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GHOST por Supa_Mame

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Notas del fanfic:

Los personajes pertenecen a Hiromu Arakawa

Invierno, la estación más fría por la que un país podía pasar, la ciudad enorme y hermosa de Munich estaba bañada en una ligera capa de nieve, dejando ver las casas y construcciones barrocas y antiguas, como si estuvieran glaseadas de azúcar.

Las personas paseaban por las calles que intentaban vanamente estar desprovistas de nieve, completamente cubiertos por ropas gruesas y cálidas. Protegerse del frío desgarrador, era primordial para poder continuar con las actividades diarias.
Una casa, linda y grande, que podía pasar como una mansión algo pequeña, tenía varias luces prendidas, y la chimenea soltando un delicioso y embriagante humo, que daba a entender que ahí, la casa era caliente.

Veía con sus ojos verdes el fuego crepitar por la madera, si sonrisa no estaba en sus labios, ya que… no hace poco, había recibido una noticia que bajó sus ánimos…

-Cariño…- Susurraba un hombre de cabellos dorados acariciando la mejilla pálida de aquella mujer en cama que, con cada segundo, lucía más cansada. Se encontraba sentado a su lado, con su otra mano entrelazada con la de la mujer, los ojos del adulto estaban llenos de angustia y preocupación. Algo en aquel lugar no estaba nada bien…–Tranquila… todo estará bien…

En otro lado de la habitación dos chicos se encontraban parados mirando aquella escena con tristeza, mas el mayor de ellos la miraba con más seriedad que el menor.

-¿Qué le pasa a mamá, hermano? –preguntó el menor, viendo con sus ojos avellanos el rostro triste de Trisha.

El hermano mayor tenía su mirada fija en aquella escena donde sus padres se encontraban a punto de decirse el último adiós. Cerró los ojos y tomó la mano de su hermano pequeño, apretándola con gentileza para después hablar. –Mamá tiene que descansar…- susurró con doble sentido en su oración.

Trisha escuchó la voz de sus hijos y volteó ligeramente para verlos, sonrió con tristeza –Vengan aquí…-susurró con cariño, alzando su mano para que la tomaran, justo donde brillaba el anillo de matrimonio, Alphonse no se lo pensó dos veces y corrió a tomar la mano cálida y fina de su madre.
-Mami… verdad que no te vas a ir…¿verdad? –preguntó Al viéndola directo a los ojos.

Hohenheim se bajó de la cama y dio varios pasos atrás, no quería interrumpir el momento que su mujer iba a tener con sus dos hijos. Se llevó una mano al pecho, una mano que entre sus dedos tenía el anillo de matrimonio casi idéntico al de Trisha, y bajó la mirada con dolor…
Su Trisha se le iba…

Edward caminó con pasos lentos hacia su madre y le tomó la otra mano, besándola al instante.

-Si me iré Al…-dijo con dulzura ante la pregunta de su hija –Pero no para siempre, ¿sabes por que? –preguntó al niño, que sentía mucho dolor a las palabras de su madre –Mira al cielo pequeño…-Trisha señaló el hermoso cielo machado de tinta, con salpicaduras de brillantes.
-Es muy lindo, mamá…-soltó el pequeño al verlo, sin poder evitar soltar una sonrisa.
-Bueno… ahí viviré de ahora en adelante… y podré cuidarte en donde quiera que estés… -hablaba la mujer con ternura, influyendo en los sentimientos de su pequeño Al –Por que… así como es de grande el cielo… será mi cuidado hacía ti…-besó la cabecita de su pequeño, con un gesto de cariño y amor, sabiendo que ese besito… sería el ultimo dado a su pequeño.

Edward no pudo evitar sentir la tristeza invadirle su cuerpo al escuchar aquella despedida de parte de su madre a su hermanito menor, al cual tendría que cuidar el doble de aquel día hasta que a él le tocara partir…

Hohenheim miraba aquel cielo con una sonrisa triste. ¿De verdad… Trisha los iba a seguir cuidando desde el cielo?

Trisha miró a su hijo mayor y sonrió con suavidad -¿Me pueden dejar sola con Edward? –preguntó, no tenía problema con su esposo, pero no quería que Alphonse, su pequeño, escuchara la verdad y necesitaba a su padre para no sentirse solo…

Edward miró con curiosidad a su madre y le devolvió la sonrisa… solo que la suya lucía más triste que la de su madre.
Hohenheim asintió y caminó hacia Alphonse, colocando su mano en el hombro del menor y apretándolo delicadamente, intentando así trasmitirle que se debían marchar por un rato.

Al enterró su rostro en el pecho de su madre y asintió ante su petición, se separó de ella y besó su mejilla –Te quiero mucho, mami –dijo con amor, Trisha devolvió el beso y miró a su hijo y esposo marcharse.
El silencio se hizo presente en la habitación.

Edward acariciaba con su pulgar la mano tibia de su madre, tenía la cabeza gacha más no pensaba mostrarla… sabía que tenía que ser fuerte, su vida le había mostrado que siendo fuerte nada podía afectarle… y así siempre debía ser.

Miró la ventana, viendo el mismo cielo que le había mostrado a su hijo con anterioridad –Ya sabes lo que está pasando…¿verdad, Ed? –preguntó para después voltear a verle, esperando su respuesta.

-Así es, madre…- Susurró el rubio levantando su mirada y colocándola sobre la de su madre en cama. –Habías estado escondiendo tu dolor todos estos meses pero… siempre lo supe…

-Creo que el fingir nunca a sido mi fuerte –bromeó ante la situación, para después ponerse seria –Tengo muy poco de vida ahora… y seguir fingiendo que nada pasa… me es imposible…-continuó hablando la mujer con tristeza, por separarse de sus hijos –Edward… ¿Me verás?...

Edward la miró algo sorprendida por aquella pregunta pero después asintió con dificultad y, aquella mano que sostenía, ahora lo era por sus dos manos. –Siempre y cuando tu alma quiera ser vista… te veré, Mamá.- Dijo Edward con cariño y tratando de animar a esa persona que quería mucho.

