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Jugando con fuego por Aquarius No Kari

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Capítulo 3

Primera noche.
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Milo tenía la mano puesta a una distancia considerable del fuego que la estufa le otorgaba, derritiendo el hielo que envolvía por completo su mano izquierda, como consecuencia de aquella última propuesta:

Pasaremos la noche juntos…”, dijo con una inocente alegría (al menos así sonó dentro de su propia cabeza).

El impacto de aquellas palabras, de camino al templo de Escorpio, fue un colapso en el sistema nervioso de Acuario, quien canalizó su ansiedad al bajar su temperatura corporal y dejar la extremidad del otro en ese estado.

—¿Qué pensaste cuando te dije que dormiríamos juntos?— Gruñó el griego intentando mover los dedos para recuperar la movilidad lo más pronto posible.

Camus, por su parte, deseó que la tierra se abriera y se lo tragara por completo, porque no tenía palabras de disculpa, o pretexto alguno para explicar eso: en el campo de batalla podía contener el temple, pero desde que era niño, en ciertas situaciones, sus poderes fueron su mecanismo de defensa, y cuánto más incómodo o nervioso estaba, el hielo se desprendía de sus poros como sudor en las glándulas.

Siempre fue frustrante, y saber que ahora podía demostrar ese defecto con y frente a Milo era tres veces peor.

Dándole la espalda, agachó ligeramente el rostro, permitiendo que una cortina de cabellos verdi azules le cubriera el matiz sonrosado en sus mejillas para salvar lo que quedaba de dignidad.

—Nada importante…— Musitó. Una capa de hielo se desprendió en ese momento de la mano de Milo, como si un insecto mudara de piel.

—Yo creo que ‘san’ Camus estaba pensando cosas sucias—. Se burló el peliazul, soltando una carcajada. Acuario viró el rostro, mirándole tan fríamente que el escorpión sintió un escalofrío correr por su espalda.

Mientras continuaba el proceso de descongelación no volvieron a intercambiar palabra alguna, ni siquiera Camus se tomó un momento para preguntar cuál era el siguiente plan de su novio postizo. Él prefería permanecer en silencio, peleando aún con cerrarse la camisa, a soportar cualquier cosa que Milo dijera.

Finalmente, el hielo abandonó la mano griega, permitiendo a su dueño girarse completamente hacia Acuario y proseguir con la siguiente fase de su plan; pero lejos de hablarle, se quedó contemplando su fisonomía de pies a cabeza, devorándole con la mirada.

El galo era una persona dotada de belleza física, compuesta por su larga y lacia cabellera tan azul como verde, sus labios delgados y suaves bajo una nariz aguileña, en medio de dos ojos a una tonalidad par con el cabello, adornados por esas cejas peculiares. Poseía un mentón prominente, y el cuerpo lleno de músculos a presumir, acentuados por la vestimenta que él le había escogido en ese pantalón blanco. Camus tenía un equilibrio corporal perfecto entre el largo de sus piernas y torso, de apariencia delgada, pero con hombros anchos, y de postura reservada y elegante.

Y ahora que le contemplaba con tal interés, se daba cuenta de que su atractivo físico hubiera bastado a cualquiera para que quedara perdidamente enamorado de su persona; incluso él (aunque hace unos días pensó que no poseía nada que le gustara) bien podría haberse enamorado si Acuario no fuera tan ‘perfecto’, o en todo caso, odioso.

Milo se apartó de la estufa una vez apagada, caminando a paso lento y felino, como un cazador al acecho de su pequeña presa.

—Sígueme—. Le indicó. Camus, que no se percató del escrutinio al que había sido sometido antes, se cruzó de brazos, cerrándose la camisa, y caminó por detrás del guardián de aquel recinto hacia el interior del octavo templo.

A diferencia suya, Milo no era tan ordenado, pues pareciera que él permitía que los objetos deambularan a su antojo por el templo, sin prestar atención en donde debía ir esto o aquello: el cereal para desayunar en la gaveta del baño, el destapador de caños en la alacena… Únicamente por exagerar algunos ejemplos en la cabeza del acuariano. Parecía que Milo era un descuidado.

