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Jugando con fuego por Aquarius No Kari

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Capítulo 10     Cuando la verdad se asoma.

 

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Flashback

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—¡ Blyat !— Aquel grito lleno de frustración y enojo, rompió el silencioso entorno de Siberia; al mismo tiempo que la mano derecha, recientemente afectada, se colocaba en la zurda para calmar el dolor que sentía sobre esa parte blanda bajo la venda. 

 

Hyoga abrió los ojos de par en par, y admiró al pequeño peli verde ante él, con sorpresa y preocupación. Despegó los labios para preguntarle si estaba bien, pero en ese momento su maestro interrumpió cualquier posible oración.

 

—Te dije que no estabas listo—. Lo reprendió duramente. El pequeño infractor apretó los labios e hizo acopio de todas sus fuerzas para no llorar, a pesar del cúmulo de lágrimas que se amontonaron en sus pupilas al admirar al maestro del hielo con esa mirada fría y severa en sus ojos de mar. 

 

—¡Puedo hacerlo!— repelió la negativa de Camus a pesar del dolor que sentía en ese momento. El galo sintió una ligera frustración por él, porque ese niño era imperioso y caprichoso. 

 

—No lo harás hoy, porque voy a castigarte—. Sentenció, de manera fría. El rubio, quien había observado en silencio por primera vez, creyó que necesitaba intervenir.

 

—Maestro, sé que lo desobedeció, pero…

 

—Isaac se irá a la cama sin cenar, y él sabe por qué—. El francés no miró a Hyoga mientras lanzaba aquellas palabras, y el nombrado tampoco, pues mantuvo el contacto visual con el mayor, aun cuando había declarado aquello. 

 

—Seguiré entrenando…— Decretó el peli verde, restando importancia a lo dicho por su maestro. 

 

—Como prefieras…— Camus levantó la mano a la altura del pecho, y con un movimiento elegante estiró los dedos, permitiendo que de estos saliera una lluvia de hielo hacia los pies del infractor; congelando sus movimientos sobre el hielo.

 

—¡Maestro!— exclamó Hyoga. 

 

—Ya que estás tan ávido por desafiarme, y es tal tu interés por continuar tu entrenamiento, vuelve a la cabaña cuando logres liberarte de eso…— Camus se dio la vuelta, mientras el peli verde apretaba los puños con frustración a la altura del propio pecho. El rubio admiró a su mentor con una mezcla de miedo y fascinación, y a su pequeño amigo con ansiedad por dejarlo ahí abandonado—. ¡Hyoga!— lo llamó el francés sin mirarlo.

 

El rubio tenía claro que no deseaba abandonar a su amigo, pero si no lo hacía, tal vez su maestro le obligaría a pelear con osos polares; así que se despidió como pudo de Isaac y caminó tras su maestro, mirando ocasionalmente hacia atrás…

 

Pasadas algunas horas, y después de la cena, Hyoga volvió con Isaac, quien parecía cansado y adolorido después de intentar quebrar el hielo. 

 

—¿Qué haces aquí?— le preguntó el otro con fastidio. El rubio hizo una seña con los dedos sobre sus labios para guardar aquel secreto. Entonces, el peli verde lo vio sacar un pedazo de pan con queso del bolsillo en el abrigo que Hyoga estaba usando.

 

—¡Come rápido!— exclamó apurado, pasándole el pequeño botín. Isaac miró hacia todos lados y lo tomó sin pensar, llevándose a la boca dos o tres porciones, antes de engullir por completo. 

 

—Gracias… No eres tan tonto como pensaba…— bromeó el niño, riéndose un poco. El rubio sonrió. 

 

Habría deseado llevarle algo de beber, pero resultaría sospechoso.

 

—¿Qué significa esa palabra?— preguntó el ruso ladeando ligeramente la cabeza hacia un costado—BL…

 

—¡Shh!— lo calló el otro apresuradamente. 

 

—¿Es tan malo?— se sorprendió cubriéndose la boca. Isaac frunció ligeramente el entrecejo. 

 

—¿Quieres compartir el castigo?

 

—¡No, no! 

 

—Entonces vete, anda… Y gracias—. Un poco más animado y con más fuerza, decidió que sí podía romper ese hielo. Hyoga, por su parte, sonrió y decidió hacerle caso. 

 

Cuando volvió a la cabaña, su maestro lo estaba esperando en la entrada con los brazos sobre el pecho y una mirada fría y severa; así que, antes de llegar ante él, ya sabía lo que le esperaba, por lo que arrastró los pies y se frotó los ojos tratando de ser fuerte, pero cuando elevó la mirada otra vez, no pudo resistirlo y admiró sus propios pies sabiendo lo que vendría…

 

—¿Dónde estabas?— le preguntó estoico, esperando que el menor pusiera algún pretexto sobre eso, sin embargo…

 

—Perdón, maestro… Isaac… yo solo…— mientras Camus estaba esperando una excusa o una historia inventada, el niño parecía realmente ávido por declarar su culpabilidad. 

 

—¿Te atreviste a desobedecer lo que te dije?— Hyoga apretó los labios y volvió a tallarse los ojos. 

 

—Lo siento…— Camus se sintió frustrado, pues mientras intentaba reprender a Isaac, el rubio se ablandaba y le daba premios que no merecía; y lo peor de todo, es que ni buscaba mentir o excusar su propio comportamiento, al contrario, parecía realmente afectado al saber las consecuencias de su desobediencia.

 

—¿Comprendes por qué lo castigue?— el rubio bajó la mirada y trató de pensar en lo que iba a responder. 

 

—Porque dijo una mala palabra…— pateó con vergüenza un poco de nieve con la punta de su bota, al responder. Camus movió suavemente la cabeza, y relajó la postura. 

 

—Isaac tiene un carácter difícil, y necesito hacerle entender que no puede desafiarme. 

 

—Es que él… necesitaba comer y yo…— señaló hacia atrás, pero Camus lo calló.

 

—Quiero que estudies griego ahora. No quiero verte de excursión por ahí. Vamos—. Lo obligó a entrar a la cabaña, siendo estricto, pero al mismo tiempo, y a su propia manera, suave con él; pues sabía que Hyoga no había comido bien aquella tarde, pero lo más importante, entendió que su pupilo nunca podría mentir.

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End of flashback…  

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Camus, con la cabeza aun sobre la almohada, observó a su alumno, sintiendo que la habitación se volvía pequeña tras oír esas palabras. 

 

Usted es más que un maestro para mí…” 

 

La mano que estaba apacible sobre su propio regazo se levantó, y sus dedos se movieron de forma inquieta sobre el aire con indecisión, porque quería y necesitaba tocarle la cabeza con una caricia suave que pudiera reconfortar la amargura que él sentía; sin embargo, aunque lo apreciaba y solía ser débil a él, Hyoga había actuado mal en todos sentidos, y no podía premiarlo con afecto, después de eso. 

 

Entonces bajó la mano y desvió la mirada, mientras ponía tensa la mandíbula; así que, al cambiar el trayecto de sus ojos, encontró la figura del escorpión con la atención puesta en ellos. 

 

Algo en él lo puso inquieto, porque Milo parecía ofuscado y ofendido, incluso más, que cuando tuvo que enfrentar la enfadosa actitud de Hyoga momentos atrás. 

 

Camus tuvo el impulso de pedirle a su discípulo que se aparte, como si estuvieran haciendo algo indebido, pero en realidad no estaba pasando nada; sin embargo, el griego no tenía buena cara, y tras la confesión del cisne, lo único que deseaba era arrancarlo del lado de Camus y mandarlo de una patada, de vuelta a Siberia.

 

Milo dio un paso con la intención de sacarlo, pero el francés le hizo una seña para frenarlo, mientras se deshacía del contacto con Hyoga, rechazando así sus palabras y cualquier intención por disuadir sus decisiones. El escorpión apretó el puño, retrocedió y volvió sobre sus pasos. No sabía por qué, pero algo dentro de él le obligaba a “ obedecer ”, aun cuando sentía rabia e impotencia, la necesidad por darle a Camus lo que quería, lo obligaba a irse. 

