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Esposo Indomable por MaRiA-SaMa_076

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Capítulo 6

Con la camisa de Itacho puesta, Deidara fue en busca de su ropa y la encontró en la habitación adyacente, que había sido transformada en un vestidor.

Itachi había pasado de la dulzura a la amenaza a la velocidad de la luz. Lo odiaba con toda su alma. No comprendía por qué había actuado tan estúpidamente cuando siempre había sido fuerte y sensato. ¿Cómo había podido acostarse con un hombre al que le resultaba indiferente? ¿Dónde había dejado su autoestima? ¿Acaso no conocía la reputación de Itachi?

Se duchó mientras lloraba de rabia. ¿Cómo se atrevía a amenazarlo con llevarlo a juicio? ¿Cómo osaba usar su poder y su dinero como arma? Se puso un pijama gastado sin dejar de reflexionar sobre su situación a la vez que intentaba ignorar la leve molestia física que le recordaba una intimidad que quería olvidar.

Pensar que podía mejorar el estado de Uzushiogakure con su sueldo era una ingenuidad. La casa necesitaba una restauración que el no podía pagar. Además, sus deudas habían aumentado al aceptar que Itachi pagara las facturas pendientes.

Sólo le quedaba la opción de venderle la casa a cambio de que olvidara la estúpida idea de que actuara como su esposo. Probablemente su insistencia sólo buscaba esa salida.

Cuando volvió al dormitorio, Itachi estaba echado en la cama, en camiseta y boxers, hablando por teléfono. Un sirviente encendía el fuego y otro estaba dejando un carrito con comida. Deidara volvió precipitadamente al vestidor para ponerse un albornoz. Para cuando salió de nuevo, Itachi había dejado de hablar.

El dejó el teléfono a un lado y le tendió la mano. —Ven aquí.

Deidara se quedó paralizado.

—No pienso volver a la cama contigo.

Itachi lo miró a través de sus densas pestañas. —Esta cama es mi regalo de boda para ti, yineka mu.

—¿Quieres decir que habías planeado acostarte conmigo? —preguntó Deidara, sintiendo que la ira lo ahogaba.

—Te deseaba y te sigo deseando —dijo él con franqueza—. Eso no tiene nada que ver con todo lo demás.

Deidara se estremeció. ¿A quién quería engañar? Itachi había querido seducirlo y el había sido demasiado ingenuo como para reconocer sus intenciones. Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, mantuvo la calma.

—Ahora tenemos que concentrarnos en los que nos diferencia. —En la cama.

—¡En la cama, no! —dijo Deidara, apretando los dientes—. Si accedo a venderte la casa, ¿me donarías el jardín cercado y estarías dispuesto a olvidar esta farsa?

Súbitamente serio, Itachi se puso en pie con elegante agilidad. —Eso es imposible.

—Al menos podrías considerarlo. Es una oferta justa. No tiene sentido que sigamos con esta estúpida mentira.

El rostro de Itachi se endureció.

—Hay varias razones que no tengo por qué explicarte.

—Supongo que con eso pretendes ponerme en mi sitio —dijo Deidara, cruzándose de brazos.

—Tu sitio es a mi lado.

—¡No pienso molestarme en contestar! ¡No eres razonable!

—Tengo que hacerte una pregunta importante. ¿Permitirás que sigan los trabajos de restauración?

Deidara estuvo a punto de darle una respuesta negativa, pero pensó en las goteras y en el deterioro general, y pensó que no podía hacerle eso a una casa que amaba.

—¡Sí! —dijo entre dientes.

Acercándose a la cama, levantó una almohada y la colcha, que habían caído al suelo, y fue hacia el diván lujosamente tapizado que había junto a la ventana.

—¿No tienes hambre? —dijo Itachi, señalando la comida—. Ninguno de los dos hemos comido en toda la tarde.

Aunque Deidara sentía el estómago vacío, se envolvió en la colcha y se echó en el diván.

—Buenas noches.

Itachi observó a su airado novio mientras comía, y su frente se frunció al darse cuenta de que no actuaba tal y como había esperado. Era muy obstinado. ¿Por qué habría ofrecido vender la casa sin intentar negociar un precio desorbitado por el? ¿Por qué seguía obsesionado con el jardín? ¿Sería verdad que le gustaba mancharse las manos de barro? ¿Acaso no pensaba en los beneficios que podía obtener de su alianza con él?

