Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Afterglow (JeaRen) por Tesschan

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Descargo: Shingeki no Kyojin y sus personajes le pertenecen a Hajime Isayama, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

CAPÍTULO 2:

CREPÚSCULO NÁUTICO MATUTINO

 

Él es mi amigo más querido y el más cruel de mis rivales, mi confidente y el que me traiciona, el que me apoya y el que de mí depende; y lo más espantoso de todo: es mi igual.

(Gregg Levoy).

 

 

POLOS

 

Pese a no ser demasiado bueno en ello, Artes siempre ha sido una de tus clases favoritas. Es tu pequeño tiempo contigo mismo, donde puedes mezclar colores como te plazca y crear cosas que casi nadie espere. Artes te gusta porque tu cabeza siempre es un torbellino que va más allá de lo que el resto siquiera imagina, y es en aquellos instantes donde puedes plasmarlo todo sin que parezcan simples boberías que luego serán tu vergüenza.

El maestro Moblit —amable con todo el mundo— pasea entre los pupitres de la clase, regalando cumplidos y consejos mientras les observa trabajar. Al llegar a tu lado, al fondo del aula, contempla tu caótico mundo creado, lleno de colores y formas que quizá solo tú comprendes, y cuando alaba tu trabajo por ser divertido y original, te arranca una sonrisa sincera y llena de felicidad, que sin siquiera te des cuenta parece iluminar aquel día sombrío.

Contento como te sientes, apartas los ojos de tu dibujo un instante y observas a Armin, quien se haya sentado en los primeros puestos de las filas centrales, demasiado lejos de ti, y aquello te duele.

A tus once años, dos semanas parecen ser un tiempo demasiado largo si no puedes estar en clases con tu mejor amigo, pero igualmente comprendes que aquel castigo es merecido por no saber controlar tu genio tan salvaje como indómito cuando debes, aunque tu arrebato fuese por la justa causa de defenderlo, sin importarte haber resultado el gran perdedor en ello, como casi siempre.

Igual de rubio y más pálido de lo habitual tras haber pasado algunos días en cama la semana anterior, este platica animado con Marco Bott, el amable y pecoso chico que habitualmente está dispuesto a ayudar a todos, aunque, en tu opinión, «algunos» no se lo merezcan. Armin parece enfrascado en lo que el otro está haciendo, y al verlo reír con tanta alegría y complicidad, repentinamente te sientes dejado de lado y eso te enfada, sobre todo porque comprendes que ese sentir es tan tonto como absurdo, pero todavía así no puedes evitarlo.

Y te vuelcas a dibujar con una necesidad desbordada, intentando que con cada pasada del lápiz sobre el croquis tus celos infantiles se atemperen y la pena duela menos; que tu enfado, nacido de la injusta mortificación, se evapore entre creación y arte, por lo que cuando tus verdes ojos finalmente se clavan en la ventana a tu lado, tan enormes y atentos como una luna llena, contemplas las gotas de lluvia golpear el cristal empañado y caer formando pequeños ríos en aquel mar de cálida condensación que se ha formado en el interior del aula, arrastrando con ellas toda tu boba tristeza, hasta fundirla en la nada.

Finales de enero se ha convertido en una postal invernal frente a tus ojos, coloreada en cielo gris acero y la iridiscencia trasparente de la lluvia. Y el invierno de tus cortos once años te parece congelado en ese instante, en esa aula, haciéndote sentir por completo ajeno a quien eres, pese a saber que en el fondo sigues siendo tú mismo.

Acercas un dedo a la ventana y la desempañas, sonriendo apenas cuando el cristal humedecido devuelve tu imagen de cortos y castaños cabellos, hechos un lío, y tus ojos verdes que presagian problemas, casi como un desafío. No obstante, el problema real no lo ves venir hasta que ya es muy tarde, y el cual llega cuando Jean se acerca hasta tu pupitre y coge tu dibujo, sin tu permiso, contemplándolo con ojos críticos y cargados de burla, haciéndote temer lo peor.

—Apestas dibujando, Jaeger —suelta, al tiempo que ríe al ver tu rostro enrojecido de vergüenza e indignación—. Si me ruegas con amabilidad, quizá pueda arreglarlo por ti.

Tu respuesta es borrar la sonrisa de aquel idiota con un golpe que lo lanza al duro suelo y le arranca un jadeo, y sin importarte que el maestro esté presente, sin importarte que seguramente te meterás en problemas, otra vez, te abalanzas sobre Jean y lo golpeas, odiando saber que este tiene razón, pero, más aún, que eso te duela.

