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Alcohol y tabaco por VinsmokeDSil

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Notas del capitulo:

Hola, hola!!! 

Y aquí estamos de nuevo con otro capítulo que estamos seguras que os va a encantar!! 

De nuevo, agradecer a MoonSpiky sus comentarios<!! Mil gracias, y animar al resto que nos hagan llegar también sus opiniones!!

PD: Tenéis que leeros "la Rosa del Mississipi"!!! El último fic de la gran Lukkah, coautora de este fic! Es una historia preciosa que nadie de esta página debería perderse!!

Eran las 12:35 del domingo cuando Zoro se despertó. Desde que se había lesionado el hombro –una lesión leve, pero lesión al fin y al cabo—, sólo comía y dormía, como un bebé. Los primeros días había estado irascible como nunca, muy enfadado consigo mismo por ser tan débil como para lesionarse. Por suerte, era pequeña y podría recuperarse a tiempo para el torneo. Por supuesto, estaba de baja.

Usopp y Luffy ya estaban despiertos desde hacía unas cuantas horas. Usopp había conseguido que Luffy le ayudase a limpiar un poco la casa antes de ir a comer. Luffy estaba tan emocionado por ir a comer que le daba igual fregar el baño.

Zoro había estado pensando en esos días. En las charlas que había tenido con sus compañeros de piso, y en las que se montaba él sólo en su cabeza. Y había llegado a una conclusión más que evidente: Sanji le gustaba. Más que cualquier otro chico que hubiese conocido antes. Y también se había comportado como un auténtico capullo con él cuando le invitó a su casa a comer, después de la noche subidita de tono con los mensajes. Habían follado, y había sido un polvo increíble y Zoro se moría de ganas por volver a repetirlo, pero después todo había ido cuesta abajo y sin frenos.

Así que hoy se había propuesto disculparse con Sanji, era lo menos que podía hacer. Y si, además, conseguía remontar un poco la mala imagen que tenía de él, mejor que mejor. Se había mentalizado para ni cagarla ni hacer ningún movimiento fuera de lugar. Iba a ser un invitado correcto, se iba a comer todo y no iba a beber mucho –si podía.

*

Sanji se había levantado bastante temprano para tenerlo todo bien. Nami y Vivi se habían dedicado a limpiar el piso, y él se había dedicado a la cocina. Eran las 13:00h del mediodía y ya lo tenía todo listo.

Bolas de arroz con salmón y umeboshi, ensalada de aguacate y gambas, brochetas de pavo y tomate, rollitos de berenjena rellenos de queso, tomate y col como entrantes.

Lubina al horno con guarnición como plato principal.

Tarta de queso New York para el postre.

Bueno, y la otra, que no sé ni porqué la he hecho…

Todo en cantidades industriales. Esperaba que fuera suficiente para el estómago de Luffy. Nami decía que sí, eso esperaba.

Y ahora... Se había quedado sin nada que hacer, y solo podía pensar en el reencuentro con Zoro. No habían vuelto a hablar desde ese día, y la verdad era que no veía esperanzas a lo suyo. No tenía ningunas ganas de coincidir con él.

Aún menos después de las charlas que le habían dado Vivi y Nami. No, Zoro no le gustaba. No estaba irascible o serio por su culpa. Su humor estaba igual y ese chico no había calado más profundo que cualquier otro. No quería aceptarlo. No.

Ni, aunque llevara cada puto día pensando en él, esperando que le mandara algún mensaje, que se pasara a verlo por la cafetería, cualquier cosa. Pero no hizo nada. Así que, ¿qué más daba? No pensaba preocuparse por alguien a quien claramente no le importaba.

Y mucho menos le gustaba.

*

Después de que Zoro se pegase una ducha y se vistiese –Usopp había insistido fervientemente en que abandonase el chándal– con una camiseta ajustada de color mostaza, y unos pantalones negros que bien podían pasar por pantalones de chándal o no, además de unas botas militares y una chapa colgada al cuello que llamaba la atención.

Cuando estuvo listo, los tres salieron de casa en dirección a la de Sanji, Nami y Vivi. Llegaron en veinte minutos. Fue Luffy quien llamó con muchas ganas al interfono.

*

–¡¡Voy!! –dijo Nami en voz alta. Estaba muy ilusionada, se le veía en los ojos.

Todo al contrario que la mirada de Sanji. No tenía ningunas ganas de tener esa maldita comida, pero no tenía más remedio. Desde la cocina, oyó la puerta abrirse y las voces de los tres invitados.

Habrá que ir a saludar.

*

Fue Nami la que abrió la puerta, y Luffy le plantó un beso en la mejilla nada más verla de lo más dulce. Él entró el primero, seguido de Usopp y Zoro en último lugar. Todos la saludaron cordialmente.

Entre Luffy y Zoro llevaban todas las botellas. Además de vino, habían comprado algo de ginebra y tónica para los cubatas de después, así como un orujo de Zoro que sólo bebía en ocasiones especiales. Él no quería traerlo, pero Luffy insistió mucho –pensaba pegarse la tarde entera allí metido.

–Deberíamos dejar las bebidas en la nevera –dijo Zoro, viendo que Luffy ya se estaba distrayendo con Nami y apenas habían cruzado la puerta.

