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Bajo la Sombra de una Iglesia por Supa_Mame

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Notas del capitulo: Shalala XD Capítulo nuevo YEY

Miraba por la ventana pequeña de aquella habitación de colores otoñales, sus brazos cruzados sobre su pecho, como normalmente estaban, su pose relajada y su semblante tranquilo, viendo a todas las personas que se podían apreciar desde aquella vista.

No podía creer que Edward estuviera tan cerca todo este tiempo… escondido en una iglesia, yendo contra sus propias creencias de la inexistencia de un Dios… aquel niño si lograba sorprenderle.

Miró por el rabillo del ojo a Edward, y sin poder evitarlo su mirada recayó en la pancita de Edward –Por lo que veo aquí te tienen muy bien alimentado –soltó con cierta burla en sus palabras, para después darle la cara al chico.

 

-Cállate…- Susurró el rubio colocando una mano sobre vientre y desviando su mirada hacia la pared en el lado opuesto en el que Roy se encontraba. –Que en este lugar muy y apenas nos llega comida a la mesa…

 

-¿Nos? –preguntó Roy colocando una mano en su cadera –Ahora te haces llamar católico y te involucras con una religión a la que tanto tiempo estuviste negando… eres un inmaduro, Acero –soltó Mustang acercándose al rubio y tomándolo de la mandíbula, obligándole a verle a la cara.

 

-Suéltame.- Ordenó tajante Edward con el cejo fruncido y empujando aquella mano lejos de su rostro. –Tú no tienes derecho a recriminar mis acciones.

 

No podía dejarse intimidar por aquel hombre nuevamente, ya mucho daño le había causado en arruinarle la vida, ahora no quería que le arruinara su nueva vida y la de su bebé.

 

Roy sonrió ante la agresividad pasiva de Edward y sin avisarle ni nada, tomó la mano izquierda del chico y lo jaló hacia la cama, acostándolo en ella con poca delicadeza, para después posarse encima de él.

-No has cambiado nada, Acero…-soltó mientras acariciaba con un cariño cálido la mejilla del rubio, muy cerca de su rostro…

 

Edward miró sus acciones con sorpresa y giró su rostro a un lado alejándolo de la mano de Roy, no queriendo que aquel hombre se atreviera si quiera a ponerle una mano encima.

-¡Quítate de encima, depravado!- Le ordenó muy molesto el rubio a ese coronel sobre él.

 

-¿Depravado yo? Edward… escúchate, solo dices cosas sin razonarlas en verdad –habló, acariciando el cabello del chico con su mano libre, mientras empezaba a besar el cuello del chico con cierta lujuria, más sintió algo al estar presionando el estomago gordito de Ed.

Una especie de golpe…

-¡¿Qué demonios?! –preguntó alejándose por completo de Edward, viéndole con ojos exaltados.

 

‘Gracias bebé…’, pensó Edward tomando aquella oportunidad para sentarse en aquella cama y arreglarse el cabello.

-Solo un depravado como tú intentaría abusar de alguien en territorio católico.- Sentenció el rubio con el cejo fruncido y un sonrojo atravesándose por sus mejillas mientras colocaba su mano humana sobre su vientre ya desarrollado.

 

-¿Qué… fue eso? –preguntó sin escuchar las palabras de Edward, viendo como colocaba su mano izquierda en su pancita grande, estaba un tanto confundido…

-¿Qué golpeó hace un momento?

 

Edward se quedó analizando la mirada oscura del otro por varios segundos. ¿Cómo reaccionaría si se enterase de la verdad? Eso podría ser divertido averiguar… pero a la vez era terrorífico…

No sabía si debía contarle…

-Nada que usted no deba saber.- Soltó el rubio en un intento de ocultar la verdad.

 

Roy frunció el cejo ante el comportamiento de Edward, y sin ser delicado, mucho menos atento, tomó otra vez las manos del chico, sujetándolas con fuerza sobre la cabeza de éste.

-Esto es una orden de tu superior, Acero –soltó cortante, sin importarle si Edward seguía siendo o no, Alquimista estatal.

Sin pedirle autorización a Edward, empezó a tocar aquella pancita por encima de la túnica.

 

-¡Suélteme!- Grito el rubio con desespero y pataleando en un intento de quitárselo de encima. -¡Déjeme en paz! ¡Deje de atosigarme, bastardo!

 

Una patadita dio el bebé otra vez, justo donde Roy palpaba, el pelinegro abrió sus ojos ante aquel golpecito, fuerte y certero.

Su mirada se posó en Edward…

-¿Qué… demonios era eso? –preguntó sin soltar al rubio, ni siquiera por la sorpresa el agarre de Roy en las muñecas del niño había desaparecido.

 

El chico del ceño fruncido estaba harto por la actitud del otro. Ya estaba sobre él, ya había notado que algo extraño pasaba en su cuerpo… Era mejor callarle la boca de una buena vez.

-Es mi bebé.- Soltó afirmando la posesión que tenía sobre el pequeño que crecía en su vientre. –Es el bebé que TÚ me embarazaste.

