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Jugando con fuego por Aquarius No Kari

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Notas del capitulo:

"Mientras Milo conoce al verdadero Camus, Kanon busca desesperadamente un aliado".

Capítulo 5

Veneno

.

.

.

 

Milo consideró que debería sentirse incómodo por la cercanía de Camus mientras estaban sentados sobre la cama, uno frente al otro; pero, en realidad, estaba intentando no poner nervioso al galo con esa cercanía entre ellos, o él perdería el control de sus poderes y lo iba a congelar.

 

El caballero de Acuario mantenía extendidos sus largos y fríos dedos sobre la mejilla acanelada del escorpión, y con los ojos cerrados mantenía la concentración en la punta, para moderar el nivel de frío requerido sobre el golpe en ella. Milo percibía una ligera sensación de alivio sobre el músculo atropellado, y eso le motivaba a no pedirle alejarse o que lo dejara en paz, aunque realmente sí quería estar solo porque Kanon y el maldito momento con él, lo habían envenenado. 

 

Si aquel momento con Camus fuera uno romántico, entre una pareja normal, Milo suponía que un beso, y unas palabras apasionadas habrían bastado en ese instante para hacerle sentir mejor; sin embargo, dadas las circunstancias, y su extraña relación, era una ganancia que el francés tuviera la gentileza de hacerle ese favor. 

 

Podría haber buscado una lata de cerveza del refrigerador para colocarla ahí, mientras le pedía que se fuera; pero, necesitaba algo más que frío en el golpe de Kanon, porque su mejilla no era lo único que dolía en ese momento…

 

—Voy a estar bien…— Habló el griego tras unos minutos rompiendo la cercanía con el aguador. Se levantó de la cama todavía en bata y divagó por la habitación—. Deberías volver a tu templo—. Le indicó, sintiendo que el peso dentro de su pecho provocaba en la punta de la lengua, una necesidad insana por exponer una petición absurda. 

 

No te vayas…”

 

Camus, conservando la posición sobre la cama, levantó la vista para observar a su compañero, quien no parecía estar bien. Tal vez no eran amigos, pero sabía que Milo estaba acostumbrado a reír a carcajadas o burlarse de sus enemigos, de las situaciones absurdas o incluso molestarlo a él con sus insinuaciones sexuales nada agradables.

 

—No puedes invitar a alguien a dormir y después correrlo…— Lo picó un poco con la esperanza de provocar que le dijera algún chiste tonto o que volviera a intentar incomodarlo diciendo algún comentario sexual.

 

Sin embargo…

 

—¿Me estás llamando maleducado?— Milo parecía enojado. Y eso, solamente hizo recordar a Camus, una pequeña conversación en Libra muchos años atrás…

 

—No… yo…

 

—Disculpa si no soy tan buen anfitrión como tú, Acuario. 

 

—No lo dije por eso…— Intentó explicar, pero el otro estaba demasiado ofendido para escuchar.

 

—¿Sabes qué? Haz lo que quieras—. Tajó Milo, dándole la espalda.

 

Camus abrió la boca para disculparse y decirle que se iba, pero verlo dirigirse hacia el baño y encerrarse después ahí, le hizo entender que sus propias conjeturas no estaban equivocadas, y que Milo atravesaba un momento difícil.

 

Tal vez su relación con Saga nunca germinó al grado de comprender una ruptura como la de esos dos; no obstante, sí había sufrido ¿un rechazo? (¿eso fue?), o su falta de interés romántico… porque era un hecho que a Saga le importaba como persona, como amigo, no como amante; así que el vilo y la respuesta tras su confesión, sí le había dolido. Quizá no lo demostró abiertamente ante él, pero, tras recibir su respuesta, Camus se sumió en una noche de dolor. 

 

Suspiró apesadumbrado, mirando la puerta del baño con cierta indecisión. Vaciló otro poco, y se acercó a ella mordiendo ligeramente la carne interna del labio mientras apoyaba los dedos sobre la madera y definía la postura que iba a tomar a continuación… 

 

Milo, mientras tanto, tal vez le había pedido a Camus marcharse una o dos veces, quizá hasta tres, pero la verdad es que no quería estar solo, porque en medio del silencio y la soledad, sabía perfectamente que sería flagelado por cada uno de los recuerdos con Kanon, y por las decisiones propias que lo habían llevado hasta ese instante.

