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Déjà vécu por AmbarMellark21

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El reloj de pared colgado en el Maji Burger marcaba ya las 8 de la noche, y si era necesario corroborar con echarle un vistazo al oscuro cielo era suficiente. Un grupo de cabellos de colores habían entrado hace unos minutos al restaurante con el afán de cenar antes de dirigirse a sus hogares o estadías después de una larga tarde llena de partidos y yacían ahora esperando su orden en una de las meses más alejadas de la entrada, para no molestar a los demás clientes y empleados a idea de Midorima. En la mesa solo estaban Aomine, Kuroko y el antes mencionado, Akashi atendía una llamada fuera del local y Murasakibara y Kise ordenaban unas malteadas que Kuroko les había antojado.

La tarde fue estupenda, no se podían quejar para nada de la organización del fantástico Akashi Seijūrō. Comenzaron fuertes las rondas de partidos 3 vs 3 con varios empates; a media tarde se tomaron un descanso para comer el almuerzo y la mesa de bocadillos, Akashi solo sonreía cuando sus amigos balbuceaban sobre cual famoso y dotado chef los preparó. Y tras unas rondas más de partidos rápidos decidieron que cenar en un lugar de personas humildes era lo mejor, mucha formalidad los abrumó.

Midorima usaba su celular, seguramente mensajeándose con Takao. Kuroko también lo estaba usando, pero lo dejó a un lado al ver que Aomine seguía viendo pensativo la lonchera beige desde que se habían sentado.

— Aomine-kun, por más que la veas no reaparecerá la comida.

Sintió los ojos de Aomine sobre él, quizá sarcásticos por su comentario, pero al mantener la atención en la malteada de vainilla antes de soltar el comentario no pudo confirmarlo. Sorprendido, Aomine guardó la lonchera en su mochila deportiva antes de ponerla en el suelo. En realidad, estaba preocupado por la actitud de Sakurai. La había notado un poco más tosco en su regaño, parecía como si se estuviera desquitando por algo. Pero, era raro, a lo que él recordaba el castaño no le contó nada que lo hiciera enojar en todo el día. Incluso en la semana estaba normal. Estaba al tanto de que era muy impuntual, que eso le traía muchos problemas tanto a él como su a equipo. Sin embargo, antes Sakurai le regañaba por mero protocolo. No era tan intenso, tosco y, mucho menos, le negó un beso de despedida. ¡Un beso!

Lo bueno es que nadie se dio cuenta de eso. Solo él había percibido la hostilidad de su novio, de que le casi le aventó la lonchera, de que no se despidió, le dejó plantado el beso y se fue echando humos. Menos mal que nadie hizo preguntas en la tarde y esperaba que ahora tampoco.

— ¿Quieres hablar de lo que pasó con Sakurai-kun? — brincó como gato asustado al escuchar a Kuroko. Se le olvidaba que ese chiquillo era muy perceptivo. No le quedada de otra que hacerse el que Dios le habla, aunque fuera ateo.

— ¿Qué pasó con Sakurai?

— Todos nos dimos cuenta, idiota— comentó en calma Midorima, sin dejar de mensajear. Lo de hablarle a la virgen no iba a funcionar.

— Pensé que era idea mía, pero sí estaba muy enojado, ¿verdad? — los otros dos asintieron— Nunca se había puesto así cuando llego tarde…

Kuroko observó como el preocupado Aomine descansaba su cabeza en la palma de la mano, seguramente cansado por tanto pensar. Es cierto que la idiotez de su amigo superaba limites, podía confirmar con la mirada rápida que compartió con Midorima que no era el único que lo pensaba. Aomine pensando que Sakurai estaba enojado con él por llegar tarde y todavía no mencionaba nada sobre el detalle de llevarle comida, o el otro detalle del que él se dio cuenta y, seguramente, Midorima también.

— No creo que a estas alturas Sakurai se enoje contigo por llegar tarde— dijo Midorima, quien finalmente puso el celular en su bolsillo. Le sorprendería de hecho que lo hiciera—, ¿qué fue lo que hiciste mal?

— ¡No he hecho nada mal!

Kuroko fijó la mirada a su amigo rubio y de cabellos púrpuras que se acercaban a la mesa cargando las bandejas de comida y las malteadas. Podía escuchar como Kise se reía de un molesto Murasakibara, seguramente de algún chiste. Esperó a que ambos de sentaran, al parecer la chica del mostrador les había entregado las malteadas al mismo tiempo que salía su orden y ellos prefirieron llevarlas antes de que un empleado lo hiciera.

