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La sinfonía perfecta por AlbaYuu

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Notas del capitulo:

Sorrento cae enfermo debido a la lluvia del día anterior y será cuidado por nada más y nada menos que Orfeo. Creando así un acercamiento más entre ambos protagonistas de esta bella historia.

El despertador sonó a la hora exacta a la que debía despertarse. Sorrento se asustó y se cayó de la cama. Parpadeó varias veces mirando al techo y luego se llevó la mano a la cabeza. ¿Cuándo había llegado a la cama? Se levantó del suelo y suspiró mirando el reloj de su mesa. 8:23 AM. Había dormido como un tronco. Fue al armario y lo abrió tomando un conjunto de ropa, de ahí fue al salón-cocina que su apartamento de la residencia de estudiantes tenía. Se hizo un par de tostadas mirando a un punto fijo, sentía un leve mareo. No sería nada importante. Se preparó un estupendo café que le daría la vida para las primeras horas de las clases de universidad.  




Según estaba desayunando su teléfono sonó y cuando miró la pantalla se sorprendió de ver quien le estaba llamando. En la pantalla ponía en letras grandes “Orfeo” y algunos iconos de música. Sus mejillas se pusieron levemente rojas y sus ojos brillaron. Una pequeña sonrisa cruzó sus labios y su dedo se deslizó para descolgar y contestar a aquella llamada tan inesperada. 




—Hola, buenos días. —saludó Sorrento bastante feliz. 




—Buenos días. —dijo Orfeo por la otra línea con una voz amable y simpática. —¿Qué tal te has despertado? 




—Bien, tal vez algo mareado. —contestó Sorrento mirando un poco al techo. 




Orfeo guardó un poco de silencio mientras soltaba una pequeña risa. 




—Bueno, procura que no sea nada grave. —comentó. Luego se quedó unos segundos en silencio. Tenía un motivo por el que llamarle. Tomó aire y fue a hablar, pero Sorrento le interrumpió. 




Sorrento miraba el reloj de la cocina y se quedó en shock. ¿Las 8:47? Eso no podía ser...Comprobó la pantalla de su teléfono y en efecto, eran las 8:47 AM, llegaría tarde a clase. 




—Orfeo lo siento, tengo que colgar. Llego tarde a clase, te llamo después. Adiós. —apurado colgó sin darle tiempo a contestar y tomó su cartera corriendo, lo que tendría llevaría, no tenía tiempo para revisarla.  




Por su parte, Orfeo escuchó la llamada finalizada y bloqueó el teléfono pensando. Desde que llegó a casa por la noche no había dejado de pensar en el dúo que hizo con Sorrento en el puente a altas horas de la noche. Según iba recordando su piel se ponía de gallina. Sorrento tenía mucho talento y solo le había oído una vez tocar. Y, además, por primera vez había disfrutado de la música tocando a dúo. Nunca había logrado hallar al compañero correcto. Practicó y practicó con Mime cuando eran niños, con más compañeros de la academia, pero nunca llegó a quedar satisfecho. En cambio, Sorrento lo había logrado sin necesidad de tocar. Le necesitaba como compañero para el concierto de acciones benéficas que se llevaría a cabo dentro de unas semanas en Roma para una campaña contra el cáncer de mama, una recaudación donde todos los fondos irían destinados a dicha investigación. La orquesta local participaría, pero el acudiría como uno de los invitados estrellas. Era bastante famoso debido a sus composiciones solistas de lira. Debía comentárselo cuanto antes. 




Sorrento llegó corriendo a su edificio, el cual estaba al otro lado del enorme campus y tardaba unos 10 minutos a pie. Corrió como una bala y llegó a clase sin aire. Allí estaban sus compañeros que iban llegando uno a uno y se iban sentando en las mesas. Sorrento subió las escaleras hasta uno de los asientos de las filas de en medio y se dejó caer. Tenía el estómago revuelto de haber corrido y mala cara. Una chica rubia que estaba en el otro asiento le miró. Una joven rubia muy atractiva de largos cabellos y esvelto cuerpo. Era francesa y solía vestir con mucha elegancia. Sorrento la conocía muy bien, era la novia de Julian, Tetis Le Brum. Su familia era propietaria de una de las discográficas de Italia. Terminó de pintarse los labios y le miró. Habló a la vez que cerraba su polvera. 




— Un poco más y no llegas. —dijo ella. 




