El deseo más profundo.
La puerta de la cocina fue abierta estrepitosamente, tras ésta se encontraban dos masculinas figuras, una de ellas haló con brusquedad a la otra al interior del recinto, y de un aventón lo sentó sobre una de las sillas.
-¿¡Se puede saber qué diablos estabas pensando!? -vociferó el espadachín, mientras con su puño derecho golpeaba la mesa y dirigía su furiosa mirada al cocinero sobre el asiento.
-¡Ese no es tu problema estúpido marimo! ¡Yo sé bien lo que hago! -respondió con voz elevada; estaba demasiado alterado como para tolerar las críticas de Zoro.
La ira del peliverde aumentó considerablemente, con su mirada encolerizada observó al rubio, y vio que por todo su traje había rasgaduras, que en su cuerpo se convertían en rasguños, en el rostro también los tenía, y lo más grave era una herida en el hombro, ocasionada por una bala que lo atravesó, la cual aún sangraba. No había consecuencias serias, pero de cualquier forma...
-¡Pero mira que eres idiota! ¡Te cruzaste en una lluvia de disparos! -continuó con lo que parecía ser un regaño, en el mismo tono anterior.
-La señorita necesitaba su...
-¡Pudiste haber muerto! -hizo la observación, sin dejar a Sanji excusarse.
-¿¡Y a ti qué te importa!? ¿Acaso crees qué eres el único capaz de sacrificar su vida? -gritó el pelidorado, al tiempo que se ponía en pie y violentamente colocaba las manos sobre la mesa.
-Yo no sacrificaría mi vida por algo tan estúpido -afirmó mientras encaraba al cocinero, y también colocaba ambas manos sobre el comedor.
-¡Claro! Se me olvidaba que tú sólo sacrificarías tu vida por él -soltó Sanji, en un tono que bien lo dicho pudo parecer un reclamo.
-¿Qué...? -el primer oficial se desconcertó ante las palabras del rubio, así que enarcó una ceja para manifestarlo.
-En ese momento no te importó. Peleaste contra ese sujeto para proteger a Luffy. Cambiaste tu vida por la suya -Sanji agachó la cabeza, pues ya no era capaz de sostenerle la mirada al peliverde.
-Él es el capitán de este barco, es el guía de esta tripulación...
-¿Pero tenías qué ser tú? Rechazaste que ocupara tu lugar...
-No hubieras tenido posibilidades -se justificó Zoro. Ahora su voz era más calmada.
-¡Mentiroso! A ti no te importaba lo que hubiera podido pasarme, sólo deseabas ser tú quien lo salvara, porque lo amas -reveló el delgado rubio.
-¿¡Qué!? -Zoro no quería creer lo que escuchaba; sintió que la ira regresaba a él con más fuerza, y en un arrebato de coraje, tomó al rubio por el cuello de su traje y lo izó violentamente, de manera que sus pies quedaron a unos veinte centímetros despegados del suelo, para luego aún levantado, ponerlo contra la pared y allí retenerlo.
-Soy capaz de dar mi vida por Luffy, y cualquiera de la tripulación, y sé muy bien que tú igual. Pero, yo no permitiré que lo hagas -reveló el guerrero- ¿Crees qué sería feliz si murieras? -preguntó con la esperanza de que el rubio comprendiera que también era muy importante para él.
-Mentiroso -susurró al tiempo que fijaba su vista en la del peliverde.
-¡Estúpido cocinero cejas de sushi! ¡¿Por qué no te das cuenta de que te amo?! -Zoro se arrepintió de haber dicho eso un segundo después de hacerlo. Acababa de confesar los sentimientos que tan celosamente había guardado.
Sanji abrió los ojos desmesuradamente ante las palabras de su nakama, jamás imaginó que algo así pudiera llegar a suceder, simplemente eso no estaba en sus deducciones. Si lo que Zoro decía era verdad... Sanji no pudo evitar que su corazón se llenara de emoción, y que su cuerpo comenzara a temblar, además de algunas lágrimas que se fugaban por ambos ojos, uno visible, y el otro no.
Para Zoro no pasaron desapercibidas las reacciones del culinario rubio, aunque no las entendía muy bien, cierta felicidad lo embargó. Y finalmente optó por soltar al elegante mozo de su agarre, haciendo que éste tocara nuevamente el suelo.
Las lágrimas de Sanji se hicieron más numerosas, y un pequeño puchero apareció en su rostro. Zoro observaba cada una de sus acciones detenidamente, perdiéndose en ellas, y antes de que pudiera reaccionar, los gráciles y calidos brazos del delgado individuo frente a él, ya lo habían rodeado y lo estrechaban con fuerza.
-Yo... no deseaba que Luffy muriera, quería protegerlo como él siempre a nosotros. Pero... cuando vi que tú... yo... pensé que si algo te pasaba... yo no podría continuar. Pero no pude proteger a nadie, ni a él, ni a ti. Me sentí muy aliviado cuando ambos estuvieron bien. Pero comencé a pensar que tal vez lo amabas... y yo... yo no deseaba eso, porque me di cuenta de que jamás soy tan feliz, como cuando estoy contigo.
-¿Te pusiste celoso, cocinero pervertido? -Preguntó Zoro con un tono que disfrazaba su emoción, mientras correspondía al abrazo de Sanji y una sonrisa aparecía en su rostro.
-No. Me puse MUY celoso -corrigió.
- Me pregunto ¿Por qué estarás celoso? Sanji -Indagó, tan sólo para escuchar la anhelada respuesta.
-¡Porque te amo, marimo idiota! -reveló el de dorados cabellos para luego clavar el rostro en el cuello del musculoso hombre.
Zoro levantó nuevamente a Sanji, pero ahora lo hizo tomándolo por la cintura y de manera más delicada, se encaminó hasta la silla que antes ocupó el de potentes patadas, se sentó sobre ésta, y el rubio, quien seguía aferrado al cuello del espadachín, quedó sobre sus piernas.
Con total cuidado el peliverde tomó el fino mentón y contempló el hermoso rostro, para finalmente unir sus labios con los del ser amado, y así comenzó un beso profundo y parsimonioso, en el que ambos se daban tiempo para inspeccionar el territorio hasta ahora desconocido.
Al finalizar el beso Sanji se acurrucó sobre el trabajado torso de Zoro, y colocó la cabeza sobre el hombro de su ya amante, luego cerró los ojos para poder disfrutar aún más de la paz y felicidad que en esos momentos experimentaba. Estaba tan relajado que no tardó mucho en quedarse dormido.
El peliverde notó la respiración pausada y profunda del delgado ser, y sonrió para después tomar una de las finas manos del rubio y darle un pequeño y suave beso.
-Eres un contraste total, te ves tan delicado, pero eres tan fuerte, tu vestir es tan formal y tu carácter tan espontáneo, eres un mujeriego y ahora te enamoras de mí, que soy un hombre ¡Te amo cocinero idiota! -expresó el poderoso espadachín con tres espadas. Para luego dar un beso en la frente de quien por mucho, era el mayor de sus tesoros.
Ahora además del poder que les daba la hermandad entre nakamas, tendrían la fuerza que brinda la persona amada... Por siempre.
FIN