— Kise-kun, ¿por qué crees que Sakurai-kun estaría enojado? — preguntó maliciosamente Kuroko, ignorando que el rubio estaba contando la anterior anécdota. Aomine volteó a verlo casi desesperado, quizá el experto en coqueteo sabría qué estaba pasando.

—¿Eh? — aturdido pero acostumbrado a que lo interrumpieran así miró a sus compañeros. Buscó la mirada de Midorima, pero este solo la desvió y se acomodó los lentes. Suspiró— No estoy muy seguro, Aominecchi, pero… quizá Sakuraicchi no se siente contento conmigo— hizo una mueca algo incomodo y mientras repartía los alimentos prosiguió—. Cuando llegó a buscarte saludó a todos, menos a mí. No digo que debería, no tenemos una amistad siquiera, solo me pareció raro hasta que te empezó a gritar. Me ignoró por completo.

¿A Ryō no le caía bien Kise? Ahora que lo veía desde la perspectiva del rubio tenía razón, Sakurai no se había dirigido ni una vez a Kise desde que salían si no era por pura formalidad. ¿Sería por el ese partido contra Kaijō que se comportaba así o era algo más? Aomine recibió sus alimentos y desenvolvió la hamburguesa.

— ¿Por qué no le caerías bien?

— Quien sabe, Aominecchi…

Kise se encogió de hombros visiblemente incómodo para todos, menos Aomine. Murasakibara, quien realmente no entendía el por qué se terminó su dulce y le dio la bienvenida a su cena. Midorima le dio una última mirada Kise, quien se la devolvió algo angustiado, se acomodó los lentes y empezó a comer, hablarían de esto después.

Akashi finalmente terminó de hablar por celular y entró al establecimiento tomando asiento junto con Midorima y Aomine.

— Lamento eso, era una llamada muy importante.

— No te preocupes por eso, Akashi-kun— respondió Kuroko.

Todos asintieron junto con Kuroko, pensando que la llamada no era más que una de negocios habitual desde que Akashi comenzó a participar más en el negocio de su padre. Desde aquel entonces la agenda de Akashi era más apretada y le acompañaban algunos guardias de seguridad cuando estaba en lugares públicos, aunque el negaba sus servicios cuando se encontraba con Furihata los fines de semana. Aunque Kuroko dudaba que la llamada sí fuera de negocios.

Aomine agradeció que la conversación grupal se fuera por otros lados y abandonaran la situación con Sakurai. Mientras comían se ponían al día sobre la escuela. Con el retiro de los de tercer año de los equipos designaron capitanes nuevos. Para Shōtoku estaba el hermano menor de Miyaji Kiyoshi, Miyaji Yūya, quien era un poco menos violento que su hermano mayor al ver de Midorima. En Tōō las cosas estaban un poco delicadas. Con la entrada de Wakamatsu Kōsuke como capitán las discusiones con Aomine sobre llegar tarde a los entrenamientos o de plano no llegar eran el pan de cada día, Sakurai siempre terminaba interviniendo por él. Aomine dijo que se estaba rumoreando que Sakurai sería el vicecapitán, pero aún no se ponía el tema sobre la mesa. En Kaijō Kasamatsu había cedido su puesto al mejor prospecto, Hayakawa Mitsuhiro, pero dejó como a vicecapitán al tranquilo de Nakamura Shinya para balancear las cosas. Murasakibara no recordaba quién era el nuevo capitán, pero sí confesó extrañar a sus superiores por que le daban muchos dulces. Seirin se mantenía con el mismo equipo, mientras que Rakuzan solo se tuvo que despedir de Mayuzumi Chihiro.

— Hablando de capitanes— dijo Kise mientras buscaba algo en su celular—, ¿vieron lo que comentó Nijimura-senpai? ¿Vamos a invitarlo la próxima vez? — preguntó, enseñando emocionado la publicación que había hecho el pelirrojo antes y señalando el comentario del superior.

— Por supuesto, le haré llegar una invitación pronto— respondió Akashi.