Había llegado la hora de los diamantes. Tenía que mostrarle el valor de acceder a sus deseos. Llamó por teléfono para organizarlo. Cinco minutos más tarde caminó hasta el diván, tomó a Deidara en brazos y lo llevó a la cama.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —gritó el.

—Vas a dormir en mi cama —dijo Itachi, sin dar lugar a discusión.

Deidara sintió lágrimas de rabia en la garganta, pero estaba demasiado cansado como para continuar la batalla.

—Ni se te ocurra tocarme —le advirtió.

Pero era evidente que no necesitaba preocuparse. Itachi tenía cosas mucho más importantes que hacer que intentar seducirlo. Mientras Deidara le daba la espalda, en tensión, le oyó hacer cinco llamadas, cada una en una lengua diferente. Su voz grave sonaba autoritaria y brusca. Excepto cuando mantuvo una conversación en griego, en la que llegó a reír en un par de ocasiones. Deidara tuvo la seguridad de que hablaba con una mujer e hizo lo posible por seguir las inflexiones de su voz aunque no entendiera ni una palabra. Quizá le estaba explicando por qué había olvidado mencionarle el pequeño detalle de que iba a casarse. Pero, ¿por qué no quería romper ese absurdo matrimonio? ¿Por qué quería seguir con la farsa?

¿Y por qué se habría acostado con el? Deidara no podía creer que la química que él sentía fuera tan poderosa como la que el sentía por él, porque se trataba de un hombre extremadamente sofisticado con una oferta interminable de mujeres y donceles espectaculares. Además era muy inteligente y un gran estratega. En cuanto el había dicho que no tenía por qué cumplir con el papel de esposo, él le había seducido y lo había arrastrado a su cama.

Mientras Deidara se mortificaba por no haber sido capaz de rechazarlo, Itachi ordenó que le llevaran una televisión y vio las noticias, lo que dio lugar a que hiciera otra serie de llamadas.

Para la medianoche, Deidara estaba a punto de pedir clemencia. Itachi ni siquiera había notado que se había tapado la cabeza con una almohada para ahogar el ruido y protegerse de la luz.

Como hombre obsesionado con el trabajo, su energía no tenía fin. Además, le apasionaba controlar todo y a todos. No era ni tolerante ni paciente. No era un hombre que pudiera soportar a un doncel o mujer exigente y difícil. Y si eso era así, reflexionó Deidara con súbita satisfacción, acababa de encontrar una forma de escapar de las garras de un matrimonio al que el quería poner fin. ¿Qué le resultaría más odioso? La publicidad, obviamente, estaba en el primer puesto. No le gustaba exponer su vida privada, así que le espantaría que su esposo concediera una entrevista a un periódico sensacionalista. Y Deidara sospechaba que un doncel dependiente, que quisiera controlarlo todo el tiempo y saber dónde estaba, le horrorizaría aún más. Sin embargo, tendría que tener cuidado de no exagerar. Una sonrisa suavizó su rostro. Convertirse en una pesadilla de esposo iba a resultarle divertido y con ello conseguiría recuperar su jardín lo antes posible.

Al día siguiente Itachi comprobó por tercera vez si Deidara había llamado o había mandado un mensaje.

Apretando los labios, volvió a prestar atención a la reunión. La caída de la Bolsa le había obligado a viajar a Londres a primera hora. El deseo no satisfecho le había dejado insomne y al amanecer había necesitado darse una ducha de agua fría.

No comprendía qué le sucedía, pero Deidara había despertado en él un incontenible deseo sexual. No conseguía concentrarse y la inquietud que lo dominaba era una sensación desconocida para él.

En cambio Deidara, que parecía acostumbrado al histrionismo, había dormido profundamente toda la noche, y ni siquiera le había oído marcharse. Itachi sospechaba que era capaz de dormir durante un terremoto, ya que ni siquiera se había movido mientras le ponía un collar de perlas y diamantes. Cuando le había hablado, el se había limitado a mascullar algo antes de acurrucarse y continuar durmiendo.

