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El buen Hijo por LalaDigon

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Harry iba camino a la dirección rumiando su malestar. No podía seguir viendo a sus compañeros jugar al Quidditch y él quedarse en las gradas como un simple espectador. Tenía que encontrar la forma de que McGonagall lo dejara jugar o iba a enloquecer. Entendía que el reglamento era claro y que solo los alumnos de segundo a séptimo eran los que podían jugar; pero el caso era que todos los de octavo año eran especiales y no era justo que los excluyeran. Ninguno había podido tener un séptimo año aceptable y ni hablar los que, como él, ni siquiera se habían presentado.

Parado frente a la gárgola, justo antes de abrir la boca para decir la contraseña, un chillido llegó a sus oídos. Tan desesperado como enojado era el lamento, que lo empujó a murmurar despacio la contraseña y escabullirse al lado de la puerta para escuchar. Harry sabía que ser un metiche era malo, pero no pudo evitar el impulso luego de sentir la piel de su vello erizarse completamente.

Desde aquella posición la voz de la joven se oía limpiamente y reconoció que era Pansy Parkinson con solo echarle una rápida mirada.

... no lo entiende —estalló— Draco desapareció.

Mire señorita Parkinson, yo entiendo que se preocupe. Pero ya le expliqué que el joven Malfoy no podría irse del colegio, así lo intentara.

Por favor —gimió y Harry clavó los ojos sorprendió en la madera.

Escuchar a un Slytherin suplicar no era algo que uno veía seguido.

Usted no entiende. No me preocupa que pueda salir del colegio... Draco, él está mal. Muy mal.

¿Porque no se explica mejor? —pidió amablemente la directora.

Yo... No tenemos tiempo, Lucius le mandó una carta —dijo sonando molesta— Draco no puede más.

Discúlpeme señorita Parkinson pero no...

Draco lo odia, eso pasa. La mierda de Lucius lo tiene de casi de rehén. —se explicó rápidamente— Draco lo odia, desde siempre —aclaró— y... y después de la guerra... —su voz se fue apagando hasta quedar en silencio.

No quería admitir que pese que aquello sonaba a mentira por todos lados, aun así, la impaciencia lo asaltó. Sabía que todo podía ser un truco para manipular a la directora, pero... Pansy no era tan buena actriz y siendo francos ningún Slytherin llegaría tan lejos como para suplicar.

No puedo ayudarla si no entiendo qué pasa aquí —le explicó su directora y Harry pudo escucharla ligeramente afectada. Pansy soltó un gruñido exasperado antes de volver a hablar.

¿Que quiere saber? —masculló con odio— Todos decidieron que como Potter considera que Draco no vale la pena, es una escoria. Nadie siquiera presto atención en su declaración en el juicio.

Ese tono... —empezó a advertirle McGonagall, pero Pansy la cortó abruptamente.

¿Qué mi tono le molesta? —preguntó con cinismo— Bien. Échame. Expúlseme. Colegio de mierda —refunfuñó molesta.

¡Parkinson! —gritó enojada la directora.

Un cuerno. —le espetó furiosa la morocha— Usted es como Dumbledore. No le importa nada que no sea su niñito dorado. —dio un respingo al escuchar esas palabras incómodo— El cual se encuentra muy bien. —aclaró con sorna— ¿Pero acaso usted notó que Draco está cada día peor? ¿Que no come, que todo le da lo mismo?

Esperó a que McGonagall se defendiera, o la reprendiera por su tono tan hostil al menos, pero solo el silencio llegó a sus oídos.

Veo que no tiene nada que decir —dijo con arrogancia— Es como yo dije, ¿sabe? Potter volvió a decidir qué Draco valía mierda y todos se alinearon detrás de él.

¿Que necesita? —preguntó la directora mortalmente seria.

—Encontrarlo —dijo volviendo a un tono suplicante que a Harry le incomodaba— Draco está en el límite. Ya no lo reconozco. Sus compañeros... dicen que hoy se despertó y que parecía catatónico. No habló en toda la mañana, falto a clases. Draco no hace eso. Pero no podemos encontrarlo.

Ruidos de pasos llegaron amortiguados por la puerta y Harry esperó incrédulo. Esperaba que McGonagall no cayeran en aquellas patrañas. Era todo un plan para consagrar de víctima a Malfoy. No le sentó bien esa nueva posición de escoria y ahora habían tramado (entre todos) aquello para que se preocuparan y dejarán de meterse con él.

