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MILAGROSO AMOR por mitarai makosla

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Notas del capitulo: ME ESTOY TARDANDO UN POCO EN SUBIR LOS CAPITULOS, ESPERO POR FAVOR QUE LO COMPRENDAN, PERO HAY COSAS QUE HACER... Y TODO ESO. EN FIN. OJALA LES GUSTE ESTE CAP.

     -Amo Edward, ¿no le pereció que el señor Víctor no ha cambiado nada en lo absoluto? – preguntó agradable el mayordomo mientras terminaba de poner a Edward su ropón para dormir.

     -sigue siendo el mismo payaso inconciente y desconsiderado que ha sido desde que estudiamos en la academia; mira que sacarme al jardín aún cuando le dije que no quería salir… abusa de un inválido… - contestó frío y molesto como siempre.

     -¿en serio no se sintió mejor saliendo a tomar el aire fresco de sus jardines?

     -en lo absoluto. Mirar el césped y los arbustos… y las rosas… mirarlos sólo me hacía desear desesperadamente correr. La mente lo clamaba, pero el cuerpo no respondía; me siento impotente al ver o salir al jardín.

     -usted no es un impotente… - antes de que pudiese decir otra cosa, fue bruscamente interrumpido.

     -¡¡¡soy un impotente!!! ¡Esclavo de esa silla! – exclamó señalando la silla de fina y brillante madera que yacía junto a la cama; para Edward, esa silla parecía sonreír malévolamente. – llévate la charola y ya no toques a la puerta, quiero dormir, estoy cansado.

     -sí Amo, por favor dispénseme por lo que dije. – expresó Ethan agachando su cabeza ante su señor.

     -vete ya – sólo se limitó a responder altaneramente. El mayordomo luego de haber cobijado a Edward, salió de la habitación cerrando la puerta con cuidado y silencioso.      Su mente era invadida por un recuerdo que Edward había eliminado por completo; un recuerdo que con la visita de Víctor Grandel había vuelto a nacer. Su cuerpo estaba dormido; pero su mente trabajaba en un sueño del pasado…

      Era una academia construida especialmente para los hijos de familias nobles. Tenía extensos jardines, un edificio en el que estaban las aulas de clase, otro para los invernaderos, los establos donde estaban los caballos que usaban para la clase de equitación… Otro edificio era usado solamente para los dormitorios de los estudiantes; el primer piso pertenecía a los dormitorios de las señoritas, el segundo para los hombres y el tercero era usado por los dormitorios de los catedráticos.

       En el segundo piso del edificio de los dormitorios; había una habitación que manaba una ligera luz por debajo de la puerta. Era la habitación del hijo del Conde. Para la mente del dormido Edward esa puerta se abrió y pudo ver cinco jóvenes ninguno mayor de 15 años de edad. Los cinco estaban sentados en círculo en el suelo de la habitación; tres de ellos: el hijo del Conde, el hijo del Varón y el hijo del Duque; ellos tres estaban completamente en estado de ebriedad a causa de una botella de vino que alguno había tomado a escondidas de la cocina; estaban completamente perdidos, más dormidos que despiertos. En un estado menor a la embriaguez, estaban Edward Launberg y Víctor Grandel de 12 y 13 años respectivamente. Víctor lucía su siempre corta y rubia cabellera junto con unos ojos verdes llenos de vida y alegría, justo como ahora siendo adulto. Por su parte Edward de 12 años de edad se veía muy sonriente, ligeramente influenciado por el vino, pero no más que los otros tres que ya ni hablar podían. Su negro cabello tocaba apenas sus orejas y brillaba más que la misma noche.

     -¡Víctor, estás completamente… eb… ebrio! – dijo Edward con dificultad al hablar, consecuencia del alcohol.

     -¿ebrio? ¡¿Yo?! ¡Para nada! Yo sí puedo hablar por lo menos, no como tú Edward – contestó sumamente alegre.

