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Acaricia mi alma por Doki Amare Pecccavi

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Cap. 16: Efecto mariposa

 

(*) Si esto era para mí ¿Por qué duele tanto?

Si tú no estás hecho para mi ¿Por qué nos enamoramos?

 

Se miraron directo a los ojos, Milo bajó la mirada y Camus soltó un suspiro, estaba a nada de que sus compañeros empezarán a llegar y se preguntarán por qué la puerta estaba forzada por dentro.

 

— ¿No lo entiendes? — Ladeó la cabeza un poco para intentar descifrar el gesto de Milo y lo que iba a decir, con los labios a medio abrir no pudo decir nada, entonces prosiguió. — No quiero estar con alguien como tú, lo malinterpreté…, antes, cuando fuiste tan amable conmigo. Estaba solo y sentía que iba a perderme entre tantos desconocidos, pero tú estuviste ahí para mí.

 

— Yo también lo sentí así Camus, tú y yo necesitamos sólo unos días para entendernos.

 

— Pero lo que creíste conocer era una versión muy destruía de mí. Al contrario de ti, yo no soy una persona que necesite ser rescatada. — Estaba tan harto de aquella persecución. Las palabras iban saliendo una tras otra sin poder detenerse. — y aunque así fuese, aunque yo necesitara de alguien, me has demostrado que no serias tú. Alguien que no le puede decir a sus padres que le gustan los chicos… ¿Qué me espera a tu lado? Si después de metérmela me hiciste comer hamburguesas y sentarme con tu madre para mentirle, para decir éramos compañeros de clase. ¿El pellejo de quién salvaste ese día?

 

— Reaccioné sin pensar Camus… lo siento, yo sé que... me equivoqué.

 

— No te estoy pidiendo una explicación, te estoy diciendo por qué no me interesa que sigas buscándome, me estás ocasionando problemas, tengo un acuerdo con mi padre, me pagará la universidad si actúo con propiedad, yo tengo un objetivo fijo voy a hacer eso porque me conviene…

 

Milo observó a Camus, se negaba a aceptar todo aquello ¿Camus siempre había sido así? No encontraba explicación alguna de que alguien pudiese cambiar de una forma tan radical en tan solo unos meses… esa mirada gélida del pelirrojo le daba escalofríos, le había dejado congelado.

 

Cuando Camus pensó que no habría replica por parte de Milo, le dio la espalda para abrir la puerta, pero antes de que pudiera hacerlo sintió el peso del escorpión sobre él.

 

— Sólo dame una oportunidad. — Atrapó a Camus, le tenía inmovilizado; aferró sus manos a las caderas del pelirrojo y pego su cuerpo, estaba seguro que al sentirle tan cerca, reaccionaría.

 

— ¿Qué estás haciendo? —  Podía sentir el cuerpo de Milo detrás de él, pero no forcejeó. No iba a huir por más tiempo. — ¡Te he dicho que no! ¿Qué quieres? ¿Qué te parta la cara? ¿Qué te abra las piernas?

 

— Sólo te pido que intentemos algo.

 

Camus rebuscó de entre sus pantalones su cartera y con esfuerzo sacó algunos billetes y los arrojó al suelo.

 

— ¿Qué tengo que hacer para que me dejes? ¿Te pago para que te vayas? ¿Qué tengo que hacer? ¡Ya basta Milo! Consigue a alguien más, juega con esa tonta banda o estudia, has lo que quieras, pero a mi déjame en paz… por favor. — La acción de Camus le tomó desprevenido y tuvo que procesar todo durante unos segundos para soltarle.

 

— No me merezco esto. — Milo mordió su labio inferior porque no quería echarse a llorar en ese momento, pero sus ojos cristalinos empezaban a delatarle. Hubiese querido decir mil cosas, no conocía a Camus lo suficiente como para sacar un comentario que lo lastimara tanto como él se sentía en ese momento.

 

Si se quedaba un poco más, Camus no tendría compasión, iba a rematarlo.