 

Cuando era joven fue sencillo caer en su encanto de hombre adulto y experimentado, manipulando sus pensamientos y sentimientos a su favor; sin embargo, una vez que Milo también fue adulto, y a pesar de los conocimientos y experiencias adquiridos con la edad, algo en ese maldito hombre lo hizo tropezar, caer y rendirse a él.

 

No era una persona que tuviera la tendencia a deprimirse, pero, lo ocurrido momento atrás había sido un golpe muy doloroso para él. 

 

Y sí, por un momento creyó que Kanon necesitaba algo más de él que un sitio donde meterla, después de todo habían compartido tanto el uno del otro, pero ahora solo entendía que no era así, que desde el principio para el ex dragón marino únicamente tuvo el papel de un buen amante. Su amante, su objeto, su propiedad, su cosa…

 

Lentamente, resbaló por una de las paredes del baño, sentándose en el suelo con las piernas acogidas entre sus brazos, y la barbilla sobre el hueso de estas para darse calor, un calor que necesitaba y que dudaba ahora pudiera encontrar…

 

—Yo daría todo por ti… en cambio, tú…— Las palabras murieron en su boca mientras pegaba aún más las piernas hacia el pecho. Trató de no pensar, intentó no sentir, pero la verdad es que no sabía cómo controlar el veneno que infectaba y pudría cada parte de su ser, fluyendo desde sus labios con ese último beso cruel, gota a gota por las venas, hasta el rincón más íntimo del pecho; tomando el corazón y volviéndolo tan pesado como una piedra.

 

Apretó el puño, tensó la quijada, y dio un golpe contra el suelo para deshacer el nudo que sentía en el estómago, pero ni siquiera la rabia que intentó liberar en ese arrebato abandonó su sistema.

 

En ese momento la puerta se abrió suavemente, dejando ver por un resquicio entre ella y la pared, la cabeza de Camus, quien tímidamente se asomaba al interior. 

 

Milo lo vio mover los labios para preguntarle alguna cosa, pero él se levantó de un brinco.

 

—¿No puedo tener un momento de intimidad?— Acuario apretó los labios.

 

—Estaba preocupado…— Murmuró avergonzado. Enseguida se hizo hacia atrás y le concedió la soledad que había buscado; sin embargo, el griego estaba enfadado, y necesitaba cualquier cosa que le sirviera como desahogo. 

 

Camus había luchado contra sus propias convicciones, por no quebrantar la privacidad del otro, temiendo que eso le costara una reprimenda; sin embargo, verle permanecer encerrado en el baño lo inquietó, y le impulsó a abrir la puerta para hablar con él, atrayendo la rabia de Milo en su dirección. Así que ahí estaba, huyendo del desastre…

 

El griego apareció en la habitación, siguiendo sus pasos, y cazando su muñeca con fuerza, de un jalón lo volteó hacia él, encerrando su cuerpo en un abrazo posesivo.

 

—Dejemos ese estúpido teatro sobre la falsa preocupación, y dime lo que realmente estabas buscando—. El galo sintió un pequeño roce invasivo por encima de su cadera, y aunque eso lo inquietó, y bastaría para congelar al atrevido escorpión, decidió concentrar su esfuerzo en aquella ira ajena, mirándole con seriedad.

 

—Sé que no somos amigos, y que nuestra relación nunca ha sido la mejor, pero realmente me siento mal por ti…— Camus no hizo el menor esfuerzo por moverse, aun cuando estaba demasiado incómodo con esa posición para no congelar al otro, por impulso, nerviosismo o ansiedad; demostrando en sus pupilas un fulgor de sincero interés, lo que llevó a Milo a frustrarse y a empujarlo lejos de él.

 

—¡Soy el escorpión asesino, y no necesito tu lástima!— Bramó. Camus movió la cabeza, conservando el temple. 

 

—No es lástima, Milo, se llama empatía… 

 

—¡Ja! ¡No me jodas! 

 

—Sé que nuestras circunstancias son totalmente diferentes, pero sé lo que es sentirse frustrado, molesto, y con una oscura sensación en el pecho…— Milo clavó los dedos en el centro de los pulmones ajenos, y volvió a empujarlo.

 

—¡Cállate, no sabes nada…!— Le dijo. Camus se plantó con firmeza. 

 

—Por supuesto que lo sé… pero sí necesitas desquitarte con alguien, ¡hazlo!— Sabía que Milo tenía sangre espartana corriendo por sus venas, así que un carácter hervido era lo menos que podía esperar de él, en una circunstancia como esa. Con una herida así, la muerte era el único precio a pagar para un guerrero como él.

