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You're Losing Me [Jujutsu Kaisen, GoNana] por nyxkoori

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II


⋯ ⊰ ✿ ⊱ ⋯

 

 

 

Una cosa que nadie dice sobre remover o bloquear una marca del alma es que duele. Duele tanto que hay días en los que deseas morir con tal de no volver a pasar por la agonía de saber que tu otra mitad renunció a ti.  


Es una dolencia física, tan real como chocar contra un mueble y lastimarse el dedo pequeño del pie, o golpearse justo en un nervio provocando que la zona se adormezca. A lo largo de los años, Nanami ha intentado describir el dolor con palabras: quema, pica, arde, punza, se pone rojo y parece inflamado; se siente como si la piel fuera desgarrada con furia, un hueso se fracturara desde dentro, mientras que se mantiene presionada una quemadura reciente, y se vierte alcohol encima de una lesión que todavía sangra. Todo junto. Todo en el mismo agonizante minuto que se estira hasta parecer una eternidad.

 

A todo ese sufrimiento, tiene que sumarse el daño emocional, que aunque se trate de otro tipo de tortura, todavía es igual de indescriptible. No existe un sistema métrico capaz de cuantificar el nivel de amargura que provoca ver una frase gris e incompleta sobre la piel (o no ver nada a veces) que antes solía resplandecer en dorado. Para su pesar, Nanami recuerda de forma demasiado vívida el día que acompañó a Gojo al hospital, y también las noches siguientes en las que se fue a la cama agotado por el dolor, solo para despertar horas más tarde, sintiéndose angustiado y perdido.

 

Diez años han pasado desde entonces. 

 

Se puede decir que Nanami ya se acostumbró a las dolencias físicas y emocionales; pero, del mismo modo que nadie habla del dolor unilateral que sufre aquel que quedó rezagado al ser bloqueado, nadie menciona lo desconsolador que es ver cómo le proponen matrimonio a tu alma gemela y como él está feliz de dar el sí.

 

Cuando Gojo se inclina para besar a su ahora prometido, Nanami aplaude, igual que todos los demás. 

 

Con el pasar del tiempo, creyó acostumbrarse a mirarlo besar a otras personas, de hecho, Nanami se consideraba prácticamente inmune a los celos causados por verlo demostrar afecto romántico a alguien que no es él. Sin embargo, ese beso atraviesa sus pupilas y se quema a fuego lento en su memoria, hace mella en su (ya de por sí) herido corazón y sabe que le tomará muchas horas de terapia reponerse. Mientras traga de golpe su décima copa de champán de la mesa de bebidas, se repite una y otra y otra vez que va a estar bien, que puede soportarlo, pero luego ve a Gojo riéndose cuando Higuruma susurra algo a su oído y desea ser él.

 

«Mírame a mí, Satoru», piensa con fuerza y, como si él lo hubiera escuchado, levanta la cabeza y escanea a su alrededor, hasta que sus miradas se encuentran. Gojo le sonríe. Nanami se da la vuelta para tomar otra copa. Se da cuenta, entonces, que ya no le es posible hacer eso, no puede seguir apostando su corazón en ese juego enfermizo sin sentido. Voltea sobre su hombro para comprobar que su amigo camina hacia él, gracias al cielo, Haibara y Geto se meten en su camino, por lo que tiene la oportunidad de escapar al jardín.

 

Enciende su último cigarrillo junto a las rosas amarillas que Gojo odia, pero que por alguna razón sigue cultivando. Sintiéndose cansado, mira hacia la luna y cierra los ojos por un momento, tratando de pensar en las palabras que le dirá para felicitarlo por su compromiso; en su lugar, percibe un ligero hormigueo en su brazo. Sus años de experiencia le dicen que la hora está cerca, Nanami no necesita consultar el reloj para saber que tiene ciento veinte segundos para encontrar un sitio en el que pueda esconderse, para que el siguiente minuto de pena y dolor no asuste al resto de los invitados.

 

Por suerte conoce la casa de la familia Gojo como si hubiera nacido allí, trota hasta llegar al viejo cobertizo abandonado cerca de los límites del jardín. Una vez ahí, se debate si debe utilizar su corbata, o tal vez su saco como mordaza, pero descarta ambas cosas de inmediato, ya que la primera fue un regalo de Gojo y el otro es costoso, por lo que no quiere llenarlo de saliva. 

