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Disforia por Daena Blackfyre

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El verano pasó y, sin que se diera cuenta, ya era invierno. Navidad. Su cumpleaños. A Ace le era indiferente y Garp dijo que no podría ir hasta dentro de un par de meses, pero no le importó. Esas celebraciones no eran de su agrado, pero al menos significaba una vez al año donde Dadan le daba más comida y un postre especial, ¿quién dice que no se puede comer helado en invierno? Lo disfrutó muchísimo.


Sabo se había ido, con su familia suponía, a pasar ese fin de año, pero apareció en su casa unos días después del 1 de enero. Ace abrió la puerta y allí estaba diciéndole "Feliz cumpleaños" y una sonrisa le arrancó. Incluso le dio un regalo: un gorro rojo que podía usar ahora en el invierno para abrigarse, le vendría muy bien. No hacía falta ningún detalle, pero se sintió lindo y cálido que se lo diera.


Lo invitó a pasar y se puso a preparar algo de té para calentarse. A Sabo siempre le gustó visitar a Ace, se sentía muy bienvenido allí y era acogedor. Observó a su amigo calentando el agua mientras buscaba el té en la alacena, Ace se estiró para poder alcanzar la caja y Sabo lo miró detenidamente. En algunos momentos, cuando lo observaba, recordaba lo que pasó en el río esa noche. Nunca volvieron a hablar del tema y su relación no cambió para nada, pero tuvo que procesar mucha información.


No se había molestado, pero un poco le costó entenderlo. Quizá porque a él no le había pasado, siempre se sintió un chico desde que recordaba, así que le costaba imaginarse en el lugar de Ace. Sin embargo, sí podía comprender lo difícil que fue abrirse como lo hizo y no quería defraudarlo, sólo comprender un poco más.


De nuevo, Sabo se encontró mirando a Ace. Tenía un suéter de lana negro que le quedaba amplio y con las mangas largas, el cuello era amplio así que podía ver parte de su cuello. Las formas de su cuerpo no se notaban así vestido y un poco de curiosidad le dio. Esa noche en el río estaba todo muy oscuro y sus recuerdos demasiado borrosos, así que prácticamente no recordaba nada. ¿El cuerpo de Ace se parecería tanto al de una chica? Le costaba formar la imagen en su cabeza. Aunque, a raíz de esto que ocurrió, a su mente llegó un recuerdo que siempre se ocupó por reprimir: Ace era lindo, mucho, pero admitirlo le daba miedo. Ahora, cada vez que se quedaba mirándolo fijamente pensaba que era muy lindo.


—Hay té verde, negro y algo que no sé qué es... —mencionó Ace con la caja de té en la mano, pero era mejor no investigar. Sabo no le contestó, así que se volteó—. ¿Cuál quieres?


—¿Eh? —parpadeó cuando Ace le habló y salió de su trance—. ¿Qué dijiste? Me quedé pensando.


—Lo noté —suspiró regresando con el té y decidiendo qué tomarían sin volver a preguntar—. ¿En qué piensas?


Por más que todo estuviera bien, Ace sentía que había algo allí de lo que ninguno de los dos se animaba hablar, pero si no pensaba en esa sensación de incomodidad podía seguir como si nada hubiera sucedido.


—Nada —respondió—. ¿Y Dadan?


Ace alzó los hombros demostrando que no sabía. No la había visto en todo el día.


—En sus cosas —dijo mientras llevaba el té a la mesa.


Ambos se sentaron y Ace abrazó la taza para calentarse las manos. El frío no le afectaba mucho, pero ese día estaba muy húmedo y dentro de esa casa el invierno parecía penetrar con la intención de congelar la habitación. Sabo lo observó de nuevo. El cuello estirado del suéter que traía Ace le dejó observar que tenía más pecas en su piel, incluso le llegaban a la clavícula.


Bebió un poco de ese té mientras Ace se levantaba recordando que había unas galletas. Dadan siempre las compraba, no estaban muy buenas, pero servían para llenar el estómago.


—¿Cómo la pasaste? —preguntó Ace refiriéndose a su viaje y Sabo suspiró al recordarlo.


