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Last Nigth por Yuki Kuroi

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Notas del fanfic:

 Un fanfic que fue creado luego de ver el último episodio de la serie de TV.

"Si tuviera la oportunidad..."

"...de pedir un deseo único en el mundo..."

"...desearía que te pudieras quedar..."

"...para siempre". 

                                                  “Last Night”     

             La noche parecía tranquila. El barco, que había zarpado en la tarde, se deslizaba sin ningún problema por ese amplio camino acuoso. Dentro de este, casi tan apacible como el barco, Yugi.

             Se encontraba mirando sus cartas, una por una, para mejorar su mazo y prepararse para el gran duelo que tendría al día siguiente. Un duelo que él había aceptado con todo el dolor de su alma, y que del cual no podía huir. Un duelo que había atravesado su mente en varias ocasiones, pero que jamás lo dio por hecho hasta ese momento. Un duelo que mediría toda su capacidad y experiencia que poseía, además de definir su futuro, no como duelista, sino como persona.

             Un duelo… … … … … contra el Faraón.

             En su mente no existía otra cosa más que el enfrentamiento decisivo que vendría, más no perdía la concentración en lo que estaba haciendo. ¿Cuánto tiempo ya, desde que su abuelo le regalase el puzzle del milenio? ¿Siete…Ocho?... Sí, ocho años que él había estado intentando armarlo. Recordaba perfectamente cuando colocó la última pieza, y el espíritu del Faraón surgió de adentro, con su mirada penetrante y su aire seguro, orgulloso. Desde ese día, habían estado juntos, compartiendo cuerpo y alma.

             Y gracias a él, Yugi fue capaz de adquirir esa confianza en sí mismo que tanto le hacía falta, pues tenía toda la fuerza que el muchacho no poseía… o que tenía y este la creía inexistente.

             Por eso, Yugi no podía negarse a ese enfrentamiento. El Faraón se lo había pedido y el había aceptado. Así, por el bien del Faraón debía dar lo mejor de sí.

             Sin embargo, la pena lo acongojaba. Isis (Ishizu) lo dijo: “es el enfrentamiento final de ambos. Es el destino de todo lo que está en juego. Es la sagrada batalla Ceremonial. Quien gane o pierda, decidirá el futuro del otro. Hay que mantener el equilibrio. No pueden dos almas vivir en un mismo cuerpo, ni en la misma época…”             “… el futuro del otro…”

             ¿Qué podía hacer en contra de eso? Nada… salvo esperar que el momento llegara.

             Trató en no pensar más en ello; trató en continuar en lo que estaba, pero no pudo. El sólo hecho de pensar que mañana era el día en que se separaría definitivamente del faraón le atormentaba.

             Una lágrima cayó sobre la pequeña carta que mantenía sobre sus manos.

             – Mañana… mañana es el día final… – musitó.

             Al instante, se llevó la manga hacia los ojos para secarse las lágrimas y continuó en lo que estaba. No podía dejar que esto le afectara de esa manera. Se apresuró en guardar las cartas, que ya estaban listas, en la caja dorada en la que estuvo guardado el puzzle en su tiempo. Suspiró.

             – No puedo dejar que mi otro yo me vea así… – miró hacía la caja y sonrió – Fue más difícil de lo que pensé.

             Se acomodó en la silla, para relajarse y olvidarse un rato de la situación. Necesitaba despejarse un poco. Necesitaba que las ganas de llorar se esfumaran.

             “¿Está bien con eso?”, se oyó a sus espaldas, “¿Has elegido bien las cartas?”

             Yugi volteó casi de golpe. Al verlo, sólo atinó a sonreírle.

             – Sí… mi mazo está completo. – se levanta y lo mira – ¿Por esa razón no te había oído en estas horas?

             “Sí”, respondió Yami, con su típico tono profundo y amigable que sólo utiliza con Yugi, “Viajé a un rincón distante de tu mente para darte privacidad”.

             – Ya veo. Gracias.

             “No, gracias a ti, por aceptar este desafío”.

             – Daré lo mejor de mí. – le dijo.