Y no es que lo fuera, es que él creía que había cosas mucho más importantes que estar todo el día obsesionado, acomodando cada cosa en su lugar, incluso por orden alfabético, color o uso, como Camus seguramente lo tenía en Acuario.

Cuando por fin llegaron al aposento principal del octavo templo, el dueño de esta abrió la puerta, internándose en ella mientras le hacía señas a Camus para que lo siguiera, pero este no se movía, pues parecía dispuesto a acampar en el pasillo.

—¿Qué pasa?— Le preguntó el griego, extrañado ante su actitud.

—Saga dice que una recámara es algo muy personal…— Respondió, cohibido. El griego rodó los ojos, y fastidiado, caminó hacia él, le tomó la muñeca y lo condujo casi a la fuerza al cuarto; una vez dentro cerró la puerta, casi temiendo que quisiera salir corriendo—. Yo no te dejaría entrar a la mía— Comentó el galo, quizá para hacerle ver que era una mala idea. Milo, por el contrario, no pareció ofendido.

—No hará falta—. Dijo, dirigiéndose hacia su lecho para acomodar las mantas que estaban revueltas—. Dudo que esto vuelva a pasar.

—Eso espero…— Respingó el galo intentando calmarse.

—Voy a dormir cerca de la puerta, así que la ventana es toda tuya…— Le indicó Milo. Al escucharlo, la mente de Acuario volvió a trabajar a mil por hora…

—¿E-en la misma cama?— inquirió Camus con un ligero tartamudeo. El griego se rio.

—Somos novios, Camie… por supuesto que sí…— el galo intentó asesinarlo con la mirada, pero justo en ese momento Milo comenzó a quitarse la ropa, y eso distrajo todo su enojo.

—¿Qué estás haciendo?— preguntó tratando de no mirarlo.

—Me gusta dormir desnudo…— Respondió como si nada. Acuario entonces supo que tendría la 'desgracia' de ver a Milo en toda su gloria.

—¿No puedes dormir vestido hoy?— Le preguntó intentando mantenerse sereno y que su voz no delatara el colapso de su sistema nervioso.

—No—. Dijo el otro deslizando su pantalón hacia abajo para mostrarle sus redondos glúteos sin vergüenza alguna—. Dudo que veas algo que tú no tienes—. Camus, completamente rojo, le dio la espalda, maldiciendo a sí mismo por aceptar aquel pacto, y sobre todo, por prometerse que seguiría los planes de Milo intentando no protestar.

—Todo está bien…— Se dijo—… no pasa nada…— Comenzó a repetirse en voz baja, mirando el techo para borrar el trazo curvo que los glúteos y músculos del griego habían plasmado en su mente.

—Pareces un poco incómodo, Camie… ¿Estás bien?— preguntó el otro mientras se acercaba como un felino cazando a un ratón. El galo le dirigió una mirada asesina porque él continuaba pronunciando indebidamente su nombre, pero el hielo en sus ojos se derritió al verlo desnudo otra vez.

Camus tragó saliva con dificultad e intentó pensar en cualquier cosa que pudiera distraer sus pensamientos, pero no encontraba un tema para engancharse y escapar.

¿Debería maldecir su suerte? Él jamás había dormido con otra persona, y eso implicaba verlo desnudo, o desnudarse para él. Ya Milo se había llevado su primer beso, y ahora también se llevaría su primera noche. No es que le tomara importancia, pero no estaba listo para eso…

Exhaló frustrado y decidió no responder a Milo verbalmente, tratando con todas sus fuerzas de contenerse…

—¿No piensas desvestirte?— Susurró el griego en su oído. Camus se sobresaltó, pero no se atrevió a darle la cara.

—N-no…— Titubeó.

—Puedo prestarte algo cómodo, si quieres—. Le propuso el escorpión en el mismo susurro sensual, todo con la intención de incomodarlo. Camus tragó saliva con dificultad, decidiendo encararlo.