Sorrento tenía la cabeza apoyada en el pupitre y solo emitía algunos sonidos. Tetis apoyó la mano en su mejilla y se rio. El profesor entró a los poco segundos y mandó a todos sentarse. Sorrento levantó la cabeza y abrió uno de sus cuadernos para tomar apuntes de esa clase. Tetis era compañera suya en la universidad. Su sueño era ser cantante de ópera nacional de Francia. ¿Y por qué estudiaba en Italia? Simple, sus padres estaban separados y ella había decidido vivir con su padre y estudiar en el extranjero. Su voz era todo un fenómeno y tenía la potencia suficiente para que se escuchase en todo un auditorio.  




La clase empezó en el punto de los instrumentos que se tocaban en la antigua Grecia. El profesor hizo mención de la lira, un instrumento poco común en el mundo moderno pero que aún existía. Lo relacionó con Apolo y el mito de Orfeo, en ese momento Sorrento dejó de escribir y abrió los ojos como platos. Su bolígrafo cayó sobre la hoja y Tetis le miró. 




—¿Estas bien? —preguntó. 




—Sí. —respondió mientras sus ojos parecían brillar. 




Tetis parpadeó un poco y luego volvió a atender a la clase. En el pensamiento de Sorrento vino la imagen de Orfeo tocando su lira vestido con ropas de la Grecia Clásica. Se sonrojó y negó con la cabeza. ¿Cómo podía pensar en eso? Se conocían de un solo día. Sin embargo, recordando el dúo de anoche no pudo evitar sonreír. Desde luego parecía haber una cierta conexión entre ellos y sin duda Orfeo le cayó muy bien desde el minuto uno. 




Pasadas dos horas que duró dicha clase el profesor dio por finalizada y los alumnos se fueron yendo uno a uno. Tetis se estiró un poco y bostezó un poco. Ahora tenía clase de canto. Miró a Sorrento esperando a que recogiese sus cosas. 




—¿Al final entraste en la academia? —preguntó. 




En ese momento Sorrento se puso tieso y pálido. ¡Se le olvidó por completo darle la buena noticia a Julián! Ahogó un grito en su cartera y se cayó de rodillas al suelo. Tetis solo le miró con una expresión sin entender que le pasaba a Sorrento ese día. Estaba muy extraño. Ambos recogieron sus cosas y abandonaron el aula.  




Fueron a una de las máquinas expendedoras y ella tomó un refresco. Sorrento estaba sentado en una de las bancas del pasillo y soltaba largos suspiros. Ella le tendió uno de los cafés fríos. El joven se veía muy cansado para ese día. Sorrento lo aceptó y lo cogió, no había llegado a desayunar esa mañana y los mareos no habían cesado, la sensación era leve, pero estaba presente. 




—¿Y bien? —volvió a preguntar Tetis. —¿Entraste o no a la academia? 




—Sí. —contestó Sorrento bebiendo de su bebida. —Y se me olvidó decírselo ayer a Julián, me enteré bien entrada la noche. 




Tetis se rio un poco. A veces Sorrento era muy despistado y eso la hacía mucha gracia. Se bebió casi su refresco y miró el reloj de su muñeca. Debía irse. 




—Ya se lo dirás, podemos cenar esta noche para celebrarlo. —le propuso. —Avisaré a Julián y a los demás. 




—Tetis no hace falta, tendréis muchos compromisos... —comentó Sorrento. —No es una noticia tan genial... 




—No seas estúpido. —le regañó Tetis. —Era tu objetivo y lo has conseguido, vamos a celebrarlo. A veces parece que no quieres, no estás solo ¿sabes? —suspiró ella. 




Sorrento se quedó blanco por su reacción y luego sonrió dándola las gracias. Tetis, a pesar de ser una joven presumida en ocasiones, era muy atenta con él y aun estando en una relación con Julián nunca le había dejado a un lado. Ella se agachó y le puso la mano en la cabeza para acariciársela y le sonrió. 




—Ahora me voy a clase, nos vemos luego. Avísale a Julián de tu logro. —le guiñó un ojo y se alejó por el pasillo. 