 

Tenía que salir de ahí y aprovechó el sonido de voces cerca para reaccionar, esta vez fue él quien tomó del brazo al pelirrojo para arrojarlo de la puerta. Caminó el enorme pasillo blanco y bajó del edificio. Se dirigió hacia la parada de autobuses y anduvo de regreso a casa con un nudo en la garganta. Intentaba llevar la mente en blanco porque apenas volvía a recordar la situación, el corazón se le estrujaba.

 

.*.

 

Mu preparaba café para un grupo de chicas de secundaria, era obvio que se habían saltado las clases porque a esas horas del día no era común tener gente uniformada. No dejaban de mirarle y eso empezaba a incomodar un poco, por eso cuando Alde ingresó a la cafetería y se llevó las miradas de las presentes, sintió un inmenso agradecimiento hacia él.

 

Alde enseguida se incorporó a la actividad, no llevaba uniforme, pero atendía con tanta gracia que las personas ni siquiera se fijaban en eso, y es que sólo uno de los mandiles le quedaba y se había quemado en la parrilla la última vez que lo había ocupado.

 

Habían muerto de risa después del tremendo susto que el aroma a quemado les había dejado.

 

— ¿Hoy no van a venir tus amigos a desayunar?

 

— No, no creo que puedan levantarse en unos días. — Bromeó y recordó como al finalizar la tarde, cuando regresaban a casa la tarde anterior, Dita había hablado de un pequeño dolor en los muslos. Para el anochecer ni afrodita ni Shaka habían podido levantarse, tenían tan poca practica andando en bicicleta que mover sus piernas les daba un tremendo dolor muscular. — Hicieron ejercicio de más y ahora dicen que les duele flexionar las piernas.

 

— Ah, ya sé qué tipo de dolor, a mí me pasaba seguido cuando hacía prácticas de americano.

 

— Vaya… que interesante — Inconscientemente Mu miró a Alde de pies a cabeza e imaginó cómo se vería con tremendo traje. Imponente, por supuesto. — Aunque sí puedo imaginarte en un uniforme de esos.

 

— Jajaja, no, no me imagines. — Con aquellas palabras, Mu había logrado sonrojar a Alde, quien, en un intento por ocultarse, había dado la espalda al corderito para simular limpiar la parrilla de los desayunos — Es algo vergonzoso.

 

— No lo es… seguro eras bueno. —

 

— Sólo un poco, pero ya no.

 

— ¿Por qué no? — Preguntó desanimado. Le hubiese encantado la idea de ir a animar a su amigo en algún partido.

 

— El tiempo… ya sabes.

 

¿Y si hubiese insistido aquella mañana? Si hubiese pedido que me hablara más seguramente hubiese terminado soltando todo lo que tenía guardado en su corazón… la luz de Alde era tan grande como su sombra.

 

— Oh, entiendo.

 

.*.

 

Sus padres, Kanon y DM habían intentado sacarle de su habitación durante días, y sólo tras las amenazas de que perdería el semestre fue que fue obligado a salir, con ciertos beneficios, claro.

 

El primero, por ejemplo; es que había casi obligado a su madre para que le dejara el auto viejo, quería pasar del autobús escolar así que o era en auto, o no iría de nuevo a la universidad. Para cuando convenció a sus padres el retraso en las clases había sido demasiado y fue más a sus habilidades sociales, que a los logros académicos que pudo apenas recuperarse y eso, por supuesto que le traería más beneficios.

 

En menos de un mes ya había regresado a sus “andadas nocturnas”, los ensayos también se habían intensificado, de martes a jueves después de clases y cada quince o veinte días tenían la oportunidad de presentarse de nuevo en el escenario.

 

Milo poco a poco superaba el haber sido rechazado, los vacíos cognitivos siempre le daban vueltas, pero había una duda mucho más grande en todo aquello…. ¿Y si en verdad había encontrado a Saga en aquel lugar?

 

— ¿Y entonces estás seguro de que no fuiste tú quién me mandó en Taxi? — Kanon con plumilla en labios, encogió sus hombros, estaba afinando su bajo, pero prestaba atención completa a su amigo. —  Es muy extraño que piense que fuiste tú ¿No crees?