No había un solo día en los pasillos en que alguien no lo burlara, lo insultara o que, cada unas cuantas semanas, le echaran algún que otro maleficio. Hermione y Neville no estaban felices, pero eran los únicos dos en todo el colegio, sacando a su vieja pandilla claro.

A él le daba igual. Era hora de que Malfoy tomará de su propia medicina. No sabía porque, pero cada vez que lo veía se sentía tan decepcionado que le molestaba verlo. Siempre esperó más de Draco. A saber, porque si siempre fue el mierdecilla que todos veían. Pero una parte de él esperaba que plantara la cara en algún momento de la guerra y las únicas dos oportunidades donde lo hizo, fue más miedo que valor.

Se acobardo con Dumbledore y en la mansión, sabría él a qué le temía, pero no había sido precisamente un acto heroico. Así se lo había dejado saber. La sonrisa agradecida de Malfoy lo enfermo, su estómago se había retorcido amenazando con devolver su desayuno y se obligó a borrársela de la cara.

¿Dónde puede estar? —preguntó la directora y Harry quiso rodó los ojos al escuchar la urgencia en su voz.

No sé, busque en la biblioteca, pociones, la sala común, su habitación... El bosque, los invernaderos. No está. —Harry se permitió un momento de duda al escuchar el temblor en su voz. Algo le decía que en verdad no podía ser tan buena actriz— campo de Quidditch, vestuarios, lechucería nada. Nada. —gimió y esa vez era palpable la angustia.

Seamos francas señorita Parkinson. —dijo McGonagall con resolución por primera vez. Algo que agradeció, aquella farsa debía acabar— ¿Qué es lo peor que puede pasar?

Él puede querer hacer alguna... idiotez —el murmullo llegó entrecortado y tuvo que pegar la oreja a la puerta cuando un sonido amortiguado le impidió oír con claridad.

Bien —dijo McGonagall— Vamos a buscarlo. Ahora mismo voy a llamar a los docentes y empezaremos una búsqueda conjunta. Haga una lista de quienes pueden saber dónde esté y otra de quienes lo vieron hoy. Señorita Parkinson... —un largo silencio se instaló entre ambas y Harry sospechó que la directora iba a amenazarla con algún castigo si resultaba ser una treta— ¿Estamos hablando de que el joven Malfoy podría atentar contra la vida de otro estudiante? Alguno que lo haya molestado...

Mire directora —dijo Pansy soltando una risa que le erizó todos los bellos del cuerpo— Draco jamás tocó a nadie, no por propia voluntad...

¿Qué quiere decir? —Harry está seguro de que había lágrimas en los ojos de su directora y un sentimiento corrosivo se instaló en su interior.

No quería dejarse arrastrar por la desesperación que Pansy intentaba trasmitir, pero al igual que su directora, aquellas palabras lo dejaron algo turbado. En el mundo mágico esas palabras cargaban un significado. Mucho más después de la guerra.

Quiere decir... que Draco sabe mejor que nadie lo bien que se le da a Lucius la maldición Imperius.

Harry se encontraba corriendo lejos de allí repitiendo esas malditas palabras.

Se quería patear a sí mismo, había creído las lúgubres palabras finales de Parkinson y su instinto muy pocas veces le fallaba. Había algo en su tono sombrío y desolado que le decía que ella no metía. Y si aquello era cierto...

—No puede serlo —dijo entre dientes mientras corría desaforado.

Había solo dos lugares donde Draco se escondía por general. Uno de ellos se había prendido fuego y el otro le traía a él tan malos recuerdos como creía que al mismo Malfoy, pero era la única opción.

Después de todo, Harry también solía esconderse allí. Cuando todo se volvía mucho para él, cuando lo abrumaba la atención desmedida que recibía, cuando Ginny se cansó de él y sus vueltas y lo dejó. La noche en que beso a un hombre por primera vez, también huyó allí. Cuando se peleó con Hermione porque se rio descaradamente el día que Seamus explotó el caldero de Malfoy, la tarde que Ron y él hablaron de su primera vez y Harry mintió descaradamente, manchando con su vergüenza y su mentira, a una pobre chica de Hufflepuff.

No le extrañaría que el mismo Draco usará aquel lugar de escondite. Después de todo, ese era el lugar donde escondían sus miserias. Draco la vergüenza de haber estado tan asustado que incluso llegó a llorar del miedo y Harry su crueldad.

Derrapó en la puerta y tuvo que sujetarse al marco para evitar caer de bruces contra el piso. Un sentimiento de déjà vu se apoderó de él. La puerta entornada no era un buen presagio, y teniendo en cuenta anteriores experiencias peor, pero se obligó a no dejar que su mente vagara por aquellos recuerdos.