Él también tenía clase y debía ir ya o llegaría tarde, por segunda vez. En esas horas Sorrento empezó a sentirse más mareado y su vista empezó a nublarse un poco. Se frotó los ojos levemente. Debía ser el sueño, no había desandado mucho esa noche. Miraba la pizarra con la cabeza en la mano para evitar cerra los ojos, pero era muy complicado. Historia del arte, si no bastaba con Historia de la Música también se añadía dicha asignatura. Las palabras flotaban un poco a su alrededor sin llegar a enterrase de nada. No se dio cuenta, pero su profesora le estaba mirando y durante unos segundos le había estado llamando la atención para que respondiera a la pregunta que había hecho y ahí estaba esperando. Él solo se limitó a parpadear y preguntó que cual era la pregunta. Definitivamente eso molestó a la profesora y supuso una llamada de atención. Todos sabían del carácter de aquella mujer de avanzada edad y sus pocas tolerancias. Le amenazó con una llamada de atención y como podía afectar a su nota del semestre. Sorrento pidió perdón y le rogó que lo hiciera. Dirigió su mirada a la pizarra y al ver la diapositiva trató de hacer memoria y respondió a pregunta, dando además información adicional. La mujer quedó sin palabras y su mal humor desapareció y solo sonrió para elogiarle y siguió explicando. Por los pelos. Sus padres le obligaron a estudiar Historia del Arte desde muy pequeño, en ese entonces era como un trofeo de orgullo que sus padres solían exponer ante sus amigos y conocidos. Malos recuerdos. Ahora ni se hablaban. 




El resto de la mañana las pasó entre clase y clase y para colmó tuvo un examen sorpresa en una de ellas. Su cabeza no podía. Además, se sentía muy acalorado y jadeaba de vez en cuando. Cuando tuvo la hoja del examen delante suspiró y cogió el bolígrafo para poder contestar algunas, pero solo leer le costaba. No pudo hacerlo. Todo le daba vueltas. Durante toda la hora no rellenó nada, entregó la hoja en blanco y se levantó de la silla. Se notaba con la temperatura alta, ¿estaría enfermo? Salió al pasillo abrazando su cartera y buscó su teléfono para llamar a Tetis y decirle que se ausentaría a las clases de la tarde. Pero cuando quiso desbloquearlo se dio cuenta de que estaba sin batería. Eso debía ser una broma. Ahora tendría que escribir un correo para reportar que estaba enfermo. Vaya día más malo. Salió a la entrada del edificio y vio que estaba lloviendo. ¿En serio? Quería llorar. No se había traído paraguas y hacía algo de frio. De repente todo se le vino encima. Quería llamar a Julián y que viniese a por él, pero su móvil no tenía batería y sin cargador encima. Apretó los dientes, irritado, molesto, la rabia le consumía. No tenía a nadie para ayudarle y se sentía cada vez más mareado y con el cuerpo pesado.  




—Maldito día... —dijo queriendo gritar. 




Pisoteó el suelo como si fuese un niño pequeño. Tenía frío y sus pies se habían calado sin darse cuenta. La lluvia era ahora un torrente en solo dos segundos. Le estaba entrando el pánico y con ello un pequeño ataque de ansiedad. Su respiración se cortó y empezó a hiperventilar. Las lágrimas se formaron en sus ojos y en uno de sus gestos golpeó a alguien con el puño haciendo que el móvil se cayese al suelo. 




—¿Sorrento? —preguntó una voz muy conocida para él. Alzó los ojos y vio delante de él a Orfeo sosteniendo un paraguas debajo de la cubierta. —¿Estas bien? 




Ya no supo que más hacer y se abrazó a él rompiendo a llorar cuya causa desconocía. Solo quería ayuda. Orfeo, sin entender que estaba pasando le sujetó de los hombros para ver como su cuerpo temblaba por las lágrimas. Le abrazó y le llevó hacia dentro para sentarle en uno de los bancos que una amable chica les cedió para que Sorrento se sentara y se calamara, uno de los amigos de la chica trajo una botella de agua y se la dio a Orfeo. Le dio las gracias y se arrodillo a su vera esperando a que se calmara. 




—Sorrento, vamos tranquilo. —con una voz dulce le consoló mientras le daba unos masajes en el brazo. Al ver que seguía temblando se quitó su chaqueta y se la puso por los hombros para abrigarle. 




—Lo siento Orfeo. —dijo limpiándose las lágrimas en medio de un llanto más suave. —N-no sé qué me ha pasado... 




—Tranquilo Sorrento, ahora respira y bebe agua. —habló para lograr calmarle del todo. —Un mal momento, nos pasa a todos. Bebe agua y respira. 




