Al regresar al campamento Nabeun informo a sus hombres sobre la cascada, mostraron cierto entusiasmo y fueron en grupos de cinco, mientras, algunos de los hombres que se habían quedado le mostraron a la diosa un "presente".
Habían reparado y alistado una de las carretas que iba en la caravana, dentro en lugar de los víveres y ropas le habían llenado de cojines y telas de ricos colores, con adornos y bordados en dorado, Abriena sonrió al encontrarse con el cómodo "nido" agradeció a los hombres con una sonrisa que los llenó de orgullo.
Abriena entró a la carreta, acomodándose entre las telas con gracia y dulzura, los hombres se volvieron a sus puestos satisfechos.
- los tuyos son buenos hombres Nabeun- dijo suavemente, con esa estremecedora voz de terciopelo
-gracias su alteza- dijo haciendo una ligera reverencia
- ¿porqué no me haces compañía?- sonrió de una manera incitante, inclinando su cuerpo un poco, sus piernas estiradas, bronceadas y hermosas, su cabello cayéndole por el hombro, Nabeun sólo suspiró pesadamente.
- con su permiso- y se alejó antes de que la tentación lo venciera, le indicó a los hombres que posisiones tomar.
- confíe en nosotros general, no ha dormido en tres noches, necesita descansar.
- no es necesario- dijo para una vez que todos los hombres regresaran encargar a los de mayor confianza la carreta e ir él mismo a la cascada.
El agua era fría y sin embargo parecía destensarlo, dejó el líquido recorrer el bien trabajado cuerpo, que mostraba cicatrices de batallas pasadas, cerró los ojos sintiendo el agua caerle por la espalda, en ese momento la imagen de Abriena le llegó a la mente, la piel morena, esos ojos imposibles, insondables y tan... hermosos, el rostro, las cejas altas, los labios curvados en una sonrisa casi femenina, el cuello delgado y largo, los hombros rectos, el pecho bien erguido, la cintura delgada, cubierta casi siempre por las ricas telas rojas, sus piernas delgadas, largas, hechas para abrazar las caderas de un amante, abrió los ojos, sorprendido de sus propios pensamientos ¡era un Dios! Abriena era un Dios no podía desearlo, no de ese modo, él era un simple guerrero, se sintió aún más indigno al descubrirse excitado por la imagen de Abriena saliendo de esa misma cascada, resignado, "resolvió" su problema con las manos, de un modo duro, casi como un castigo a los deseos de su carne.
Regresó para encontrar ya las guardias de esa noche establecidas, iba a sentarse con los de las guardias, para también él velar esa noche, cuando uno de los hombres le informó que la diosa le había mandado hablar, Nabeun se levantó y se dirigió a la carreta, la "diosa" le veía entre las cortinas, en cuanto se acercó una sonrisa se dibujo en los apetecibles labios.
-¿me mandó llamar su alteza?
-si... los hombres me han dicho que no has dormido bien.
- no hay ningún problema por eso su alteza, estaré- Abriena estiró uno de sus largos dedos sobre los labios del hombre rubio.
- duerme conmigo
- ¿qué?
- necesitas descansar... y es una orden!- dijo levantando una ceja, alta y perfecta, Nabeun maldijo entredientes debatiéndose entre qué hacer, entonces suspiró pesado y largo.
- está bien...- miró a Abriena que sonrió de una manera terriblemente sensual
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