Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El fuego de un Mortifago. por LalaDigon

[Reviews - 8]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Los pasillos estaban desiertos, no es que Draco esperará otra cosa, después de todo, era cerca de la media noche. Los prefectos ya se habían retirado y los profesores solo vagaban por los principales pasillos, no por donde él iba. Ese año llegó a recorrer más del Castillo, que en sus anteriores cinco años juntos.

El primer desafío con el que se enfrentó fue dar con esa caprichosa sala. Tenía una ligera idea de dónde podía estar, pero encontrar lo que buscaba le tomó un poco más tiempo del que creyó. Los primeros intentos fueron frustrantes. Hasta que apareció frente a él la sala en la que todo se pierde, apareció un baño, una cama y, entre otras cosas de lo más bizarras, un espejo embrujado, sin dudas. Uno que lo asustó tanto que agradeció nunca más volver a verlo.

Se había interiorizado cuanto pudo, pero repararlo no era para nada fácil. La teoría y la práctica eran dos cosas diametralmente opuestas en aquella ocasión. Caprichoso, temperamental, orgulloso, hacia lo que quería y no se le escapaba el detalle de que era muy parecido a él. Por eso supo que lo iba a lograr, solo le tomaría tiempo y paciencia, necesitaría astucia y determinación, pero lo podría hacer.

Crabbe y Goyle sospechaban. Eran dos idiotas, pero conocían sus habilidades. Sabían que Draco no era ningún inepto, entonces ¿por qué tardaba tanto? Jamás lo iba a decir y ponía cuidado de no dejar rastros ni en su mente ni en sus acciones de lo que tramaba, pero él sabía que Dumbledore estaba haciendo algo. Se veía con Potter en secreto, salía del colegio poniéndole una diana en la puerta, el viejo tramaba algo. Algo contra el Lord, porque apostaba todo a que ese era el único motivo por el que dejaría sin protección a la escuela, y Draco no iba a desbaratar sus planes. Le estaba dando tiempo, esa era su silenciosa pelea. Estaba bastante seguro que era cosa de un día, dos con lo mucho, de trabajo y ya lo iba a reparar, así que cuando llegó a ese punto de no retorno, empezó a dilatar cuánto pudo ese momento.

Un reloj mortal pendía sobre su cabeza, y el tiempo se estaba agotando. No iba a poder dilatar por siempre toda esa situación y lo sabía. Su madre lo apremiaba en sus cartas, le recordaba que su padre moraba en Azkaban a la espera que Draco tuviera éxito y ese era el segundo incentivo que tenía para demorar el dichoso arreglo.

Ese era el segundo motivo, y por qué no, uno de los más importantes por el que dejaba pasar el tiempo. Quería que su padre pagara, quería que sufriera en Azkaban, que padeciera la vergüenza y la ira que él tuvo que soportar. No era un trol, sabía que fue por él que le ofrecieron ser un Mortífago, para que pagara por su incompetencia. Si hubiera usado su cerebro y no hubiera sobreestimado la valía de Potter, él jamás hubiera sido llevado frente al Lord para ser marcado. Hacia un tiempo sabía que no era tenido en cuenta y que no lo iba a ser en ningún futuro. Sí, fue tan idiota para ofenderse por ello, pero Potter le había enseñado hasta el hastío que era más que capaz de recuperarse de ese tipo de males. Pero no, su padre peco de arrogante y ahora los dos pagaban las consecuencias. Los tres, si contaba el débil estado en que su madre se encontraba desde que tomó la marca. Cuatro en realidad. Cuatro si

tenía en cuenta la mirada que le echó Snape a través del círculo cuando se levantó la manga izquierda de su camisa.

Por mucho que Draco fuera sumergido en sus pensamientos, no le sorprendió toparse con Potter cuando dobló por el pasillo. Una desagradable cosa se extendió por su abdomen y el palpitante dolor en el pecho la calmo. Sabía que pasaría, una parte de su mente vivía alerta, expectante. Luego de sus jueguitos en los baños no se habían vuelto a cruzar y cada día que pasaba Draco sabía que era un día más cerca de ese momento.

Ahí estaba, recargada agenda contra la vieja pared mirando sus desgastados zapatos. Nadie diría que el salvador del mundo mágico se vestía peor que un squib. No sabía mucho de los muggles, pero sabía lo suficiente de sus ropas para saber que podía hacerlo mejor, si quisiera. Y ese era el punto con Potter, le importaba tres carajos verse aceptable. Pasaba por un pobretón más y no se daba cuenta que cuidando un poco más su imagen, podría lograr mil cosas más. ¿Quién se iba a parar a escuchar lo que un pulgoso, que bestia tres talles más, pudiera decir? Punto para él, así lograba más. Hasta que se daban cuenta que detrás de esas feas gafas se ocultaba un cerebro más que astuto ya era demasiado tarde. Claro que todo eso pasaba de casualidad. No era una estrategia fríamente pensada, no era una acción digna de los de su casa, una distracción perfecta y estudiada a la perfección. Era un desaliñado por gusto y elección que casualmente tenía suerte.