Sacó un pañuelo y le limpió las lágrimas y se lo cedió para que se sonase, Era un bordado de su hermana, pero en esos momentos él lo necesitaba más que él. Sorrento se fue calmando y se sonó la nariz. Bebió agua y respiró hondo. Miró a Orfeo. 




—Gracias... —se arropó con su chaqueta bien y cerró los ojos. 




—No hay de qué. —sonrió Orfeo. Le cogió las manos para calentárselas, pero las sintió más frías de lo normal. Se fijó en su rostro y vio que tenía las mejillas rojas. Acercó la mano a su frente y la notó ardiendo. —Estas ardiendo. ¿Tienes fiebre? 




—No es nada... —dijo Sorrento temblando. 




—¿Cómo que nada? —preguntó él. —Estás temblando Sorrento y ardiendo. Te voy a llegar a tu casa. 




Se incorporó un poco, seguía lloviendo a cántaros y la residencia estaba al otro lado del campus, no expondría a Sorrento a esa lluvia. La mejor opción era llevarlo a su casa y una de las entradas de la universidad estaba muy cerca de su edificio. Sacó su teléfono y llamó a un taxi. En ese instante una chica llegó corriendo, era Tetis. 




—¡Sorre! —al llegar hasta ellos se arrodilló y le miró muy preocupada. —¿Estas bien? —Al verle temblando le tomó la temperatura también y se dio cuenta de que tenía fiebre. —Tienes fiebre... 




En ese momento Orfeo finalizó su llamada. 




—Bien, Sorrento, te vas a venir a mi casa. —dijo y vio a Tetis. —¿Eres amiga suya? 




—Sí ¿y tú? —preguntó ella. 




—Más o menos, con tu permiso me lo voy a llevar a mi casa que queda aquí cerca. Llevarle a la residencia no es buena idea. —apuntó su número y su nombre en un papel y se lo dio. —Llámame para cualquier cosa. 




Tetis asintió y el taxi llegó en unos segundos. Orfeo cogió a Sorrento en sus brazos como a un niño pequeño y se apoyó la cabeza en su hombro. Tetis y otro de los jóvenes que había allí le ayudaron con el paraguas y la mochila de Sorrento. Abrieron la puerta del taxi de atrás y Orfeo tumbó a Sorrento con cuidado y le arropó bien con la chaqueta. Luego se metió en el asiento del copiloto y tomó sus cosas dando las gracias. Y le indicó su casa al taxista. 




 




Al llegar al portal de su casa se bajó y le pagó al taxista dándole una propina por la prisa que se había dado. El hombre le preguntó si necesitaba ayuda para subir al joven. Orfeo se lo agradeció y con solo abrirle la puerta ya podría él solo. Justo en ese momento salía una de las vecinas de Orfeo, Saori, una joven que se había mudado hacía escasamente poco. Al verle cargar con su amigo se apresuró a tomar la cartera que llevaba el taxista junto al paraguas. 




—No se preocupe, ya me ocupo yo. —le sonrió con una sonrisa en sus labios de manera dulce. —Gracias. 




El hombre asintió y se despidió de ellos para volver a su taxi y volver al trabajo. Saori se apresuró y sujetó la puerta para que Orfeo pudiese pasar y no mojarse más. Sostenía a Sorrento en brazos mientras sus piernas caían a ambos lados de su costado y le mantenía cubierto con su chaqueta mientras se aseguraba de que estaba bien sujeto. 




—Gracias Saori. —agradeció Orfeo. —Puedo subir a casa ya solo. 




—No seas así, te acompaño arriba. —le sonrió ella. — ”Siempre queriendo hacer todo tú solo.” 




Orfeo la miró al reconocer las palabras de aquella frase. Exactamente la misma que él le dijo hacía unos meses cuando se mudó al edificio. Le devolvió la sonrisa y subieron al piso 6, donde residía Orfeo. Su vecina abrió la puerta y dejó la cartera en la puerta. De inmediato llevó a Sorrento a su habitación y le quitó los zapatos y calcetines mojados. Le puso unos secos y le tumbó en la cama. Le arropó con la manta viendo temblaba. Le acarició los cabellos mientras Saori se asomaba preocupada. 




—¿Estará bien? —preguntó ella. 




—Sí, ahora veré cuanta fiebre tiene. Necesita descansar y dormir un rato. —dijo Orfeo. 