 

Roy abrió sus ojos en sorpresa ante las palabras de Edward, su mirada tembló.

¿Su bebé?... ¿un bebé que él había engendrado en el cuerpo de Edward?... ¡Estaba loco! Eso era imposible, aquello era una locura, por que…

-Eres hombre…-soltó como si eso jamás hubiera sido notorio para el pelinegro –No puedes procrear ¡No debes de procrear! –le gritó sin soltarle aún.

 

-¡No debo procrear sin embargo mi cuerpo puede hacerlo!- Le gritó devuelta el chico al mayor. -¡Y todo por que tu decidiste hacerte el gracioso y quisiste demostrarle a Havoc que podías acostarte conmigo!

 

Afiló la mirada con odio hacia Roy Mustang quien estaba sobre él. –Mira en el lío que me haz metido…

 

Soltó una carcajada ofensiva ante las palabras de Edward-¡¿Qué yo te metí en un lío?! –preguntó sintiéndose mosqueado por las acusaciones echas a su persona.

-¡A mi no me quieras echar la responsabilidad de esa cosa que tienes adentro! –se quejó mirando con resentimiento al chico bajo él –De seguro fue tu metidita de pata por andar de caliente con cualquiera que te pedía abrirte el trasero

 

Una cachetada fue lo que Edward le lanzó al coronel sobre él con su mano de automail. -¡Desgraciado!- Soltó ofendido el rubio y activo su alquimia al aplaudir sus manos para crear un puño que saliera del piso y que con él empujara a Roy fuera de la cama, quitándoselo de encima.

Con prisa se levantó de la cama y se acercó a su puerta para abrírsela al coronel.

-¡Lárgate! ¡Vete de aquí que no eres bien recibido!

 

Aquel golpe de alquimia si le había dolido, sin poder evitarlo, se agarró el costado donde había recibido el golpe, escupió sangre que manchó el suelo, su cuerpo estaba temblado.

-¡Agh!...-se quejó, por más que hubiera deseado en verdad salir, no podía ¡¿Pues que Edward estaba loco?! Podía mandarlo matar por atentar contra la vida del Coronel, además, de que ese golpe no había sido nada medido de fuerza… le dolía horrores.

 

Edward se quedó parado en su lugar sin moverse ni un solo centímetro hasta que notó la sangre que de la boca de Roy había salido. Los ojos de Edward se llenaron de preocupación por lo que había causado.

-¿C-coronel…?- Murmuró dando un paso al frente de donde se encontraba.

 

Se limpió de mala gana la boca de la que escurría sangre, se sentía como un completo idiota al verse, de cierto modo, vulnerable frente a Edward. Otra bocanada de sangre fue lo que salió de la boca de Roy, quien se la cubrió con fuerza, manchado su mano en el acto.

‘Duele… estúpido Acero…’

 

El rubio se llevó ambas manos sobre la cabeza y dio varios pasos atrás que temblaban y se tornaban inseguros por cada centímetro que se alejaban de aquel pelinegro en el suelo.

¿Qué demonios había hecho? ¡Había lastimado a Roy más de lo que realmente quería y no sabía que hacer! Aquella sangre no la esperaba ver…

Giró sobre sus talones y, con miedo, corrió hacia la puerta donde llamó a su mejor amiga de aquel lugar.

-¡Hermana Celia!

 

Mustang se seguía agarrando su costado, arrugando el chaleco azul del uniforme militar con su mano empuñada. La sangre seguía escurriendo de su boca, espesa y rojiza, manchando el suelo de madera de aquel cuarto pequeño.

 

La monjita joven entró escandalizada por semejante grito dado -¡¿Qué sucede, Edward?! –preguntó preocupada agarrando el collar de oración que siempre colgaba como regla.

 

Edward le tomó del brazo con sus manos temblorosas para después señalar a Roy con su mano derecha.

-Yo…

Pero es que Edward no sabía que decir, creía que el hombre en el suelo, el estado de su habitación y el puño trasmutado que salía del suelo, era más que suficiente en vez de una explicación.

 

Celia comprendió un poco la situación, ya que para ella, la alquimia solo era un pecado mal formado del ser humano, al cual no podía creer que Edward hubiera caído.

Olvidándose de ello, corrió en el auxilio del militar, intentando ayudarlo en lo que podía.

-¡Edward, no te quedes ahí! –soltó enojada la hermana, retirando del cuerpo del pelinegro el saquito azul e intentar ver la herida -¡Rápido, ve por el botiquín!

 

Edward no tardó en asentir y, así, salió corriendo con suma rapidez, olvidándose momentáneamente que estaba esperando un bebé.

Corrió por los pasillos en busca de dicho botiquín, sabiendo que de antemano él estaba en problemas.

 

Rato después, Celia curaba el torso pálido del pelinegro aplicando una pomada en aquel golpe enorme que se había tornado entre verdoso y púrpura por las venas que se habían reventado.

La monja miraba aquella herida con el cejo fruncido, mirando de reojo al rubio a pasos lejos de ella, negó con suavidad, sin dar crédito a lo que Edward había echo.