Trisha se abrazó al cuerpo de su pequeño, acunando a su hijo en sus brazos –Cuídate mucho, Ed… cuida a tu hermanito y a tu papá…-susurraba, sin llorar, acariciando la espalda de su hijo –Y prométeme una cosa, amor…-susurró separándose ligeramente de su hijo y acariciando su mejilla.

-¿Qué cosa, madre?- Preguntó el rubio tratando de ignorar aquel nudo en su garganta que, por causa de aquella triste situación, sentía que le estrangulaba la garganta.

Chocó con suavidad su frente contra la de su hijo –Cuando sientas llorar… lo harás… cuando sientas reír… reirás… No prives a nadie de tu sonrisa, ni tus lagrimas… solo vas a sufrir…-besó la frente de su hijo y después su nariz –No quiero que mi hijo… mi chico más fuerte… sufra… ¿Me prometes que seguirás adelante?... sin importar nada… ¿Lo prometes? –mostró su mano, con el meñique extendido, esperando que su hijo entrelazara con el suyo.
Vista empezó a nublarse… pero su sonrisa seguía en su lugar…

Edward la miró por varios segundos pero después sonrió y asintió aun sabiendo que aquella promesa sería de lo más difícil para él cumplir. Entrelazo su meñique con el de su madre y miró la unión de sus meñiques por unos segundos. –Claro que sí, te lo prometo…- Susurró.

Pero a Trisha… aquella promesa no llegó a culminarse, puesto que su cerebro no había logrado procesar las últimas palabras de su hijo. La mano delicada de la castaña ya no sujetaba con fuerza el meñique de su pequeño.
Trisha cayó con suavidad en la cama, dejando su cabello esparcido en la almohada, sus ojos ligeramente abiertos y su mano… aún entrelazando el meñique de Edward… no respondió y no volvió a sonreír…

Los ojos del rubio se abrieron con sorpresa, ver a su madre desvanecerse de aquella manera sólo logro nublarle sus ojos en lágrimas que nunca cayeron. La tristeza, el dolor y el silencio reinaron en aquella habitación. Su meñique nunca abandonó el de su madre…

La puerta de la habitación se abrió mostrando a Hohenheim, quien no paso de desapercibido el silencio que abundaba en esa habitación y, al instante se introdujo al igual que el menor de aquella familia.

-Trisha…- Susurró el hombre que dejaba a sus lágrimas decorarle el rostro.

-¿Mamá?...-preguntó Al viendo a su madre acostada, más sus ojos abiertos y sin vida, fueron algo que lo asustó -¡MAMÁ! –gritó aterrado al verla de aquella manera.

-¡Alphonse, cálmate…!- Pidió Hohenheim abrazando a su pequeño con fuerza contra su pecho. Ver a su pequeño gritando y asustado le partía el alma. –¡Cálmate hijo…!- Lloraba el hombre abrazando a su pequeño.

Edward tenía la cabeza gacha, había notado que la mano de su madre lentamente se volvía más fría…

El cielo se vistió de gris, compartiendo la pérdida de la familia Elric, quienes, sentados en las bancas de la capilla, velaban a su madre dormida en el ataúd de caoba fina.
Alphonse lloraba desconsolado, sin importarle si era escuchado en todo el lugar, sus mejillas bañadas en lagrimas y su rostro sonrojado por el esfuerzo, llamando a su madre, que despertara de su sueño…
Pero eso no era posible…

Hohenheim con su brazo alrededor de su hijo menor, tratando de animarlo a calmarse pero parecía imposible. Sus ojos lucían tristes y con muy poco brillo… ahora tenia que cuidar de sus dos hijos sin apoyo de su esposa…

Edward, sentado a una poca distancia de su padre y hermano, miraba al frente sin mostrar sentimiento alguno, solo seriedad y con sus ojos un poco brillantes… Veía la ataúd con detenimiento y seriedad. Le dolía escuchar el llanto desesperado de su hermano menor, y por eso… tenía que ser fuerte.

Alguien se sentó a un lado del chico rubio y tomó la mano inerte del rubio. Volteó a verle, esperando lo mismo de Edward.

Sintió una mano fría sobre la suya y lentamente volteó hacia su lado quedando sorprendido ante lo que veía. –¿Madre…?- Susurró sin ser escuchado por su padre y hermano menor.

Trisha sonrió ante la sorpresa de su hijo, más no dijo nada, solo señaló su pecho, como simulado que agarraba algo, para después pararse y caminar hacia su propio ataúd, en el cual se quedó parada, esperando a que Edward la siguiera.

Casi por inercia Edward se paró y siguió a su madre hacia el ataúd, olvidándose momentáneamente del resto de su familia.
-¿Edward?- Preguntó Hohenheim al verlo acercarse al ataúd de su mujer.

Trisha amplió su sonrisa y señaló su cadáver, mostrándole algo, no hablaba… ¿Por qué?... solo ella lo sabía, más su insistencia en que Edward se asomara a su cadáver era fuerte.

Y obediente como siempre le había sido a su madre, Edward se asomó y sus ojos al instante se fijaron en un collar de plata que su difunta madre llevaba alrededor de su cuello. Un collar fino de una cruz con una serpiente alrededor de aquella, había sido un regalo de su padre cuando él y ella había cumplido un año de casados y Edward había nacido.
Edward parecía no entender, levantó la mirada y la colocó en el espíritu de su madre.
-¿Qué quieres que haga?- preguntó.

-Edward, ¿pero de que estás hablando?- Preguntó Hohenheim sin entender lo que su hijo hacía.

Trisha seguía insistente, apuntando el collar, viendo a su hijo con cariño, más algo de desespero se podía distinguir en sus esmeraldas… le quedaba poco tiempo y eso era lo único que le hacía faltan…

-¿Quieres que lo tome?- Preguntó el rubio al fin entendiendo lo que posiblemente su madre quería que hiciera.