Pero Itachi estaba seguro de que Deidara, como cualquier otro doncel, se quedaría sin palabras al ver el regalo. Además, por primera vez en su vida, había dejado una nota explicando su ausencia. Y, en medio de una mañana extremadamente ocupada, se había tomado la molestia de contratar a un jardinero para que cuidara del jardín cercado en su ausencia.

En definitiva, Itachi nunca había hecho tantos esfuerzos por satisfacer a un doncel ni a una mujer sin recibir ni una muestra de aprecio a cambio. Y el silencio empezaba a sacarlo de sus casillas.

Deidara también había estado muy ocupado. Al abrir los ojos encontró una nota en la almohada: En la oficina. Volamos a Grecia a las 20:00. Divertido, había estado a punto de saltar de la cama y hacer un saludo militar. Pero su sonrisa se borró al darse cuenta de que llevaba puesto un lujoso collar que le hizo pensar en el de un elegante perro. ¿Se trataría del pago por su virginidad? ¿Una recompensa por su sumisión?

Asqueado con cualquiera de esas posibilidades, le incomodó que una sirvienta le llevara el desayuno a la cama antes de anunciarle que el baño estaba preparado. Luego recibió una llamada de su ayudante personal anunciando que partiría a las once hacia la casa de Itachi en Londres. Deidara, cuyo único consuelo en los días anteriores había sido que podría dedicar todo el tiempo que quisiera a su jardín, se sintió atrapado por aquella organización milimétrica de su tiempo.

Llamó a Gaara.

—Claro que no le conté a mi hermano lo de tu boda —dijo su amigo—. De hecho, Sasori está furioso conmigo por no hacerlo. Estoy prácticamente sitiado por los paparazzi. Los hombres de Itachi han puesto barreras al pie del camino y la policía está patrullando. Es muy emocionante.

Deidara estaba muy concentrado.

—¿Crees que habría alguien interesado en entrevistarme?

—¿Estás loco? ¡Cualquier periodista daría lo que fuera! ¡Eres una noticia bomba!

Deidara decidió que sería un gran salto en su estrategia para recuperar la libertad. ¿Tendría el valor suficiente? No se le ocurría nada que pudiera horrorizar más a Itachi que un esposo que hablara con la prensa de él y de su vida.

—Creo que puede ser divertido, pero tendría que ser en Londres. ¿Piensas que le gustaría hacerla a tu hermano?

Gaara se entusiasmó tanto con la sugerencia, que se ofreció a actuar de intermediaria.

Deidara revisó su nuevo vestuario con un brillo en los ojos mientras seleccionaba las piezas de colores llamativos que combinadas entre sí le dieran el aspecto vulgar que buscaba. Itachi debía aprender que las amenazas no le llevarían a ninguna parte.

Itachi volvió a su casa de Londres sobre las cuatro de la tarde y se encontró con un gran revuelo. Pain acudió a recibirlo a la puerta para informarle de que Deidara estaba concediendo una entrevista a la prensa. El personal de servicio se agolpaba a la entrada de la sala en un silencio sepulcral. Nadie se atrevió a mirar a Itachi a la cara.

—¿A qué periódico? —preguntó fuera de sí, diciéndose que un sexto sentido debía haberle impulsado a volver varias horas antes de lo normal.

Los amplios hombros de Pain se curvaron con desánimo al nombrar un periódico sensacionalista que en años recientes había publicado varios artículos vergonzosos sobre la vida sexual de Itachi. Por una fracción de segundo, Ktachi sintió la piel sudorosa por el horror, algo que sólo le había sucedido en otra ocasión: cuando supo el diagnóstico de la enfermedad de su madre.

—¿Dónde están?

—En la biblioteca —dijo Pain.

Itachi no daba crédito. En su biblioteca, el lugar más privado de su casa, al que sólo los más íntimos tenían acceso.

No había calculado que, al ser su esposo, nadie de servicio iba a cuestionar lo que hiciera si él no daba órdenes precisas. ¿Pero cómo era posible que nadie le hubiera llamado para decirle lo que estaba sucediendo?