 

*

Sí, habría que saludar, pero mejor me voy a quedar por aquí como si estuviera preparando algo, pensó el rubio. Sanji empezó a recolocar los aperitivos en los platos, para luego moverlos y volver a recolocarlos.

*

–Toma mi bolsa, Zoro –Luffy le cedió la bolsa con una enorme sonrisa.

Zoro suspiró, molesto. Ahora que Vivi también se había acercado a saludar, los cuatro fueron andando casualmente hasta el cuarto de estar.

Aquí falta alguien, y seguro que está al lado de la nevera a la que casualmente tengo que ir...

Volvió a chasquear la lengua y se resignó, decidiendo ir a la cocina y romper el hielo de una vez. Como había imaginado, Sanji estaba en la cocina con los preparativos. Estaba rodeado de comida, y todo tenía un aspecto increíble. No pasó por alto los onigiris de arroz.

¿Y cómo le saludo a este ahora?

–Hola –murmuró de forma un poco ortopédica.

Se quedó en el marco de la puerta con las bolsas colgando, sin atreverse a dar un paso en falso. La nevera estaba al fondo y la cocina no era muy amplia, además de que había comida por todos lados.

Y tenía que venir él...

–Hola –Sanji saludó como si nada, como si ni siquiera le prestara atención colocando por quinta vez una de las brochetas, fingiendo a la perfección que cada músculo de su cuerpo no estaba en tensión.

Zoro se quedó un poco chafado. No esperaba que Sanji le recibiese con los brazos abiertos, pero tampoco quería esta hostilidad nada más empezar. Tragó saliva y decidió hacer lo que había venido a hacer.

Cruzó la cocina hacia la nevera para dejar las bebidas. Ambas manos estaban ocupadas con las bolsas. Cuando pasó al lado de Sanji, sin embargo, hubo ciertas complicaciones. La cocina era estrecha, y dos personas en el mismo sitio no cabían, además de la encimera en la que Sanji estaba trabajando.

Sin quererlo, la entrepierna de Zoro rozó el trasero de Sanji al pasar por su lado. Fueron sólo unos segundos, pero el roce era más que evidente.

Putas cocinas estrechas de mierda. ¿Por qué no hacen habitaciones para gente de tamaño normal? Zoro continuó como si no hubiese pasado nada, dejando las bolsas en un hueco libre que había en una mesa para ir metiéndolas en la nevera.

Sanji se tensó aún más en el mismo instante en que Zoro pasó detrás suyo.

Porque claro, pedirme que me apartara un momento era demasiado difícil.

Sanji estuvo completamente quieto hasta que Zoro acabara de pasar, conteniendo las ganas de soltarle un puñetazo en el ojo.

–He hecho un poco de espacio por la puerta y el cajón de arriba del todo, avisa si no hay suficiente sitio –dijo con total indiferencia, volviendo a recolocar las brochetas otra vez.

–Así está bien –le contestó, guardando las botellas y dejando un par de vino fuera para la comida.

Zoro cerró la nevera y sintió cómo los nervios se apoderaban de él. Tenía que hablar con Sanji, aunque no sabía si era preferible hacerlo antes o después de comer. Quizá después estuviese más receptivo si bebía alcohol, aunque también podía darle una borrachera depresiva o agresiva. Además, la tensión entre ellos dos se podía cortar con un cuchillo.

Hazlo de una puta vez, va. Que no se diga que Roronoa Zoro tiene miedo a hablar con un tío, independientemente de lo bueno que esté.

–Esto... Sanji... –carraspeó un poco para llamar su atención–. Quería hablar contigo de una cosa...

Estaba incómodo, se rascaba la nuca sin parar y se notaba que quería irse de allí. Pero al menos tenía la decencia de mirarle a los ojos, aunque fuese de refilón, para hablar con Sanji.

Sanji volvió a tensarse en ese momento, incluso notó como se le cortaba la respiración. Adiós a su idea de una comida tranquila, sin altercados y los más rápida posible.

–Dime –dijo mirando fijamente la brocheta.

Aunque por dentro estuviera temblando, aunque su atención estuviera totalmente puesta en Zoro, él seguiría fingiendo que no le importaba. O, al menos, de eso se intentaba convencer.

No me importas, igual que yo no te importo a ti.

¿Ni siquiera vas a mirarme a la cara? De puta madre.

Zoro suspiró al ver que Sanji no hacía mención de girarse para verle. No le gustó ese gesto, pero se tragó su orgullo. Intentó hablar, pero las palabras no le salían del todo.

Después de unos segundos de un silencio incómodo en el que sólo se escuchaba a Sanji montar los platos, Zoro habló.

–Quería pedirte disculpas por todo lo que pasó en mi casa la otra vez –se metió las manos en los bolsillos porque tenía la nuca en carne viva–. Me comporté como un capullo, y te eché cuando en el fondo quería que te quedases para poder pasar la tarde juntos... –quizá no debería haber dicho eso, pero era lo que sentía–. Yo... Yo... –tragó saliva, no podía decirle que se moría por sus huesos porque no procedía–. Lo siento...

Terminó de hablar, mirando a Sanji con una mezcla de tristeza y vergüenza en la cara. Como un cachorrito que sabe que ha hecho mal y vuelve a casa porque no tiene otro sitio a dónde ir.

¿Me estas vacilando?

Me costó pillar el mensaje con tus múltiples desplantes.

Vete a la mierda.

Déjame en paz.