Asintió con fuerza y su sonrisa de agrandó más, señalando el collar y después a su hijo.
Al veía a su hermano, enarcando una ceja, ¿Qué le pasaba?...

Miró el cuerpo de su madre y después al espíritu para después volver al cuerpo sin vida. ¿Su madre quería que él se quedara con aquel collar?

Se acercó un poco más al ataúd e introdujo sus manos para así comenzar a retirarle el collar con cuidado del cuello frío de su Madre.

-¿¡Pero qué crees que estás haciendo!?- Fue la reacción instantánea que Hohenheim tuvo al ver que su hijo se atrevía a meter sus manos al ataúd de Trisha. Se paró y con rapidez caminó hacia su hijo.

Al miró como su padre se para con rapidez, y después miró a su hermano, también tenía la duda sobre el comportamiento de su hermano.
Trisha miró como su esposo se dirigía a su hijo…

Justo Edward había logrado quitar el collar del cuello de su madre cuando Hohenheim tomó su brazo y lo sostuvo en lo alto, haciendo que el rubio volteara a verlo por tan brusco movimiento. (Ya que su padre era mucho más alto que Edward.) El collar brillaba en la mano tostada del rubio y aquella cruz daba unas vueltas lentas…

-¿Por qué lo haz tomado, Edward? ¡Es de tu madre!- Preguntaba con autoridad el mayor y el único padre ahora de aquellos dos hermanos. -¡Debe estar con ella siempre!
Trisha bajó la mirada y negó ante las palabras de su esposo y después miró a su hijo para sonreírle con cierta culpa por lo que estaba ocasionándole, lo señaló, a Edward y al collar…
“Es tuyo…” mostró por mímicas…
Al se paró y caminó dos pasos hacia su padre y hermano… vio el collar de su madre en las manos de Edward, los ojos de al se bañaron el lagrimas otra vez –Mamá…-susurró con dolor –Mami…

Después de ver las mímicas de su madre, Edward miró a su padre directamente a los ojos. –Mamá está aquí.- Soltó el rubio apretando su agarre en aquel collar. –¡Ella me pidió quedarme con este collar…! ¡Ella dice que puedo quedármelo…!

Trisha asintió ante las palabras de su hijo, sonriendo de nueva cuenta… era lo único que pedía…
Al miraba como se peleaban su padre y hermano, más al escuchar las palabras de Ed, sintió que entonces estaba bien… Edward tenía que tener ese collar…

Hohenheim abrió los ojos con sorpresa y después afilo su mirada con un enojo inconfundible. -¡¿Cómo se te ocurre mentir de aquella manera?!- Preguntó Hohenheim con enojo y asignándole un fuerte puñetazo en la mejilla al rubio, derribándolo en el suelo. -¡¿Cómo se te ocurre usar el recuerdo de tu madre en una más de tus mentiras infantiles de poder ver fantasmas!? ¡¿Cómo, Edward!?
Edward cayó de costado al suelo pero sin soltar su agarre del collar frío de su madre difunta.

Al y todos los presentes en aquel lugar, miraban la escena entre padre e hijo, sorprendidos ante el comportamiento del mayor, más intentando comprenderlos a ambos.

Trisha miró con tristeza el comportamiento de su esposo, para que después, una extraña nube negra empezara a salir desde abajo del espectro de la mujer, quien no hacía nada para evitarlo, solo ver fijamente a su esposo.
Al sintió frío… solo atinó a abrazarse a si mismo.

Edward, quién había logrado a duras penas sentarse en el suelo, miró aquella escena y sus ojos se abrieron anchamente olvidándose del dolor que sentía en su mejilla.
-¡Mamá! ¡Todo está bien! ¡Por favor, escúchame!- Pedía en suplicas el rubio.

Hohenheim apartó la mirada con vergüenza, no podía creer como Edward adoraba avergonzarlo en lugares públicos. Siempre lo hacía... siempre desde que tuvo la habilidad de hablar y fue peor cuando empezó a caminar...

Más la mujer no lo escuchaba, estaba enfrascada en un nuevo odio hacia su esposo… en la negrura de aquel humo, diminutas manos salieron empezando a jalar a Trisha, quien no se resistía.
Alphonse estaba temblando, algo no estaba bien y lo sabía… sus labios se estaban poniendo morados y las venas de sus manos estaban más marcadas.

-¡¡Por favor, mamá!! ¡Estoy bien! ¡Escúchame!- Gritaba el rubio con sus manos temblando. Miró con rapidez aquella que sostenía el collar de su madre y, con algo de nerviosismo, logró ponérselo alrededor de su cuello. -¡Mira! ¡Me lo puse! ¡Mamá, por favor!

Trisha volteó ante los gritos desesperados de su hijo, para después ver el objeto que colgaba del cuello del rubio, la oscuridad bajo la madre desapareció y una linda sonrisa se formó en sus labios, para después acercarse a Edward y verle el collar brillante en su cuello.
‘Palpó’ el objeto y suavizo la mirada –Es tuyo…-susurró por fin al ver que su deseo, él ultimo… se había cumplido… ahora podía irse tranquila…

-Madre…- Susurró con un par de lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos. Había salvado al espíritu de su madre… sentía una grata satisfacción al volver a verla sonreír y al escuchar su voz de nuevo.

Ya no sintió aquel frío horrendo que se colaba en sus huesos y se enderezó al instante, para después acercarse a su hermano -¿Mamá está bien? –preguntó inclinándose a un lado de Edward, él ya sabía sobre ese increíble don que tenía su hermano, y aunque Alphonse solo pudiera sentirlos… podía sentir también a los negativos…

El cuerpo de Trisha empezó a brilla con fuerza, de un blanco puro y hermoso, una estela de luces azuladas y cristalinas bajaron impulsando el alma de una mujer que fue muy feliz en vida…

Edward miraba como su madre lentamente desaparecía de su vista y no pudo evitar sonreír de felicidad. –Si, Al…- soltó el rubio satisfecho. –Mamá ya por fin puede descansar en paz…

Al sonrió ante las palabras de su hermano y después se abrazó con fuerza de éste, sin poder evitar llorar en silencio –La voy a extrañar mucho, hermano…-susurró Al, jugando con el collar que colgaba del cuello del mayor.