Debería reorganizar los horarios otra vez para concordar con el itinerario de Nijimura, pero definitivamente tendría en cuenta a su antiguo capitán para un próximo evento. Ponerse de acuerdo con él sería complicado tomando en cuenta que su padre seguía enfermo en América. El no haber recibido malas noticias significaba que se encontraba estable y Nijimura no era de publicar muchas cosas en redes sociales para estar actualizado de la situación, Akashi deseaba que todo estuviera bien con él.

Se oyó la campana sonar, indicando que alguien había ingresado al Maji. Eran Himuro y Kagami quienes buscaron entre la multitud al llamativo grupo que desde lejos veían al azabache saludarlos con la mano cuando los halló.

— Buenas noches, chicos— saludó Himuro una vez se acercaron a la mesa—. Gracias por cuidar de Atsushi, ¿se divirtieron? — Kagami se sorprendía de lo político que era su amigo después de casi llorar en su casa.

— Gracias a ustedes por hacerse un espacio.

Kagami le hizo muecas a un Kuroko que analizaba la situación algo entretenido. Se daba cuenta de la interacción muy superficial que mantenían Himuro y Akashi, haría una retroalimentación con su pareja después.

— ¿Qué haces por aquí, Bakagami?

— Vine por Kuroko— contestó—, Tatsuya estaba conmigo así que vinimos juntos,

— Tetsu y Murasakibara ya están muy grandecitos para que la hagan de niñeros, ¿no crees?

Los mencionados, que se estaban levantando y preparando sus cosas para retirarse, voltearon a ver la sonrisa burlona que mostraba el moreno tras su comentario. Kagami le miraba con una ceja alzada.

— Al menos mi pareja vino por mí, Aomine-kun.

Kise se echó a reír. La cara de Aomine pasó de ser arrogante a tener una pesadumbre encima, hasta en el asiento se acomodó. Kuroko, solo para seguir molestando, abrazó a Kagami y el otro, en sintonía, le dejó un beso en la frente y tomó su bandeja. Ahora Midorima sonreía burlonamente. Ambos se fueron, Kagami prometiendo ponerse en contacto con Himuro después.

— Nosotros también nos vamos— habló Himuro, dirigiéndose a los chicos, especialmente Akashi, para dar una leve reverencia y marcharse.

— ¿Gustan que los acerque a la estación de tren?

Preguntó preocupado el pelirrojo, por la hora ir hasta allá sería algo peligroso, incluso estaba pensando en conseguirles alguna habitación cerca por si ya no pasaban trenes tan tarde. Una triste sonrisa se acercó a los labios de Himuro cuando escuchó la propuesta, aunque no fueran a la estación pensaba que Akashi insistiría en llevarlos, quizá para asegurarse de que Murasakibara se encontrara bien. Quién lo culpaba, también estaba haciendo lo mismo al ir por él al Maji, Atsushi ya sabía dónde estaba el hotel en el que se quedaría de todos modos, su plan era aprovechar el viaje e intentar declararse.

Dejó la respuesta al más alto. Ni siquiera lo miró, sabía la respuesta.

— No, Aka-chin. Iré con Muro-chin a comprar más dulces.

Sintió como la gran mano le tomaba de sus prendas y lo jalaba hacia la puerta. Disimular siquiera un poco el sonrojo que asomó en sus mejillas no era una opción, menos mal que uno de sus ojos era cubierto por su cabello. Escuchó que Kise gritaba una despedida antes de salir del Maji.


Nigō agitaba intensamente su cola a la vez que la mano de Kuroko le acariciaba su sedoso y cuidado pelaje. Desde que llegaron a casa el cachorro solo se le despegó al bajo cuando fue a ducharse, parecía que la tarde con Kagami no le agradó en absoluto y quería quitarse los malos recuerdos con su verdadero dueño. Ambos Tetsuya estaban felices, el perruno por las caricias, el humano por la tarde con sus viejos nuevos amigos.

Sentados frente a la televisión miraban un programa nocturno, solo para hacer sueño diría la abuela Kuroko. Era una costumbre que había agarrado de ella antes de mudarse con el Kagami que le abrazaba por detrás, a quién parecía que le hacía más efecto que a él. Comenzaba a sentir pesado el cuerpo ajeno.

— ¿Cómo estuvieron las compras?