 

Sintiendo que el tiempo se le agota, piensa en que morder su brazo, no suena como una mala idea, aunque a los pocos segundos reconoce que es uno de los signos de los que su terapeuta le advirtió y se siente culpable de pensar en hacerse daño, su madre y su psiquiatra  estarían decepcionadas de él si lo hiciera, a pesar de que ya era consciente de lo que estaba intentando hacer, al final decide que la mejor opción es usar su cinturón.

 

Igual que todas las noches desde hace diez años, Nanami no puede evitar evocar el recuerdo de aquel día en que acompañó a Gojo a la clínica para ponerse el bloqueador, así que se concentra en revivir esa tarde, una vez más: Se recuerda caminado por los pasillos tan blancos como el cabello de Gojo, hasta entrar al consultorio, lo primero que llama su atención es el olor a flores de Aster, lo siguiente es el color azul del pelo de la enfermera (como los ojos de Gojo), y los tacones púrpura de la doctora, que su amigo no duda en elogiar porque el morado es su favorito. Piensa también en las preguntas de rutina, e incluso puede ver a Gojo firmando el consentimiento, antes de que lo mandaran a recostarse en la camilla.

 

«¿Hay algún efecto secundario para la otra persona?», pregunta el Gojo de sus recuerdos mientras le ponen la anestesia en el brazo. 

 

Suena preocupado y un poco vacilante. El corazón de Nanami da un vuelco en su pecho y se siente estúpido por estar ahí, y también por recordarlo.

 

«Además de saber que no hay nadie del otro lado, ninguna», dice la doctora con una pequeña sonrisa. «Si tienes dudas, podemos detenernos»

 

«No. Quiero continuar», sentencia Gojo, pero de inmediato su gesto se vuelve vacilante. «Es solo que no quiero hacerle daño.»

 

«¿Por qué no le ofreces una disculpa?», sugiere la enfermera. « Las frases que aparecen en el brazo de tu mate son aleatorias, pero con algo de suerte, lo que digas ahora, le llegará. ¿Eso te haría sentir mejor, no?»

 

El Gojo que vive en su  cabeza lo mira como si le estuviera pidiendo un consejo, Nanami le dice que está de acuerdo asintiendo. No cree que necesite una disculpa; sabe todo lo que necesita saber sobre porque Gojo tomó esa decisión y piensa que tiene razón: uno debería poder usar su libre albedrío, incluso si se trata de amor, ya que, por encima de todas las cosas, el amor es una elección que debe hacerse todos los días.

 

«No le veo nada de malo», murmura Nanami a regañadientes, cuando Gojo continúa mirándolo como si no le hubiera. «Pero cuidado con lo que digas, esa última frase podría, ya sabes, arruinar su vida.»

 

A veces se pregunta qué habría pasado si le hubiera dicho que no lo hiciera, si le hubiera confesado eran mates, incluso en aquel entonces estaba dispuesto a dejarlo libre, para que encontrara un amor que llenará su corazón. Tal vez así no habría dolor. Tal vez así, ese día sería su fiesta de compromiso. Tal vez serían felices juntos. Pero no lo hizo, y el recuerdo sigue su camino como siempre.

 

«Está bien, pero no se vayan a burlar de mí », advierte. Con más atención de la que debería, lo ve fruncir los labios en un mohín infantil, mientras piensa en lo que dirá a continuación. Palabras que perseguirán a Nanami en sus mejores sueños y también en sus pesadillas: «Gracias por hacerme compañía por dieciocho años, por favor, toma esta oportunidad y sé muy feliz. A pesar de lo que puedas pensar, te quiero.»

 

Para completar su frase, Gojo besa su antebrazo. Nanami nota como el rubor sube por sus mejillas, hasta que sus orejas se ponen rojas. Puede jurar que sintió los suaves labios del otro en su propia piel, haciéndole cosquillas. Años después el beso fantasma todavía lo persigue.

 

Si la doctora o la enfermera notaron su reacción, no dijeron nada, en cambio, felicitaron a Gojo por su elección de palabras y continuaron con el procedimiento. Nanami no sintió una diferencia durante el resto del día y su amigo tampoco se quejó en lo absoluto. Casi creyó que no sería tan difícil vivir de esa manera, hasta que dieron las 11:59 y terminó desmayándose por el dolor.

 

A las doce en punto, como si de la magia del hada madrina de Cenicienta se tratase, el dolor se esfuma, pero los síntomas postcrisis apenas comienzan. Sin embargo, no tiene tiempo para concentrarse en sí mismo, debe volver al salón antes de que comiencen a buscarlo. Con un suspiro irritado, se limpia las lágrimas que quedan en sus ojos con la manga de su cabeza, después busca un pañuelo en el bolsillo de su saco y lo usa para limpiarse el sudor de la frente. Se toma unos segundos más para recuperar el aliento y sale del cobertizo.