             Yami le sonrió. Sabía que no le iba a defraudar. Yugi, en tanto, desvió la mirada, un poco tímido, un poco triste; luego dijo:

             – Conozco tus estrategias muy bien… Además… Cuando uno comparte la mente con alguien por tanto tiempo, se aprenden una o dos cosas de cómo el otro las piensa.

             “Sí.”respondió Yami, con una triste sonrisa.

             Se miraron por unos breves segundos, corriendo la mirada casi de inmediato, por temor a que uno descubriera la inquietud del otro. Fue Yugi, quien rompió el silencio que se estaba formando:

             – Bueno… es tiempo de que tú también revises tus cartas. Te prometo que no espiaré.

             Y en un abrir y cerrar de ojos –literalmente- Yami se encontraba en el cuerpo de su amigo.

             – Gracias… compañero…

             Yugi se encontraba en alguna parte de su mente, solo.

             “Yo… no quiero pelear este duelo. Pero si mi otro yo no es derrotado, él no podrá ser removido de mi alma”, pensaba.

             Cerró los ojos y tomó aire. La angustia volvía.

             “Este es el duelo más difícil de mi vida. Pero derrotar al Faraón es mi misión… y queda tan poco tiempo…”

             > “Me gustaría hablarle a mi otro yo, pero ya tomé mi decisión y no puedo echarme atrás ahora”.

             > “Ya he dependido demasiado de él…”

             > “Ahora… Yo… preferiría que esto no fuera cierto. Si mañana gano…”

 

                              “ Se irá para siempre”

 

                  --------      YAMI  ------------------------  - -

 

      

            

             El faraón se encontraba sentado frente a la mesa, revisando sus cartas, ajeno a lo que estaba sintiendo su amigo en esos momentos. Cruzado de brazos, analizaba cada carta, para luego separarla y colocarla en una pequeña pila de estas, que sería su mazo definitivo. En su mente recordaba todos aquellos duelistas a los que se había enfrentado en este tiempo, y ninguno se compararía con el enfrentamiento del día siguiente.

             “La batalla Ceremonial…”; las palabras de Isis aún repercutían claras en su memoria, y no había pasaje de retorno. Él había aceptado su destino, así como su amigo el desafío.

             Miró el cofre en donde Yugi guardó sus cartas, y pensó:

             “Allí dentro está el mazo de Yugi, elegido desde la colección que hemos creado juntos. Pero ahora, todo eso sólo le pertenece a él….”

             “Debo terminar de crear mi mazo.”

             Continuó en su tarea hasta que tuvo en sus manos la carta Dark Magician. La miró por unos largos segundos, antes de barajarla con las demás cartas. Luego, cuando todo estuvo listo, se acomodó en el asiento, agachando la cabeza, pensativo.

             “Si gano, tu alma jamás estará libre. Si pierdo…”

             Sonrió; sonrió con tristeza, pero sonrió. No había nada más que hacer, pensar o decir. Estaba todo decidido. Esta sería su despedida.

 

             ------------ COMPAÑERO….-----------------------

 

             Ya había pasado varios minutos, cuando Yami escucho la suave voz de Yugi preguntando si ya estaba listo. Al ver que ya había terminado, le halagó la rapidez, a lo que Yami respondió con una sonrisa. No le había parecido ser tan rápido.

             Se levantó de la mesa y quedó mirando a su amigo, que se encontraba en forma de espíritu. Sonrió.

             – Ahora estamos listos – dijo Yami – Sólo falta que llegue el momento.

             – Sí… – respondió Yugi, cabizbajo.

             – No será tan fácil derrotarme.

             – Lo sé – sonrió – Pero yo tampoco me dejaré vencer.

             – No me esperaba menos de ti – y le devuelve la sonrisa, cálidamente.

             Se miraron por breves segundos, para luego desviar la mirada nerviosos. No querían mirarse a los ojos.

             – Bueno… es mejor que vuelvas a tu cuerpo – dijo Yami de pronto – Debes estar cansado y necesitas estar bien para mañana.

             Yugi sólo asintió, cabizbajo. La palabra mañana lo aturdía.