-Yo también, Al…- Susurró Edward abrazándose de su hermanito, su ahora nueva responsabilidad. –Aun que no debemos preocuparnos, mamá ya está en donde merece estar…

-Edward, Alphonse, basta de tonterías.- Dijo con sequedad el padre de ambos, mirándolos con enojo y con sus manos empuñadas por la misma causa. -¿Qué no se cansan de sus ‘teatritos’? ¡Ya han avergonzado a nuestra familia lo suficiente!
Edward afiló la mirada con odio.

Al no dijo nada, solo enterró su rostro en el pecho de su hermano, su padre jamás había creído lo que podía hacer su hermano, si Alphonse lo creía, era solo por lo que podía sentir, lo cual no le agradaba, eh intentaba ignorar todo lo que sentía, no como su hermano… que inclusive podía jurar que a veces “jugaba” con ellos…

Edward rompió el abrazo después de palpar la cabeza de su hermano, tenía que poner a su padre en su lugar.
Se paró y caminó hacia él sin dejarse intimidad por lo alto que era su padre. Se paró frente a él y le tomó por la camisa. -¡A mi madre casi se la llevan los demonios por tu culpa, bastardo!- gritó con el enojo más evidente mostrado en su rostro. -¡¡Casi haces que el odio la consuma!!

Así que era eso… ese horrible frío era por lo supuestos demonios, bajó la mirada, a veces le aterraba lo que podía sentir… no dijo nada, solo se quedó ahí en el suelo, con la mirada gacha.

-¡Ya me tienes harto con tus mentiras, Edward!- Soltó furioso el padre del chico dispuesto a golpearle de nuevo.
-¡Anda, golpéame!- Le retó el trenzado a Hohenheim. -¡Estoy seguro que esta vez lograrás que su alma se la coman los mil demonios!
Y con eso Edward soltó a su padre, empujándolo y saliendo a toda velocidad de aquella iglesia…
Tenía mucho que pensar pero, no importaba cuanto quisiera, jamás iba a llorar…

Al vio los pies de su hermano en movimiento y no levantó la mirada, no quería enfrentar a su padre, tan solo se quedó así… quieto.

Hohenheim sintió algo de culpa por las palabras de su hijo pero decidió ignorarlo y se puso a disculparse con todos los presentes por todo lo que había pasado.

Edward corría sin rumbo, solo hacía donde sus pies le guiaran… ¡Ya no quería saber nada del mundo…!

..__..__..

Su mirada estaba perdida en la nada, viendo una cajita de color azul, pequeña, entre sus manos, por culpa de esa estúpida pelea, se había alejado de ella, bueno… tenía que contentarse antes de que se volviera más fuerte todo el problema.
La banquita verde en la que estaba sentado, resultaba muy grande cuando no se compartía con alguien… suspiró ante esto.

Unos pasos que resonaban por todo el lugar cada vez se iban acercando hacia aquel lugar donde un sujeto se encontraba sentado. El crujido de la banca indicó que alguien más había tomado asiento en ella.

Miró por el rabillo del ojo y notó a un rubio junto a él, bueno… a una distancia considerable, no podía verlo bien, ya que sentía que si volteaba, se vería un tanto obvio.

Edward tenía la mirada gacha y el golpe que había recibido si que le había dejado un notorio morado en sus mejillas. Lucía extremadamente triste y apagado pero nunca una sola lágrima cayó. Se llevó su mano al pecho y tomó aquel collar fino de plata con suavidad. –Mamá…- susurró con tristeza.

Volteó muy simuladamente y notó el aura de tristeza que portaba aquel muchacho, sintió pena, una indudable pena al verlo tan abatido. Abrió su boca, pero de ella nada salió, la cerró casi al instante, para después girar su rostro y soltar el aire que no sabía que retenía…
¿Por qué estaba nervioso?... no, no era nervio… ser curiosidad…

El rubio tenía la cabeza gacha y aún sujetaba con fuerza el collar de su madre. Varias lágrimas resbalaron de sus mejillas cuales al instante el rubio insistió en quitarse del camino.
‘¡No debo llorar!’, pensaba el rubio insistente. -¡Perdóname, mamá, pero no puedo ser débil!’

¡¿Qué le costaba preguntarle que le pasaba?! Se notaba que el pobre chico estaba sufriendo… aunque… ¿a el porque debería de importarle, no lo conocía?... suspiró ante sus pensamiento y con ceño fruncido se propuso a hablarle.

Edward se paró de su asiento sin saber lo que aquel hombre tenía pensado hacer y salió corriendo. Quería ir a casa, esconderse bajo sus cobijas y no salir de allí hasta que le obligaran…

-Oye… ¿Qué te…? –preguntó al voltear a su derecha, más una gota enorme cayó de su cabeza al ver que no había nadie junto a él –Mocoso…-murmuró aquel hombre al verse ignorado.

                                            GHOST

                          Fantasma sin camino…

Era una tarde calurosa en Londres, la gente caminaba bajo la sombra de los hermosos árboles verano de aquella linda ciudad. Todos de regreso a casa saliendo de sus trabajos, escuelas o pequeños negocios, la armonía entre aquellos ciudadanos era notoria por la sonrisa que todos portaban… a excepción de uno… un rubio que lucía de lo más serio y cerrado al mundo.

