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Esposo Indomable por MaRiA-SaMa_076

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Con las mejillas encendidas y temblando como no lo había hecho nunca, Deidara guardó silencio.

—Si el matrimonio no se produce. Uzushiogakure pasará a manos del primo tercero de Deidara, Nagato Uzumari —concluyó Jiraiya.

—¡Pero si mi abuela lo odiaba! —saltó Deidara.

Nagato era un constructor enriquecido con la especulación. Cuando Mito había sabido que hacía averiguaciones sobre Uzushiogakure con la intención de obtener permisos para su desarrollo urbanístico, había montado en cólera.

—Debo añadir que, aunque el señor Uzumari heredara la propiedad — continuó el abogado—, no podría venderla ni construir en ella hasta pasados cinco años.

El rostro de Itachi se endureció. —¿Y si no aceptara las condiciones? —La propiedad sería entregada al gobierno. La señora Uzumaki eliminó cualquier posible vacío legal.

Itachi estaba furioso. Le costaba creer que una anciana fuera la primera persona capaz de acorralarlo. Se preguntó si Mito conocería su situación y habría redactado el testamento sabiendo la presión que su pasado ejercía sobre él. Sin embargo, ésa era una posibilidad remota, pues se trataba de información confidencial.

Cuando el abogado pasó a enumerar las deudas en las que había incurrido la propiedad, Deidara palideció. Había pasado más de una noche en vela preguntándose cómo podría pagarlas, y hablar de ellas ante Itachi Uchiha le resultaba humillante.

—¿No hay ninguna información para mí? —preguntó, vacilante y abatido al comprobar que su hermano Naruto no era mencionado.

El abogado la miró por encima de las gafas.

—Hay una carta que deberá ser entregada tras la boda.

Puesto que la boda estaba descartada, Deidara sintió una espantosa desilusión. Por otro lado, nada le aseguraba que la carta incluyera información que pudiera ayudarla a encontrar a su hermano. Si el testamento ponía algo de manifiesto, era que el deseo de venganza de Mito Uzumaki estaba muy por encima de los lazos familiares. ¿Cómo había sido capaz de incluir una exigencia tan inconcebible como que dos desconocidos se casaran para heredar una casa? Como si Itachi Uchiha fuera a estar tan desesperado por conseguir Uzushiogakure como para doblegarse…

Fue él quien dio por concluida la reunión.

—Les agradeceré que me notifiquen su decisión en el plazo de una semana —dijo Jiraiya casi como pidiendo disculpas.

Itachi se puso en pie con elegancia. —¿Deidara? Quiero que me enseñes la casa.

Deidara se tensó. ¿Cómo era capaz de exigir nada después de cómo lo había tratado? Porque se trataba de una exigencia y no de una petición ¿Era tan arrogante que no conocía el significado de la palabra «educación»?

Verlo de esa manera atemperó su irritación.

—Lo siento, pero no es posible —dijo, cortante, sin molestarse en mirarlo a la cara, pero viendo la expresión de desmayo del abogado.

Itachi Uchiha despertaba en el una profunda animadversión que no tenía por qué disimular. Además, vivían en mundos diferentes y probablemente no volverían a coincidir.

—Yo nunca pido favores. Si me muestras la propiedad, pagaré las facturas del agua —dijo Itachi con una inquietante calma.

Deidara no podía creer que fuera capaz de hacerle una oferta tan humillante, como si su tiempo y su aguante pudieran ser compradas con su repugnante dinero. Por otro lado, se trataba de una oferta tentadora y hasta podía ser considerada como una victoria parcial: hacerle pagar era como multarlo por su mal comportamiento.

—¿Todas las facturas? —preguntó Deidara con dignidad, ignorando la voz interior que le decía que un error no se corregía con otro.

—Deidara, no creo que… —Jiraiya, que recogía los documentos, estaba horrorizado con el cariz que estaba tomando la conversación.

—Deidara y yo nos entendemos perfectamente —interrumpió Itachi—. Todas las facturas.

