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La obsesión de un Slytherin (Drarry) por LalaDigon

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Sentía su respiración pesada. Sus extremidades pesadas. La realidad es que sería más fácil para su cerebro enumerar las cosas que no sentía pesadas. El total: cero.  

Podía sentir las frágiles paredes entre las que llevaba meses encerrando cada uno de sus pensamientos y sentimientos romperse dentro él. 

Decidió que ya estaba bien de negarse a sí mismo. Si seguía por ese camino, como acababa de demostrar el irritante y promiscuo Zabini, iba a llegar el día en que las ofertas empezarán a lloverle a Draco y este las aceptara.

  Merlín sabía lo mucho que le había costado controlar su temperamento cuando vio cómo algunos alumnos de octavo año de otras casas lo miraban desde el primer día de clases.

Se había dicho a sí mismo que no estaba celoso; que solo estaba siendo precavido. Eran muchos los hijos de mortífagos que podían planear algo y como Draco siempre era el cabecilla de cualquier horrible plan que se estuviera cociendo en Hogwarts, tenía que estar pendiente de quién hablaba con él, quiénes lo esperaban para desayunar cada mañana, con quién se sentaba y con quiénes solía pasar las horas muertas.

No es cómo si casi todo su horario lo hubiese programado para que todas sus clases coincidieran; de eso se había encargado el rubio. Muchas veces sonreía ante ese hecho, demasiado contento, tan radiante que se encerraba en la habitación más próxima para esconder la cara de idiota que ponía.

Ahora su límite había llegado. Podía negarse todo lo que quisiera mientras Draco no tuviera opciones ni las quisiera, pero, para ser honesto, hombres como Blaise vuelven gelatina la determinación de cualquiera. Y no necesitó verlo para saber que él había estado muy concentrado en la noticia de que a él no le interesaba tener nada con Draco. 

Zabini, perro asqueroso, lo había besado. Tuvo que haber entrado ahí en cuanto notó que ese hijo de puta estaba sentado en su cama, pero el fuerte brazo de Ron lo había retenido mirándolo severamente.

En su mente la imagen de Draco sentado con Zabini sobre él y besándose se repetía una y otra vez tocando cada vez más sus frágiles nervios. El moreno estaba en el piso respirando con dificultad, pero a él no le bastaba. Draco se había resistido, lo vio retorcerse por zafarse de su agarre. Ya era malo que tocara algo que no le pertenecía, pero que lo forzara... 

—Váyanse —dijo despacio y manteniendo su respiración controlada.

Blaise en el piso intentó ponerse en pie, pero le dolía el golpe. Nunca era un buen indicio que no le diera ni un poco de pena.

Pansy a su espalda estaba por negarse, pero Ron puso los ojos en blanco y la amordazó, ella gritó y se empezó a retorcer intentando sacarse lo que había aparecido mágicamente en su boca, sin embargo, dos cuerdas salieron su varita antes de que sus brazos llegaran a su cara.

—De esa forma no va a causarte muchos problemas —le dijo a Ron con una sonrisa divertida 

—Ciertamente —aceptó su amigo—. Buen trabajo, siempre me quedan flojas —suspiró triste y se agachó al lado de Blaise—. No creo que quieras una mordaza y un juego de cuerdas para ti, ¿no?

Blaise negó con la cabeza intentando pararse otra vez. En esta ocasión Ron lo sujetó y lo ayudó a pararse.

—¿Dónde te dio? —preguntó lanzándole una mirada de reproche. Ni se inmutó. Blaise se la había ganado.

—Costillas —exhaló con una mueca de dolor.

  —Bien, vámonos. Herm sabe lo suficiente para acomodarlas. Cuando Harry me rompió la nariz una vez, ella lo arregló en un santiamén.

Blaise solo asintió y se dejó arrastrar. Pansy los miraba indignada mientras que se retorcía histérica. 

—¿Le dirías que pare? —le preguntó Ron a Blaise—. Se va a lastimar y Herm se enoja cuando le llevamos más de un lastimado.

—¿Lo hacen seguido? —cuestionó Blaise, que se rio para, luego jadear por el dolor.

—Según. ¿Para mí? No, unas cuantas veces a la semana. ¿Para ella? Una cantidad justificada. Harry se volvió explosivo —le explicó al ver su cara de sorpresa—. Nos empezó a traer problemas su completa falta de criterio a la hora de levantar su varita —masculló más fuerte de lo debido al cerrar la puerta una vez que Pansy, resignada, pasó primero.