Había dedicado unas pocas horas de su tiempo pensando cómo sería ese encuentro. Después de todo, la última vez que lo tuvo frente a frente, terminó con unas necesarias vacaciones en la enfermería para él. Supuso que iba a sentir un poco de temor, algo parecido al odio, pero fue solo el mismo abrumador calor lo que sintió. Su corazón palpitando desesperado contra su pecho, humillante y absurdo.

Si le preguntaban, Draco diría que la vida era injusta y que, a grandes rasgos, una puta paradoja tras otra. De aquello que más te querías alejar, era a lo que más te acercabas. Cuanta más fuerzas y empeño ponías en hacer las cosas bien, peor te salían. Potter qué era lo más parecido a un enemigo y antítesis personal, era todo lo que Draco deseaba ser, y todo cuanto anhelaba tener. ¿Su odio y su aberración? Habían muerto hacía tiempo. ¿La paradoja de su vida? Mientras más asquerosamente muggle y Gryffindor se portaba, más lo deseaba. Sus incorrectos modales le atraían. Al principio como quien va a ver el circo, o el que va a ver una grotesca obra de teatro. Pero irónicamente fue eso lo que con el tiempo empezó a cautivarlo.

En el mejor de los casos, solo estaba cachondo. En el peor, se había enamorado. Y Draco sabía que su suerte no llegaba tan lejos como para que aquello solo fuera un arranqué hormonal. No, Draco sabía que eso que ponía en jaque a su rey no era algo que pudiera achacarle a un desequilibrio hormonal, no era así de afortunado. Llegaba muy dentro de él aquella enfermedad llamada Harry James Potter como para ser algo insignificante que pudiera borrarse con dos o tres polvazos. Uno sin dudas y por cualquiera que fuera la maldición que caía sobre él, jamás sería sufriente.

No ayudó en nada que la pubertad le diera una cachetada a sus sentidos. Potter había crecido sus buenos centímetros, su redonda cara había adquirido formas más angulosas y filosas. Sus ojos se oscurecieron, sus labios se rellenaron, su pelo había adquirido el estilo: acabo de tener sexo y parecía no ser consciente de cuántas veces al día intentaba domarlo con movimientos inconscientes.

Lamentablemente, los problemas de Draco emergían del cuello hacia abajo. El uniforme de Quidditch le quedaba tan, pero tan bien, que Draco tuvo que dejar de jugar ese año. Un

desagradable hilo de baba caía por su mentón cuando el elegido se paseaba frente a él con su uniforme. El mismo diablo tenía que haber diseñado su vestimenta: todo apretado y con cuero. No, Draco no podía concentrarse. El suéter rojo pegado a su pecho marcaba lo amplio y bien torneado que estaba. Sus bíceps, que ahora tenía, eran francamente deseables. Draco incluso soñó que los lamía. Desagradable. Su estrecha cintura daba paso a sus estrechas caderas y ahí era donde la cosa se volvía alarmante. Algún alma despiadada decidió que las mallas del equipo de Gryffindor fueran blancas. ¿Había otra forma de resaltar el mejor trasero de todo el colegio? No, no la había. El precioso y respingón trasero de Potter sobresalía como una jodida y apetitosa manzana cuando se daba vuelta; Y si por lo menos de frente no se ajustará tanto, Draco tendría dónde posar sus ojos, pero no. El cabrón y sus putas erecciones después de volar eran igual de atrayentes. Aparte de los obvios motivos, su falta de tiempo, Draco tuvo que renunciar a verlo con esa vestimenta a riesgo de padecer un ataque cardíaco.

Podría correr, pero no esconderse. Ese era uno de los pocos dichos muggle que en verdad le gustaban, casi hablaba de él y su jodida vida. Podría intentarlo con fuerza y esmero, pero todo lo alcanzaba tarde que temprano, todas las jodidas decisiones que tomó en esos años volvían para morder; Así que, como no podía ser de otra forma, ahí estaba. Su sentencia de muerte parada frente a él, perdido en sus pensamientos. Draco daría su fortuna por saber cuáles eran, pero no dijo o hizo nada, siguió caminando despreocupado. Seguro que Potter iba a disculparse. Soltar un sin fin de chorradas. Le valían. Draco agradeció que todo saliera de esa forma. Había osado usar la Cruciatus en él, y la verdad es que de haberlo logrado, se parecería mucho a cualquiera de sus elfos. Se habría mutilado la mano. Era inexcusable. Fue inexcusable. Y Potter lo había castigado como se merecía. Fin de la maldita discusión.

—Potter —lo llamó cuando era evidente que el otro lo había escuchado.

No estaba zapateando, pero tampoco era un fantasma. Hacia ruido al caminar como cualquier mortal. Quizás fuera un poco más sigiloso que la media, pero no tanto como para creer que no lo había escuchado antes de que doblara a la esquina.

