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El buen Hijo por LalaDigon

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La primera vez que Harry estuvo presente en una reunión de la orden del fénix, había creído que eran un grupo muy variopinto de personas. Ahora, sentado en la dirección, entendió que aquello no era nada comparado a la audiencia de esa ocasión.

Parkinson taladrado con la mirada a todo aquel que posó sus ojos en ella, Kingsley caminaba distraídamente mirando los cuadros, McGonagall hablaba entre murmullos con Pomfrey —que lucía una expresión muy preocupada— mientras que Ron, Hermione y él estaban parados al fondo de la estancia. Creído que allí acababa el grupo de personas que tenían cosas que discutir, Harry se sintió traicionado cuando Narcissa Malfoy entró por la puerta.

Las manos de Ron y Hermione lo sujetaron antes de que pudiera moverse. Clavó los ojos en la bruja y dio todo de sí para liberarse. Harry no tenía idea de por qué le daba tanto odio lo que le habían hecho a Draco, sabía que era horrible, pero jamás hubiera previsto semejante aversión. No había alcanzado a pensar en qué decir cuando los viera, no tenía idea de qué sentir, pero nada lo preparó para aquel odio, para aquella aversión que de un segundo al otro le nubló el juicio.

Una parte de él creía que aquello era solo un reflejo de su propio dolor, de la propia frustración que le representaba vivir en una casa que lo despreciaban y lo maltrataban, pero no importaba pensar con racionalidad en ese momento, o era más correcto decir que no era capaz.

Su mente se nubló completamente, se perdió dentro de ella oliendo la sangre de Draco derramada en el suelo.

Harry sentía que quería matarla por haber permitido todo lo que pasó, por haber empujado a su hijo a ese estado. Parada frente a él, Harry pudo ver como si su elegante y engañosamente frágil mano sostuviera la varita con la que Draco se hirió. Ella era responsable, ella pudo no haber empujado a su hijo al abismo (Pansy no estaba segura de si alguna vez ella hechizó a Draco) pero sin ninguna duda ella lo mantenía allí.

Harry vio más veces de las que le hubiera gustado como magos tenebrosos hacían uso de las imperdonables sobre otras personas, siempre horrible, siempre desagradable. No había forma racional de acepar que una madre permitiera que su marido hiciera lo mismo sobre su hijo. Harry podía y tenía humanidad suficiente en él para creer que ella pasara por alto los maltratos a su persona, pero hasta los animales atacaban si tocabas a su cría.  

Una seguidilla de gritos se alzó a su alrededor, pero Harry solo tenía cabeza para un pensamiento: Lastimar tanto a Narcissa, que esta se arrepentiría de haber tocado un solo pelo de su hijo. Porque Harry sabía que ella lo lastimó, por el motivo que fuera, por la maldita necesidad que sea. Le daba lo mismo, ella hizo eso y ahora había sido él el que tuvo que estar allí de pie mientras su hijo se desangraba hasta casi morir, fue Harry el que la noche anterior tuvo que alimentarlo porque estaba tan herido que no pudo hacerlo por sus propios medios. Harry fue el que tuvo que ver las consecuencias directas de sus actos y él sentía que podría destrozar al mundo solo por ello.

Harry había perdido de todo en aquella guerra, desde su inocencia hasta la posibilidad de una vida tranquila, normal y feliz. No era para nada justo que esos fantasmas se negaran a dejarlo en paz, pero menos justo fue enterarse de que peleó la había perdido desde el principio para chicos como Draco. Porque Harry a priori jamás hubiera pensado que idiotas como Malfoy valieran su sangre, pero ahora viendo las cosas como estaban, Merlín, a Harry le sabía peor que el agua del lago en su boca saber que le había fallado.

Con los dientes apretados se sacudió y peleó. No cayó tan bajo como para insultarla, pero se esmeró en que supiera que había hecho. Eran dos asesinos y no le importaba que el ministerio lo contradiga, ellos habían estado por matar a Draco. Si es que no podían decir que Draco ya estaba muerto. Draco Malfoy, antiguo némesis suyo, estaba más allá de la muerte.

El rubio que él conoció nunca en la vida hubiera permitido a Harry pasar la noche con él. Ese Draco jamás lo hubiera mirado suplicando un carajo. Y no era precisamente culpa de Voldemort. Fueron sus padres y los odiaba, los odiaba por quebrar al chico que fue lo suficientemente valiente para perdonarle la vida a Dumbledore, por herir al que lo protegió en la mansión diciendo no saber quién era. Harry quería hacerles pagar haber desaparecido al engreído que le sonría de lado y lo intentaba rebajar, pese a saber que Harry era terriblemente superior.