Caminaba entre la gente, cargaba un una mochila y un cuaderno de pasta rojo vino, buscaba con su vista una salida de aquella multitud de gente que muy y apenas le daba espacio para respirar.
Sin siquiera considerarlo, empujó a una pequeña haciendo que se cayese y con eso tuvo su pase para salir de aquel circulo de gente. La niña comenzó a llorar, Edward se detuvo para mirarla por encima de su hombro y después fijo de nueva vez su vista al frente. –Perdón…- susurró encaminándose a un parque cerca de allí, tenía tantas ganas de escribir…

La niña lo miró y frunció el cejo ante la seca y vacía disculpa que había recibido. Se caminó y, entre tanta gente que por ahí pasaba, desapareció.

Llegó hacia el parque y se sentó en una banca ya mas adentro del mismo, no le gustaba que le molestaran cuando se disponía a escribir. Abrió su cuaderno de pasta vino y buscó una hoja en blanco para así sacar una pluma y escribir.

“Hola cosa,
¿Recuerdas que te dije que detesto Londres? Bueno, ahora lo odio casi como odio a mi estúpido padre. No puedo creer que apenas llevemos cuatro meses aquí… Quiero largarme a Alemania.
Hoy, en la preparatoria, me dio un ataque de asma a mitad de la clase de acondicionamiento físico. Hubieras visto como esos bastardos se rieron de mí. Decían cosas como: “Además de ser un ratón de biblioteca es tan débil como un piojo.”
¡GAH! ¡Como odio esa preparatoria! ¡Como odio ser asmático! ¡Extraño Alemania! ¡Extraño a mis amigos! ¡Extraño a mi madre…!

Si mi madre me viera ahora se decepcionaría de mí pues no le he cumplido la promesa que tanto le hice…
No tengo amigos…
Ni lloro o río si así lo siento…

Perdón, mamá…”

-¡Oye tú! –sentenció la voz de una pequeña frente al rubio.

Edward levantó la vista de su libro y, al ver a la niña frente a él, bajó la mirada. -¿Qué pasó? Me distraes…- Soltó para seguir escribiendo.

Frunció el cejo –Me tumbaste al suelo –dijo como una pequeña mimada y mal criada –Me tumbaste y no fuiste cortes al decirme perdón.

Suspiró y cerró aquel cuaderno para así meterlo a su mochila y mirar a la niña fijamente. –Bien, ¿y que sugieres que haga ahora?- Preguntó a la pequeña frente a él. –Dime niña, ¿estás perdida?

-¿Perdida? –preguntó la pelinegra de ojos azules, ladeó la cabeza y después bajó la mirada, estaba triste –Llevo meses perdida…-susurró con voz apagada, sujetando las puntas de su linda falda de color blanco.

‘Lo sabía…’, pensó el rubio puesto que esa no era la primera vez que la había visto pasar y casualmente siempre llevaba puesto el mismo vestido blanco con encajes muy lindos.
-¿En serio?- Preguntó con un tono de voz más suave. –Dime… ¿quieres que te ayude a llegar a casa?- propuso con amabilidad.

-¡Sí! –soltó emocionada la pequeña, sin acercarse al rubio, empezó a caminar hacia el lazo izquierdo del parque -¡Es por aquí! ¡Vamos! –señaló el camino.

Edward se levantó de su lugar y asintió. Ayudar a la niña no le iba a quitar mucho tiempo, además… prefería ayudarle a ella que a cualquier otra persona viva.

La pelinegra sonrió y caminó hacia la calle señalada, acompañada del rubio, pasaron pro varias calles, tiendas en donde la pequeña se detuvo a ver algunos juguetes, y colonias que le eran conocidas.
Sus pequeños pasos se detuvieron en seguida, la niña estaba seria y sus ojos mostraban mucho miedo.

Edward se detuvo junto a ella y la miró curioso. -¿Qué sucede, pequeña?- preguntó el rubio al ver como la niña mostraba mucho miedo…

-Ahí –señaló la pequeña, a un perro enorme y gordo, el cual babeaba con cada ronquido que daba –Ese perro… no me deja regresar a casa…-soltó la pequeña con miedo, sintiendo un dolor extraño en el cuello, más la niña no demostró mueca alguna, estaba ocupada viendo al canino enorme y feo.

Edward miró al perro y después a la niña. ¿Acaso…? Edward negó varias veces con la cabeza ante tal pensamiento y se colocó de cuclillas frente a la pequeña. -¿Qué tal si te cargo?- Dijo el rubio con una sonrisa alentadora. –Así podremos pasar y llegarás a casa.

La pequeña no dijo nada, solo asintió y se aferró al brazo del rubio, sin quitarle la vista de encima –Pero ese perro te puede atacar a ti también –dijo asustada ante la idea del rubio.

Edward la cargó en sus brazos para así sonreírle con cariño. –Descuida, tu hermano mayor te va a cuidar.- Le dijo con apego a la niña indefensa.

-¿En serio? –preguntó ante el nuevo apodo del rubio -¡Entonces, confío en ti! –dijo la niña, bien sujeta del cuello de Edward y cerrando los ojos con fuerza, no quería ver al perro cerca de ella –Tu me dices cuando lo hayamos pasado.

Edward asintió y la sostuvo con fuerza contra su pecho para después mirar al perro y fruncir el cejo. El perro se veía realmente agresivo y no podía evitar sentir un poquitito miedo. Pero no defraudaría a la niña, la llevaría a casa y daría fin a todo este embrollo.

Comenzó a caminar hacia enfrente…

El perro seguía dormido, babeando el suelo que estaba bajo su hocico, no se inmutaba por las pisadas del chico rubio, más si se movían sus orejas ligeramente, siendo atento a cada movimiento.
Abrió los ojos.

Edward lo notó y trago en seco.
‘¡No sientas miedo! ¡Los perros lo pueden oler!’, se regañaba al ver como se había tensado al notarlo. ‘Estúpido perro…’
Cerró sus ojos y respiró hondo mientras movía su hombro un poco para que su mochila se deslizara hacia su brazo.

Gruñó con fuerza al ver a Edward pasando justo frente a él, mostrando sus filosos dientes.
La pequeña escuchó el gruño y se aferró con fuerza del cuello de su hermano mayor.

