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Disforia por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Recientemente me abrí un Tumblr. Si quieren hablar conmigo pueden hacerlo ahí, es @daenablackfyre. Gracias por leer. Los capítulos salen todos los Domingos.

Un día de verano antes de cumplir catorce años, Ace se levantó sintiendo que se iba a morir. Le dolía el cuerpo, el estómago y su cabeza le estallaba. No quería sentirse así, se supone que debían ir al río con Sabo, pero acabó arrastrándose hasta el baño apenas se levantó. Quizá después de comer se le pasara, aunque el dolor era insoportable. ¿Habría comido algo en mal estado? ¿Sería diarrea? Era raro, porque él casi nunca se enfermaba.

Aún adormilado, se dirigió hasta el baño y se bajó los pantalones cortos que traía para orinar. No fue hasta que vio el agua cuando lo notó. Sangre. Ace se fue hacia atrás contra el lavamanos tirando los cepillos de dientes y todo al ver esa escena, al instante se dio cuenta que su ropa también estaba manchada. Sangre entre sus piernas. ¿Qué estaba pasando? Su boca tembló, quiso gritar pero ningún sonido salió. Algo andaba muy mal.

—¿Qué es ese escándalo? —La voz de Dadan irrumpió y tocó la puerta—. ¿Qué pasa, mocoso? Más te vale no haber roto nada.

Pero Ace no contestó y ella entró encontrándose con algo que era inevitable que sucediera.

—Oh mierda... —se quejó la mujer entendiendo todo al instante y sabiendo que no sería nada fácil explicarlo.

Ace no salió de su shock tan rápido. Ella le dijo que estaba bien, que era normal y nada raro ocurría. ¿Normal? ¿Cómo podía ser normal despertarse sangrando? Ese fue su primer contacto con la menstruación y a partir de ese entonces su infancia semi-relajada se desmoronó.

Ya venía notando cosas extrañas, pero las ignoraba. El vello en su entrepierna y los cambios en las formas de su cuerpo, pero no era tan grave. Nadie lo vería si usaba ropa o eso creía. Su pecho casi no existía y no había mayor diferencias que una cintura algo más fina, pero no le importó. Nada de eso afectaba su vida, hasta que se levantó esa mañana.

Dadan y él tuvieron una larga conversación después de la película de terror en el baño. Ace no fue al río esa tarde ni tampoco quiso salir de su casa en el siguiente par de días. La mujer envió a Dogra y Magra a comprar tampones y toallas sanitarias mientras Ace sólo quería morirse de la vergüenza. Hasta el momento, su cuerpo no había significado una gran molestia, pero supuso que a partir de ese hecho todo cambiaría y le daba muchísimo miedo. No quería verse como una chica, nunca le gustaron esas cosas, estaba feliz así y le preocupaba crecer.

Fue una tortura acostumbrarse a las toallas sanitarias y los tampones. Su ropa, su cama y todo parecía siempre estar manchándose. Sin mencionar los dolores del infierno. Lo peor fue cuando le dijo que todos los meses le ocurriría lo mismo. ¿Por qué debía pasar por esto? Porque había nacido con cuerpo de niña, pero él no lo era, no se sentía así. Esa noche en su cuarto lloró de angustia y con temor por no saber qué hacer.

Los días pasaron y el dolor se fue junto con la sangre. Pudo volver a ignorar ese hecho, pero se volvió un poco más retraído con su cuerpo. No quería mostrarlo, no quería que se notara.

Sabo se dio cuenta que estaba un poco raro, pero no preguntó para no molestarlo. Ace tenía un temperamento especial, pero sabía que, si algo malo ocurría, se lo contaría. ¿Debería decirle a Sabo? Había comenzado a creer que tenía un secreto y eso no le gustaba, no con la única persona que lo hacía sentir bien y feliz siempre que se veían. Sin embargo, le aterraba pensar que las cosas cambiaran entre ellos si le decía que en realidad él no había nacido como un niño, sino que lo eligió. Con cualquier otra persona no le importaría, pero él... era diferente.