Se sentía fuera de sí, se sentía ahogado y asfixiado y de ahí salían sus insultos. Desde ese lugar donde el dolor y la culpa lo hacían sentir sucio e indigno. Harry quería que alguien pagara por todo aquello y sabía que cada grito que lanzó contra aquella mujer que, lejos de quedarse muda y estoica, le respondía con altivez y soberbia, lo hacían quedar como un niño actuando de un modo infantil, pero no podía soportarlo; veía la sangra caer, veía el dolor de Draco llorando en el baño años atrás, podía verlo aterrado en la Mansión Malfoy cuando Voldemort jugaba con sus estúpidos seguidores.

Gritó tanto su garganta escocia, pero aun así siguió. Siguió con más ímpetu cuando, detrás de McGonagall, deslumbró el pálido semblante de la señora Malfoy caer al piso angustiada.

Las manos de Kingsley reemplazaron las de Hermione cuando Harry logró sacársela de encima. Escucho el quejido que soltó su amiga, pero no podía con ella ahora mismo.

Pomfrey y McGonagall se habían interpuesto en su camino, escondiendo el cuerpo de Narcissa, pero ninguna intento nada para frenarlo, más que unos cuantos gritos y llamados de atención. Valiéndose de ello más le gritó, más le reprochó cada uno de sus actos y le retrató con asquerosa precisión cómo eran las heridas de Draco, como sangraban. Las dos querían que Harry se las hiciera pagar. Nadie iba a consentir que sacará su varita, pero nadie pensaba detenerlo, no activamente, de decirle unas verdades a Narcissa.

—¡Tú eres su mejor amiga! —rugió mirando a Parkinson que se había mantenido en silencio y en la otra punta, cuando el odio le impidió callarse ahora que Narcissa parecía derrotada— ¡Tu deberías defenderlo! —Le reprocho.

— No sé qué te hace pensar que no lo hago —movió su mano y Harry frenó.

Se quedó tan quieto que tanto Kingsley como Ron casi lo tiran al piso. Una sonrisa débil se posó en sus labios. La varita de Narcissa, con la que seguro intentó atacarlo, se encontraba en poder de Parkinson.

Las dos brujas se volvieron de repente y fue McGonagall la que hablo. Harry supo que Pansy había traspasado ese límite infranqueable para la directora, pero Harry, por primera, vez amo a la morocha.

Finite incantatem —murmuró McGonagall con voz peligrosamente baja.

El cuerpo de Narcissa reaccionó de golpe y clavo sus atormentados ojos en la morocha.

Ya libre de todo agarre Harry sujeto su barita, dispuesto a defender a Parkinson, si lo tenía que hacer, pero sea lo que sea que Narcissa tenía en mente, quedo allí, pues no se movió ni un ápice.

—Potter, Parkinson —dijo la directora tan sería que Harry sintió un escalofrío, pues nunca le había hablado en ese tono y solo Merlín sabía que podía significar esto— Están castigados, lo que queda de año. No más salidas a Hosmigd. No vuelva ni a soñar con el Quidditch señor Potter, porque también ahí lo voy a vetar de esa actividad. No seguirá siendo una prefecta Parkinson. —añadió con el mismo tono implacable— Ninguno tiene autorización para hacer nada que no esté mínimamente relacionado con el señor Malfoy. Y si algo como esto se vuelve a repetir. Sepan que serán expulsados.

Parkinson le dirigió una mirada arrogante y asintió. No más Quidditch. Harry quiso reír. No lo había dejado a principio de año, ese era castigo más idiota... Miro de costado a McGonagall, claro que ella sabía que él no jugaba. Y ya que lo pensaba, Parkinson, no era prefecta. No lo era desde su original séptimo año, menos lo fue en octavo. La verdad, es que no recibieron castigos. Era una mujer astuta. Narcissa no podía saber aquello, y esa era la forma de decirles que entendía aquello, pero no iba a permitirlo. Las salidas, y las actividades extra, eran su castigo original, y uno que molestaba. Quedaba medio año escolar, muchas salidas, a decir verdad.

— Porque no hacemos el favor de comenzar. La señora Malfoy —dijo McGonagall mirándolo con una advertencia— pidió venir explícitamente a esta reunión. Ella no cree que tú, Potter, te pelearas con Malfoy. Así que, quiere saber que le paso a su hijo. —Antes de que pudiera abrir la boca, McGonagall volvió a callarlo con una mirada— Juró mantener lo que escuchara en silencio y visto que le gritaste la mitad, no veo el caso a no decrile de forma más civilizada el resto. —añadió duramente.

El apretón de Ron le impidió decir una palabra. Su amigo le lanzó una mirada reprobatoria y Harry se mantuvo firme. Con el agrio pensamiento que Ron estaba copiando a la perfección la expresión de su novia.

—Poppy, te escúchamos.

