no quería comprobarlo.


En ese momento, no tenía idea de qué hacer.


Quizá fuese divertido ese viaje, pensó. Podría ver a Rosinante y conocer a ese hijo que adoptó. Incluso conocería otro país y vería nuevos lugares. Todo eso sonaba emocionante.


Después recordaba que tenía que dejar a Dadan y ya no le parecía tan agradable.


Después recordaba que Sabo ya no estaba y su corazón crujía en dolor.


Intentó llamarlo de nuevo, pero su celular ya no funcionaba. El día anterior lo encontró quebrado en el suelo. ¿Será que lo tiró sin darse cuenta? Era posible, la última vez que lo usó no estaba muy tranquilo, aunque ahora tampoco.


Garp le trajo una maleta para que guardara sus cosas y todo el asunto se volvió más real que nunca.


Sabo se había ido. Se esfumó de su vida como si no hubiera existido. Incluso en la casa que vivía ya no quedaba nadie. ¿Qué más podía hacer? ¿Buscar en Google? Ni siquiera tenía ganas de eso.


Comenzó a meter sus cosas dentro de la valija, porque no tenía nada mejor que hacer, y tampoco tardó demasiado porque no tenía mucho. Guardó su ropa y algunas tonterías. ¿Debería llevar las cosas de la escuela? No, no quería pensar en eso.


Miró entre los cuadernos donde estudiaba y decidió guardar alguno que estaba nuevo todavía. Encontró un libro también que estaba leyendo con Sabo. Se había olvidado que lo dejó allí. Lo abrió distraído dándose cuenta que Sabo había dejado un papel de señalador, era el envoltorio de un chocolate que seguro habían compartido juntos. Lo apretó entre sus manos y se mordió los labios.


Otra vez sentía que su garganta se cerraba amenazando con dejarlo sin aire y se esforzó por respirar. Sentía que su pecho le quemaba y se preguntó si alguna vez iba a dejar de sentir eso, pero Ace sospechaba que no.


Dejó la maleta a medio hacer luego de poner el libro dentro. No iba a dejarlo pero tampoco se sentía capaz de terminar de leerlo. ¿Cómo podría hacerlo? Se supone que iban a descubrir el final juntos. Asumió que no sabría cómo terminaba jamás.


Volvió a preguntarse si en serio no iba a volver a ver a Sabo y la respuesta sólo agrandaba más esas heridas en su cuerpo que le quemaban hasta ahogarlo en tristeza. Su almohada quedó con grande aureolas de humedad por todas las noches enteras en las que lloró hasta quedarse dormido.


El día que se fue Dadan lo abrazó. Esa mujer jamás fue muy cariñosa con él, pero, de alguna forma, Ace siempre supo cuánto lo quería. Se aferró a ella, a su madre adoptiva, y le aseguró que volvería a verla. No estaba seguro cuándo, pero regresaría.


No tenía idea cómo harían ese viaje, pero el viejo le aseguró que tardaría un poco más porque debían hacer algunas cosas en la ciudad. Ace no preguntó y sólo se fueron.


Viajaron alrededor de cuatro horas en auto, de las cuales tres se las pasó durmiendo y sólo se despertó para comer en una estación de servicio. La comida tenía un sabor realmente malo, apenas se terminó ese sándwich frío y tomó mucha agua para pasarlo.


A veces conversaban con Garp, pero la mayoría del tiempo se mantuvieron callados. No tenía ganas de hablar ni tampoco nada que decir.


Le sorprendió lo enorme que era esa ciudad cuando entraron. Muchísimos autos, personas y edificios altos. Ace miró todo muy sorprendido. Se sintió abrumado por el ruido, las luces y la contaminación visual que representó todas las cosas nuevas delante de él. Tenía ganas de ver más, pero no le emocionó como en otro momento habría hecho.


Salieron de esa urbe de estímulos variados y los edificios se convirtieron en casas. Le recordó un poco al pueblo donde vivía, pero todo lucía mucho más junto. No había casi espacio entre las viviendas, las calles estaban asfaltadas en todas partes y cada mínimo detalle le parecía llamativo. Todo lucía tan ordenado que Ace se sintió dentro de un rompecabezas ya armado y no estaba seguro de si le agradaba esa sensación.