-¿Cómo se siente? –preguntó con voz suave, mirando de modo dulce a Roy, quien en cambio solo asintió dando a entender que un poco mejor.

-Aunque duele…

 

Edward se encontraba de pie mirando aquella escena mordiéndose su labio inferior con una mano rascándose la nuca y la otra sobre su vientre. Se sentía mal, no del todo por lo que le había hecho al coronel, sino por que jamás le había tocado ver a Celia enojada con él y eso no le gustaba en lo absoluto…

‘¿Después de todo esto que pasará?’, se preguntaba el chico al desviar su mirada hacia la ventana.

 

-Se fracturó una costilla –soltó lo suficientemente alto para que Edward le escuchara. Roy abrió sus ojos en sorpresa por aquella revelación.

‘¿Fracturada?...’ ¿Ahora como iba a explicar eso?... miró algo resentido al rubio, lo que había provocado llevaría varios meses de investigación.

-Edward –soltó la voz de Celia, parándose al terminar de atender a Roy, no le miró, le daba el perfil a Ed, en verdad estaba muy enojada con él.

 

-¿Si…?- Contestó el rubio en un susurro y mirando al suelo ante la indiferencia con la que Celia había comenzado a tratarle.

 

-Vas a cuidar del militar –ordenó mientras empezaba a guardar las gasas y pomadas en el botiquín, Roy abrió sus ojos ante aquello.

¡¿Qué Edward lo iba a cuidar?! Ya no salía vivo de ahí.

-Es tu penitencia, has obrado mal, el camino que nos enseña nuestro Dios no es el que tú estás mostrando con este hombre.

 

Edward abrió su boca con asombro y miró a Celia por varios segundos para después mirar a Roy y luego otra vez a Celia.

-¡P-pero si él se lo buscó!- Se defendió el rubio mostrando que estaba en desacuerdo con aquella penitencia. – ¡Él me ofendió y me levantó falsos..!

No quería cuidar de Roy, ni siquiera verlo... Aquel hombre le había insultado de una manera cruel que ni siquiera él podía aguantar

 

-¡El resentimiento y venganza no es el camino que se te ha enseñado durante estos siete meses! –soltó con ese acento exaltado, más su cuerpo seguía tieso del enojo por el comportamiento del rubio.

-¡Nuestro señor jamás levantó una mano contra su agresor! ¡Al contrario! –miró ahora a Edward, directo a esos ojos dorados, chocando con la mirada amielada de la monja -¿Qué nos enseñó?

 

Aquellos ojos hicieron que, al ser intimidado Edward, un escalofrío recorriera su espalda y rápidamente escondiera sus ojos mirando a un lado en lugar de ver los otros en aquella habitación.

Edward se quedó callado varios segundos más no tardó en responder. –Que siempre debemos ofrecer la otra mejilla al ser abofeteados…

 

-Si lo sabes, deja de actuar en contra de los ejemplos de nuestro señor –dijo y tomó el botiquín en sus manos y se acercó a la puerta de madera tomando la perilla dorada, casi sucia.

Roy escuchaba atento la conversación, viendo que Ed había sido “lavado” del cerebro con ideologías católicas sobre como tratar con otras personas, para él… aquello no era verdad, uno pagaba los errores e insultos que había dado…

Celia cerró la puerta tras de sí.

 

El silencio reinó en aquella habitación donde Edward permanecía de pie y con su mirada en el suelo mientras que Roy se encontraba malherido sobre la cama del menor.

Edward no sabía que decir… No quería admitir que se había equivocado al haber reaccionado de aquella manera aunque, de verdad, estaba un poco arrepentido y su orgullo no le dejaba sacarlo a flote.

 

Roy miraba las vendas en su torso que cubrían el morete que había provocado Edward en su cuerpo, frunció el cejo con fastidio y miró con enojo al rubio.

-¿Y ahora como pretendes que explique esto, Acero? –preguntó con resentimiento, frunciendo el cejo en desagrado –Es obvio que voy a tener que informar al Fuhrer de tu estadía en este lugar.

 

-Si lo haces, tan solo lograrás que me encuentren.- Susurró recordando las palabras de Mustang sobre lo que ahora se creía que Edward era un fugitivo. No quería imaginar que clase de cosas le harían si el ejercito lo encontraba, y mucho más en su estado…

Si Roy le apreciaba tan siquiera un poco, esperaba algo de comprensión por su temor y algo de ayuda…

 

Le miró por unos momentos, parecía algo preocupado por lo que llegara a decir Mustang, prácticamente lo tenía en sus manos, pudiendo hacer con él lo que quisiera ya que su secreto lo sabía.

Pero también estaba la vida de ese bebé… esa criaturita que Edward juraba y perjuraba que él era el padre… ese bebé solo era una victima en la situación, no podía simplemente dejarse dominar por su coraje y antipatía hacia Edward y perjudicar también a ese pobre bebito.

Suspiró con hastío ante la encrucijada… ¿Qué hacer?

