SANGRE ENTRE MIS PIERNAS por ANTARES

CAPITULO IX

¡¡ADIOS AMOR… MIL VECES ADIOS… !!

¿Qué haces cuando la persona que lo es todo en tu vida se va? ¿Cómo superas el dolor de la muerte que no llega con la vejez sino de pronto y sin aviso? ¿Cómo se siente el saber que te queda un enorme camino por recorrer en soledad? ¿Cómo perdonas a Dios y al universo por quitarte lo único que realmente te importaba en esta vida?

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Los Malfoys

Lucius miraba a la mujer que había compartido su vida por más de 35 años. A la compañera con la que se comunicaba aún sin hablar. A la amiga, cómplice, hermana… No la había amado como a Severus, es cierto, pero la había amado. Con ese amor que nace del tiempo y que sin ser eterno es fuerte y constante…Y ella (de eso él estaba seguro) lo amó más que a nadie. Siempre sin esperanza, a la sombra y lista para acudir al menor llamado.

Si de algo se había sentido culpable a lo largo de su vida ése algo era Narcissa. El había idolatrado a Severus, y lo había vuelto su compañero ante su círculo interno de amigos y socios (mortífagos incluidos). Hasta el Lord sabía que la lealtad de Lucius dependía de que no se tocase al pocionista demasiado. Y ella siempre había estado allí,  a su lado, con esa sonrisa importada de catalogo francés; soportando burlas y cuchicheos. ¿Cuántas veces había ido a dormir a una habitación vacía sabiendo que cuartos más allá su esposo y padre de su hijo retozaba con su amante moreno? ¿Cuántas mañanas él y Severus se habían aparecido en el comedor, sin el menor atisbo de vergüenza, para disfrutar el desayuno en su compañía?

La humillación de saberse cambiada no solo por un hombre, sino por alguien que para los estándares de belleza estaba muy por debajo de ella... Disimulando. Aparentando no saber. En los peores momentos siempre allí. Eso era amor de verdad.

Solo después de la muerte de Severus él se dio cuenta de cuanto significaba Narcissa. De lo injusto que había sido. De lo necesaria que le era para soportar su soledad sin enloquecer.

¿Se puede amar a dos personas al mismo tiempo? El sabía que sí. En caso de tener que elegir ahora ¿dejaría a Cissa para irse con Sev? También sabía que sí. Pero eso no significaba que no la amaba.

Y ahora, ironías de la vida, ella también lo dejaba. Estaba solo

¡No más! Treinta y cinco años tirados al agua. No más desayunos en la terraza, ni flores cultivadas en el invernadero, ni cenas de a dos compartiendo pormenores de un duro día…adiós…adiós a los silencios, a las sutilezas, a la complicidad incondicional a sus andanzas inciertas. No más. Nunca más ver tu rostro, oír tu voz, tocar tu cuerpo…Lo que no había echo ni el Lord ni la guerra lo habían conseguido unos muchachitos idiotas.

La mansión estaba llena de serpientes. El color verde ondeaba por doquier. Maximilian Greengrass acompañaba el cuerpo de su hija y lo miraba agradecido: su niña había sido querida por ellos, había encontrado otro hogar en Malfoy Manor.

Lucius se sentía culpable con su consuegro y creyó su deber disculparse: “de no ser por sus errores del pasado…”

Pero Maximilian lo había cortado en seco.

-No eres culpable, Lucius. Al menos no de esto. Al contrario. Si el dolor no hubiese enloquecido a mi hija tu esposa estaría viva. Se interpuso entre el Avada y su cuerpo. ¡Murió para protegerla!

-Siempre quiso tener una hija. Y cuando Astoria llegó a esta casa, siendo poco más que una niña, Narcissa la adoptó enseguida. Ella hubiese deseado morir así…protegiendo a su familia.

-El que me preocupa es Draco. No es bueno que este solo. Debes ir con él.

