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Alcohol y tabaco por VinsmokeDSil

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Notas del capitulo:

Y... nuevo capítulo!! En el anterior, por fin hubo ese lemon que tanto se ha hecho esperar, y ahora toca el momento cena. 

Muchas gracias  MoonSpiky por sus comentarios!! 

Sin más, ahí vamos con el siguiente!!

Su vista voló hasta el reloj que había encima de la puerta. Pasaban de las diez y cuarto. Bueno, aún era un poco pronto. Sin embargo, un rugido proveniente de su estómago resonó por la estancia.


–Mierda, tengo hambre.


Sanji se dejó caer de encima de Zoro, quedando a su lado, todavía abrazado por él.


–Yo también –dijo él–. ¿Cenamos aquí mismo? –preguntó mirándole a los ojos, totalmente relajado.


–¿No quieres darte una ducha primero? –comentó, notando el semen de Sanji en su cuerpo.


Pero, conforme hablaba, se dio cuenta de una cosa. Sonrió y miró a Sanji de una forma muy cálida, casi romántica.


–¿No se suponía que traías la cena si perdías? –le picó de forma tierna, acariciando la nariz de Sanji con la suya.


–Oye, que no he perdido. Quedamos que eso sería un detalle por mi parte –dijo él, apartándole la mirada. Le costaba mucho hacerlo cuando Zoro le miraba de esa forma, como si Sanji realmente fuera algo muy preciado.


Zoro volvió a sonreír. Eso del detalle sonaba muy bien. Pocas veces los tenían con él, mucho menos sus ligues de una noche.


Sanji se levantó, quedándose sentado.


–Lo que quiero es fumar –dijo, sonrojado todavía por Zoro.


Estaba enganchadísimo al tabaco, era su mayor vício, y era casi obligatorio después de un orgasmo. Empezó a localizar su ropa, por ahí tirada. Quería ponerse algo y salir a fumar.


Zoro se incorporó después de Sanji, estirando un poco la espalda y los brazos.


–Sal a la puerta. Como se abre hacia dentro, puedes quedarte en el hueco que hay entre la persiana si dejas la puerta abierta –le indicó mientras se quitaba el condón y le hacía un nudo–. Ten cuidado con el humo para que no salten las alarmas.


Iba a taparse con algo, pero cambió de opinión. Zoro siempre había sido un poco exhibicionista. Se llevó el condón para tirarlo en la papelera del baño.


–Te espero en las duchas –le dijo antes de salir de la sala.


Sanji se acercó para recoger sus pantalones, se los puso y fue a buscar su querido tabaco. Mientras cogía un cigarro de la cajetilla y el mechero, se giró en redondo cuando oyó decir lo de las duchas. Le miró con una sonrisa, viéndo como salía desnudo en dirección a las duchas. Iba a ser el cigarro más rápido de su vida.


*


Zoro tiró el preservativo en la papelera y se metió en la primera ducha. Abrió el grifo y dejó que el agua fría le empapase. Estaba de espaldas a la puerta, con los ojos cerrados y la cabeza hacia arriba, notando el agua caer en su cara. Era muy relajante. Además, el agua fría le iría bien para bajar la temperatura.


Se rascó el cabello, revolviéndoselo un poco y mojándoselo entero. Ya se enjabonaría más tarde, ahora quería disfrutar sólo del agua. Caía por su espalda y, por el contraste de temperatura, las marcas en su espalda se notaban aún más.


*


Sanji odiaba fumar deprisa. Ese era SU momento, y no dejaba que nunca nadie le interrupiera. Jamás, sin excepción alguna. Tomó la primera bocanada de humo, dejando que este llenara sus pulmones. El mejor cigarro siempre era el de después. El que mejor sabía, el más relajante. Lástima que esa excepción fuera cierto profesor de Kárate con el que justo acababa de acostarse.


Se permitió algunas caladas de relajación, mirando la luz de la luna a través de los agujeros de la persiana. Se tomó sus cinco minutos de rigor, el tiempo mínimo que le exigía el cuerpo. Luego apagó el cigarro y lo tiró hacia la calle, dejando una parte de él sin fumar.


Bajó otra vez a la sala de kárate, quería coger su toalla, su champú y su ropa antes de irse a duchar. Cuando llegó, el grifo ya estaba abierto. Dejó sus cosas tranquilamente encima de los bancos y fue directo a la ducha en la que Zoro se encontraba.