 

Nunca imaginó que llegaría a sentir celos por él, el caballero de Acuario, o inquietud por su relación con el cisne; no obstante, después de oír esas palabras, se sentía ansioso y desesperado, porque la figura de Saga alejándose con él, ahora se volvía un Hyoga llevándose a Camus. 

 

Intentó no pensar en la relación estrecha de ambos, y en la declaración del cisne hacia el aguador, pero no podía evitarlo; así que se quitó el yelmo de escorpión y la cargó sobre el brazo, apoyando la espalda en la puerta para no sentir que reventaba en deseos por irrumpir en la habitación y alejar al pajarraco ártico de ahí. 

 

Dentro de la habitación, al notar el rechazo de su maestro, el ruso levantó la cabeza y miró al caballero de Acuario herido y cansado, con un atisbo de dolor en las pupilas. 

 

No esperaba un contacto cálido ni cariñoso, pero esperaba poder convencerlo de cambiar de opinión al respecto de su relación, o de lo que sea que estuviera haciendo con el escorpión; sin embargo, a pesar de su ruego, Camus continuaba aferrado a él… ¿Por qué? Tal vez porque no sabía ni entendía la verdad, y él, aunque no deseaba mencionarlo en voz alta, se dio cuenta de que era el único modo de separarlos. 

 

—Sé que aún tenemos cosas de qué hablar, pero lo mejor es poner sana distancia entre los dos—. Hyoga no podía adivinar cuáles eran los pensamientos o los sentimientos de su maestro en ese momento, y no lograba comprender lo difícil que fue para él pronunciar esas palabras, porque sí continuaría con Milo de esa forma, y su pupilo manteniendo esa actitud y opinión de él, lo mejor era distanciarse, esperar calma a la tormenta, e intentar enmendar las heridas después.

 

El rubio lo miró con desconcierto, sintiendo como la decepción, hacia un hueco en su pecho. 

 

—¿Prefiere alejarse de mí porque no puedo aceptar su relación?— preguntó dolido. El galo exhaló. 

 

 —Es mi vida privada, y no tengo porqué darte explicaciones—. Respondió severamente. El ruso retrajo los puños y los apretó sobre las rodillas, para luego levantarse de la silla. 

 

—Usted no puede decir que es su vida privada cuando todo el Santuario sabe lo que pasa entre ustedes…

 

Es cierto… ", concordó, “ Milo y yo nos aseguramos de anunciarlo a todos en la fiesta…

 

—Hyoga, por favor, márchate—. Continuó pidiéndole educadamente que se fuera, sin embargo…

 

—No lo haré—. Se plantó el ruso, ignorando los deseos de su maestro—. No me iré hasta que me escuche—. Camus bufó, exaltado por primera vez. 

 

—¡No voy a continuar discutiendo esto!— Exclamó, cansado, fastidiado y más adolorido que antes. Hyoga mantuvo la mirada fría mientras admiraba al hombre postrado en la cama, con los puños apretados, dejando toda la amabilidad y estoicismo para ser el hombre rígido de siempre. 

 

—Y yo no voy a permitir que continúe arruinando su imagen—. Ante las palabras del cisne, Camus frunció ligeramente el entrecejo. 

 

—¿De qué estás hablando?— el rubio se mordió el labio por dentro. 

 

—No quería decírselo, pero él, le ha estado mintiendo…— Camus lo miró confundido, y vio en esos ojos de azul zafiro al pequeño niño que aceptaba siempre las consecuencias y sus responsabilidades, dudar sobre lo que hablaría… pero, a pesar de eso…

 

—¿Qué es lo que vas a inventar ahora?— El acuariano, dolorosamente, lo acusó de mentir, porque, aunque Milo y él no eran amigos, dudaba que existiera un pecado tan terrible que llevase a Hyoga al punto de exigirle detenerse. 

 

A menos que si estuviera enamorado de alguno de los dos… 

 

—¿Quiere llamarme mentiroso?— Inquirió Hyoga, ligeramente sacado— ¡Perfecto!— apretó los dientes—. Si eso borra el dolor por lo que voy a decirle, ¡está bien para mí! ¡Milo es la concubina de todo el Santuario!—. Camus intentó no reaccionar a él, manteniendo la postura tanto en la cama, como el semblante estoico; sin embargo, por dentro, no podía comprenderlo.

 

¿De dónde había sacado Hyoga aquello? 

 

—Pudiste inventar algo mejor…— Murmuró el galo apretando los ojos, y mostrando su decepción en el tono de hablar. El rubio, a pesar de sentirse ofuscado, conservó la serenidad.

 

—No es invento, maestro, sé de buena fuente que mientras usted y él… hacen lo suyo, él se divierte entre las piernas de otros hombres—. Camus volvió a mirarlo.

 

—¿Cómo puedes hacer un juicio tan cruel contra una persona como él? Una persona que salvó tu vida en más de una ocasión…

 

—¿Y debo pagarle con el cuerpo de mi maestro?

 

—Deberías tenerle respeto y aprecio…

 

—¡Podría haber mantenido mi respeto, si él tuviera las manos lejos de usted!— Hyoga se arrepintió de haberse exaltado nuevamente, y buscó por segunda vez la mano de su maestro—. Se lo suplico… Desista de esto. Él, no le conviene—. Camus volvió a repeler su contacto tibio. 

 

—Si es la opinión que tienes de él, nosotros no tenemos nada más de que hablar…— El ruso, dolido, se pasó las manos por el rostro, y frustrado, se levantó de la silla. 

 

—¿¡Cómo puede elegirlo a él?!— gritó señalando la puerta.

 

—¡Ya te dije por qué!— Se exaltó el galo apretando los dedos sobre la sábana. 

 

—¡Usted no puede estar enamorado de él!— graznó otra vez, llevándose las manos a la cabeza— ¡No lo voy a permitir!

 

—No necesito tu autorización…— Le dijo fríamente. El cisne bufó como animal herido. 

 

—¡Usted es lo más importante para mí! ¿Es que no puede verlo? 

 

—Eso no te da derecho sobre mi vida, y si me das a elegir así, voy a escogerlo a él—. La forma tan firme en que el galo tenía de aceptar sus preferencias, dejó frío al ruso, quien sintió que el suelo se abría bajo sus pies, haciéndole caer en un pozo. 

 

Decepcionado era poco comparado a la forma en que se sentía en ese momento…

 

Entonces cayó en cuenta de algo, que hasta entonces no había contemplado. 

 

—Creí que usted no lo sabía, pero ahora me doy cuenta de que lo acepta como es…— Camus exhaló.

 

—¡Porque Milo no es así! Tú conviviste con él…

 

—Y fue precisamente porque pensé que era una persona honorable como usted, pero ahora me doy cuenta de que viví engañado por ese asqueroso escorpión…

 

—¡Hyoga!

 

—Quizá piensa que va a cambiar por el amor que él dice tenerle, pero lamento decirle que es una vil mentira, porque mientras finge con usted, ¡es la prostituta de todo el Santuario!— bramó con desagrado. 

 

—¡No más!— Camus no podía alcanzarlo debido a la distancia entre ambos, por lo que se impulsó hacia adelante, y lanzó un puñetazo al aire con una brisa de hielo al muchacho ante él. El rubio, sorprendido por esa respuesta, esquivó el ataque, y observó como su maestro volvía a la cama, obligado por las heridas que tenía por todo el cuerpo y que punzaban sin piedad, imposibilitando cualquier movimiento; así que terminó recostado, aspirando aire con dificultad. 

 

¿Por qué Hyoga hacía un juicio así contra Milo? Camus no pudo soportar escuchar esas opiniones horribles sobre el escorpión, porque sabía (o al menos quería creer) que él no era ese tipo de persona. Si lo fuera, no habría buscado firmar ese pacto entre ellos. Le habría bastado pasearse con cualquiera de sus amantes para poner celoso a Kanon.

