Inevitable XXXIII
Disculpa… ¿acaso no asististe a la secundaria Kyōwa?
Ella era preciosa.
Cabellera larga y clara hacían juego exacto con los ojos color caramelo, vivaces y curiosos. Lo que me sorprendió en verdad fue que ella era una hāfu, pero mantenía un buen equilibrio entre los mejores atributos que podrían tener una chica japonesa y una occidental.
Espabilé al notarlo, la desconocida lo miraba con curiosidad, cómo lo conocería. Según Takashima, él en la secundaria era tan bajo perfil siendo capaz de contar las piedras del camino y, esto no lo dijo, mas era obvio, estar bastante ensimismado pasando la vida en torno al bajo. Y debido a la incoherencia que estaba observando en medio del pasillo frente a los lácteos, estuve a punto de enfrascarme en una charla existencial conmigo mismo, de no ser por el instante en que todo se derrumbó.
La mueca en mi rostro fue a tal grado dolorosa por lo desencajada que llegué a tener la mandíbula: Suzuki, el idiota, había tirado el pack de leche que íbamos a colocar en la cestilla. El sonido del vidrio quebrándose, el líquido desparramado en sus zapatillas, el suelo y los trozos esparcidos en el tan pulcramente liso suelo y su… ¿esperen? ¿su rostro abochornado?
Volví a reaccionar ante el chillido femenino y la preocupación, evidente, porque los pedazos punzantes iban por doquier.
¿En qué estabas pensando, imbécil?
Intenté jalarlo a un lado mientras ella se alejaba hacia el lado opuesto a nosotros. Por segundos eternos la olvidé e incluso me agaché a mirar si es que Suzuki no tenía clavado restos de las botellas en alguna parte de los jeans. Luego lo dejé porque estaba viéndome bastante estúpido al tratarlo como si fuera un niño. Sin embargo, a pesar de semejantes circunstancias el idiota no abría la boca, continuaba en un espasmo sin retorno, shock le dirían otros. No me quedó más que atizarle en la cabeza con la mano. Solo ante ello, pestañeó y me miró de una forma tan extraña y melancólica que retrocedí sintiéndome bastante incómodo.
No tenía idea de nada, de nada en lo absoluto.
Al ver el precio en la etiqueta del mostrador, mi mal humor ascendió. Sin haber consumido ya le sumábamos a algo más, insulté a voz alta y sujeté su antebrazo para llevármelo a los servicios. No conté en verla regresar hasta nosotros acompañada de un dependiente del supermercado, con trapeador en mano; el cual incluso se disculpó con nosotros por la “falla” en el mango del pack. Miré con el rabillo del ojo a quien parecía haber armado una buena explicación, salvados al parecer por no ir a la caja registradora.
El giro a los recientes hechos acabó en vernos fuera del establecimiento con doble compra, cortesía por posibles daños. Y más allá de volver a reclamarle a Suzuki por no ser consciente en sus actos, su pequeña y tímida voz nos interrumpió antes de desatar mi molestia.
Básicamente nuestra nueva acompañante volvió a preguntarle si estudiaba en aquella secundaria, y para mi desconcierto, la respuesta…
Sí, yo… Ahí, ajá… ya.
Las palabras se quedaron atoradas en mi boca por su inesperado entusiasmo. Retrocedí al ver como ella, le sujetaba las muñecas con una gran sonrisa en los labios.
Lo sabía. Estaba completamente segura. Eras tú. También estudiaba ahí, recuerdo que llevamos cursos juntos. ¿Me recuerdas, verdad? No hablábamos mucho o creo que un par de veces ¿no? Vivo aquí hace poco y ahm… se siente bien ver un rostro conocido…
Tras permanecer varios minutos en la dimensión desconocida observando a ese par hablando, es decir, solo viéndola hablar, resultó evidente un preciso detalle. Uno que cualquier persona nota al observar a alguien reencontrarse con quien, definitivamente le gustó o… quién sabe, le atrae aun.
Nadie debía ser experto para dar en el clavo y más con la cara roja cual semáforo que mantenía Suzuki. La forma en que se le escapaba la mirada hacia ella y luego a mí, intentando en vano ocultarse, sí, de la luz sobre su cabeza, delatora de sus secretos.
Y por más marica que fuese Suzuki, vaya la sorpresa dada.
¿Mh?
Lo siento, no me he presentado, ¿eres su amigo?
Miré a mi compañero inútil.
Yo ya lo sabía, Suzuki, poco importaba no usar la voz para manifestarlo.
Mudamente me decías mucho más.
Sí, un gusto conocerte, soy Shiroyama Yuu. Muy buen amigo de Suzuki, buenísimos amigos.
Sí, eso… él es.
¿Trabajan juntos? Soy Maeda, Maeda Rin…
Claro que sí. Tenemos una banda, Maeda-san.
Oh no, solo dime Rin. ¿Una banda de música? Lo lamento, no sé nada de esas cosas.
El resto queda para el álbum fotográfico, aquel guardado en nuestra memoria. Donde existen historias extrañas y secretas.
Su risa resultó un agregado persistente en esa bitácora que llenamos los tres el resto de la tarde. Porque sin importar las bolsas que llevábamos a cuestas, estuvimos caminando largo rato, y si bien la voz de Suzuki pocas veces se oyó, la de ella contaba por dos.
El quedarnos involucró cancelar el almuerzo con Shino, donde también estarían el incompetente de nuestro baterista y Takanori. Si me preguntaran si me pesó hacerlo, diría que no, definitivamente, no.
Lo que apreciaba era mucho más interesante.
Rin lo era, albergaba algo que… la hacía diferente a las demás mujeres con las que me había relacionado antes.
Tras comer una merienda en un cafetín de gatos al cual ella nos llevó y relajarme en verdad, alejando los problemas con la banda porque, me sigue sin convencer el tal Yutaka, pude escuchar sin aburrirme demasiado, la nueva vida que tenía ella instalada en Tokio y lo complicado que le parecía adaptarse también.
Casi al anochecer nos despedimos, con una promesa, sí, de volver a vernos y platicar o quién sabía, hacer algo más.
¿Y el enano sabe de ella?
¿Eh?
Entonces no lo sabe.
La pregunta simplemente se liberó de mis labios.
Pero un malsano sentimiento me hizo decirlo y saborearlo.
Mmm… No vas a decírselo, ¿verdad, Shiroyama?
Esa respuesta me obligó a no pasar por alto todo lo que estuvimos viviendo. La forma divertida, apenada y añorante que Suzuki Akira mantuvo todo el santo día.
¿Debería?
Llevando las bolsas de la compra, rumbo a casa, la áurea de complicidad volvía a formarse entorno a los dos. La única variante…
Por cierto, le pedí su número y me lo dio. También tiene el mío.
¿Eh?
Me refiero a Rin-chan. Y le alcancé el tuyo también, idiota.
Continuará…