Lo vió de espaldas. Podía apreciar perfectamente la obra de arte que sus uñas habían hecho hacía escasos minutos.


La de marcas que voy a dejarte... pensó para sí mismo, admirando todos y cada uno de los músculos de Zoro, como si de un lienzo se trataran.


Zoro se había quedado absorto debajo del chorro de agua. Había movido la cabeza y ahora tenía la frente apoyada en los azulejos, con los ojos cerrados. Estaba sintiendo el agotamiento de los músculos después de todo el día, y estar debajo del agua le relajaba en extremo. No escuchó los pasos de Sanji, opacados por el agua.


Sanji se coló hacia el interior de la ducha con toda la naturalidad del mundo.


–¡Mierda! Joder, está helada –se quejó en cuanto notó que el agua tocaba su piel.


Zoro se sobresaltó al escuchar la queja del otro. Estaba en su mundo. Se giró rápidamente y, viendo la cara de fastidio de Sanji, se echó a reír. Le agarró por la muñeca y tiró de él hasta apresarlo con sus brazos, colocándolo justo debajo de la alcachofa para que mojarse más.


–Tú ya estás lo suficientemente caliente –se burló, sonriendo.


Sanji odiaba el agua fría.


–¡Quita, quita, quita, quita, quita! –empezó a decir removiendose, pero Zoro le tenía bien sujeto, no pensaba soltarle, solo burlarse un poco más de él.


Y que fuera así con él, lo desarmaba completamente, aunque intentara fingir que no.


–¡La madre que te parió! –siguió quejándose, empezando a no removerse tanto.


–¿Quieres conocerla? ¿No es un poco pronto? –siguió con la broma.


Deshizo el agarre, paseando las manos por la espalda de Sanji, subiendo una de ellas hasta su rostro. Le apartó un poco el flequillo mojado, que se le había pegado, y le besó justo debajo del agua. Notando cómo el agua discurría entre los dos. Dio un par de pasos hacia atrás para pegar la espalda contra la pared y apoyarse.


Sanji siguió el beso de Zoro, abrazándose a su cuello, no solo porque le encantaba besarle, sino porque le permitía salir un poco de la caída directa de agua fría.


–Le pediría alguna que otra explicación sobre el capullo de su hijo –dijo en un momento en que Zoro liberó sus labios aun teniéndole bien agarrado.


–Te diría que vino así de serie –Zoro se rio.


Disfrutó del beso, pasando sus labios un momento por la oreja de Sanji. Aprovechó para observar el chupetón que le había hecho en el cuello, demasiado grande. Creo que me he pasado.


–¿Tienes champú? Se me ha olvidado en la taquilla y no quería salir así de mojado –comentó, entre beso y beso.


Sanji gruñó un momento, en señal de queja. Se separó de él, yendo a recoger el champú que había dejado justo fuera de la ducha.


–Toma –le dijo pasándole un bote de una reconocida marca–. ¿Quieres mascarilla? –preguntó con sinceridad.


Zoro observó el bote de champú que Sanji le había dado. "Champú de camomila para cabellos sedosos". ¿Qué mierda es esta? Zoro alzó la vista para mirar a Sanji con una ceja levantada.


–¿Cabellos sedosos? ¿Y qué coño es eso de mascarilla? –para alguien tan simple como Zoro, que usaba el típico gel+champú todo en uno, todos esos tecnicismos le resultaban totalmente desconocidos.


Sanji le miró algo contrariado.


–Pues claro, ¿te crees que mi pelo es tan suave porque sí? Y la mascarilla es como un hidratante, la pones que no te toque a la raiz, la dejas actuar un minuto y... –Zoro le cortó.


–¿Qué-Qué? –Zoro soltó una carcajada enorme.


No pudo evitarlo, que Sanji le explicase todo eso tan serio le parecía delirante. ¿Y ese rollo de la mascarilla? El pelo ya se hidrataba cuando lo lavabas, que para eso se mojaba.


–No hace falta tanta historia para estar limpio –Zoro dijo, ya más calmado–. Si te enseño el que uso yo, igual no quieres volver a tocarme –le picó.