 

 

En cuanto Zabini desapareció se sintió infinitamente más tranquilo. Podía respirar con normalidad.

—Espero que tengas una buena explicación del porqué, mi mejor amiga fue sacada casi secuestrada de mi cuarto o porqué mi amigo parece tener una o más costillas fisuradas —la voz de Draco le llegó desde la cama y se volvió a verlo por primera vez.

Sentía deseoso de poder hechizarse a sí mismo. Era imposible que su cuerpo se descontrolara a ese nivel cuando sólo lo veía. Gracias a sus años de práctica fingiendo indiferencia con los Dursley, su respiración y su cara se mantenían tranquilas.

Nadie diría que su corazón había cuadruplicado el ritmo o que en su estómago un millón de animales pisoteaban todo a su paso. Nadie sabía que su cabeza daba ligeras vueltas con solo oler su perfume. Era patético. Era ridículo. Por eso luchaba contra ello. Ni siquiera con Ginny había sentido ese desasosiego que le daba no saber si iba o no a verlo ese día. 

—Tenía que hablar contigo —le dijo simplemente mientras se acomodaba en la silla frente a su cama.

—Henos aquí —respondió el rubio acomodándose despreocupadamente en la cama.

—Bien, ¿qué es eso de un relicario? A mí no me diste ninguno.

 

La boca de Draco cayó abierta y se permitió una ligera sonrisa. Ese cabrón no podía saber lo mucho que le divertía molestarlo, sino iba a aprender a no dejarse ver.

—Yo si te... —Abrió los ojos sorprendido, para luego rodarlos—. No me extraña. Bien, la próxima vez que tengas a mano la snitch deberías...

Mientras lo escuchaba metió la mano en su bolsillo y sacó la preciosa snitch.

—Sí, ¿qué hago? —Le preguntó con cara de inocente cuando vio cómo boca se volvía a abrir sorprendido.

—Decir el nombre de tu mamá —murmuró arrastrando los pies hasta poder abrazarse las rodillas.

Harry miró la snitch, pero decidió hacer caso.

—Lily Evans —dijo, pero la bolita no hizo nada. Miró Draco alzando él una ceja, un gusto que se le había pegado de tanto mirarlo.

—Y después dicen que no mueren cada día un poco más cada una de las tradiciones mágicas cuando los muggles se meten... —murmuró indignado, pero antes de tener tiempo a responderle él agregó—: Para la cultura mágica, una vez casada tomas el apellido de tu cónyuge. Y antes de que digas alguna idiotez —agregó mirándolo pedantemente—. Los hombres pueden tomar el de sus esposas si son apellidos ancestrales. Tu papá, le dio el suyo a ella. Prueba de nuevo.

Era mucho más inteligente no empezar una discusión sobre lo que le hacen los muggles a la cultura mágica, así que volvió a probar.

—Lily Potter

La snitch cobró vida en sus manos, se removió inquieta y cuando la soltó voló directamente donde Draco para volver con él. Abrió las manos y la snitch se apoyó lentamente sobre ellas. Cuando pensó que ahí terminaba el truco, el centro se abrió para él y una foto muggle salió, flotó en el aire mientras se desdoblada delicadamente. 

Su garganta se cerró adolorida. En la imagen estaban inmortalizados sus papás junto a Remus y Sirius. Pasó el dedo con cuidado sobre el joven rostro de su padrino. Ese brillo divertido y rebelde, su lustroso pelo. La forma en la que se reía despreocupado junto a su papá y Remus... Remus que le había dejado a Teddy a su cargo para cuidarlo y enseñarle todo lo que a raíz de morir luchando, logró. En ese momento Remus todavía estaba al lado de Sirius, ellos todavía eran felices y la guerra no había logrado pudrir incluso aquel amor que los unía. Sus papás... Su papá que miraba en la foto a su madre con tanta adoración que por unos instantes se preguntó qué sería tener eso en su vida, ese tipo de amor que te llena el alma. Su mamá reía apretada contra Remus que la rodeaba de la cintura. 

—¿De dónde? —murmuró con la voz entrecortada.

—Snape —le respondió tranquilamente—. Si... bueno, si dices mi nombre, hay algo más que podría interesarte.

Lo miró sin atreverse a pensar que podía ser y susurró:

—Draco Malfoy.

Casi esperó que no se abriera. Casi soñó que tenía que usar otro apellido, pero en verdad no fue necesario y sintió como una punzada molesta le golpeaba la nuca.