 

Edward había quedado cabizbajo en espera de lo que Mustang tuviese planeado hacer en su contra o a su favor. Jamás le había gustado sentirse presa fácil, sobre todo con ese coronel que tanto daño le había hecho. Había cambiado su vida en tan solo una noche…

Edward ya no sabía que decir o pensar…

Una tremenda punzada en su vientre fue lo que sintió Edward al chillar entre dientes con dolor y apretar sus ojos cerrados. Llevó sus manos a su vientre y se quedó inmóvil tratando de ignorar aquel dolor extraño que sentía.

 

-¡Acero! –preguntó asustado Roy al ver la reacción del chico, que de la nada parecía que sentía mucho dolor.

Intentó pararse pero un horrible latigazo de dolor le detuvo, haciendo que se encorvara hacia el frente y se agarrara el costado con fuerza.

-¡Agrh!... rayos… -gruñó apretando con fuerza las sabanas en sus manos, intentó aguantarse el dolor, pero aquello era casi imposible.

El bebé estaba igual de angustiado que su ‘mamá’

 

-¡No te muevas!- Pidió el rubio de ojos cerrados cuyo corazón latía con rapidez y ambas manos sostenían su vientre con fuerza sobre protectora. Intentaba aparentar que no le dolía mucho pero eso era prácticamente imposible. –Sólo vas a lograr dañarte más de lo que ya estas. ¡Yo estoy bien…!

 

¿Y si esa criatura estaba igual de asustado que su padre por el futuro incierto que le esperaba?...

Intentó calmarse un poco, pero le resultaba un tanto problemático, hasta que miró las piernas de Edward, un hilo de sangre comenzó a resbalar por la de automail.

-Estas sangrando…-susurró sin poder alarmarse ante la situación, estaba pasmado.

 

El rubio ya no aguantó de pie, sus piernas temblaron y ya no pudieron soportar el peso de su cuerpo. Edward cayó de sentón en el suelo al escuchar las palabras de Mustang, abrió sus ojos con cierto problema y miró su vientre por varios segundos.

¿Y si su bebé ya iba a nacer? Pero si le faltaban dos meses más, según él era demasiado pronto…

Se encorvó hacia delante y se abrazó de su vientre, había comenzado a sudar sudor caliente.

 

-¡Que alguien venga! –gritó Roy, sin importarle que al hacerlo, su cuerpo lo resintiera -¡Dense prisa! ¡Que alguien venga! –insistía el pelinegro, mirando a la puerta cerrada, ver a Edward asustado por el bien de su bebé no lo ponía nada tranquilo.

Celia entró al cuarto con rapidez, seguida de varias monjitas más.

-¡Edward! –gritó asustada, corriendo para socorrer al rubio, las demás la imitaron, ayudando también a Roy quien se había movido más de la cuenta.

 

Edward se tomó de los brazos de Celia para así voltearla a ver con sus ojos acuosos y llenos de miedo. –C-creo que mi bebé ya va a nacer…- Susurró con el terror palpable en su voz. –Se está moviendo mucho y-y duele…

 

-¡Tranquilo! –pidió Celia en un tono de voz calmado, más por dentro estaba aterrada, ya había presenciado con anterioridad partos de mujeres que pedían asilo a la iglesia, pero… ¿Cómo era en caso de un hombre? -¡Martha, llama al doctor de servicio, que venga enseguida, las demás preparen mi habitación con todo lo necesario para tener a Edward ahí! –ordenaba la monjita joven, todas acatándolas a prisa –Rose tu ayuda al militar junto con Armony –ambas chicas asintieron y ayudaron a estabilizar al pelinegro.

 

Para el ojidorado todo lo que sucedía pasaba en cámara lenta. Veía a todas las monjas correr, cumpliendo con sus órdenes obtenidas y él, tan solo buscaba consuelo a su dolor en los brazos de Celia. El sudor resbalaba por su frente como si fueran lágrimas, su cuerpo temblaba como lo hacía su boca por donde salían quejidos de dolor.

¿Qué se supone que venía ahora? Quería tener a su bebé pero… el dolor que sentía le hacía pensar lo contrario.

-¡Ah!- Otra contracción fue lo que sintió el chico cuyas lágrimas hicieron acto de presencia en aquella escena.

 

Celia, junto con otra monjita ayudó a Edward a pararse, ya que ambas no podían con el chico por tener esas partes de metal en su cuerpo. Se lo llevaron del cuarto en el que estaba Roy, quien miraba como lo alejaban con rapidez, no sabía por que, sentía pena por el chico… pero nada de remordimiento.

Fue atendido por las dos monjitas.

 

Tenían a Edward recostado en la cama blanca de la habitación de Celia. El rubio de los ojos entrecerrados miraba a su alrededor sintiéndose muy ajeno a lo que sucedía. El sudor ya había causado que sus flequillos se adhirieran a las mejillas tostadas y humedecidas del chico que estaba a punto de dar a luz.

Por lo que había logrado escuchar, el doctor que lo atendería ya había llegado y pronto le ayudarían a tener a su bebé.

‘¿Por qué me siento tan solo?’, se preguntaba el rubio en sus pensamientos. ‘¿Por qué siento que me hace falta apoyo en esto?’