 

Y si fuera verdad, no se habría cansado de ser un juguete sexual, como él mismo se llamaba. 

 

Entonces recordó todo el dolor que él tenía respecto a su relación con Kanon, y la forma en que la frustración lo hacía actuar, así que estaba cansado y exasperado de oír a su pupilo hablar de esa forma sucia y despectiva, de alguien que no lo merecía; alguien a quien el propio cisne le debía agradecimiento y respeto. 

 

Hyoga vio su arranque, y aunque quiso acercarse a él para auxiliarle, no podía perdonarlo. 

 

En ese momento, Milo abrió la puerta cuando notó el cosmos violento de Camus estamparse contra la pared, encontrándolo apretando las sábanas con sus puños y los dientes para ahogar cualquier quejido.  

 

—¡Lárgate, o no respondo de mí!— lo amenazó el escorpión mientras dejaba el yelmo sobre la mesa, y tomaba posición junto a Camus sobre la cama. Este le tomó la mano, quizá con la intención de pedirle detenerse, pero el griego lo rechazó—. No me importa lo que diga tu maestro, te voy a…

 

—Milo…

 

—¡No te tengo miedo!— replicó el ruso— ¿Quieres pelear? ¡Vamos! Pero si pierdes, me llevaré a Camus de aquí—. El griego apretó los dientes y sus ojos color turquesa comenzaron a adquirir un tono escarlata, dispuesto a mandar todo al diablo con tal de borrar esa expresión confiada y desafiante en ese rostro tan ajeno al chico que se ganó su aprecio y respeto tras pelear en ese preciso templo. 

 

El acuariano volvió a cazar su mano, pero nada podía frenar la ira que sentía dentro de su orgullo herido, y el amor floreciente y temeroso, que sentía en ese momento, y que lo llevaba a ponerse de pie.

 

—Milo…— lo llamó con esa voz cansada y adolorida, con un tinte suplicante por la vida de su pupilo.

 

Tal vez la primera vez no suplicó por él. Aquella ocasión fue el favor de un compañero hacia otro, pero esta vez necesitaba frenar esa locura…

 

—¡No vas a detenerme!— exclamó hacia el galo—, voy a darle lo que él pide justo ahora…

 

Camus sentía que la cabeza se le partía de dolor, y en medio del sufrimiento solo pensaba en las consecuencias de ese enfrentamiento y el castigo que ambos tendrían que soportar si el Patriarca o Athena se enteraban de aquella disputa que rompía la paz del Santuario; sumado al desacuerdo que Milo también tuvo con Saga previamente. 

 

No más… esto se está saliendo de control…

 

El cisne caminó hacia la salida de la habitación, y el bicho lo siguió un par de pasos, antes que el francés se enderezara sobre la cama:

 

—Estoy enamorado de otra persona…— soltó Camus con decisión y abatimiento. 

 

Milo se frenó, como si hubiera sido empapado por un balde de agua helada, y miró al aguador por encima de su hombro, sintiendo un dolor en el pecho que lo llenó de rabia.

 

Tal vez en otro momento no le hubiera importado tanto, pero ahora, sentía como si un rayo lo hubiera partido a la mitad. 

 

Hyoga, dispuesto a “ liberar ” a su maestro de las garras del bicho, también se congeló. Creyó haber escuchado mal, pero virar sobre sí mismo, y notar al escorpión herido, lo hizo vacilar. 

 

—¿Qué? ¿Qué dijo?— preguntó, sin dar crédito a sus oídos. Camus se dejó vencer sobre la almohada, pero esta vez el griego no lo auxilió, pues se hizo a un lado como si no le importara. 

 

Pero si le importaba, únicamente estaba asimilando la declaración del aguador y el dolor que dejó tras sí, con esas palabras.

 

El francés respiró dolorosamente, e intentó mermar su propio ritmo cardíaco. 

 

—Milo y yo no tenemos una relación…— explicó—… Él y yo… 

 

—¡Camus…!— protestó el escorpión, pero el aguador continuó. 

 

—… Solo es un noviazgo fingido…— el rubio tragó saliva con dificultad y enfrentó la mirada de su maestro con la suya confundida. Milo exhaló con frustración y se sentó en la orilla de la cama, restregándose la cara con los dedos. 

 

—Pero ustedes…— el ruso intentó comprender lo que había visto en Acuario, y entonces fue golpeado por las imágenes de aquel día, desde ellos tocándose y besándose fervorosamente en el onceavo templo, haciendo lo mismo en Capricornio, hasta que Saga y Kanon lo llevaron a Géminis para hablarle sobre su preocupación por Camus y las inapropiadas decisiones que estaba tomando sobre su relación con Milo; y cuando Hyoga decidió que intervendría, escuchó al guardián de Escorpio peleando consigo mismo por no enamorarse del hombre con quién mantenía un romance, el mismo hombre que ahora estaba confesando no estar enamorado de Milo, ni tener relación alguna con él, cuando antes lo defendió con su propia vida ante Saga, y lo eligió por encima de los sentimientos y súplicas de Hyoga.

 

Notó que el griego trataba de no romperse ante lo sucedido, y a Camus intentando recuperarse de su propia culpabilidad. 

 

—Déjame explicarte…— le oyó decir, tratando de borrar la decepción que podía leer en sus ojos. El rubio sintió como si tuviera algo atorado en la garganta, así que apretó los puños y miró a su maestro fijamente:

 

—Estaba angustiado por usted, por lo que yo sabía de él…— señaló al escorpión con la cabeza, quien le dirigió una mirada de pocos amigos por respuesta—… Porque no quería que le hiciera daño… 

 

—Déjame fuera de tu boca…— lo amenazó el escorpión, sin embargo, Hyoga ya no entendía nada. Si no eran novios, ¿estaba bien el comportamiento poco ético de Milo, siendo la concubina del Santuario…?

 

Pero, ¿por qué Camus le había mentido a él? ¿Por qué su maestro no le dijo la verdad desde un principio? Incluso aseguró que sí estaba enamorado de Milo…

 

Bueno, si era más honesto consigo mismo, nunca declaró que lo estuviera del escorpión…

 

Comenzó a sentirse más confundido que antes. 

 

—Fue un error venir…— murmuró el rubio sintiendo amargura y dolor. 

 

—Hyoga…— pero Camus quería explicarle todo, sin embargo, él le regresó una mirada cargada de decepción y reproche. 

 

—¿Cómo pudo caer en esto?— preguntó sin poder creer aún en lo que ocurría—. No quiero volver a verlo—. Anunció con desprecio. Camus apretó los labios mientras el escorpión levantaba las cejas y admiraba al aguador, sabiendo que controlaba la expresión sombría por la pena de recibir esas palabras a causa de su mentira.

 

Es mi mayor debilidad… ”, recordó Milo lo dicho por él. 

 

—No culpes a Camus—, declaró levantándose de la cama para enfrentarlo otra vez—, esto fue mi idea.

 

El cisne lanzó una exclamación sarcástica con mil preguntas peleando entre ellas por salir de su boca, bañadas por el enojo y el dolor que sentía. 

 

—Son tal para cuál…— Escupió al final, dándose la vuelta para salir de la habitación.

 

—¡Hyoga!— exclamó el escorpión tratando de frenarlo y explicarle la situación para arreglar eso, por Camus más que por nadie.

 

—Déjalo ir…— Murmuró el galo suspirando y cerrando los ojos. Milo admiró la puerta por dónde el rubio había salido, y después giró sobre sí mismo para observar al caballero de Acuario. 

 

—¿Por qué se lo dijiste?— Inquirió tratando de no demostrar lo que sentía, pero Camus también notó en su voz una ligera decepción. 

 

Exhaló con cansancio y se cubrió los ojos porque la luz le molestaba. 