Una noche calurosa, ambos se escabulleron al pueblo. El verano iba a terminar pronto y ya no habría noches como esa. Ace no quería pensar en regresar a la escuela y prefirió distraerse con su mejor amigo, el único que tenía y quería. Fueron hasta el bar de Makino, el cual estaba lleno de gente esa noche. La saludaron a ella y fue muy fácil robarle algunas cosas a los borrachos que allí se reían con sus caras rojas de alcohol. Ace había robado una cerveza mientras que Sabo consiguió una botella de vino blanco abierto pero casi intacto.

Fueron hasta el pie del río a beber donde nadie los viera ni los molestara mientras los árboles los protegían y la luna era su fuente de iluminación más una linterna que siempre llevaban en sus aventuras nocturnas. No les entusiasmaba beber o ponerse ebrios. Quizá lo hacían por la emoción de conseguirlo o por lo prohibido del significado, pero al final seguía teniendo ese gusto horrible cuando lo probaban.

—Amargo... —se quejó de la cerveza que él mismo robó. Aun así al segundo sorbo no la sintió tan mal.

—Prueba esto —ofreció Sabo dándole el vino—. Es más dulce.

Y tenía razón, fue mucho más fácil beber ese vino. También se había traído en la mochila unas empanadas de carne que hizo Dadan. Una combinación rara, pero no les importó.

—¿Te estás dejando crecer el pelo? —preguntó Ace viendo los mechones de cabello que acariciaban la frente de su amigo y no pudo evitar tocarlos. Sabo siempre tuvo una pelo muy suave.

—Un poco, ¿me veo mal?

—Para nada —contestó con una sonrisa—. Tu cabeza luce menos grande así.

—¡Oye! —espetó Sabo ofendido y Ace se rió—. Tú tienes una frente enorme y nadie dice nada.

—Mi frente no es enorme, pero tu cabeza parece una pelota.

—Eso es porque soy muy inteligente.

—Claro, claro —Puso los ojos en blanco mientras continuaba bebiendo.

La noche avanzó y el calor del ambiente los sofocaba, ni siquiera corría una gota de viento, aunque quizás el alcohol estuviera subiendo la temperatura. Sabo se quejó mientras se quitaba la camiseta desnudando su torso y Ace se mordió los labios nervioso, no porque le diera vergüenza verlo —porque muchas veces se habían quitado así la ropa cuando hacía calor o para nadar— sino porque sentía que él ya no podía hacerlo. Si se desnudaba de esa forma, estaba seguro que Sabo notaría esas cosas que le molestaban y ¿cómo podría explicarlo?

Cuando eran más pequeños sacarse la camiseta no representaba ningún tipo de problema. ¿Por qué para los hombres no era un problema? Ace se sentía un hombre, Ace era un hombre, pero ¿por qué no podía sentirse libre de hacer lo mismo? Porque sabía que quizá su cuerpo antes no ostentaba diferencias que lo inhibieran, pero ahora ya dejó de ser así. Estaba dejando de ser un niño y comenzaba a convertirse en algo que le aterraba.

¿Qué palabra usó Dadan para describir lo que pasaba? ¿Pubertad? Sí, eso. Maldita pubertad, la estaba odiando con toda su alma. No quería que su cuerpo cambiara. Sin embargo, también notó que Sabo estaba diferente.

En otra época, Ace era más alto e incluso parecía más fuerte. No había diferencias entre ellos dos hacía unos años, pero en ese último tiempo ya no era así. Su amigo tenía la espalda más ancha y los brazos, siempre flacos, con más forma, cosa que le hacía preguntarse cuándo había cambiado. Tragó saliva y desvió la mirada cuando Sabo se dio cuenta que lo observaba. Varias gotas de sudor resbalaron desde su frente, pero ya no sabía si eran por el calor o por su nerviosismo.

—¿Y si nos metemos al agua? —preguntó Sabo pasando una mano para quitarse el cabello del rostro y se levantó—. Está insoportable el calor.

Ace se quedó inmóvil en el pasto donde estaba agazapado y hubiera deseado camuflarse con las plantas en ese momento.

—No quiero —espetó quizá demasiado tajante, tanto que Sabo lo miró sin comprender.