— Peor que aquella vez del sándwich —respondió Kagami, recordando la horrible avalancha de estudiantes de aquella vez. Tal vez tendría que llevar a su novio a las próximas compras, él alcanzaría mejores productos. Gracias a que Himuro fue a su casa el acomodo de la despensa fue fácil y disminuyó la carga—. Por cierto, Tatsuya vino a la casa.

— Eso explica por qué estaban juntos— sintió a Kagami reposar la barbilla en su hombro. Le acarició el rojizo cabello con una mano, seguía mojado— ¿De qué hablaron?

— Lo más interesante fue de Murasakibara— bufó—, sigue con la idea de que está enamorado de Akashi y yo ya no aguanto más mantener el secreto de Furihata.

Kuroko era bueno manteniendo secretos a diferencia de su intenso novio que parecía explotar con solo uno. No lo juzgaba, la personalidad de Kagami muy transparente e impulsiva que le sorprendía el buen trabajo que estaba haciendo. No sabía si era porque Furihata era un buen amigo o la mejilla le ardía cada que pensaba que le podría pasar si el secreto salía a luz.

— Estoy seguro de que Himuro-kun agarrará valor pronto— aprovechó que Nigō salió de sus piernas hacia su comedor para girarse y ponerse frente a frente con el más alto—. Murasakibara-kun no dejaba de mirarte enojado.

— ¿Eh? — Kuroko le acarició las mejillas con la toalla que colgaba de sus hombros, secando las gotas de agua que caían del mojado cabello de Kagami, asintiendo al mismo tiempo— ¿Se habrá puesto celoso otra vez?

— Yo también me hubiera puesto celoso viendo al chico que me gusta junto con su primer amor.

Recordó el primer encuentro con Aomine. Como desde que se saludaron la tensión se sintió en el aire, que el moreno miraba a su sombra con una mezcla entre enojo y nostalgia. Hubo una vez que Kagami encontró a Aomine mirándolo triste y con un ligero brillo en los ojos que le hizo pensar mal. Piensa mal y acertarás, le había dicho Kiyoshi cuando, en una plática, el tema había salido a la luz. Fue más tarde que entendió, gracias al relato previo al partido final, que sucedía con el antiguo compañero de su ahora novio y toda la rivalidad comenzó a tener sentido.

— ¿Así como me sentía yo con Aomine? —le preguntó, tomando la cintura y acercando el cuerpo más pequeño a su pecho. Kuroko rodó los ojos y, a su vez, soltó la toalla para enredar sus dedos en el cabello de Kagami.

— No, Kagami-kun, tú eres un idiota.

Antes de que pudiera replicar el insulto besó sus labios. Kagami gruñó en el beso, si antes le molestaba que Kuroko le dijera así ahora que los tocamientos de ese tipo estaban permitidos en la relación era peor. Le dejaban sin fuerzas de reclamar.

El beso era suave e inocente, se notaban las pocas intenciones de terminar en algo más candente. Estaba bien, el día había sido agotador para su pequeño novio. Kagami siguió el beso, a veces separándose para dejar besos rápidos en los avainillados labios, otras veces acariciando su espalda. Al final dejó el insulto para después.


El silencio los acompañó todo el trayecto a la tienda de conveniencia más cercana. La mano aún le sostenía la sudadera que llevaba encima, los ojos no se despegaban de ella. Himuro estaba muy nervioso y avergonzado porque la poca gente que transitaba no podía evitar echarles un vistazo. Se preguntaba qué tipo de pensamientos tenían al ver a un gigante de cabellos lilas llevar casi arrastrando a un chico sonrojado por las oscuras calles de un tarde Tokio. Sabía que no estaban haciendo nada malo, pero los demás no.

De hecho, estaba confundido también. ¿Qué motivos tenía Atsushi para haber rechazado la propuesta de un cómodo raite en la limosina de su enamorado para irse a solas con él al hotel en que se quedarían? Estaba feliz por haber sido la primera opción, pero triste de que solo sea una ilusión. Él quería ser la única opción, qué lástima que no fuera así.

Disoció tanto en sus pensamientos que no notó cuando entraron a la tienda hasta que la empleada los saludó gustosamente. Como era de esperarse Murasakibara le ignoró, él torpemente saludó de vuelta. Sintió el agarre soltarse, a su parecer duró poco. Estaban en el pasillo de dulces. Himuro veía a su distancia como el más alto llenaba una canasta, que seguramente tomó al entrar, de muchos maibus de diferentes sabores. Tomaba más de los sabores especiales que solo vendían en Tokio, quizá para llevar a casa.