Sanji aun tenía el bote de mascarilla en la mano, mirándolo totalmente contrariado. Después de abrir un par de veces la boca para hablar y soltarle alguna de las suyas, suspiró y volvió a dejarlo en el suelo.


–Si la culpa es mía, olvidaba que hablaba con un cromañón... Oye, ¿No puedes poner el agua un poco más caliente? Para no pillar una hipotermia y esas cosas –se quejó.


–No soy un cromañón –Zoro le contestó, un poco ofendido. Abrió el bote de champú y se enjabonó el pelo, pasándoselo de nuevo a Sanji–. El agua fría es buena para los músculos, pero ya que insistes...


Zoro rodó los ojos y movió el grifo para que empezase a salir agua templada.


–Ya, sí, claro –respondió Sanji tomando el bote para enjabonarse el pelo, suavemente.


Ahora es la mía, pensó en cuanto vio que Zoro movía el grifo. Si Sanji odiaba el agua fría, era porque le gustaba caliente, muy caliente. Se lanzó hacia Zoro, atrapándole como él había hecho antes y, mientras le miraba intensamente a los ojos, sin que él lo notaba, empezó a mover más el grifo, regulándolo con cuidado, para no llegar a quemarse.


El ataque de Sanji le pilló por sorpresa. Estaba lavándose el cabello, y no se dio cuenta de lo que Sanji estaba haciendo.


–Oye, oye, si querías más mimos sólo tenías que decirlo –murmuró, con una sonrisa ladina.


Volvió a besar a Sanji, sin percatarse de que el agua iba aumentando de temperatura. Cuando las gotas más calientes le tocaron la espalda, más delicada por los arañazos que tenía, soltó a Sanji y se le escapó un gruñido de dolor.


–¡Su puta madre! ¡Está ardiendo!


Sanji se rió con maldad, ni de coña estaba tan caliente, estaba justamente en el punto que a él le gustaba.


–El agua caliente es buena para la circulación –dijo él, sin permitirle escapar.


Zoro siseó, enfadado, mirando a Sanji con rabia. Le había engañado y había caído como un tonto. Tenía razón, el agua caliente era buena para la circulación, pero a él le quemaba la piel.


–Pero qué cojones... –murmuró para sí cuando se giró un poco, intentando ver su espalda. Vio el mordisco de su hombro y la rojez de la zona–. ¿Pero qué coño me has hecho?


Sanji volvió a reirse de Zoro.


–¿Y eso lo dices tú? –preguntó, señalándose el gran moretón que se le estaba formando en el cuello.


Se lo había visto antes, en el espejo, mientras se desnudaba. El enorme chupetón del cuello y todo el resto que le había ido haciendo.


–Pero no duelen –Zoro se rascó la nuca, sintiéndose un poco culpable porque eran muy exagerados–. No sabía que tenías las uñas tan largas.


–No te han dolido tanto cuando te los hacía, ahora no te quejes –dijo Sanji, quitándole importancia.


Luego pasó a mirarse las uñas.


–Y no son tan largas, solo que... Bueno, admito que puede ser que me haya pasado solo un poco al clavarlas –dijo, mirando hacia otro lado.


No quería decir ni loco en voz alta que había sido totalmente incapaz de controlarse por culpa de Zoro. No hacía falta subirle tanto el ego.


Zoro se apartó un poco del chorro de agua, aunque ya no notaba el agua tan caliente. Se quitó el champú de la cabeza con la mano. Como tenía el pelo tan corto, se le iba enseguida.


–Bueno, en ese caso, yo también me he pasado un poco... –murmuró Zoro, un poco sonrojado pero sonriente–. No puedes ponerme tan cachondo y no aceptar las consecuencias...


Ahí Sanji vio su oportunidad.


–O sea... ¿Es mi culpa por conseguir ponerte tan cachondo? –preguntó con chulería–. No sabía yo que tenía ese control sobre ti...


Empezó a aclararse el pelo en cuanto Zoro acabó, mirándole con la misma expresión. Lo tenía algo largo y tardó un poco más que él, y lo estuvo mirando todo ese rato.


–Que me pongas cachondo no significa que tengas control sobre mí –dijo Zoro, muy digno, cruzándose de brazos–. Tengo mucho autocontrol, y puedo resistirme cuando quiera.


Desafío aceptado.