 

Camus no era culpable, y por supuesto que no iba a expiar los pecados de Kanon, sin embargo, siendo ambos ‘enemigos’ a pesar de su propia alianza, podía pelear con él de tal forma que lograra canalizar su rabia y su dolor hasta apaciguarse. 

 

Milo, por su parte, lo observó colocarse de forma determinante frente a él, de modo que no le cupiera duda de lo que debía hacer; y aunque apretó el puño y de buena gana lo habría golpeado mientras veía la sonrisa estúpida de Kanon en su mente, su sentido común colocó el freno que necesitaba para no lastimarlo, porque el francés no se merecía esa hostilidad.

 

Milo no es un objeto que pueda complacer tus caprichos”, no después de eso, y de toda la escena que protagonizaron antes y después. 

 

¿Por qué actuaba amable, considerado y comprensivo?

 

El escorpión dorado se sintió confundido mientras recordaba todas las cosas que odiaba de él, y las mismas razones por las que nunca fueron amigos. 

 

Milo cerró los ojos y se tragó la rabia que él no merecía…

 

—Tú no entiendes nada…— Indicó, pasándole de largo. 

 

—¿Por qué, por qué nunca tuve una primera vez…?

 

—¡No se trata de eso!— Gritó el otro con frustración. 

 

—Entonces, ¿de qué?— preguntó el galo, dispuesto a no rendirse. Milo, en cambio, aspiró y bufó con fuerza; se dirigió hacia la cama y se sentó ahí, en silencio, con los pensamientos vueltos una maraña. 

 

Camus lo contempló sin hablar.

 

Él, retraído en sus propias cavilaciones, no le devolvió la mirada, por lo que Camus concluyó que la conversación había terminado. 

 

En medio del silencio dedujo que tal vez sí se estaba metiendo en algo que no era de su incumbencia, y como bien lo había dicho, no eran amigos, por lo que Milo no consideraría desahogarse con él… ¿Por qué lo haría? Para eso estaba el caballero de Leo, y Mu. Ellos tenían un vínculo muy cercano desde niños, así que a él no lo necesitaba. 

 

Camus exhaló con cansancio, comprendiendo que en realidad Shura también era su amigo, y aunque no compartía todo con él, al menos con Capricornio, podía encontrar un punto diferente cuando algo le preocupaba, porque él sabía escuchar y dar consejos precisos y maduros cuando menos lo esperaba. También sabía bromear y elegir los momentos para hacerlo.

 

Finalmente, Camus decidió que se marcharía, así podría darle a Milo la tranquilidad que requería para soltarse con libertad. Ya dependería de él buscarlo o no para continuar con aquel juego, y de todos modos, si no lo buscaba, ya vería qué inventar si Shura le preguntaba algo sobre esa noche. 

 

—Volveré a mi templo…— Anunció estoicamente, como una sutil despedida. 

 

No quería volver a usar esos pantalones llamativos, o la camisa que rasgó en la fiesta, así que los dejó dónde estaban y se dirigió hacia la puerta con lo que traía puesto, esperando que nadie lo viera cruzar hasta Acuario, y que Milo volviera a ser el mismo bicho molesto y bromista por la mañana…

 

Avanzó un par de pasos, tomó la perilla de la puerta con sus dedos y cuando abrió un poco para salir, Milo colocó la mano en ella y la cerró, impidiendo a este abandonar la habitación. Camus se sorprendió, y aunque intentó darle la cara para preguntarle por qué hacía eso, el escorpión apoyó la frente en su espalda…

 

Eso no lo esperaba…

 

La sorpresa por aquella pequeña acción desencadenó una sensación de incomodidad y vergüenza, que lo hizo sentirse abochornado. La habitación no era calurosa, pero él percibía una subida repentina en la temperatura. 

 

Pensó que prefería recibir un golpe a mantener aquel peso silencioso sobre el lomo, mientras Milo se apoyaba en la puerta y él sostenía el picaporte.

 

—Quisiera… no sentirme así…— Lo escuchó decir en un tono desolado. Camus pensó que era normal, e incluso él estaba enojado por la situación con Kanon, así que su frustración, su dolor y propia decepción tenían sentido.

 

Abrió la boca para recitar algún verso sacado de sus muchos libros, pero consideró que el escorpión necesitaba oír sus pensamientos sinceros.

 

—Él no lo merece…— Murmuró, intentando consolarlo. 

 

—Lo sé… pero igual me duele…— A pesar de no quererlo la voz se le quebró, aun sabiéndose fuerte y que sus ojos no se atreverían a traicionarlo con tal iniquidad. 