Le vio andar un poco más por el pasillo hasta que se detuvo para tomar una empaque. Era un plato de comida negro con una tapa transparente que dejaba ver rodajas de rábano blanco encurtido.

— ¿Por qué llevas eso, Atsushi? A ti no te gustan los encurtidos.

Murasakibara miró la canasta, pero no le contestó. En cambio, se acercó a los refrigeradores y tomó un par de bebidas antes de ir a pagar; un té de jazmín y una leche de plátano. Himuro caminó extrañado, ahora sin ser llevado casi a rastras. Otra vez se formó un silencio entre ambos que duró una vez pisaron la habitación doble que pagaron. Vio entrar a su compañero, le vio acomodar los dos sillones y una mesa cafetera juntas, también le vio sacar el platillo y el té de jazmín para ponerlos en el extremo de la mesa, y le vio hacer lo mismo con algunos dulces y la leche de plátano. La sudadera de Himuro ya estaba sobre la cama cuando Murasakibara al fin habló.

— A Muro-chin le gustan los encurtidos.

¿Era para él? El corazón dio un brinquito de alegría al escucharlo y nuevamente Akashi se lo calmó. Era un detalle muy dulce de su parte.

Sonrió para él en forma de agradecimiento en lo que tomaba asiento en uno de los sillones junto con él y abría el frío té; era poco dulce, le gustaba. Al ver la etiqueta del platillo se dio cuenta de que era Bettarazuke, Taiga una vez le contó sobre él en América. Era rábano con azúcar, sal y sake; muy dulce para ser un encurtido de los que estaba acostumbrado, le pareció una divertida mezcla entre sus gustos y los de Murasakibara. Probó uno, estaba delicioso.

—¿Cómo te fue hoy? —abrió la conversación al mismo tiempo que se abría un nuevo maibu, iría tanteando hasta encontrar el momento adecuado para tocar el tema que lo hacía sentir nervioso.

—Me divertí mucho— respondió Atsushi, dejando una pequeña pausa para devorar el dulce. Quizá el ambiente tranquilo e íntimo que estaban compartiendo en ese momento le ayudaría a Himuro con su confesión—. Ne, Muro-chin, tú conoces a Nijimura, ¿verdad? — los confundidos ojos del azabache le miraron con confusión.

—¿Shūzō? — Murasakibara asintió. Recordaba vagamente que le había contado que conoció a ese chico una vez estando en América, desde ese entonces se mensajeaban frecuentemente— Sí, podría decirse que somos amigos.

—¿Crees que quiera venir a Japón?

Entendía poco. Incluso tomando en cuenta el día que le contó cuando conoció a Nijimura, Murasakibara mostraba interés hoy, como si ese acontecimiento no le interesaba. De hecho, recordaba que la sola mención de su ex capitán lo ponía tan de mal humor, si del baloncesto mismo se tratara. Si lo veía en ese momentos lograba encontrar esa expresión escondida detrás de su suave cabello purpura, los maibus eran mordidos con un poco más de agresividad. Si estaba tan molesto de escucharlo, ¿por qué preguntaba por él?

—¿Tú quieres que lo haga?

Quizá el encuentro con sus antiguos compañeros de secundaria había abierto la puerta a la nostalgia, que su tierno compañero de clase extrañara a su superior y que quisiera verlo. Si fuera así, ¿por qué ahora mantenía esa expresión de rencor en su rostro? ¿Qué había pasado entre ellos?

—Kise-chin y Aka-chin quieren.

Oh, Aka-chin quiere, pensó. Kise ni entró a su oído. Así que Akashi quería ver a Nijimura, por eso Atsushi se preguntaba si su amigo por mensaje pisaría Japón y dejaría a su enfermo padre atrás unos días. ¿Estaba planeando invitarlo a una próxima reunión? ¿Estaría Himuro dispuesto a acompañarlo la próxima vez? ¿Y si Akashi se emociona demasiado por la visita planificada por Murasakibara?

¿Le pediría Atsushi ayudarle?

El Bettarazuke y el té se acabaron. Murasakibara seguía en la mesa cuando Tatsuya se levantó y limpió su basura, dispuesto a arreglarse para dormir.

—Atsushi, ¿a ti te importa mucho Akashi?