 

Quería protegerte… ”, pensó con silencioso tormento. 

 

—Estoy muy cansado, Milo…— el nombrado se mordió el labio, y aunque realmente lo sabía, pensó que ya había sido demasiado considerando con él, para tragarse eso. 

 

—¡Yo también estoy cansado!— gritó, arrepintiéndose por su propio arranque, sin ceder terreno a sus sentimientos— ¿Crees que él va a guardar nuestro secreto? 

 

—¿A quién se lo va a decir? ¿A quién más le importa lo nuestro?— Milo resopló. 

 

—A tu estúpido Saga, por ejemplo…— acusó con enojo. El aguador exhaló con cansancio. 

 

—No se lo va a decir…

 

—¿¡Cómo mierda lo sabes?!— se exaltó el otro con los celos empujando sus palabras. Camus también perdió los estribos. 

 

—¡No lo hará porque lo conozco!— exclamó con fastidio.

 

—¡Él está enamorado de ti!— lo acusó el griego. El acuariano bufó. 

 

—¿Es en serio? 

 

—¿No lo escuchaste?

 

—No lo dijo por eso…— Murmuró desviando el rostro, porque no quería volver a pensar en eso.

 

Milo se llevó las manos otra vez a la cabeza. 

 

—¡Agh! ¡Eres tan irritante! ¡No entiendo por qué yo…!

 

Estoy enamorándome de ti… ”, se calló de golpe, sabiendo que sería demasiado estúpido declarar sus celos, dolor y ansiedad por él, cuando Camus había clavado una estaca de hielo en su corazón, aceptando abiertamente ante Hyoga que en realidad estaba interesado en otra persona. 

 

El aguador, por su parte, “ comprendió ” que estaba azorado por la desazón poco normal que le hacía experimentar, pues estaba dándole demasiadas molestias…

 

—Lamento esto…— murmuró con arrepentimiento. Milo volvió a exaltarse. 

 

—¡Estoy harto de tus disculpas!— gritó, frustrado—. No lo hagas, Es irritante—. El galo, quien no se esperaba eso, sonrió con burla. 

 

—Sí, gracias, hoy no he parado de escuchar tus opiniones sobre mí—. Respondió sarcásticamente. 

 

—¿Y qué quieres que diga?, ¡hoy te has equivocado como nunca!

 

—Pues tampoco eres perfecto—. Debatió con arrogancia.

 

—¡Agh! Ya sabes entonces por qué tú y yo nunca logramos llevarnos bien—. Tras decir aquello, Milo sintió que el dolor en el pecho se hacía más grande mientras se llenaba de ansiedad; y Camus, con los ojos cerrados, trataba de NO darle la razón.

 

Se hizo un incómodo y doloroso silencio entre los dos, con la tensión tan tangible, que asfixiaba y calaba como ser lanzado por un abismo.

 

En otras circunstancias, Milo se reiría y evitaría mostrar su corazón herido, pero en ese momento, no podía ocultar lo que sentía, porque el emerger de esa pequeña llama se ahogaba entre el sufrimiento de volver a pasar la misma sensación agobiante, que experimentó con Kanon; porque la chispa no podía crecer alimentándose de Camus, quien, en realidad, idolatraba a otro.

 

Estoy enamorado de alguien más…”

 

¿Cuántas veces tendría que escuchar eso? La verdad, no sabía si iba a poder soportarlo.

 

—No puedo quedarme aquí…— Le oyó decir, y aunque podría ceder y mandarlo al diablo, su amor naciente y masoquista quería un poco más de él, como si no pudiera soltarlo. De hecho, ni siquiera quería intentarlo. Saber que lo extrañaría y que añoraría incluso el dolor que él le producía, lo motivaba a retenerlo. 

 

El escorpión apretó los puños para no ir a buscar una cuerda o unas buenas cadenas para mantenerlo preso sobre la cama. 

 

—¡Deja de decir sandeces!— lo reprendió, y decidió ir al baño por más agua fría para ponerle sobre la frente, ya que lo notaba más colorado que antes. 

 

Cuando volvió, el aguador estaba intentando levantarse.

 

Athena, dame paciencia… ”, bufó mentalmente. 

 

—Vuelve a la cama, por favor—. Le pidió secamente. El acuariano movió una vez la cabeza y continuó el proceso de retirar las cobijas de sus piernas desnudas.

 

—¿Para qué continuar con esto? Nunca llegaremos a nada…— Colocó los pies descalzos sobre la superficie suave y acojinada de la alfombra carmesí junto a la cama, quitando la sábana de sus piernas, y sin notar que exponía un bóxer color azul metálico que cubría sus partes privadas. Milo exhaló, y aunque Camus buscó el apoyo de la cama para ponerse en pie, el escorpión lo tomó en brazos y lo devolvió sobre el colchón. 

 

—Todas las parejas tienen discusiones… ¿O no?— volvió a taparlo, antes que hiciera alguna exclamación por su estado desvestido (si es que lo había notado).

 

—No lo sé—, trató de incorporarse otra vez—, tú lo sabes todo. Debiste tener muchas relaciones personales—. Al escucharlo, Milo detuvo sus movimientos.

 

Después de lo declarado ante Hyoga, no se merecía su amabilidad, pero si permitía que las cosas se rompieran ahora, nunca podría volver a mirarlo a la cara, sin sentir que debería haber hecho algo diferente… 

 

Ya estaba demasiado arrepentido por la niñez que no compartieron, para agregar una piedra más a ese costal, así que sólo tenía una opción: si Camus tenía sus preciosos recuerdos con Saga, Milo necesitaba forjar también los propios, y de ese modo, no se lamentaría después…

 

Tras hacer un breve silencio, metió el pequeño trapo en el agua, lo escurrió, y lo colocó en la frente del otro, haciendo el flequillo verdiazul a un lado. 

 

—Tú eres mi primer novio—. Confesó, rascándose la mejilla con nerviosismo—. En eso, tú eres mi primera vez—. El francés abrió los ojos con sorpresa, y miró al escorpión con una mezcla de duda y ¿felicidad? Ni siquiera sabía lo que esas palabras le hacían sentir, pero definitivamente sí enardecían la piel de su rostro—. No me mires así—. Reclamó el griego poniendo el trapo húmedo sobre esos ojos color oceánico, para que no viera el repentino bochorno que imitaban las de él—. Tener un acostón porque sí es una cosa, pero…

 

—Suenas como si hubieras tenido muchos impulsos…— murmuró el francés un poco molesto. Milo meneó la cabeza, aunque él no pudo verlo porque el lienzo aún cubría sus ojos.

 

—Solo Aioria y tú… Mi experiencia sexual la adquirí por decisión propia: mi cuerpo, mis deseos y mis reglas—. Camus se quedó en silencio un momento. 

 

—Que exigente…— sonrió débilmente. 

 

—Lo soy, Camus. No hago esas cosas con cualquiera—. El galo sintió un pequeño salto en el corazón, y con sus dedos se retiró el trapo de los párpados para contemplarlo fijamente, como buscando un atisbo de burla o duda en esos orbes color turquesa.

 

Tras un breve intercambio de miradas silenciosas, el aguador suspiró y desvió la mirada al pensar en lo que necesitaba expresar a continuación. 

 

—Sobre nuestro impulso…— Milo se sorprendió, sintiendo su corazón exaltarse, al recordar aquellos momentos en el templo de Acuario; y como no estaba listo para entrar en ese tema, sin sentir que sería traicionado por sí mismo, le dio al galo un beso tan suave y natural en los labios, como respirar. 

 

—No tenemos que hablar de eso ahora—. Le dijo al final, ocultando un ligero nerviosismo en su voz—. Aún tienes fiebre—, le acarició la cabeza—, y necesitas descansar—. Camus cerró los ojos y suspiró con profundidad. 

 

Tras otro breve silencio, volvió a hablar. 

 

—Lamento lo de Hyoga…— Dijo al final, con la insana necesidad de hacerse responsable por los pecados de aquel. 