Garp se detuvo frente a una de las casas. Sus ojos se abrieron deslumbrados al ver el enorme jardín delantero y la casa que se mostraba más atrás. Bajó con su bolso y siguió al anciano aún sorprendido porque allí es donde se quedarían.


—¿En serio vives aquí, viejo? —preguntó Ace mientras entraban.


—Hace poco —contestó Garp abriendo la puerta.


Los pisos de madera lo recibieron. Los colores claros de las paredes, pocos muebles y el olor a pintura fresca los avasallaron. Parecía un lugar completamente nuevo o eso imaginó.


Una persona los recibió.


—Llegaron temprano —dijo Sengoku avanzando hacia ellos—. Mucho tiempo sin verte, Ace. Creciste bastante.


Intentó sonreír, pero jamás le gustó que lo trataran como un niño.


Los viejos hablaron entre ellos y le mostraron una habitación que podría ocupar.


—¿Y Rosinante? —preguntó Ace cargando su maleta hasta el cuarto.


Era muy grande, mucho más del que tenía antes. Había una cama, armario empotrado en la pared y apenas un estante. Ese lugar era muy ajeno a él y eso lo hizo sentir un poco incómodo.


—Está bien —contestó Sengoku—. Vive con Law en España, hablé con él anoche y dijo que tiene muchas ganas de verte.


Eso le sacó una sonrisa. Rosinante era muy agradable. Sabía que Sengoku tuvo que volver de España por su trabajo, pero pronto volvería junto con Garp y él. Ambos viejos estaban jubilándose, pero seguían trabajando en la policía. Garp dijo que ya no debería viajar como antes porque se dedicaría a entrenar nuevos reclutas, sentía pena por esos hombres que estuvieran bajo su cargo.


Garp apareció riéndose y puso una mano en el hombro de Sengoku.


—Imagino que te mueres por ver a Doflamingo —comentó y la cara del otro anciano se torció con disgusto.


—Cállate, imbécil.


Eso sólo provocó más risa en el viejo.


Doflamingo, el hermano de Rosinante, al parecer era un hombre extraño y Sengoku lo odiaba. Ace no sabía por qué, pero tampoco lo conocía como para dar una opinión.


Pronto viajaría, eso fue lo que ambos viejos le dijeron. En algunos días, pero debían terminar algunos trámites.


—Mira lo que llegó —Garp le tendió un sobre marrón y Ace lo miró con una ceja arqueada sin entender por qué le daba eso. ¿Un regalo quizá?


El sobre estaba abierto, así que Ace no tuvo que romperlo. Sacó del interior documentos dentro de un folio y frunció el ceño leyendo.


Certificado de nacimiento.


Portgas D. Ace.


La piel se le erizó al leerlo. ¿Certificado de nacimiento? ¿Ace? ¿Qué?


—Esto es... —dijo con la voz hecha un hilo por la sorpresa.


—Tus nuevos documentos y el pasaporte —explicó Garp—. ¿No estás conforme?


Ace se tapó la boca con una mano intentando contener la emoción y negó. Tenía el apellido de su madre y decía Ace. No Ann. Ace.


Una sonrisa sincera se formó en sus labios. Quizás esta fuera otra de las formas de protegerlo, cambiar su nombre para que no tuviera nada que ver con Gold Roger o, mejor dicho, Gol D. Roger. Muy pocos sabían el verdadero nombre de su padre biológico, pero así era más seguro y lo prefería. Nadie sabría quién era. Eso le parecía bien, pero nunca esperó que además cambiara su identidad legal. Eso decía que él era un chico y se llamaba Ace, como realmente se sentía.


Pensó en todas las veces que le generó problemas tener otro nombre en sus documentos. Una gran molestia que provocó burlas, peleas y más angustia de la que admitiría.


Ahora tenía algo que decía que era un chico y no supo cómo sentirse. Feliz, sin duda, y muy confundido también.


—Gracias —dijo con sinceridad y dejó que el anciano le acariciara la cabeza. En ese momento, necesitó aquel toque reconfortante.