—Quiero ver el dinero… en metálico —dijo Deidara. Los ojos de Itachi brillaron con sorna. —Y yo la factura.

—Ahora mismo —dijo Deidara con una envenenada dulzura, como si los deseos de Itachi se hubieran convertido en órdenes que estuviera encantado de cumplir.

Satisfecho de que Deidara fuera a obedecer por el precio adecuado, Itachi fue al vestíbulo y llamó a sus abogados. Mientras esperaba a que contestaran, pensó en Mito Uzumaki y en cómo el rencor le había hecho preferir morir arruinada antes que vender.

Aun estaba al teléfono cuando Konan se le acercó y se abrazó a él. Itachi se enfadó automáticamente, pues le gustaba que respetaran su espacio tanto en la cama como fuera de ella, pero fue capaz de disimular porque había recuperado la calma que le caracterizaba. Jamás se dejaba superar por las emociones. A los pocos segundos de enfrentarse a un reto, empezaba a maquinar cómo superarlo. En su vocabulario no existía la palabra «derrota» y sabía bien que el éxito tenía un coste. En definitiva, empezaba a tener claro que tendría que casarse con Deidara Uzumaki por más absurdo que pudiera parecer. No podía permitirse una espera de cinco años, e impugnar el testamento no conduciría a nada, excepto a más retrasos.

En cuanto a Deidara, estaba ahogado por las deudas y era tan avaricioso como todas las mujeres y donceles que conocía, con la ventaja de que era capaz de expresarlo abiertamente. Seguro que se casaría con él. La cuestión era si conocía de antemano el contenido del testamento, si habría conspirado con su abuela. No le costaría averiguarlo. Entretanto, también descubriría cómo era en la cama, y si su energía y fiero carácter se transformaban en pasión. Pasar algunos fines de semana en el campo, algo que siempre le había resultado terriblemente aburrido, podía adquirir un nuevo significado si incluían un componente sexual.

Deidara bajó las escaleras que conducían al sótano de dos en dos. Nagato iba a heredar Uzushiogakure, y su abuela debía saber que ese iba a ser el resultado de su malévolo testamento. Claro que Mito siempre había preferido a los hombres frente a las mujeres, y no perdía oportunidad de lamentarse por no tener descendencia masculina.

Deidara encontró a Gaara esperándolo en la cocina.

—¿Y? —preguntó, nervioso—. ¿Es Itachi tan atractivo en persona como en las fotografías?

—Itachi es tan atractivo como una serpiente de cascabel —dijo Deidara, evitando mencionar el apellido que pondría a Kyubi en acción.

—I…ta…chi —dijo el loro, que adoraba aprender nuevas palabras. Deidara rebuscó en el cajón de un viejo aparador.

—¿Qué estás buscando? —preguntó Gaara, desconcertado—. ¿Qué ha pasado con el testamento?

—Ahora no tengo tiempo de explicártelo. He accedido a enseñar la casa a Itachi.

—¿Por qué?

—A cambio de que pague el agua —al ver que su amigo lo miraba boquiabierto, Deidara se encogió de hombros—. Es un chulo y se ha ofrecido a pagar para humillarme y subrayar el hecho de que él es rico y yo pobre. Estaba tan furioso que he accedido. ¿Por qué no?

Gaara estaba tan atónito que no supo qué decir.

Al llegar al vestíbulo, a Deidara le desagradó ver a la espectacular novia de Itachi abrazada a él con una sensualidad que le resultó incómoda. Posaba las manos en su pecho y basculaba las caderas hacia su ingle en una pose obscena. Por un instante le resultó imposible apartar la mirada porque nunca había visto una mujer tan dispuesta a devorar a un hombre.

Itachi, indiferente a la modelo rusa, recorrió a Deidara con la mirada. Sus ojos eran como dos focos azul claro iluminados sobre su perfecta piel. Su cabello estaba despeinado y su ropa era absurda, pero nada de ello impedía que resultara una belleza. Ni siquiera la ropa de trabajo ocultaba la redondez de sus firme pecho o la femenina curva de sus caderas. Que tuviera aquel aire fresco después de trabajar en el que pronto sería su jardín le resultaba particularmente excitante.