Ya claro, si tanto lo sintieras no me hubieras ignorado estos días.

Gilipollas.

Bésame.

Mierda, esto no.

Sanji no sabía ni qué decir. A sus oídos, había sonado sincero. Zoro siempre sonaba sincero.

Pero claro, luego te manda a tomar por culo.

¿Qué iba a decirle? Sanji levantó la mirada. Gran error. Si antes ya no sabía que decirle, ahora, viendo que Zoro le miraba de esa forma, sus defensas se desmontaban por completo.

No. Debía aguantar. Se acabó de incorporar y apoyó su espalda a la encimera, de forma despreocupada.

–No tienes porqué disculparte. Total, tenemos ese tipo de relación, ¿no? –preguntó con frialdad.

Las palabras de Sanji le taladraron el cerebro al escucharlas. Igual que si le hubiesen clavado un puñal entre las costillas. Como se había imaginado, había hecho bien en callarse sus sentimientos –Sanji no los compartía.

Tragó saliva, como si así pudiese mitigar el golpe.

Mantente fuerte. No dejes que lo note.

Pero se le notaba. Zoro asintió sin ganas, agachando la cabeza más que de costumbre, y quiso salir de ahí, aunque fuese tirándose por la ventana.

–Eso era lo que tenía que decirte... Mejor me voy al salón –murmuró.

Sanji observó estoico a Zoro, intentando mostrar todo el rato su total indiferencia y que no se notaba que tenía el corazón desbocado.

No le importas, está mintiendo. Solo quiere un polvo, está interpretando un papel.

No se atrevió ni a hablar. Si lo hacía, le temblaría la voz. Sus ojos y su cerebro le daban mensajes demasiado contradictorios.

No te lo creas. No le creas. Miente.

Sentía sus manos frías, sus dedos apretaban el mármol con fuerza hasta hacer que sus nudillos se vieran completamente blancos. Tenía los dientes apretados, tensando la mandíbula y todo su rostro. Estaba intentando mantener y fingir una serenidad que no existía.

Sanji no habló. No tenía la cabeza ni para alguno de sus sarcasmos, ni siquiera le apetecía afilar la lengua. Solo le miró.

Zoro quería salir de allí. Sabía que la comida iba a ser difícil, pero no esperaba que tanto. Se sentía mucho peor que la tarde en la que echó a Sanji de su casa. Además, él le estaba mirando de una forma que dolía. Y mucho. No quería que Sanji le mirase así.

Como vio que Sanji no iba a hablar más, Zoro agarró las dos botellas que había dejado fuera y se dispuso a salir de la cocina. Cuando pasó por el lado de Sanji, se pegó tanto a la pared que notó cómo el hombro izquierdo le molestaba un poco. Pero consiguió pasar sin rozarle. Tampoco le miró, no tenía fuerzas para eso.

Sanji sencillamente observó cómo Zoro salía de la cocina.  Hubo un momento en que le pareció ver una mueca en el rostro de Zoro, pero tampoco estaba seguro. Solo se fue hacia el salón, sin más.

Sanji esperó que no estuviera a la vista. Que estuviera en el barullo del comedor para que no le oyeran. Se giró hacia el fregadero, que quedaba a su derecha, pegando un puñetazo con cada mano en el mármol.

–¡Joder! –dijo, liberando parte de la tensión que había acumulado.

Tenía calor, empezó a respirar con fuerza, soltándolo todo. Estaba demasiado nervioso. Tuvo que abrir el grifo y echarse un poco de agua a la cara.

*

En el salón, los cuatro invitados restantes charlaban animadamente. Ajenos a lo que sucedía en la cocina. Zoro no quería aguarle la fiesta a nadie, así que abrió una botella de vino y preguntó quién quería. Cuando sirvió los vasos correspondientes, se llenó el suyo y empezó a beber.

El alcohol era lo único que podía hacerle superar todo esto.

–¡Haced sitio! –dijo Sanji, animadamente, con un par de platos en sus manos.

Se había dado un minuto para calmarse, necesitaba recuperar la compostura, no quería liarla durante la comida. Y estaba claro que la charla con Zoro le había afectado mucho más de lo que creía. Se había secado la cara, pero tenía parte de su flequillo y camisa húmedos.

Colocó los platos con entrantes en el centro de la mesa –todavía quedaban en la cocina– con una alegría totalmente fingida. En cuanto Sanji apareció con los platos, toda la atención se centró en él y en la comida que traía. Los comensales se sentaron a la mesa, todos ellos alabando las buenas pintas que tenía la comida.

Todos menos Zoro, que no dijo nada. Por supuesto que sabía que la comida iba a estar buena, ya la había probado antes, pero se guardó sus opiniones para sí mismo. Se sentó a la mesa y siguió bebiendo.

Sanji ni siquiera tenía hambre. Solo tenía ganas de irse de casa a correr un rato. O a fumar. O ambas a la vez. Lástima que eso último nunca salía bien. En cuanto dejó esos platos fue a buscar el resto, disculpándose luego. Una vez estuvo servido, se disculpó con ellos y se fue al balcón, toqueteando ya el paquete de tabaco en su bolsillo derecho.

A ver si se lo acaban y así no se nota, pensó. Necesitaba fumar, tener sus cinco minutos y despejarse un poco.