Aquella no es la primera pelea de tu vida, ni siquiera la primera entre ustedes, pero sí la primera realmente seria que tienes con él. Y entre los gritos de angustia y algunos vítores de tus compañeros, entre las súplicas de Armin para detenerte y los regaños del maestro para separarlos, sientes bullir la rabia dentro tuyo con la misma fuerza que aquel imbécil te devuelve los golpes, convenciéndote, pese a todas tus alarmas de advertencia, de que se lo tiene bien merecido por provocarte, esperando que con ello al menos aprenda en parte la lección.

Lo que no sospechas una vez ambos son separados y se contemplan frente a frente, llenos de frío desprecio infantil, es que aquellas peleas se convertirán en una constante en los siguientes años de sus vidas; en un ir y venir de recriminaciones bobas y sin sentido que no harán más que acercarlos, sin que puedan evitarlo, porque los dos se parecen tanto, que inevitablemente se atraen y se repelen como los polos opuestos de dos imanes, por lo menos hasta que ambos cambien y crezcan lo suficiente para lograr la polaridad adecuada.

 

AMBIGUO

 

Otoño, dorado y deshojado, es lo que se aprecia por la ventana del despacho del director Smith cuando contemplas a través de esta el patio de la escuela repleto de estudiantes. La hora de salida por fin ha llegado, por lo que puedes observar el fluir constante de los otros chicos, todos llenos de pláticas y risas, mientras cruzan la verja de entrada y se despiden para tomar su camino a casa; un camino que tú aun no puedes hacer, te recuerdas, como tampoco el idiota que refunfuña por lo bajo a tu lado.

Este, pálido como un fantasma, recita palabras ininteligibles que bien podrían ser una sarta de maldiciones o el mantra de algún hechizo que no entiendes, pero todavía así aceptas, porque lo puedes comprender.

Contemplas tus nudillos, enrojecidos y rasmillados, y con un suspiro quedo te preguntas si ha valido la pena el meterte en aquella pelea estúpida, una vez más. No obstante, con tan solo recordar la expresión de valiente estoicidad reflejada en el rostro de Armin —que siempre intenta fingir que las palabras de desprecio de otros no le importan en absoluto—, sabes que, pese a lo que el resto diga, has hecho bien, y entonces te sientes satisfecho.

Y es debido a ello que no hay vergüenza en tus actos ni en tus decisiones, porque jamás dudarás en defender a tu amigo. Aun así, por primera vez en tus trece años te cuestionas si es que realmente lograrás algo con aquellas peleas, con tus pequeñas rebeliones contra el mundo. Te preguntas si es que, luchando de forma incansable, se puede hacer cambiar de opinión a alguien solo a base de fuerza. Y realmente desearías que las cosas fuesen así de simples y sencillas, porque, aunque en muchas ocasiones pierdas, otras tantas ganas a pura voluntad, y mientras lo sigas intentando, sientes que al menos existirá una oportunidad. La posibilidad de sentirte útil para quien es importante en tu vida y sabes que, injustamente, no tiene el respeto que merece tan solo por ser diferente.

Entonces, ¿por qué ustedes dos han sido los únicos castigados?, te cuestionas con molestia al ver lo tenso y molesto que parece el chico a tu lado. Si la vida fuese justa, aquellos otros idiotas igualmente deberían estar allí esperando a ser reprendidos. Si la vida fuese justa, Jean ni siquiera debería ser quien se encontrase sentado junto a ti en aquella oficina esperando por la llegada de tu madre y la suya, sabiendo que la suspensión y un regaño para ambos serán lo inminente.

Sin embargo, el injusto destino lo ha convertido en tu involuntario compañero, y cuando vuelves el rostro para verle, contemplas como su pómulo derecho se ha inflamado hasta que su claro ojo castaño parece mucho más pequeño, y aunque su labio partido ya no sangra pese al rojo rastro que todavía lo marca, aquello no sirve para disminuir la culpa que profundamente te embarga.

Como si te presintiese, el farfullar de Jean se detiene lo justo para que sus ojos se posen en los tuyos, sosteniendo tu mirada; y aunque en más ocasiones de las que recuerdas han sido ambos peleándose como si no existiese un mañana, en esa ocasión son un frente común contra el mundo, como si el destino deseara reírse en sus caras de todo lo que antes han hecho, obligándolos a reconciliarse en ese momento.

Ves su pie moverse en un vaivén nervioso que lo delata, y a pesar de saber que deberías sentirte del mismo modo, pues tu madre estará furiosa contigo en cuanto llegue, una extraña paz te envuelve y te sientes contento.

—¿Y quién es el tonto ahora? —preguntas, y al contemplar como una llamita de indignación se enciende en su mirada al notar tu sonrisilla de suficiencia, te animas de un modo indefinido y absurdo, sobre todo al verte reflejado en sus ojos, aunque no logres entender el porqué.