Sanji cambió su mirada a una más seductora.


–Así que puedes resistirte cuando quieras... –dijo paseando sus dedos suavemente por su brazo.


–Tus encantos no van a servirte esta vez, ¿sabes? –Zoro le sonrió–. Tengo ganas de probar tu cena –le guiñó un ojo.


Sanji le miró algo mal, no le gustaba que le rechazaran, pero se lo medio perdonó por lo que había dicho Zoro de su comida. Aun así, ya se la devolvería.


–Espérate a que acabe –dijo cogiendo el bote de mascarilla y aplicándola suavemente en su pelo.


Zoro chasqueó la lengua en señal de fastidio, pero lo hizo con una sonrisa en los labios. Se puso de cuclillas en la ducha, en una esquina, para dejarle espacio a Sanji mientras le miraba. Sanji se enjabonó el cuerpo con el mismo champú antes de quitarse la mascarilla. Lo cierto era que él tambien tenía hambre, quería acabar rápido.


Mientras se volvía a pasar agua por el pelo, se fijó en que Zoro no paraba de mirarle.


–¿Disfrutando del espectáculo?


–No me quejo, aunque los he visto mejores –Zoro sonrió con malicia, intentando picarle.


–¿Ah sí? –preguntó–. ¿Dónde? Puede que me interese.


–Es un secreto –la sonrisa de Zoro se amplió.


Sanji abrió los ojos un momento, los había cerrado debido al agua que le caía en la cara.


–Egoístaa... –le soltó con una sonrisilla.


Zoro soltó una carcajada y se levantó, acercándose a Sanji. Le rodeó por la cintura y comenzó a besar su cuello, por la zona que estaba menos marcada. Estaba mimoso.


–Deja de exhibirte delante de mis narices, porque quiero cenar lo que has preparado, y así sólo me entran ganas de comerte a ti –le susurró, divertido y un poco excitado–. ¿Te falta mucho?


Sanji aceptó gustoso las atenciones que Zoro le proporcionaba. Lo cierto es que, aunque no lo admitiera ni quisiera verlo, era un tipo bastante cariñoso.


–Y yo que pensaba que mis encantos no iban a servirme –dijo, dandole un pequeño beso en los labios.


Lo miró de cerca, abrazado a él.


–Ya estoy, déjame vestirme y pasarme una toalla por el pelo.


Zoro asintió y le devolvió el beso, uno pequeñito y rápido, apenas un roce de labios. Fue el primero en salir de la ducha, mojando un poco el suelo. Fue a su taquilla, tenía una reservada por ser entrenador. La abrió y rebuscó alguna toalla sucia. Se quitó el agua y se echó desodorante, el único complemento que Zoro usaba. También tenía un chándal por ahí escondido, así que se lo puso. Olía un poco a sudor, pero le daba igual.


Sanji observó con escepticismo los movimientos de Zoro. Cogió una de sus toallas para secarse el cuerpo y luego la otra para su pelo, pasándola con cuidado, intentando sacar el máximo de agua, pero sin dañar sus hebras. Luego, con la toalla todavía atada a la cintura, se puso desodorante, colonia y cogió los vaqueros oscuros y un polo. De normal usaba camisa, pero había pensado ir algo más casual.


No había traido su loción hidratante corporal, pero algo le dijo que si lo hacía Zoro no pararía de descojonarse de él. Una vez estuvo vestido, se acercó al espejo y desenredó su pelo con un peine que había traído, algo rápido, no tardó más de un minuto. Luego, volvió a pasarse la toalla por el pelo y miró a Zoro, sentado en el banco, esperando indicándole que ya había terminado.


Zoro había terminado de vestirse hacía un par de minutos. Aún llevaba el pelo un poco húmedo, pero siempre se lo secaba al aire. Sabía que era malo y podía resfriarse, pero era un tipo bastante caluroso.


Vio cómo Sanji se vestía, con vaqueros y un polo, y sonrió. Eran totalmente opuestos. Quizá debería probar a vestirse como una persona adulta –hasta Luffy llevaba vaqueros y camisas, e incluso las sabía combinar. Zoro nunca le había dado mucha importancia a la apariencia física. Quizá lo más llamativo fuesen sus tres pendientes en una oreja, herencia de su padre que también los llevaba así. El pelo verde no contaba, era natural como la vida misma, y ahora hasta Sanji lo sabía.