—Vamos —se inclinó para tomar la mano de Ace así se levantaba—. También tienes calor.

—¡Dije que no! —dijo arrancando su mano de la de su amigo en un movimiento brusco—. En serio, Sabo.

Al principio creyó que el alcohol que bebió le confundió, pero no. Ace estaba actuando demasiado hostil y a la defensiva, cosa que Sabo no comprendió.

—¿Qué pasa, Ace? —preguntó preocupado—. Estás raro...

—No me pasa nada —se apresuró a decir y agarró su mochila—. Tengo que irme.

—¡No, espera! —Sabo lo tomó del brazo impidiendo que se marche—. ¿Por qué te quieres ir? Estábamos bien... ¿Dije algo malo?

Ace tragó saliva y apretó las manos. Lo que estaba mal ahí no era precisamente lo que Sabo dijo o hizo, pero tampoco podía explicarle.

—Últimamente siento que estás raro... distante —admitió Sabo preocupado—. Algo pasa, pero no me lo quieres decir. Yo sé que son tus cosas, pero... quiero saber qué ocurre. Eres mi mejor amigo, Ace. Quiero ayudarte.

Ojalá fuera algo que pudiera resolver con la ayuda de Sabo. Esos años de amistad que tenía con él habían hecho que pensara que podían hacer cualquier cosa juntos, pero eso no. ¿Qué podía hacer? Su cuerpo estaba transformándose y sufriendo una metamorfosis hacia algo que no deseaba ser. No podía dejar de pensar en esto hace días y creía que su cabeza iba a explotarle. Tenía mucho miedo de lo que estaba pasando y de cómo lo vería su mejor amigo, aunque también quería contarle. Las palabras se le atoraron en la garganta y deseó profundamente que Sabo le dijera que todo iba a estar bien.

Mordió sus labios e intentó tragarse la angustia. Apartó la mirada de los ojos de Sabo, porque la confusión que veía en él sólo lo ponía cada vez más nervioso.

—No es... No puedo decirte —Ace cruzó los brazos delante de su pecho de una forma defensiva y pensó en si debía continuar o no—. Si lo hago... ya no me vas a ver igual.

Sabo parpadeó sin entender, pero sí percibió que algo grave pasaba y Ace estaba mal. ¿Cómo podía lograr que confiara en él?

—¿Qué dices? —mencionó con una voz suave mientras se acercaba a Ace—. Eres mi mejor amigo y pase lo que pase, eso no cambiará.

Ace negó con la cabeza sin estar tan seguro.

—¿Y si te digo que no soy como piensas? —espetó sin atreverse a mirarlo aún—. Que soy... diferente.

—Bueno, todos somos diferentes, ya te lo dije y está bien, si fuéramos iguales el mundo sería aburrido.

—No entiendes —suspiró Ace sin creer que estaba pasando esto—. Mi cuerpo... está cambiando y no quiero. No me verás igual.

Ninguna de esas cosas que dijo explicaba nada y Sabo se rascó la cabeza sin entender, ¿cuál era el problema? Si no se veía mal.

—Creo que todos cambiamos, pero hay cosas que siguen igual —meditó pensando que crecer era extraño, pero algunos detalles estaban para siempre. Sabo se animó a estirar sus manos y acunó la cara de Ace para que lo mire—. Tus ojos, tu sonrisa, tus pecas, la forma en que te ríes... Todo eso es parte de ti y me gusta.

Un escalofrío le recorrió la columna y sintió que su cara se calentaba, aunque no sabía si era por lo que le dijo o por las manos de Sabo tocándolo. Ace las tomó para apartarlas mientras negaba. Esas palabras eran cálidas, pero aun así creía que no pasaría así.

—No es tan simple —aseguró sin querer pensar en la reacción que podría tener Sabo, aunque era un chico tan amable que no se imaginaba que le dijera algo malo, pero temía que arruinara su relación.

—Explícame entonces —insistió—. Prometo que no pasará nada... Vamos, Ace. Confía en mí.