La puerta de la biblioteca estaba abierta. En su interior había numerosas personas y todo el equipo de grabación. Itachi tomó aire. Era demasiado educado como para montar una escena, pero aquella violación de su intimidad le resultó un imperdonable acto de traición. Deidara estaba arrebujado en el sofá, tan colorido y exótico como un pájaro tropical. Llevaba un exceso de maquillaje, un vestido rosa que no llegaba a cubrirle las rodillas, medias de rejilla y zapatos de tacón alto plateados. El conjunto era extraño. Itachi deslizó la mirada por sus párpados lila y por el rojo brillante de sus labios: se detuvo unos segundos con satisfacción en el collar de perlas y diamantes antes de seguir hacia la curva generosa de su pecho y concluir en la parte de muslo que se veía entre las medias y el vestido. Su libido reaccionó al instante. Era la primera vez que encontraba sexy lo extraño.

—Itachi vino a ver mi casa y nos enamoramos a primera vista — decía en ese momento Deidara con una espléndida sonrisa—. Soy tan afortunado, Sasori. Estoy viviendo un cuento de hadas.

Itachi lo observó y se preguntó si no habría un rastro de verdad en sus palabras. Pelear constantemente con él podía ser la manera de Deidara de ocultar sus verdaderos sentimientos, o tal vez una forma perversa de llamar su atención. ¿Sería ésa la razón de que hubiera invitado a la prensa y de que se expresara como un adolescente nervioso? La gente estaba dispuesta a lo que fuera para hacerse publicidad. ¿Sería aquella la manera de Deidara de conseguir sus cinco minutos de fama? ¿Y por qué parecía conocer al periodista?

Itachi vio que el joven no apartaba los ojos de las piernas de Deidara cuando éste cambió de posición, y le enfureció que su esposo llevara una falda tan corta.

—¿Cómo se siente al estar casada con un millonario?

—En la gloria —Ofelia acarició el collar—. Itachi me ha dado hoy esta joya.

Itachi apretó los dientes. ¿Es que no se daba cuenta de cómo sonaba? Deseó hacerle callar por su propio bien.

—¿Qué opina de que su marido haya ido a trabajar el día después de su boda?

—Me siento abandonado —dijo Deidara, haciendo un mohín—. Itachi va a tener que cambiar su estilo de vida. Para mí, las parejas han de pasar mucho tiempo juntas. Espero ir a todas partes con él. Sus amigos serán mis amigos, y pienso compartir todos sus intereses.

—¿Eso se debe a que desconfía de la fidelidad de su marido?

—¡Qué va! —dijo ella con decisión—. Itachi besa el suelo que piso. Estoy seguro de que en ese mismo momento me está echando de menos tanto como yo a él.

En ese instante, Dridar vio a Itachi y el sentimiento de culpa lo hizo ruborizarse de la cabeza a los pies. No había contado con que apareciera en medio de la entrevista, cuando de su boca escapaban los comentarios más estúpidos que era capaz de inventar. Las cabezas de los presentes se giraron al tiempo que se hacía un profundo silencio.

—Por eso mismo he vuelto antes de lo habitual —dijo Itachi con una amplia sonrisa al tiempo que cruzaba la habitación y se sentaba junto a su ruborizado esposo.

Deidara se había quedado mudo, pero importó poco porque su marido tomó las riendas de la conversación al mencionar una carrera automovilística que pasó a ser el centro de la conversación de los hombres. En medio de la acalorada conversación que siguió, Itachi le dio un suave empujón hacia la puerta.

—Sube —dijo en un tono que no dejaba lugar a protestas.

Y dio la entrevista por concluida con la información de que debían prepararse para el viaje.

Deidara acababa de entrar en el dormitorio cuando Itachi apareció en el umbral. El se volvió, nervioso como un gato, inquieto con la certeza de haber logrado su objetivo: enfurecerlo.

—Tienes que saber tres cosas para sobrevivir —dijo él con voz ronca.

—¿Cuáles? —preguntó el airado. Sus ojos se encontraron con la mirada abrasadora de Itachi y la cabeza le dio vueltas. El poder sexual que ejercía sobre el lo sacudía hasta el centro de su ser. Su pecho reacciono automáticamente y sus pezones se endurecieron. Un intenso calor brotó entre sus piernas y humedeció su zona intima.