De una forma que no creía posible la snitch se partió a la mitad y una reluciente llave flotaba el medio.

—¿Qué...?

—Es del departamento de tu padrino. Él te heredó todo lo que fue de los Black, pero cuando compró ese departamento se encargó de mantenerlo alejado de la familia. No sé cómo mi madre dio con él antes de que fuera relevante. Nunca en la familia volvieron a pensar en él hasta que lo pedí de herencia. Ahora los papeles están a nombre tuyo. Sé que mi primo así lo habría querido. Después de todo, te heredó la mansión de los Black, que la odiaba, asumí que con más razón querría darte un departamento en el que parece si fue feliz. Claro, si decimos que su felicidad era tener una gran casa rojo chillón.

Era claro que eso había sido una broma. Sirius parecía tener mucha clase como para eso. Miró la llave, no podía culparlo por olvidarse del departamento; había aprendido que a veces mientras más se sufre menos se recuerdan los momentos felices, a veces solo sirven para lastimar más.

—Gracias —le dijo y una idea llegó a su mente—. Quieres la mansión de los Black.

Draco alzó las cejas sorprendido y se obligó a desviar la mirada. Esos ojos suyos eran un arma letal a su concentración. 

—No entiendes que es lo que me ofreces —le dijo poniendo los ojos en blanco—. Y no, no la quiero. Tengo a Malfoy Manor. La mansión de los Black te pertenece, pero deja que te diga, hay un motivo por el que las tratamos como algo más que unas simples casas. Están impregnadas de magia desde generaciones, yo no me apresuraría a creer que son sólo paredes.

—Lo voy a tener en cuenta —murmuró recostado en la silla

— Bien, bueno me gustaría descansar...

Sabía que esa era su señal de salida. Pero no podía irse. Ni siquiera había hecho una sola pregunta de las importantes.

—Sí, ya me voy —se disculpó—.  Pero quiero saber por qué.

—¿Por qué que Potter? —le preguntó sentado derecho en la cama.

—Podrías ahorrarte la pedantería y llamarme Harry —le dijo dolido.

—Podrías ahorrarte la arrogancia y dejarme en paz visto que no quieres nada de mí —se sentó al borde de la camilla y bajó de un salto.

—¿A donde crees que vas? —le preguntó sorprendido de verlo erguido muy, demasiado cerca suyo.

Cerró las manos con fuerza para evitar alzarlas para alcanzarlo. Era una injusticia que fuera tan atractivo. Claro que una de las mejores formas de resistirse a él era dejarlo hablar. Siempre lograba decir algo que lo obligaba recordarse que Draco podía ser hermoso por fuera, pero por dentro, era alguien de cuidado. Caprichoso, envidioso, egocéntrico y un poco diabólico. 

—Puedes cerrar la boca Potter —le dijo sonriendo de una forma que le recordó mucho a la foto de Sirius.

Torció la cabeza mirándolo molesto.

Mierda, era muy parecido a su padrino, claro que no físicamente. Pero su actitud, su forma de creer que nadie podía con ellos. Esa elegancia innata del que siempre lo tuvo todo, pero que no bastó para dejarlos conformarse. Claro que Draco, el de antes, no era así. Su cara solía entrever una vida fácil y sin muchas complicaciones. Ahora sus ojos grises se parecían mucho a su padrino; atormentados por fantasmas que solo ellos podían comprender, responsables en sus corazones de malas decisiones y cargaban con la vergüenza de saber que su orgullo había sido mancillado por las personas en las que depositaron su fe y a las que le dieron la espalda. Sirius a Remus y su miedo a que fuera el espía infiltrado y Draco a Dumbledore cuando le ofreció una salida antes de que fuera tarde.

Fue muy fácil viendo su irritante sonrisa recordar cómo empezó aquello, de la misma manera que siempre pasaba con Draco, con dudas. Lleno de dudas. Todo el juicio del rubio giraba en torno a las preguntas que se negaba a responder. Ese fue el momento en que las cosas en su mente viraron de rumbo. 

Por lo que escuchó en ese juicio, Draco había sido como mínimo víctima de maltratos y casi torturas por negarse a reconocerlo. El dato curioso fue que eso no salió nunca de la boca del Slytherin, fue gracias a otras declaraciones que se enteraron; cuando se lo preguntaron, se negó a responder y él lo necesitaba. Necesitaba saber si era verdad, si por ayudarlo en su momento había pagado grandes consecuencias, mas quería que el rubio explicase por qué lo ayudó. Porque no les dijo a todos en esa sala que era Harry Potter, porque lo sabía. 