La tensión que cargaba el aire desconcertó a Deidara. Notó la mirada del magnate griego desnudándolo, y la reacción que sintió en su interior lo desarmó. Ruborizado, desvió la mirada hacia su peliazul acompañante, y vio que ella lo observaba con aire asesino.

Itachi la apartó a un lado.

—Konan, vete a dar una vuelta. Quiero hablar con la señorita Uzumaki en privado.

Deidara tomó aire y lo soltó lentamente. Estaba descubriendo que, a pesar de odiar a Itachi Uchiha, estar con él le resultaba excitante.

—¿Es ésa la factura? —Itachi señaló el papel arrugado que apretaba—. No necesito verla. Sólo bromeaba.

Le dio un fajo de billetes. Por un instante, Deidara los miró como si no supiera por qué se los daba. Palideció y estuvo a punto de perder su aplomo pues, una vez apaciguado, supo que no debía aceptar aquel dinero. Sin embargo, también sabía que cualquier intento que hiciera de devolverlo le haría resultar ridícula. Avergonzado, guardó los billetes en el bolsillo al tiempo que Itachi hacia un gesto con la mano indicando que quería empezar el recorrido.

Durante un tiempo, Deidara había organizados visitas guiadas a la casa para conseguir algún ingreso, pero el progresivo deterioro y la carencia de medidas de seguridad le había llevado a cancelarlas.

Con una tensión que le hacía caminar con rigidez, se detuvo al pie de la escalera:

—Las tallas de la barandilla son…

—Ahórrate los comentarios turísticos —interrumpió Itachi Uchiha —. Quiero ver lo mejor de la casa.

A Deidara le pareció vergonzoso que expresara tan abiertamente su total desinterés. Le lanzó una mirada de desaprobación de la que se arrepintió en cuanto sus ojos se encontraron con el firme mentón de Itachi para, como si tuviera voluntad propia, ascender hasta encontrarse con sus sensuales labios, sus tallados pómulos y la negra densidad de sus pestañas. El enfado fue sustituido por un hormigueo en el estómago y por la piel de gallina. Los ojos ebano de Itachi se clavaron en el con una intensidad que le oprimió la garganta hasta casi ahogarlo.

Retirando la mirada bruscamente, Deidara subió las escaleras con la adrenalina bombeándole la sangre.

—Esta es la gran galería.

Itachi contempló la polvorienta sala rectangular que en el pasado había constituido una de las joyas de la casa. Las cortinas estaban rasgadas; los retratos de familia y el mobiliario habían sido vendidos hacía tiempo. Ese era un detalle sin importancia para Itachi, que tenía un equipo trabajando desde hacia años en la localización y compra de todos esos objetos. Estudió el ornamentado techo y el viejo suelo de madera, ambos manchados por la humedad.

—Cuidado con dónde pisas. El piso puede ceder —le avisó Deidara.

—Parece que el testamento te ha sorprendido —dijo Itachi con tono indiferente.

—¿Y a quién no? Me temo que mi abuela era muy particular y le encantaban los secretos —Deidara no tenía el menor interés en hablar del testamento con él. Todavía no entendía qué hacía allí.

Evitó mirarlo. Le desconcertaba y le avergonzaba a un mismo tiempo sentirse tan atraído por un hombre cuya amante le esperaba en el piso inferior. Pero no era su cerebro, sino su cuerpo, el que reaccionaba ante su presencia, y contra eso no podía hacer nada.

—Como sabes, hace tiempo que deseo poseer esta casa —comentó Itachi.

Deidara abrió la puerta del final de la galería.

—Eres rico. Estoy seguro de que Nagato te la venderá en cuanto pueda.

El rostro de Itachi se endureció. —No puedo esperar cinco años.

—Me temo que no tienes otra opción —Deidara pensó que no le sentaría mal tener que espera a cumplir sus deseos. Además, tendría que convencer a su ambicioso primo para que renunciara a sus planes de desarrollo urbanístico.