     -presumido… pe… pero al menos no estamos como esos tres – dijo dejando caer el peso de su cabeza sobre el pecho de Víctor; lo que hizo que sus mejillas se ruborizaran aún más que con la ayuda del vino. Llevó su mano a la suave cabellera negra de su amigo que gozaba del calor de su pecho. Acarició su cabeza con ternura y cariño.

     -siempre me han gustado esos enormes ojos verdes que tienes ¿te lo he dicho alguna vez? – dijo Edward  alzando su rostro para logras ver el de Víctor.

     -no, esta es la primera vez que me lo dices…

     -pues no vayas a olvidarlo nunca.

     -Edward…

     -¿si?

     -a mí…

      -¿a ti qué?

     -a mí… también me gustan tus ojos tan claros casi grises y… tu cabello que es muy suave y… tus… manos que son tan… tersas y además…

      -¿además qué? – preguntó Edward mirándole directamente con una sonrisa amplia y brillante.

     -además… me gusta tu boca, tus labios tan lisos y finamente delgados – le dijo acariciando suavemente con sus dedos los labios de Edward.

      -¿mis… labios?

     -sí, son como la manzana de la discordia que sólo seducen a aquel que los vea.

     -¿te… te gustaría probarlos? – le ofreció con una voz perdida entre lo que parecía el efecto del vino y un encuentro de emociones dentro de sí.

     -¿puedo? – preguntó Víctor. Tras la pregunta, Edward se apoyó sobre sus rodillas quedando de frente a Víctor quien no podía evitar sentirse apenado y emocionado al mismo tiempo. Por su parte, Edward pasó sus brazos alrededor del cuello de Víctor mirándole de la misma forma; sabía lo que hacía, pero no sabía por qué; sabía que quería hacerlo, pero no sabía para qué. Fueron cuestión de unos pocos segundos para que sus labios se sellaran en lo que fue un cálido y profundo beso. No importaban los otros tres que estaban ahí, de todos modos ya estaban completamente dormidos en el suelo; en ese momento los únicos que existían sobre el mundo eran Edward y Víctor para quienes cada segundo que pasaba en ese beso se convertía en un siglo.

      Con un fuerte suspiro, como si de una pesadilla se hubiese tratado, Edward Launberg despertó molestó por haber recordado algo que su mente había eliminado.

     -buenos días Amo Edward – saludó gentil el mayordomo entrando con la bandeja del desayuno. No recibió respuesta alguna por parte de su Amo. -  le dejaré el desayuno sobre el buró; ¿quiere que le acomode las almohadas para que esté más cómodo? – con un simple gesto Edward permitió que su mayordomo esponjara sus almohadas para que pudiese comer más cómodo.

     -prepararé su baño mientras desayuna Señor Edward – dijo el mayordomo dirigiéndose a la puerta del gran baño de la habitación.

      Comió lo de la charola indiferente; como si el jugo fresco de naranjas, los panqués recién horneados untados con mantequilla batida hace poco y con jalea de fresas hecha hace unas pocas horas no supieran a nada, como si no tuvieran sabor alguno. A su mente venían esas imágenes que formaron el sueño que había tenido durante la noche, esa habitación, ese vino tan fino, y ese beso con sabor a licor y deseo. Sin poder evitarlo sus mejillas se sonrojaron, y al sentir que la temperatura de su rostro aumentaba, se molestó consigo mismo. Dejó de lado la charola aún con comida y se remetió entre las suaves y cálidas sábanas.

     -Amo Edward, su baño está listo ¿ya terminó de… - el mayordomo no terminó de hablar, pues al cerrar la puerta del baño, descubrió que su señor se había escondido entre sus cobijos como conejo que huye del coyote.

     -¿Señor Edward? – le llamó extrañado.

     -Ethan, ¿en tu vida has tenido algo que creíste eliminado y que de pronto regresa sin avisar? – le preguntó bao las sábanas.