 

Todas las monjas ayudaban en lo que podían, hasta que fueron sacadas por el doctor, dejando solo a Celia y a otra para que le ayudaran en lo que se necesitara.

-Esto si que va a ser difícil…-soltó el doctor, pensando en como podía sacar al bebé del cuerpo de Edward, ya que lo tenía de piernas abiertas, tenía a vista la entrepierna y ano del pequeño, el cual lucía más grande de lo normal, el doctor, un anciano pelón y de mirada aburrida, inspeccionó aquello, con sus manos enguantadas por precaución a contagios, tocó el ano del chico, sintiendo aquella sustancia que ya parecía tenía rato de estar segregando.

 

-Sólo sáquenme a mi bebé…- Pedía el rubio sonrojado por sentirse tan descubierto. Gotas de sudor comenzaban a confundirse con sus lágrimas, Edward por inercia tenía sus dos manos sobre su vientre que seguía punzante por el dolor que sentía. –Me duele mucho…

La monjita, que ayudaba junto con Celia, tomó una toallita humedecida y la colocó en la frente del rubio en un intento de ayudar contra aquel sudor que el rubio experimentaba.

 

Olvidando la curiosidad médica, el doctor empezó a hacer su trabajo –Bien, chico… creo que entiendo como planea salir este bebé –dijo el doctor intentando transmitirle calma al rubio.

Celia veía al rubio, tomando una mano de éste para que sintiera que ella estaba ahí.

-Cuando te diga que pujes… tu puja con fuerza –aclaró el doctor -¿Entiendes?

 

Edward asintió tomando la mano de Celia sin poder ocultar como la suya temblaba por lo que iba a suceder y cerró sus ojos. –De acuerdo…- contestó respirando hondo e intentando calmarse.

La monjita limpiaba el sudor del rostro de Edward mientras anticipaba lo que venía.

 

Miró de nueva cuenta el ano del chico, esperando que su idea diera resultado, separó un poco más las piernas de Edward.

-¡Puja! –pidió el doctor, Celia agarró con fuerza la mano del chico.

 

Y Edward pujó con fuerza, gritando de dolor al hacerlo y sintiendo como su ano se abría un poco y como un peso se recargaba contra él. -¡A-ARGH!- Gritaba con fuerza.

 

Roy había sido dejado solo ya una voz bien atendido, esperando cualquier noticia que le llegara sobre Acero o algo que le dijera que al menos todo estaba bien.

Escuchó un grito fuerte un poco alejado y sin poder evitarlo se sobresaltó ante esto -¿Qué… rayos? –sudó una gota, ese grito había sido de Edward, ¿pues que le estaba haciendo?

 

-¡Vamos, chico! –motivaba el doctor por la poca fuerza que metía Edward en sus intentos por sacar al niño.

Celia miraba al su amigo con un poco de preocupación.

 

-¡Es muy difícil!- Gritaba el chico entre dientes al volver a pujar, esta vez mas fuerte y sintiendo como cada vez lograba expandir su entrada más. -¡Duele!

 

-¡Lo sé, chico, pero vamos!…-pedía más el anciano, esperando al menos ver la coronilla del bebé, la cual ni siquiera se veía entre la oscuridad de la entrada del rubio.

-¡Vamos, chico! ¡Soportas que te pongan esas cosas de metal y no puedes traer un niño al mundo! –soltó azorada Celia, motivando a su amigo a que diera lo mejor de sí, esa criaturita tenía que nacer -¡Vamos, puja con fuerza!

 

Era verdad. Este dolor no se comparaba en lo absoluto con el dolor que sentía cada vez que le conectaban sus implantes a los nervios. ¡Podía con este dolor! ¡Debía traer a su hijo al mundo!

Edward asintió al sentir aquel húmedo pañuelo refrescarle el rostro y apretó sus ojos a cerrar, pujando con fuerza y como si su vida dependiera de ello.

-¡¡ARGH!!- Gritaba al pujar y apretar sus dientes. -¡¡V-VAMOS BEBÉ!!

 

Roy levantó una ceja al escuchar aquello desde lejos -¿Pues como se supone que está naciendo ese niño? –se preguntaba Mustang, con una mano en su boca y preocupado por la seguridad de aquel infante.

Suspiró ante esto, recostándose mejor en la cama, esperando a que todo terminara y tapándose los oídos para dejar de escuchar los lloriqueos de Edward, él solo se metió eso en el cuerpo, pues que ahora afrontara las consecuencias.

 

-Vamos, chico, ya casi lo veo –motivaba el doctor, con el cejo fruncido. Celia intentaba ver, pero la otra monjita le miraba reprobatoriamente, ya que… Edward no era mujer, ellas no podían presenciar ese nacimiento directamente, pecarían de mironas.

 

-¡¡Unnngh!!- Edward pujaba con fuerza, apretando en el proceso la mano que Celia le había ofrecido como soporte. Volvía a pujar sin que el doctor le dijera, sentía que si paraba tan solo las cosas se le dificultarían.

 

-Ya veo la cabecita, ¡Vamos, chico, tu bebé ya va a salir! –insistía el doctor, agarrando la cabecita ensangrentada del pequeño que salía de apoco.