Si le pido que me acompañe a comprar ropa, ¿se reirá de mí? Seguro que sí, yo me he reído de su champú.


Observó cómo Sanji se peinaba el flequillo, y su pelo brillaba como el Sol al recibir la luz directa de los focos. ¿Cómo demonios un tío como él se ha fijado en un tío como yo? Un rugido proveniente de su estómago le hizo borrar esos pensamientos. Miró a Sanji con reproche finjido, queriéndole decir que era culpa suya que se estuviese muriendo de hambre.


Sanji oyó el rugido del estómago de Zoro, y le miró a través del espejo.


–¿Qué tienes ahí dentro, un dragón? –preguntó divertido.


Intentó espabilarse un poco más, no quería que Zoro pasara más hambre del necesario.


–Sabe que le espera comida rica y se impacienta –Zoro rio, dándose una palmada en la tripa.


Como si con eso pudiese calmar el hambre. Aunque era cierto que, si no recordaba mal, le había sugerido a Sanji que hiciese onigiris. Ojalá. Ahora sólo le faltaba un poco de sake y sería el tío más feliz del mundo.


–¿Has hecho onigiris? –preguntó con un poco de vergüenza, rascándose la nuca.


Sanji y Zoro empezaron a salir, de vuelta hacia la sala de kárate, donde estaba la comida.


–De atún, como me comentaste, de salmón y de umeboshi, para variar un poco –dijo de forma casual.


Los ojos de Zoro brillaron con expectación al oír aquello. Se le hizo la boca agua. Estuvo tentado de agarrar a Sanji y auparlo, pero quizá estaba un poco fuera de lugar.


–Vaya, muchas gracias –murmuró más para sí que para Sanji.


Parecía un niño prequeño al recibir un regalo. Muy contento por el regalo, pero avergonzado por tener que dar las gracias. Ese tipo de detalles, a los que Zoro no estaba acostumbrado, le dejaban fuera de juego.


Sanji le miró de reojo a Zoro, con los ojos cargados de ilusión. Para él, no era la gran cosa. Le gustaba cocinar, y no le importaba preparar lo que le pidieran. Aun así, le gustó verle así, era bastante mono.


–No hay de que –dijo Sanji, agradecido con Zoro.


Entraron a la sala, y Sanji empezó a sacar la comida.


–Toma asiento –dijo casi como costumbre por su trabajo.


Zoro se sentó, haciéndole caso. Sanji sacó los tuppers con las bolas de arroz, repartiendolas, dejándolas un poco lejos de ellos, luego sacó otros tuppers con gyozas de gambas y, finalmente, una botella de sake y un par de vasos.


La sala tenía una pequeña tarima en la pared frontal, así que ambos creyeron conveniente colocarse ahí. Así no estarían sentados en el suelo, y no mancharían el tatami.


Zoro veía atentamente lo que hacía Sanji. Cómo sacaba la comida y la colocaba donde creía conveniente. Vio las bolas de arroz y casi se come las uñas de las ganas que tenía de probarlas. Pero cuando Sanji sacó la botella de sake... Eso no se lo esperaba para nada. La comida pasó a un segundo plano. El sake era lo que más le gustaba en el mundo, mucho más que las bolas de arroz o las artes marciales.


Usopp se había puesto serio más de una vez, porque pensaba que Zoro era alcohólico. Pero no lo era. No bebía durante todo el día, sólo con las comidas. Y bebía porque le gustaba, no porque tuviese una sensación irrefrenable de beber. Cuando se levantaba por las mañanas no pensaba en beber, pensaba en seguir durmiendo.


Zoro agarró la botella y la observó. Reconocía la etiqueta a la perfección. Era el sake que bebía su primer maestro. No recordaba haberle dicho tanto a Sanji, pero Zoro estaba alucinando. Se había esforzado un montón, y Zoro no podía estarle más agradecido.


–Este es el primer sake que probé –comentó, abriendo la botella–. Mi maestro me dio a probar y lo escupí al instante –se rio.


Sirvió un poco en ambos vasos, dando un pequeño sorbo al suyo. Sólo para probarlo.


