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Futuro por Mir

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¿Cuánto tiempo había pasado? Sinceramente no lo sabía, ni le importaba, solo quería hundirse en su autocompasión y desprecio. Nunca podría decir a ciencia cierta por qué había hecho aquello. Había sacado de su vida, a lo mejor que le podía haber pasado, y sinceramente, no lo había hecho todo de la mejor manera.

 

Por qué ser bueno y pensar en los demás no era cosa que se le diese muy bien ¿Para qué? Su vida en sí misma no había sido nada buena, y no estaba acostumbrado a ser bueno con nada ni con nadie que se interpusiese en su camino. Es más, parecía que había sido entrenado a conciencia para escachar a esas personas como si fuesen cucarachas.

 

Luego llegó ese rayito de luz de ojos verdes y sonrisa encantadora, a iluminar sus días y efectivamente a hacerlos menos pesados. A acompañarle, y hacerle ver que la vida era algo más que frustración y enojo. ¿Y qué hacía el gran sargento? Despreciarlo, decirle malas palabras, e incluso se atrevió a dañarlo ¿Por qué?

 

Podría mentir diciendo que no lo sabía, pero, era obvio que tenía miedo. ¿A qué? Se preguntarán todos. Pues miedo a enamorarse de una persona, a darlo todo por ella y que luego se fuese. Le había pasado ya tantas veces, que ahora no quería salir de ese caparazón a medida que él mismo se había fabricado y del que nunca más se permitiría salir.

 

Por eso se empeñaba en herirlo de esa manera, ofensas, golpes. Pero el muy idiota siempre regresaba. Nunca pudo entenderlo. Hasta que una noche, sucedió lo inevitable, no pudo controlarlo ni tampoco quiso, ese chico titán, su pequeño de ojos verdes, lo poseyó una y otra vez, hasta que su cuerpo dijo basta. Luego, por la mañana, el gran sargento, huyó. Sí, escapó del chico de ojos verdes y se escondió en el despacho de Erwin.

 

Y así pasaron los días hasta que salió el veredicto para ese chico. Ya no habían titanes, ni nada que pudiese amenazar la paz de la tierra en esos días, pero… Estaba ese chico titán. Solo, sus amigos habían muerto, y su sargento lo había abandonado, para esconderse tras las faldas de Erwin, como vil cobarde. Veía como su pobre niño, sufría, y aceptaba su destino. Un destino cruel del que ya nadie podría salvarle.

 

Pasaron unas semanas y empezó a sentirse mal, decidió que era hora de escapar de Erwin, ese hombre estaba intentando meterse en sus pantalones, y eso era algo que no permitiría, bien que se escondió con él, pero solo quería que le mandara trabajo para olvidarse del tema, no que intentase algo más con él, así que escapó del rubio, intentando que los mareos que sentía desde hacía algunos días, no le impidiesen irse.

 

Contactó con Hanji, y oh, se llevó una sorpresa, una que su pequeño titán había dejado en su vientre.

 

-Ya sabes lo que tienes que hacer ¿Verdad Levi? – Dijo la chica ajustándose las gafas mientras le miraba.

 

-Sé lo que tengo que hacer…- Suspiró y miró a la chica. -Muchas gracias cuatro ojos, espero que nos volvamos a ver algún día.

 

Ese día llovía mucho, habían trasladado al chico titán a la habitación al lado de la del sargento, ya que los sótanos estaban inundados, por el fuerte día de lluvia que habían tenido. Total, la ejecución sería al día siguiente.

 

Bien entrada la noche, el sargento se escabulló a la habitación del chico, que tenía la mirada ausente, por la ventana, suspiró al verlo así. Pensaba que cuando le viese, le retaría, se enfadaría, le golpearía. Pero el chico de ojos verdes, solamente le sonrió.

 

-Heichou, le echaba de menos… ¿Ha venido a despedirse?- Le dijo con una tristeza palpable solamente en sus ojos.

 

-No digas tonterías y ven conmigo, nos vamos de este lugar, ahora más que nunca debemos ser libres mocoso idiota- Refunfuñó.

 

-No podemos hacer eso, si lo hacemos nos perseguirán hasta el resto de nuestros días…-

 

-¿Y prefieres morir…Sin conocer a tu hijo?.. -Desvió la mirada -Al parecer tus genes de titán tienen mucha fuerza.- Dejó de mirarlo. -Si no quieres venir conmigo, es igual, me iré yo solo donde podamos tener libertad.

 

No había terminado de decir eso cuando dos fuertes brazos lo estrecharon desde atrás y unas lágrimas se sentían sobre su hombro. Supo que esa era la señal, y cogiéndolo de la mano, salieron de allí.

 

Los caballos ya estaban preparados, y Hanji los despedía desde lejos. Al fin y al cabo, esa pequeña cuatro ojos, sí que fue de ayuda al final. Si había alguien a quien extrañaría, probablemente fuese a ella y a sus locuras.

 

No sabía cuantos días habían estado cabalgando, pero, llegaron a esa parte a la que al chico titán le hacía especial ilusión. El mar. Se había quedado maravillado mirándolo, hasta que la realidad le azotó. ¡Eran libres! Estaban muy lejos de la fortaleza en la que un día había estado encerrado.

 

Y no solo eso, el pequeño que llevaba en su vientre sería libre, sin tener que temer nada, ni titanes ni ejército. Luego miró a su chico, estaba afanado en construir una pequeña casa para ellos. Tal vez no fuera perfecta pero era de ambos.

 

El tiempo pasó, y ya tenían su pequeña casa, el bulto que tenía en el estómago empezó a crecer, y el chico lo exasperaba, pues no quería sino acariciarlo. Rivaille negó con la cabeza, mientras terminaba de hacer la comida. Cuando estuvo lista, salió, encontrando a su Eren donde siempre, en ese risco. Pero ya su pequeño bulto no lo dejaba subir, así que tuvo que gritar.

 

-Oi Eren, la comida ya está lista, así que si quieres comer, ya puedes mover tu jodido trasero- Murmuró con expresión hastiada el pequeño hombre, a las faldas de la pequeña montaña en la que estaba subido Eren.

 

-Ya bajo Levi- Bajó la pequeña montaña y se puso a su lado, rozando la pelota del estómago del más bajo.

 

Así, juntos caminaron, hacia la pequeña casa que Eren había construido, aquella en la que serían felices por siempre. O casi siempre


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