—Una: no hablas con la prensa a no ser que yo te autorice. Y nunca lo haré. Como no te lo había advertido, no tomaré represalias en esa ocasión. ¿Quién era el periodista? Te trataba como si te conociera.

—El hermano de Gaara, Sasori —Deidara vio el rostro de Itachi ensombrecerse—. Creías que él había filtrado a la prensa lo de nuestra boda, pero es mentira. Gaara no le había dicho nada. Lo condenaste injustamente.

Itachi no contestó.

Deidara, desconcertado, alzó la barbilla.

—Por eso he decidido concederle una entrevista. Itachi se quitó la chaqueta y se desanudó la corbata.

—Dos —continuó como si Deidara no hubiera hablado entre medias—: no puedes aparecer en público con tan poca ropa.

Deidara lo miró atónito. Jamás hubiera pensado que un poco de escote y una falda corta pudieran molestarle. El conjunto era de los más discretos comparados con lo que vestían la mayoría de las celebridades.

—Llevo ropa interior —dijo con aire digno, pues sabía por Gaara y su adicción a la prensa rosa que había muchas mujeres y donceles que habían optado por no usarla.

Itachi se quedó parado con la chaquea a medio quitar y lo miró con reprobación.

—Ni se te ocurra salir sin ropa interior. De hecho, todo lo comprendido entre los hombros y las rodillas debe estar cubierto.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué me han dicho que sales con mujeres y donceles que van medio desnudos?

—No digas tonterías. Eres mi esposo y estás a otro nivel. De ti espero un comportamiento discreto.

Deidara se quedó perplejo ante aquel pequeño discurso en el que Itachi establecía de manera tan clara su doble rasero sin molestarse en pedir disculpas o en justificarse. Pero también estaba sorprendido de que no hubiera alzado la voz.

—¿Y cuál es lo tercero que tengo que saber para sobrevivir?

—Cómo apaciguar a un marido enfadado —Itachi fue hacia el y lo tomó en brazos.

Deidara dejó escapar una exclamación al ver que lo depositaba en la cama. Los ojos ebanos de Itachi lo clavaron en el sitio unos segundos antes de que le diera un beso devorador que lo dejó sin aliento y le aceleró la sangre en las venas. Itachi acompañó los movimientos de la lengua con los de su cuerpo, dejándolo tembloroso y excitado, con una palpitante presión en la parte baja de la pelvis.

Con una sonrisa posesiva, Itachi le separó las piernas y metió la mano por debajo de su falda. Era pleno día. Deidara estaba atónito, paralizado. Sabía que debía detenerlo, que se había prometido a sí mismo no volver a acostarse con él, pero Itachi lo acariciaba ya con una maestría que le hizo perder el control. Itachi le subió el vestido.

—No deberíamos —protestó el débilmente.

—Pero si estás listo para mí… —dijo él, introduciendo los dedos por debajo de las bragas y haciéndole gemir de placer.

El emitió un gruñido de masculina satisfacción.

—Mientras todos esos tipos te miraban las piernas, yo pensaba en hacerte esto, yineka mu.

Le quitó las bragas y lo penetró. Deidara tembló al sentir su firme miembro adentrarse en su adaptable cueva. El empujó con decisión y fuerza, con una ansiedad primitiva y básica que Deidara encontró extremadamente excitante. Una oleada de eróticas sensaciones atravesó su cuerpo. Alzándolo hacia sí, Itachi lo penetró aún más profundamente, luego se retiró levemente antes de avanzar más. Deidara gimió en un estado de delirio a medida que el placer alcanzaba cotas insoportables. La intensidad y la fuerza del deseo de Itachi lo elevaron hasta un cegador clímax en el que el mundo se desintegró a su alrededor. Exhausto, sacudida por la abrasadora conexión que lo unía a Itachi, se abrazó a él mientras intentaba recuperar el aliento.

El no conseguía comprender cómo había perdido el control de aquella manera. Lo miró fijamente, sorprendido por la violencia con la que lo deseaba.

—¿Te he hecho daño? —preguntó.