—Si necesitas algo dímelo, estaré fuera un par de horas. Puedo comprar alguna medicina. —dijo. 




—Tranquila, ya debes de llegar tarde. —se negó Orfeo. —Yo debo de tener algo por ahí. Vete ya Saori. Gracias por la ayuda, pero ya me las apaño yo. 




Ella solo sonrió y asintió retirándose.  




Orfeo miró a Sorrento y fue a por un termómetro y un paño con agua fría para bajarle la fiebre. Sorrento había cerrado los ojos y parecía que se había dormido o desmayado. Cuando el pitido llamó su atención vio que tenía 37. 5º de fiebre, no era mucho. Eso pareció aliviarle. Se apoyó en el somier de la cama sentado en el suelo. Él solo había ido a la universidad para hablar con él sobre su propuesta de tocar juntos en el concierto benéfico. Estaba seguro de que le haría mucha ilusión, pero ahora lo más importante era que Sorrento descansara. Se levantó y le acarició los cabellos de la frente mientras dejaba la toalla en su frente por su frente. Salió apagando las luces y fue hacia su estudio, que tenía insonorizado, para empezar a practicar su práctica de violín. Estaba preparando algunos temas para un nuevo disco.  




Estuvo unos minutos ensayando cuando escuchó su móvil sonar, estaba atento por si algún conocido de Sorrento llamaba. No había visto su teléfono entre sus pertenencias, debió de cogerlo aquella joven amiga de Sorrento. Dejó de tocar y fue cogió el teléfono. En la pantalla de bloqueo figuraba un número desconocido. Debía ser ella. Y descolgó para escuchar una voz masculina. 




—Hola. —saludó manera cordial. —Debes ser un amigo de Sorrento. 




—Buenas, sí, así es, soy Julián Solo. —se presentó el desconocido hasta ahora. —Me han dicho que te lo has llevado a casa. ¿Está bien? —preguntó en un tono lleno de preocupación. 




—Sí, no te preocupes. Tiene un poco de fiebre, nada que un descanso no haga. Me encargaré de cuidarlo. —dijo Orfeo. 




—Por favor, es una persona muy importante para mí. Se que está en buenas manos. —comentó Julián. ¿Puedo saber tu nombre? 




—Orfeo Ioannidis. —se presentó. 




Julián se sorprendió al otro lado de la línea al oír su nombre. Orfeo se extrañó un poco por el repentino silencio. 




—¿Julián? —preguntó. 




—Sí, aquí sigo. —se disculpó. —Le volveré a llamar para ver cómo se encuentra. Mi novia tiene su teléfono, se le debió caer. 




—Ya me parecía a mí. Entre sus cosas no estaba. —sonrió Orfeo. 




—Gracias Orfeo. —dijo Julián. —Que tenga un buen día, por favor llámeme cuando este despierto. Lamentablemente no pudo ir a buscarle... 




—No se preocupe, yo me haré cargo. Estará bien. —le tranquilizó. 




Julián se lo agradeció y se despidieron. Orfeo guardó el contacto y se quedó mirando un segundo a la nada. Ese hombre parecía muy preocupado por Sorrento, sería algún familiar o amigo cercano. Se sentó en el sofá y cogió el libro que se había dejado a medias la noche anterior.  




Pasó un largo rato hasta que Sorrento abrió los ojos. Estaba medio dormido. Se acomodó en aquellas agradables y suaves mantas. No quería moverse. Su cuerpo temblaba un poco y sintió el paño en su frente. Se incorporó un poco y este cayó a la cama. Estaba ya templado. Lo cogió sin saber cómo había llegado a esa cama. ¿Y la ropa? ¿La habitación? No era la suya. Trató de recordar antes de caer dormido. Solo se acordaba de que había visto a Orfeo en la universidad, antes su móvil se había quedado sin batería, no había rendido en las clases como solía hacerlo. En ese instante Orfeo se asomó a la habitación y le vio despierto. 




—Buenas tardes, dormilón. —dijo Orfeo. 




Sorrento abrió los ojos y pegó un gran brinco en la cama casi cayéndose al suelo. Se medio ocultó con la manta y miró señalando sin saber que decir. Orfeo solo siguió con la sonrisa en sus labios viendo las reacciones del más joven, quien no parecía entender nada de lo que estaba pasando. 




