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Amour por Dtzo

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Nunca preguntó cómo fue su cita, le bastó ver su cara de idiota para no querer ahondar en detalles puesto que prefería seguir haciendo la vista gorda a esa cadena de oro que rodeaba su cuello con un bello dije de estrella. Mokuba tampoco quería decir mucho al respecto, su mente y corazón estaban en sintonía orquestando una magnifica melodía que no quería arruinar con las charlas sobre realismo con su hermano. Podía pedirle consejos, sí, pero no deseaba hacer sombra en su brillante relación; por lo que encontraba el modo de escabullirse cuando Seto buscaba entablar “la charla”. No una sobre como las aves y abejas se comportan en primavera, al fin y al cabo, Moki conocía casi al derecho y al revés la historia de su hermano, claro que con una que otra escena censurada y de las cuales no se atrevía a preguntar pues el semblante duro de Seto era prueba fidedigna que era campo minado. 




Kaiba disfrutaba de una agridulce dicotomía; por un lado, nada le hacía más feliz que ver a su hermano radiante, por el otro su juicio racional saltaba por querer salvaguardar su corazón que corría despreocupado en un prado de hierba alta, donde el peligro acechaba a cada paso dado, pero debía dejarlo tropezar y tan sólo estar cerca por si lo llegaba a necesitar. 




 




 




“No era normal para él desperdiciar tiempo valioso de sueño para poder rendir como siempre en las clases y labores, pero debía darle crédito a su compañero de cuarto por ello. La sensación amarga de angustia le escocía tanto logrando que su perfecto esmalte dental se desgastara un poco bajo la presión de su mandíbula ¿A qué maldita hora creía que podía llegar sin decirle nada? ¿Acaso entendía las repercusiones que tendría si algún centinela lo encontraba vagando sin motivos? Ya quería ver la cara de los pobres idiotas que estuvieran a su lado; por su parte tenía un esquema mental de los modos posibles de salvar el trasero de Atem. 




El sonido de la llave girando en la perilla alertó su pulso, quiso fingir que dormía, pero su orgullo era más pesado que una patética mentira. 




-Buena hora para llegar, Atem.  




Le tomó por sorpresa recibirlo con la mirada más apacible del mundo y un sonrojo apenas visible a los minuciosos ojos de Kaiba. 




-Oh, lo siento. Debí avisarte que no llegaría temprano. 




No, ese no era el problema… su voz ahora era un par de octavas más aguda. 




-Hmp.  




Pasó de largo al baño a lavar su rostro y sonriéndose estúpidamente al reflejo. 




Quiso tirarse a los brazos de Morfeo inmediatamente, pero seguirlo con la mirada parecía más interesante ¿Y esa sonrisa? algún buen recuerdo de su madre tal vez; sabía cuánto la extrañaba y deseaba volver a verla una vez regresara a casa ¿y esa mirada tan brillante? algún conejillo debió ver; las madrigueras ya eran abundantes en los alrededores y sabía que eran animalitos curiosos y fascinantes a sus ojos. No, algo más era el motivo de todo ese desastre adorable que era Atem.  




Temía saber, temía preguntar de quien era aquella pulsera que ahora estaba en su muñeca, no estaban permitidos los objetos personales o de valor ¿por qué un perfeccionista como él omitiría una regla? ¿de dónde la saco? No, más importante aún ¿quién se la dio?” 




 




 




 




Había aceptado sin mucho esfuerzo la invitación al planetario, un malentendido de quien compraría los boletos entre Mokuba y Serah dio paso a dos pases dobles y uno de ellos fue ofrecido a Kaiba omitiendo la parte de “doble”. Y ahí estaba de nuevo, con un pequeño tic que buscaba por todos los medios ocultar al encontrarse cara a cara nuevamente con Yugi Mutou. 




-Es bueno verte de nuevo, Kaiba. 




La sonrisa genuina de su saludo irritaba en algún punto sus nervios.  




“No es Atem, no es Atem, no es Atem, no es él” 




Un mantra personal serenaba su mente, aunque ya no pudiera sentir amor su corazón de vez en cuando volvía a doler ante el recuerdo fresco de su imagen inmaculada. 




-Hmp… 




Fue su única respuesta, escueta y tajante como siempre, y a Yugi pareció no importarle en lo absoluto lo arisco del hermano de su amigo. En verdad estaba complacido por volverlo a ver. Durante noches le dio mil vueltas a su almohada pensando mucho, poco, demasiado en él, en Atem. En que fue tan terrible para llevar a Kaiba a tomar cartas en el asunto y arrancar de raíz un sentimiento tan puro; en lo que él hubiera hecho de haber estado en su lugar, en lo que hubiera pasado si ese tal Atem lo hubiera sabido; claro que fue algo idealista y esos pensamientos sólo serían de él y nadie más, no quería pensar en la cara compungida del castaño si se llegase a enterar por una milésima de segundo sobre sus suposiciones. Es decir, ni el mismo Kaiba pensaba tanto en Atem… ¿o sí?  