Con las manos algo temblorosas, y una expresión seria, incluso triste, sacó uno de los cigarrillos y se lo puso entre los labios, encendiéndolo. No se dio cuenta de cuando Nami salió y se puso a su lado.

–A ver, ¿qué ha pasado? –preguntó la chica.

Sanji sabía mentir muy bien cuando quería. Como por ejemplo, en la cocina con Zoro, o en el comedor con el resto de gente. Sabía fingir muy bien que estaba tranquilo, que nada le importaba y le que resbalaba lo que fuera que le dijeran.

Claro que Nami sabía ver muy bien por debajo de la máscara que solía usar cuando estaba triste.  

–Nada –respondió mirando al infinito, soltando suavemente el humo. Seguía serio, intentando mantener la calma.

Nami casi se ríe en su cara por el pobre intento de mentira, aunque dudaba que incluso llegara a eso. No lo hizo, conocía a su amigo, y veía el daño que le estaba haciendo la situación.

No quiero que sufras… aunque seas tú quien lo provoque.

–A mí no me engañas, te conozco demasiado. –respondió Nami, tajante. La suavidad o la delicadeza nunca habían estado entre sus virtudes, y la verdad era que eso tampoco funcionaba con Sanji.

Si eras suave con él, conseguía pasarte por alto. No, a Sanji se le debía soltar todo de cara, para conseguir que lo afrontara. Eso era algo a lo que Nami estaba acostumbrada y se le daba terriblemente bien.

Preparándose mentalmente para la conversación, Sanji hizo otra calada y volvió a soltar el humo. Sabía que la pelirroja no iba a dejarlo hasta que se lo contara, así que mejor decírselo y que le dejara fumar tranquilo cuanto antes.

–Bueno, se ha disculpado. –dijo únicamente, como si fuera suficiente. Obviamente, no lo fue.

–Ajá. ¿Y tú que le has dicho? –preguntó ella. Se imaginaba algo así, Luffy le había comentado la intención de Zoro, entre otras cosas.

Sanji dio una larga calada, aguantando el humo en los pulmones. No quería ese interrogatorio ahora, e inconscientemente intentaba evitarlo.

–Que no hacía falta que lo hiciera, solo somos follamigos, nada más. –respondió Sanji, después de soltar el humo.

Se hicieron algunos segundos de silencio, con Nami procesando esas palabras. Por desgracia, cuando Luffy le dijo que Zoro quería disculparse, ella sabía que el rubio respondería exactamente esas palabras

Cómo me jode tener siempre razón. A ver si consigo algo…

–Ya, ¿y esa gilipollez la has dicho por...? –preguntó ella, sin cortarse un pelo.

Por supuesto que sabía que eso ni siquiera se acercaba a la verdad. Era cierto, la etiqueta que llevaban ahora era esa, pero su relación y los sentimientos de uno para con el otro, estaban muy lejos de ser eso.

Nami había visto mil y una perrerías de Sanji con las personas con las que se acostaba, en especial con hombres. Con ellos, era especialmente indiferente y egoísta. Sobre todo, no solía repetir con ninguno.

Con Zoro todo era diferente. Ella estaba segura que había mucho más de lo que él quería admitir.

–Porque es la verdad. –respondió él, en el mismo tono que antes.

Nami suspiró con pesadez. Odiaba cuando el rubio se ponía testarudo y se negaba totalmente a ver la realidad.

–Para ir tan de listo, a veces eres tonto de remate. –dijo Nami, apoyándose en la barandilla, mirando a las calles.

Sanji no le respondió. No quería contestarle mal a Nami. Si fuera cualquier otra persona, lo hubiera hecho. Y si no hubiera estado fumando, se hubiera ido.

Pasaron más segundos en silencio, hasta que Nami volvió a hablar.

–¿Por qué te cuesta tanto admitir que te gusta?

–Porque no me gusta, solo es sexo. –repitió el mismo discurso que llevaba una semana repitiendo. Por supuesto, esta no era la primera charla que le daba la pelirroja.

Nami se puso la mano a la cabeza mientras suspiraba con fuerza.

–Ah... Joder, eres la persona más terca que he conocido... ¿Quieres admitirlo de una vez? –dijo ya cansada.

Una semana sin verlo. Desde que le conoció, sin dejar de pensar en él. Una semana desde que le mandó a la mierda, desde que le trató como a un simple objeto sexual, un plan B para desahogarse cuando estuviera cachondo.

Una semana de charlas continuas que no era capaz de creerse, porque no se correspondían a la realidad que él estaba viviendo.

Unas disculpas que sonaban demasiado sinceras, pero que no podía creerse.

Otra charla, otro golpe de realidad que quería esquivar, pero le ataban de pies y manos para que lo recibiese de cara.

Algo se rompió en la mente de Sanji, cansado de mantenerse impasible ante una situación en la que solo le apetecía destrozarlo todo a su alrededor.

Estoy harto ya.

–Joder Nami, ¿y qué más da? –preguntó Sanji, alterándose un poco. Nunca le gritaba a Nami, y aunque eso no era un grito, se le acercaba bastante.

Finalmente, dejó salir el torrente de emociones que sentía, mostrándose nervioso, alterado, y muy vulnerable ante la única persona del mundo que se sentía seguro.

Tenía ganas de llorar. Las lágrimas amenazaban con escapar de sus ojos, pero logró contenerlas con mucho esfuerzo.