-Mi hijo esta más allá de todo consuelo. De toda lógica. Es mejor dejarlo solo mi amigo.

Y Lucius sabía porque lo decía. Aún con los cuerpos de las mujeres tibios él había tenido que escabullirse a San Mungo y ordenar dejen de sedar a Draco. Tuvo que esperar a que reaccione y tuvo que oír sus gritos desesperados y furiosos en esa habitación blanca e insonorizada. Ver su cuerpo azotarse contra el acolchado hasta desfallecer. Luego tuvo que entrar y utilizar ese tono frio y glacial de mortífago irredimible para llamarlo a la cordura.

Tuvo que explicarle que ya casi había pasado dos meses desde que Scorpius murió…y tuvo que desgranar para él, en pocos minutos, una intrincada maquinación de mentiras, complots y conjuras. Todo para llegar a la audiencia. Y decirle a boca de jarro que su esposa se había inmolado en un oscuro ritual de maldición y venganza; y  que su madre había muerto también, defendiendo a su nuera de un Avada…

-¿Quieres venganza? La tienes. Teddy Lupin, quien al parecer era el novio secreto de James, esta muerto. Los Potter y los Weasley deben estar destrozados. Tu esposa lo mató de un balazo al igual que al hijo de Thomas, el tal Mark. Dos de cinco ¿no esta mal verdad? Ahora, quizás quieras aplazar tus ansias homicidas solo un poco más… para que puedas acompañarme a enterrar a tu madre…para que puedas acompañar a los Greengrass a enterrar a su hija, tu esposa, la madre de tu hijo muerto…. Y quizá después, antes de ir por los tres que faltan y lograr que Potter y compañía te asesinen, quieras pasar un poco de tiempo con tu padre. Después de todo, eres lo único que me queda… ¡Lo único que queda del linaje de los Malfoys y de la sangre de Scorpius!.

Draco recibió las nuevas anonadado. Y por un minuto, solo por un minuto, su padre pensó que esta vez si lo perdería para siempre. Pero Draco se recompuso, como solo un Malfoy sabe hacerlo, y escudo su pena tras una máscara de frialdad. Arregló su cabello antes de pedir sus ropas y su varita. Y luego le juró a su padre que no lo abandonaría. El no lo dejaría solo. No esta vez.

Afuera de la habitación Blaise lo esperaba temblando. Pensaba que si Draco quería liárselo a golpes estaba más que bien, él no se defendería. Después de todo era su culpa. Era su culpa que Draco haya despertado para encontrar muerto no solo a su hijo, sino también a su esposa y a su madre.

Pero Draco solo lo miro y le dedicó un breve asentimiento de cabeza. Eran Slytherins…eran amigos. Se conocían desde siempre y sabían sus debilidades y defectos. El hubiese hecho lo mismo.

Luego miró a su padre y ambos, los acerados ojos semejantes al hielo, caminaron rumbo al velorio de las mujeres que, descontando a los hombres que ambos habían amado, lo habían sido todo en sus vidas.

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Los Potter-Weasley

Harry Potter estaba en la Madriguera rodeado de los Weasley y algunos amigos. Algunos. Porque otros habían dejado de serlo para siempre. Teddy Lupin, su ahijado, el hijo de Remus y Tonks… estaba muerto. Y James estaba destrozado. Totalmente ido, sedado. Eso se había vuelto una costumbre entre sus hijos. Y recordando a Draco y los rumores, se había vuelto una moda en el Mundo Mágico.

¿Cuándo sus niños se volvieron extraños para él? ¿Cuándo comenzaron a guardarle secretos? ¿Por qué? Teddy y James eran amantes desde hace dos años. Casi el mismo tiempo de romance que habían tenido Albus y Scorpius….