             Al instante, el puzzle del milenio comenzó a brillar para dar paso al intercambio espiritual; sin embargo, ambos quedaron quietos en el limbo, mirando en direcciones opuestas, de espaldas uno del otro.

             – ¿Qué sucede? – preguntó Yami, sin mirarlo.

             A Yugi le incomodó la manera en que Yami le había hablado, tan fría, casi indiferente y apretando el puzzle que traía en sus manos, respondió:

             – Estás distante.

             Yami no respondió, solamente apretó los labios un poco y agachó la cabeza.

             – Bueno… – prosiguió Yugi, al sentir que no tendría respuesta – Me imagino que debes estar cansado también…

             –… Compañero… Yo… – musitaba el faraón, mientras apretaba los puños.

             Yugi agachó la mirada y sonrió. Era mejor así, sin decir nada más. Sin insinuar nada que podría abrir la herida que ya se estaba formando.

             – Es mejor así… – y se alejó.

             De inmediato, Yami dio media vuelta para sujetarlo del brazo y lograr detenerlo. Sus dedos se aferraron sobre la tela de la manga.

             – Espera – le dijo – No te vayas así… – y le soltó el brazo.

             Yugi se quedó ahí, sin decir nada y sin darle la cara.

             – Dime qué pasa… – continuó el faraón – ¿Es por lo de mañana?

             –… Sí. – respondió, mirándolo – No quería decirte nada para no preocuparte, pero…

             – Entonces estamos iguales – le interrumpió, corriendo la mirada – Tampoco quería tocar el tema para no preocuparte… para no hacer más difícil todo esto

             – ¿Por eso estabas siendo tan distante?

             –… … Sí.

             –… Pero… eso…

             – Lo sé… – proseguía Yami, sin mirar a su amigo – A mi tampoco me gusta esta distancia. Me duele mucho todo esto.

             – ¿Y tú crees que a mi no? – respondió Yugi, más que molesto, dolido – He tratado de evitar el tema actuando como si no me importara… ¡Pero es algo que no se puede evitar!

             Yami no quería darle la cara. Se encontraba demasiado triste con el asunto.

             – ¿Pretendías seguir así? ¡¿Ignorándome?!

             El faraón volteó hacia Yugi, quien se encontraba con el rostro triste, aguantando toda la pena que quería salir de su ser. Sin dudarlo, se le acercó y le acarició el rostro.

             – ¡No! – exclamó suavemente – ¡No te he ignorado! Sólo quiero que esto sea lo menos doloroso para los dos… para ti…

             – Lo sé – respondió Yugi, tomando la mano que cubría su mejilla, apretándola contra esta. La sintió algo helada, pero suave y eso le provocó otra angustia que había mantenido oculta hasta ese momento. Cerrando los ojos, prosiguió: – Te siento tan real que a veces me olvido que eres un espíritu.

             Yami le miró sorprendido, pues no se esperaba esa observación de su compañero.

             – Cómo desearía que por tan sólo una vez pudiera sentirte así en el mundo real – continuaba el joven, apretando cada vez más esa confortable mano – Que pudieras estar ahí, frente a mis ojos, como una persona y no como espíritu.

             El faraón se desconcertó. Jamás había pensado en materializarse y mucho menos que Yugi se lo insinuara, pero entendía su angustia. Se puso algo nervioso y su amigo lo notó, soltándole la mano de un golpe.

             – Olvídalo – dijo con voz apenada – No debí decir eso.

             – Pero, Yugi…

             – Sé que no puedes hacerlo – contestó con una dulce sonrisa – Es algo que se escapó de mi boca. – y dando media vuelta, prosiguió: – Es mejor que me vaya a descansar. Hasta mañana.

             – ¡Espera!

             Yugi volteó y se besó los dedos para luego depositarlos sobre los labios del faraón. Sonrió.

             – Buenas noches.

             Y antes de que Yami pudiera decir o hacer algo, el joven ya había atravesado la puerta que lo sacaría de ese lugar. Al cerrarse, Yami se encontró dentro del puzzle del milenio.