—Mal, aburrido —dijo sincero y hastiado. Siempre la pasaba así con su familia—. Fuimos a una fiesta de Fin de Año con sus amigos y me aburrí tanto que me dormí en la mesa.


Ace lanzó una carcajada que lo habría hecho escupir el té si hubiera estado tomando. Siempre disfrutaba las aventuras bizarras de Sabo en la alta sociedad.


—¿Se te está pegando mi narcolepsia? —dijo aún riéndose.


—Puede ser, vas a tener que compartirme tus pastillas.


—Creo que hoy no las tomé... —Un bostezo lo atacó repentinamente y buscó su pastillero sobre la mesa. Sí, tenía un pastillero con catorce años, pero en serio era útil para no olvidar cuándo tomar esa medicina. En el momento que lo revisó un poco le alivió darse cuenta que sí la había tomado, pero eso no impedía que tuviera sueño.


—¿Quieres que vayamos a tu cuarto? —sugirió Sabo—. Así al menos te desmayas en tu cama.


No contestó nada porque volvió a bostezar, sólo asintió. Sabo ya conocía cómo era su condición, una molestia pero controlada. Su amigo se encargó de llevar las tazas de té al cuarto y Ace suspiró cuando se tiró en la cama, Sabo se sentó al borde mirándolo. No tenía demasiado arreglada su habitación, pero eso nunca fue importante. Allí pasaban bastante tiempo.


—¿Te cortaste? —preguntó viendo que Ace tenía una curita en su dedo. Le tomó la mano para mirar más de cerca.


—Estaba cortando papas y fui muy rápido —explicó sin darle importancia—. Dadan dijo que me conseguiría un pelapapas para que deje de usar un cuchillo.


Sonrió oyendo esa explicación. Ace cocinaba muy rico, quizá porque siempre estaba solo y tuvo que aprender, Sabo en cambio sabía hacer muy pocas cosas. Tal vez debería pedirle que le enseñe. Se quedó con la mano de Ace entre las suyas y se fijó en el tamaño. Nunca se había fijado en lo largas y delgadas que eran, o quizá sus propias manos se habían puesto más gruesas. No sabía, crecer era extraño.


—¿Y ella sabe que...?


Sabo no lo dijo porque tenía miedo de molestar a Ace y lo miró con una disculpa en sus ojos, pero su amigo no dijo nada. Guardó silencio entendiendo a qué se refería y se sintió ansioso por tener que hablar de esto de nuevo.


—Me crío y cambió mis pañales —espetó Ace—. Ella lo sabe más que nadie.


—¿Y Garp...?


—Todos —contestó refiriéndose siempre a su familia, las personas cercanas a él, quienes lo conocían desde que tenía memoria.


—¿Y qué piensan?


—Nada, supongo —Ace suspiró sin enojarse por esas preguntas porque sabía que Sabo no las hacía con mala intención, sino por curiosidad—. El viejo es algo duro, pero nunca hizo algún problema por eso.


Recordaba a Garp diciéndole que él podía ser lo que quisiera. Ace apreciaba que no lo molestara por el género que eligió.


—¿Y cómo fue que... lo decidiste?


No tenía una respuesta simple para esa pregunta. Ace suspiró y se movió en la cama para dejarle un lugar a Sabo, quien al instante entendió y se acostó a su lado. Cuando eran niños, esa cama de una plaza era suficiente, pero ahora les estaba quedando chica.


—No lo recuerdo —confesó—. Siempre me sentí así. No conocí a mis padres y Dadan me crió, junto con el viejo, a su manera. Ellos siempre me trataron así y nunca me sentí como una niña. Yo... No lo sé, así me siento.


Seguía siendo difícil de entender, pero Sabo asintió contento porque Ace le contara esto sin sentirse atacado o amenazado. Volteó su cuerpo para verlo mejor y le sonrió.


—Quizá podríamos buscar en internet —sugirió Sabo—. Seguro hay más cosas que puedes leer o gente que le haya pasado lo mismo que a ti.