Se preguntó si eso resolvería algo, tener su nombre en esos papeles. ¿Ahora los demás lo tomarían así? No todos. Gente como los padres de Sabo seguirían tratándolo como un bicho raro. ¿Sabo se sentiría feliz por él? Quería creer que sí.


Apenas un par de días después viajaron. La experiencia de subirse a un avión no le llamaba la atención ni le produjo miedo o algo así. Fue un viaje demasiado largo y la comida que le dieron le produjo arcadas. Tenía el estómago cerrado desde hacía bastante pero lo ignoró completamente.


Lo peor fue cuando llegaron y tuvieron que tomar otro avión más. ¿Tal lejos vivía Rosinante? Ace ya se sentía agotado y eso que había dormido todas las horas de viaje.


Los viejos habían conseguido una casa donde permanecerían durante su estadía. Era un departamento pequeño y cercano al centro. La habitación de Ace tenía una ventana que daba al mar y se sintió increíble. Observó aquella vista durante un largo rato y deseó ir a meterse allí. Sólo había nadado en un río, pero no se sentía muy cómodo al pensar que quizás habría más personas en la playa.


¿Debería quitarse la ropa? No quería definitivamente.


Rosi fue a verlo y lo abrazó tan fuerte que Ace sintió que le sacaba el aire. ¿Siempre fue así de alto y enorme? Apenas se acordaba y eso le demostró que hace mucho no se veían.


—Qué bueno que hayas venido, Ace —comentó Rosinante luego de soltarlo.


—No tuve muchas opciones —masculló mirando de reojo a Garp—. También me alegra verte, Rosi.


Enseguida notó al niño que se escondía detrás. El pequeño parecía asustado y con ganas de esconderse debajo de su sombrero blanco con manchas negras. Debía ser Law, su hijo, y lo confirmó cuando Rosi los presentó.


—Hola, Law —dijo inclinándose frente al niño—. Mi nombre es Ace.


La mirada desconfiada que le echó se le hizo conocida y no le molestó.


—Hola... —mencionó de una forma tímida y Ace le sonrió, pero Law sólo se escondió más detrás de Rosi.


No podía culparlo. Era muy pequeño y pasó por demasiadas situaciones traumáticas, como perder a su familia y que las personas cercanas a él fallecieran. Ace también perdió a sus padres y hace poco a la persona que amaba. No pensaba que lo suyo fuera peor o igual a lo de Law, sino que ambos se sentía mal de formas diferentes —y, si era sincero, la situación de Law era más trágica, demasiado oscura para alguien tan pequeño—. Entendió un poco a ese niño y pensó que tenía mucha suerte de tener a alguien bueno como Rosinante que lo quisiera cuidar.


Fueron a comer y Ace no se sintió con hambre. Hacía horas que no probaba más que agua, así que debería comer, pero no se sintió con ganas. Le sirvieron una tortilla y el olor le revolvió la nada que tenía en el estómago. ¿Por qué no le gustaba? Si era papa y huevo, ¡cómo no le iba a gustar! La comida no tenía ningún problema y seguro era deliciosa, pero en ese instante no se sintió capaz de probarla.


Intentó pasar la mitad de su plato, pero le fue imposible seguir. Con disimulo, se levantó rápido para ir al baño. Respiró profundo y se mojó la cara con agua intentando controlar el nudo en su garganta. Se miró al espejo y notó las oscuras marcas bajo sus ojos. Lucía horrible, pero no era algo que en ese momento le interesara cambiar.


Cuando regresó, Rosinante estaba hablando de algo aparentemente serio con los viejos mientras Law comía a su lado.


—No puedes quedarte aquí, Rosi —dijo firmemente Sengoku.


—No es tan fácil —contestó—. Tengo que pensar dónde vivir con Law y qué haré con mi hermano.


—Law es tu hijo, no tienes que cuidar también de Doflamingo.


—¿Y por qué no regresas con nosotros? —intervino Garp—. Esa casa es enorme, puedes vivir allí con Law.