             En cuanto a Yugi, él ya se había sacado el puzzle del cuello, dejándolo sobre la mesa, con mucho cuidado.

             – Es mejor así…

            Y cerró los ojos tristemente, mientras dentro del puzzle, Yami apretaba los puños con mucha pena.

             “Si tan sólo pudiera…” pensaba, “Si mi poder como faraón resultara…”

             Miró hacia la puerta. En su frente, el símbolo sagrado resplandecía con fuerza. Lentamente, se acercó a esta.

             “Aunque sea por esta vez, le ruego al poder oculto de este puzzle que me de una oportunidad”

             Se detuvo al frente de la puerta y cerró los ojos.

             “Por ser…”, abrió la puerta, “… la última noche”

             El puzzle comenzó a brillar a espaldas de Yugi y éste se quedó quieto. No era normal que aquel objeto milenario brillara de esa forma, y aunque no giró para comprobarlo, notó el reflejo de la luz en las paredes. Su corazón le advertía algo.

             Fue entonces cuando sintió que algo le rodeó los hombros y lo tiraba hacia atrás.

             – Compañero… – sintió susurrar cerca de su oído.

             –… ¿Mi otro yo?

             Yami le abrazó con mucha fuerza, mientras un suspiro se le escapaba cerca de la nuca.

             Temblorosamente, Yugi alzó sus manos hacia aquellos brazos que lo rodeaban por los hombros y la cintura, y los apretó con fuerza. Pensó que moriría allí mismo.

             – ¿No estoy soñando? – murmuró.

             – No – la voz de Yami parecía más fuerte y clara.

             Yugi cerró los ojos, apoyando su cabeza hacia atrás. Suspiró, débilmente. La respiración de Yami le embargaba la espalda.

             – ¿Cómo lo hiciste? – preguntó al fin.

             – Realmente no lo sé… – respondió con sinceridad – Sólo lo deseé con todas mis fuerzas.

             Yugi volteó entre aquellos brazos para mirarlo. Allí estaba, más real de lo que él hubiese soñado o imaginado. Sin pensarlo dos veces, sus manos le tocaron el rostro, examinándolo lentamente, pasando los dedos por el cabello, las mejillas, los labios… mientras la emoción le rasgaba el pecho y le nublaba la vista.

             Al final, se aferró en ese pecho reconfortable y familiar, que le había hecho sentir seguro tantas veces, y rompió en llanto.

             – ¡No quiero! – exclamó – ¡Tengo miedo!

             Sintió que le abrazaba y que apoyaba su cabeza sobre la de él. Este gesto le hizo aferrarse con más fuerza.

             – No temas… – le oyó decir – Yo tampoco quiero hacerlo, pero estoy interfiriendo en tu vida.

             – ¡No me interesa mientras sigas a mi lado! – respondió sin pensar – Te puede sonar egoísta, pero es así… ¡Puede que para ti no sea tan difícil como para mi! ¡No quiero perderte!

             – ¿Y tú crees que para mí es fácil, Yugi? – le respondió con pena, mientras lo abrazaba con más fuerza – Tampoco quiero dejar de verte… De estar a tu lado… ¡Quiero seguir contigo!

             Yugi se estremeció. Su voz sonaba tan triste…

             – Pero si sigo ocupando tu alma para seguir existiendo, – prosiguió el faraón – lo más probable es que te haga daño a futuro… y lo menos que quiero es eso.

             – ¡Déjame correr el riesgo! – exclamó Yugi, alzando la cabeza, mientras se separaba un poco de él.

             – ¡¡NO!!

             La voz tan potente y decidida de Yami le hizo retroceder, separándose completamente de éste.

             – Perdóname. – le dijo suavemente – Sé que no puedes… Sé que debes volver y mantener el equilibrio… Pero…

             Yami notó que Yugi estaba llorando en silencio, con la cabeza gacha y las manos cruzadas sobre el pecho. Sospechaba que ni él mismo podría mantener más esta situación. Ambos estaban dolidos, aguantándose la angustia; pero ya no había marcha atrás.