Le había negado con la cabeza al ver en sus ojos grises brillar con miedo al reconocerlo. Pero no quiso hablar de eso, en su lugar tuvo que dar su versión de los hechos y puede que, impulsado por uno sabe que motivo, agrandó un poco de más esa historia. Para considerar la posibilidad de evitarle una ida a Azkaban asegurada, querían que revelara nombres de seguidores de Voldemort. Los había mirado altivamente y solo negó con la cabeza, hasta el cansancio lo amenazaron y él se mantuvo firme y decidido a callar. 

¿Qué fuera leal? Esa fue una novedad, el único momento en que su fuerza pareció flaquear fue cuando le preguntaron por lo ocurrido en la sala de menesteres. Relató escuetamente que las órdenes eran llevarlo ante el Lord y nada más. Pero había algo ahí que no cerraba, recordaba perfectamente su cara de miedo al ver que Crabbe intentaba matarlo y hasta tiró de su varita para impedirle que su encantamiento le diera a él. No mencionó que él lo sacó de allí ni me mencionó como murió su amigo. En lo que al ministerio respecta, aquel incendio que se llevó la sala de menesteres no ocurrió con ellos ahí. Después de darle muchas vueltas al asunto, descubrió porque la mentira. Crabbe había tenido una hija, ya era lo suficientemente malo para la niña que su papá fuera un seguidor de Voldemort, pero que en el historial de sus acusaciones estuviera a la cabeza intentar matar al elegido no iba a abrirle muchas puertas.

Draco se sacó la camiseta que traía y se puso la camisa del uniforme sin prestarle atención. Hijo de puta. Sus ojos no se perdieron ni uno de sus movimientos. Como sus músculos se tensaban y relajaban con cada acción estaban llevando a su mente a un punto de quiebre. Seguía intentando recordarse a sí mismo porque se negaba a aceptar la realidad. 

Tanto se obsesionó con él cuando terminó el juicio que terminó enredándose en la obsesión y la necesidad.

Draco era lo que su cuerpo y su mente le pedían. Un hombre digno de ver y un cerebro inteligente. Lleno de misterios. Indescifrable. Alguien tan poco predecible que ni intentándolo podría aburrirse. 

Cuando intentó pasar por al lado suyo lo frenó. No quería que lo dejase solo.

—¿A dónde vas? —volvió a preguntarle.

—A ver a Blaise —le respondió molesto—.  ¿A dónde más? Seguro le rompiste una costilla.

Una oleada de ira llameó por su cuerpo. Se paró despacio y se acercó a Draco viendo la última gota de su paciencia ser devorada por el fuego de sus celos. 

No era recomendable dejar que alguien tan manipulador como el Slytherin fuera consciente de su estado, de lo que esas palabras propiciaban en él, pero no había entrado en Gryffindor por tener especial control de su temperamento. 

—De aquí no te vas Malfoy —lo retó, obligándolo a retroceder hasta volver a quedar pegado a la cama. 

—A mí no me das órdenes Potter —le dijo sonriéndole con asco.

— Ya quiero ver que intentes pasar sobre mí, Malfoy.

—¿Qué quieres Potter? —susurró acercándose un poco más—. Yo sé muy bien lo que quiero... Pero creo que tú todavía dudas.

Estaba por alejarse, pero no iba a dejarse vencer por un Slytherin. Por mucho que éste en particular lo descontrolara. Si creía que lo iba a obligar a retroceder es que no lo conocía. Era torpe, un poco lento, impulsivo y explosivo, pero si algo no era en esta vida, era ser un cobarde.

—Estamos hablando —se obligó a trasmitir tranquilidad en sus palabras.

—Estábamos dirás —se alejó y Harry tuvo cuidado de no volverlo a dejar alejarse de él.

Sus ojos brillaron al ver como Harry se acercaba. Saboreaba la victoria. Sus ojos verdes hablaban por él y estaba tan, tan cerca de besarlo que ya podía imaginarse el tacto de su boca. Inspiró su aroma y sintió como su polla se agitaba, necesitada.

Definitivamente si no lograba que Harry claudicara de una vez iba a tener que recurrir a medidas más extremas y arrastrarlo a la cama más próxima para demostrarle que a él nadie se le resistía. No de esa forma tan descarada. 

Cada poro de su morena piel tiraba hacia él y de alguna forma el muy terco lograba resistir el impulso de acabar con aquel juego. 

