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Kitsune por katzel

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Oba-chan me arregló el yutaka que ella usó cuando conoció al abuelo.

Sus manos lo planchaban repasando sus recuerdos de juventud.

Algunas lágrimas rodaban por sus mejillas secándose en el vapor de la plancha caliente.

- Seto...

- Oba chan...

- Quizás pronto tengamos que separarnos, mi querido niño.

- ¿Te vas a algún lugar, abuelita?

- Yo no, pero es posible que tú si, y cuando llegue el momento tendrás que tomar una decisión... como te quiero mucho comprenderé y aceptaré cuál tomes y le daré fuerzas a tu madre.

No quiso decir más y la tristeza nos puso un sello de silencio a ambos.

Me vistió adecuadamente y tomando mis manos entre las suyas sus labios se movieron.

- v i v e  t u  p r o p i a  h i s t o r i a  d e  a m o r

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El templo estaba oscuro y silencioso, no parecía haber ninguna celebración.

De esa oscuridad salió Setsuna vestido con un traje blanco de fiesta y extendió su mano.

Se veía brillante esa noche y sus cabellos plateados lucían más bellos que nunca.

- Ven, Seto - dijo amorosamente.

Tomé su mano y las lámparas con luciérnagas se prendieron desde el primer escalón hasta el templo.

Fuimos subiendo y a nuestro lado empezaron a escalar curiosos personajes.

Los tanukis (mapaches) capaces de transformar sus cuerpos en formas diversas.

Los nekos (gatos) quienes marchaban en grupos siguiendo a una hermosa y galana novia y a su novio en una ceremonia de casamiento.

Cabezas sin cuerpo que me asustaron y que Setsuna ordenó fuesen más lejos y con cuidado.

Las serpientes blancas del aire que precedían a las divinidades del Yomi.

No era un matsuri humano...

En esa montaña, durante siglos, los espíritus se habían reunido.

Yo era el único ser diferente a su mundo a quien se le había dado el privilegio de participar.

Gracias a todas las historias de la abuela podía reconocer y distinguir a los invitados y presentar mis respetos con las fórmulas adecuadas.

Setsuna estaba complacido con mi tino puesto que recordaba qué podía hacer o decir, recibir o dar según las circunstancias.

Él parecía ser entre ellos uno de los más importantes.

Los tori (pajaritos) dorados se inclinaban ante él.

Los nekos y los tanukis se transformaban en jóvenes mucho más hermosos que yo cuando andaban a su lado provocándolo y preguntando con el ceño fruncido: ¡quien es el que va con kitsune sama!

- Es mi novio - decía el sonriente.

Escuchaban la respuesta y se iban enfadados.

Otros aún más desenfadados agarraban mi barbilla para mirarme bien.

- ¿Su novio? ¡no es tan lindo!, el espíritu del gato de la felicidad tiene belleza exquisita, deberías quedarte con él.

Me parecía que precisamente si Setsuna lo hubiese decidido cualquier ser encantado podría ser suyo.

- ¿Estás preocupado?

- Hum...

- Que no te asusten... no importa las formas que tengan ni cómo sean... a quien he elegido es a ti...

Le regalé una sonrisa.

Él sacó un hermoso abanico plateado de su pecho y lo extendió.

- Por esa sonrisa te regalaré un baile.

Soltó mi mano y con fatuos fuegos fantasmales rodeando su ser llegó hasta la portada del templo.

- El dios Kitsune va bailar, Kitsune va a bailar... va a bailar - repetían en todos los tonos los mágicos seres.

- ¡Hace cien años que no baila! - dijeron algunas mujeres sin rostro tomadas de las manos.

- Es que está enamorado - dijo un tanuki levantando su copa de sake - ... los zorros bailan cuando han conocido el amor.

Mi amado Setsuna levantó ambos brazos al cielo y los sakura florecieron de pronto.

Cubrió su rostro con el abanico y fue mostrándolo nuevamente con lentitud sacándolo hacia la derecha de forma horizontal.

Empezó...

Al toque del samisén y los tambores rituales empezó a moverse.

Sensualidad y calor... frialdad y perfección...  Pasión y música

Eso era lo que llenaba su cuerpo.

Yo, con las manos entrelazadas sobre el pecho ya no cabía en mí de la felicidad y estaba arrobado tal y como lo estaba el resto.

Bajo la luna, Setsuna, el kitsune fue música y belleza para todos.

Al terminar los aplausos y la fiesta color oro se renovaron con mucho ímpetu.

Fui a reunirme con él muy alegre y lleno de gozo.

Me colgué de su brazo y nos perdimos entre el bullicio de los brindis.

De pronto la fiesta enmudeció.

Setsuna se veía pálido.

Tres zorros llegaron al templo y se transformaron en preciosos humanos.

Tenían una majestad y un aura divina que me impedía verlos a cabalidad.

Los nekos, los tanukis y los toris se escondieron tras los árboles.

- ¡Dios zorro del Oeste!,... cómo organizas así una fiesta cuando tu templo será destruido por los humanos, cómo invitas así a uno de aquellos profanos...

Él apretó mi mano sin dudar.

- ... es mi noche de luna, no debo explicaciones ni excusas a la sagrada familia.