Rosinante pareció pensarlo. No tenía idea cuál era puntualmente el problema, pero tampoco preguntó. Ace movió la comida de un lado para el otro en su plato hasta que Garp puso una mano en su hombro.


—¿No lo crees, Ace?


¿Eh? ¿De qué estaban hablando? Ace se había perdido un poco en la conversación, pero asintió de todas formas.


—Sí, sería genial —comentó sólo para decir algo.


—Tú debes continuar la escuela —le recordó Garp.


—No quiero ir a la escuela —aseguró con una mueca de asco.


—¿Y la escuela online? —dijo Rosinante—. Muchos chicos deciden estudiar así ahora.


—Esas son patrañas.


—Él puede decidir lo que quiera, Garp.


Ni loco iba a meterse en esa discusión.


Estaba aburrido, cansado y hastiado de estar allí. Miró el plato de comida que tenía adelante y lo apartó porque ya no podía con las náuseas que lo aquejaban. Respiró profundo y miró a Law cerca de él.


Ese niño lucía muy tranquilo concentrado en un libro con dibujos donde pintaba. Ace había visto de esos, cuadernos con mandalas que usaba la gente para pintar y relajarse. Incluso tenía muchos colores con los que iba rellenando los espacios en blanco. Un poco atraído se sintió al verlo pintar con tanta prolijidad para un niño de casi cuatro años. Se acercó a mirar el dibujo y la combinación de colores que usó.


—¿Quieres? —Law le tendió uno de sus colores y Ace sonrió.


Law le cedió una página para que pintara uno de los dibujo y él hacía otro. Fue más relajante de lo que esperó. Los malestares pararon un poco mientras se concentró en otra cosa y agradeció que el niño estuviera allí para distraerlo un poco de las peleas de los ancianos y Rosinante intentando pararlos.


—¿Puedo usar el naranja? —preguntó Ace y Law asintió dándoselo, también le dijo que podía tomar cualquier otro que quisiera—. ¿Cuál es tu color favorito?


—Mmm... Me gusta el amarillo.


—Es un buen color —Comenzó a colorear su mandala sin importarle cómo combinar los colores, pero intentó no pasarse de las líneas como Law—. ¿Te gusta pintar?


—Un poco —contestó—. Me dijeron que debía hacerlo porque me hace bien.


Ace no entendió por qué le dijo eso, pero después se enteró que Law tenía muchas pesadillas y que esas pequeñas actividades eran para distraerlo un poco. Era un niño muy pequeño con demasiado que cargar en su espalda.


Si tenían que vivir juntos a partir de ahora, a Ace no le molestaría.


.


.


.


A los pocos días de haber llegado Rosi los invitó a festejar el cumpleaños de Law. Sengoku no estaba muy feliz con esa idea, porque la fiesta sería en la casa del hermano mayor, Donquixote Doflamingo. No se vistió formal. Sólo se puso una camiseta y unos pantalones cortos porque hacía bastante calor todavía, aunque el verano estaba pronto por acabar.


Cuando llegaron casi se atragantó al ver el pedazo de mansión donde sería la fiesta. ¿En serio ese tipo vivía ahí? ¿Quién se supone que era?


Después le explicaron que Doflamingo era un empresario famoso, dueño de una de de las marcas de ropa más importantes de la industria, y otras cosas que Ace no tuvo ganas de escuchar. Era un tipo con dinero, además de raro o eso pensó cuando lo vio.


—Ah, Sengoku —saludó Doflamingo altanero y Ace notó una vena en el rostro del otro hombre—. Hace mucho que no lo veía, creí que el retiro ya lo había consumido.


—No me subestimes, mocoso —contestó molesto—. ¿Dónde están Rosi y Law?


—Afuera donde agasajamos a nuestro niño.


Un poco le pareció raro que se refiriera a Law como "su niño", pero no planeaba cuestionar al hombre con abrigo de Cruella De Vil rosado.


—Así que tú eres el muchacho de Garp —mencionó Doflamingo acercándose y Ace quiso ser invisible en ese momento. Ese tipo raro lo ponía incómodo—. Espera, ¿cómo dicen los chicos de hoy? ¿Chiques? ¿Muchaches? Eso.