 

Milo rogaba porque de pronto, alguno de sus dos amigos mencionara la posibilidad de que fuese Saga quién le hubiese ayudado, pero…, con lo afectado que Kanon se ponía, apenas se mencionaba a su hermano, dudó por mucho sacarle al tema.

 

— No hay nada extraño, estuviste tomando toda la madrugada y ya algunas latas llevabas encima. ¡Que pedazo de mierda fuiste! ¿Sabes lo preocupado que nos tuviste toda la madrugada?

 

— Pues no recuerdo mucho. — Ante la queja de DM, termino por cerrar el tema. — Así que no hay mucho que reclamarme..., por suerte ya no tendré que quedarme esperando a que terminen de coger, oficialmente el auto ya es mío así que puedo llegar solo al club.

 

— Nada de eso, mi camioneta aún no funciona, así que ya seas tú o Kanon, no importa, alguno de ustedes dos tiene que ayudarme a llevar mi batería.

 

.*.

 

Después de algunos días, Dohko se marchaba para regresar a ser un adulto responsable, Shion le despedía en el marco de su habitación mientras salía y después se quedaba tumbado en la cama hasta que las ganas le llegaban como por casualidad.

 

Algunas veces eran minutos, otras tantas algunas horas, pero pocas veces hablaba de días, sin importar el tiempo, Shion siempre terminaba construyéndose nuevamente para enfrentar el día a día.

 

Con su imponente figura salía del departamento para surtir en el supermercado toda la despensa que su pareja había devorado, aprovechaba también para dejar en la lavandería la ropa de ambos y durante el trayecto del moreno se mensajeaba con el moreno.

 

Limpiaba a profundidad con lavanda con la intensión de que no quedara rastro del aroma de Dohko para que la tentación de quedarse todos los días enterrado en la nostalgia.

 

Shion era una persona de hábitos tan arraigados, que podían bien pasar por manías, pero así había aprendido a sobreponerse de las separaciones, aunque estas significaran sólo unas semanas lejos de Dohko.

 

La mayor parte de tiempo era alguien funcional.

Una vez que regresaba a su realidad, acudía por las mañanas al centro de integración, en donde era consejero. Trabajaba con población vulnerable, mayormente con adolescentes y le encantaba. Poquito a poco se le llenaba el cuerpo de vida; como si la plenitud de esos chicos pudiera absorberse.

 

Era bueno dando consejos, entendía a la perfección por lo que pasaban y las complicaciones de un hogar disfuncional. Tenía un cariño paternal con todos y es que era imposible no pensar que su pequeño hermano tendría exactamente esa misma edad.

 

Era una pesadilla pensar que cuando había tenido las posibilidades de ir por él, se había encontrado con la noticia de que había huido de casa.

 

 

.*.

 

La mirada penetrante de Milo no se despegó del retrovisor. Eran las dos y media de la mañana y a pesar de no haber dormido casi nada, no sentía ni la mínima señal de cansancio.

 

No era la primera vez que estaba ahí, resguardado en su auto, a las afueras del club en donde tocaba con DM y Kanon. Después de algunas semanas de encierro había algo que no se le quitaba de la cabeza… así que entre la desidia y la falta de planes empezó a frecuentar la zona incluso los fines de semana que no tocaba su banda.

 

Buscaba una explicación… esperaba encontrar a Saga, por casualidad, porque esa idea se le metía en la cabeza más y más… le ayudaba a distraerse de su recuerdo de desamor.

 

— Ey, chico, ¿Estás buscando servicio? — De pronto, los golpes en el cristal del copiloto le hicieron dar un tremendo susto, encendió la luz del auto y observó como fuera del auto había una chica inclinada para poder hablar, le indicó que bajara el vidrio, pero ni de coña que iba a hacerlo… no era un idiota. — Pero si estás como ratoncito asustado…. Bueno, si quieres mis servicios… estoy en el bar de en frente.