Celia se había emocionado ante esto y reafirmó su agarre -¡Vamos, Edward, tu puedes! ¡Puja, puja, puja! –insistía la monjita con ánimos -¡Vamos, chico, si tu madre pudo, tu también!

 

-¡Mi madre no tuvo que sacarme por el tra…!- Comenzó el rubio para después ser interrumpido por la otra monjita.

-Tratemos de abrirle un poco más las piernas para ayudarle a que el bebé salga con más facilidad.- Dijo la monjita emocionada de igual manera como Celia por lo que sucedía.

Edward pujó con su voz ya ronca de tanto gritar.

 

Celia asintió, tomando la pierna de automail del chico, separándola un poco, casi alejándola de la cama, igual que la otra monjita la humana, Celia tuvo que soltar la mano del chico para poder sostener el metal pesado.

-¡Vamos, chico, deja de discutir y concéntrate! –regañó el doctor, con un poco más de visión y libertad para el bebé con la ayuda de las monjitas -¡Un esfuerzo más!

 

-¡¡AAARGHHH!!- Gritó Edward al pujar con todas sus fuerzas y sintiendo como su cuerpo se liberaba de una gran cantidad de peso ante aquel gran esfuerzo que había hecho.

Se escuchó el llanto de un bebé resonar por toda aquella habitación.

 

Un extraño silencio invadió aquellos cuartos, un grito desgarrados, otro silencio y después…

El fuerte llanto de un bebé, Roy levantó su mirada ante esto -¿Eso… es… un bebé? –se preguntó mirando la puerta cerrada del cuarto.

 

Un bebé lloraba con fuerza en los brazos del doctor, quien lucía feliz –Es un varón, chico –dijo muy emocionado, dándole el bebé a la monjita para que pudiera lavarle y después entregárselo al exhausto padre.

 

-¿Tengo que… seguir pujando?- Preguntaba Edward entre jadeos, mirando a su alrededor con su mirada soñolienta. Aquel esfuerzo lo había dejado de verdad exhausto, sentía como su cuerpo le demandaba descanso pero Edward no accedía a dárselo.

 

-No chico…-soltó Celia, acariciando los cabellos mojados de Ed como si fuera su madre –Ya todo acabó… duerme…-pidió besando la frentecita perlada en sudor –Tienes que recuperar muchas fuerzas para tu bebito…

El doctor miraba la escena enternecido, mientras se limpiaba las manos con una toalla húmeda.

 

-Si…- Susurraba el rubio con parpados pesados y con una sonrisilla cansada. –Mi bebé tiene hambre… de seguro va a querer comer…

Quería conocer a su bebe pero… de verdad que no podía mantenerse despierto, estaba muy cansado y el sueño era un rival muy fuerte con el que se enfrentaba. Edward no tardó en cerrar sus ojos y quedar profundamente dormido…

 

Todas las monjitas del convento estaban maravilladas con el nuevo inquilino de la casa, aunque todas se morían por cargar al pequeño varoncito, no podía ser, ya que aún era muy pequeñito para andar de mano en mano.

-¡Pero mira esa carita! –soltó una chica blanca con brillitos en los ojos.

-¡No, mira la boquita que pone! ¡Ay, que monada!

-¡Olviden eso, nada más miren la pelusita que tiene por cabello!

 

Ya habían pasado unas horas desde el nacimiento del bebito y todas brillaban de emoción viendo al pequeñito en las manos expertas de la monja más grande de todas, quien se encargaba de limpiar al pequeñito.

-¡Dejen de estorbar, niñas! –soltó la anciana, el bebé lloraba con fuerza por sentir el aire frío en su cuerpecito -¡Vayan a atender al militar y a Edward!

Todas hicieron unos pucheros y salieron del baño estilizado para el bebé.

 

Una monjita entró a la habitación de Edward donde Roy se encontraba recostado. Ella tenía el cabello rojizo y unos ojos enormes que denotaban amabilidad, llevaba en sus manos un vaso de agua para ofrecérselo al pelinegro suponiendo que tal vez estaría sediento.

Con una sonrisa amable, le ofreció el vaso de agua refrescante al coronel del cuartel.

-Aquí tiene…

 

-Gracias –soltó el pelinegro, recibiendo el vaso de vidrio y tomando de éste, la verdad si que tenía sed desde hace un rato, bajó la mirada y se quedó viendo su vaso un momento… pensando.

-¿Están bien…? –preguntó mirando a la chica directo a los ojos.

 

La monjita lo miró curiosa. -¿Quién? ¿El bebé o Edward?- Preguntó con amabilidad en su voz.

 

Roy se quedó pensando en su respuesta –El bebé –soltó enseguida de pensarlo -¿Qué fue? –preguntó dejando el vaso en el buró de noche que estaba a un lado de la cama.

 

-Fue un hermoso varón.- Contestó la muchacha cerrando sus ojos y sonriendo alegre. –Jamás había visto a un niñito tan bonito como es ese bebé que nació hoy.