No entendió nada de lo que le dijo y quiso alejarse de ese sujeto. Por suerte, Rosi apareció para sacarlo de allí.


—No lo molestes, Doffy —le dijo a su hermano.


—No estaba molestándolo, Rosi —se defendió—. Le diré a Giolla que lo incluya en alguna de nuestras presentaciones inclusivas. Tendremos mucho públique.


—Mejor ve con Trébol que dijo que te necesita.


Al menos eso fue suficiente para que el sujeto se alejara de él y Ace respiró aliviado agradeciéndole a Rosinante su ayuda. No duró mucho porque esa fiesta estaba llena de gente igual de extravagante. No se aprendió ni cerca el nombre de alguno de ellos y odió en silencio a todos los que venían a hablarle. Incluso había niños que no tuvo idea de dónde salieron.


El tamaño de esa mansión era descomunal. Incluso tenía un jardín enorme y una piscina. El día estaba hermoso, y habían montado la fiesta en la parte de atrás de la casa. Un castillo inflable estaba dispuesto para los pequeños, aunque algunos adultos ebrios —incluyendo a Garp— se metieron de todos modos.


También había comida en exceso. Una gran mesa con snack, hamburguesas, salchichas, y de todo. ¿Así se supone que eran los cumpleaños infantiles? Tal vez de los niños con dinero, pero Law no le parecía de ese estilo. Le recordó a Sabo, que tampoco parecía alguien de esa clase social, sino que era algo que lo atormentaba.


Ace intentó comer algo. Masticó papas fritas y una hamburguesa como siempre lo hubiera hecho, pero no le cayó bien. Su cuerpo ya no aceptaba la comida basura quizá. El estómago le dolió cuando pensó en comer más y se fue adentro sin que nadie lo notara. Caminó hasta el baño, al cual tardó bastante en acceder, esa casa tenía demasiadas puertas.


Se sentó en el inodoro y agarró su cabeza tirándose el cabello para atrás. Estaba mareado e intentó respirar profundo para controlar esa sensación agobiante, pero le fue imposible. Tuvo que arrodillarse frente retrete y vomitar todo lo que había comido. Le dio muchísimo asco ver los pedazos de comida sin digerir y apenas masticados. Vomitó más por eso.


Permaneció allí más tiempo del que le hubiera gustado y se tapó el rostro sintiéndose angustiado. No quería estar allí. En ese lugar, con esas personas extrañas que le hablaban raro con ese tono burlón que sólo le molestaba más. Quería escapar de allí, irse muy lejos y que le dejaran en paz.


Estaba harto y se sentía fatal. No pertenecía a ese lugar, a ningún lado en realidad. La soledad que lo embargó allí sentado en aquel baño frío le consumió hasta los huesos.


En momentos así, cuando sentía que podía ahogarse con su propio llanto y saliva hasta morir, intentaba pensar en otras cosas para que los latidos rápidos de su corazón no lo agobien. Casi siempre fantaseaba en cómo habría sido su vida si lograba huir con Sabo, las cosas que estarían haciendo, cómo sobreviviría, los lugares que podrían haber visitado y la infinidad de besos que podrían haber compartido.


La piel le dolía al pensar que eso jamás pasaría. Recordaba la última vez que se besaron para despedirse después que Sabo se fuera de su casa, pero no creyó que sería la última. Quizá debería haberlo besado más.


Se abrazó a sí mismo y hundió las uñas en su piel pensando que ni el dolor físico podría equipararse con ese vacío inmenso en su pecho. Todos los días sentía que lo mataría. Ponía todo de sí para estar bien, para olvidarlo, pero siempre tenía esos pequeños momentos donde, en soledad, revivía el sufrimiento. No podía evitarlo. En las noches era cuando peor la pasaba y en el día intentaba fingir, olvidar momentáneamente lo que ocurrió. Era una bonita ilusión a la cual se aferraba pero terminaba rompiéndose y causándole más heridas.


Luego de limpiarse y lavarse el rostro, salió del baño porque no podía quedarse allí para siempre lamentándose por lo miserable que era.