–No importa si me gusta o no, yo no soy nada para él –dijo con tristeza.

No soy nada para él, como nunca lo he sido para nadie. Debería estar acostumbrado ya…

Se había acabado en cigarro. Tiró la colilla apagada a la calle y apoyó la frente sobre sus brazos, cruzados en la barandilla. Nami se quedó callada un momento, apoyándose a su lado.

La chica lo entendió todo. Si Sanji se negaba en rotundo a admitir lo que sentía, era porque estaba convencido que Zoro no sentía lo mismo. Solo se estaba protegiendo, de la forma más autodestructiva que sabía. Apoyó la cabeza en su hombro.

–Sabes, he hablado de esto con Luffy. Él dice que le gustas –dijo Nami, en un tono mucho más conciliador que antes.

Sanji soltó una carcajada sarcástica.

–Eso no es cierto –dijo en la misma postura. Seguía conteniendo las lágrimas como buenamente podía.

Nami respiró un par de veces, más tranquila.

–Creo que los dos os parecéis más de lo que creéis. Sois igual de tercos, de cerrados y orgullosos. Con demasiado miedo a abriros a alguien y que os hagan daño –dijo ella, de forma suave.

Claro, seguro que él tiene muchos problemas con esto. Vamos, si es el tío más seguro de sí mismo que existe…

Sanji no respondió, solo siguió sintiendo la calidez de su amiga en el hombro.

–Habla con él, pero habla. Déjate de sarcasmos y de orgullos. Solo... Habla con él. Terminad o salid, pero no puedes seguir así. –dijo ella, en tono suave.

Que pase lo que tenga que pasar.

*

Zoro vio cómo la mesa se llenaba de comida. No sabía por dónde empezar. En una esquina estaban los onigiris, pero él no quería –le recordaban a su aventura en el gimnasio. Cogió una brocheta y empezó a comer, despacio y con poca gana.

Degustando el primer pedazo, decidió relajarse un poco. Sanji no había aceptado sus disculpas –ni las había rechazado–, así que Zoro llegó a la conclusión de que poco se podía hacer al respecto.

Te has disculpado, has hecho lo que debías hacer. Ahora la pelota está en su tejado. No hagas el primer movimiento, deja que sea él. Y si no lo hace... Bueno, entonces ya sabes lo que hay que hacer.

Usopp le acercó el plato de onigiris sabiendo que era su plato favorito, y Zoro acabó cediendo ante la presión de grupo. Le dio las gracias a su amigo con una leve sonrisa y, viendo que sacaba conversación, se puso a hablar con él un poco.

No podía estar triste y deprimido toda la comida.

*

Nami pasó un brazo alrededor de su amigo, en un intento de apoyarle, de que la sintiera más cerca, que no estaba tan solo como creía.

–Si tanto te duele, ¿por qué lo organizaste? –preguntó ella, refiriéndose a la comida.

Sabía lo del favor a Luffy y todo eso, pero había mil maneras menos masoquistas de hacer eso.  

–Porque te lo debía. Ya sabes que haría lo que fuera por ti –dijo mirándola con algo de tristeza, levantando la cabeza de sus brazos.

Nami soltó una ligera carcajada.  

–Si es que es para darte... Eres un masoca, ¿te lo han dicho alguna vez? –preguntó ella.

Sanji soltó una pequeña carcajada.

–Tú, muchas veces.

–Pues créetelo.

Pasaron algunos momentos más en silencio, en esa misma posición.

–¿Qué hago? –preguntó Sanji, en un hilo de voz desesperado, pidiendo ayuda.

*

–¿Te has disculpado? –Usopp le preguntó en un susurro, para que nadie más en la mesa los oyese.

–Sí –Zoro contestó, poco expresivo.

–¿Y bien?

–No me ha dicho nada. Se ha quedado quieto, mirándome. Al parecer, nuestra relación no necesita de disculpas o cosas así –murmuró, con molestia.

–Has hecho lo correcto –Usopp le dio una palmada en la pierna para darle ánimos–. Ahora, come un poco y nos iremos en cuanto se acabe esto. Pero intenta no beber tanto vino, va a parecer que ahogas tus penas en alcohol.

Es que lo hago.

–Puedes quedarte si quieres, Usopp. No tienes que acompañarme a casa como si fuese un niño pequeño. Después de comer pondré alguna excusa y me iré –comentó, haciendo círculos con el tenedor sobre el plato.

*

–Ahora, nada –dijo Nami, de forma calmada. Tenía que vigilar mucho sus palabras y el tono, Sanji casi nunca se mostraba vulnerable ante nadie, y si lo hacía era porque estaba mal de verdad–. Estamos en la comida, no es momento. Intenta estar tranquilo, pasa el rato estando lo mejor posible. Y nada de miradas asesinas, que nos conocemos. Si tienes que hablarle, hazlo como si lo hicieras conmigo o con Vivi. Cuando acabemos, te apartas un momento y le preguntas si puedes hablar con él.

Sanji meditó las palabras de Nami. Sonaba todo bastante lógico. Claro que, una cosa era la teoría y otra la práctica.

–¿Y luego? –preguntó, sabiendo que el siguiente paso era el difícil de verdad.

Nami se quedó algo pensativa. Sanji era un chico muy listo, se le daba bien la gente y cómo tratarla, pero en el tema sentimental, era un negado total.