—Aunque agradezco tu amable propuesta, tendré que declinarla… — respondió al planear dormir medio vestido.

—Creí que el pantalón te molestaba…— Susurró otra vez, y el galo recordó que efectivamente así fue unas horas atrás, y que pensar ahora en ello volvía a quitarle la circulación de las piernas.

Sin embargo…

—Me encuentro perfectamente—. Se negaba a exponer su cuerpo ante él.

—Lo que pasa es que eres tímido, pero si quieres yo puedo ayudarte…— Arriesgando su propia integridad física, sus dedos tomaron la camisa rota en acuario, y comenzaron a deslizarla para poder quitársela por los hombros. El galo colocó las manos sobre las del otro, frenando sus movimientos.

—¿Qué haces?— Lo interrogó, frunciendo el ceño. Milo redujo la distancia entre sus cuerpos, permitiendo que la punta de su nariz tocara la del otro.

—Ayudando a mi novio a desvestirse…— Se expresó con una sonrisa socarrona, entre abriendo los labios para atrapar los de Camus, cuando se impulsó hacia delante.

Tal pareciera que los insultos y la indiferencia ya habían quedado atrás, pues ahora se encontraban en un nuevo nivel, donde Escorpio usaba el extremo pudor de su novio artificial como talón de Aquiles.

—¿¡Qué te pasa?!— Exclamó Acuario, retrocediendo. Sus manos aún apresaban a las griegas— ¡Estamos solos, así que no tienes que fingir…!— Pero Milo lo silenció con otro roce fugaz de labios, en tanto se soltaba del galo y colocaba las manos en las hebillas de su cinturón.

—Mi novio bebió demasiado en la fiesta—, explicó en un susurro sensual—, su templo se encontraba muy lejos para ir allá, así que… tuvimos que hacer una parada en Escorpio… él sin razón, yo deseoso de poseerlo…— Camus volvió a tragar saliva con dificultad mientras lo escuchaba, y su sistema nervioso colapsó cuando percibió que la pretina del pantalón estaba más floja que antes.

—¡Aléjate!— Gritó al empujarlo con más fuerza de la que requería para ponerse en libertad.

Milo trastabilló y cayó al suelo, partiéndose de risa. Camus apretó los puños, y aunque quería matarlo, estaba más concentrado en controlar la vergüenza que sentía y en decidir si quería o no mirarlo (porque el maldito bicho estaba desnudo exponiendo cada una de sus partes privadas ante él).

—Tranquilo, Camie…— Decía en breves momentos de calma—… No pensaba hacer nada que tú no quisieras…— continuaba riéndose.

—¿Cómo te atreves? ¡Qué descarado!— Riñó el onceavo guardián, tratando aún de calmarse. Milo se sentó, todavía desnudo en el suelo.

—Todo lo que hice fue enseñarte una táctica de seducción—. Expuso, sonriendo con gracia—. Si buscas tener un momento de intimidad con Saga, un juego de acoso como el que te acabo de mostrar sería lo ideal—. Camus percibió una extraña ansia en sus dedos por sujetar el cuello de Milo para silenciarlo, pero de hacerlo, tendría que buscar cómo ignorar sus partes privadas.

—¿Te costaba demasiado hacer esa aclaración?— Aún estaba indignado, y el griego lo supo al verle apretar los dientes, con esa cara fina todavía sonrojada. Milo continuó sonriendo, y se levantó de un salto.

—No habría sido divertido—. Explicó elevando los hombros. El onceavo guardián apretó con fuerza los puños y permitió que la temperatura del cuarto disminuyera debido a la ira que sentía. El griego intentó no pensar que tenía frío, y decidió buscar una prenda que su ‘novio’ pudiera usar para pasar la noche.

—¿Sabes qué sería divertido?— habló entre dientes.

—¿Qué?

—Congelarte tu orgullosa masculinidad…— El estoicismo con el que Camus pronunció esas palabras asustaron ligeramente al escorpión, quien sonrió nervioso.