             – Debo volver – continuó el faraón, con voz fría y decidida – Es inevitable. Pero no te dejes vencer mañana… te lo ruego. – y le cogió el mentón.

             – No lo haré… no podría. – respondió el joven, mirándolo a los ojos – Y tú tampoco me dejes ganar.

             – No… por supuesto que no.

             Se miraron por cortos segundos, mientras se acariciaban el rostro. Yami apoyó su cabeza sobre la frente de su compañero y lentamente comenzó a limpiarle las lágrimas con el pulgar. Entonces, dijo:

             – Créeme que también tengo miedo. No sabes cómo desearía que nuestra situación fuera distinta, pero el destino lo quiso así. Sabíamos, desde el momento que decidimos estar juntos, que esto iba a suceder tarde o temprano.

             – Lo sé. – tomó la mano que le acariciaba y se la besó, manteniéndola contra sus labios – Esta es nuestra despedida, ¿no es así?

             Yami agachó la cabeza, resignado. Temía que Yugi hiciese esa pregunta.

             – Me temo que sí. – y cerró los ojos, para evitar que la pena se le escapara por allí.

             Al instante, Yugi enlazó sus brazos alrededor del cuello del faraón y lo abrazó con fuerza.

             – Faraón… – musitaba entre sollozos – mi faraón.

             – Yugi… mi amado y pequeño Yugi.

             Se besaron con fuerza, como jamás lo habían hecho antes, abrazándose de una manera casi desesperada a causa de la tristeza que ambos sentían. No necesitaban palabras; no había nada más que decir. Sólo les quedaba la entrega de sus sentimientos y olvidarse, por un momento, de que esa era su última vez juntos.

             Querían despejar su mente. Querían ser uno sólo como tantas veces ya en el pasado, cuando el faraón le visitaba por sueños y le declaraba su amor, con suaves y tiernas caricias, aderezados de dulces y apasionados besos.

             Ahora, sin embargo, la entrega sería distinta, más triste. ¿Cuántas veces Yugi le había anhelado así, materializado, para sentirse completamente suyo? ¿Cuántas veces deseó encontrarlo al otro día acostado en su cama para comprobar que lo que había sentido en la noche fue realidad y no un sueño? Y ahora que lo tenía ahí, al frente de sus ojos, reposando sobre su cuerpo encima de la cama, era la última noche. ¡Qué ironía! Haber esperado tanto… para separarse de él.

             Pero eso no lo apenaba. Le apenaba la despedida, no el hecho de tenerlo allí, tan vivo, tan cálido. Agradecía que aquello fuera así y no un frío adiós dicho al puzzle milenario. Eso le hacía sentir reconfortado y sabía que Yami también lo percibía así.

             – Te amo… te amo… – le oyó susurrar cerca del oído, mientras le besaba el cuello.

             Yugi se estremeció. Estaban demasiado apretados.

             – Yo también…– le respondió con voz débil – No sabes cuánto te amo…

             – Ni tu tampoco.

             Se miraron a los ojos, sonriendo, mientras se acariciaban. Estaban con la ropa desordenada, casi desnudos sobre las sábanas, uno al lado del otro. Sabían lo que iba a ocurrir, no necesitaban decirlo. Aún así, Yugi se desconcertó un poco al notar que la puerta no tenía el seguro puesto.

             – ¿Cuál es el problema?

             – Que puede aparecer alguien… como Jounnoichi (Joey), que siempre entra sin llamar.

             – ¿Quieres que la cierre?

             – Por favor…

             De inmediato, Yami miró hacia el seguro y este se cerró de un golpe. Yugi sonrió.

             – Debí imaginar que harías eso. – le dijo, con una sonrisa.

             – Por supuesto… Lo menos que quiero ahora es separarme de ti.

             Se volvieron a besar, con más ternura, y lentamente la ropa fue dejada a un lado para enlazarse de nuevo y sentir el calor mutuo. Se estaban complementando sin restricciones.

              Y Yugi deseaba que esa noche no acabara, que fuera un sueño del cual no pudiera despertar más, aunque las caricias de Yami y sus besos le dijeran que era realidad.