Ace se odiaba en ese momento y tampoco se soportaba a sí mismo. Su cuerpo era un problema, pero últimamente más porque ni siquiera comer en paz podía.


No volvió al jardín donde estaba dándose la fiesta. Prefirió quedarse dentro de la casa donde estaba solo. Se desplomó en el living donde había unos sillones blancos muy cómodos y suspiró pensando que podría quedarse un rato allí dormido.


Pasaron algunos minutos donde no supo si concilió el sueño, pero se despertó al sentir pasos. Alguien corría hacia él. Vio a Law muy agitado acercándose y eso lo asustó.


—¿Qué ocurre? —preguntó preocupado por la cara de pánico del niño.


Law no respondió, sólo hizo un gesto de silencio y se ocultó detrás del sillón donde Ace estaba sentado. No comprendió por qué hizo eso, pero se distrajo cuando oyó más gente aproximarse y vio a los otros niños de la fiesta. Recordaba que se los habían presentado cuando llegó. Baby 5 y Buffalo eran nietos del viejo Lao G, tenían apodos demasiado extraños.


—¡Hola! —dijo la niña, no debería tener más de 6 años, al igual que el otro chico—. Estamos buscando a Law, ¿lo has visto? Giolla dijo que nos disfrazaríamos y salió corriendo.


Arqueó una ceja al oírlo. No se imaginaba al pequeño niño tímido participando de algo así, entendía por qué huyó.


—No, no lo he visto —negó Ace—. Debe estar con Rosinante.


—Es verdad —espetó Buffalo—. Vayamos con Cora-san.


No terminaba de entender ese apodo tampoco, pero sonaba lindo. Le generaba mucha ternura cuando Law le decía Cora-san, pero le daba un poco de mala espina cuando escuchaba a Doflamingo llamarlo Corazón con su voz de villano.


Baby 5 y Buffalo se alejaron y creyó que había sido suficiente, pero ella volvió al instante.


—Ehm... —titubeó frente a Ace y éste ladeó la cabeza viéndola—. Eres lindo... ¡Adiós!


La pequeña niña sonrojada salió corriendo y apenas entendió qué había pasado. ¿Le dijo que era lindo? No pudo evitar sonreír pensando que era la segunda persona que se lo decía, aunque sólo se trataba de una niña de 6 años.


—¿Se fueron? —susurró Law y Ace le dijo que podía salir—. Son muy molestos...


Se rió al oírlo. No lo conocía mucho, pero Law parecía tampoco estar cómodo en ese lugar. Era extraño porque se supone que allí vivía y todas esas personas parecían familiarizadas con el lugar porque trabajaban de cerca para Doflamingo. Sin embargo, el niño seguía allí escondido en aquel rincón junto a él.


Debía recordar que Law experimentó una tragedia muy recientemente, por lo que quizá no estuviera listo para tanta exposición o quizá era parte de su personalidad.


—Todos parecen serlo —comentó Ace con sinceridad sin pensar en lo que decía y Law asintió.


—Cora-san me preguntó si quería una fiesta, pero... —La mueca inconforme de Law le llamó la atención y lo miró con la cabeza ladeada—. ¡Ni siquiera me gusta el pan!


Arqueó una ceja al oírlo y se rió. La comida de la fiesta tenía bastante pan. Quizá Doflamingo no le había preguntado a nadie y sólo encargó un servicio o le pidió a alguien que lo hiciera. No era justo. Se supone que esa fiesta era para Law y no parecía conforme con ella.


—Al menos te regalaron cosas buenas, ¿no?


—Sí —espetó Law—. ¿Quieres ver?


Ace asintió y siguió al niño. Ninguno de los dos quería salir por el momento, tampoco creía que tuviera algo de malo ausentarse un rato. Bostezó recordando que tenía mucho sueño, pero podía posponer su siesta un rato por el chico del cumpleaños.


Subieron las escaleras hasta una habitación bastante ordenada como para pertenecer a un niño pequeño. Era grande, con paredes blancas, muebles de colores claros con libros y juguetes. Sonrió al ver el acolchado de la cama de color verde claro con pequeños dibujos de gatos. Todo se veía lindo, incluso las almohadas y la alfombra combinaba con todo en la habitación.