Edward no mostró interés alguno en el perro y siguió caminando. –Tranquila…- le susurró a la niña con calma. Era sólo cuestión de ignorar al animal y avanzar… bueno, así lo veía él.

No se paró, la edad ya no lo dejaba hacerlo, así que solo vio al chico avanzar y gruñó más lato y con fuerza.
-¡Nos va a comer! –sentenció la pequeña, sin poder evitar arrugar la ropa de Edward.

-No, claro que no lo hará.- Le susurró a la niña en sus brazos. –Ese perro tonto no nos morderá.- Dijo Ed avanzando y casi saliendo de la vista de aquel pórtico en el cual el perro estaba.

El perro los vio algo más lejos y gruñó ante esto, para después bajar su mirada otra vez y acostarse. La pequeña abrió los ojos y pudo ver al perro algo alejado, estaba del otro lado de la calle, al fin.
-¿Pasamos? –preguntó separándose ligeramente de Edward.

Edward asintió y le sonrió a la niña para después depositarla en el suelo. –Así es.- Dijo el rubio acomodándose la mochila en su hombro y colocándose de rodillas frente a la niña. -¿Ves? Te dije que te protegería.- Dijo Edward mostrándole una amplia sonrisa. –Y yo siempre cumplo lo que digo.

-¡Gracias, hermano mayor! –sentenció la niña abrazándose al cuello de Edward y después separándose de él -¡Esa es mi casa! –dijo la pequeña, señalando una pequeña casa con lindos arbustos y una puerta de color verde.

Edward recibió aquel abrazo frío gustoso para después mirar la casa que la niña señalaba. –Entonces, vamos.- Dijo Ed tomándola de la mano y parándose para llevarla a casa.

La pequeña negó y se soltó del rubio –De aquí me toca sola –dijo la pelinegra, besó la mejilla de Edward –Gracias –dijo y corrió hacia la puerta verde, subiendo las escaleras del pórtico y justo antes de tocar el timbre… la pequeña desapareció.

Edward la miró desvanecerse en el aire y sonrió con algo de tristeza. -¿Así que este era tu asunto pendiente, pequeña?- preguntó el rubio mirando la casa. –Llegar a casa…

Suspiró y se giró sobre sus talones para caminar hacia su propia casa. –Y este perro jamás te dejó hacerlo…- Susurró mientras volvía a pasar frente a aquel animal. –Este perro que seguramente fue tu asesino…- Afiló la mirada.

Pasaba sus ojos, demasiado confundido ante lo que veía, toda esa gente en su mundo, nadie le hacia caso, por más que gritara, por más que intentara acercarse a ellos… nada ¡todos lo ignoraban como si no existiera!
Tenía miedo… no podía evitarlo, ver que nadie se tomaba el tiempo para preguntarle algo, no hacía más que ponerlo nervioso.
Levantó la mirada y pudo ver a un chico que sobresalía de manera extraña entre tanta multitud oscura para él… cerró los ojos y sacudió la cabeza, para después ver todo correctamente, más el chico seguía ahí, caminando a quien sabe que lugar. Algo le decía que fuera tras él… y sin dudarlo, lo hizo.

Edward miraba aburrido como una de sus agujetas se encontraba desatada, parecía no darle importancia… sobre todo, se veía muy metido en sus pensamientos.
En su mente no podía dejar de pensar en la inmensidad de problemas que tenía y en la cantidad de sucesos extraños que sólo a él le sucedía.

Suspiró y se acomodó su mochila en el hombro puesto que aquella, de lo pesada que era, amenazaba con caerse.
Se paró en seco, sentía una mirada pesada en su nuca…

‘¿Alguien me sigue?’, se preguntó en silencio para después mirar lentamente sobre su hombro y realizar que sin duda alguien le seguía, y lo peor era que se trataba de uno más de “aquellos”, como Edward solía llamarlos.
-Genial…- murmuró con fastidio para fijar su vista al frente y caminar más aprisa. No tenía ganas de estar lidiando con más casos que no le pertenecían.

Vio que el chico se había dado cuenta de su presencia y le huía, bueno, al menos tenía una reacción de alguien. No dejaría que lo dejara solo, caminó más a prisa, para poder alcanzar al chico que corría lejos de él.
-¡Oye! –gritó intentando llamar su atención.

Edward ignoró los llamados de aquel hombre y, sin darse cuenta, ya había comenzado a correr. ¿¡Que acaso no podían dejarlo en paz ni un segundo?! ¡Ya era el quinto de aquel día!
Giró al dar la vuelta en una esquina y se introdujo a un callejón para así correr más aprisa.

-¡No corras, mocoso! –sentenció corriendo tras el chico rubio, viendo que se había escondido en un callejón -¿Dónde está metido? –se preguntó a si mismo, viendo lo angosto del lugar y sin dudarlo, se adentró en aquel lugar.

Edward se encontraba del otro lado del callejón, subiendo una pared que dividía aquel callejón de otro. Miró hacia atrás y divisó al hombre, así que decidió que debía apurarse. Tiró su mochila al otro lado de la barda para después pasar su pierna mientras se sujetaba con fuerza de aquella pared de cemento duro. –Rayos…

-¡Oye, baja de ahí te vas a caer! –sentenció el sujeto con fuerza, corriendo hacia donde estaba el muchacho -¡Te vas a lastimar!

-¡Si me lastimo por lo menos tendré una buena excusa para que no me molesten un rato!- Dijo el rubio pasando su otra pierna del otro lado de la pared de cemento y sujetándose con fuerza de aquel cemento. Miró hacia abajo y deseó nunca haberlo hecho…
Quizás aquel tipo tenía razón con eso de lastimarse pero… era muy orgulloso como para hacérselo saber.