–Joder, está buenísimo –dijo, mirando al vaso. Después miró a Sanji, cambiando su tono de voz por uno más íntimo–. No tenías por qué comprarlo, no hacía falta. Pero muchas gracias.


Sanji se sonrojó un poco. No esperaba que Zoro le mirara de esta manera, tan ilusionado, ni que reaccionara de esa forma. Intentó disimular sus emociones a medida que le alargaba las servilletas y se sentaba. Sanji era una persona muy detallista, se fijó en lo que le dijo del sake durante su anécdota y pareció que podía gustarle, pero no a ese nivel.


–No hay para tanto –dijo a la vez que tomaba el vaso y se lo acercaba a los labios.


No había bebido sake demasiadas veces, él era más de vino o de cerveza, pero no significara que no le gustara. Aun así, él no conocía esa marca, sencillamente preguntó al tipo de la tienda cual era el más bueno que tenía.


Abrió el tupper con las bolas de arroz y las gyozas, y repartió un par de palillos para cada uno. Suponía que las bolas las comerían con las manos, pero para mojar las gyozas en salsa de soza–porque, sí, también había traído –sería lo más práctico.


Zoro esperó a qué Sanji dispusiese la comida, ya que la había preparado él y era de mala educación meter la mano al plato cuando estaba sin servir. Lo sabía muy bien, vivía con Luffy. Cuando acabó, Zoro no dudó en lanzarse a por una bola de arroz. Dio un bocado tan grande que casi se comió la mitad, engulléndola como una ardilla. En cuanto notó el arroz y el relleno, atún, en el paladar, soltó un sonido placentero.


Estaba delicioso. Tremendamente delicioso. Hacía años que no comía algo tan rico, ni mucho menos unas bolas de arroz tan buenas como aquellas. Eran iguales que las que comía de niño, cuando entrenaba en el dojo.


–Deberías trabajar en un restaurante. Iría a comer todos los días –Zoro bromeó, con la boca llena–. Joder, me recuerdan a las que comía de crío –saboreó el atún y tragó–. No, éstas están mejor.


Sanji no sabía dónde meterse. Estaba bastante nervioso, no se había dado cuenta de lo que llegaba a importarle la opinión de Zoro, y lo mucho que le gustaba que dijera eso. Siempre se le había dado bien la cocina, llevaba años cocinando y probando recetas, poniéndole sus propias variaciones.


Para los onigiris de atún, por ejemplo, a parte de llevar el vinagre de arroz con azúcar y el espolvoreado de furikake, le había puesto un toque de mayonesa. Muy poco, solo para que se intuyera un poco el sabor en toda la bola, pero destacara de verdad en el centro, con el relleno de atún. Había hecho cosas parecidas con los otros tipos de onigiri.


Aun así, intentó tapar al máximo su vergüenza en esos momentos.


–Ya te dije que se me daba bastante bien –dijo dando un bocado, bastante más pequeño que el de Zoro, a una de las bolas–. La mayoría de tartas y pastas de la cafetería las hago yo. Les salgo más barato.


–No me va mucho el dulce, pero un día me puedes traer una porción de tarta y te pongo nota –Zoro se rio.


Vio cómo Sanji se ocultaba detrás de su largo flequillo, y le entraron ganas de picarle. O de darle un bocado, ambas cosas estaban bien. Discretamente, se acercó un poco, moviéndose del sitio.


–Pero has hecho mucha comida. ¿Nos la acabaremos? Tú parece que comas como un pajarillo –volvió a picarle.


Mierda.


Se le estaba notando demasiado. Joder, no quería que Zoro lo notara. De verdad, no quería que notara lo nervioso que llegaba a ponerle.


–Eso es porque tú comes como un tigre, yo voy más despacio –respondió apartándole la mirada, algo picado.


Zoro sonrió, mirando a Sanji con detenimiento. Ahí estaba otra vez, su orgullo haciendo acto de presencia. Le molestaba un poco que fuese así, aunque quizá si se conocían más, no actuaba tan digno con él.


–Cuando convives con alguien que es capaz de comerse un sobre de bicarbonato cuando tiene hambre, aprendes a sobrevivir –dio otro bocado, a punto de acabarse el primer onigiri–. Además, hago mucho ejercicio y necesito reponer fuerzas.