 

Milo, por su parte, tuvo curiosidad por saber los detalles de esa discusión, sin embargo, consideró dejar ese tema para después.

 

—Yo lo apreciaba… y ahora que lo sabe todo…

 

—No dirá nada—. Aclaró el galo, para tranquilizarlo. El griego lo observó, guardándose los pensamientos un momento, antes de volver a hablar.

 

—¿Por qué tienes esa confianza ciega en él?— preguntó. Camus abrió los ojos, observando el techo primero, antes de devolver la mirada hacia el espartano. 

 

—Porque Hyoga no puede mentirme. Siempre prefirió enfrentar mi ira que ocultar sus errores—. Milo pensó que debería confiar en su palabra, pues él lo conocía, sin embargo…

 

—Sigo pensando que no debiste hacerlo…— Gruñó ligeramente enojado.

 

Otra vez se instaló un incómodo silencio entre los dos…

 

—En algún punto, creí que necesitabas decírselo a Aioria…— La deducción de Camus, sorprendió al griego. 

 

—¿A la gata salvaje? ¿Por qué?— El francés sonrió ligeramente ante el mote que Milo usó con su mejor amigo.

 

Y se preguntó, si hubieran tenido un vínculo de niños, ¿con qué apodo se refería a él? 

 

—¿ Camie ?— Lo llamó Milo al no recibir respuesta. 

 

El nombrado se dio cuenta de que sí tenía un apelativo, uno más sincero que la primera noche en que lo escuchó allá en Leo. 

 

—Él parece incómodo por nuestra situación—. Respondió con un suspiro.

 

La conclusión de Camus sería normal para cualquier otra persona, pero no para el escorpión, quien le restó importancia porque conocía al felino mejor que nadie.

 

—¡Puf! Él es así… los gatos son ariscos y volubles por naturaleza, pero con sus dueños son mansos y amigables. Sé que antes mencioné que él y Shura estaban juntos, pero la verdad es que no lo sé. Ya sabes que su relación por el tema de Aioros es complicada—. El francés asintió. 

 

—Entiendo, y por eso tuve que decírselo a Hyoga. No quiero que sufra…

 

Aunque la verdad, ya es tarde para eso… ”, consideró con angustia, tratando de no demostrar su preocupación, pero Milo pareció leer sus pensamientos. 

 

—Camus, deja al maldito pato fuera de tu cabeza y trata de recuperarte—. La represalia del escorpión no le molestó, al contrario, estaba agradecido por sus cuidados y su ¿amistad?; pero aunque estaba feliz, también estaba preocupado por las consecuencias de todo eso…

 

—¿Deberíamos…?

 

“¿ Terminar… ?”, ni siquiera podía decirlo en voz alta sin sentir que no podía quedarse en ese templo siendo solamente su ¿amigo, compañero? No podía darle un título después de lo que pasaron juntos, porque si ya no tenían una relación, entonces sí se volvería incómodo pensar en el “ impulso ”. 

 

Milo suspiró profundamente, tal vez leyendo sus pensamientos otra vez.

 

—¿Dormir? Sí, necesitas hacerlo—. Camus sonrió un poco más, y murmuró algo en francés, que él no pudo comprender. El griego creyó que podría hacerle un chiste, pero no quería molestarlo si pretendía ayudarlo a descansar, y no tentarlo a irse. 

 

Tocó suavemente el trapo sobre la frente gala, y al sentirlo caliente, lo retiró para ponerlo una vez más en agua y dejarlo ahí en la piel ajena para bajar la fiebre que tenía.

 

Guardó un momento de silencio con sus pensamientos envueltos por la preocupación y el arrepentimiento, porque entendía un poco los sentimientos de Camus respecto a las personas que habían arrastrado con ellos a esa decisión. Todo era por Kanon y Saga, pero como bien lo decía el aguador, Aioria y Hyoga estaban pagando las consecuencias.

 

Sintió un sabor amargo en la boca, y unas ganas horribles de gritar, por lo que se frotó los labios con la palma de la mano para silenciar cualquier palabra que quisiera expresar. 

 

No sabía si eran celos ese sentimiento de inestabilidad y amargura lo que sentía, porque el secreto sobre su relación fingida era lo único que compartían, y ahora, simplemente, le había abierto aquella puerta al cisne, para que todo el Santuario develara la mentira, y su plan perfecto acabara mal. 

 

Y sí eso pasaba, entonces su relación se terminaría, y todas las cosas que los compenetraban se fragmentarían en pedazos tan pequeños, que nada volvería a unirlos. 

 

No quiero volver a verlo… ”, a Camus le había dolido escuchar esas palabras. 

 

¿Debería disculparse…? Después de todo, fue él quien propuso todo…

 

No… él no lo obligó a fingir, ni su intención fue llevar las cosas a ese punto. Solamente fue un accidente que le arrebató el control de las manos. Y él, después de todo, había terminado por ser seducido; y Camus llevado a estar atado a Milo por su propia palabra.

 

Pensó entonces que disculparse sería arrepentirse abiertamente por estar con él, pero siendo más franco consigo mismo, cuando le propuso aquello solo estaba pensando en sus propios intereses; por eso no le importaba molestar o incomodar al otro, o vestirlo de forma que le disgustaba…

 

De hecho, Camus ni siquiera fue su primera opción para vengarse de Kanon. Quería desquitarse, y subió a Piscis con la intención de desfogar en Afrodita su frustración, sin embargo, no pudo traicionar lo que sentía por el estúpido gemelo, y cuando llegó a Acuario y vio la escena entre Saga y Camus, se le ocurrió aquello…

 

Y ese fue el primer clavo en su ataúd…

 

Admiró el semblante del galo, pálido, con las cicatrices del galaxian explosion en las mejillas, y la fiebre que no cedía, marcando un color rosáceo sobre los pómulos. Podía oír su respiración levemente rota debido a ella, y las cejas partidas fruncidas debido al dolor. 

 

Milo exhaló en medio del silencio.

 

—Perdóname…— murmuró cerrando los ojos con fuerza… 

 

Debería haber pronunciado antes esas palabras, pero estaba frustrado con Saga, decepcionado de Hyoga, fastidiado de Camus y tan molesto consigo mismo, que no tuvo la fuerza o el valor para hacerlo. 

 

Pensó una y otra vez en esa situación, suspiró en silencio y se levantó de la silla, tomando finalmente una decisión. Le dio la espalda, caminó hacia la puerta, y antes de salir, admiró al galo mientras dormía…

 

Cerró los ojos, y avanzó hacia el pasillo. 

 

.

.

.

 

No quiero volver a verlo …”

 

Hyoga experimentó el sabor amargo de la culpa, envuelto por la desdicha y el arrepentimiento, porque el hombre a quien iba dirigido ese veneno, era lo más importante para él; sin embargo, se obligó a recordar que fue Camus quien firmó su propia sentencia, eligiendo a Milo por encima de él, como si el escorpión valiera cada palabra…

 

No es la persona que tú crees… ”, dijo Saga en voz lúgubre y misteriosa.

 

Quizá le habría importado menos escuchar las declaraciones de ambos gemelos, sí Milo y su mentor no estuvieran juntos, pero ya que tenían una relación, a los ojos de Hyoga, no podía permitir que la imagen de su maestro se ensuciara así. No, si él podía hacer algo por evitarlo…

 

Pero Camus estaba aferrado a Milo, por amistad, respeto, amor…

 

Estoy enamorado de alguien más…”

 

No, amor no…

 

¿Qué lo ataba a Milo, entonces? 

 

Hyoga no podía comprenderlo, sin importar cuánto se esforzara por hacerlo, no podía entender por qué Milo era más importante para Camus que él; y estar irritado, confundido y revuelto entre la rabia, la decepción y su propio corazón roto (1) , no le ayudaba a razonar acertadamente y superar esa difícil situación. 