-¡Enano, estúpido! –gritó ofensivo el hombre, para seguir corriendo hasta el muro, sin quitar la vista del chico. Sin darse cuenta, llegó hasta el tope de aquella pared y casi con miedo, se “estampó” en ella, cayendo de bruces al suelo… del otro lado del muro.
-¡¿Pero que?! –gritó asustado por lo que acaba de pasar ¡Había traspasado el muro! Bajó la mirada y sin poder evitarlo, tembló… ¿Qué estaba pasándole?...

Pero eso pasó desapercibido por el rubio que se encontraba sujeto desde la cima de aquel muro. Sus tendones ya no podían sujetarse más y, sin realmente quererlo, se soltó, cayendo al suelo y lastimándose el tobillo izquierdo ante el impacto.
-¡Aaargh!- Se quejó el rubio cerrando los ojos con fuerza, llevándose ambas manos a su tobillo lastimado y comenzando a maldecir. -¡Que tonto! ¡Me lastime!
‘Pero por lo menos ese novato sigue del otro lado del muro…’, pensaba el rubio.

No lo había escuchado caer, seguía pensando como rayos es que estaba del otro lado de aquella pared. Miró sus manos y después el suelo, ¿Cómo es que podía estar acostado en el suelo y podía traspasar una pared?... no entendía nada…
Volteó con cierta inseguridad al muro enorme que había traspasado y sin poder evitarlo, sus ojos se toparon el la figura del chico que perseguía hace poco, se sujetaba el tobillo, al parecer se había lastimado.
-Te dije que te ibas a lastimar…-susurró casi sin voz, seguía intentando asimilar la situación de momentos atrás.

Edward volteó a verlo con rapidez y el asombro fue notorio en su rostro. -¿¡C-c-como rayos pudiste traspasar la pared?!- Edward preguntó olvidándose un poco de su tobillo. -¡Eres un novato! ¡S-se supone que no aprendes a hacerlo sino hasta después!

-¡¿De que mierda me estás hablando?! –preguntó enojado al chico rubio -¡¿Novato de que?! –soltó algo cansado de la situación -¡¿Tu sabes que me está pasando, verdad?! –sentenció el sujeto, dispuesto a tomar los hombros del rubio, pero solo cayó de lleno traspasando al chico. Su cara dio al suelo con fuerza.

‘¿No pudo tocarme? Pero si todos los demás pueden…’, pensaba el rubio igual de asombrado que aquel hombre.
-¿Desde cuando estás así?- Preguntaba el rubio aún sujeto de su tobillo, intentaba mostrarse serio. Aquella cosa tenía que saber quién era el que mandaba aquí. -¿Cómo es posible que no sepas lo que te está pasando?

Se paró algo indignado por lo ocurrido y después miró al chico, sentándose en el suelo –Escucha niño, ¿se supone que yo debo de saber eso? –preguntó osco –Si te seguí es porque no tengo ni idea de lo que me pasa, ni desde cuando todo el mundo se puso de acuerdo para ignorarme –se quedó callado un momento –Excepto tu, que parece que llegaste tarde a esa reunión –soltó con enojo.

-Nah, no me salgas con esas cosas.- Dijo el rubio para después darle la espalda. Ya no podía correr, su estúpido tobillo se lo impedía ahora. Estaba destinado a ayudar a todos estos tipos en contra de su voluntad. –No culpes a toda esta gente por tu problema, anciano.- Soltó el rubio siendo grosero por el tono de voz que utilizaba. –Lo que te pasa es TU problema, no mío así que déjame en paz.

-¡Un problema que solo tu puedes ver! –sentenció el pelinegro, más viendo el comportamiento malcriado y chiflado de aquel rubio frunció el cejo –No eres más que un mocoso mimado que cree que todo el mundo gira en torno suyo –escupió con cierto asco hacia el rubio –No vales ni la pena –sentenció, parándose y caminando fuera de ese estúpido callejón, ese niño no lo iba a ayudar.
¿Qué iba hacer ahora?...

-Descuida, no eres el primero que piensa así de mí. No te preocupes…- Soltó Edward con tristeza mientras bajaba la mirada y apretaba su agarre en aquel tobillo que le dolía mucho.

Se detuvo por las palabras de aquel muchacho y miró por el rabillo del ojo al rubio, resopló ante esto, ¿Por qué ese niño le inquietaba de cierta forma?... pensó en ello… al menos sentía, eso era bueno, sudó una gota…
-¿Te duele mucho? –preguntó sin ver al chico, seguía dándole la espalda.

-Puedo aguantarlo…- Susurró el rubio encogiéndose en hombros.

-Entonces párate y deja de verte tan deprimente –sentenció el sujeto, para después caminar de frente hacia la salida de aquel horrible callejón.

-Pues claro… como no me puedes sujetar, no hay de otra…- Susurró levantándose con una extremada lentitud y sujetándose de aquella fría pared. Iba a ser un camino a casa demasiado largo…

Lo había escuchado y sintió coraje por aquello, era verdad… no podía tocarle… era imposible que le pudiera ayudar, así que solo le quedaba caminar al ritmo del chico, intentando cuidarle en lo que se podía.
Pero no era su culpa… no tenía ni idea de lo que le pasaba y presentía que pronto lo descubriría y no le agradaría la respuesta.

Caminaba pegado a todas las paredes que se encontraba en su camino, era un soporte que necesitaba para poder mantenerse a pie. Tenía la mirada gacha todo el camino y aquella mochila sobre su hombro que le dificultaba seguir.
-Dime, ¿Quién eres?- Preguntó el rubio con su voz algo apagada. –Se ve que no eres de por aquí por que me estás hablando en alemán…

-No tengo idea…-susurró unos pasos tras el rubio –Lo único que recuerdo de mi vida es mi nombre…-dijo viendo con la mirada afilada el suelo, sabiendo que nada podía recordar.