Se tomó un largo tiempo para pensarlo. Si era sincero consigo mismo, no podía mantener el secreto para siempre. La amistad tan cercana que tenía con Sabo haría imposible ocultarle esos detalles que cada vez eran más notorios. Quizá lo mejor fuera cortarlo allí y que pasara lo que tenga que pasar.

Ace respiró profundo y tomó la mano de Sabo para caminar hacia el río.

—¿Qué pasa? —preguntó Sabo sin entenderlo.

—¿Querías nadar, no? —masculló molesto y resignado—. Quítate la ropa.

Estaba muy confundido por la actitud de Ace, pero no dijo nada. Sólo asintió y comenzó a quitarse los zapatos mientras lo observaba de reojo. Ace le dio la espalda y lo vio quitarse la camiseta, los pantalones; todo hasta que ambos se quedaron sólo con la ropa interior. ¿Qué tenía raro? Sabo lo veía bastante igual y se acercó un poco más, pero se detuvo cuando vio que Ace apenas volteó un poco la cabeza para verlo.

—Quítate todo —le dijo viéndolo de reojo mientras abrazaba su cuerpo y Sabo sintió su rostro colorearse.

¿Qué estaba pasando? ¿Qué estaban haciendo? No sabía, pero confiaba en Ace. No le daba miedo mostrarse desnudo, aunque sí le daba algo de pudor que lo viera. Aun así, se quitó el boxer que lo cubría.

—Métete al agua y ahora voy —habló de nuevo Ace sin voltearse a verlo esta vez.

Esto era muy raro. Sabo sintió que estaba demasiado misterioso. Ellos nunca había nadado juntos así, sin ropa, pero le causaba una emoción que era incapaz de explicar. Era algo furtivo e intrigante, sobre todo por lo que Ace quería decirle. ¿Por qué necesitaba tanta ceremonia?

Se zambulló en el agua dulce del río y esperó. Estaba muy oscuro, demasiado. El cuerpo de Ace era una silueta negra apenas iluminada por blancos destellos de la luna llena. Quizás había leído muchos libros de fantasía o cuentos cuando era más chico, pero su figura casi espectral de ese momento le causó fascinación y se sintió incapaz de quitarle los ojos de encima. Casi como si estuviera por convertirse en algún tipo de criatura mítica o una sirena que le devoraría apenas entrara al agua. Sea lo que sea, quería verlo. Sin embargo, nada de eso pasó.

Lo vio quitarse la ropa cómo él hizo y caminar al agua. ¿Qué era lo que tenía que ver? Pero cuando estuvo más cerca notó que había algo que no estaba viendo porque simplemente no estaba. La impresión que le causó fue tanta que casi se hunde en el agua y Ace se metió al río junto con él, pero no se acercó, porque notó que Sabo ya se había dado cuenta sobre qué hablaba antes.

Se mantuvieron alejado viéndose mientras flotaban en ese río negro que tapaba las diferencias que había entre ellos, las cuales Sabo no acababa de asimilar.

—Eres... —No terminó de decirlo, porque tampoco entendió. Ace era un chico, siempre fue un chico, pero eso que vio... Sabo tenía una ligera idea de cómo eran las partes de una mujer, aunque nunca había visto una y lo que Ace le mostró... ¿qué más podía ser?

—Soy un chico —aclaró Ace de forma brusca y sin querer darle la oportunidad a que diga lo contrario—. Sólo que mi cuerpo es así desde que nací.

—O sea que naciste como niña, pero te sientes como un chico —concluyó Sabo intentando terminar de pintar ese cuadro que se le presentó y su amigo no dijo nada, avergonzado probablemente.

Sí era impactante y no se lo esperó. Otras preguntas se formaron en su cabeza, pero no las hizo. Sabo se tomó unos instantes para pensar en lo que vio y en lo que sabía de Ace. Lo conocía hace varios años, él era la persona que le dio su amistad, le ofreció su casa, su comida y había vivido montones de momentos que jamás olvidaría. Ace era ese chico pecoso con narcolepsia con el que iba al bar de Makino a comer y se rían durante horas. Ace había sido esa persona y nunca necesitó saber qué tenía entre las piernas para que fuese su amigo.