—Claro que tenemos otra opción —dijo Itachi, en el preciso momento en el que pisaba una madera podrida. Dejando escapar un juramento en griego, liberó su pie y dio un paso atrás.

—Ya te lo he advertido —dijo Deidara—. Hay un montón de agujeros en el suelo del piso de arriba, pero había conseguido mantener este suelo intacto.

Al recibir una crítica en lugar de una disculpa, Itachi no supo si enfadarse o reír.

—¡Podría haberme hecho daño!

—Dudo que seas tan frágil, pero el techo que hay bajo este suelo es de un valor incalculable —dijo Deidara, airado.

Le mostró una selección de dormitorios revestidos de paneles de madera y las estropeadas habitaciones del piso bajo. Cuando Deidara se ofreció a enseñarle los terrenos, prefirió volver al salón.

—Tenemos que hablar del testamento —Itachi tenía un único objetivo, conseguir que Deidara aceptara las condiciones del testamento y volver a Londres lo antes posible—. Quiero esta casa, y aunque no me guste ser chantajeado, estoy dispuesto a casarme para conseguirla.

Deidara lo miró boquiabierto. No había imaginado ni por un instante que un hombre del poder y la riqueza de Itachi Uchiha estuviera dispuesto a casarse con un desconocido para hacerse con una casa. Después de todo, sólo necesitaba una espera de cinco años para poder comprarla.

—¡No puedes hablar en serio!

—Por supuesto que sí —dio Itachi, cortante.

Deidara sacudió la cabeza. El movimiento hizo que su cabello se soltara y cayera sobre sus hombros en cascada. Continuó hablando mientras se peinaba con los dedos.

—No tiene ningún sentido.

Itachi observó con sensual intensidad su denso cabello de oro. —Para mí sí lo tiene —se limitó a decir.

Deidara fue hasta una ventana y se volvió lentamente. Nada de lo que había hecho Uchiha hasta el momento le parecía lógico.

—Podrías hablar con Nagato, o ver qué opinan los abogados. ¿Siendo rico, no hay maneras de arreglar algo así? ¿Por qué tienes tanta prisa? Sé que esta casa perteneció durante siglos a la familia de tu madre, pero no parece interesarte la historia. ¿Tanto te importa el vínculo familiar?

Itachi enarcó una de sus cejas con gesto despectivo. —Tengo mis razones, y son privadas. Deidara lo miró con indignación.

—Sí, pero acabas de proponer que nos casemos como si no significara nada…

—En realidad, no significaría nada. Sólo necesitamos celebrar una discreta ceremonia civil —interrumpió Itachi—. Es la forma más sencilla de poder hacerme con Uzushiogakure. El edificio está en muy mal estado. Necesita ser restaurado cuanto antes.

Deidara intentó dominar la indignación de que expresara tan abiertamente su ansiedad por poseer la casa. ¿Es que no tenía la menor sensibilidad? Deidara había crecido con la triste historia de lo que sintió su madre al ser abandonada por Fugaku Uchiha en el altar. Cuando Kushina tomaba un par de copas, hablaba interminablemente de su destrozado corazón. Aunque se hubiera casado con otro hombre, Fugaku había sido el amor de su vida. No conseguir olvidarlo ni resistirse a él había acabado por destrozar todas las relaciones que empezaba.

—No tiene sentido hablar de ello porque no estoy dispuesta a casarme ni por lo civil ni por la iglesia —declaró Deidara en tono solemne.

Itachi la miró con ojos entornados y expresión inquisitiva. —¿Por qué no?

—No me parecería bien —Deidara estaba decidido a preservar su dignidad antes que caer en el tipo de sentimentalismo que despertaría el desdén de Uchiha—. No podría.

—Estoy seguro de que sí —dijo él con tono sarcástico—. Las ventajas económicas de acceder a lo que pido serían muy considerables.

Deidara palideció. El fajo de billetes que tenía en el bolsillo le quemaba.