 

“Guiño-Guiño” y la chica se alejó, y en ese momento Milo se dio cuenta de que ella, no era realmente “ella”, tenía una enorme espalda que le delataba. Era la primera vez que en verdad se encontraba en esa situación ¿Le acababan de ofrecer un servicio sexual?

 

Abrió los ojos, completamente anonadado.

 

¿Por qué pagaría él por sexo?

 

Negó inmediatamente pero no perdió detalle de los movimientos de aquel sujeto, que se reunía con “otras chicas”. Milo había pasado todos esos fines de semana tan ensimismado en el club que conocía que no se había percatado de toda la vida nocturna que había alrededor.

 

Personas ebrias caminando por las calles, entrando y saliendo de un lugar a otro, se escuchaba el murmullo de la gente en todos lados, pero hacia el fondo de la avenida estaban los bares más llamativos.

 

Como un niño impresionado se inclinó sobre el volante intentando ver, sintió la piel “chinita” de solo darse cuenta de que al final de la avenida, empezaba la “zona diversa” de aquella ciudad.

 

— Oh por dios… — Enseguida encendió su auto y condujo con lentitud calles más adelante, mirando impresionado como con libertad varias parejas de hombres o mujeres se fundían entre besos y caricias a la vista de todos.

 

No es que fuese un santo…, pero todo aquello jamás lo había visto de frente.

No sabía porque aquello llegó a interesarle tanto, él se había sabido sólo atraído por Camus y jamás había pensado en la posibilidad de que otro hombre pudiera gustarle…

 

Sin embargo, todo aquello que veía, no le generaba ni la mínima repulsión, el andar de su auto seguía lento porque se encontraba poseído por la curiosidad hacia su nuevo descubrimiento.

 

Apagó el auto para tranquilizarse un poco… y no hubiese tenido intenciones de salir de no ser porque la figura de Afrodita, el amigo de Camus, se le plantó casi en frente del auto. Platicaba con un hombre con uniforme de seguridad, se le notaba bastante entretenido.

 

— No puede ser… — Milo salió el auto apenas arrancó las llaves y cerró la puerta con fuerza, llamando la atención de todos los presentes. — ¡Afrodita, Afrodita!

 

— ¿Qué mierda? —

 

Milo observó al chico quedar boquiabierto y el “hombre de seguridad” se interpuso en su camino evitando que pudiera acercarse.

 

— No te acerques. — Sentenció el hombre a Milo, Afrodita enseguida empezaba a alejarse para resguardarse y aunque en un principio pensó en ingresar al bar en donde “distribuían” para avisar a Mu y a Shaka, entendió que eso sólo pondría en peligro a sus amigos.

 

— Espera, no te vayas afrodita… necesito que hablemos de Camus…

 

.*.

 

— ¿Kanon? — Camus colocó sus manos frías en los hombros de aquel chico, lo jaló hasta el interior de la habitación… se le estaba subiendo la sangre a la cabeza porque todas las verdades le golpeaban de pronto.

 

— Sa… Saga… — Corrigió el gemelo de forma agonizante, en el exterior podía escucharse la discusión de todos, la voz de Shaka, Mu y Dita desmintiendo la verdad que por casualidad les echaban en cara.

 

— No puede ser…

 

— A-yuda…

 

— Sí… espera... — Salir sería una tontería, si Saga salía las cosas iban a ponerse peores. — Saga, conozco a tu hermano y a tus amigos, pero si hacemos algo las cosas van a salir mal para todos… te prometo que apenas pueda, voy a ayudarte a salir, te lo prometo en verdad. Confía en mí.

 

Saga a poca consciencia observó el rostro acongojado de aquel chico, una venda se le estaba resbalando del rostro y las manos le temblaban. La fuerza era poca, el dolor demasiado. Dedicó una última mirada al rostro de Camus y aceptó la imposibilidad de poder hacer algo, pero… ¿Podría confiar en él?

 

 

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«.·°·~*~' Continuará ‘~*~·°·. »
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(*) SYML - Fear of the Water


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