–Luego... Pues, primero le dices que lamentas tu salida de antes, y que aceptas sus disculpas. –explicó, enseñándole el siguiente paso, como si de una receta se tratara.

Sanji chasqueó la lengua, molesto. No le gustaba como avanzaba la conversación. Levantó la cabeza, mirando de nuevo a las calles, aún un poco alterado.

–¿Y qué más da eso? No tiene sentido que se disculpe, me trató como a un agujero donde meterla, que es lo que soy para él. Soy yo el gilipollas que se consideró algo más. –dijo, evidentemente frustrado.

Nami intentó echarle el freno.

–Eso no lo sabes. Así que, puedes empezar por ahí, pidiéndole explicaciones. Te estás montando películas, dale oportunidad para que se explique. –dijo ella, sabiendo que el rubio siempre se ponía en lo peor, muchas veces de forma inconsciente.

Sanji se quedó pensativo. Odiaba admitir que también sonaba lógico.

–¿Y luego? –preguntó, al cabo de unos segundos.

–Luego... Valoras. Si te dice que para él no eres nada, yo de ti cortaría de raíz, porque seguir viéndole solo hará que te duela. Y si, por el contrario, también le gustas, cosa de la que Luffy está convencido, pues dile la verdad. No podéis estar haciéndoos daño de esta forma.

Sanji suspiró.

–No sé si seré capaz... –dijo finalmente, dejando de lado su orgullo.

–Puedes con esto y mucho más.

*

–Bueno, sólo digo que estoy aquí para lo que necesites –Usopp sonrió.

Zoro le miró unos segundos, y después asintió con una tímida sonrisa en el rostro. Se había acabado su copa de vino y, en compensación, Usopp le llenó la copa. Era ilógico teniendo en cuenta que le acababa de pedir que no bebiese tanto, pero ahora mismo no podía hacer otra cosa.

–Oye, Zoro, ¿te vas a comer esa bola de arroz? –Luffy preguntó, de repente.

–Toda para ti –le cedió su plato, y Luffy se comió la bola que quedaba.

Comer onigiris le recordaba a su encuentro con Sanji en el gimnasio, y era demasiado doloroso para digerirlo en esos momentos. Suspiró, bebiendo un poco más.

*

–¿Volvemos? Estoy segura que Luffy estará a punto de acabarse la comida de la mesa y empezará a robar la del resto. –dijo Nami, en un intento de broma y halago a las habilidades de Sanji.

–En serio que no entiendo qué haces con ese tío... –dijo Sanji, sonriéndole.

–Sí, sí, lo que tú digas... Va, anímate, que ya sabes que eres mi favorito –dijo ella también sonriendo.

Eso animó un poco a Sanji. Normalmente esas palabras nunca salían de la boca de Nami por iniciativa propia.

–De acuerdo.

Fueron hacia el salón, donde quedaban menos de la mitad de los entrantes.

–¿Qué os parece la comida? –preguntó Sanji a los comensales.

–¡Está todo buenísimo! –exclamó Luffy, con la boca llena–. Eres el mejor cocinero del mundo, Sanji. ¡Voy a venir todos los días a comer aquí!

Ven, tú ven. Que aprovecho para envenenarte lentamente.

–Todo muy bueno, sí –Usopp asintió, dándole la razón a su amigo–. No me esperaba algo tan bueno, y sólo son los entrantes.

Zoro no dijo nada. Desvió la vista a su plato, llenándose la boca con lo poco de comida que le quedaba para no hablar con la boca llena.

–Me alegro que os guste –comentó Sanji.

No le había pasado por algo el detalle que Zoro no habló.

Supongo que es normal.

Se sentó y cogió uno de los onigiris que aún quedaban, mirando de reojo a Zoro sin poder evitarlo mientras se lo comía. Zoro carraspeó un poco, acomodándose en la silla. Ahora que Sanji estaba en la mesa, tenía los nervios a flor de piel.

–¿Alguien quiere más vino? –preguntó con educación, pues se había apoderado de la botella y se la estaba bebiendo él sólo.

–Yo –dijo Sanji.

¿Por qué cojones he dicho eso?

Daba igual, ahora ya estaba hecho. Alargó la copa hacia él, intentando aparentar normalidad. Zoro puso su mejor cara de póker, la cual se traducía en estar mortalmente serio. Le sirvió un poco de vino, acabando la botella. Había otra en la mesa, así que la abrió sin decir palabra.

–Gracias –dijo Sanji en cuanto tuvo la copa llena.

Dio un sorbo. Nami había comentado que lo mejor sería esperar, pero, ¿realmente sería capaz?

Zoro hizo un leve cabeceo, restando importancia al gesto. Él tenía la botella, era normal que preguntase. Usopp vio el panorama y empezó a contar una de sus historias, para amenizar la comida.

–Oye. Relájate –le susurró Nami a Sanji para que nadie les oyera.

–¡Pero si no hecho nada! –respondió él.

–La tensión que hay entre vosotros se puede cortar con un cuchillo. Solo... Déjalo un rato, ¿Vale? Nada de intentar llamar su atención.

–¡Solo quería vino!

–Oh, vamos, si casi nunca bebes vino cuando estás nervioso –dijo ella, resaltando lo obvio.

Sanji tensó un poco la mandíbula, sin querer admitir que ella tenía razón.