—Supongo que tengo merecido que me hagas esa oferta —sacó el dinero y lo dejó con decisión sobre una mesa—. Toma tu dinero y guárdatelo. De no haber querido ponerme a tu nivel antes, no lo habría aceptado. Puede que sea pobre, pero todavía sé distinguir lo que está bien de lo que está mal.

Itachi le dedicó una sonrisa de hiena. —Suenas como si fueras un niñito bueno. Deidara le dirigió una mirada incendiaria.

—Puede que suene infantil y simple, pero así es como quiero que sea mi vida. Puede que no siempre sea consecuente con mis principios, pero cuando cometo un error no me importa reconocerlo.

—Los principios están muy bien cuando uno puede permitírselos —el sarcasmo en la mirada de Itachi contribuyó a enfurecer aún más a Deidara—. Pero si yo me voy, te quedarás sin la casa y con un montón de deudas. Acepta mis condiciones y el dinero dejará de ser un problema. Soy muy generoso con aquellos que acceden a mis deseos.

El panegírico a la honradez de Deidara dejaba a Itachi indiferente. Estaba convencido de que no era más que un truco para elevar su precio. Que hubiera aceptado el dinero del agua sin pestañear le había dado toda la información que requería.

La furia de Deidara al ver que no aceptaba su negativa estalló como un geiser.

—¡Es una lástima que yo no tenga la menor intención de acceder a tus deseos!

Itachi lo miró con expresión velada.

—Los dos sabemos que podría persuadirte muy fácilmente —dijo con una risita de suficiencia.

Deidara sintió una mezcla de ira y de vergüenza al darse cuenta de que incluso su insolencia le resultaba atractiva. La rabia le hizo hablar despectivamente.

—Te equivocas. No podrías convencerme porque detesto lo que representas, y porque no concibo la idea de casarme por interés.

—Deberías usar la cabeza —contraatacó Itachi con frialdad—. El matrimonio no sería más que un acuerdo en beneficio mutuo. Tú necesitas dinero y yo quiero esta casa.

—¡Pero yo no quiero seguirle el juego ni a mi abuela ni a ti, y, lo creas o no, tampoco quiero tu dinero! —replicó Deidara—. No puedes sobornarme para que haga lo que quieres. Puede que tarde toda la vida en pagar las deudas, pero al menos podré mantener la cabeza bien alta porque, al contrario que tú, tengo principios.

Itachi permanecía impertérrito. —No permito que me insultes.

—No estoy insultándote. Me limito a observar que no pareces tener escrúpulos —dijo Deidara, vehemente—. Conseguir lo que deseas es lo único que te importa. Para algo eres un Uchiha.

—Y estoy orgulloso de serlo —Itachi miró a Deidara en actitud retadora.

La tensión que se respiraba y la absoluta quietud de Itachi dispararon el corazón de Deidara. Era un hombre de hierro, muy distinto a su menudo y encantador padre. Aquel pensamiento la hizo estremecerse. No tenía por qué dejarse manipular ni por su abuela ni por Itachi Uchiha. Había actuado como una nieto leal, pero había llegado el momento de recuperar su libertad.

—No tenemos nada más de qué hablar —dijo, solemne, acercándose a la puerta y abriéndola para invitarle a salir.

—No me gusta que me hagan perder el tiempo —masculló Itachi.

—Lo que no te gusta es la palabra «no» —dijo Deidara, convencido de que era una palabra que le convenía oír más a menudo.

—Estás en contra de mi familia.

—Un poco… Siento no poder evitarlo —dijo Deidara sin inmutarse.

—¿Cómo puedes consentir que algo que sucedió hace treinta años determine el presente? No tiene nada que ver con nosotros.

Enfurecido por haberle dejado un resquicio para convertirse en la voz de la cordura, Deidara apretó los dientes. Itachi debía de preferir creer que su padre no había vuelto a ver a su madre después de dejarla plantada. O quizá ni siquiera sabía que su madre había sido la amante ocasional de su padre durante el resto de su vida. Fuera cual fuera la verdad, Deidara no estaba dispuesto a hablar sobre una realidad tan humillante.