             “No es un sueño…”, pensaba mientras tocaba ese rostro que le miraba por encima, “es tan real como yo mismo”.

             – Ámame… – le susurró Yugi con tristeza – Haz que esta noche me sea eterna.

             Yami apoyó todo su peso sobre el suave cuerpo de Yugi, besándole la frente.

             – No quiero que amanezca… – le dijo – Sólo puedo estar así en esta noche.

             – Entiendo. – y lo abrazó, acercándolo a él.

             – No estés triste… por favor… – murmuró en su oído – Convirtamos esta noche en un hermoso recuerdo.

             Yugi sonrió y se aferró a ese cuerpo con más fuerza, dejando que las caricias volvieran a surgir, que los cuerpos se empezaran a desear, olvidando lo que vendría mañana.

             “Soy tuyo… siempre seré tuyo… Aunque el tiempo nos separe… siempre seré tuyo”.

             Se aferró a su cabello cuando le sintió cerca del vientre. Lentamente, los labios de Yami fueron descendiendo hasta que Yugi exhaló un suave quejido. Era lógico que Yami conocía sus puntos débiles, aunque ahora le explorara como si fuese la vez primera debido a que, en cierta manera, así lo era.  

             Porque era la primera vez que se amaban de esa forma tan real.

             “Por favor… Que el tiempo se detenga… sólo por esta noche”.

             Yugi se aferró a esa cálida espalda, mientras Yami lo hacía suyo. Entre sábanas desordenadas se rindieron mutuamente, en esa fría habitación, mientras el barco seguía su curso y todos aquellos que lo abordaban eran ajenos a lo que ocurría en ese solitario cuarto.

             Prosiguieron con las caricias y los besos tiernos, amándose hasta el cansancio, con el cuerpo tibio y húmedo; rozándose y sintiéndose entre aquellas enredosas telas, hasta que ambos cuerpos se estremecieron y sucumbieron, el uno al otro, con las manos enlazadas y apretadas sobre la almohada.

             ¿Cuánto tiempo pasó después de ese momento? No lo sabían, pues no les interesaba. Para ellos la eterna noche era su único deseo…

             … Y el saber que aún podían estar juntos antes del amanecer.

             – Atem… – musitó Yugi, apoyado en su pecho – Mi otro yo Atem…

             – Dime – le susurró apoyando la cabeza sobre su cabello.

             – Abrázame más fuerte…

             Así lo hizo, mientras unas lágrimas empezaron a fluir poco a poco. Yugi, entonces, también lloró en silencio.  

             – Te amo tanto que duele – le dijo Yami, aferrándose a ese delgado cuerpo.

             – A mi también me duele – respondió Yugi, rindiéndose al fuerte abrazo – Pero estar así contigo, me reconforta un poco el alma.

             – Sí, es cierto – le levantó el rostro suavemente por el mentón, con una triste sonrisa – Tú ser siempre me ha reconfortado… No llores – y le besó la frente.

             Entonces, Yugi se reincorporó y le besó las lágrimas.

             – Tú tampoco… – y sonrió.

             Yami arropó un poco más a Yugi y éste se lo agradeció. Mientras avanzaba la madrugada, el frío aumentaba.

             – No quiero dormirme – dijo de pronto Yugi.

             – Debes hacerlo, o si no mañana no estarás bien.

             – Pero… si me duermo, al despertar mañana no estarás.

             Silencio. Yami quería olvidarse de eso de momento. Volteó un poco para quedar sobre Yugi y mirarlo a los ojos. Sonrió:

             – Olvida eso… por favor…

             Y Yugi entendió lo que esos penetrantes y profundos ojos le querían decir.

             “Hemos estado tanto tiempo juntos, que el sólo hecho de pensar que esta es nuestra última noche me lastima”.

             “No quiero que te transformes tan sólo en un recuerdo”.

             – ¿Crees en el destino, cierto? – le preguntó de pronto Yami.

             Yugi lo miró extrañado.

             – ¿En el destino?... S-sí… ¿Por qué?

             – Porque si mañana vences, no pienses que será nuestra despedida.