—Malfoy —respondió inclinando la cabeza como saludo.

Draco compuso una mueca de desagrado. ¿Desde cuándo eran formales? Odiaba todo aquello. Quería poder terminar con su trabajo y desaparecer fingiendo que no sentía cómo su corazón se partía más y más a cada maldito momento. Extrañaba muchísimo no sentir, ser inmune a sus emociones. Se había vuelto débil, predecible. Tenía un jodido blanco y le molestaba tanto como le preocupaba, donde alguien se enterara que no era el odio lo que lo forzaba a correr la vista de la mirada verde y asqueada era hombre muerto.

— ¿Qué quieres Potter? —lo increpó aceptando que si no era él, ninguno daría el primer paso— ¿Viniste a terminar tu trabajo?

Sonrió de lado y vio cómo el rostro de Potter se derrumbaba. Una furia fría rugió al instante dentro de él. Madura Draco se retó sintiendo como el malestar crecía hasta amargar con su sabor su boca. Se odiaba por lastimarlo adrede, pero era lo que tenía que hacerse y él debía dejar de llorar por eso. Maldición, si no le gustaba, o bueno vaya que pena tan grande, peor sería morir por ser un maldito traidor.

—Perdón —murmuró el moreno mirando sus pies, volviéndose la personificación de la pena y el remordimiento.

Draco se obligó a mantener la postura. Se obligó a cerrar la mano que pica por tocarlo y acunar su mejilla haciendo que lo mirara a los ojos para poder decirle muy cerca de sus labios que sonriera para él como hacía para la maldita sangre sucia o cualquiera de las comadrejas. Rogó en silencio por que su corazón no se retorciera más viéndolo sufrir, rogó por un poco de paz.

—Ahórratelo Potter. Lo hecho, hecho está. —su tono era rudo, más rudo de lo que había pretendido, pero un nudo en su garganta amenazaba con impedirle el habla— ¿Qué quieres?

—Yo... —sus verdes ojos golpearon a Draco cuando los alzó de improvisto y los clavó mortalmente en él— Yo quiero hablar contigo —balbuceo parpadeando patéticamente.

—Bien, ya lo hicimos. Agradable charla. Deberíamos repetir. —soltó con cinismo rodando los ojos, aquello era estúpido. No había nada de qué hablar— Pero si me disculpas, tengo asuntos de los que encargarme.

Potter abrió la boca y la cerró con fuerza. Había perdido todo sentido fingir que los dos no sabían lo que el otro tramaba. Potter sabía de sobra que él tenía una misión y Draco que Potter quería detenerlo. Mientras no tuviera idea, y Draco estaba seguro que eso era así, no había porqué volver a ser dos salvajes.

—Me refería a hablar de otro asunto —se rectificó enderezándose, regalándole una bella vista de su pecho en el proceso.

Draco obligó a su descarriada mente a centrarse. Había algo en la actitud de Potter que alzó todas sus defensas. Perderse en sus débiles pensamientos no era opción.

—Los temas para hablar se nos agotaron después del saludo Potter —marcó fríamente.

Draco intentó avanzar pero el morocho se despegó de la pared y dio unos pasos en su dirección. Alarmado se quedó quieto. Si Potter ponían a de sus inmensas manos en su cuerpo no iba a responder. Estaba así de cerca del límite de sus fuerzas. Todo el jodido año lo tuvo pendiente de su trasero, de arriba abajo, de aquí allá, acosándolo con ese par de ojos... Draco se imaginó mil veces cómo sería voltearse y atraparlo contra una de las paredes del castillo y lanzarse por su boca. Mil veces soñó con arrastrarlo dentro de la sala de Menesteres y follárselo lentamente, grabándose en él, dejando así fuera solo una huella física en él.

—Quiero que te pases a nuestro lado —dijo sin más preámbulos.

Draco no lo pudo evitar y soltó una carcajada. Cerró los ojos cuando sintió la risa crecer y crecer dentro de él. No había escuchado nada masa más divertido en... No sabía ya, no recordaba cuándo fue la última vez que escucho un chiste tan bueno. Rápidamente su mente lo situó en el gran comedor, sentado con la comadreja, con la sangre sucia y el idiota de Longbottom. Hilarante. Simplemente hilarante. Se vio dejando su casa, pasándose a Gryffindor, se vio enviado una lechuza a su madre diciéndole que se había pasado al bando de Potter, uniéndose a la Orden del fénix... para ese momento Draco sentía la risa brotar y brotar. Su mente se aligeró tanto que ya no pudo evitarlo y se inclinó un poco esperando que la molestia que le producía reírse como nunca en años pasara.

Después de un rato, cuando al fin pudo dejar de imaginarse cómo sería eso de pasearse de bando, jadeó profundamente en busca de aire y se mordió el labio inferior intentando calmarse.

—Potter —suspiró limpiando una lágrima que había saltado en el arrebató— Merlín Potter, hace tanto tiempo no me reía así. —posiblemente aquel comentario no fuera el más inteligente para soltar, pero era muy verdadero.

