Capítulo 1: Conociendo a Ken
Se lavaba las manos cuidadosamente, prestando atención a no dejar ningún rastro de sangre. Eso era lo malo de apuñalar, el riesgo de dejar impresiones de sangre era inmenso. A ese pobre bastardo le había llegado su fin antes de darse por enterado. Ken Iason no hacía preguntas. Lo contactaban, le daban una breve descripción de la víctima junto con una fotografía, y lo más importante: cómo deseaban que muriera. La verdad es que no se inmutaba a la hora de matar a una persona, buena o mala. Por eso permitía que escogieran el tipo de muerte, a él le daba lo mismo, pero mantenía contento al cliente y le pagaban mejor. Algo muy particular suyo era llevarle evidencia de la muerte a su cliente. Como dicen, cuentas claras mantienen amistades; en este caso clientes de primera clase.
Ken no aparentaba su profesión. Era alto, delgado pero fornido. Su piel era bronceada (tipo café con leche). Tenía un rostro hermoso con la nariz perfilada, una boca sensual y un arete en cada oreja. Sus ojos de un azul oscuro, como el caer de la noche. Tenía la mirada vacía, pero cuando te miraba detenidamente podías sentir como si te atravesara el alma. Su majestuosa cabellera era su más grande atracción, larga hasta la cintura de un rubio casi oro. …l sabía que era súper atractivo y lo lucía al caminar o al montar su Harley. Normalmente vestía de negro, pantalón de cuero, camiseta y botas de motociclista. Era el tipo de hombre que con verlo una sola vez quedaba grabado para siempre en tu memoria.
Se había criado en la calle, no recordaba amigo alguno, tampoco le importaba. Esto era su vida. Disfrutaba de su soledad, la cual conoció siendo un crío. No tuvo buenos padres ya ni los recordaba porque fueron asesinados cuando tenía cinco años. …l vio todo el espectáculo, tal vez por eso era un asesino a sueldo, o quizás siempre fue su destino, quién sabe. El individuo que mató a sus padres no era un profesional como él porque olvidó un detalle, el arma. Así fue como Ken obtuvo una hermosa daga, que llevaba a todas partes. Ese era el único recuerdo de sus padres y su arma favorita. Creció con un solo objetivo, superarse y ser alguien en la vida, y sí que lo era.
Acababa de matar y se sentía como quien acaba de botar la basura. No se trataba de nadie importante, un tal fulano que le robó la coca a su jefe. Que imbécil. Lo que hacen los junkies por la cura. Miró el cuchillo por última vez para cerciorarse de que no tenía rastros de sangre. Solo tuvo que apuñalarlo tres veces para que su vida expirara. Había sido un trabajo fácil, como todos los demás que había hecho en su carrera. Era el mejor en lo que hacía. Todos sus pedidos los había llevado a cabo sin problema alguno. Tenía la fuerza requerida, las armas necesarias, pero lo más importante era su ingenio.
Salió a la fresca noche, buscó su Harley y se montó desapareciendo del lugar. Acostumbraba pasear después de un encargo para despejarse, no que tuviera cargos de conciencia, pero le gustaba relajarse y así quitarse de encima el hedor a muerte. Se detuvo en la playa, encendió un cigarrillo y se recostó de la moto, mientras dejaba perder su vista en la nada. Encontraba extremadamente relajante el sonido de las olas. Ahora a cobrar su dinero y tomarse unas merecidas vacaciones. Le apetecía el Caribe, sol y playa en una isla exótica con pocos turistas y baja población. Hacía mucho que deseaba viajar sin que su trabajo estuviera de por medio. Terminó su cigarrillo y emprendió el largo camino a su apartamento.
No era persona de lujos, pero vivía en una buena zona, donde la mayoría de las personas eran entradas en edad o niños. Se había convertido en líder comunitario, de hecho, era el propietario más joven del lugar, pues, tan solo contaba con veintiséis años. La integración social se le ocurrió hace un par de años, si quería mantener las apariencias debía establecerlas. Todo lo que conocían de él era superficial o simplemente una mentira. Creían que viajaba mucho por su trabajo como relacionista público para una gran empresa. Aparte de eso se rumoraba que era escritor o algo así porque se la pasaba con una laptop y se clausuraba en su apartamento por largos períodos de tiempo. Cooperaba en actividades, hacía obras de caridad, compartía con sus vecinos, en fin, aparentaba ser el hombre perfecto, aunque por dentro estuviere vacío. Así era la vida.
Se preparó un sándwich, buscó su laptop y contactó a su cliente. Le envió una foto del difunto, la cual agradó al otro, quien de inmediato le envió la paga. Al terminar de comer encendió un cigarrillo y se dispuso a ver la televisión. Terminó de fumar, se trenzó el cabello y se dio una ducha tibia. No tenía sueño, pero optó por descansar porque al otro día los vecinos iban a hacer una barbacoa y él debía estar presente, aunque por un corto tiempo.
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