 

-Ah ya veo…-soltó, sin sentirse emocionado, ni nada… estaba claro, ese niño no era suyo, se suponía que esas cosas podían sentirse y el no sentía nada por ese pequeño que quien sabe en donde estaba.

Suspiró con fuerza y se acomodó mejor en la cama, tenía que avisar al cuartel sobre su ubicación… ¿pero… lo haría de la de Edward?

 

Los orbes doradas se abrieron lentamente después de haber estado cerradas por horas mientras el cuerpo de Edward llevaba a cabo su merecido descanso.

Se quedó mirando el techo varios segundos, metido en sus pensamientos y no estando cien por ciento despierto como debería estarlo.

 

Llevó su mano instintivamente a su vientre y se llevó la sorpresa de ya no encontrar el bultito que estaba acostumbrado a sentir en aquel lugar. Su vientre estaba plano…

La sorpresa invadió su rostro y rápidamente intentó sentarse para así ver directamente su estómago pero sus acciones se vieron interrumpidas por el dolor que sintió en aquel esfuerzo.

-A-Ah…

 

-Tranquilo –soltó Celia, ayudando un poco al rubio para que quedara medio sentando en la cama –El doctor dijo que te dolería un poco por no estar acostumbrado tu cuerpo –dijo con un ligero sonrojo en sus mejillas, la conversación era un tanto penosa para la monjita -¿Cómo te sientes?

 

-Adolorido pero más ligero…- Admitió el rubio mirando por varios segundos a Celia para después ser acechado por la pregunta que su mente se hacía segundo a segundo. -¿Dónde está mi bebé?- Preguntó sonando entre preocupado e ilusionado por conocer al bebé que lo acompaño por estos siete largos meses.

 

-Lo más probable es que la madre superiora te lo traiga en un momento –informó Celia, acomodando los flequillos de Edward tras su oreja con cariño –Lo estaban bañando para que estuviera limpiecito.

Un llanto fuerte se escuchaba cada vez más cerca, la madre superiora entró en el cuarto de Celia con un bultito muy pequeñito en sus brazos regordetes.

-Este niño como llora, tiene unos pulmones muy fuertes –se quejaba la anciana mujer, encaminándose hacia el rubio en cama.

 

Edward abrió sus ojos con sorpresa al ver al que creía su hijo acercándose cada vez más gracias a la madre superiora que lo traía en brazos.

La impresión y sorpresa apareció en el rostro de Ed, quien se las había ingeniado para quedar bien sentado en la cama, dispuesto a recibir a su hijo con sus brazos.

-¿Mi bebé?- Preguntó emocionado y con la notoria sonrisa de felicidad en sus labios.

 

El bebé seguía llorando con fuerza, como si su mundo se le fuera a acabar en un momento y la anciana monja asintió ante la pregunta.

-Si, Edward –comentó cariñosa –Esta pedacito te pertenece –entregándole el bebito llorón a los brazos de su ‘madre’.

 

Edward lo cargó sin importarle el llanto que su niño llevaba a cabo y sin borrar aquella sonrisa llena de alegría que portaba aquella tarde.

Miraba a su hijo llorar pero aquello, para Ed, era una escena demasiada tierna como para dejarse atolondrar por aquel llanto.

-Este es mi niño…-Susurró mirando al bebé en llanto y atreviéndose a acariciarle la mejilla rosada del infante. –Hola bebé…

 

El pequeñito miró con lagrimitas en los ojos al rubio, con sus grandes ojitos dorados. Celia miraba enternecida como la mirada y faz de Edward había cambiado de la nada, dejando solo una atmósfera de amor, cariño y paciencia cerca de su amigo, era sorprendente lo que un hijo podía ocasionar en una persona, a Ed, le dejaba ver ese lado amoroso que se había escondido por lo sufrido meses atrás.

-Se parece mucho a ti –susurró Celia, sin atreverse a tocar al bebito que seguía llorando con fuerza.

 

-¿Tu crees?- Preguntó el rubio que abrazaba contra su pecho al bebé cariñosamente, lleno de amor al arrullarle lentamente. –Yo solo sé que lo quiero mucho…

 

-¡Pero chico! ¡¿Cuál amor, si se te está muriendo de hambre desde que nació?! –soltó preocupada Celia alzando los brazos al aire, la madre superiora la miró con reproche ante la actitud nada propia de una monja.

Celia se calló avergonzada.

 

Edward parpadeó confundido varias veces para después mirar a su hijo y sudar una enrome gota. –Es cierto, lo había olvidado…- Susurró el rubio algo avergonzado para después quedarse pensando varios segundos y confundirse aún peor. –Y… ¿cómo se supone que le daré de comer? si yo… bueno…- Se sonrojó un poco.

 

Ambas monjas se miraron entre ellas y se sonrojaron también ante esta revelación, Edward no podía darle de comer al pequeñito ya que carecía de un busto preparado como el de la mujer.

-Ah caray… pues esto si es un problema –soltó Celia con una enorme gota en la cabeza -¿Llamo al doctor otra vez? –preguntó la monjita amiga de Ed, la madre superiora solo asintió y Celia salió de su cuarto para llamar al doctor casi enseguida.