Miró al morocho suspirando por aire y descubrió que este lo miraba con los ojos abiertos y las mejillas sonrojadas. Su entrecejo ligeramente fruncido le daba un aspecto comestible, y la fiera que dormía en su interior se despertó ronroneando. El deseo de ramificó por su cuerpo y solo su pulido autocontrol le impidió sujetarlo por el cuello y besarlo.

Su madre le apodaba Dragón cuando chico, Draco estaba seguro que tenía uno dentro de él y el detonante era el morocho. Una fuerza animal lo atraía. Sus sentidos se afinan cuando Potter se le acerca, su olor lo desquicia. Por eso Draco no podía dejar de meterse con él. Le había tomado muy poco darse cuenta que prefería que lo odiara a que pasara de su persona. Su atención era su atención, buena o mala le daba lo mismo. Draco lo quería pendiente de él, persiguiéndolo. ¿Era un incordio? Era un incordio, pero le encantaba ver cómo dejaba a la comadreja mujer plantada solo para ir tras sus pasos.

— ¿Te-terminaste? —masculló Potter tartamudeando y Draco solo le sonrió más profundamente— Te estoy hablando enserio. Quiero que pelees de nuestro lado.

— ¿Perdiste la cordura? —inquirió cuando fue evidente que no estaba engañándolo.

Potter era tan transparente que incluso desde el primer segundo Draco supo que no mentía. Pero no tenía nada de sentido y sí mucha gracia. Tenía que haber una trampa, una que sus embobados sentidos no podían detectar. Potter no confiaba en él, no tenía por qué ofrecerle una alianza y sin dudas, no tenía nada que ofrecerle. Draco era el que poseía material de transacción, no a la inversa.

—No —se quejó ofendido Potter— Eres valioso —agregó y Draco sintió sus ojos abrirse desmedidamente. Oficialmente, el miedo le había jodido las neuronas— Llevo todo el año intentando saber qué tramas y no puedo averiguarlo. —se quejó frustrado corriendo la vista— Es obvio que estas detrás de lo que pasa aquí, pero de nuevo, no dejas un rastro que te incrimine. Estoy seguro Malfoy, seguro, de que eres un Mortífago —Draco apretó la mandíbula tensó. La voz de Potter iba adquiriendo un matiz histérico y él no sabía con qué iba a salir— Pero nadie parece creer que lo seas. Harry estás obsesionado; Harry que dices, ¿Malfoy?; No seas ridículo Harry. Yo no soy un ridículo y no deliro. —le aclaró con vehemencia volviendo a clavar esos ojos suyos en los se él— Pero de alguna forma, logras pasar desapercibido. Nadie se fija en ti, te infiltraste en el colegio sin que nadie sospechara nada. —sonrió cuando un retín de envidia se traslució en su mirada— Y eso, es un logro. Incluso lograste que duden de mi cordura, que yo mismo dude de mi cordura, segundo logró. Ahora, demostraste tu valía y quiero que pelees de mi lado.

Draco se esforzó por no sentirse orgulloso, lo intentó y falló miserablemente. Maldito fuera Potter. Quería pavonearse por el pasillo. Era más astuto que el hambre, sabía que decir para que Draco cayera.

— ¿Te volviste loco Potter?—sonrió pedante— ¿Al final todas esas caídas volando dieron sus frutos?

—Lo que me volví fue realista. —se explicó sin caer en su pulla— Tú tienes que luchar de mi lado si quiero ganar.

— ¿Qué te hace pensar que eso siquiera es una posibilidad para mí? —gruñó por lo bajo molesto con su arrogancia.

No debía dejar que lo afecte, debía él fastidiarlo, no dejarle ver su éxito en hurgar en su mente, pero el cuerpo parado a escasos pasos de él lo atraía sin remedio y no podía pensar con la claridad necesaria. Draco sentía que Potter era su puto centro de gravedad y el simplemente tenía que acercarse. Era una puta llama de vida a la que Draco no podía resistirse. Caminó unos pasos hacia él. Los ojos de Potter temblaron unos segundos; Sus mejillas se volvieron más rojas, pero Draco no frenó. Caminó lento y pausado hacia él. Cada centímetro que cerraba entre los dos, el aroma de Potter se volvía más fuerte y su cabeza se volvía más pesada.

Estaba cometiendo un error y él se había prometido no cometerlos más dejar que le marcaran la piel debía ser él último. Se juró no acercarse al elegido a menos que fuera de vital importancia que lo hiciera, sus defensas habían volado por los aires y Potter se había vuelto peligroso, muy peligroso. Lograba que su cabeza se desconectara, que se olvidara de la mierda que los rodeaba. Sus ojos lo hipnotizaban, Draco estaba perdido y caminaba feliz a la plancha de ejecución. Potter era su muerte, lo supo. Siempre lo supo. Una parte de él siempre se rehusó a obedecer sus estamentos y siempre lo necesitó, era muy chico cuando se dio cuenta que le hería más que el orgullo que Potter le fuera indiferente, Draco era muy chico cuando aprendió el significado de estar enamorado, fue aún más chico para entender que para amar hay que ser valiente y por eso huyó de ese sentimiento tan atroz que lo empujaba a mirar una y otra vez esos ojos verdes, asegurándose de destruir cuanta posibilidad pudiera existir entre ellos.