 




“…de vida de una estrella dura mil millones de años. En general, mientras más grande sea una estrella, más corto es su tiempo de vida” 




 




Tiempo de vida. 




Ese fue su desenlace, aferrarse a un sentimiento unilateral lo condenaba a perecer aún después de… no. No iba a dejar aquel recuerdo apoderarse de él una vez más.  




 




“En función de su temperatura, las estrellas tienen diferentes colores. Así, podemos ver estrellas más blanco-azuladas y otras más rojizas...” 




 




Yugi quería saber más de esa mirada firme que se dirigía siempre al horizonte. Su curiosidad genuina escalaba en peldaños sinuosos y filosos, porqué podría malinterpretarlo ¿y si él mismo se estaba malinterpretando? La duda hormigueaba en su cabecita, buscaba en su rostro alguna expresión que le diera la respuesta pues temía que en su voz resaltara su límite. No eran tan cercanos para develar su cajita de Pandora. 




 




“La energía que emiten se genera en una serie de procesos de fusión nuclear, que genera enormes cantidades de luz y calor…” 




 




El respaldo tan suave de los asientos inducia a un rato relajante junto a la poca luz y una voz automatizada, había aprendido a cuidar un poco más su salud física y mental, se tomaba descansos del trabajo, iba de vacaciones con Mokuba; no sólo cuando había reuniones en resorts o congresos que patrocinaba la empresa en los que no salía del traje para asolearse un rato o mojar los pies en el mar, salidas con su hermano; ir de compras a los centros comerciales dejando de lado la ventaja tecnológica de las adquisiciones por internet, como aquella ocasión a la cafetería… ¡A su propia KaibaLand! pequeños detalles que antes jamás se había dado el lujo de gozar.  




La melancolía de sus recuerdos a veces, en los momentos que bajaba la guardia; al dormir, al despertar, parecían verse envueltas en un cálido manto de llamas a fuego vivo. 




 




 




 




 




 




"Era su día favorito para salir a correr a los límites del internado; ya estaba libre de tareas, la inspección de salones la terminó justo después de la hora de comida dando tiempo a la digestión. Calzó sus deportivas, una sudadera y dejó que sus pies lo llevaran a paso ligero más allá de los árboles cuesta arriba, llevaba días sin llover para su suerte, las pisadas eran firmes reduciendo las probabilidades de incidentes que implicaran una caída grave debido al terreno. Se detuvo al llegar a la barda eléctrica que marcaba el área permitida, respiró hondo regulando el ritmo cardiaco, no podía estar en mejor forma; podría jurar que rompió su récord en tiempo. 




El aire frío y seco le daba libertad a sus malos pensamientos que dejaba ir una vez alcanzaba la cumbre, las salidas clandestinas de Atem del dormitorio lo irritaron por semanas; no era diario, tres veces a la semana era molesto. Lo pillaba distraído papando moscas y en más de una ocasión, durante sus sesiones de estudio, revolviendo datos entre una materia y otra. Su enorme orgullo le impedía preguntar la razón tras aquel comportamiento. 




 




 




“¿Puedes concentrarte por una sola vez? No pienso seguir estudiando contigo si me vas a arrastrar a la demencia.” 




Eso dijo. 




“Lo siento.” 




Eso contestó Atem entre risillas. 




¿Reía? no era gracioso en lo mínimo ¿Por qué reía? 




 




 




Admiró un rato el paisaje campestre libre de ruido urbano, en definitiva, extrañaría el silencio… un silencio que ya no existía, sus oídos apenas lograron captar un pitido conocido. La alarma de incendio del internado se extendía hasta donde las ondas sonoras alcanzaban en lo profundo del bosque, precisamente hasta dónde él había llegado; lo más probable era que un accidente en la cocina hubiera desencadenado las inmensas cortinas de humo que emergían a lo largo de aquel edificio.  




Era sábado. 




Atem tenía a cargo la limpieza de la cocina los sábados. 




El miedo corrió por sus venas, el pánico por sus pulmones y el terror en sus ojos al toparse un muro infernal que impedía tanto entrada como salida. 