Y el hijo de Dean, Mark… Anne le había gritado en privado que él era el responsable de todo, él y ese maldito de James que había convertido a su pequeño en violador y  asesino. “Si yo fuera Astoria habría echo lo mismo” gritó; y arremetió contra su marido para culparlo a él también. Ella era Ravenclaw y no sabía de compañerismo, ni de honor…solo de lógica y de lo que esta bien y lo que esta mal. Y en su criterio violar a un muchachito inocente por el único crimen de apellidarse Malfoy y estar enamorado de un Potter estaba mal. Anonadada, se había enterado del papel de su hijo en semejante horror, y contra sus principios lo había apoyado porque su amor de madre era primero. Y ahora su hijo estaba muerto.

-Todo esto es por seguir a los Potter ciegamente Christine –le explicó a la madre de Andy- salva a tu muchacho antes de que sea tarde.- Ambas mujeres habían asistido a la misma casa, en el mismo año; eran amigas y sus hijos habían nacido con días de diferencia…y habían sido inseparables.

La mencionada Christine había agarrado a su chico del brazo y lo había sacado de la Madriguera sin que su marido objetara, más bien la apoyó siguiéndola. Los Thomas también se habían ido sin que nada de lo que Ron argumentase sirviera de algo.

-Al menos los Finnegan no pueden traicionarnos porque va en ello la vida y la libertad de su hijo- había explicado Ron.

-Tampoco los Thomas dirán nada. Están demasiado unidos a Dean y quieren a Andy como si fuese otro hijo- había añadido Ginny afligida.

Harry pensaba que eso no era gran consuelo. Tampoco lo era pensar que realmente él no había hecho nada, salvo callar; y que todo ese infundio era obra de su mujer, su cuñado y su suegro. Que no hablaran no lo aliviaba; si sabía que dos de sus mejores amigos lo culpaban de la muerte de Mark… quizá también de la de Scorpius. “¿Cuándo la mentira se nos salió de las manos?-  pensó con amargura  -¿Cuándo me volví igual a aquellos que combatí en el pasado? ¿Cuándo los Malfoys se volvieron víctimas y yo verdugo?”

Ginny, por otro lado, estaba ofuscada, furiosa, y por que no decirlo también algo asustada. Asustada por la maldición, aunque Hermione se estaba encargando de ello. Ofuscada porque no entendía a sus amigos, ni a la gente en general. Habían comenzado a murmurar de ellos a sus espaldas, mientras esperaban el cuerpo del malogrado Teddy… al salir del juzgado los habían señalado acusadores.

¿Cómo era posible? Ellos eran los buenos, los héroes, los que habían derrotado al Lord Oscuro y salvado a Inglaterra de un destino funesto. Lo hablaba con su madre y su padre, con sus hermanos… y Ron opinaba igual que ella, como el resto de la familia: ¡Malagradecidos! decían….No recordaban ya lo que habían sido, lo que eran los Malfoys…Condolerse por Astoria. Alabar su sacrificio de madre ¡¿Cuál sacrificio?! Ellos no se sacrificaban, solo actuaban conforme a sus intereses. Los Weasley si que habían hecho sacrificios…Fred el mayor de todos. Y Sirius y Remus…El hijo de Remus estaba muerto. Ese muchacho, que era como un hijo más para la familia…al que habían visto crecer (y del que ignoraban fuera gay).