Pero esa propuesta... Esa petición. Joder, él jamás concibió que fuera a existir y las ideas se colapsaron en su interior. Quería huir y quedarse llorando sobre su hombro agradecido. Enemigo o traidor. Ni siquiera estaba seguro cómo lo iban a llamar y se dio cuenta con dolor que estaba dejando que su mente lo arrastrara por el terreno de la fantasía. No tenía ni qué dudar su respuesta. Solo eso podría costarle la vida de su madre. La de su padre casi podía darse por perdida, la de él otro tanto, pero ella no. Draco a veces olvidaba lo importante, culpa de Potter y su maldito trasero, pero no podía darse el lujo de olvidar lo realmente importante, el único motivo por el cual levantó su camisa y dejó que la varita del Lord dejara en él su marca: su Madre.

Quizás Narcissa no fuera la mejor, quizás hizo las cosas mal o no le enseñó a tiempo la diferencia entre el bien y el mal, pero ella lo amó. Lo amó y lo cuidó cuanto pudo y como pudo. Draco recordaba su risa, la recordaba peinándolo, recordaba como lo cubría cuando su padre lo buscaba para darle algún castigo y recordó cómo susurraba en su oído que era su pequeño Dragón mientras se quedaba dormido. Si, Draco podría dejar que su mente fuera al terreno de las fantasías, pero no tenía malditas opciones. O al menos, no por más que deseara desesperadamente tenerlas.

Lamentablemente, desde que vio sus pequeños y entusiastas ojos verdes Draco firmó su acta de defunción. Podía querer cosas, podía desearlas, o resignarse a tenerlas, pero con esa realidad venía otra: necesitaba que Potter le pusiera atención, que Potter lo viera, lo vigilara. Que estuviera pendiente de él era todo cuanto Draco alguna vez soñó. Draco lo necesitaba para que sus traicioneros pulmones funcionaran, para que su puñetero corazón latiera, para que por sus venas corriera más que sangre. Potter era la esperanza personificada, la necesidad vuelta realidad; Era su más anhelado y perverso sueño y Draco siempre mantenía alejado aquello que no podía explicar, aquello que más deseaba y le aterraba. Pero no podía con Potter, ese malnacido mestizo podía con él a niveles que jamás pensó pudiera alguien llegarle.

Draco debía sellar eso que sentía, era una locura dejar que sus insanos sentimientos nublaran su juicio. Él no era aliado, era enemigo. Siempre lo iba a ser. Así eso le rompiera el alma, así eso lo desgarrarse, la picazón en el brazo respondía por él, su madre encerrada en la Mayor Malfoy era la más dura de las confirmaciones. Nunca iba a poder porque simplemente ya no era libre le habían tatuado en la piel su correa, tenía dueño y debía obedecerlo o el costo era la muerte, como siempre, no la suya, la de toda su familia.

¿Por qué seguía peleándolo? Porque Potter jamás iba a ser para él, y Draco tenía que destruir lo que no podía poseer, porque el dolor lo cegaba, porque la vergüenza le pesaba, porque el desamor era la perra más poderosa que alguna vez conoció. Honor, orgullo no valían un carajo, Potter era todo lo que Draco no podía querer, y lo quería tanto que le dolía verlo.

Se paró frente a él e inspiró hondo, debía salirse de esa charla antes de que las implicaciones de la misma explotaran. Se tragó un gemido necesitado. Olía tan bien como recordaba. Olía exactamente como la más poderosa poción de amor. Potter olía a bosque, a campo de Quidditch; Potter olía a menta combinada con pimienta. Delicioso y explosivo. Húmedo y peligroso. Eso era Potter para él, peligroso e indispensable.

—Porque tú no eres malo —dijo el moreno alzando la cabeza en su dirección luego de un rato.

Obviamente llegar a esa respuesta había sido un reto. ¿Qué pistas tenía para decir eso? Ningunas, solo era un salto de fé. Draco era una pequeña y hermosa mierdecilla que no valía nada para nadie, no era material de intercambio en esa guerra, solo era un chico con una marca y una misión suicida. A Potter le iba a quedar muy difícil encontrar un motivo que fuera lo suficientemente bueno para convencerlo de que era importante.

—Una aseveración muy arriesgada la tuya, Potter —murmuró forzando a su mente a aceptar su realidad y dejarse de soñar.

Estaba siendo muy cortes y eso le daba alas al idiota de Potter, un optimista por naturaleza.

—Lo sería si no supiera que tengo razón —se rio alzando el mentón, caminando otro paso hasta él.