–¿Bicarbonato? –preguntó Sanji algo sorprendido. Sobre todo porque, siendo Zoro, de la manera que lo decía, se creía que se hubiera dado la situación–. Por dios, ¿Qué coméis en esa casa?


–Usopp es quien suele cocinar, o sino yo. Arroz, pasta y carne a la plancha –dijo, acabándose su primer onigiri.


Bebió un poco de sake para pasar el arroz, y se sirvió un vaso más. El sake se lo bebía como el agua a pesar de ser una bebida alcohólica bastante fuerte. Hizo un gesto con la botella, ofreciéndosela a Sanji por si quería más, para servirle.


–Pero sobre todo compramos todo precocinado. Y varios días a la semana pedimos comida. Pizza, kebab, pollo frito... Lo que nos apetece –se encogió de hombros.


Sanji escuchaba atentamente a Zoro, alargando su vaso para que le sirviera un poco más.


Hay que ver lo que bebe


–¿Y, siendo deportista, comes toda esa mierda? ¿Dónde quedan el pescado, las verduras, legumbres, fruta...? Te tenía por alguien fitness –dijo bastante sorprendido.


Era un piso de chicos jovenes, era normal que no comieran bien, esperaba que al menos Zoro se cuidara un poco.


–Fruta como bastante, me gusta –comentó.


Acercó el cuello de la botella al vaso de Sanji y le sirvió. Dejó la botella y cogió los palillos para probar las gyozas.


–A veces comemos pescado, pero poco. Es caro y es difícil de preparar. Y verduras... Las bolsas de congelados, que se cuecen tres minutos y ya están listas.


Zoro se rio. Entendía que, para alguien que disfrutaba de la cocina, conocer sus hábitos alimenticios fuese un shock.


–Y no soy un chico fitness –soltó una carcajada, engullendo la gyoza entera–. Simplemente hago mucho deporte y lo quemo todo.


–¿Cómo que verduras congeladas? –Sanji no podía creer lo que oía–. Y ahora me dirás que la fruta que comes es en almíbar...


Él, cuando iba a hacer la compra, intentaba ir a mercados a coger fruta y verdura fresca. Claro que tenían de congelada, pero era en caso de emergencia, no como rutina.


–Debes tener las arterias de un señor de cincuenta años, deberías cuidar un poco tu alimentación.


–El almíbar está demasiado dulce para mí –sonrió–. Es fruta fresca. Manzanas, sobre todo. Algún plátano para no coger dolencias musculares y naranjas y mandarinas en invierno.


La gyoza estaba buenísima también. En serio, ¿por qué Sanji perdía en tiempo en una cafetería pudiendo trabajar en un restaurante? De esos pijos que tienen código de vestimenta para entrar.


–Para tu información, estoy sanísimo. Antes de entrar a trabajar, mi jefe me pidió unos análisis completos y me salieron genial –comentó, tranquilamente–. Incluso él mismo me midió la masa muscular, quería un chequeo completo.


–¿Tu jefe te midió la masa muscular? –preguntó Sanji. ¿Eso se pedía en un gimnasio?


–Para saber cuán en forma estaba, me dijo. Debe ser algo habitual –Zoro repitió las palabras que Mihawk le dijo en su momento.


–Ah... De acuerdo... –dijo Sanji extrañado. Le parecía un poco raro, pero él tampoco entendía de las exigencias pedidas a un trabajador de un gimnasio.


Siguió comiendo tranquilamente, acabándose su primera bola de arroz. No están mal, pero la última vez me quedaron mejor... se lamentó, sin decirselo a Zoro.


Zoro vio que Sanji permanecía callado, como sumido en sus pensamientos. No supo si preguntar o no, le parecía un poco raro porque apenas se conocían. Acostarse con alguien no implica conocerle. Así que decidió cambiar de tema para ver si el otro se animaba un poco.


–¿Y cómo te metiste en el mundo del kárate? –se interesó.


A Sanji se le atragantó un poco el arroz en la garganta, ayudándose del sake para tragar.


–Mi madre me apuntó cuando tenía cinco años –respondió.


Había sido culpa suya, se había quedado callado demasiado tiempo, y ahora empezarían las preguntas incómodas. Si fuera por él, no respondería a nada de eso, pero no quería que nadie supiera sus debilidades. Tenía que contestat con disimulo, evadiendo el tema de la vida privada despacio, sin que se notara.