–Pues hoy sí. –respondió como un crío.

–Infantil.

–¿Qué decís? –preguntó Vivi, oyendo sus cuchicheos.

–Nada. Que Sanji todavía no ha probado la ensalada –dijo Nami, metiéndole todo un tenedor lleno de aguacate y salmón en la boca.

Zoro obvió al rubio que tenía en la mesa y se centró en la anécdota que Usopp estaba contando. Siempre tenía historias para todo, y de todas las temáticas. Hoy, había decidido decantarse por la vez que fueron a un buffet libre y acabaron echándolos después de cuatro horas de comida.

Sanji casi se atraganta con el ataque sorpresa de Nami. Tuvo que ayudar a pasar la comida con un poco de vino. Empezó a escuchar la historia de Usopp. La pilló más o menos cuando ya llevaba la mitad de la anécdota, pero consiguió entender el final. Los entrantes empezaban a acabarse.

Volvió a mirar a Zoro. Le estaba ignorando, lo cual entendía perfectamente. Pero estaba siendo todo muy incómodo, no solo para ellos, sino para todos.

Joder... Va, échale huevos.

–Voy a traer el siguiente. Zoro, me ayudas con los platos, ¿por favor? –pidió de la forma más natural y educada que pudo.

Se ganó las miradas de asombro de toda la mesa y la de irritación de Nami. No sé por qué pregunta si hace lo que le da la santa gana, pensó ella.

Zoro miró a Sanji como si le estuviese hablando en chino. Eso no se lo esperaba para nada. Había dado por hecho que le ignoraría durante toda la comida, no que empezaría a hablar con él. Usopp le dio un pequeño codazo para que reaccionase, y Zoro se levantó de la mesa casi como un resorte.

–Claro-o –tartamudeó, empezando a recoger los platos.

Por un momento, Sanji pensó que iba a decirle que no, o que solo le ignoraría. Por suerte, al final accedió a ello, empezando a recoger a la vez que Sanji lo hacía. Sanji fue el primero en dirigirse a la cocina, esperándose ahí hasta que Zoro viniera.

Zoro recogió los platos con algo de torpeza, procurando que ningún cubierto se cayese al suelo. Después, fue a la cocina siguiendo a Sanji a una distancia prudencial. Entró en la cocina y dejó los platos sucios en el fregadero, esperando a que Sanji le diese alguna orden.

Sanji se preparó mentalmente, cruzado de brazos.

–Tenemos que hablar –dijo en un tono más seco del que hubiera preferido–. No aquí y no ahora, no es momento –intentó decir más calmado–. Deberíamos intentar dejar de estar a la defensiva. Ni Nami, ni Usopp, ni Vivi ni Luffy merecen esto, así que intentemos tener una velada tranquila y luego ya que pase lo que tenga que pasar.

Zoro frunció el ceño brevemente. Él no estaba a la defensiva, y de hecho había hecho lo que tenía que hacer: disculparse. Pero Sanji tenía razón. Sus asuntos personales no podían tratarlos ahí, delante de sus amigos.

–No hay problema por mí –respondió, un poco seco.

Muy bien. Primer paso hecho. Ahora a simular que todo es muy bonito y que no nos llevamos mal hasta que acabe todo.

–De acuerdo –respondió Sanji, intentando pasar por alto el tono de Zoro–. Y ahora, ayúdame a emplatar. He dejado el pescado y las patatas dentro del horno a baja temperatura, para que siguiera caliente –explicó mientras se dirigía al horno y, con un trapo, lo sacaba todo y lo ponía en la encimera–. Ahora saco los platos y pongo el pescado, tú pon la guarnición. He hecho bastante, así que pon en cantidad.

Zoro asintió levemente, quedándose un poco embobado viendo cómo Sanji se manejaba dentro de la cocina. Tenía dedos largos, y utilizaba los utensilios como si fuesen extensiones de su cuerpo.

Agarró una cuchara y empezó a llenar los platos de patatas, como le había dicho.

–¿Así está bien? –le preguntó cuando acabó con el primero.

No estaba seguro de las cantidades. Sanji giró la mirada hacia el plato que Zoro tenía enfrente.

–Perfecto –respondió, sin poder evitar que sus comisuras se torcieran en una ligera sonrisa. Todo lo que tenía que ver con la cocina le alegraba–. Reparte para el resto, y si sobra lo pones todo en un plato, ese será para Luffy –dijo, empezando a colocar las lubinas, siguiendo las instrucciones para el otro.

Venga, que no es tan difícil… pensó Sanji, aunque seguía con los nervios a flor de piel.

Zoro soltó una carcajada cuando escuchó el comentario de Luffy. Él comía bastante, también porque quemaba un montón de calorías haciendo ejercicio, pero lo de Luffy no tenía nombre. La ciencia debería estudiar su estómago. Vio como Sanji sonreía y no pudo evitar sonrojarse un poco.

Bien, la cosa va bien. Hemos remontado.

–Estaba todo muy bueno –comentó, con la boca pequeña, sin apartar la vista de su tarea–. Gracias por hacer onigiris, son los mejores que he probado nunca.

Sanji se quedó un poco en jaque, no sabía qué decir. No los había hecho para Zoro, los había hecho para aprovechar los ingredientes del otro día...

¿Seguro?