A sus espaldas escuchó un simple "Sí" y agradeció por la comida antes de entrar al baño del hotel. En el espejo Himuro se veía a sí mismo cansado y adolorido, era una expresión que pensaba dejar atrás después de ver a Taiga marcharse de América. ¿De qué le sirve confesarse si de todos modos Akashi sería la prioridad? Y hasta ahora se planteaba la realidad de ser el mejor amigo de Atsushi en esa relación. ¿Sería capaz de soportarlo?

Abrió la llave de la regadera, el agua cubriría sus lágrimas.


Blanco. Todo lo que sus azules ojos veían era blanco. En las paredes, el suelo, el techo, incluso las luces; todo era de un blanco tan neutro que en vez de molestarle le daba tranquilidad. Parecía estar en una explanada hasta que enfocaba la vista y veía unas ligeras sombras en las paredes. Intentó tocar una, sintiéndola tibia. La ropa que llevaba puesta se había tintado de blanco, hasta la pulsera echa a mano de tonos azules con un dije de una que Kise le regaló. Todo a su alrededor era calma.

Comenzó a caminar en la nada frente suyo, procurando no toparse con ninguna pared. Tras el primer paso se sintió liviano, sin preocupaciones. ¿Qué era ese lugar? ¿Qué hacía ahí y cómo había llegado? Lo último que recordaba era estar en su departamento junto con Takao, y después… Estar ahí. Avanzó hasta el ambiente empezó a distorsionarse, como se de pixeles se trataran. El piso pasó de blanco a un asfalto negro con los laterales llenos de césped, separados con una línea de ladrillos rojos. A su derecha se formaba una cancha de beisbol protegida por una red, mientras que a su izquierda de erguía un edificio de dos pisos de altura con ventanas. Estaba en una escuela, o al menos eso pensaba por los mesabancos que se vislumbraban a través de las ventanas.

Mientras más avanzaba la gente aparecía. Jugadores de beisbol en pleno descanso, estudiantes pasando el tiempo, alumnos en las clases curriculares y deportivas. Todos llevaban un uniforme de pantalón o falda negra, camisa azul cielo y saco blanco, tal vez era en época de frío ya que algunos vestían suéter. Kasamatsu logró reconocer el logo cuando unos chicos pasaron cerca suyo, era la secundaria Teiko. El logo no fue lo único que notó, sino que se dio cuenta de que nadie lo miraba. ¿Lo ignoraban o simplemente no existía?

Lo más raro pasó cuando sintió un frío hacerse presente en toda la parte detrás de su cuerpo y le recorría poco a poco hacia la parte de enfrente. Cuando acabó vio a un joven de un brillante cabello rubio, apenas 7 centímetros más bajo que él, caminar sin motivación por el pasillo. Aun si no tenía el arete en su izquierda, sabía quién era.

—¿Kise?

No sabía si sentirse feliz por ver a ese arrogante idiota ser más bajito que él o más confundido que antes. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué despertaba en un lugar tan vacío que pasaba a estar lleno de estudiantes de Teiko para luego encontrarse con su novio en secundaria? ¿Dónde carajos estaba?

Apresuró el paso hasta estar frente al chico, quien sin problemas lo atravesó nuevamente. Se volvió a sentir frío el contacto. No podía tocarlo, eso explicaba un poco el por que no lo veían. Él vería raro si un tipo casi universitario estaba en una secundaria vestido de blanco, hasta de enfermo lo tachaba.

Cuando alcanzó a Kise otra vez lo analizó. Quizá estaba en segundo año, no tenía el arete, su rostro se veía suave y terso por la rutina de skincare que llevaba. Creía recordar que era modelo desde su juventud. ¿Cómo no? Si desde chiquito era bonito. Sería muy zunon boy, pero la expresión de hartazgo y decepción que tenía seguramente no pasaría en ninguna columna. Su ropa arrugada y descuidada… ¿Desde cuándo tenía ese hábito de ponerse el bolso mal después de los entrenamientos? Sonrió, era muy tierno verlo así.

Siguió caminando a su lado, sin dejar se preguntarse qué era aquello que le preocupaba en demasía, hasta que dejaron atrás la cancha de beisbol y se acercaba otro edificio.

— Solo era broma…

Su voz era ligeramente más suave, quizá por a penas haber empezado la pubertad. ¿Qué era broma? ¿Hablar solo? Alzó la ceja confundido.