     -¿Señor?

     -sí, algo que hayas olvidado y que de pronto haya regresado – le repitió aún por debajo de las sábanas.

     -no lo creo Señor. – contestó extrañado por la pregunta de su Amo.

     -¿y algo que hayas hecho de lo cual creías estar arrepentido pero que resulta que no es así?

     -¿hay algo que le angustie Señor? ¿Algo en lo que le pueda ayudar?

     -es sólo que… que yo… - Edward no quería decir algo como lo que tenía que dejar salir de su boca, así que dio un suspiro y recuperó esa frialdad. – Ayúdame a bañarme – le pidió en ese típico tono indiferente.

     -como usted ordene – contestó el mayordomo con una ligera sonrisa de orgullo al haber escuchado a su Amo hablar de esa manera, una manera que no usaba hace muchos, muchos años.

          Estaba leyendo un libro cualquiera, nuevamente el título no le importaba, mientras tuviera letras. Su mayordomo entró a la habitación.

     -Amo, la comida casi está lista, se la traerán en unos minutos; crema de calabacín, rosbif acompañado de papas horneadas y como postre pastel de rosas ¿quiere alguna modificación o que se agregue algo más? – preguntó servicial.

     -así está bien. – contestó seco.

     -entonces una mucama se la traerá en tres minutos.     -espera – le dijo antes de que saliese de la habitación.

     -¿si Amo?

     -comeré en el salón del comedor – dijo serio, pretendiendo que no quería  bajar.

     -como usted ordene – contestó con una sonrisa.       Las cuerdas del ascensor hacían rechinar las poleas mientras estas giraban para bajar a Edward en su silla de ruedas. El servilismo se asombraba al ver bajar al señor de la mansión bajar nuevamente  por su propia voluntad; pues el día de ayer había sido llevado al jardín sin su consentimiento, sino con el de Víctor.

     Él sabía que las mucamas y los demás sirvientes le miraban sorprendidos, motivo por el cual les contestaba con congelantes miradas que los obligaban a apartar su vista de él y regresar a sus labores. Fue llevado hasta el comedor por Ethan el mayordomo maestro. Detuvo la silla frente al amplio y elegante comedor; y con tan sólo con un gesto de su mano, Ethan dio la indicación a las sirvientas de que prepararan los platos para el Señor Edward. 5 Doncellas en cuestión de pocos minutos prepararon frente a Edward los cubiertos, los platos, las especias, las servilletas de fina tela y demás para que luego fuese servida la comida; pero antes de que esto pudiese pasar, la rígida y fría mirada de Edward se interrumpió al escuchar lo que no quería escuchar esa tarde: una loca y alegre voz que se acercaba al gran pórtico de la mansión, cantando fuertemente y eufórico.

     -tu gitana que adivina… me lo digas pues no lo sé… si saldré de esta aventura… o si nela moriré… o si nela perco la vida…- se escuchaba cantar esa canción sonoramente; pero también se oyó la risa suave y gentil de una dama: - Víctor basta, me dejarás sorda – le decía con pequeñas y modestas risas.

     -¡Edward! ¡Ya vine! ¡Más vale que corras si no quieres verme! – gritó sonoramente dando tres golpes a la puerta.

     -Víctor, no seas tan descortés – le dijo la voz femenina que le acompañaba.

     -¡Edward! – gritó una vez más.

     -no abran la puerta, cuando se canse se irá de aquí – dijo fríamente a Ethan, quien no podía disfrazar sus deseos por abrirle al señor Víctor.

     -¡no me iré de aquí hasta que tú mismo me digas que me vaya! – le dijo desde afuera como si hubiese alcanzado a escucharlo. Edward dio un hondo y molesto suspiro y se encaminó en su silla rodante hasta la puerta, donde un mozo la abrió.