Se puso más nervioso aún. Esperaba hablar con él y llegar a un punto “cortés” hasta el final de la comida, no que Zoro empezara a hablarle o halagarle.

–Eh... –se trabó un poco al hablar–. No he hecho ninguno de atún –dijo, intentando hacerse el digno.

Era evidente que, la mera presencia de Zoro, conseguía derretirle, aunque intentara disimularlo.

–No pasa nada, también me gustan con otros rellenos. Con salmón también están muy buenos –se atrevió a mirar a Sanji de reojo, intentando ocultar su propio sonrojo–. Ya te dije que los podría comer a todas horas...

No. No, no, no, no, no. No ha dicho lo que acaba de decir.

Sanji empezó a sonrojarse, su corazón latía mucho más deprisa.

No estaba listo para que Zoro fuera tan agradable con él, le confundía todavía más de lo que ya estaba.

–Gracias –dijo en un susurro, incapaz de ocultar el temblor en su voz, de no mostrarse tal y como Zoro le hacía sentir.

Se le cayó el tenedor al suelo de lo que le temblaban las manos. Sanji solo pudo mirar con los ojos algo más abiertos el cubierto, completamente quieto. Se estaba bloqueando.

Zoro se sobresaltó al escuchar el ruido del tenedor caer al suelo, pero no pudo evitar sonreír ampliamente. Se agachó y recogió el cubierto, colocándolo encima de la encimera, cerca de Sanji.

–Perdón –se disculpó, sin poder ocultar su sonrisa.

Él también estaba un poco sonrojado, por eso no se atrevía a mirar a Sanji a la cara y seguía con la guarnición.

Sanji miró de reojo a Zoro. Se le derretía el alma con cada gesto de Zoro. Cuando le recogió el tenedor, cuando lo dejó a su lado, cuando habló, cuando le sonrió, cuando no se atrevió a mirarle.

Su cara, su sonrisa, todo él. Era demasiado.

Cabrón... ¿Qué me has hecho?

–N-no pasa n-nada... –le temblaba aún más la voz.

Cogió el tenedor y lo puso dentro del fregadero, luego cogió otro limpio del cajón.

Cálmate. Concéntrate, dijo respirando y volviendo a concentrarse en su tarea con las lubinas.

Zoro tenía ganas de abrazar a Sanji en aquellos momentos. Que le jodieran a la comida, a la lubina y a las patatas. Él quería coger a Sanji y plantarle un morreo hasta quedarse sin respiración.

¿No vas un poco rápido? Hace media hora os estabais matando con la mirada y ahora te lo quieres comer. Echa el freno, Zoro.

–Huele muy bien, seguro que está delicioso –siguió con los halagos, quería comprobar el límite de Sanji.

–G-gracias... –respondió Sanji.

Tenía el cerebro frito. Cuando Zoro se portaba de esa forma con él... Era superior a él. Debía relajarse de una vez. No podía quedar en ridículo de esta forma, no podía mostrarse tan débil ante él. No quería demostrarle lo mucho que podía llegar a afectarle.

Había conseguido que sus manos no temblaran, pero mientras emplataba, no tenía la misma destreza que de normal, ni mucho menos.

El vello de Zoro se erizó como si fuese un puercoespín. Cada vez que escuchaba la voz de Sanji con ese temblor, con esos nervios... Una gota de sudor caía por su nuca. El Sanji arrogante era agotador, pero el Sanji tierno e incapaz de digerir ese tipo de halagos era más que adorable.

Joder, quiero besarlo.

Le miró de reojo una vez más antes de pasar a la acción. No sabía cómo iba a reaccionar Sanji, pero tenía muchas ganas de hacerlo. Y estaba yendo despacio para no liarla.

–Ahora mismo, tengo muchas ganas de besarte, Sanji –murmuró, con la voz un poco más grave, sin dejar su tarea–. ¿Me dejas darte un beso?

Sanji se quedó completamente paralizado. Ahora ya sí que no entendía nada. Estaba totalmente desarmado, no podía ni siquiera hablar. Hace media hora quería matarle y ahora solo quería que le besara. Con Zoro, siempre era así, de 0 a 100.

Él no le había llamado para esto, sino para cortar la tensión y, de paso, que le ayudara.

No... No es buena idea... Hay gente esperando... Deberíamos hablar antes...

Sin cambiar de posición ni decir una palabra, asintió con la cabeza.

Zoro esperó pacientemente a que Sanji le dijese algo, o le diese alguna señal. Podía aceptar o no, y no estaba seguro de conseguir un 'sí'. Sintió cómo el estómago le daba un vuelco cuando le vio asentir.

Dejó lo que estaba haciendo y se acercó a él lentamente, pasando una mano por su cintura cuando la tuvo al alcance. No era un agarre fuerte ni mucho menos, apenas le estaba rozando. Zoro no iba a presionar nada, aún tenían pendiente una charla y no quería iniciar algo para acabar mal –como siempre. Así que estiró el cuello y depositó un pequeño beso en la comisura del labio de Sanji. Breve, pero muy tierno y dulce.

Notas finales:

Hasta aquí el capítulo!! ¿Qué os ha parecido? No nos odiéis por cortarlo en este punto!!! Así lo siguiente lo pillaréis con más ganas!! 

Esperamos que os haya gustado y estaremos esperando con impaciencia vuestras reviews!! 

Nos vemos en dos semanas!!


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