—Tenías fiebre, te traje desde la universidad, estabas muy mal. —entró del todo en la habitación y se sentó al pie de la cama para poner la mano en su frente y comprobar su temperatura. —Parece que te ha bajado. De todas formas, date un baño si quieres y luego vienes a la comida a comer algo. Debes estar muerto de hambre. 




En todo momento quitó la dulce sonrisa de sus labios. Sorrento quedaba maravillado y solo pasaba a sonrojarse. Entonces sí se puso malo. Suspiró. Debió de causar muchos problemas y ahora Orfeo le cuidaba en su casa. Eso era mucho. Bajó la mirada apretando las manos en la manta. Luego le haría las preguntas oportunas, pero ahora deseaba ese baño como nada. Aún estaba un poco mareado, pero podía andar. Se levantó de la cama y se fijó en una foto que había sobre uno de los muebles de la habitación. En ella salía Orfeo y una hermosa joven de rubios cabellos que sonreía con la dulzura más pura que jamás había visto. ¿Quién sería? ¿La novia de Orfeo? Tendría sentido. Además, la casa no era una casa pequeña, era un piso de dos habitaciones, una de ella siendo la habitación y la otra usada como estudio. Un baño con bañera y la cocina y el salón casi pegados. Solo les separaba una pared y una puerta abierta. Era de un tomo blanco y los muebles combinaban a la perfección. En una de las esquinas había una mesa que servía como de comedor para invitados.  




Sorrento observó la foto un largo rato hasta que Orfeo regresó. 




—La de la foto es mi hermana. —dijo él asustando a Sorrento; de nuevo. 




Sorrento casi dejó caer el marco de entre sus manos y lo dejó en su lugar avergonzado de haberlo cogido. 




—Lo siento, no sabía... 




—Tranquilo. —Pasó de estar apoyado en el marco de la puerta a estar a su lado mirando la foto. —Se llama Eurírice, está ahora en el hospital. —Sorrento se sorprendió y Orfeo le miró viendo su sorpresa y lástima en su mirada. —Tranquilo, está bien. —Le calmó con otra dulce sonrisa. 




—Lo siento...no lo sabía. —miró la foto donde salía abrazada a su hermano, estaban en un parque de atracciones. —¿Qué la pasó? 




Había preguntado con cierto corte y vergüenza. Tal vez se estaba metiendo mucho en un tema que no le convenía y que no era de su incumbencia. Pero Orfeo solo le siguió sonriendo para que no se sintiera mal. 




—Tuvo un accidente hace unos meses. Voy a verla casi todos los días. —explicó cogiendo el marco y mirando la sonrisa de su persona favorita en ese mundo. —Quiero hacerla feliz. 




—Seguro que lo es, contigo a su lado nunca dejará de serlo. 




Orfeo miró a Sorrento por dichas palabras y se percató de la sonrisa tan radiante habían formado sus labios. Sus ojos brillaron, esa sonrisa solo se la había visto a Eurírice. Ese joven le recordaba a ella en varios sentidos. Sus mejillas se tornaron rojas y llevó la mano a su mejilla para acariciarla. 




—Tienes una sonrisa muy bonita Sorrento, tanto como la suya. —afirmó. 




Sorrento dejó de sonreír y se puso aún más rojo. Su corazón palpitó como si una flecha acabase de darle. Eso había sido un cumplido, puro y sincero. Sus ojos brillaron y empezó a titubear un poco sin saber que hacer. Orfeo se volvió a reír y efectuó una caricia sobre su mejilla del joven Leitnet. 




—Anda, ve a bañarte o el agua se enfriará. Te espero en la cocina. 




Se marchó dejando a un confundido Sorrento en la habitación con las mejillas tan rojas que su cabeza casi explotaría. Se llevó la mano a la mejilla donde aún sentía el tacto de Orfeo. Ese había sido un extraño momento, pero a la vez muy hermoso a los ojos de Sorrento. Jamás le habían dicho algo así. Julián en algunas ocasiones. Sin embargo, oírlo de los labios de Orfeo fue maravilloso y su cuerpo experimentó una sensación de alegría y ternura. Una gran calidez floreció en su pecho y cerró los ojos. Quería volver a sentirla. 