 

Intentó no volver a pensar en el escorpión celeste y todas las cosas que había compartido con él. Con Camus intentó enterrar sus propias emociones para poder respirar con normalidad, pero sentía tal ansiedad y desconsuelo, que necesitó detenerse para recuperar el aire y la calma que la situación le robó. 

 

—¿Hyoga?— una voz en medio del silencio interrumpió la soledad que estaba buscando, y el amparo de una columna en la que se había apoyado. 

 

El ruso dirigió la mirada hacia donde provenía el sonido, encontrándose con uno de sus ‘viejos’ amigos. Un muchacho de la misma edad y complexión que la suya, con el cabello negro y largo, extendido a sus anchas por la espalda; un ser generoso, inteligente y confiable, a quien él no le dedicaba palabra alguna, en mucho tiempo…  

 

El cisne le dirigió un gesto sorprendido, pero no logró pronunciar sonido porque tenía un nudo en la garganta. 

 

—¿Qué pasa?— Le preguntó el dragón, a lo que el otro respondió con un suspiro entrecortado y un suave movimiento negativo de cabeza. 

 

Hyoga levantó la mano con la intención de marcharse, pero el otro caballero no despegó la mirada de su silueta, ni se movió de su lugar para restarle importancia a él, porque a pesar de lo grosero que este se había comportado las últimas semanas, y de lo mucho que Seiya le exigiera no comportarse como el típico Shiryu, él no podía olvidar que su situación los había convertido en hermanos de batalla, y negar que le apreciara, era hacer lo mismo con su fidelidad hacia Atenea.  

 

—Mi maestro me ha enviado a buscar algunas cosas—, le explicó, formando una cálida y suave sonrisa; deteniendo con esas palabras el emigrar del cisne—, ¿Te gustaría acompañarme en mi importante misión, mientras tomamos algo…?— No supo qué ofrecer realmente, ya que necesitaría saber el ánimo de este para decidir sí requería un té… o algo más fuerte como un buen vodka.   

 

¿Su maestro tendría vodka? Porque parecía gustarle el huangjiu (2) más que cualquier otra cosa…

 

Hyoga viró sobre el hombro, porque realmente no tenía ganas de hablar con nadie, pero le extrañaba que después de todo lo que le había hecho, Shiryu se comportara como si nada.

 

Dudó un momento, porque solo deseaba partir del Santuario para no pensar en Camus y su relación con Milo, y, el hombre misterioso del que sí estaba enamorado; sin embargo… no quería terminar las cosas así con su maestro y distanciarse para siempre de él, porque esa pena era más grande que su propio orgullo. 

 

Tal vez necesitaba serenarse un poco y decidir con la cabeza fría lo que iba a hacer después.

 

Suspiró ligeramente y movió la cabeza en un silencioso ‘sí’, al girar sobre sí mismo, para acompañarlo por el interior del séptimo templo, donde tenía recuerdos con Shun, y lo más importante, con Camus…

.

.

.

 

Bajo la sombra del quinto recinto, en la habitación del guardián, se encontraban dos figuras: la primera, totalmente desnuda, con una toalla cubriendo sus partes privadas, y la otra sentada en su regazo, ya vestida…

 

—¡Carajo, gato, tienes una lengua…!— Exclamó el español en un suspiro, tomando el cuello del castaño para indicarle el sitio que debían recorrer sus besos y lamidas por el espacio que le daba entre el hombro y la barbilla.

 

—Cabra pornográfica…— Susurró el griego sensualmente, sin dejar su tarea, pero haciéndolo en un tono divertido para sí mismo

 

—Olvidé cuando fue la última vez que nosotros…— Murmuró el pelinegro. Aioria concordó mentalmente con él, porque tampoco podía recordarlo.

 

—¿Quién lleva la cuenta…?— Le respondió con una sutil sonrisa, deslizando sus dedos por aquellas hebras cortas de color negruzco.

 

Volvió a unir sus labios efímeramente, luego se levantó y caminó hacia la puerta, sin que el español supiera si ese desliz implicaba retomar su relación, o qué…

 

—Te espero—. Dijo el león, sin siquiera volver la vista hacia atrás. Shura lo observó en silencio y suspiró.

 

Cuando Aioria estuvo finalmente en el pasillo, cerró la puerta como quien no deseaba ver ‘algo’, se apoyó en la madera, exhaló pasándose las manos por el cabello, y continuó con su andar hasta el pasillo del templo, con destino hacia alguna de las habitaciones…

 

—¡Aioria!— Aquella exclamación lo hizo detenerse, y experimentar un pequeño pellizco en el corazón con ansiedad y nerviosismo.

 

Debería sonreír y alegrarse de tener, por primera vez en casi una semana, la atención de Milo; pero lo cierto es que no deseaba que el bicho encontrara a Shura, así que continuó con su andar de forma tranquila y normal.

 

—Pero miren a quién tenemos aquí—, sonrió por arriba de su hombro—, es nada menos que Milo de Escorpio, ¿qué pasa amigo, te han soltado la correa?— ironizó a la par de entrar en la sala.

 

El otro rodó los ojos: a decir verdad su almuerzo con el castaño aunque estuvo bien, en realidad fue un poco extraño porque Aioria parecía ansioso por escuchar detalles de su relación o de su vida privada, sin embargo, Milo intentó distraerlo hablando de otras cosas y respondiendo vagamente a sus preguntas. Finalmente, el escorpión se despidió y fue apresuradamente a Acuario porque se dio cuenta que podía enseñar a Camus a besar.

 

Entonces, era normal que Aioria se sintiera ligeramente desplazado, porque de verdad lo había hecho sin darse cuenta, no solo hoy, ayer, el día de su cumpleaños, y un par de días antes mientras limaba detalles con Camus sobre su noviazgo; de hecho, desde que el galo y él “ firmaron el pacto”, Milo dejó completamente rezagado a Aioria…

 

El escorpión hizo una mueca de desagrado, pero igualmente lo siguió hasta la sala.

 

Ahora comprendía cómo se sentía Camus respecto al plan y arrastrar a otros al medio, incluso, el francés parecía más preocupado en la amistad de Milo con el gato dorado, que el propio escorpión.

 

—Ya, ya entendí el punto…— dijo con cansancio. El castaño se detuvo, dándole la cara y estrellando un par de veces su dedo índice en el pecho de su coterráneo, sobre el metal de la armadura.

 

—No, y eso es lo gracioso: que aún no lo entiendes—. Reclamó, andando de nuevo y dirigiéndose hacia uno de los sillones y sentándose ahí, cuál amante abandonado.

 

—¡Vamos!, no te pongas celoso—. Dijo Milo, sonriéndole en un vano intento por calmarlo, al sentarse a su lado. Extrañamente, el león movió la cabeza hacia otro punto para esconder su expresión facial.

 

—NO estoy celoso—. Aclaró—. Si estuvieras en mi situación, también sentirías curiosidad e indignación cuando tu mejor amigo hace lo que has estado haciendo tú…— Milo arqueó una ceja al notar que aunque decía no estar celoso, en realidad parecía actuar como un novio relegado.

 

La sonrisa en sus labios se ensanchó.

 

—Me parece que estoy teniendo esta discusión con la persona equivocada. Creí que Camus era el único que podía armarme esas ‘escenitas’…— Soltó una carcajada, pero se dio cuenta de que pronunciar ese nombre provocaba un pinchazo en su corazón, al pensar que lo había dejado solo en Escorpio.

 

Va a estar bien… ”, se dijo, para no caer en una pendiente de ansiedad y añoranza por él.

 

Entonces, comenzó a notar que los síntomas de enamoramiento eran más claros cuando no estaba con Camus, porque lo único que deseaba era volver a verlo, aunque fuera para pelear y renegar con él…

 

El león volvió sus iris color verde botella hacia su amigo, con un gesto de indignación en los labios.