—Bueno las heridas de Draco, pudieron ser mortales, si Potter hubiera tardado cinco minutos más en hallarlo, hubiera muerto. No producto de los cortes, más bien de la pérdida de sangre.

Narcissa gimió escondiendo la cara detrás de las manos. Intercambio una mirada con la Slytherin y supo que los dos pensaron lo mismo. Ojala te mueras, perra. Harry no es que se sintiera orgulloso, pero tampoco sabía como eliminar de su sistema aquellos sentimientos. Estaba sencillamente harto de que siempre algo malo pasara, de que nada saliera como correspondía, de que lastimaran a las personas sin consecuencias, sin nada.

—Sin embargo, lo más preocupante, es su psique. Draco es un joven fuerte e inteligente. Él sabía que pasaba si seguía, y siguió. No quiere hablar al respecto, lo que solo empeora su condición. Pero obligarlo, sería contraproducente.

— Quiero verlo —dijo Narcissa irguiéndose.

— Señora Malfoy —llamo Pansy mirándola con repulsión— Eso solo lo empeorará.

— Me temo que la señorita Parkinson tiene razón —corroboró Pomfrey, mirando de lado a Narcissa

— Es mi hijo. —Se quejó ultrajada.

— Bonito trabajo hizo —todos se quedaron callados al escuchar la voz de Ron.

Parkinson lo miró a Harry incrédula y Harry miró a su vez a Ron, igual de incrédulo.

— Perdón —dijo su amigo sin sentirlo en absoluto— ¿Acaso me equivoco? Son los peores padres que vi en mi vida.

— ¡Tu maldito traidor...! —Escupió Narcissa con el rostro inyectado de asco.

— ¡Señora Malfoy! —Le llamo Kingsley de golpe— Mucho cuidado.

Un ligero silencio se extendió por todos expectantes. Narcissa seguía desarmada, nadie había obligado a Parkinson a devolverle su barita. Pero Harry sabía que no se subestima a un rival, nunca.

— ¿Para qué me dejó venir McGonagall? —Dijo mirándo a la directora con odio— ¿Para dejar que sus alumnos me faltarán el respeto?

— Señora Malfoy, creo que ya establecimos que usted pidió asistir. Y yo ya castigue a mis alumnos. Ahora, ¿usted tiene algo para decir? ¿Podría decirnos un motivo por el cual su hijo, querría suicidarse en los baños de mi escuela?

Harry vio con satisfacción como el perfecto rostro de Narcissa se volvía a derrumbar. Ella sabía muy bien que podía motivar a Draco de aquella forma, sus ojos volvieron a conectar con los de Parkinson, y con sorpresa, volvió a descubrir que compartían pensamientos.

Era un poco extraño, pero se sentía bien. Paso la mitad de la noche pensando en las palabras de Hermione. Llegó a unas cuantas certezas. Primero, no estaba ni de lejos enamorado. Algo que lo había asustado, pero le interesaba Malfoy. Podía incluso llegar a conectar con él. La segunda, había reconocido que le atraía. Otra batalla interna se desató dentro de él, pero Draco estaba muy bien. Era hermoso, no había discusión. ¿Estaba mal aquello? No, para nada. Harry tenía ojos y Malfoy era digno de admirar. Tercera, lo iba a ayudar. Draco no se merecía lo que le paso y más allá de la culpa, para Harry era muy importante detener a cualquiera que se creyera con el poder para someter a alguien.

— Voy a llevármelo —respondió Narcissa echando los hombros hacía atrás.

— Me temo que usted, no puede tocar a mi alumno —dijo McGonagall con una media sonrisa de suficiencia.

— Es mi hijo Minerva, y hago con él lo que quiera.

Hermione, a su lado, dio un respingo ante las frialdad con la que entonó esas palabras.

— No lo dudo —respondió con mirada peligrosa— Pero, Kingsley, podría explicarle que, mientras esté en mi colegio, yo decido sobre lo que es mejor o no para él.

— Correcto —dijo Kingsley con su habitual porte, calmado y firme— Ya hablamos con San Mugo, Draco se encuentra muy débil y ellos coinciden, cualquier intento de traslado sería perjudicial.

— Ustedes no saben con quien se están metiendo —los amenazó

— Si tiene problemas con esto —contraatacó McGonagall— Por favor, llame a la señora Weasley, la nueva directora de la junta de padres. Ella encantada la va a ayudar en lo que quiera.

La cara de Narcissa mutó por una diabólica, se acercó a Pansy y le arrebató su varita con fuerza antes de antes de salir pegando un portazo ensordecedor.

— Vieja bruja —masculló Ron
— ¡Señor Weasley! —le reprendió McGonagall— Bueno, ahora podemos avanzar. Primero, vamos a aclarar un par de cuestiones. Todos, y me refiero a todos, estamos de acuerdo que hay que ayudar a Draco. ¿Bien? Ninguno de nosotros tres, queremos que eso dos vuelvan a poner sus garras en él, por lo que, apreciaría que tanto usted, señor Potter, como usted señorita Parkinson, dejarán de insinuar eso.