Draco podía sentir la fuerza de su magia. La emanaba de sus condenados y sensuales poros. Electrizante, poderosa.

—No sé qué hice para que creyeras eso Potter —musitó suavemente, intentando sonar amenazador, no sensual— Pero te equivocas. Aléjate —dijo con algo de amabilidad— Aléjate —reiteró asegurándose de que sonara a un pedido, si lo hacía como una orden, podía darse por muerto. Potter jamás le haría caso a una orden suya.

Además, si había un momento para ser vulnerable, era ese. Potter tenía que alejarse, por el bien de Draco, por su propio bien. Él era un asesino, marchitaba y corrompía todo aquello que tocaba. Pero era un ser codicioso, no iba a tener fuerza para alejarlo si Potter no retrocedía en ese preciso momento. Esa era la primera y única advertencia que iba a darle. Estaba demasiado cerca, tanto que podría inclinarse sobre él y besarlo hasta saciar el hambre que corrompía sus sueños. Ese bueno para nada no podría resistirse, Draco no era ni lejos el más experimentado en ese castillo, pero mierda, sabía sus malditos trucos y lo tendría gimiendo antes de que pudiera pensar en alejarlo.

—No me voy a ir Malfoy —Draco vio el destello de firmeza en sus ojos y fue su turno de temblar.

Maldición, pensó asustado. Mierda iba a hacer que los mataran a ambos. Si alguien de Slytherin lo atrapaba en esa situación y con la varita enfundada podría preparar las rosas blancas que pondría en el féretro de su madre y las negras que dejaría en el de su padre. Ni que decir que de él nada que Potter quisiera en su bando quedaría.

—Quítate de mi camino Potter —le advirtió, parte del magnetismo se perdió y su cabeza empezó a pensar con solo un poco de claridad, pero Draco se aferró a ella con determinación— Te lo dije, tengo cosas que hacer.

Estiró la mano y empujó el cuerpo de Potter. Por mucho que quisiera estamparlo con fuerza contra esta y asegurarse de darle un buen golpe a ver si empezaba a tener ideas menos suicidas como ir por ahí buscando Mortífagos para la causa, cuidó de no lastimarlo. Solo lo corrió de su camino. La mano de Potter le sujetó el brazo y Draco soltó el aire en sus pulmones. Quemaba, mierda, como quemaba. Una llamarada se instaló en su pecho y rebotaba allí donde los dedos de Potter le tocaban la piel. Meneo la cabeza intentando despejarla, pero sus neuronas se abarrotaron de imágenes de lo menos oportunas y todas y cada una de ellas Potter perdía la ropa con extrema rapidez.

—Todos tiene un precio Malfoy —Draco sintió como sus palabras le abrían la piel cual latigazo— ¿Cuál es el tuyo?

Sus piernas amenazaron con fallar. Agachó la cabeza cerrando con fuerza sus ojos. Sabía que iba a llegar el día en que ya no doliera. Que un buen día, iba a despertarse e iba a estar a metros del suelo, donde las injustas palabras de Potter dejarán de herirlo en lo más profundo. Potter no tenía nada, nada, en lo que basarse para decir aquello. Que a él le constara, Draco jamás traicionó a nadie. Nunca le falló a nadie. Draco daba su palabra y la cumplía. Nunca prometió algo para luego retractarse. Que Potter supiera, Draco nunca dejó a nadie atrás. ¿Podía él decir lo mismo? ¿Podía dejar de lado su estupidez por unos instantes y pensar en lo que acaba de decir? ¿Podía Draco darse cuenta, que nunca iba a ser de otra manera? ¿Podría él madurar y entender que para Potter, nunca iba a ser otra cosa que escoria? ¿Podría aceptar de una puta vez que eso es exactamente lo que se suponía que debían pensar el uno del otro?

Draco respiró otra vez, el perfume natural de Potter se filtraba a través de sus sentidos como navajas. Ese era el motivo por el que levantó la manga frente al Lord más que su madre, más que la sentencia de muerte segura para todos si no lo hacía, ella no lo odiaría por no elegir la esclavitud, Narcissa después de todo no crió un plebeyo más, crió un rey y si la muerte era su castigo por no doblar las rodillas, ella lo pagaría a su lado, pero Draco estaba lleno de odio, de dolor y de vergüenza. Por ese dolor, por esa desazón que dejó en él su último encuentro con Potter alzó la manga. ¿No éramos aquello que los demás pensaban que fuéramos? Potter siempre espero que Draco se uniera a su padre, ¿no era eso para lo que estaba destinado? Volvió la cabeza y estudió el semblante de Potter. ¿Era esperanza lo que reflejaba? ¿Esperaba que Draco se vendiera como una puta barata más? ¿Enserio lo conocía tan poco? Probablemente.