Se sentó en la cama y Law le trajo varias cosas para enseñarle.


—Me dieron esto —dijo el niño y Ace miró confundido aquel aparato.


Parecía un celular, pero no lo era. Se trataba de una consola para jugar muy pequeña. Nintendo, le dijo Law. Ace sabía que esas existían, pero nunca había visto una.


¿No era demasiado para un niño de cuatro años? No creía que Doflamingo reparar en eso o en gastos.


—Y Cora-san compró esto —Law le mostró una caja con colores vivos y muy bellos. Parecía más emocionado por eso que por la consola—. Dijo que los leeríamos juntos.


Harry Potter. Ace sonrió al ver todos los libros. La edición era hermosa y con ilustraciones. Él mismo había leído el primer libro con Sabo y vieron las películas, aunque no pudieron seguir con la lectura. Sin embargo, sospechaba que a Law le gustaba más la idea de compartir algo con Rosinante que por el libro en sí.


—Te gustará mucho —aseguró mirando el interior de los libros—. ¿Suelen leer juntos?


Law asintió y le mostró los libros que tenía, los que Cora-san le había leído. Parecía muy contento enseñándolos mientras explicaba de qué se trataba cada uno, aunque era obvio que los reconocía por los dibujos en las tapas. ¿Será que sabía leer? No, era demasiado pequeño, aunque no tendría por qué juzgarlo por eso.


No estuvo seguro cuánto tiempo pasó allí, pero Ace se sintió muy entretenido mientras el niño le enseñaba a jugar Pokemon en su diminuta consola. Era genial, quería una de esas.


La puerta se abrió despacio y Rosinante apareció al otro lado.


—¿Qué hacen los dos aquí? —preguntó con una sonrisa mientras se acercaba—. Tienes que ir a soplar las velas, Law, y también está la piñata.


Le sorprendió un poco lo disconforme que parecía el niño cuando le dijeron eso.


—No quiero... —se quejó Law haciendo puchero y Ace rió.


—Sólo será un rato —le dijo al niño tocándole la cabeza—. Además son caramelos, no tienen pan.


Law no parecía muy convencido, pero asintió. Rosinante sonrió mientras los miraba. Law no era un niño que confiara fácilmente en otros, pero al parecer Ace le había agradado. Extendió los brazos para levantar a su hijo.


—Parece que se llevan bien.


Ace sólo alzó los hombros sin estar seguro qué decir, pero tampoco lo negó.


—Me enseñó a jugar Pokemon —contestó y Rosi se rió de nuevo.


—Yo aún no lo entiendo.


Pensar en Rosinante cazando Pokemon le pareció divertido. Salieron de la habitación para dirigirse de nuevo al patio con las demás personas.


—Quizá nos mudemos con ustedes.


Cuando oyó aquellas palabras, Ace se acordó de ese detalle y las veces que los oyó a los viejos hablando sobre Rosi y Law mudándose con ellos. La idea hasta le parecía agradable, al menos no tendría que estar solo con esos dos dinosaurios.


—Eso estaría bien —contestó Ace.


—Aún hay cosas que resolver —dijo Rosinante con pesar y miró al niño que llevaba en sus brazos—. ¿Qué opinas, Law? ¿A ti te gustaría vivir con los abuelos y con Ace?


No hubo palabras de parte del pequeño, pero sí lo vio asentir y eso le sacó una sonrisa.


También se preguntó por qué Rosinante no iba a vivir solo con su hijo, si tenía el dinero para hacerlo. Sin embargo, también entendía que Law era un niño pequeño y muy sensible por todas las situaciones turbulentas que experimentó. Así que suponía que Rosi no quería dejarlo solo, en una guardería, o con personas en las que el niño no confiara. Él debía trabajar, no siempre podía estar con Law.


La situación era compleja, pero a Ace no le molestaría estar con ese niño o con Rosinante. Sería una buena noticia. Además, Rosi era nuevo siendo padre y probablemente no quería estar solo en esa etapa. Sin embargo, su hermano no parecía ser una persona que diera mucha contención emocional o esa sensación le dio.


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