 

—Yo no estoy celoso, así que…

 

—Oye, Aioria, ¿Puedo…?— La nueva discusión del gato dorado, fue interrumpida por la aparición del décimo guardián en la puerta. Milo le dirigió una mirada sorprendida, la cual pasó del castaño recientemente apenado, hacia la figura totalmente desnuda del hispano.

 

El quinto custodio se levantó de un brinco, se fue hacia Shura y lo sacó de ahí tan rápido, que este no pudo comprender qué ocurría. Escorpio soltó una carcajada, pues por su cabeza habían pasado miles de explicaciones para obtener una respuesta clara a la confusa situación de esos dos.

 

Hizo acopio de todo su autocontrol para no continuar riendo, aunque la sonrisa en sus labios no desapareció, cuando el castaño volvió.

 

—¡Vaya, no me habías dicho que ya estaban juntos otra vez!— Exclamó con alegría viendo al guardián del templo tan azorado, como si hubiera emprendido una larga carrera ida y vuelta hasta el Coliseo.

 

El castaño movió la cabeza desesperadamente, como si tuviera algo sobre ella que requiriera sacarse de encima.

 

—Es que no lo estamos—. Contestó sin siquiera mirarlo, dirigiéndose al sofá de antes, para sentarse; con la mirada curiosa y divertida del escorpión sobre él. 

 

—Entonces explícame, ¿qué hace Shura caminando desnudo a sus anchas por TU templo?— inquirió sonriendo de lado, disfrutando las reacciones que el león no podía controlar en su cara.

 

—La cabra que tú mencionas y yo, solo SOMOS AMIGOS—. Explicó, recalcando perfectamente las últimas palabras.

 

—Aioria…— Lo llamó el escorpión, acercándose un poco a él.

 

—¿Qué?— Gruñó este.

 

—¿Quieres ser mi amigo?— preguntó Milo en un tono seductor, colocando su mano en la rodilla del otro. Los ojos verdes del león admiraron esos dedos con terror, y la cara se le puso tan roja, que parecía un volcán incandescente.

 

—¡Eres intolerable!— Exclamó el castaño, levantándose tan aprisa como si un resorte se hubiera incrustado en su parte trasera. Escorpio soltó una carcajada, realmente divertido por haber descubierto ese secreto entre Shura y Aioria (aunque el gato se empeñaba en decir que era mentira).

 

El león se movió hacia otro sillón, se cruzó de brazos, frunció los labios y la nariz, dirigiendo un gesto molesto con cada parte de su cara hacia el maldito bicho descarado.

 

—¿Y… se puede saber qué haces aquí?— Preguntó cambiando de tema para acallar así la burla de su coterráneo.

 

Escorpio dejó de reír de golpe, cuando recordó al galo sobre su cama.

 

Carraspeó, aspiró hondo y se rascó la cabeza cuál persona que estimula así su cerebro para pensar correctamente.

 

—Pues…— Por su forma de actuar, el león descubrió que necesitaba un favor. Esta vez le tocó a él disfrutar las emociones de su acompañante, vacilantes.

 

—¿Sí?— Inquirió, acercándose a él con curiosidad.

 

Milo apretó los labios y después suspiró.

 

—Sé que tu destello dorado puede sanar las heridas corporales… y… necesito que me ayudes a curar a Camus—. Respondió, omitiendo una larga e ‘innecesaria’ explicación.

 

—¿Curar a Camus?— arqueó una de sus cejas castañas con incredulidad, después se le ocurrió bromear con el asunto—. Parece que alguien exageró con su veneno…

 

—En otro momento eso sería gracioso…— Respondió el escorpión ligeramente malhumorado. Aioria se rio de la expresión de Milo.

 

—A mí simplemente no me importa lo que ustedes hagan o dejen de hacer…— El peli azul entrecerró los ojos, sin quitarlos de la aparente ‘desinteresada’ pose del felino dorado; más, Aioria no demoró en preguntar: —¿Y por qué está herido?— su amigo pensó que podría reírse de su curiosidad felina, pero recordar la situación actual con el aguador no lo dejaba sonreír aunque quisiera.

 

—¿Me ayudarás?— preguntó.

 

—Primero responde: ¿Por qué necesitas mi ayuda?—. Aioria pareció disfrutar el control tanto como Milo odiaba perderlo.

 

Escorpio tomó un poco de aire para no responder de mala gana.

 

—Hagamos un trato: tú curas a Camus, y yo prometo responder todas tus preguntas; pero antes debes prometerme guardar ciertos detalles como algo confidencial, ¡Mira que si me entero de que andas por ahí soltando la lengua, te quito una de tus tantas vidas con mis manos!— Lo amenazó con el puño para recalcar sus palabras.

 

Al verlo tan exaltado, Aioria pensó que se trataba de algo realmente importante. Entonces en su cabeza sintió un ligero clic mientras pensaba en todas las cosas que tanto Shura como él habían hablado esa mañana.

 

Y generalmente aceptaría todo lo que Milo quisiera (después de protestar un poco), pero en ese momento estaba controlando la emoción que sentía al saber que sí sucedía algo extraño entre ‘esos dos’ (como le dijo a Shura).

 

—No lo sé, Milo. Creo que necesito un incentivo…— fingió una sonrisa inocente que descolocó al escorpión.

 

—¿Qué? ¿No confías en mí?— levantó la ceja al preguntar.

 

—¿Debería…?— Se rio el gato mostrándole su escepticismo, aunque solo intentaba molestarlo.

 

El espartano bufó con indignación, y de buena gana le hubiera dado su merecido, de no ser porque Camus requería sus cuidados, y él, como un hombre al que se le abrían los horizontes del amor, necesitaba hacer lo que sea por ayudarlo.

 

—De acuerdo, gato…— suspiró con pesadumbre—… Te daré lo que pides, pero no olvidaré esta grosería—. Levantó a Antares de forma amenazante, y trató de explicar lo que necesitaba sin dar detalles que él no debería oír—. Tuve una pelea en Capricornio, y ahora entiendo por qué Shura no estaba ahí…— el castaño tosió para simular—… ¡Cómo sea! Camus salió lastimado por mi culpa, así que necesito tu ayuda…— soltó un suspiro involuntario, y aunque el leonino debería estar feliz por haberle sacado algo de información, se puso serio cuando él terminó de hablar.

 

—Pero, Milo, eso es grave. Si el Patriarca se entera de esto…

 

—¡No lo sabrá! Y espero que tampoco se lo digas a Aioros, porque no necesito un sermón—. Aioria pensó que debería sentirse ofendido por lo que dijo de su hermano, pero conociendo a Sagitario ya se imaginaba el enorme discurso sobre la hermandad y el blablabla que acompañaría su mirada llena de decepción.

 

—¡Puf! De acuerdo, entonces te ayudaré, pero no olvides que vas a contarme todo—. Milo sonrió con alivio.

 

—Te espero entonces—. Se levantó del sillón, pensando que ya era hora de volver a Escorpio—. No tardes demasiado.

 

—No lo haré—. Sonrió para darle ánimos.

 

Una vez que el escorpión se despidió y se dirigió a su templo, el león volvió a la habitación donde el capricorniano se estaba cambiando.

 

—¡Shura!, ¿adivina qué?

 

—Luces muy feliz—. Lo miró con curiosidad mientras se acomodaba la ropa interior en la entrepierna. El león se quedó callado cuando vio donde estaba la mano del otro, así que sacudió su cabeza para quitarse la imagen que la cabra dejó ahí a pesar del aperitivo que tuvieron previamente.

 

—¡Milo prometió contarnos todo!— exclamó sonriendo de oreja a oreja.

 

—¿Todo? ¿Todo qué…?— preguntó el décimo guardián, extrañado.

 

—¡Acerca de su relación con Camus!— exclamó emocionado—… Y algo que sucedió en Capricornio…— Eso último lo dijo sin importancia. El hispano abrió ligeramente la boca.

 

—¿En… mi templo?