—Piensa que no habría parecido tan real, si te avisaba…— Agregó, percibiendo como el frío comenzaba a calarle en los huesos—. Por favor, Camie, no querrás que tu inteligente, hermoso, varonil, fuerte y valiente novio se enferme, ¿o sí?… Considera que tendrías que cuidarme como si se tratara de Saga…— Diciendo esto le pasó un pantalón corto y una camiseta deportiva, la cual el otro tomó a regañadientes.

—¿Por qué? ¿Por qué de todas las ideas en el universo tenía que aceptar justamente la tuya?— Refunfuñaba el galo exasperadamente, dirigiéndose hacia una puerta alterna a la entrada, que suponía como el cuarto de baño.

—¿A dónde vas?— preguntó el griego al verle marchar.

—Es obvio que necesito poner distancia entre nosotros, ya que tú no conoces la decencia—. Y dio un portazo finalizando la conversación.

Milo permaneció con la vista fija en la puerta por dónde había desaparecido Camus, analizando la escena que entre ellos se había suscitado y las reacciones de su compañero.

Creyó que el desagrado que experimentaba hacia él, desencadenó esa furia, sin embargo, sí era sincero consigo mismo, Camus le había pedido (sin decirlo) que necesitaba tener ciertos límites. Tal vez por propiedad, o timidez, pero ciertamente notó (mientras fingía ante los otros) que estaba más incómodo de lo normal con toques aquí o allá.

En ese momento, Milo pensó que deberían hablar y aclarar las cosas de una mejor manera, y quizá, si le preguntaba a Camus qué tanto estaba dispuesto a ceder o a fingir, podrían llegar a un acuerdo donde estuviera cómodo, y al mismo tiempo, pudieran continuar con el plan. Quizá no necesitaban ser novios cursis, pero definitivamente no podía renunciar a la idea de demostrar afecto frente a otros.

Tampoco planeaba pedirle que fuesen amigos para tolerar la compañía del otro, solo encontrar un punto neutro para aguantarse un tiempo.

Pasados unos minutos, el onceavo custodio salía del baño vistiendo la ropa que le quedaba un poco holgada de Escorpio, y llevando la propia bajo el brazo perfectamente doblada. El griego ya se encontraba metido bajo las sábanas, esperando, habiendo dejado un espacio considerable a su lado para que Camus lo ocupara. El galo evitó mirarlo mientras dejaba las prendas usadas en una silla al lado de la cama, pero cuando miró a Milo para preguntarle si podía volver a su templo antes del amanecer, se dio cuenta de que este lo miraba intensamente.

—¿Qué pasa?— Le preguntó a la defensiva, preparándose para contraatacar en caso de que le dijera un insulto, o una de esas extrañas proposiciones. Entonces vio a Milo tomar aire para hablar.

—Quisiera disculparme…— Escuchó la suave y baja voz del griego. Camus levantó las cejas.

—¿Eh?

—… por lo de hace rato…— Prosiguió un poco inhibido. El Santo de Acuario parpadeó, desconcertado.

Para sorpresa de Milo, Camus comenzó a buscar alguna cosa bajo la cama, las mantas y una de las almohadas.

—¿Qué estás haciendo?— inquirió con extrañeza. Acuario lo miró con desconfianza.

—intento encontrar al dueño del templo, porque obviamente él nunca pronunciaría tales palabras…— Milo frunció el entrecejo y le lanzó la almohada.

—¡Trato de entablar una conversación seria contigo!— Exclamó. Camus reconoció que tal vez había exagerado un poco, aunque su humor no era tan extravagante como el de Milo.

—Y ¿a qué se debe tan repentino cambio de actitud?— Indagó, aun a la defensiva.

El octavo guardián exhaló con cansancio. Si Acuario quería mantenerse hermético sería cosa suya, pero no quedaría en su propia conciencia el no haber intentado nada por romper el hielo.