Había sido una de sus mejores ideas que el tercer regalo fuera el cuaderno, sabía que iba a reconocer su letra y eso lo iba a tener entretenido. Había funcionado como estaba previsto, desde ese día, si ya era consciente de él, ahora simplemente sentía los ojos de Potter perseguirlo por todos lados. 

Había pedido la ayuda de Pansy esperando que hiciera alguna idiotez como la que hizo. Podía reconocer que jamás supuso que iba irse tanto de control, pero bueno; había logrado lo suyo, Harry había dejado a la comadreja menor. Si el pobretón estaba ahí con él solo eso podía significar. Hizo una mueca de fastidio mental al pensar en sus blandos preceptos morales; su hermana se tiraba en los brazos de cualquiera y Harry no podía hacerlo en los de él qué si lo ama, no como la horda de cuerpos que había tras la comadreja.

Cuando Blaise se tiró sobre él en la cama sintió como su plan de respaldo emergía. Sí. Su idea era darle celos al terco Gryffindor, pero jamás sospechó que Blaise se podría prestar, su intención era pasar todo el tiempo que pudiera con él frente a Harry, hasta que éste estallara. 

Cuando Blaise empezó a hablarle reconoció su tono, pero no le había seguido el juego creído que el moreno no estaba ahí para presenciarlo. No fue hasta que lo besó que supo que Harry tenía que estar por ahí cera. Blaise podía intentar seducirlo, pero de ahí a besarlo... no. Era demasiado heterosexual para hacerlo solo para él, su objetivo con eso tenía que ser muy específico.

—Déjame pasar Potter —dijo intentando abrirse paso entre la cama y el pecho de Harry.

Sabía que no había una sola posibilidad que lo dejara pasar, pero no veía porque perderse la posibilidad de apretarse un poco contra él.

Tenía sus dudas, ¿iba a retroceder? ¿se iba a acercar?

Punto para Gryffindor, se quedó muy quieto mirándolo desde arriba. Estaban tan cerca que podía oler la menta en su boca. Se aferró a las clases que le dio su padre de chico para mantener su fría pose, pero estaba muy cerca de entrar en combustión espontánea. 

—Te dije que no. Aparte, ¿para que lo irías a buscar? Te besó a la fuerza. —Sintió un poco de pena por el pobrecito al escuchar la frustración en su voz. 

—Por Merlín, no hizo nada malo —le dijo provocándolo para que saltase—. Él solo intentaba animarme por lo que paso contigo, nada más.

—¿Nada... nada más? —Podía escuchar la paciencia esfumarse y sonrió por dentro.

—Nada, harías lo mismo por cualquiera de tus amigos Potter. Y él es un buen amigo.

— Yo no besaría a Ron —lo contradijo enojado.

— Ya. Porque no está ni la mitad de bien que Blaise.

Una réplica disparada a matar. Esperó ver la impulsividad de Potter actuar. Pestañeó asustado cuando en lugar de eso la cara de Harry se volvió más blanca y retrocedió titubeante.

—Sí... —titubeó—. Si lo que quieres es ir con él... —ni siquiera terminó la oración. Solo se alejó unos tres pasos y le dejó el camino libre.

¿Y se decía Gryffindor? ¡¿Se llamaba a sí mismo un impulsivo Gryffindor? Era un insulto para su casa y eso era decir mucho, su casa era un insulto en general.

Sabía que se moría de ganas de retenerlo ahí. Podía sentir con cada fibra de su cuerpo como se esforzaba por no abalanzarse como el salvaje que era sobre él. Pero por qué seguía refrenándose era un misterio para él. Entendía el miedo, había aprendido a sentirlo y amarlo. Gracias a él había sabido alejarse cuando lo asaltaba y así se salvó de muchos males. Pero lo que sentía por Harry no le daba miedo. Lo volvía valiente. Una sensación cálida en el fondo de su pecho que crecía cada día. Haciendo que se odiara a sí mismo por cada momento Hufflepuff que tenía.

Que mataría a cualquiera por defenderlo, era un hecho. Que podría el mundo al revés si así era feliz, una realidad. Pero dejar que se le escapara... No había una sola oportunidad. 

Avanzó un paso mirándolo burlonamente. Dejándole creer que se iba con Blaise y cuando pasó a su lado se llenó de valor y se dispuso a mostrarle a esa excusa de Gryffindor que los Slytherin las tenían mejor puestas que cien de ellos. Solo esperaba que el muy cobarde no se alejará de él.

Cuando Draco lo besó Harry casi podía ponerse a bailar la danza de la victoria. 