—Yo no me vendo Potter —murmuró cometiendo el error de dejar traslucir su dolor— No sé con quienes te codeas, pero yo no estoy a la venta Potter

El moreno lo miró altivo, no se inmutó pese a que su tono de voz dejaba en claro que Draco estaba, por primera vez quizás, mostrándole una parte de su putrefacto corazón.

—No te pongas moralista conmigo Malfoy —podía ver su arrogancia morir con cada nueva palabra, pero se mantenía brutalmente firme. Su voz no temblaba, pero su cuerpo se encorvó, el hijo de puta podía no estar seguro ya de que su argumento fuera aceptable, pero no iba a dejarlo— Todos sabemos que tus lealtades están al lado del mejor postor.

Draco le sonrió tristemente. No se molestó en echarle otra mirada, no quería ver lo que le esperaba tras sus gafas. Sus palabras eran más que claras y él ya no podía con ello. Simplemente no tenía fuerzas para enfrentarse a lo que él mismo creó. Era fácil olvidar que fueron sus palabras, sus acciones las que forjaron esa imagen. Pero no era hipócrita, él se buscó lo que tenía, así mismo, tampoco era un masoquista. No podía cambiar nada, pero podía elegir no seguir soportando. Podía elegir irse, podía terminar con todo. Ese año lo había esquivado cuanto pudo, cuánto más lo buscaba Potter, más se escondía. Solo bajaba a la cena porque era ese el momento en que Potter bajaba la guardia. En clase sentía sus ojos perseguirlo, mirarlo como en ese momento. Con asco, con rencor. Y por más que Draco supiera que eso estaba bien, que así se miraban los enemigos, no evitaba que le doliera. No evitaba que una parte de él se rompiera más a cada mirada, a cada palabra y quedaba peligrosamente poco de él. Sí, sí, él se encargó de que Potter jamás esperara nada bueno de él, se las arregló para que viera lo peor que Draco tenía para ofrecer y jamás pensó ni por un segundo que llegaría el día en que ver ese reflejo lo hiriera.

Fue tan estúpido y arrogante como para creer que jamás ese cuatro ojos insignificante tendría tanto poder sobre él, pero ese año... ese año todo cambio. Vio tan tarde sus errores que de pronto todos parecían caer en dolorosos latigazos y estaba solo inmerso en la oscuridad, no había ni la pequeña llama de esperanza, no había nada que lo sostuviera. ¿Por qué es que siquiera esperaba que Potter fuera distinto? Bueno, quizás para eso si tuviera una respuesta, una mierda de respuesta, tan corriente y común que incluso pensarla le daba náuseas, pero llega a ser un cliché por ser justamente la respuesta más obvia de todas: el amor te vuelve idiota. De alguna forma esperó que sus sentimientos, quizás los únicos en verdad puros que poseía, obraran algún tipo de magia e hicieran que Potter entendiera que no era malo, que solo había estúpido. Pero no pasó. No pasó nada de eso y Draco sintió la oscuridad volviendo a cernirse sobre él.

Se alejó un paso sin verlo, camino otro más sin escucharlo, corrió lejos de él sin querer sentirlo. Se obligó a cerrar la portezuela que daba a su corazón y corrió lejos, lejos de ese dolor que no podía curar, lejos de aquello que no tenía sentido. Huyó lejos de la irrealidad y sus sueños rotos. Corrió hasta que sus pulmones dijeron basta, corrió hasta que el torbellino en su mente quedó en blanco, corrió hasta que sus piernas dejaron de sostenerlo, corrió hasta que sus entrañas quemaron. ¿Quería ser fuego?, ahí lo tenía, ya lo era, corrió hasta que su sangre ardió y cuando no pudo más cayó exhausto.

Un grito desgarrador se abría camino por su pecho pero Draco lo domó. Cerró la boca y se obligó a respirar. Inhalaba y exhalaba a fuerza de voluntad, brusco, doloroso pero efectivo. Tenía que arreglar ese armario, tenía que dejar a su tía y los otros mortífagos entrar, tenía que cumplir con su cometido. No podía ser algo que no era, pero podía darle rienda suelta a lo que tenía que ser. Quizás pudieran confundirse con ese concepto, pero Draco se entendía en su demencia.

— ¡Tú grandísimo idiota te va a dar una pulmonía! —gritó Potter a su espalda.

Draco se dio vuelta con rapidez y sintió cómo algo le salpicaba la cara. Bajo la vista y vio que el agua le llegaba a cintura. Parpadeó confundido. ¿Cuándo había entrado al lago? Miró a su alrededor desorientado.

— ¡Sal del agua Malfoy! —volvió a gritar Potter y Draco por fin reaccionó.

— ¡¿Qué más te da a ti Potter?! —farfulló molesto.

El frío se empezó colar hondo hasta sus huesos cuando fue consciente de él. Maldita sea su suicida mente. Tiritaba tanto que sus dientes castañeaban unos contra otros arrebatándole cualquier vestigio de dignidad. Si al menos hubiera sido hombre y se hubiera ahogado bueno, vaya y pase, pero a último momento sin ser consciente frenó.