Un quejido seguido de un "¡Duele!" se escuchó en el lugar antes de que una pelota rojiza rebotara atrás del rubio. Kasamatsu alcanzó a ver las líneas negras de la pelota de baloncesto que le había pegado a Kise arriba de la nuca. Pobrecito, pero ya no se sentía culpable de pensar ser el primero que le pegaba. La pequeña sonrisa se le borró al reconocer la voz que se disculpaba tras el golpe, aunque también era algo aguda sabía quién era. La frente se le arrugó al girarse y ver a un joven Aomine Daiki dirigirse a la versión joven de su novio.

— Lo siento, lo siento— alzó el brazo, pidiendo el balón que se posaba en los zapatos de Kise— Ah, eres el famoso modelo Kise-kun.

¿Usó honoríficos y se disculpó? Sonreía, Aomine Daiki no sonreía. ¿Quién era ese niño que le sonreía amablemente a Kise?, por que el Aomine que conocía no era así. Se odio tanto a sí mismo al pensar que quizá ese Aomine le caía mejor que actual, que rogaba la atención de su novio y que cada que lo veía algo dentro suyo le dolía. Pero ese era diferente, se veía respetuoso, amable y hasta puro. A lo mejor era su sueño y en realidad deseaba que Aomine fuera así.

— ¿Cuál es tu problema?

Un molesto Kise le pasó el balón al chico, quién lo atrapó sin problemas y agradeció antes de retirarse al edificio a su derecha, el gimnasio. El rubio pareció tener una epifanía que lo llevo hasta la entrada del mismo siendo seguido por Yukio, adentro estaban los estudiantes en plena práctica del día. Alcanzó a ver a varios estudiantes, identificó al entrenador y, a lo lejos, las cabelleras de los jóvenes milagros a excepción de Aomine.

Veía a Aomine hacer una jugada solo, siendo permitido por sus compañeros de equipo. No era muy diferente a como jugaba actualmente, pero si notaba un detalle que lograba hacerlo brillar en los movimientos. Aomine jugaba feliz, muy entretenido, se notaba que disfrutaba el deporte. Incluso recibía las consejos de un superior con toda la humildad del mundo. Realmente soñaba con un mundo diferente.

Kise mantenía la mirada fija en el moreno desde la puerta. Sus ocres ojos le siguieron en cada movimiento y clavada, y pensó que jamás podría copiar un estilo tan libre como ese. Kasamatsu le conocía, o eso creía, pero hasta estando a un lado de él sentía la emoción recorrer el cuerpo del rubio. Aomine sintió aquello también y dejó a un lado a su superior para voltearse a verlo, algo confundido al verse reflejado en la adrenalina que salía de los ojos de Kise. Ojos que Kasamatsu deseó no haber visto.

— Kise…

No solo eran un brillo de emoción, era un brillo de deseo que conocía bastante bien.


No era su hogar, pero si era una casa acogedora. Sus zapatillas blancas tocaban una azulada alfombra azul de dos tonalidades, encima tenía una mesita cafetera algo antigua por su color café desgastado de las orillas, a su costado estaba un sofá púrpura de cojines rosas y a unos pasos un mueble bajo con un televisor encendido en un partido de baloncesto. Sabía que era viejo por los jugadores que estaban en la cancha, también sabía que era japonés. No era su casa, era casa de Kuroko. De hecho, él era quién veía esos partidos, o una versión de quinto de primaria.

Primero despertó en un lugar lleno de blanco, tardó unos segundos en transformarse en la sala de estar de la familia Kuroko. En las paredes colgaban cuadros con la familia. Kuroko se parecía mucho a su madre, lo único que había sacado de su padre era la forma de los ojos. Una vez el chico le comentó que creía que de haber tenido un hermano tal vez saldría con el cabello y color de ojos negros de su papá, pero la forma almendrados de su madre. La única persona que no podía reconocer era la anciana sentada en el recuadro familiar más grande, pensó que era la abuela, lo sabría con más certeza si alguna vez su novio le hubiera enseñado una foto o si su suerte fuera suficiente para encontrarse con ella cuando visitaban a sus padres.

Kagami se colocó de cuclillas a un lado del emocionado niño, enternecido por verlo de chico. Era más adorable, más que en fotos. Sus pestañas azules sobresalían más que en la actualidad y sus ojos brillaban emocionados.