El muy cabrón se pensaba que no se había dado cuenta. Que sus propios celos lo cegaron. Solo pensar que el muy bastardo prefería ir a ver a Blaise que a quedarse ahí con él lo había enfermado. Por suerte su cabeza, egocéntrica, le dijo que aquello era imposible, Draco lo amaba, lo deseaba... ¿por qué elegiría irse con el hijo de puta de Zabini?

Ahí lo vio. La serpiente intentaba obligarlo a actuar. Lo estaba manipulando. Seguro el beso de Blaise correspondía a lo mismo. No podía negar que había resultado. Era el plan más evidente, pero funcionó.

Sentía la cálida boca de Draco luchar contra la suya. Lo empujaba a que respondiera, cuando la rudeza no funcionó, dio paso a la seducción.

Lamió despacio y muy tentadoramente sus labios. Mordió suave y succionó enloquecedoramente.

Se quedó muy quieto, iba a hacerlo sufrir por creer que podía jugar con él. Las cartas y los regalos, Draco sabía que él conocía su letra. Pero manipularlo para que hiciera lo que él quería era su límite. Años fue el títere de cuanto mago aparecía en su vida y no iba a serlo más. Ron decía que se había vuelto explosivo. Lo que había pasado es que se había cansado.

Iba a enseñarle a Draco que a él nadie lo manejaba.

Las manos de Draco en algún momento se habían apoyado en su cadera. Podía sentir sus dedos clavarse en su piel. Sus pechos estaban a unos centímetros, pero podía sentir el calor que desprendía, tentándolo a que se acercara; que dejará de negarles algo que ambos querían. Pero no cedió, tampoco se pudo alejar.

Su cabeza le ordenaba, orgullosa, que se alejara, que la única forma en la que Draco iba aprender era siendo humillado, pero no podía. La boca de Draco sabía a chocolate y lo estaba desquiciando.

Ya no tenía nada que más probar. Decidido a no dejarse humillar, no del todo. Soltó las caderas de Harry y se alejó. Echó una mirada, idiotamente, a los hinchados labios del moreno.

Merlín, ¿podía estar más perdido? Sentía la derrota abrirse paso. Su arrogancia natural, aplastada, no opuso resistencia. 

Tragó saliva y se escapó de la enfermería. Corrió por el pasillo. No sabía a dónde se dirigía, pero lejos era una buena descripción.

Cuando apoyó la mano en la rocosa pared se apretó las costillas doloridas. Jadeó bruscamente intentando obligar a sus pulmones a recoger aire. Su brusco respirar le lastimaba la garganta, pero le daba igual.

De alguna forma siempre supo que iba a acabar así. Enamorarse de Harry Potter no fue lo más astuto, pero entendía que no era algo en lo que uno podía intervenir. Te enamoras y listo. ¿Pero su idiotez de intentar conquistarlo? No tenía justificativo.

Ahora ahí estaba, humillado frente a toda la escuela porque le habían jodido la cabeza y tuvo la dichosa crisis que el medimago le había advertido. Si su humillación no fuera suficiente, Harry había dejado muy claro que no le interesaba nada con él.

Cerró los ojos cuando su estómago se contrajo dolorosamente. Se dejó caer al piso apoyando la espalda en la pared y dejó de intentar mantenerse invencible.

La necesidad de dejar salir todo el dolor que albergaba su cuerpo lo sobrevino y ya no tenía sentido intentar parecer un puto roble.

Cuando la primer lagrima cayó sintió algo liberarse dentro de él. Sus padres estaban muertos. Cuando terminara ese año, lo único que lo esperaba era una mansión vacía y en ruinas. Había soñado con poder llenarla con un poco de Potter, pero ahí estaba la realidad.

Cuando era chico creía que tenía el mundo a sus pies y a su disposición. ¿Pero que tenía en verdad? Nada. Un vacío que crecía en su cuerpo, arrasando con cada uno de sus buenos recuerdos.

Era consciente de que podría estar peor. Por lo menos Pansy y Blaise no le habían dado la espalda. Sabía que muchos chicos le estaban agradecidos por haberle cuidado el culo a sus padres, pero esos chicos no lo querían cerca. Era un horrible recordatorio de aquello que preferían olvidar.