Con cuidado y algo de miedo, empujó la puerta con la puntera de sus gastados zapatos. La escena era tan surrealista que por unos segundos se permitió creer que estaba soñando. Un sueño cruel y retorcido, pero un sueño. En alguna parte del Castillo —por seguro su cama— se encontraba durmiendo y lo que sus ojos veían era una proyección supremamente realista de Malfoy.

—¿Qué Potter? —murmuró el rubio arrastrando las palabras congelándolo en su lugar.

Draco alargaba las vocales y no parecía tener mucho —por no decir nada— de estabilidad. Estaba parado de frente al espejo, tan bañado de sangre que costaba creer que toda fuera solo suya. Pero, por la forma en que sus párpados se abrían y cerraban —con tanto esfuerzo que dos líneas se marcaban en su frente— y el tambaleo horripilante de sus hombros cualquier duda moría.

Harry seguía necesitando creer que aquella era una asquerosa pesadilla, pero no alcanzaba a poder hacer nada por él mismo no cuando podía ver los profundos y escalofriantemente prolijos cortes. Tres en el brazo y cuatro en el pecho y abdomen.

—Ya no soy un cobarde —le dijo con una suficiencia que le heló las venas— ¿No es cierto, Potter?.

Harry no pudo evitar ver la esperanza surcar su rostro. El rubio parecía querer confirmación, suya por sobre todas, pero no tenía palabras. Estaba superado. Y bien mirado, así hubiera tenido las palabras que Draco le pedía, estas no hubieran podido atravesar el gran y doloroso nudo que tenía allí alojado.

—Los cobardes —se explicó Draco tambaleándose peligrosamente—, dejan que otros hagan esto.

Harry dio un respingo y dejó de mirar la carne abierta tras esas palabras. Su mirada vagó por su cuerpo hasta su rostro y contuvo el impulso de retroceder en respuesta a lo que su reflejo le dio. Los ojos de Draco se clavaron en los suyos hipnotizándolo, adentrándolo en la mente de un loco, porque Harry sabía que nadie más que el mismo Draco se había hecho aquello a sí mismo.

—Como yo en sexto. Deje que me hicieras esto... —sonrió burlonamente, señalando de forma vaga su tórax— Tendría que haber sido mi varita la que lo hiciera, pero entonces era un cobarde. —se rio suavemente.

Harry al fin si podía sentir el ataque de histeria forjarse en su interior. Su respiración se precipitó y un dolor agudo le descompuso el estómago. No podía con aquello.

—Ahora lo hice yo. Y un... cobarde no podría ¿No? —insistió dado su silencio.

— No Draco. No podría —le confirmo cuando vio la angustia angelar su mirada.

Después de sus palabras, Draco le volvió a dedicar aquella sonrisa llena de gratitud y Harry supo que hubiera dado de buen gusto su varita por un giratiempo para poder volver a aquel día en el ministerio y tragarse sus palabras tan injustas e hirientes.

—Bien —susurró antes de volver a parpadear (o intentarlo), solo que esa vez no pudo volver a abrir los ojos.

Desde su lugar, Harry vio horrorizado cómo sus largas piernas cedían y se lanzó sobre él. Atajó su cabeza solo un milímetro del suelo mirando los cortes con repulsión e hizo lo único que se le ocurrió mientras la terrible familiaridad con la situación lo rodeó. Harry se sacó su capa e intentó desesperado cubrir sus heridas y frenar el sangrado mientras que un ciervo trotó por el castillo hasta llegar a la enfermería.

Cuando Pomfrey entró en el baño —cargada con lo más vital— se encontró con un charco de sangre, con un Harry catatónico y a Draco descansando, seguramente inconsciente, sobre su regazo.

La enfermera no podía creer lo que sus ojos veían, pero el penetrante olor de la sangre y los jadeos bajos que soltaban los chicos desde el suelo no podían ser una ilusión.

—Se desangra —le susurró sin mirarla, solo concentrado en la forma en la que una mano ensangrentada se aferraba a la suya— Haga algo por favor —añadió con la voz rasposa y casi muera, retirándole la capa de un golpe, para que ella pudiera ver las heridas del joven rubio.

Pomfrey soltó un gemido ahogado, retrocedió un paso por la impresión de tal carnicería, pero Harry ni se inmutó. El morocho tenía los ojos puestos en su mano que sostenía la de Draco y la inconsistencia en ese contacto tan cordial hizo que la enfermera despertara poniéndose en marcha. Tenía un alumno que salvar. 

 


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