Itachi levantó su mano y metió lentamente una tarjeta de visita en el bolsillo del pecho de su camisa, esbozando una sonrisa que hizo que Deidara sintiera una contracción en el estómago.

—Aquí tienes mi número privado, pero te advierto que no voy a mejorar mi oferta.

—¡No pienso llamarte! —saltó Deidara. Itachi le dedicó una mirada severa. —Acudirás a mí —dijo con voz ronca.

Deidara se quedó sin alíenlo. Su piel cambió del frío al calor. Al verlo alejarse por el pasillo, se abrazó la cintura como si con ello pudiera defenderse de él.

«Ni hablar», habría querido gritar, «jamás iré en tu busca».

Pero la rabia que sentía lo sacudía de tal manera que prefirió no replicar por temor a lo que pudiera decir. Después, al oír el helicóptero despegar, se dio cuenta de que estaba tan tenso que le dolía todo el cuerpo. Nunca habría imaginado que pudiera llegar a enfadarse hasta aquel punto. Hasta entonces siempre se había considerado una persona tranquila y tolerante.

Una hora más tarde, llegaba a la casa que Gaara alquilaba a los Uchiha. Su amigo estaba en la cocina, preparando una cena para su servicio de catering. Deidara, con los nervios a flor de piel, le contó lo sucedido. Gaara la escuchó atentamente y sus ojos aguamarina se fueron abriendo de perplejidad.

—¿Por qué puede estar un millonario tan desesperado por hacerse con Uzushiogakure?

—Ni lo sé ni me importa.

—¿No será que ha descubierto que hay oro o petróleo en el subsuelo? ¿Y por que no? —dijo Gaara al ver la mirada de incredulidad de Deidara —. De hecho, el mes pasado vi a unos tipos haciendo una inspección de terreno al lado del jardín cercado, y creo que luego…

—¿Y por qué no me dijiste nada? —preguntó Deidara, preocupado.

—Asumí que trabajaban para los Uchiha y que sólo estaban husmeando. No quise preocuparte —se defendió Gaara.

—Lo siento —suspiró Deidara—. Estoy muy nervioso.

—Está muy bien que quieras defender tus principios —dijo Gaara, dubitativo—, pero es una pena que pierdas la oportunidad de cancelar tus deudas y ganar la parte que te correspondería de la venta de la casa. Incluso podrías contratar a un detective para buscar a tu hermano; y aún te quedaría bastante como para invertirlo en el negocio de jardinería.

A medida que hablaba su amigo, Deidara había ido desinflándose. ¡Naruto! ¿Cómo no se había dado cuenta de que a su hermano le correspondía también una parte de Uzushiogakure, que cualquier decisión que tomara afectaría también a su futuro? Era una lástima que Mito siempre hubiera mantenido una actitud tan distinta hacia Natuto por ser hijo ilegítimo.

Cuando Deidara tenía dieciséis años, su madre había muerto en un accidente de tren y Mito había ido a buscarlos a Escocia para llevarlos consigo a Uzushiogakure. Dos días después, al volver del colegio, Deidara había descubierto que su hermano había desaparecido. Su desesperación dejó indiferente a su abuela.

—El padre de Naruto ha venido a buscarla —explicó con frialdad—. Y así debe ser.

Deidara protestó.

—¿Cómo lo ha localizado? ¡Ni siquiera yo sé quién es! Mamá nunca quiso hablar de él…

—El lugar de Naruto está en otra parte. Ya no es tu responsabilidad, sino la de su padre. Tendrás que aceptarlo.

Deidara no había olvidado el dolor de aquella súbita y cruel separación del niño al que adoraba. Al principio, había creído que podrían permanecer en contacto por carta, pero al no haber ningún contacto, su abuela se había limitado a encogerse de hombros y a decir que no sabía nada de el. Deidara, por su lado, estaba convencido de que le ocultaba algo.

Y de prontos se encontraba ante el dilema de tomar una decisión que podía afectar a Naruto. Cuando finalmente la encontrara, ¿qué opinaría de que la hubiera dejado sin herencia? ¿La perdonaría?