     -lárgate – le dijo al verle; pero, se dio cuenta de una pequeña peculiaridad. El loco Víctor tenía en todo momento sus ojos cerrados, al igual que su fina acompañante vestida en un elegante vestido.

     -¿dónde estás? – preguntó extendiendo su brazo izquierdo para sentir a Edward, el otro brazo lo dedicaba para la dama que estaba con él.

     -no seas ridículo y abre los ojos. – le exclamó ignorando a la señorita.

    -lo siento, pero hoy soy ciego – le dijo inclinándose cerca de su oído. - ¿puede alguien ayudar a entrar a estos dos ciegos? – pidió contentó a la servidumbre, tres mucamas les tomaron de los brazos y les guiaron hasta la estancia; la dama y Víctor en todo momento mantenían sus ojos cerrados.

     -¿quién te crees que eres? – preguntó Edward yendo colérico al salón de estar.

     -Sir Launberg, si no quería verme debió haberse ido.

     -¡no hagas esas bromas! ¡Abre los ojos y vete de mi casa!

     -¿me correrás aún siendo acompañado por esta fina y bella dama que está aquí sentada a mi lado? – le preguntó retándole. – permite que te presente a mi prima; Lady Clarie Monters. – dijo con propiedad.

     -estoy encantada de estar frente a usted Sir Edward Launberg; jamás había tenido el gusto de conocerle hasta ahora gracias a mi primo Víctor quien siempre que puede habla de usted – dijo gentil y suave la joven dama de rubios rizos y ojos siempre cerrados.

     -no puedo decir que es un gusto conocer a alguien que no se anunció antes de tan escandalosa visita – contestó Edward furioso y frío.

     -me disculpo por los locos modales de mi primo, pero sé bien que para usted no es sorpresa su comportamiento tan… infantil y eufórico – comentó la dama con una gentil risa.

     -¿infantil? Ése término jamás me lo habías dedicado quería prima, pero sí, creo que efectivamente soy un poco infantil.

     -¿sólo un poco? – interfirió Edward con un pesado sarcasmo.

     -soy un hombre cuando es necesario, por ejemplo la semana pasada en la fiesta por el aniversario de mis padres; tuve que alzar el meñique al tomar las copas y las tazas. – contestó sonriente.

     -¿qué quieres ahora? – preguntó molesto.

     -bueno, pasábamos por aquí y se me ocurrió visitarte, además, mi prima Clarie desde hace tiempo tenía ganas de conocerte.

     -Víctor no digas cosas tan embarazosas, sólo quería estar frente a aquella persona de la que tanto has hablado.

     -¿tanto le ha hablado de mí, Lady Clarie?

     -así es, y por todo lo que me ha dicho, me logro imaginar cómo es usted, seguro que es un apuesto hombre pues cuando mi primo habla de usted en su voz se escucha algo muy peculiar… - la bella dama fue interrumpida.

     -¡Clarie! No creo que debas ser tan específica, de todos modos al altanero Sir Edward eso no le importa. – dijo Víctor nerviosamente con sus ojos aún cerrados al igual que los de su prima.

     -¡no soy altanero! – exclamó colérico.

     -demuéstralo, invítanos a tu mesa – dijo Víctor.

     -¿qué? – para Edward la cólera se incrementaba.

     -siempre acostumbrabas comer a estas horas, además algo desde la cocina huele delicioso – comentó él alegre caballero.

     -¿si lo hago ambos se irán?

     -por supuesto. – contestó agradable.

     -entonces vamos, cuanto antes mejor… Ethan, que pongan dos platos más a la mesa.

     -en seguida Señor – contestó el mayordomo sonriente y agradecido con el Señor Víctor.

     -¿puede alguien llevar a estos dos ciegos hasta el comedor? – pidió el eufórico hombre mientras se levantaba vacilante del mullido sofá aterciopelado. Que dijera esto molestó aún más a Edward.