—No tengo ni una computadora —le recordó pensando que las veces que tocó una fueron escasas, con suerte había televisión y a veces incluso se cortaba con el mal clima.


No era tan común que las personas tuvieran accesos a ese tipo de cosas, pero Sabo vivía con una familia más acaudalada y podría buscar información para Ace.


—Yo lo haré, no te preocupes.


—No tienes que hacer eso —Ace también giró su cuerpo para ver de frente a su amigo—. Es mi problema.


—Pero dije que quería ayudar.


Lo decía con mucha sinceridad. Quizás ahora no entendiera y le pareciera extraño, pero sabía que Ace la estaba pasando peor y quería hacer lo posible para se sintiera bien.


—Gracias...


Ambos sonrieron y se acordaron de ese momento que estuvieron juntos en el río, parecía un recuerdo muy lejano pero a la vez muy vívido. Quizás esta era la primera vez que estaban tan cerca como en esa ocasión. Sabo tragó saliva y se sintió avergonzado al recordar que habían estado juntos, desnudos, pero tampoco fue algo incómodo. En realidad, había pensado en eso demasiado últimamente, pero le daba mucha pena decirlo. Se animó a pasar un brazo por la cintura de Ace y el corazón le latió con desesperación. Si sentía alguna vibra hostil por parte de su amigo, se apartaría.


Por más que ahora estuvieran nerviosos por lo que pasó, estar juntos se sentía muy natural y agradable. Ace no se movió ni rechazó el abrazo. Quizás un poco lo necesitaba y se acurrucó contra el cuerpo de su mejor amigo. Sabo sintió que todo estaba bien y le acarició la espalda mientras sentía que Ace ocultaba el rostro en su cuello. A veces cuando se iban a dormir despertaban en posiciones similares, pero era diferente hacerlo despiertos. Era cómodo, podría dormirse así.


—Sabes... —murmuró Sabo y Ace hizo un sonido demostrando que estaba despierto—. Estuve pensando en eso que dijiste, que tenías miedo que me diera cuenta cómo estaba cambiando tu cuerpo... pero yo no veo nada muy distinto.


—Eso es porque siempre me ves con ropa y esa vez estaba oscuro —aseguró Ace sin ninguna duda.


—Creo que exageras —masculló diciéndolo en serio y también con la intención de demostrarle a Ace que ellos no eran muy distintos.


Su amigo se apartó un poco para verlo con una ceja arqueada, aún seguían abrazados.


—¿Quieres ver de nuevo?


El rostro de Sabo se prendió fuego cuando lo oyó decir eso y a Ace le pareció un poco graciosa esa expresión. También le daba vergüenza, pero Sabo ya lo había visto y tal vez un poco podría mostrarle, se sintió con esa confianza en aquel momento.


Se apartó para sentarse en la cama y se quitó el suéter por la cabeza, debajo sólo tenía una camiseta blanca. Sabo se alzó junto a él con el corazón latiéndole frenético sin terminar de entender lo que estaba pasando. Vio cómo su amigo se desnudaba el torso y tragó saliva, aunque no supo por qué estaba tan ansioso, casi hasta sentía que no debería mirar. Qué ridículo, si un montón de veces había visto a Ace cuando eran niños, en esa época donde sus cuerpos no tenían diferencias avistables. Sin embargo, ahora podía notar algo.


Ladeó la cabeza, como si no terminara de procesar lo que veía. No se parecían pechos de mujer, eran mucho más pequeños. Aunque el pezón redondo y rosado lucía más grande... Sabo decidió también quitarse la ropa que cubría su torso.


—¿Ves? —dijo mostrando también su cuerpo—. De aquí no somos tan diferentes.


La pena que tenía Ace se transformó en una risa cuando lo oyó decir eso. Sabo era un tonto, pero uno que le hacía sentir bien.


—¿Tú crees? —Miró con una ceja arqueada a su amigo y se sintió más relajado, con más seguridad.


Sabo asintió y lo volvió a observar. Claro que no se veían igual, pero tampoco eran tantas las diferencias. Ace era muy flaco, aunque siempre lo fue, pero bajando por su cuerpo vio que había una parte que no notó antes.