—Yo… sé lo que se siente ser tratado como un objeto de deseo…— Acuario no estaba seguro si lo decía como una presunción o como un chiste, sin embargo, al ver sus ojos manchados por una sombra gris de tristeza y pesar, decidió tomarlo en serio—. A veces el amor nos obliga a soportar situaciones que no toleramos bajo circunstancias normales… y yo, cuando estaba con Kanon… permitía ciertas cosas…— Le explicó, entrelazando las manos sobre su regazo. Camus le contempló asombrado por lo que oía—. Me usaba noche tras noche para hacer cosas que a veces no quería, y a las cuales yo accedía porque lo amo… Aunque para él solo soy un juguete sexual—. Intentó formar una sonrisa, y Camus lo vio por primera vez hacer un gesto realmente sincero—. Por eso me disculpo…

Tras escucharlo, y admirar la forma en que podía compartir algo tan privado con un ‘desconocido’, se le ocurrió pensar que tal vez sí le tenía algo de confianza. Tal vez no le agradaba a Milo, pero se dio cuenta de que estaba dispuesto a exponerse totalmente por obtener algo que merecía y que necesitaba, como una revancha contra el ex dragón marino.

Entonces consideró que, después de todo, no eran diferentes y que al menos eso los unía: que las personas que amaban aparentemente no podían corresponderles. Kanon sacando ventaja de sus sentimientos, con su cuerpo; mientras que Saga, envuelto por su culpa, no definiendo su relación. Un no directo le habría bastado, pero en su lugar únicamente había una respuesta esquiva que lo envolvía en un laberinto sin salida.

—Acepto la disculpa—, dijo el francés tras un momento—, y aunque lamento escuchar tus malas experiencias, quiero hacer notar que tú puedes decir que amas aunque sea uno de sus besos, a diferencia de alguien que idealiza uno de ellos—. Bajó la cabeza junto con sus ojos, porque hablar de cosas privadas no era su fuerte, aun cuando quisiera compartir con Milo algo propio para pagar su honestidad.

El griego ladeó ligeramente la cabeza, pensando en lo que acababa de oír.

Tras enterarse del contexto, se sorprendió mientras se enderezaba en la cama para mirarlo con mayor atención.

—¿Quieres decir…? ¿Tú y él nunca…?— Milo no sabía si debía o no preguntar, pero sentía curiosidad. Él movió la cabeza de un lado hacia otro.

—Nunca—. Declaró mirándole por fin. El escorpión se sorprendió, colocando, sin darse cuenta, la mano sobre su propia boca; y con la sorpresa vino aquel recuento de pequeños momentos entre ellos llenos de incomodidad y aprensión.

Entonces, las emociones negativas de Camus expresadas hacia esas situaciones, no eran fruto de su desagrado por él, sino un salto al vacío en un terreno totalmente desconocido: un miedo hacia lo inexplorado.

—Pero yo creí…— Balbuceó, sintiéndose como estúpido por sus burlas.

Recordó una muy pequeña conversación que Mu, Aioria y él tuvieron con un Saga mayor cuando eran postulantes, y desde entonces creía que ellos tenían un pequeño romance. Es decir, si bien no existía una relación y por eso estaban metidos en ese juego, pensó que tal vez habría una insinuación, o jugueteo aquí o allá, o quizá algo más…

—Nunca pensé en cosas como mi primer beso, o mi primera vez en esto, o aquello, pero definitiva y claramente tú te has llevado muchas de ellas…— Al decirlo sonrió débilmente, como burlándose de sí mismo. Al escucharlo, Milo deseó ahorcarse.

—Lo siento, yo no…

—No me importa, en realidad—. Lo cortó el aguador, restándole importancia.

¿De verdad no importaba? Milo lo miró con curiosidad para asegurarse de leer correctamente sus palabras, y se dio cuenta de que hablaba en serio; aunque eso le hacía sentir un poco de lástima por él, ya que sus primeras experiencias fueron con alguien a quien no soportaba, y quién le había hecho las cosas incluso más difíciles desde el principio, tomando ventaja de las situaciones, de sus emociones, u burlándose de él cada minuto…

—¿Quieres seguir con esto?— preguntó el griego directamente. Camus elevó sus cejas.