     -¡ya déjate de esos juegos! ¡Abran ya los ojos y vayan ustedes mismos al comedor! – exclamó altaneramente. Un corto silencio invadió el salón de la estancia; Víctor, con sus ojos cerrados dejó salir de su rostro una astuta pero simpática sonrisa, y luego, poco a poco abrió sus verdes ojos tan llenos de vida.

     -¡¡¡oh la luz, la luz!!! – alardeó con una mala y cómica actuación.

     -¿qué es eso de que hoy eres ciego? – preguntó Edward molesto.

     -sucede que siempre que estoy con mi prima me quedo ciego por tanta belleza – comentó tomando delicadamente en su mano el mentón de la dama.

     -no digas esas cosas Víctor, ni siquiera lo sé con certeza – dijo su prima apenada aún teniendo sus ojos cerrados.

     -¿y usted por qué no abre sus ojos Lady Clarie? – preguntó Edward. Víctor sonrió nuevamente como la anterior vez y poco a poco su prima Clarie abrió sus ojos; pero grande y penosa fue la sorpresa de Edward cuando descubrió que los ojos de la acompañante de Víctor estaban completamente apagados, despojados de cualquier color: estaba ciega. Y entonces comprendió sus palabras antes dichas: “me logro imaginar cómo es usted”  y luego lo que le dijo a Víctor: “ni siquiera lo sé con certeza” (se refería a que si era bella).

     -eres la mujer más hermosa que yo haya tenido la fortuna de conocer – le dijo Víctor con una agradable voz. Edward no podía salir de su sorpresa. Y su enojo consigo mismo al haber sido tan grosero con alguien en esa condición.

     -bueno… dicen que los niños y los locos siempre dicen la verdad, así que te creeré – contestó sonriente su prima.

     -sí, así es… ¡oye! Se supone que son los niños y los borrachos los que siempre dicen la verdad – reclamó luego de analizar el anterior comentario.

     -jajaja, ¿qué diferencia hay entre un borracho y un loco? – preguntó agradable su prima.

     -bueno… yo en estado de ebriedad hago cosas un poco más locas que las que acostumbro ¿no es cierto Edward? – se le refirió con una pícara sonrisa que recordaba lo ocurrido en el dormitorio del hijo del Conde; con estas palabras Edward salió de su sorpresa.

     -yo no sé, jamás te he visto en estado de ebriedad.

     -sí claro…

     -Lady Clarie… yo tengo que disculparme con usted, le he faltado al respeto sin tener en cuenta el estado en el que se encuentra.

     -¿oh? ¿Lo dice porque soy ciega? Jaja, no se preocupe, no tiene por qué disculparse, fue mi culpa por siempre tener los ojos cerrados, pero es que la verdad así me gusta tenerlos, por ningún motivo en especial. Pero si quiere compensarme, me gustaría que me llevara a caminar por sus jardines, he escuchado por parte de su padre que los de su mansión son unos de los jardines más bellos en todo el país.

     -Clarie… - Víctor la encaminó hacia donde estaba Edward, unos pasos en frente, entonces permitió que con sus manos Clarie tocara a Edward, quien se confundió por lo que Víctor hacía. La dama puso en su rostro una expresión de rareza al sentir que la cabeza de Edward estaba muy por debajo de la suya, luego sintió en sus manos la madera de la silla de ruedas en la que estaba sentado.

     -oh… no sabía que usted… estaba… inválido de sus piernas; había escuchado que se accidentó hace unos años, pero no tenía idea de que se encontrara en esta situación.

     -¿un accidente? – se sorprendió Víctor.

     -no quiero que se hable absolutamente nada sobre ese asunto; he quedado inválido desde hace 10 años y siempre he preferido olvidar lo sucedido; Lady Clarie, con todo el respeto que usted se merece le he de pedir que ya no se hable más sobre mi condición.

     -como usted diga Sir Launberg. – respondió la apenada.