—Puede que me haya precipitado al rechazar la oferta de Itachi — masculló, abatido.

El orgullo le impedía ceder de inmediato por temor a ser considerado un doncel voluble. La perspectiva de acceder a un matrimonio de conveniencia con un hombre al que odiaba y despreciaba, le quitó el sueño aquella noche. Por eso fue aún más frustrante que el número que marcó, en lugar de ponerlo en contacto directo, fuera el de un eficiente y protector ayudante que le informó de que Itachi estaba en el extranjero al tiempo que le ofrecía una cita para la semana siguiente en Londres.

La curiosidad que Deidara sentía por la carta que le había dejado su abuela para el día de su boda fue en aumento. No podía dejar de pensar en las crípticas palabras que Mito le había dirigido relativas a la casa y a su hermano. Por el, al haberlo incluido en su testamento a sabiendas de cuánto deseaba adueñarse de la casa, Itachi Uchiha había acudido a Uzushiogakure. Y también había dicho que la propiedad podía hacer que Deidara cumpliera todos sus deseos. ¿Querría todo ello decir que si accedía a casarse con Uchiha, la carta le proporcionaría información sobre Naruto?

Visto de esa manera, el matrimonio adquiría connotaciones mucho más importantes para el y se convertía en un sacrificio más aceptable.

Después de todo, sólo representaba un vínculo temporal con un hombre al que despreciaba. Ni siquiera sería un matrimonio de verdad. De hecho, asumía que Itachi seguiría dando rienda suelta a su activa libido mientras estuviera en Uzushiogakure, y la casa se llenaría de bellezas depredadoras que actuarían de manera provocativa. Deidara se estremeció ante la perspectiva, y se consoló recordando que su dormitorio estaba en el ala opuesta de la casa y que pasaría la mayoría del tiempo en el jardín.

Las elucubraciones de Deidara fueron interrumpidas por una llamada de Jiraiya, que le pidió que acudiera a su oficina. Allí le explicó que había recibido una visita de los abogados de Itachi Uchiha con un requisito formal para que dejara de utilizar el jardín cercado.

Deidara miró al hombre atónito. —No entiendo…

—Me han notificado que hace doce años su abuelo vendió el jardín y los tres terrenos colindantes a un granjero. Su abuela no debía ser consciente de que el jardín estaba incluido en la venta.

Doce años atrás, el ni siquiera vivía en Uzushiogakure porque su madre seguía viva.

—Sabía que esos terrenos habían sido vendidos, pero no puedo creer que el jardín también.

—Yo no me ocupé del contrato, pero tengo los documentos y puedo asegurarle que así fue.

El abogado explicó que el hijo del granjero había pensado en abrir un negocio de jardinería y que, al morir inesperadamente, su padre no le había encontrado utilidad.

Deidara escuchó la explicación sin dar crédito a lo que oía. ¿Los Uchiha habían comprado las tierras al granjero hacía cuatro años y no se habían percatado de que el jardín formaba parte de la adquisición? Estaba aturdido.

—¿Quiere decir que llevo casi cinco años invadiendo una propiedad ajena, que Itachi Uchiha es el dueño de mi jardín?

—Y de todo lo que haya en su interior.

Deidara, pálido, asintió como una marioneta mientras el abogado, al tiempo que le manifestaba su solidaridad, le advertía que no tenía nada que hacer.

Con la mente en blanco, Deidara fue directo al jardín… o lo intentó. Los Uchiha solían colocar unas verjas verdes para marcar sus terrenos, y una de ellas estaba siendo instalada en aquel instante al pie del camino de acceso al jardín. Deidara pasó junto a los trabajadores y bajó del coche al llegar al muro. Habían puesto un candado a la verja de hierro, prohibiéndole la entrada al jardín que representaba el fruto de sus sueños y esfuerzos en los últimos años.

Sintiendo que la sangre le hervía en las venas, pensó: «Si me caso con Itachi, lo mataré por hacerme esto», porque ni por un instante dudó de la identidad del culpable que la separaba de sus amadas plantas.

Continuara


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