—Tienes como una curva —comentó estirando su mano para delinear el costado del cuerpo de Ace con las yemas de sus dedos y se detuvo en la cintura. ¿Siempre fue así o eso era nuevo?


La piel se le erizó cuando Sabo lo tocó.


—Tú eres todo recto —contestó imitando la caricia que hizo Sabo en su cuerpo con la intención de provocarle esas cosquillas—, aunque tu espalda se está ensanchando.


Volvieron a permanecer en silencio. Ace no quería pensar en esas cosas, pero quizás esta era una buena forma para aceptar los cambios producto del crecimiento. A Sabo le estaban sentando bien, pero a él...


—Eres lindo —dijo repentinamente Sabo llamando su atención hasta casi pegar un respingo y quizá su cara de confusión lo alteró un poco—. Digo no lo pienso recién ahora... antes yo... Bueno, sí... Quiero decir que con todo esto eres lindo, siempre lo has sido.


Eso sí resultó inesperado y sintió el sonrojo burbujearle en la cara, a los dos en realidad. Ace casi se rió por la forma nerviosa con la que habló Sabo, pero se contuvo. No recordaba si alguna vez había escuchado que lo llamaran así, ni siquiera pensaba eso de sí mismo. Le gustaría decir que Sabo estaba loco, pero oírlo lo había hecho muy feliz.


—Ace...


Se había acercado más a él y sintió miedo por eso, pero no se movió. No tenía por qué temer nada que tuviera que ver con Sabo. Sólo cerró los ojos y sintió una presión en sus labios. Quizás alguna vez, durante un momento de locura, había pensado en cómo se sentiría besar a Sabo, pero nunca se planteó hacerlo. Era su mejor amigo, sería imposible. Sin embargo, ahí estaban haciéndolo. Fue demasiado rápido y ni siquiera le dio tiempo a preguntarse por qué sucedió.


Como esos besos simples y burdos de películas románticas noventeras que pasan los domingos a la tarde en los canales de aire. Simple, pero lo suficiente como para movilizarlos y obligarlos a separarse asustados.


—Yo... —balbuceó Sabo, pero Ace lo interrumpió.


—Me besaste... —dijo como si el sólo hecho de ponerlo en palabras lo ayudara a entender—. ¿Por qué? Fue por esto...


Un poco se entristeció al pensar que quizá, después de lo que pasó en el río, en serio Sabo había comenzado a pensar diferente respecto a él. No quería creer que ahora que sabía cómo era debajo de la ropa quiso hacerlo. Si su cuerpo hubiera sido como el género con el que él se identificaba, ¿no lo habría besado?


—En realidad... —Sabo creyó que se moriría de pena en ese instante, pero debía ser sincero—. Lo había pensado desde antes, cuando éramos más chicos.


No lo podía creer, aunque Ace también se le pasó la idea por la cabeza, pero no tenía explicación. Recordó algunos momentos cercanos que habían tenido pero nunca se animó a considerar que Sabo también pensaba en eso. Si era sincero, no se podía imaginar con otra persona.


—¿En serio? —dijo sin poder salir de su asombro—. ¿Habías pensado hacer esto conmigo?


Hubo un largo silencio, una pausa que se le hizo interminable y pensó que tal vez no deberían estar haciendo esto, pero quería estar ahí y vivirlo. El corazón casi se le paró por la forma en que Sabo lo miró.


—Haría cualquier cosa contigo, Ace.


Un suspiro ahogado se le escapó y antes que pudiera darse cuenta fue él quien se acercó. Ace no tenía idea cómo besar y recordó todas las novelas que había visto con Dadan. Allí la gente, cuando se daban su primer beso, abrían la boca y atrapaban los labios del otro, así lo intentó y fue... muy suave, cálido y húmedo. Una de las manos de Sabo volvió a abrazar su cintura y él también lo rodeó entre sus torpes besos.


Se recostó en la cama y se abrazaron aún más fuerte mientras compartían más besos. Nunca creyó que hacer eso se sintiera tan bien. Ahora entendía por qué era el momento más esperado en las telenovelas y no quería que el suyo acabara.


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