Ace era Ace. Un chico y su mejor amigo. Nada había cambiado. Con ese pensamiento en su cabeza, se acercó más al otro niño, quien parecía temeroso y le sonrió.

—¿No te dije que me gustabas así? Con tus ojos, tus pecas y tu risa —aseguró con tranquilidad intentando que su amigo se relaje y no lo muerda como el animal salvaje que era—. Y no cambia nada entre nosotros, eso es... con lo que vas al baño y... Qué importa. Sigues siendo tú.

¿Por qué debería verlo diferente? Ya lo había conocido sin saber que no tenía un pene, así que eso no tenía por qué modificar su amistad. Quería seguir jugando con Ace, saliendo a caminar, comer y dormir siestas en el pasto hasta que el sol se ocultara. No renunciaría a él.

Por su parte, Ace le costaba creer que Sabo fuera tan amable para decirle algo así.

—No es sólo eso —suspiró sintiéndose angustiado y ya no lo ocultó—. También mi pecho crece y esa maldita sangre.

—¿Sangre?

—No es nada...

Arqueó una ceja sin terminar de entender. Sabo no se fijó muy bien en el pecho de Ace, lo veía como siempre, así que estiró una de sus manos para tocar y sus dedos rozaron algo suave, blando, pero tan pequeño que era imperceptible en esa oscuridad o bajo la ropa. Apenas fue un segundo, pero su pulgar rozó el pezón levemente erguido ante el contacto con el agua y Ace saltó como si acabara de darle corriente eléctrica.

—¡¿Qué haces?! —espetó alarmado.

—¡Lo siento! ¡Lo siento! —se apresuró a disculparse y se sintió como un tonto. Los rostros de los dos se pusieron rojos—. Fue sin querer y yo... Lo siento, Ace.

—Está bien, sólo... ten cuidado —masculló avergonzado hundiéndose en el agua esperando que le quite la pena de las mejillas.

—¿Te dolió? —preguntó Sabo preocupado y Ace negó.

—No, sólo... Se siente raro.

Fue un accidente, no se molestó, sólo que su cuerpo estaba raro y no entendía bien las sensaciones que a veces experimentaba. Todo era nuevo y espeluznante, demasiado para afrontarlo ahora. El silencio reinó entre los dos por algunos instantes mientras permanecían en el agua. Ahora el calor en sus cuerpos era producto de otra cosa ajena al clima.

—No te ves mal —se animó a decir Sabo.

—¿No te molesta?

—No.

Ace miró a Sabo como si no acabara de creer lo que le dijo y se sintió muy feliz. Un gran peso fue quitado de sus hombros y no paró de sonreír. Se lanzó a abrazarlo como nunca hacía mientras reía contento.

—Gracias, Sabo —murmuró colgándose de su cuello. Se había imaginado todos los escenarios más fatales, quizá debería haber confiado un poco más en él, pero el miedo le cegó y ahora era libre.

Las manos de su mejor amigo abrazaron su cuerpo con cariño y sin ninguna barrera o mentira. Ambos sabían todo del otro probablemente y fue una sensación agradable. Estaban acostumbrados a abrazarse para dormir, tomarse de las manos o a rozarse de vez en cuando, pero ahora no había ni siquiera ropa que los separara.

Ace se apartó un instante para verlo y mordió sus labios. Él era la única persona que sentía que tenía que contarle, porque el resto del mundo le era indiferente. Sabía que probablemente nunca tuviera una mirada positiva de nadie, sólo quería obtenerla de su mejor amigo. Que no dejara de verlo con cariño ni se apartara de su lado, como ahora que estaban tan cerca

Ambos sonrieron mientras se miraban y Ace deseó que ese momento no terminara nunca. Sus manos acariciaron los hombros mojado de Sabo y su espalda se erizó cuando sintió los toques de éste. No sabía bien lo que estaban haciendo, pero esas suaves cosquillas hicieron latir algo en su interior que se prendió fuego instantes después. Cerró los ojos entregándose a esa sensación.

Su relación con Sabo cambió completamente ese día y de nuevo volvió a sentir miedo al no saber qué pasaría cuando se apartara del cuerpo húmedo de su mejor amigo.


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