 

El rubio besaba las mejillas de su bebé con cariño, intentando trasmitirle calma y paz para que este supiera que todo estaría bien. Sabía que su hijo tenía hambre pero no podía hacer nada por ello hasta que el doctor les recomendara que hacer…

 

-Calma bebé…- Susurraba Edward meciendo a su hijo en brazos y sin encontrarle un límite a su paciencia. –Ya verás que en un momento más comerás muy rico…

 

Roy tenía la almohada en su cabeza, intentando acallar esos gritos molestos –Pero tenías que nacer ahora –pensó con fastidio, peor no por el pequeñito…

Minutos después llegó Celia ligeramente pálida, y un sonrojo en sus mejillas que resaltaba de más.

-¿Qué a pasado, niña? ¿Qué te dijo el doctor? –preguntó la madre superiora un poco cansada de los griteríos del pequeñito.

-Pues que… tome leche –dijo en un murmuró y viendo al bebito que seguía llorando con fuerza.

 

-¿Leche?- Preguntó el rubio que aún mecía a su bebito en brazos y mirando a su amiga con una ligera confusión. -¿De la botella, verdad?

 

-Esto… no –dijo Celia con varias gotitas más en la cabeza y riendo nerviosa.

-Entonces, hermana ¿Qué te dijo el doctor? –preguntó la madre superiora a Celia.

-Pues que le diera pecho –dijo, ladeando la mirada a otro lado, demasiado avergonzada.

 

-¿E-eh? ¿Y-yo?- Preguntó el rubio de verdad sorprendido y sin poder ocultar el rubor que se aparecía en su rostro. Miró al bebé y luego a su propio pecho. -¿Acaso eso es posible hacerse?

 

-Pues… dijo el doctor que te examinó mientras dormías y que si puedes –hablaba ruborizada -¡No me hagas repetir lo que dijo, es penoso!

-Pues en todo caso a nosotras solo nos queda dejarte en privado –habló la madre mientras tomaba a Celia de la mano ya que s ele vía toda la intención de querer quedarse ahí para ver al pequeño alimentarse.

-Oh, que aburrida es usted, madre superiora –se quejó la chica y cerró la puerta tras de sí.

El bebito seguía reclamando su alimento.

 

Edward lo miró por varios segundos y después trago en seco. –B-bueno, creo que solo nos queda probar si es cierto…- Dijo el rubio quien comenzó a desabrocharse la camisa de botones con la que le había vestido después del parto. Una vez descubierto uno de sus pezones el rubio se sonrojo y acercó a su hijo a él, teniendo su boquita frente a aquel botoncito rosa que lucía un poquito más gordito que lo normal.

 

El pequeñito no dudo ni cuarto de segundo en aceptar aquel pezoncito regordete y rápidamente lo capturó entre sus labios pequeñitos, empezando con ello una succión para poder alimentarse a gusto con la leche que segregaba el cuerpo de Edward.

El llanto había cesado.

Miraba atento con sus ojitos dorados a esa persona que no tenía idea de quien fuera.

 

Edward se sentía extraño pero en cuestión de segundos se acostumbró y una sonrisa cariñosa se mostró en su rostro amoroso con el que miraba a su hijo.

-De verdad que no te pareces en nada a él…- Susurró con triunfo al acariciarle la mejilla a su pequeño que se alimentaba gustoso.

 

El pequeñito hipó con fuerza y continuó alimentándose de aquella persona que le miraba con tanto amor, cerró sus ojitos dorados y los volvió a abrir con suavidad.

 

Roy miraba el techo de la habitación aburrido, al parecer el pequeño ya había sido callado, daba gracias a eso… pero la curiosidad le embriagó el pecho.

Quería saber como era el pequeñito que había tenido Edward… bufó retirando esa idea de su cabeza con rapidez.

Frunció el cejo, ahora tenía que guardar ese secreto si no… ese pequeño también sería perjudicado.

 

SAIGO NO KAJITSU: http://www.youtube.com/watch?v=WXGCc8gKsQg

 

Notas finales:

Universo Arcaico de SupaMame

¡PALO!

Minna, ¿Como andan? Pues a Akia se le murió el cargador de su laptop y ando esperando que se arregle D: Así que esta ocación me tocó a mi subir el siguiente capitulo :D

 

Ya nació el bebé!! (Fue muy rápido XD) Pero yo amo de verdad las partes de Edo con su bebé jajaja es bonito escribirlas.

 

Oigaaan dejen comentarios, nos encantan y siempre los leemos las dos :D Graxe ;D

AGRADECIMIENTOS ESPECIALES A:

caro

Seiketo Nayset

mabeling

yuki kunimitsu

Hasaya

samiyumi

serika kao

Marieth

Dara Lee

mar snape

Seika_Lerki

shao_kino

 

¡GUBAI!

PD: Ya saben, sin review no hay actualizaciones. =D

PD:Tengo muchas ganas de escribir pero me da flojera seguirle a mi libro X'P

 

LOS QUEREMOOOS Y NOS VEMOS EN EL PROX CAPI (*cough*dejen reviews*cough*)

 

 


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