No tuvo la menor idea de cómo fue que volvió, a traspiés, dando zancadas, con rasguños y hematomas, con el corazón desbocado y casi en la mano; resbaló un par de veces gracias a su inercia y la ayuda del terreno empinado. A su mal estado se sumaba la impotencia al ser retenido por los buenos para nada de sus compañeros de clase y uno que otro profesor, estaban a kilómetros de la ciudad más cercana; algunos alumnos lograron evacuar a salvo y se alejaban ante la inminente amenaza de explosión. Lo cual era sorprendente que aún no sucediera dado el origen, no era algo que duraría mucho; sus zafiros viajaron a velocidad luz entre los rostros, no estaba. Era de los pocos que no estaban. Atem seguía dentro del edificio.  




Quiso mandar todo al carajo e introducirse sin más ni menos en busca de su compañero de habitación, empujó, arañó e incluso desgarró sus ropas. Iba a entrar si o si… o eso pensó. Un estruendo y onda de calor llegaron primero que los bomberos. 




Cualquier fuerza que hubiera poseído le abandonó desde los miembros inferiores, desplomándose, apenas sostenido por manos extrañas por debajo de las axilas y la longitud de sus brazos. No podía ver lo que acontecía frente a sus ojos, el concepto de “muerte” del que tanto hacía mofa día y noche se estaría burlando de él en aquel preciso instante restregando a conciencia su inesperada aparición.  




“Atem…” 




Las plegarias eran tiempo valioso mal invertido a su parecer, por años las escuchó de parte del maldito desgraciado de su padrastro ¿a qué deidad podría haberse encomendado? Si quería conseguir algo lo más lógico era por sí mismo, por sus propios medios. Eran inútiles, deplorables y más adjetivos descalificativos, sin embargo, ahí estaba; de rodillas y con la mente en un solo pensamiento con una palabra extra que volvía esa idea en una súplica: 




“Por favor.” 




Incluso el incesante impulso de pronunciar su nombre en una evocación para sentirlo más real fue suprimido bajo un nudo en la base de su abdomen. Su personalidad visceral reprimida bajo cadenas, fuertes y látigos resurgía con fuerza de sus entrañas para vaciar años de represión y un potente deseo de mostrarse débil. Con ello el fin de una sequía en sus ojos."




 




 




La sacudida de su gabardina resultaba molesto, por un par de minutos se desconectó de todo entorno. No tuvo que abrir los ojos para saber que Yugi era el responsable de estar tratando de verificar que estuviera despierto. 




-¿Ya acabó? 




Podía jurar que dormía apaciblemente, y no era su intensión molestarlo antes de que acabase la presentación. Mucho menos cuando notó que Mokuba se escabullía del pabellón junto a Serah bajo un ademán de silencio; Yugi entendió el mensaje y la “coartada” que le daría, tal vez, al hermano malhumorado de su amigo. No, el motivo que llevó a tratar de despertalo fue aquella lágrima que hacía tan solo un par de segundos había resbalado por su rostro. Por una expresión que denotaba preocupación o angustia, lo que fuese que estuviera en su subconsciente le seguía doliendo.  




-Lo siento, no quise molestarte. 




Bueno, hasta ahí había llegado el rato de relajación, era momento de volver a su modo de alerta constante. Aún por la oscuridad se dio el lujo de bostezar en silencio, tallar ligeramente sus ojos apartando la somnolencia y adoptar su mirada fiera.  




-Da igual.  




Y no supo exactamente por qué su respuesta le supo tan amarga. 




Quedaba un rato de proyección todavía, a perspectiva de Yugi, Kaiba no había notado que su hermano ya no se encontraba en la sala.  




Cuando la sutileza de la iluminación volvió para guiar a los presentes a la salida Kaiba no lo pensó dos veces antes de ponerse de pie y encaminarse sin siquiera voltear a mirar al invitado de su hermano. No era idiota, si conocía bien a Mokuba y sus genes sabía muy en el fondo que haría algo así; no fue ni en lo mínimo una sorpresa no encontrar nuevamente su auto aparcado. Ahora serían dos favores más añadidos a la lista negra. Metió sus manos a los bolsillos de la gabardina y caminó fuera del estacionamiento, llamaría a su chofer; ahora sí, que tanto el sueño como la situación llegaron a su límite y quería llegar a desquitarse con el arduo trabajo hasta que su cuerpo aguantara, sus jornadas de 72 horas seguían siendo hazaña y límite. Justo ahora necesitaba que hicieran su “magia” o estragos en su sistema. Cualquier cosa era mejor que la melancolía y angustia. 




Yugi apenas le siguió por detrás, ni siquiera se atrevió a sugerir un taxi compartido como la primera vez que se conocieron en la cafetería; a leguas podía verse que no sería condescendiente con sus palabras. Sin ser su amigo, como lo era Mokuba, le preocupaba. Tal vez era su personalidad o tal vez su moral, tan solo le vio subirse a un elegante auto negro y desaparecer entre los autos circulantes.   




 


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