Cuando las lágrimas empezaron a caer ya no pudo contenerlas. Lloró todo lo que había aguantado desde el día en que vio cómo Voldemort mataba a sus padres para castigarlo por mentirle cuando dijo no estar seguro que era Harry, lo había encerrado en las mazmorras. La habitación era helada y estaba a obscuras. Siempre a oscuras. En lo que a él respecta, ahí pudo estar días o semanas, nunca sabría la diferencia y nadie se la quiso decir. Después de días sin dejarlo comer o beber, cuando lo soltaron fue solo para entregarlo a un grupo de carroñeros para que lo torturaran.

Lo único de lo que podía sentirse orgulloso era que no había llorado. Gritó hasta desgarrar sus cuerdas vocales. Pero no había llorado. Suplicó, imploró, pero siguió sin llorar. 

Encerrado en esa habitación había perdido algo más que las lágrimas, había perdido buena parte de del respeto que sentía por sí mismo.

En esa habitación empezó a pensar en Potter. Era verdad que al principio lo odiaba. Su recuerdo sólo evocaba furia en él. En lo insufriblemente fuerte y valiente que era. Cuando llegó a la mansión, no había perdido los nervios. Él en su lugar se hubiera meado del terror, pero Potter, San Potter, el elegido Potter, no. Solo mantuvo su perfecta cara inmutable y el único vestigio de miedo que percibió, fue cuando los enfrentaron. Cuando sus ojos se encontraron, Potter temió que fuera a dañarlo y le imploró con la mirada que le diera el tiempo que sabía iba a necesitar. Pero incluso ese miedo fue un fraude. Él sabía que iba a escaparse, no es que tuviera un plan, pero confiaba tanto en sí mismo que nunca dudó que iban a lograr salir de ahí. Y por eso lo odió. Por su confianza. 

Después de un tiempo, ya no podía odiarlo, así que lo envidió. Envidió su fuerza. Envidió a sus amigos, que estaban ahí con él. Que lo seguían a capa y espada. Los suyos se habían alejado de él ni bien su papá cayó preso. Muchos lo seguían, pero era en calidad de espías más que de amigos. Blaise había escapado, Pansy seguía ahí, pero en la distancia. No le hablaba, no lo miraba y si tenían que juntarse por algún motivo se iba en cuanto su encargo terminaba.

Había escuchado por su radio mágica el programucho que habían montado los de la orden. Era absurdo. Lo seguían incluso desde lejos.

Pensar en Harry volvía todo más real en su mente. No se perdía en el miedo. No le tomó mucho tiempo empezar a relacionar a Harry con buenas emociones. El miedo se deslizaba fuera de él cuando se concentraba tratando de encontrar alguna falla en Potter. Había aprendido que el tiempo parecía pasar más rápido si se ponía a recordar cómo era, podía hacer visualizaciones increíblemente parecidas con el real. Cuando las pesadillas lo despertaban, envuelto de más oscuridad, se obligaba a pensar como el moreno. Podría asustarse, pero no se desquiciaba y él era igual que el Gryffindor, no se permitía ser menos. Dentro de él, la animadversión que tenía contra Harry, murió a medida que el encierro se alargaba. 

Cuando lo soltaron y lo atacaron de todas direcciones, retorcido en el piso imploró y suplicó, y cuando estaba a punto de ponerse a llorar le vino a la mente la cara de Harry; él nunca les daba la satisfacción a sus agresores de dejarlos ver que tanto le dolía. Así que apretó la mandíbula y aguantó cuanto pudo antes de perder el conocimiento.

Los tres días que le siguieron a ese fueron iguales. Fue gracias a su padrino que no murió. Le daba pociones y pociones; cuando abrió los ojos el primer día, Snape le preguntó si podía concentrar su mente en algo o alguien. Lo que fuera, que lo usara. Que no los dejara llegar al fondo de su mente, lo que ahí se escondía podía matarlo en un santiamén. Había tragado saliva y cuando iba a negar las palabras de su padrino él solo le respondió que todos tenían secretos.

—Solo asegúrate de que ninguno de ellos lo sepa Draco, porque no voy a poder mantenerte con vida si se entera el Señor Tenebroso.

En esos momentos había guiado su mente a solo una cosa: un par de ojos verdes. Por mucho que sentía como querían derribar sus murallas, cuando entraban en su cabeza, solo veían dos pozos verdes. Con infinitas vetas de dorado, caramelo y algunos destellos de azul. En otras oportunidades. el único recuerdo que podían excavar era el de una selva negra, oscura e indomable.

Merlín sabía que cuando se enteró que Harry estaba en Hogwarts casi había llorado de felicidad. Iba a terminar. Para bien o para mal esa guerra iba a terminar. 