—¿Lo estás dudando ahora?— señaló la ropa que traía puesta.

—Solo por lo que dijiste…— se alzó de hombros—… Yo aún necesito darle una lección a ese cretino de Kanon—. Acuario asintió una vez.

—No estoy seguro, sí Saga comprenderá que me puedo cansar de esperar, o se terminará por alejar después de esto… pero, Kanon, definitivamente, tendrá que aprender a valorarte o estar dispuesto a perderte para siempre, si es que llegas a esa conclusión por tu propia cuenta—. La decisión en aquellos ojos de azul verdoso hizo sonreír a Milo—. Así que sí, tienes mi palabra.

—Lo haré sí él no lo entiende—. Dijo—. Y la misma advertencia va para Saga. Tiene que saber que no todas las ambiciones son malas, y que luchar por ti será la mejor cosa que haya hecho en su vida—. Camus sonrió sutilmente esperando que sí, que él tuviera razón.

Después de aquel intercambio de palabras se hizo un pequeño e incómodo silencio, porque ninguno de los dos le había abierto aquella pena a nadie; ni Milo, a Aioria su supuesto mejor amigo, ni Camus, a quien más confianza le tenía después de Saga, Shura.

—Creo que… deberíamos acostarnos… ¡Dormir! Quiero decir. Vamos a dormir—. Propuso el griego mientras se acomodaba en la cama. Acuario asintió, y aunque aún se sentía perturbado por ‘dormir’ al lado de Milo (quien continuaba desnudo), levantó un poco las sábanas y se metió dentro de ellas, rozando sin querer el cuerpo tibio de Milo con uno de sus fríos pies. El escorpión se quitó en el acto, pero ese solamente fue el principio de una guerra inevitable…

Lejos, muy lejos de aquella amable y amena conversación, los dos volvieron a cumplir sus roles de siempre al convertir la cama en un ring cuando se pelearon por las mantas, ya que Acuario se quejaba por tener una parte de su cuerpo descubierta, y después porque Milo estaba totalmente desnudo y no se quería cubrir. Posteriormente, batallaron por el espacio, que si Milo estaba demasiado cerca del galo, y que si lo dejaba al borde la cama; que Camus estaba muy frío y su temperatura convertía en un congelador el templo.

—¡Basta!— Exclamó el escorpión, fastidiado, sentándose en la cama.

—¡Basta tú!— discutió el otro, imitando su movimiento.

—¡No podemos pelear así toda la noche!— Camus se cruzó de brazos y lo miró con enojo.

—¿Por qué no eres un buen anfitrión y duermes en otra parte?— preguntó el galo, aunque la verdad no tenía muchas esperanzas. Milo se rio sarcásticamente.

—Porque Kanon va a venir a buscarme, y tiene que vernos juntos o no será creíble…— Camus bufó.

—¿Y por qué necesitas recrear una pijamada? No lo entiendo—. Milo no sabía si eso era una pregunta inocente o una pregunta demasiado estúpida.

Trató de no reírse, pero no pudo evitar sonreír con gracia.

—Él tiene que vernos como si… ya sabes…— Pero Camus declaró con su mirada que no lo entendía, así que Milo suspiró—… como si acabáramos de tener sexo…

—¡¿QUÉ?!— Exclamó el francés, cubriendo su cuerpo como si Milo quisiera tocar zonas que él no iba a ceder. El griego se palmeó la frente.

—No era difícil de imaginar…

—¡Perdone, señor pervertido, pero no tenía idea de sus intenciones!— Camus estaba poniéndose nervioso, y Milo lo sintió en un escalofrío cuando la temperatura ambiental comenzó a bajar.

—Dijiste que me apoyarías…— Comentó el griego con una sonrisa nerviosa.

—¡Pero esto es demasiado!— Continuó exaltado. Después tragó aire intentando calmarse.