⋯⋯⋯ ⊰ ❀ ⊱ ⋯⋯⋯


—Gojo te está buscando como loco —dijo Choso en cuanto vio que Nanami se acercaba.


—Dame uno —demanda Nanami en respuesta. Choso refunfuña expulsando el humo de una calada, negándose a sacar la cajetilla de cigarros de su bolsillo.

 

Nanami pone los ojos en blanco y roba el cigarro de Choso de sus dedos, es entonces que este se fija en el rostro del rubio y nota que algo está pasando.

 

—¿Estás bien, Kento? —expresó con preocupación.

 

—Sí —responde mientras le da otra calada al cigarro—. ¿Por qué? ¿Me veo mal? —agrega, tratando de no expulsar el humo a medida que habla.

 

Choso, que sabe que es mejor darle espacio a Nanami para que procese sus emociones y hable cuando esté listo, sonrió, en un intento de parecer amable y confiable.

 

—Solo estás un poco desarreglado —responde, atreviéndose a dar un paso al frente para estar más cerca. 

 

Debido a que Nanami no retrocede, Choso se siente lo bastante seguro como para estirarse y peinarle el cabello para que se vea más prolijo, también, aprovecha la oportunidad para pasar los pulgares bajo los ojos de Nanami, frotando los restos de lágrimas, antes de deslizar sus dedos hasta las mejillas.

 

—¡Kento! —chilla Gojo desde la entrada, comenzando a acercarse. El simple sonido de su voz, bastó para que Nanami pasara de largo y avanzará para encontrar a Gojo a mitad del camino. 

 

Como siempre que los atrapaba demasiado cerca, Gojo se tomó un momento para dedicarle una mirada casi asesina a Choso, una advertencia para que se mantuviera lejos de alguien que consideraba suyo. Ante la falta de ayuda de Nanami Choso suspiró, aceptó su derrota y se alejó.

 

—¿En dónde te metiste? —pregunta Gojo con un puchero en sus labios mientras rodea el cuello de Nanami con sus brazos, si alguien que no los conoce los viera en ese momento, de seguro pensaría que era una pareja—. ¿No vas a felicitarme?

 

—En realidad, iba a buscar a Higuruma, para darle mi pésame —bromea. Gojo se alejó de él y lo miró con indignación, a los pocos segundos compartieron una mirada de complicidad antes de echarse a reír. 

 

Así era como ellos se trataban.

 

—Eres tan malo —gruñe Gojo, golpeando sin fuerza el hombro del rubio—. Y pensar que estaba buscándote para pedirte que seas mi padrino. —Esa sola frase consigue que el poco buen humor que Nanami había conseguido se esfume con el viento.

 

—¿Tú qué? —pregunta solo para estar seguro de que escuchó bien.

 

—Mi padrino de bodas, Kento.

 

—¿Ya le preguntaste a Suguru? Él es tu mejor amigo.

 

—Lo hice, dijo que no —miente, porque no tiene dudas de que aquel era la única opción aceptable para ocupar ese puesto en su boda, pues nadie más en el mundo se preocupaba por él, de la manera en que Nanami lo hacía.

 

—Yo —Nanami titubeó, entonces Gojo puso ojos de cachorro, matando cualquier excusa que pudo llegar a tener—. Me encantaría. Será un honor ser tu padrino de bodas, Satoru.

 

Gojo no pudo contener su felicidad, gritó con emoción, atrapó a Nanami en una abrazo del que era imposible escapar y besó sus mejillas más veces de lo que era prudente. Por supuesto, Nanami se aferró a sus brazos con desesperación y se permitió alimentar la esperanza de gustarle más que como un amigo con las migajas de sus besos, aunque eso solo era una nueva herida de la que tendría que encargarse en el futuro. 

 

Eres el mejor, Kento. No sé qué haría sin ti —dijo mientras se mecían sobre sus talones como si estuvieran bailando—. Te quiero.

 

—Yo a ti, Satoru —respondió, apretando sus brazos alrededor de la cintura del aludido—. Felicidades por tu compromiso, espero que seas muy feliz. 

 

—Gracias —Gojo se alejó, estaba sonriendo y sus mejillas estaban teñidas de un precioso color rojo, Nanami tuvo que resistir el impulso de besarlo. En cambio, tomó su mano y tiró de él para llevarlo de vuelta con su prometido.


⋯ ⊰ ❀ ⊱ ⋯

 


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