No fue hasta que escuchó como Hagrid sollozó sobre el cuerpo de Harry en medio del bosque, rugiendo que habían matado a Harry, que se dio cuenta que su obsesión con el Gryffindor se había convertido en otra cosa. Las largas horas usando su recuerdo como ancla a la realidad lo había empujado a notar cosas que en otro momento no había reparado.

Un dolor sordo se había clavado en su pecho y desfiló detrás de los mortífagos en dirección a Hogwarts rodeado de la soledad. Snape había muerto, no se lo dijo nadie, pero era la única explicación del porque su padrino no estaba ahí con él. Jamás lo había dejado solo, por mucho que él hubiera sido un mocoso insufrible. Su padrino no lo dejó, lo ayudó y lo cuidó. La única explicación a porque lo dejaba solo en ese momento cuando había visto antes él lo que escondía su mente, era que no podía estar ahí. Ahora había perdido algo que no sabía que quería. 

Por suerte para él, todo salió mejor de lo que esperaba. Incluso su juicio fue mucho mejor de lo que pensó. Cansado, aburrido de todo, esperaba una condena en Azkaban con la mayor cantidad de dignidad posible. Iba a necesitar todos y cada uno de los aliados que pudiera conseguir y para eso el silencio era la única arma que disponía.

Cada bastardo que lo había torturado había sido tan idiota para hacerlo sin siquiera cubrirse. No delató a ninguno y otros tantos directamente los defendió. Por eso, cuando lo soltaron sin un día de prisión fue un inesperado. Su mansión y su fortuna retornaron a sus brazos casi de inmediato. Ni un solo día tuvo que pasar en casa prestada. La mansión estuvo lista para el al anochecer. 

Desde ese día sabía que quería dos cosas para su vida. Alzar su apellido y a Harry Potter.

Bien, ahora considerando la penosa situación en la que se encontraba, llorando en el piso como un crío de dos años, podría afirmar que no iba a conseguir ninguna de las dos. 

No quedaba un solo alumno en Hogwarts que lo respetara; ni hablar de temerle. Y Potter había sido condenadamente explícito con su rechazo.

Dejó de luchar contra las ganas de llorar y solo se dejó llevar. Continuó llorando hasta que lo único que quedó dentro de él fue una pesada sensación de nada. 

La garganta le dolía y sin dudas su cara roja e hinchada no iba a ser fácil de esconder, pero ya un poco más de humillación no podía afectar.

Había llegado la hora de que volviera a comportarse como un Malfoy. Podía estar en el último eslabón de la cadena alimenticia, pero su familia había salido de, sino peores, muy parecidas circunstancias. 

Se paró y convirtió una roca en un espejo. Hizo una mueca de disgusto ante su apariencia. La ropa desalineada, el pelo revuelto y enredado. Su cara era un amasijo rojo y fofo. Suspiró y empezó a arreglar eso.

Cuando llegó la hora de descubrir qué hacer con su pelo, tomó una drástica decisión. Convirtió en tijera uno de los telescopios rotos y se paró frente al espejo. Media hora después el suelo a sus pies estaba rodeado de mechones rubios. El reflejo que veía ahora volvía a tener la suave apariencia de un adolescente. Su pelo largo le recordaba tanto a su padre que ya había perdido la costumbre de admirarlo cuando lo veía. Lo cortó lo suficiente para no tener que engominárselo; eso evocaba las épocas en las que ella le enseñaba como dejar su pelo prolijo. Y no quería más recordatorios. Sus fantasmas llegaban a él todas las noches. La cara de su padre mirando con horror a su madre al entender lo que les esperaba y la cara de ella al llamarlo por última vez hasta que el impacto tocó su espalda y el brillo en sus ojos murió

Sacudió la cabeza y alejó eso de su mente. Tenía problemas más urgentes de los que encargarse. Seguir llorando ya no era una opción.

Todos lo creían débil y vulnerable y ese pensamiento era uno muy peligroso para un ex mortífago. Muchos imbéciles se iban a creer lo suficientemente capacitados para atacarlo y ganar. Eso podría ser un arma de doble filo; no sabía cómo, pero Pansy y Blaise habían logrado proteger a todo aquel que se pusiera a su alcance. 

Sintió como una sonrisa brotaba de su interior. La sorpresa tan desagradable que iban a llevarse casi hacía que valiera la pena la humillación. 

Enderezó la espalda, alzó el mentón y juntando suficiente aire para controlar de una puta vez su temblorosa respiración salió andando. 


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