     -oigan, ustedes dos – les llamó Víctor, les juego una carrera hasta el comedor – les propuso con ahínco.

     -¿estás loco? – dijeron los dos al unísono.

     -bien, bien, entonces… ¡¿por favor que alguien lleve a estos dos ciegos hasta el comedor?! – dijo a cualquier servilismo que se encontrara cerca mientras nuevamente cerraba sus ojos.

       Comieron. Charlaron. Víctor y Clarie se mostraban, en todo momento, amables y gentiles; pero para Edward esa gentileza no era más que hipocresía. Desde hacía muchos años para él la gentileza y la amabilidad no era más que eso: simple hipocresía.  Lady Clarie debía irse; un carruaje había llegado para llevarla de vuelta a su mansión no muy lejos de la de Edward.

      Víctor, nuevamente casi por la fuerza, llevaba andando en su silla a Edward, por los jardines de su mansión; entraron a un laberinto hecho con altos follajes verdes con rosas blancas y rojas.

     -odio este laberinto – dijo Edward mientras era impulsado por Víctor, quien en tramos debía empujar con más fuerza debido a que las ruedas de la silla se atoraban en el césped.

     -¿por qué? Es tan bello, tus jardineros hacen un buen trabajo cultivando esas rosas que florecen tan hermosas.

     -no me gusta estar aquí.

     -¿por qué?

     -porque no.

     -¿”porque no”? ¿Qué clase de respuesta es esa?

     -una corta y directa.

     -pero también es una respuesta inexpresiva; por ejemplo, puede ser que no te gusten las bellas rosas, o el suave y delgado césped, o el aroma de las plantas de hierbabuena que crecen entre los rosales, o el bello cielo rojizo que alcanzamos a ver, o…

     -¡Víctor!

     -hay tantas cosas hermosas Edward.

     -y todas esas cosas están allá afuera, no aquí adentro, en esta prisión que la silla me ha creado.

     -podrías dejar esta silla si lo deseas.

     -¡¿es que no entiendes?! ¡No puedo caminar!

     -está bien, está bien; si tú dices que no puedes entonces no puedes. Te diré algo, haré que te mueras de la envidia mientras ves cómo corro a oler esa bella rosa que desde hace un rato me está llamando para que la huela – le dijo señalando una hermosa rosa roja que florecida estaba a unos cuantos metros.

     -no te atrevas – le dijo encolerizado.

     -¡mírame Edward! ¡Estoy corriendo a oler esa hermosa rosa que está allá! – le comenzó a decir mientras se alejaba corriendo.

     -¡Víctor! ¡Víctor vuelve acá!

     -¡¿qué dijiste?! ¡No logro escucharte!

     -¡que vengas acá!

     -¡esta rosa huele como ninguna otra! ¡Deberías venir a olerla!

     -¡¿a caso crees que puedo?!

     -¡por supuesto que sí! – Edward ya no respondió nada; miraba lleno furioso la manera en que Víctor olía esa bella flor, deseaba tanto ir a donde estaba él; pero, por más que se concentraba sus piernas no le respondían, era como si tuvieran una mente propia que se negaba a trabajar para llevarle hasta allá. Cerró sus ojos llenos de coraje consigo mismo y en su garganta ahogaba un enorme nudo que casi le impedía respirar. De pronto, sintió que la silla era impulsada, abrió sus ojos por la sorpresa y vio que Víctor le estaba llevando hasta donde estaba aquella rosa. No decía nada, sólo le empujaba hacía allí.

       Le acercó la flor para que Edward pudiese olerla. Olfateó su dulce aroma, un olor sin igual en todo el mundo. Su nariz le dio un deleite como jamás se lo había dado.

     -dime por qué no te gusta este bello laberinto lleno de rosas como esta – le pidió con una voz seria que también era dulce y cálida a la vez.