— ¡Ah se me olvidaba! —gritó cuando Potter se quedó mudo mirando con impotencia al agua y a él— ¡Note sirve de nada un informante muerto!

— ¡Sal del agua Malfoy! —repitió Potter acercándose unos pasos al lago— ¡No me obligues a entrar, porque lo voy a hacer!

Draco meditó unos segundos, su mente estaba lenta, el frío corroía buena parte de sus pensamientos, pero al ver a Potter acercarse más tuvo que reconocer que el moreno no mentía. Iba a entrar a buscarlo y por mucho que lo odiara en ese momento no podía permitir que ese cara rajada hiciera aquello. Las suaves olas que había creado él mismo eran agujas heladas clavándose allí donde golpeaba su piel. Sabía que seguía parado por lo lejos que se encontraba, no porque sintiera sus pies. ¿Quién sabía a qué criatura despertaría Potter si se metía con él allí? Su suerte era casi tan mala como la de él.

Emprendió camino hacia la orilla y cada parte de su cuerpo que quedaba expuesta al frío invernal era un nuevo latigazo más de dolor. Se guardó sus reacciones, no iba darle la satisfacción de ver el malestar que tenía. Con dientes apretados y un consistente paso, salió del agua sin más.

—Eres un completo idiota —se quejó Potter corriendo a su encuentro varita en ristre.

Por un fragmento de segundo Draco pensó que Potter lo iba a hechizar. Recordó el dolor del Sectumsempra y se encogió. No quería demostrar más de lo que ya había expuesto, pero no pudo evitarlo. Fue un acto reflejo. Aquella experiencia había sido tan desagradable, que a veces se filtraba por sus sueños. El dolor de ser desgarrado de adentro hacia afuera, la sensación de estar siendo cortado, con tanta fuerza y en tantos lados, sentía otra vez sobre sí el dolor cegándolo, arrebatándole el habla. Había querido gritar, pedir clemencia, pero el dolor lo superaba todo. Pensó que habían pasado horas agónicas, y no podían ser más de unos minutos. Había tanta sangre por todos lados, brotado de tantos lados, hubiera muerto antes de que pasaran diez minutos. Pero en su mente había vivido un interminable infierno.

—Un estúpido, ¿es que no usas el cerebro? ¡Hay un calamar gigante allí adentro Malfoy! Hay que ver. —Potter seguía acercándose y cuando se paró frente a él la calidez de un hechizo lo lleno.

No pudo contener el gemido que salió de sus labios. El calor era reconfortante.

— ¿Qué habría pasado si no te seguía? —lo retó Potter pero Draco pasaba de él, se sentía tan bien que ni la voz irritada del morocho le molestaba— ¿No te enseñaron a salir con una abrigo? —Potter siguió mascullando cosas sin sentido mientras él se recreaba en la embriagadora sensación.

—Pareces una madre desquiciada Potter —murmuró acurrucándose contra la capa que le había colgado en su espalda.

—Y tu un trastornado —retrucó Potter tras terminar de secar su ropa.

Draco abrió los ojos cuando el aliento con olor a jugo de calabaza le golpeó la nariz. La cara de Potter, con una expresión siniestra, lo observaba solo unos centímetros abajo. Draco tragó saliva audiblemente. ¿Cuántos errores podía cometer en una sola noche? Cerca de Potter, las posibilidades eran infinitas.

—Nadie te pidió ayuda Potter, así que piérdete —intentó desprenderse de la capa pero las manos de Potter fueron más rápidas que las suyas, que seguían moviéndose con ligeros espasmos, y las sujetaron

Draco miró allí donde su piel morena resaltaba contra la suya. ¿Cuantas noches soñó con algo así? Más de las que su orgullo herido quería reconocer, tantas que eso podría ser un sueño y no se daría cuenta.

—Te lo dije adentro Potter, no estoy en venta. —murmuró sombríamente— No me interesa una mierda lo que puedas creer que sabes de mí. No me vendo.

—Ya lo dejaste en claro. ¿Podemos entrar? —Draco quería odiarlo, pero ¿cómo podías odiar a una persona que te miraba así? Desarmado, suplicante y lleno de algo que Draco jamás podría mostrar arrepentimiento— Aún quiero hablar y creo que podemos llegar a un acuerdo.

—Ya te lo dije yo no...

— ¡Ya Draco, ya! ¡No te vendes y yo no quiero comprarte! —gritó sacudiendo sus manos.

Draco sabía que su cuerpo podía ser de lo más inoportuno, muchas veces lo traicionaba, pero más inoportuna que la erección que le dio al ver a Potter gritarle y darle una orden, seguro no iba a poder conseguir ser.

Cerrando la boca obedeció. Caminó todo lo dignamente que pudo de vuelta al castillo. Fingió no ver la sorpresa en la cara del morocho. Fingió no notar su sonrisa socarrona, pero por sobre todas las cosas, fingió que no le importaba haberlo hecho sonreír. 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).