Pero Ginny, dejando de lado a toda su parentela, había ido a refugiarse en el jardín para pensar. “Astoria. Astoria”. Se alegraba que estuviese muerta. En verdad se alegraba. Nadie sabía que ella la había envidiado por años. Los mismos años que había odiado a Draco Malfoy…todos esos años que compartió la vida y la cama con su marido con el secreto temor de que este algún día se diera cuenta de lo que ella percibió con apenas 11 años, el primer día que piso Hogwarts. Que Draco y Harry tenían “esa conexión”, “esa magia” que los unía aunque sea para odiarse… ¡Oh!, Y cuando se enteró del incidente de la escoba…de cómo Harry salvó al rubio en la Sala de Menesteres y este se lo agradeció con un beso en la mejilla. Ginny sabía en su yo más profundo que Draco Malfoy amaba a Harry Potter: era gay, estaba segura, o al menos bisexual. Pero lo que le aterraba más era descubrir, con el paso de los años, que su amado Harry también lo era… solo que el muy idiota no se había dado cuenta. Lo había sorprendido más de una vez mirando el cuerpo de un hombre mientras que el de las mujeres, el suyo incluido, lo dejaba indiferente. Sus amigas decían que era un hombre fiel y respetuoso, ella decía en su interior que era un maldito maricón. Sus noches de sexo, que deberían desbordar de pasión, eran rutinarias y sosas. Y sus hijos varones habían salido ambos homosexuales. ¡Si eso no era genética que la cuelguen!

Aún recordaba el último año de Harry, después de derrotar al Lord…todo séptimo tuvo que repetir el año y ella los alcanzó. Recordaba los ojos tristes de Draco cuando caminaba con Harry del brazo rumbo a alguna clase, su profundo dolor cuando ella lo besaba solo para herirlo.

Pero un día, ya adultos, lo divisó a lo lejos con Astoria y quiso repetir el jueguecito. Y Draco Malfoy la había ignorado. A ella. A la esposa del Salvador. Ni siquiera había volteado a darles una segunda mirada tan embobado como estaba adorando  a esa rubia muñeca de porcelana y su estúpido vientre, perfectamente bien llevado y sin un gramo más de grasa…. A su lado ella, que también estaba embarazada, solo era un ama de casa gorda y sin gracia. Y Draco. La ternura, la dulzura con que la trataba. Se notaba que la tenía sobre todo, cubierta de pies a cabeza de joyas y ropa de diseñador. Mientras que ella, la heroína, la esposa del gran Harry Potter, compraba en las tiendas del callejón Diagon. Ella, que estaba abandonada con un James berrinchudo en los brazos, mientras Harry parecía un adolescente embarrándose de helado con Teddy.

Ese día Ginny supo que Draco había dejado de amar a Harry y se sintió aliviada, por ella, se entiende. Pero se sintió furiosa al saber que el rubio había encontrado la felicidad junto a otra niña rica y desabrida como él. Y que ya no la envidiaría más. Que ni siquiera la recordaría. Mientras que ella siempre lo vería como una sombra al acecho de su felicidad (si a lo que tenía podía dársele tal nombre). Y para colmo de males Draco y su insufrible muñequita transitarían por la vida rodeados del lujo, la riqueza y sobre todo la clase que a ella le había sido negada.

“Yo merecía ese destino, no ellos”, pensó. Ella. Que en harás de su amor por el héroe había dejado sus sueños de ser famosa e independiente para convertirse en un ama de casa clase mediera. Y no era que su esposo no tuviese dinero, ¡Merlín Santo, lo tenía! pero había que ver si lograba sacarle más de lo indispensable. “¿Viajes? Pero querida, los niños están muy pequeños”. “¿Joyas? Mi amor ¿para qué? No querrás que piensen que somos presumidos….” ¡Si! ¡Si! ¡Si!…Ella quería ser presumida, quería vivir en una gran mansión y no en esa casucha en la que habitaban solo porque había pertenecido a los padres de Harry. Pero ella era  la buena y dulce pequeña. No se quejaba. Jamás  haría un berrinche. Sabía que su matrimonio y su relación de pareja descansaban en una mentira que ella misma había fabricado: la fachada de chica ingenua, dulce y comprensiva a la que nadie podría dejar de amar… Harry menos que nadie, que tanto quería y tanto debía a su familia.