— Tetsuya, ¿qué haces?

La dulce voz de su suegra se hizo presente en la sala. Vestía el mismo delantal negro de la última vez que fueron a su casa, aquel que fue un regalo de su amoroso esposo. Salía de la cocina hacia el niño que atendió su llamado, sin quitar la vista de la televisión.

— Quiero jugar básquet, mamá —la mamá de Kuroko se agachó como él, solo que, del otro lado, levantó el flequillo del niño y le dio un tierno beso en la frente.

— ¿Estás seguro de eso? — Kuroko asintió— Bien, entonces, ¿qué te parece si le pedimos a tu padre una pelota y juegas en el parque del vecindario? — las blancas mejillas se tintaron de un rosa palo y el chiquillo afirmó— Ayúdame a poner la mesa, ya casi es hora.

Su suegra se veía igual de joven que ahora, a diferencia de unas pequeñas arrugas en los costados de sus ojos que apenas notó una vez que se sentó junto a ella a comer. Les siguió a ambos hasta el comedor, mirando entretenido al pequeño Kuroko batallando para alcanzar los cubiertos y ponerlos en la mesa.

La madre terminaba de cocinar cuando el ambiente cambió. El fino piso de madera se volvía de cemento, las cálidas paredes se abrían en vegetación verde típica de un parque y la mesa en la que Kagami se recargaba se transformó en una canasta de básquet callejera. Kuroko y su madre desaparecieron, aunque el menor volvió a parecer frente de él sosteniendo una pelota de básquet infantil. El sudor en su rostro delataba esfuerzo de su parte, pero él no sabía decir si de horas o minutos, con el chico fantasma no se sabía.

Kuroko botaba la pelota corriendo con fuerzas hacia la canasta buscando encestar cuando un chico de cabello castaño y piel que parecía morena al lado del pálido Tetsuya. Le era familiar, recordaba haberlo visto en algún lado, pero no podía hallar dónde. Le vio acercarse con otra pelota y pedir jugar. Verlos entretenerse así le recordó sus tiempos en América, cuando Himuro le enseñaba a jugar después de la escuela y luego se iban por hamburguesas a la cadena de comida rápida más cercana antes de que sus padres los recogieran. Los observó hasta tarde, cuando el atardecer se hacía presente en la lejanía.

— Gracias por jugar conmigo— dijo Kuroko, tras un muy largo descanso para tomar aire, Kagami rio.

— ¡Fue muy divertido!, ¿podemos vernos mañana después de clases? —preguntó el chico. Sí, era como su amistad con Tatsuya. La emoción de Kuroko se le vio en los ojos.

— E-Espera…

Kagami murmuró para sí y empezó a rememorar los hechos. Kuroko fascinado viendo los partidos de baloncesto de japón, yendo a jugar solo al parque, encontrándose con alguien que le enseñara lo básico del deporte y prometiendo reencontrarse con él día siguiente. ¿En dónde estaba?

Los niños desaparecieron y el lugar cambio un poco. Ahora ellos ya no estaban en la cancha, sino en una banca cercana, descansaban con el mismo atardecer de antes de fondo. Kuroko se veía algo afligido, pero el chico le sonreía calmadamente.

— Es por el trabajo de mi papá— dijo el chico— nos mudaremos antes de que empiece el sexto grado— ¿sexto grado?

— Entiendo— por más que Kuroko quisiera decirle que no se fuera, era inevitable. ¿Qué podía hacer un niño de 11 años para detener a una familia de cinco a irse a otro vecindario? El castaño lo miró por un segundo antes de alzar la vista al cielo y suspirar.

— ¿Y si hacemos una promesa? — propuso— Cuando entremos a secundaria nos inscribiremos en el equipo de básquet y nos enfrentaremos en un partido, ¿va?

Esa promesa Kagami la había escuchado en un lado, y esa promesa no podía olvidarla en absoluto. Fue antes del partido contra Rakuzan, en su departamento, junto con todo Seirin sentado en su sala de estar. Escuchaban atentamente a Kuroko contar el pasado de Teiko para tener más claridad sobre lo que se enfrentaban.

La televisión, el chico que le enseñó a jugar, la promesa, el puño que le ofrecía en ese momento para chocar… Ya lo recordaba.

— ¡Sí, Ogiwara-kun!


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