Harry y Pansy solo asistieron.

— Lo segundo, Kingsley, por favor.

El mago asintió y se paró frente a ellos.

— Las leyes son claras, no podemos meternos en la intimidad de las familias.

— Esas leyes son una basura —dijo Hermione a boca jarro y Pansy se río

— Lo son —aceptó Kingsley— Pero no por ello menos válidas. Estoy trabajando en un proyecto, voy a intentar abolir esto, y podría ser este el caso que usemos como caso testigo, pero me temo que va a tardar en consolidarse.

— Draco no va a mover un solo dedo contra Lucius —sentenció Pansy.— Y yo le prometí no ayudarlos.

Harry la miro y antes de que pudiera decir nada Hermione intervino.

— Eso esta bien, él tiene que saber que puede confiar en ti.

— Correcto. Pero eso no quiere decir que me interponga. Yo ya cumplí. No voy a declarar, no voy a decirles como Lucius lo lastimó y menos voy a decirles las cosas que obligó a Draco a hacer en la guerra. —dirigiéndose a la puerta freno antes de salir— Pero espero que logren alejarlo de ese bastardo.

Harry quería odiarla, pero no podía. Él nunca rompería una promesa que le hiciera a Ron o Hermione. A costo personal, por más que los destruya. Eran amigos, se debían esa lealtad.

Se adelantó y la sujetó del brazo.

— Yo nunca voy a dejar que Lucius se le vuelva a acercar —trago cuando los ojos azules se clavaron él.

— No hagas promesas imposibles Potter. Tú no sabes lo decidido que puede ser Draco.

— Y tú sabes que yo lo soy más. No va a volver a poner sus manos en él, mucho menos su varita.

— Ojala lo logres. —Bajando la voz ella se acercó para susurrarle algo— Draco no va a resistir un encuentro más Potter. Lucius rompió algo dentro de él.

Harry asintió con determinación. Aquello no era un juego, y ella sabía lo que decía. Lo conocía como Harry nunca pudo, o quiso, y no iba a contradecirla.

Cuando volvió el cuerpo, todos los adultos lo miraban interesados, pero Ron y Hermione solo con paciencia. Sabían que Harry iba a informarlos de lo que sea que hablo con Pansy. Sonrió sin poder evitarlo. Tenía los mejores amigos que pudo alguna vez desear. Firmes con él y no sólo por seguirlo. Así Ron odiara a Malfoy, no podía concebir que incluso uno de sus enemigos viviera así.

— Bien, Potter. Usted manifestó que se va a quedar aquí en las vacaciones

— Si Directora.

— ¿Weasley, Granger?

— Yo no —dijo Ron— me... Me necesitan en casa esta navidad.

— Por supuesto.

— Yo tampoco, me gustaría volver, pero me preguntaba... sí… puedo ayudar con esa ley. —Vio cómo se amiga se apretaba las manos ansiosa— No puedo ayudar a Draco de ninguna otra forma. Pero eso sí puedo hacerlo. Recaudar pruebas, hacer informes... Lo que sea.

— Contábamos con ello —le respondió Kingsley con una sonrisa confiada.

— ¿Poppy?

— Potter, asumiendo que usted es el que va a intentar convencer al joven Malfoy, creo que necesita saber unas cosas. No puede obligarlo a hablar. Sea paciente, ganase su confianza. Deje que se abra solo. Si lo apremia, puede lograr el resultado inverso. Si consigue filtrarse por debajo de ese muro, lo siguiente es dejar que Draco se sienta seguro, que sepa que tiene quien lo ayude y que estamos más que dispuestos a pelear por él. Déjele saber que está en un lugar seguro donde no le vamos a hacer daño. Donde es libre de hacer y decir lo que quiera.

Harry dejó su mente vagar en los consejos de la enfermera. Él sabía de sobra como tratar con Malfoy, y dejarlo solo no era la mejor opción. Iba a darle la derecha y probar, pero la noche anterior comprobó que Draco seguía respondiendo a sus peleas.

Sentado en el cómo sillón de la sala común charló con Ron y Hermione estrategias, los tres coincidieron empezar con cosas suaves. Ron propuso Quidditch y escobas, Hermione pociones y runas, pero Harry era pésimo en las dos y ella le recordó que aquello siempre solía animar a Draco. Por su parte, Harry decidió que lo mejor sería jugar ajedrez mágico y comidas. Temas tan banales que iban a hacer que Draco se cansara rápido y fueran al tema principal.

Con un plan de acción, Harry se tomó su chocolate y deseó poder cumplir su promesa.

 


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