- ... ¡mentira! cuidar los templos es deber de los kitsune encargados durante generaciones, sólo tienes mil años y mira cómo tu juventud te ha enceguecido en el amor... estás gastando toda tu energía y tu magia en animar esta fiesta para ese humano insignificante, mientras, las excavadoras han empezado a moverse... ¿por que no has eliminado a los trabajadores?

- ... asesiné a uno... pero no es la manera en que deben detenerse... yo... no quiero matar más humanos...

- Imaginamos que es por ese que tienes ahí... - dijo una de los tres que era una mujer de cabellos plateados muy largos - pero...

Setsuna fue presa de una gran debilidad y pronto el mundo mágico se desvaneció y los animales huyeron.

- Ves... ya casi no te queda brillo de plata...

El sonido de las máquinas llevándose la hermosa montaña llegó a nosotros.

- Eso es todo, estás acabado... todo por un amor inexplicable a los seres efímeros y llenos de errores como los humanos.

- Cuando llegue la hora ese muchacho no te salvará - dijeron en coro.

- ¡Mentira! - respondí levantándome - ... yo salvaré a Setsuna...

Él se levantó cuando el rugido de los motores llegó hasta su adorado bosque de límpidas fuentes.

- Iré un momento, espérame, Seto...

Sin que pudiese detenerlo fue a la oscuridad.

Los tres zorros le siguieron así que corrí tras ellos.

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Estaba en el piso sangrando y muy mal herido.

La máquina excavadora le había rechazado hiriéndole.

Los tres zorros lo llevaron a la base de un árbol.

- Ven con nosotros - dijeron - estamos de viaje por que hemos perdido nuestro hogar luego de la lucha, vamos a donde el hombre aún vive tranquilo, en las montañas ocultas...

- No...

Me miró a mí.

Y supe que tenía que cuidar de él.

Fui hacia la máquina que devoraba los sueños y se llevaba a pedazos el hermoso mundo de mi zorro plateado.

Abrí los brazos en su luz.

- ¡Jefe! ¡Aquí hay un muchacho con los brazos extendidos!

- ¡Quién es! ¡Parad las máquinas!

Iban a atraparme cuando los otros zorros me salvaron llevándome con ellos.

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- En verdad amas a Setsuna...

- Quiero liberarlo de todo esto...

Él estaba en el piso sangrando.

- ¿Va a morir?

- Sólo hay una solución... que tú le otorgues parte de tu fuerza vital... si haces eso podrá curarse.

- ¡Lo haré!

- Pero a cambio te transformarás en un zorro... y no podrás volver con los tuyos.

Esa era la difícil elección que tenía que tomar.

Extendí mis manos.

- Sea...

Estaban conmovidos con la fuerza de nuestro amor.

Mi cariño y mis buenos sentimientos pasaron a setsuna en forma de un haz de luz.

Abrió los ojos.

- ¡Seto!

Yo era un pequeño zorro de color marrón.

Empezó a llorar.

- Por qué... por qué...

- Por que te quiero... y quiero estar donde tú estés.

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Mi abuela miraba la luna a través de la ventana cuando aparecí.

Mi cola coposa y mis ojos dulces le advirtieron quién era yo.

- ¡Seto!

Asentí y fui a dar en su regazo.

Empezó a llorar en silencio.

- De modo que has elegido...

Asentí otra vez.

- ¿Serás feliz mi pequeño?

Todo mi ser se conmovía.

- Entonces está bien... anda despídete de tu madre...

Ella dormía gobernada de cansancio sobre el tatami.

Puse una pata suave sobre su mejilla y derramé una lágrima.

- Yo seré su soporte y la cuidaré mucho, hijito, pero tienes que venir a verla cuando aprendas a tomar forma humana, por favor visítanos y dale esa alegría a tu madre...

Dije que sí.

Luego me abrazó inmensamente.

- Mi pequeño, se feliz... muy feliz.

Se despidió respetuosamente de Setsuna quien me esperaba en la ventana.

- Por favor, cuida de mi nieto, dios zorro.

- Así lo haré...

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Vivimos ahora entre las montañas de la niebla en un templo olvidado, lejos de las grandes ciudades.

Setsuna y yo somos felices... nos amamos.

Me está enseñando el arte del disfraz para poder regresar a ver a mi madre y decirle que estamos bien.

El clima es templado y las estaciones pasan lentamente.

Me pregunto si alguna vez el ser humano llegará también a este mundo perfecto y bendecido por dios e intentará destruirlo con sus terribles máquinas devora-todo.

No quisiera pensarlo, pero a veces viene a mi mente...

Si algún día ya los zorros no tenemos a dónde ir, si nuestros estanques y nuestros jardines son arrasados...

Si destruyen el lugar donde Setsuna y yo vivimos... moriremos y desapareceremos para siempre...

Ya no habrán más danzas, ni cuentos, ni fiestas, ni magia para los humanos...

Mi abuela solía decir que hace mucho tiempo los zorros y los humanos eran amigos y compartían aventuras y alegrías así como grandes historias de valor...

Con el tiempo aquello se ha perdido y nos ha puesto en dos lados distintos del universo.

Sería tan bello que todo fuera como antes...

Por ahora, apoyado en mi amado kitsune, veo pasar los días en cálida conjunción.

Semidormido en medio de su cuerpo, rodeado por él y siendo acariciado veo sus ojos almendrados en medio de la noche.

Y soy feliz a su lado.

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