Caminó al baño y allí se encontró ropa nueva doblada y un par de toallas. Sonrió y empezó a desvestirse. La bañera estaba llena hasta arriba y además olía muy bien. Le había echado sales. Se ocultó detrás del biombo donde colgó su ropa. Metió su cuerpo en el agua tibia y se hundió hasta los hombros. ¡Mmnnn! Eso era una maravilla, la gloria. Sumergió la cabeza para mojarse los cabellos del todo. En ese momento Orfeo entró y se llevó la ropa sin que le oyese. Solo puso escuchar la puerta cerrándose. Se bañó con toda la paz del mundo y luego salió para cubrirse con una de las toallas y secarse. Salió detrás del biombo y empezó a vestirse. Las mangas le quedaban algo grandes y los pantalones un poco largos, pero nada grave. Salió con la toalla a la cabeza y escuchó el sonido de las teclas del piano. Se asomó al salón y vio a Orfeo sobre un piano blanco, daba a las ventanas acristaladas del salón. Se oía la lluvia de fuera y como las gotas resbalaban por los cristales. Los dedos de Orfeo iban pasando las techas una a una formando una dulce melodía que pegaba con aquel día lluvioso. Se quedó escuchando en silencio. Ese hombre tenía talento para la música y solo hacía que Sorrento quisiera saber más de él. Disfrutaba de la música, de cada tecla. Orfeo estaba envuelto en un aura única que transmitía toda la calma, todas las malas sensaciones se iban. Orfeo fue finalizando la melodía hasta que acabó y escuchó los aplausos de Sorrento.  




—Ha sido increíble. —le felicitó con una gran sonrisa en sus labios. Las malas auras se habían ido y solo había paz. 




—Gracias, es el piano de Eurírice, estaba aprendiendo a tocarlo. —dijo con algo de tristeza. 




Sorrento se acercó a él y le puso la mano en el hombro para reconfortarlo. 




—Volverá a tocarlo, ya lo verás. —dijo mientras una de las gotas de su pelo mojado caía en la mano de Ordeo. 




—También lo creo. Y antes de nada vamos a secarte ese pelo mojado. No quiero que te enfermes más. —dijo él tomando un secador y se sentó en el sofá, le hizo señas de que se sentara en el suelo. 




¿Le iba a secar el pelo de verdad? Sorrento se puso colorado, pero asintió y se sentó entre sus piernas. El aire del secador golpeó su nuca y lo sintió calentito. Luego la mano de Orfeo empezó a pasar por su cuero cabelludo dándole un masaje. Su pelo era suave y fino. Orfeo lo sintió y sonrió. Con delicadeza iba secando cada capa de aquellos finos mechones y los acariciaba con la mano. Se acercó a olerlos. Las sales habían logrado su objetivo. 




Sorrento estaba muy sonrojado y movía los dedos agarrando la camiseta y moviendo un poco los pies estando de rodillas sentado. Siempre le había encantado que le hiciesen esos masajes en la cabeza y definitivamente Orfeo era el mejor de todo. Poco a poco empezó a dar algunos cabezazos quedándose medio dormido. El mayor se dio cuenta de esto y se rio. No cesó con sus caricias. Si quería volver a dormir le dejaría. Su cuerpo necesitaba descansar. Al finalizar apagó el secador y le ayudó a sentarse en el sofá y dejarle bien apoyado. Fue a la cocina y trajo una sopa caliente por si le entraba hambre. Sorrento abrió los ojos un poco y se brotó uno de ellos bostezando. 




—Mnnn...lo siento Orfeo, me estaba quedando dormido... —dijo somnoliento. 




—Es normal, tu cuerpo necesita descansar. ¿Quieres comer ahora o después? —preguntó. 




—Ahora... —pidió él. —Por favor... 




Orfeo le ayudó a ponerse recto y a colocarse el cuenco bien entre las piernas. Comió despacio. La sopa relajaría aún más su cuerpo y le daría esa energía que necesitaba. De vez en cuando, Orfeo le limpiaba a Sorrento algunas gotas que se quedaban en la comisura de sus labios. Ambos se reían y se miraban con ternura y cariño. Sorrento jamás olvidaría dichos cuidados. 




Acabó la sopa y su compañero retiró el plato. Luego se sentó a su lado y le ofreció su cuerpo como apoyo. Sonrojado Sorrento se negó al principio, pero luego cedió. Apoyó la cabeza en el pecho de Orfeo y poco a poco se fue tumbando y acomodando en el sofá abrazando al mayor de los Ioannidis. Este le echó una manta por encima y le abrazó dándole caricias por encima de la ropa y la manta en la espalda. Estaba cómodo y al igual que Sorrento él también lo necesitaba. Su cuerpo y mente querían desconectar por un rato, dejar de pensar y vivir ese momento.  