—No —masculló el, mortificado por lo que acababa de suceder. Miró hacia la pared para esquivar su mirada.

—He sido brusco y tú eres muy estrecho, yineka mu —dijo él con voz ronca. Luego agachó la cabeza y le besó el cuello.

Deidara dejó escapar un murmullo al sentir un escalofrío. Cada caricia de Itachi lo sensibilizaba un poco más.

—Soy un hombre muy fogoso y tú me excitas mucho —admitió él, rozándole la delicada piel con los dientes—. Supongo que no podrás acogerme otra vez.

Al darse cuenta de que era una pregunta, Deidara enrojeció. Aun echado podía notar la irritación que la pasión de Itachi le había causado.

—No —dijo, violento.

—Mi pequeño esposo virgen… Debería haber sido más considerado — dijo él en tono de broma al tiempo que se incorporaba, se arreglaba la ropa y se peinaba el cabello con los dedos.

Parecía tranquilo y relajado. En cambio Deidara pensó que su vida ya nunca volvería a ser la misma. Con manos temblorosas se bajó la falda para cubrirse.

Súbitamente, Itachi frunció el ceño. —¿Usas algún anticonceptivo?

En una nebulosa, Deidara se incorporó y negó con la cabeza.

Itachi se había quedado inmóvil. Nunca había actuado tan descuidadamente y no era capaz de explicarse su comportamiento. Lo último que quería era un hijo. Por eso jamás se había arriesgado aunque ello hubiera significado tener que reprimirse.

—Zeos… me temo que yo tampoco he tomado ninguna medida —dijo con una firmeza que dejaba clara su opinión en ese campo—. No tengo excusa. No es un error frecuente en mí y espero que no tenga ninguna consecuencia…

Deidara dejó caer la cabeza y rezó para que Itachi estuviera en lo cierto, pues la frialdad con la que había hablado le heló el alma. Mentalmente, contó fechas frenéticamente y recordó, desolado, que estaba en los días más fértiles del ciclo.

—Esperemos que no —musitó en tensión.

—Tengo que hacer algunas llamadas antes de que salgamos para el aeropuerto.

Deidara esperó a que llegara a la puerta para preguntarle: —¿Me has creído respecto a Gaara y a Sasori no Sabaku? El lo miró con desdén.

—Claro que no. ¿Cómo voy a creerte? Quizá filtraste tú mismo la noticia. Eso explicaría tu comportamiento de hoy.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó el, indignado.

—Nos casamos ayer y hoy invitas a la prensa a mi casa. Está claro que te encanta ser el centro de los medios de comunicación.

Mientras se duchaba, Deidara lloró con una mezcla de vergüenza, frustración y nostalgia. Tenía que haber supuesto que Itachi llegaría a esa conclusión. El plan trazado para hacer que se enfadara se había vuelto contra el. Ya no le convencería de que no había informado a la prensa de su boda. Otachi creía que era un doncel barato que buscaba ser famoso, un objeto sexual sin ningún otro valor.

Lo que no comprendía era por qué le importaba tanto lo que pensara de el cuando lo único que quería era divorciarse de él. Pero ya nada tenía sentido. No era capaz de pensar y actuar consecuentemente. En cuanto veía a Itachi, sus defensas se tambaleaban. Era así de sencillo y así de mortificador. Siempre se había considerado fuerte, pero en aquel momento su orgullo había desaparecido.

Pero lo que más le asustaba de todo era sentirse herido y rechazado. Era lógico que Itachi temiera que se quedara embarazado, pero de ahí a palidecer como lo había hecho por la remota posibilidad de que llegara a pasar… Tampoco el quería un hijo, por supuesto que no. Quizá en el futuro, con la persona adecuada, pero desde luego, no con Itachi. El deseo que despertaba en el, se dijo con firmeza, no tenía nada que ver con los sentimientos. Por más que le avergonzara, no podía evitarlo, pero eso no le hacía parecerse a su madre. En absoluto.

El era demasiado inteligente como para obsesionarse con un hombre que nunca llegaría a amarlo, que nunca le ofrecería afecto exclusivo y que nunca querría pasear con el por la calle.

El era mucho más inteligente que todo eso. Mucho más.

Continuara…


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