 

—¡Vístete!— Lo apuró lanzándole el pantalón y la camisa limpia, cuando vio que este se detenía; y él, que estaba ansioso por los detalles, no quería esperar demasiado—. ¡Vamos a Escorpio!

 

Shura resopló, y obedeció porque le preocupaba su templo.

 

Solamente esperaba que no lo hubieran usado como motel…

 

.

.

.

 

Mientras Morfeo envolvía a Camus entre sus brazos y lo secuestraba del mundo mortal, sin la menor intención de dejarlo ir; Milo tomó el paño sobre su frente, y volvió a sumergirlo en agua fría para tratar de mermar el calor sobre ella; sin embargo, sintió que el líquido ya no estaba fresco como antes, así que se levantó de la silla con el balde entre sus manos y lo llevó de vuelta hacia el baño para traer más agua.

 

Cuando volvía, la figura de Kanon estaba de pie en el umbral de la puerta, con los puños ligeramente apretados y los ojos envueltos en una capa de dolor.

 

—¿Seguirás con esto?— Le preguntó sin rodeos. Milo soltó una exclamación sarcástica.

 

—Sí, ¿No lo ves?— frunció el ceño al mirarlo mientras dejaba el balde sobre la mesa, pero el ex dragón marino avanzó hacia él y le tomó la mano.

 

—Ya sé lo de ustedes…— Declaró mirando con desprecio a Camus. Milo sintió que el corazón se detenía dentro de su pecho, por lo que no controló la expresión que adquirió su rostro.

 

Intentó deshacerse del agarre, pero Kanon se llevó aquella mano a la mejilla y la apresó entre su piel y sus labios con un contacto cálido y suave al que el bicho no se resistió.

 

—Yo te obligué a soportar a Camus todo este tiempo…— Expuso con pesar. Milo estaba congelado porque nunca había recibido ese tipo de atención de él, al menos no así; por lo que, cuando el gemelo se acercó para besarlo, no pudo negarse.

 

Debería estar molesto porque Hyoga declaró ante el Santuario completo que Camus y él, solo estaban fingiendo, pero en realidad su enojo debería ser con el aguador por provocar todo ese lío. Él mejor que nadie sabía las consecuencias de decirlo, aun así confió en el cisne para hacer público un secreto que ambos compartirán.

 

Entonces Milo, llevado por el amor que sentía hacia Kanon, se dejó envolver por el movimiento de su boca, y las caricias sobre su espalda; sabiendo cuánto había extrañado estar así con el único hombre que logró conquistarlo; dejando sus errores atrás para perdonarlo con plenitud.

 

En ese momento Saga apareció en la puerta, con el cabello grisáceo y los ojos tan rojos como el infierno.

 

Yo me llevaré lo que es mío… — murmuró avanzando hacia la habitación con la mano huesuda de largas uñas extendida hacia el galo.

 

Milo le dirigió una mirada a Camus llena de reproche.

 

—Ahí lo tienes… el hombre de tus sueños…— Se burló cruelmente. Kanon sonrió de lado y comenzó a llevarse al escorpión lejos de la habitación por un pasillo largo y oscuro.

 

—Milo…— El aguador intentó pronunciar su nombre en voz alta, pero sentía la lengua entumecida, y el cuerpo como si estuviera amarrado a la cama.

 

No te preocupes, Camus, yo me quedaré contigo… — el nombrado quería tragar saliva, pero no podía hacerlo con normalidad. Trató de moverse otra vez, pero únicamente podía contemplar al escorpión alejarse con Kanon y desaparecer finalmente de su campo visual.

 

—¡Milo!— gritó por fin, estirando el brazo mientras se incorporaba y abría los ojos: una ventisca helada fue estrellarse contra la puerta, el sitio donde sus dedos apuntaban, sintiendo que la cabeza se le partía y que el cuerpo era obligado a recostarse otra vez por las heridas sobre su piel como quemaduras que punzaban.

 

Se llevó los dedos a la frente y trató de calmar el dolor que sentía, pero a pesar de los fragmentos de hielo que quedaron sobre sus yemas, no lograba enfriar sus ideas.

 

—¿Por qué…?— de pronto el silencio de la habitación fue roto por una voz grave y varonil, que se notaba herida.

 

El aguador buscó con la mirada el sitio de donde provenía ese sonido que conocía perfectamente bien. Esa voz que escuchó desde que era un niño, y que siempre estuvo presente en sus peores momentos de enfermedad…

 

Sin embargo, solo pudo ver al heleno cuando este se incorporó del suelo con una expresión distante y dolida, porque Camus, en medio de su pesadilla, terminó por derribarlo mientras llamaba a Milo desesperadamente.

 

—Saga…— murmuró cuando este se acercó.

 

El nombrado apretó los puños sobre las piernas, conteniendo la ira y la frustración que dominaban sus emociones en ese momento, porque no era dueño de ese delirio, y porque, aún inconsciente, Camus lo rechazaba…

 

El galo, por su parte, sintió ansiedad al saberlo ahí, porque había visto a Milo irse con Kanon, mientras Saga ocupaba ese lugar, y si no podía sentir al escorpiano en el templo, eso solo significaba que se había ido con él…

 

.

.

Continuará… 




Notas finales:

(1) Corazón roto: Dolor emocional o sufrimiento, llamado también desamor, que se manifiesta después de haber perdido a un ser querido, ya sea a través de la muerte, separación, traición o rechazo romántico. También se asocia con la pérdida de un familiar, mascota, amante o amigo cercano.

(2) huangjiu: su traducción es licor amarillo, y es un tipo de bebida alcohólica china elaborada a partir de grano de arroz, mijo o trigo. Tiene un 20% de alcohol, y es utilizado generalmente para cocinar, pero también se usa para beber.

Notas de autor:

Respecto al capítulo... la verdad es que este capítulo era el más corto de todos en mi reedición, Pero terminó siendo el más largo... perdón!!

Creí que añadir la parte de Hyoga con Isaac explicaría un poco la personalidad del cisne y la debilidad de Camus, así como cosas para el futuro 

De hecho, este capítulo tiene más cambios que los anteriores porque tiene muchas cosas nuevas, entre ellos, por ejemplo, en el capítulo original, mientras Milo y Camus discuten por Hyoga, Camus lo llama egoísta y desarrollan pensamientos y cosas menos profundas (creo). Estaba un poco en duda sobre sí dejar la edición o la cosa original, pero creí (como pensó Milo) que necesitaba forjar recuerdos con él, así que lo dejé así y me solté.

Lo que sí, tuve que cortar algunas cosas que iban al final, como una escena entre Saga y Camus (que aún no defino qué hacer con ella), así que ya les avisaré después donde la puse.

Finalmente... ¿por qué no publiqué el viernes?

Pasa que siento un poco de vergüenza porque cada vez que alguien me pregunta sobre mis historias, siempre digo: escribí este fic en el año del 2004 o este hace cinco o seis años, como si no tuviera nada nuevo que mostrar, y lo cierto es que sí tengo historias nuevas, porque nunca dejé de escribir aunque desapareci de todos lados durante la pandemia, Pero como expliqué antes, entre la muerte de mi abuelo y mi tumor de pecho, perdí la motivación de muchas cosas, incluso de continuar esas historias.

Así que decidí participar en algunos retos de escritura, por lo que verán cosas nuevas por ahí de parejas de las que nunca pensé en escribir. Dicho lo anterior, mi retraso es básicamente porque le dediqué el noventa por ciento a este capítulo, y un diez por ciento a esas pequeñas historias.

No voy a abandonar el fic porque lo amo demasiado para eso, además, como dije, lo tengo completo. Solo que por ahí necesito agregar esto o lo otro, y así se alarga la actualización. perdón!!

Si me visitan en mis nuevos proyectos, espero que les gusten! Y si no, gracias por continuar leyendo esta historia y por comprender mis debrayes

Gracias por leer!!! Y mil gracias por dejar su huellita. Como ya dije, valoro sus comentarios .
Ahora sí! Nos vemos el viernes!


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