Orfeo se sintió al principio extraño, con un sentimiento familiar, aunque ese era mucho mejor. La tristeza y nostalgia de tener a su hermana en el hospital y no a su lado le tenía muy afectado. Era ahí cuando necesitaba alguien que le abrazase y le hiciese olvidar todo lo pesado que se sentía. Tal vez Mime habría sido una opción, pero los últimos acontecimientos los había separado. No era que no tuviese amigos, claro que los tenía, pero ninguno podía aliviar por unos momentos esa carga emocional que ocultaba a los demás. Y entonces apareció Sorrento. Parecía que había sido una búsqueda mutua. Desde el día anterior no había dejado en ese dúo que ambos hicieron, sin necesidad de hablar. La unión había creado una sinfonía perfecta. Considerándose bueno en eso, Orfeo sentía que jamás tendría dicha conexión con alguien para tocar.  




Por lo general se dice que las palabras y acciones expresan lo que queremos comunicar, pero ¿y ese número reducido de personas que no son buenas con las palabras? Él desde luego jamás lo fue. Nunca encontraba las palabras exactas para expresar como se sentía. Hasta que probó con la música y el resultado fue formidable. Con la música se liberaba de sus emociones pesadas y por unos minutos podía liberar su mente. Siempre quiso encontrar a alguien como él, pero jamás hubo nadie lo bastante bueno. Y Sorrento Leitner llegó. Le miró viendo que se había quedado dormido. Tomó su libro de nuevo y empezó a leer otra vez. 




La escena podría calificarse de romántica y claro que lo sería. Sorrento quedó plácidamente dormido en los brazos de Orfeo. Poco a poco Orfeo también cayendo. Sus párpados empezaron a pesarle y su cabeza se echaba hacia atrás. Dio un cabezazo y se despertó. Miró al reloj de la pared y vio que eran las 00:09 de la noche. Se estiró un poco y miró a Sorrento; aún dormía. Era mejor ir a la cama. 




—Sorrento. —dijo col dulzura. —Vayamos a la cama a dormir. 




Sorrento solo se removió y se enganchó a su brazo como su fuese un peluche. Dijo algo, pero Orfeo no llegó a comprender. Volvió a mover a Sorrento para ir a la cama y solo se llevó una refunfuña por su parte. Estaba en un sueño profundo. Su brazo se liberó cuando Sorrento se movió y empezó a hablar en sueños. 




—¿Por qué no puedo ser músico? —preguntaba. —Mamá... No, no lo hagas... 




Orfeo se quedó escuchando y viendo como cambiaba sus expresiones. De repente arqueó las cejas y empezó a suplicar por algo que le estaban a punto de gritar. No alzaba la voz, solo suplicaba hasta que unas lágrimas cayeron por sus mejillas. ¿Qué estaría soñando? ¿Su familia? Volvió a moverle y Sorrento al fin se despertó. 




—¿Orfeo? ¿Qué...? —preguntó bostezando. 




—Es tarde ya, vamos a la habitación. Dormiremos allí. —le sonrió. 




Cargó con él hasta la habitación y allí le tumbó de nuevo en la cama y le ayudó a arroparse. Él se quitó los pantalones y se puso algo más cómodo. Lo mismo que la parte de arriba. Y al tumbarse Sorrento le abrazó sin pensarlo. Orfeo se sorprendió. 




—No te alejes... —pidió Sorrento. 




Orfeo estaba muy desconcertado, pero no preguntó. Solo abrazó a Sorrento viendo como su expresión volvía a tener aquella dulzura al dormir. Sonrió y le acarició los cabellos besando su cabeza. Todo aquello era muy extraño, pero parecía que en su niñez no tuvo el afecto que necesitaba y a pesar de eso se le veía tan puro e inocente. 




—Tranquilo, no lo haré. —dijo para acabar de relajarle.  




Esa noche haría frío por lo que el estar abrazados sería lo mejor. Fuera seguía lloviendo y duraría toda noche. Orfeo se giró un poco y apagó la lamparita que había encendido antes. 




—Buenas noches Sorrento Leitner. —dijo cerrando los ojos y a los pocos segundos también había caído en los brazos de morfeo. 




 




Continuará... 


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