             – ¿Qué quieres decir? – su voz sonaba confusa y angustiada.

             – Tómalo como un “hasta pronto”. Tal vez, quien sabe, podamos reencontrarnos en otro lugar, en otras circunstancias… y entonces… – lo miró – no nos volveremos a separar.

             – Insinúas que… ¿podré reencarnarme y encontrarte en otra época?

             – Es posible… Hay que mantener la esperanza en alto.

             Yugi sonrió cálidamente, mientras se acurrucaba en su pecho. Esa idea se le antojaba ideal y quiso creer en ella para darse un leve consuelo. De todas formas, el destino da varias vueltas, y aquello podría ser cierto.

             – Ahora me siento un poco mejor… – le susurró – Pero… el dolor sigue. Igual es nuestra última noche.

             Yami sonrió, tristemente.

             – Lo sé…

             Y se acurrucaron entre esas cálidas sábanas, deseando que el amanecer no llegara aún.

             "Si no podemos estar juntos en esta era..."

"... lo estaremos en otra".

"Déjame creer en eso, y así mañana..."

"... no será tan difícil decirte adios, compañero".

   

             Yami esperó a que Yugi se durmiera primero. Había notado que estaba empezando a desaparecer y no quería preocuparlo. Se levantó con cautela, para acercarse al puzzle y rogarle un poco más de tiempo. No quería volver todavía; necesitaba esperar hasta el amanecer.

             “Es difícil”, le decía al puzzle, “No puedo estar sin él. Me he mantenido fuerte para qué… ¿Para rogarte un poco más de tiempo y alargar esta agonía? Tener un poco más de tiempo no detendrá el desenlace de mañana, pero, por lo menos, estaré un poco más con él”.

             “No quiero regresar todavía… no…”

             Y cayó de rodillas, sobre la mesa, desahogando todo esa pena y rabia que venía aguantándose todas estas horas. Había soportado mucho, había sido fuerte, pero ni siquiera un faraón, o un rey, podría aguantar tanta angustia.

             Yugi se despertó y le vio de pie junto al puzzle, secándose el rostro. No quiso molestarlo, no podía. Luego, a los pocos minutos, sintió que se recostaba a su lado y que lo abrazaba por la espalda.

             ¿Cuántas veces despertaron en mitad de la noche, buscándose entre esas desordenadas sábanas, hasta encontrarse con un dulce abrazo?

             Para ambos, había sido su mejor noche.

             Al amanecer, Yugi le vio a su lado, sonriendo. Le dedicó un último beso, antes de arroparlo y alejarse, dejando un leve adiós, te amo, en el aire.

             Al despertar unas horas más tarde, sólo el puzzle del milenio reposaba sobre la almohada que ocupó el faraón en la noche anterior. Ese lado de la cama todavía permanecía tibio. 

             Yugi sólo sonrió. Abrazó el puzzle y lloró.

             El día por fin había llegado.

            

             Terminó de arreglar sus cosas, guardando todos los objetos milenarios en un gran bolso. El barco ya había tocado tierra y había que partir enseguida.

             Debía apurarse. Tal vez, los demás ya lo esperaban y no quería que Seto empezara con sus sermones de puntualidad y pérdida de tiempo, aunque ese era un asunto más propio de Jounnouichi que de si mismo.

             Se colgó el puzzle al cuello y sonrió. De inmediato, una caricia cálida le rozó el rostro.

             – Ha llegado el momento – dijo Yugi.

             “Lo sé. ¿Vamos?”, se oyó en el aire.

             – Sólo un segundo más – y abrazó el puzzle.

             Al instante, una difusa silueta le abrazó por la espalda, sosteniéndolo con fuerza.

             – Mi otro yo…

 "Si tuviera la oportunidad....

...de pedir un deso ínico en el mundo....

... desearía que te quedaras aquí, a mi lado...

.... Para siempre".

 

"Yo también compañero..."

"YO TAMBIEN"

 

 

- Fin-

Notas finales: Espero que sea de su agrado. Es mi primer fanfic de YuGiOh!.

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