–Me gustaba bastante, pero prefiero otras cosas. Y aunque no te lo creas, disfruto mucho en la cafetería.


–¿Y no preferirías trabajar en un restaurante? Ya te he dicho que yo iría a comer todos los días –se rio. Había picado en el anzuelo de Sanji como un tonto.


Sanji se rió en voz alta, contento de haber conseguido su objetivo.


–Puedes venir a la cafetería cuando quieras. Hay pastas saladas, también hacemos bocadillos y alguna que otra tapa. No lo preparo todo yo, pero si vienes ya intentaré que sea así.


Zoro arqueó una ceja. Mentiría si dijese que no tenía curiosidad por entrar a la cafetería de Sanji, quería ver cómo era él en su entorno de trabajo. Y ese último comentario... Le había hecho sentir algo, como si algo se removiese en su interior.


–¿Voy a ser cliente VIP? –le preguntó, en tono íntimo–. ¿Es mi premio de consolación por haber perdido?


–Hablando de eso… –Sanji se levantó un momento, yendo hacia su bolsa de deporte.


Cogió la chaqueta de Zoro, la que le había robado y, con todo el morro, se la puso y volvió a sentarse.


–Tenía un poco de frío. ¿Qué decías del premio de consolación?


Zoro vio cómo Sanji se ponía su chaqueta y chasqueó la lengua con fingida molestia. Aunque ver a Sanji con su chaqueta le gustó, era como en esas películas, cuando la chica se ponía el jersey del chico a la mañana siguiente.


–Podía haberte calentado yo –le guiñó un ojo–. Pero sí, creo que merezco un premio de consolación. ¿No crees?


–Ya, como antes, en la ducha, con agua a cinco grados –respondió con ironía–. Y... ¿Cuál crees que es el premio de consolación que mereces, perdedor? –preguntó mirándole con chulería.


Zoro agarró otra bola de arroz y le dio un bocado. Estaba demasiado relajado como para enfadarse. Había estado entrenando por la tarde, había ganado un buen combate –aunque Sanji dijese que no–, había echado un polvo increíble y estaba disfrutando de una cena riquísima. No podía pedir más, sólo le hacía falta dormir quince horas al día siguiente para estar en el cielo.


Así que no sé iba a enfadar. De hecho, estaba tan tranquilo y tan a gusto que Sanji podía pegarle la paliza de su vida que Zoro seguiría con una sonrisa en la cara.


–No seas tan cruel, que te estoy regalando mi chaqueta favorita –hizo un gesto con la mano, dándose una palmada en el muslo para que Sanji se sentase–. Ven aquí, anda.


–Bueno, técnicamente es MI chaqueta favorita –Sanji pegó otro bocado a su segunda bola de arroz, tragando y, sin siquiera pararse a pensarlo, fue hacia Zoro, sentándose en su regazo, con una pierna a cada lado de su cuerpo.


Había dejado la comida en el tupper, se había limpiado un poco las manos y ahora estaba con los brazos cruzados detrás de su cuello, a un poco de distancia, sonriéndole con sinceridad.


Zoro vio cómo Sanji se sentaba encima de él, y se sorprendió un poco porque no las tenía todas consigo. Dejó la bola de arroz y pasó los brazos por la espalda de Sanji, sujetándole bien para que no pudiera caerse hacia atrás. Vio la sonrisa del rubio y se la devolvió, mirándole de forma tierna. Estaba muy cómodo con Sanji, incluso cuando se volvía engreído.


Joder, mira qué guapo es...


–No sé qué premio puede tener un perdedor, pero te dejo elegir el mío –le ronroneó.


–Hmm... –ronroneó Sanji, contento con el abrazo que recibía–. Y yo que pensaba que tu premio de consolación era éste cena... Hablamos de eso en el restaurante –le recordó, apoyando su frente con la suya.


–Hicimos muchas cosas en el restaurante... –Zoro recordó su momento en los baños, y la consiguiente bronca. Cerró los ojos, dejándose llevar por el momento–. Aunque prefiero tu compañía a toda la comida que puedas prepararme.


Sanji se quedó bloqueado.


¿Mi compañía?

Notas finales:

Espero que os haya gustado!! 

No estoy inspirada para la despedida, nos leemos en los reviews!!


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