Pero ahora, por fin, la vida le daba una oportunidad de revancha. Ponía a sufrir a los Malfoys como lo merecían. Y había sido uno de sus hijos, para variar, el que había hecho justicia. Castigado como se merecía a esa escoria que se había atrevido a soñar con lo que era suyo… (una vocecita en su interior le recordó que Albus no era Harry, y Scorpius no era Draco; pero ella la silenció antes de volver con los suyos). No le importaba nada más que el sentimiento feliz de la venganza cumplida. Pensaba que tenían razón: era un plato que mientras más frio se degustase, mejor sabía.

 Ya en el interior escuchó a Ron lamentarse por la llamada de atención de su jefe. Kingsley Shacklebolt lo había suspendido un mes  sin goce de haber por lanzar una maldición imperdonable en una sala repleta de civiles. “¡¡¡Sobre una madre dolida por la muerte de su hijo!!! ¡¡¡No importa si era un violador o no. Su madre no tenía la culpa!!!” le había gritado. “¡¡¡Y encima matar a una inocente…se apellide Malfoy o no Narcissa no había hecho nada, nada más que estar allí al lado de su nuera!!!”, otro grito. “¡¡¡Sobre una abuela que protegía a su nuera…!!!” Ya parecía que los Malfoys, esas malditas serpientes, eran los buenos de la historia y él el villano.

Ginny lo escuchaba hablar fastidiada. Sabía que su hermano era imbécil pero no imaginaba cuanto. Ella se acababa de dar cuenta. Ellos eran los villanos en esa historia. Y se sentía tan bien.

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La Muerte

La muerte no sabe de buenos y malos. La muerte trata a todos por igual.

Custodiados por aurores para evitar un posible y nuevo ataque, los Potter  y los Weasley enterraban a su muerto. Los periodistas los rodeaban.

No muy lejos de allí los Thomas, acompañados por los Finnegan, Andy y un nutrido grupo de gryffindors enterraban al suyo.

Y al otro lado de la ciudad, con todas las generaciones de la Casa Slytherin en pleno y  los estandartes con el escudo y el verde ondeando orgullosos, los Malfoys y los Greengrass entregaban a la tierra el cuerpo de sus mujeres. Los aurores y periodistas vigilaban también al grupo y muchos, de origen muggle, se santiguaban ante el féretro de Astoria. La madre que cayó defendiendo a su hijo, la sacerdotisa celta, la madona…habían comenzado a llamarla en secreto.

Draco y Lucius Malfoy miraban impasibles descender los ataúdes.

Anne lloraba mientras veía el de su hijo ser cubierto por la tierra.

Los Weasley en pleno consolaban a un desquiciado James que se abrazaba al féretro de su primo y amante.

-Adiós…- murmuraron los Finnegan, los Weasley, los Zabinni, los Nott…

-Adiós Amor…..- susurraron Lucius, Maximilian, Anne, Dean…Harry.

-¡¡¡Adiós Amor…Mil veces Adiós….!!!- gritaron James y Draco al viento… la lluvia cayendo sobre ellos y la tierra recién removida guardando para siempre lo que quedaba de un amor trágico.

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Y mientras tanto Albus Potter, que había despertado hace dos días gracias a Marcus e Isabella, esperaba en su sala vacía.

Tras prometer a sus amigos que aclararía las cosas había huido de ellos, dudando que todo lo dicho fuese verdad.

Había vagado por las calles y escuchado a la gente, y tras horas de incertidumbre había llegado a su hogar buscando respuestas. Estaba desierto. Pero encontró cientos de recortes y diarios de todo el mundo que revelaban la maraña de mentiras que su hermano,  madre, tíos, abuelos y hasta su propio padre habían inventado durante esas semanas.

Gritó al silencio y lloró durante horas por su amor perdido:

-¡¡¡Adiós Amor…Mil veces Adiós….!!! 

Lloró por Scorpius hasta quedarse sin fuerzas. Lloró por los Malfoys… por los sly, incluso por su hermano y los Weasley…. por sus padres…pero sobre todo lloró por él, por el chico inocente que fue antes de la tragedia y que no volvería a ser jamás.