Aun así, la batalla en Jean muere antes de siquiera haber comenzado, y en la escasa distancia que los separa, su mano —tan magullada como la tuya— golpea tu brazo al tiempo que una sonrisa petulante y vanidosa se dibuja en sus labios; una sonrisa que bien conoces porque la has memorizado a lo largo de aquellos años, y la cual poco a poco ha comenzado a perder su filo a medida que han llegado a conocerse y, tal vez, a comprenderse.

—Por supuesto que tú, bastardo. ¿A qué clase de idiota se le ocurre meterse él solo en una pelea contra cinco?

Podrías decir muchas cosas ante aquella respuesta, como que ya estás acostumbrado a ese tipo de peleas injustas o que perfectamente podrías habértelas arreglado muy bien por tu cuenta. Que, si él no hubiese intervenido en aquel asunto —que para nada le concernía—, no tendría que estar allí esperando junto a ti por un castigo que en realidad no merece; un castigo solo por ayudarte en una pelea que, claramente, perderías, pese a que aquella misma mañana no paraba de incordiarte durante las clases lanzándote papelitos para recordarte lo muy tonto que a sus ojos eres.

No obstante, de manera egoísta callas y te sientes un poquito, poquito complacido de tenerle; porque, aunque la distancia prudente que mantienen jamás se ha vuelto inexistente, por aquel día, por aquella tarde, han difuminado ligeramente el velo que siempre los separa, volviéndolo ambiguo, al menos lo suficiente para poder mirarse sin rencor, envidia o miedo. Lo suficiente para contemplarse y poder finalmente verse, logrando que aquel momento desagradable, de manera curiosa, ya no lo sea tanto.

«Gracias» es lo que escapa de tus labios sin siquiera pensarlo, y cuando sientes tu rostro arder como una pequeña brasa y te odias por ponerte en vergüenza de ese modo, te percatas de que el rostro frente al tuyo muestra un idéntico bochorno, solo unos segundos antes de que ambos volteen para no verse, deseando olvidar aquel momento, aunque bien sabes que te será muy difícil hacerlo.

Y las hojas de otoño danzan en el aire arremolinándose cadenciosamente en su balada dormida, y cuando contemplas el reflejo del otro chico dibujado en el cristal con el envejecido dorado de aquella estación como su marco, tu corazón acelera sus latidos sin que logres comprenderlo del todo.

Una alegría ambigua ante aquella extraña camaradería compartida.

 

MAREA

 

El agosto de tus quince años llega cargado con todo el peso del verano vivo y asola con la fuerza de un volcán en erupción. La tarde ya casi llega a su fin, pero todavía así puedes notar el calor persistente del sol impregnado en la arena y como esta quema en tus pies y tus manos cuando hundes los dedos en ella al intentar desintegrarla.

Hace calor, como cada verano en Shiganshina, no obstante, sabes perfectamente que parte de la incomodidad que en aquel momento sientes, se debe a algo por completo diferente a la estación estival y al tiempo de aquel día abochornado. Te sientes mal en tu propio cuerpo, en tu propia vida, y comprender que aquel malestar es producto de la rabia bullente que aun te recorre por dentro, rabia entremezclada con una amalgama de pena y miedo, con la acuciante necesidad de salir corriendo a pedir disculpas y tu orgullo mordisqueándote para que no te atrevas a hacerlo, no ayuda a calmarte.

Sin embargo, en aquella ocasión debes reconocer, aunque te duela, que la culpa por esa discusión sí te pertenece por completo. Una pelea tonta acicateada por la rabia, y quizá, solo quizás, un poquito de celos; aquellos que detestas con toda tu alma porque siempre atacan cuando menos los esperas y deseas. Aquellos que tanto odias, porque aún no sabes cómo acallarlos y controlarlos, por más que quieras.

Si bien comprendes que ni Jean, ni mucho menos Mikasa, tienen nada de culpa en el desastre que ahora mismo son tus desbordados sentimientos, que él prefiera prestarle atención a tu hermana en vez de pasar tiempo contigo, te duele como pocas cosas en la vida lo han hecho. No los pequeños cortes que a veces sus comentarios o palabras infligen sin querer a tu tonto corazón, sino que una estocada mortalmente directa; porque sabes que, a pesar de lo mucho que deseas que este no deje de mirarte, de ser parte de tu mundo, no podrá corresponderte nunca, no al menos como tú lo deseas. Y comprender aquello te destroza más que nada, porque duele tanto…

El sol ha comenzado a ponerse ya en el horizonte, y lo contemplas tintar de dorado y anaranjado el cielo y el mar fluyente hasta que ya no puedes distinguir donde termina uno y comienza el otro.