Edward se detuvo para mirar atrás. -¿No recuerdas nada?- preguntó con algo de sorpresa.
‘Normalmente los fantasmas con los que me encuentro recuerdan su vida y de donde eran…’, pensaba el rubio sin entender del todo la situación de aquel hombre.
Notó la angustia mezclada con enojo en la mirada del hombre que le seguía y Edward no pudo evitar sentirse un poco mal por él.
–Bueno, ¿entonces como te llamas?- preguntó tratando de animar a aquel hombre

Lo miró por un momento –Roy –soltó ante la pregunta y el diminuto interés del chico –Mi nombre es Roy, pero mi apellido, no tengo ni idea…-dijo cruzándose de brazos ante esto -¿Y tu como te llamas? Por que has de tener nombre aunque seas un limón amargado –bromeó con una sonrisa algo prepotente.

-Ja-ja, que gracioso.- Soltó el rubio con sarcasmo mientras seguía avanzando a pasos lentos. –Me llamo Edward…-Susurró notando que ya obscurecía y que aún le faltaba mucho para llegar a casa. Suspiró por aquello.

-Un nombre muy bonito para alguien tan limón como tu –soltó ante la ironía de la vida, viendo el cielo teñirse de naranja, entrecerró la mirada al ver que la luz del sol ya no los bañaría.
-¿Por qué no pides un taxi? –preguntó al ver que el chico insistía en caminar.

-No tengo dinero…- Susurró el rubio sin voltear a verle. –Además, no me gusta confiar en nadie…

-¡Cielos, chico! –sentenció Roy ante las palabras de Edward -¿No te cansas de ser tan amargado? –preguntó cruzándose de brazos y viendo al rubio caminar -Solo vas a pedir que te lleven, para eso están los taxis ¿sabes?

Edward no dijo nada, siguió caminando con insistencia… En aquel momento se sentía tan patético, pero es que lo que Roy no sabía era que Edward tenía sus motivos por ser así… Una vida tan amarga como el limón era lo que le había tocado al pobre rubio ojidorado. No se le podía culpar por haberse tornado tan frío y cerrado con el mundo…

Siguieron caminando hacia la “nada” al parecer de Roy, quien seguía aburrido por lo callado del chico –¿Cuánto falta para llegar a tu casa? –preguntó intentando romper el sepulcral silencio.

-Unas dos calles…- Soltó el rubio ya cansado por aquella caminata agotadora. Las luces de la calle se habían prendido minutos atrás iluminando aquella calle deshabitada por la hora y Edward suspiró dejándose caer al suelo. –Descansemos…- Susurró sentado y recargado contra la pared de una casa blanca.

-¿Bromeas, verdad? –soltó levantando una ceja –Te faltan dos calles, vamos ponte de pie –sentenció el pelinegro, sabía que el chico estaba cansado, se le notaba, pero solo eran dos calles más, podía hacerlo.
-¡Vamos, en pie! ¿No eras tu el que todo lo podía? –se burlo cruzando sus brazos en su pecho.

-Cállate…- Soltó el rubio molesto y dándole la espalda al hombre. -¿Por qué no traspasas un carro, lo prendes y lo usas para traérmelo? Así serías más útil en vez de sólo andar hablando…

-Ja-Ja –ahora fue el turno de Roy para sentirse ofendido –Por si no lo recuerdas, chico –soltó con voz irónica –No puedo tocar nada –soltó señalando la pared de la casa y metiendo su mano en la pared -¿Cómo se supone que prenderé el carro, si el solo sentarme sería imposible? Además, eres muy chico para conducir –obvió Roy -¿Cuántos años tienes? ¿Trece, catorce?

-¡Dieciséis!- Se quejó el rubio atreviéndose a mirar a aquel hombre y fruncirle el cejo. –Tengo dieciséis, sabelotodo.

-¡¿Dieciséis?! –preguntó con una enorme gota resbalando por su cabeza -¡Pero… si eres tan chiquito! –soltó haciendo un además con sus dedos de la estatura de Edward.

-¡¡GAAAH!! ¡¿A QUIÉN DEMONIOS LLAMAS TAN CHIQUITO QUE SE PERDERÍA ENTRE LAS HORMIGAS?!- Gritó el rubio provocando que su voz hiciera eco por toda la cuadra.

Roy sintió su cabello volar por el grito de Edward -¡CALLATE MOCOSO! –se escuchó la voz de un señor viniendo de quien sabe que parte, Roy sonrió a su modo ante el carácter del rubio –Ah… tenemos un punto débil –soltó socarronamente.

-Déjame en paz.- Soltó el rubio parándose de su lugar dispuesto a caminar más a prisa directo a su casa. Se recargó de nueva cuenta de aquella pared y siguió su camino a casa. –Tú que sabes…

Roy seguía con su sonrisa puesta en sus labios, viendo que ahora el rubio se movía más rápido, lo alcanzó sin batallar en realidad –Vez como si podías seguir –dijo inclinándose ligeramente hacia Edward, para después enderezarse y seguir caminando.

-Tonto…- Soltó el rubio de mal humor y haciendo lo posible por caminar más aprisa. –Si no estuvieras muerto ya te hubiera matado yo, idiota.- dijo sin ningún cuidado con sus palabras, ni siendo gentil con aquella noticia.

Roy se detuvo ante las palabras de Edward…
‘Si no estuvieras muerto…’
Se repitió la frase en su cabeza
‘Si no estuvieras muerto…’
Con fuerza, casi estrellándose contra sus tímpanos….
‘Si no estuvieras muerto…’
Miró a Edward con miedo reflejado en sus ojos, sin evitar esconderlo, estaba muy confundido -¿Qué… que fue lo que dijiste?...


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Notas finales:

 

Mientras tanto en Mamepolis 

Nuevamente con un nuevo fic! descuiden! Trastornado continuarà en linea, ya que està lo suficientemente avanzado!

Esperemos que èste tambièn sea de su agrado y contar 

contar con todo su apoyo!!

FELIZ NAVIDAD!!

Y PROSPERO AÑO NUEVO!!

HANUKA!!

Seee... ¬¬

 


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