     -este… este era mi lugar favorito en toda la mansión; yo… pasaba aquí las horas oliendo las rosas, dándoles agua… por eso lo odio ahora, no puedo hacer ya nada de eso – dijo con una deprimida voz; sus claros ojos no veían otra cosa que no fuese el césped.

     -¿sabes? Mi prima y yo nos parecemos mucho, a ambos nos gusta pasar la mayor parte del tiempo, si no es que todo el tiempo, jugando y haciendo bromas a los demás; incluso hacemos bromas sobre nosotros mismos. Pero ella y tú también se parecen un poco. Mi prima odia ir a la costa porque percibe el aroma del mar y ella no lo puede ver; sólo se lo puede imaginar, pero para ella eso no es suficiente. No por eso deja de ser la alegre dama que es, aunque haya nacido ciega.

     -siendo así, me hubiera gustado nacer inválido; de esa forma no extrañaría tanto salir a caminar a los jardines ya caída la tarde.

     -tuve un sueño anoche – le dijo con una peculiar sonrisa que esta vez no puedo describir.

     -¿un… un sueño? – se extrañó Edward al mismo tiempo de que se puso nervioso.

     -sí, y tú estabas en él.

     -¿yo?

     -también esta rosa.

     -¿la rosa?

     -y… - Víctor lentamente apoyó su peso sobre su rodilla para estar al mismo tamaño que Edward (consideren que este último está sentado).

     -¿y? ¿Qué más había en tu sueño? – preguntó confundido.

     -y…

     -¡¿y?! – cada vez estaba más ansioso por saber qué más había soñado Víctor.

     -y… té de rosas.

     -¿té… de rosas?

     -sí, me pregunto si molestaría mucho a tu cocinero si le pido que prepare un poco. – dijo poniéndose de pie y dando unos cortos pasos de regreso.

     -¿té de rosas?

     -¿no quieres? – preguntó sonriente.

     -no gracias – contestó con esa típica frialdad.

     -jajaja, se te engaña muy sencillamente – dijo Víctor regresando hacia Edward con una ligera risa burlesca. – Sí había té de rosas en mi sueño, pero… también había otra cosa – le dijo arrodillándose de nuevo frente a él.

     -¿ah sí? – preguntó ya indiferente hacia el tema.

     -sí – contestó Víctor. - ¿quiere saber qué más había en mi sueño Sir Edward Launberg? – le preguntó con propiedad mirándole directamente a los ojos.

     -me da igual – contestó apático.

     -había un sello.

     -¿un sello? ¿De qué clase? – Víctor sonrió nuevamente y acercándose lentamente al rostro de Edward dijo: - de este sello – besó los suaves labios de Edward, para quien la sorpresa y las mariposas invadieron su interior. Ese era un sello que evitó que pudiese decir cualquier otra cosa. Con sus tersas manos Víctor acariciaba las ruborizadas mejillas de Edward quien no podía creer lo que sucedía. Toda fuerza por zafarse habría sido vana, así que mejor ni lo intentó. Poco a poco el deseo y ese viejo sentimiento le cobijaban; era un beso lleno de cosas que se creían olvidadas, que supuestamente se había encargado de eliminar de su memoria. Sintió cómo la mano de Víctor se deslizaba por sus negros y largos cabellos, Edward le correspondió abrazándole por el cuello hasta pasar sus dedos por su dorada cabellera. ¿Magia? ¿Misterio? ¿El misticismo de las rosas? Lo único que Edward quería era que cada segundo que caminaba en ese beso fuera eterno, igual que aquella noche en el dormitorio del hijo del Conde.

Notas finales:

DEJEN RR SI LES GUSTÓ Y TAMBIÉN SI NO

LA CANCIÓN QUE CITA EL CAPITULO CUANDO EL LINDO VÍCTOR LLEGA CANTANDO A LA MANSIÓN LAUNBERG ES UN TEMA CÉLTICO.

 


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