—Piensa en esto: si Kanon nos encuentra juntos, él le va a decir a Saga, y Saga, ¿cómo piensas tú qué va a reaccionar?— Tras escucharlo, Camus consideró sus opciones.

—De acuerdo—, suspiró con resignación—, ¿qué es lo que tengo que hacer?— preguntó sabiendo que iba a arrepentirse. Milo sonrió débilmente.

—Solo relájate, ¿quieres? Me estoy congelando—. Camus tomó un poco de aire e intentó bajar el ritmo de su corazón, concentrándose (otra vez) en uno de los libros que tenía en su propia biblioteca.

“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida…(1.1)”

Milo, mientras tanto, se recostó en la cama un poco más al centro y extendió el brazo izquierdo hacia él, sobre el colchón.

—Recuéstate y pon tu cabeza aquí…— Señaló con sus dedos un punto entre el pecho y la axila. Camus volvió a tragar saliva con dificultad, e intentó concentrarse en las palabras del libro:

“… el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad…(1.2)”

Bajó un poco su cuerpo sobre el colchón y se peleó con sus propias manos que no sabía dónde colocar al irse acostando junto a él. Decidió pegar los brazos y los codos a su propio cuerpo, y moverse despacio, muy despacio en su intento por acoplarse a él y a la posición que Milo había optado para continuar el acto en su pequeña e ingeniosa obra. Finalmente, sintió la calidez del griego envolviendo su cuerpo, y sintió su propio corazón desesperarse cuando este lo encerró en un abrazo.

—Mantendré mi distancia…— Susurró el escorpión sobre la coronilla de su cabeza.

—Trataré… de no congelarte…— Respondió el otro, inhalando y exhalando para calmar cualquier impulso nervioso que destruyera sus planes.

Fue así que los dos permanecieron abrazados en medio de la oscuridad, con los ojos abiertos, y las mejillas matizadas por un dulce carmín.

Camus escuchaba como el corazón de Escorpio se hinchaba dentro del pecho y susurraba en su oído. Milo podía oler la fragancia a maderada que el galo usaba, jugando con sus sentidos.

Ninguno de los dos habían podido disfrutar de una cercanía así, nunca; y, a pesar de todo lo que tenían en contra, y de todas las cosas que curiosamente los hacían chocar, estar juntos de esa forma no resultaba tan desagradable como habían previsto.

Los minutos pasaban y ninguno se movía, o pronunciaba palabra; incluso Milo se atrevía a pensar que Camus ya se había quedado dormido, acunado entre sus brazos. Podía decirlo por la suave respiración que le llegaba a los tímpanos, y el movimiento que realizaba su pecho con esta función.

Sus dudas fueron aclaradas después, cuando percibió como Acuario se acomodaba entre sus brazos estirando los dedos para tocarle el pecho y la mano para colocarla en su espalda, correspondiendo así ese abrazo de forma inconsciente.

Escorpio se sorprendió ligeramente, pero no sé movió. Pasado un momento también se dejó envolver por esa paz, permitiendo que sus ojos se cerrasen lenta y pacíficamente…

A las afueras de Escorpio, una sombra se deslizó entre cada pilar, filtrándose hasta la parte privada del recinto, abriendo pausadamente la puerta donde el hombre elegido para custodiar ese templo reposaba en los brazos no solo del Dios del sueño, sino también de su nuevo amor.

La sombra celosa quedó estática, contemplando con sus orbes esmeraldas una escena que ni ensueños había podido gozar con Milo…

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Continuará….

(1.1 y 1.2)
Fragmento del libro que Camus estaba recordando es: Prólogo a la Autobiografía de Bertrand Russell

Notas de autor:
Acerca de la nariz de Camus, me pareció adecuado darle un toque más francés al estilo Luís XIII.

He tenido fiebre esta última semana, así que le pedí a mi esposo actualizar por mi, así que cualquier cosa, la iré modificando cuando esté mejor.
Feliz fin de semana.

 

 


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