Y por un instante deseas ser como la marea, dejándote arrastrar de un punto a otro sin pensamiento alguno. Asolando todo a tu paso con violencia cuando la tristeza se vuelva inmensa, volviéndote luego en plácida calma tras la tormenta, ansiando el poder volver a fluir en cadenciosa paz.

Tomas tu móvil y jugueteas con este entre tus dedos morenos, pensando en cómo empezar a escribir una disculpa que sirva para arreglar aquel desastre y no te haga sentir el desastre emocional que ahora mismo eres. Miras al cielo y buscas las palabras exactas que te permitan volver a respirar y enderezar tu desestabilizado mundo; sin embargo, el miedo a ser rechazado es más fuerte que tus deseos, y acabas desistiendo antes de siquiera intentarlo, sintiéndote un completo perdedor.

No obstante, antes de que aquella violenta ola de dolor pueda volver a ahogarte en el profundo y oscuro mar de la autocompasión en el que te hayas sumergido, una mano se posa en tu cabeza y acaricia tu rebelde cabello castaño enredado por la brisa, sumiéndote en una familiaridad culpable que te sabe a alivio.

Alzas el rostro y es Jean quien te contempla, todos ojos pesarosos y ceño fruncido; todo labios apretados, debido a la rabia que ambos anteriormente se han provocado, y aquella determinación que muchas veces lo impulsa cuando este sabe que debe hacer lo correcto.

—Lo siento —dicen al mismo tiempo, y aquella similitud mágica y estúpida, que desde hace mucho sientes los conecta, los hace sonreír sin pretenderlo.

Se sienta a tu lado sin pedir permiso alguno, dando por hecho, como siempre, que aquella proximidad entre ustedes le pertenece. La piel desnuda de su brazo roza el tuyo en un descuido, sin pretenderlo. Sin que este note siquiera que una horda de mariposas revoloteadoras invade tu estómago como mil aguijonazos, tan solo por el simple hecho de tenerlo así de cerca.

Y cuando Jean te observa, tan serio y profundo como el mismísimo tiempo, pese a todo lo que sientes, a tus continuos deseos de alejarlo por lo mucho que a veces él te duele, comprendes que jamás podrías obligarte a perder aquello que tienen; aquellos instantes. Esos preciados momentos donde ambos son lo mismo a pesar de ser tan diferentes: dos trozos cortados de la misma pieza, aun sabiendo que jamás podrán encajar del modo que tú tanto anhelas.

No hay más disculpas entre ustedes, porque en realidad ninguno las necesita, y mientras oyes a Jean platicar sobre el regaño que le ha dado Marco por haberte hecho huir luego de haberse agarrado a golpes, ríes y te burlas, porque sabes que es lo que este espera y busca; lo que es correcto entre ambos.

Y su hombro roza el tuyo sin dejar espacio siquiera al aire, y sus dedos recogen la arena que dejas caer de entre los tuyos con la fluidez de un rio deshojado. Y contemplas el atardecer pereciente que se refleja en sus ojos castaños sintiéndote afortunado, porque si un amor no correspondido duele, sabes que perder a un amigo que amas te destrozará aún más.

La implacable fuerza de la marea.

Notas finales:

Lo primero, como siempre, es agradecer a todos quienes hayan llegado hasta aquí. Espero de corazón que el capítulo fuese de su agrado y valiera la pena el tiempo invertido en él.

Por lo demás, lamento mucho la enorme tardanza de esta actualización, que ha sido mucha, pero lamentablemente la universidad y el cierre de semestre me tiene muy ocupada, y como esta fanficker es de naturaleza bastante enfermiza, llevo semanas intentando lidiar con una gripe que ha decidido que me aprecia mucho y no me quiere dejar solita.

Pero, en fin, solo espero que disfrutaran la actualización de este segundo capítulo en esta historia tan rara, y que al menos la espera valiera la pena. El siguiente capítulo ya estará para el otro mes, lo siento, pero debido a todas las explicaciones anteriores, y a que tengo mucho que actualizar, tendré que distribuir tiempos lo mejor posible.

Por eso mismo, dejo un calendario de actualizaciones en mi información personal, para que se hagan una idea de lo que será julio aprovechando que ya tengo varios capítulos escritos y solo en espera de revisión.

Como siempre, muchas gracias a todos los que leen, comentan, votan, envían mp’s y añaden a sus marcadores, favoritos y alertas; son siempre la llamita que mantiene encendida la hoguera.

Un enorme abrazo a la distancia y mis mejores deseos para ustedes.

 

Tessa.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).