 

Camus, por su parte, no sabía si era correcto decir algo o esperar que Milo terminara de desahogarse. Separó los labios para decirle cualquier otra palabra, pero él interrumpió el flujo de sus pensamientos… 

 

—Si yo lo hubiera encontrado en la cama con otro, aun siendo mi amante, no me hubiera ido directamente a sus brazos… primero le pregunto qué estaba haciendo con él, si es que logro contenerme y no los mato a ambos…(1)— Acuario entendió lo que trataba de decirle, y sintió la pena del escorpión como si fuera propia.

 

Pensó que él hubiera hecho exactamente lo mismo, sí en un mundo perfecto, Saga y él hubieran tenido una relación. No habría buscado compartir la cama con él, sino pedirle cuentas de sus acciones y arreglar las cosas para terminar definitivamente, o continuar adelante olvidando todo, si alguna vez pudiera superar esa infidelidad.

 

El galo finalmente se dio la vuelta, y Milo encontró su hombro como apoyo para la frente. 

 

Camus no solía ser físicamente afectuoso, aunque esa regla nunca se aplicó con Saga, o Hyoga, con quiénes sí podía compartir un abrazo, o un toque suave y sincero; sin embargo, no estaba seguro, si debía o no hacer con Milo una muestra de esa magnitud. Sintió un impulso en los dedos por plasmar consuelo tangible sobre su cabeza. Tal vez una pequeña y sutil caricia (o algo así), pero aunque los movió ansiosamente un par de veces a un costado de sus piernas, no se atrevió.

 

Tras un momento de buscar la acción correcta, finalmente demostró algo que sí podía hacer.

 

—Pues me alegra mucho haberle dado ese golpe—. Expresó el galo con una pequeña sonrisa—. Aunque ahora me gustaría enterrarlo en un ataúd de hielo y dejarlo así para siempre…— Milo levantó la mirada a esos ojos de azul oceánico que no vacilaban al encuentro con los suyos. 

 

Entonces, pensó, que Camus debería estar lanzando un discurso sobre lo imbécil e infantil que era, al sufrir por una causa perdida. Pensó que debería burlarse por lloriquear como un niño cuando se suponía que era un hombre, un guerrero, y que había sufrido peores cosas que una desilusión; no obstante, encontró ánimo a su situación y alivio al corazón roto que pesaba dentro del pecho. 

 

Antes pareció perdido en la marea de emociones negativas a las que Kanon lo abandonó, pero, cuando miró al galo con esa pequeña muestra de amabilidad, sintió que podía sostenerse y respirar, porque tenía un apoyo sincero que entendía perfectamente cómo se sentía; porque ahora que estaba más calmado y podía observarlo fijamente, notaba que no había rastro de burla o lástima en aquellos enigmáticos ojos… 

 

Se llama empatía…”, declaró momentos atrás. 

 

Saber qué podía concordar así con él, lo hizo sonreír.

 

—¿Vas a detenerme si lo intento la próxima vez?— preguntó, como si fuera una propuesta que realmente pensara llevar a cabo. El escorpión meneó la cabeza mientras se animaba con la voz del otro; incorporándose. 

 

—¿Podríamos usarlo para adornar tu templo?— le preguntó al alejarse un poco— Porque déjame decirte que tienes muy mal gusto para la decoración—. Camus debería sentirse ofendido por ese comentario, pero solo lo miró con desconfianza. 

 

—¿Y colocando esa… cosa crees que alguien piense que mi gusto ha mejorado?— Milo se rio, y pensó en Death Mask y los rostros que antes llenaban Cáncer, considerando que no, eso no iba a ayudar; ergo, movió la cabeza de un lado hacia otro.

 

—Tal vez una estatua mía lo podría mejorar…— Camus no sabía si el escorpión lo decía en serio, pero por las dudas…

 

—Lo pensaré…— Y se alzó de hombros. Milo acentuó el gesto en sus labios. 

 

—Ahora que somos novios, lo merezco… y hablando de eso, ¿Me ibas a dejar solo?— le apuntó con el dedo— ¡Vaya novio!— exclamó fingiendo molestia.

 

—¡Tú me lo pediste!— se ‘indignó’ el otro—, aunque dije que no lo haría y…— Milo le dio la espalda y volvió a ponerse serio para hablar. 

 

—La verdad es que no quiero estar solo…— Confesó avanzado despacio hasta la cama, y sentándose en ella para terminar de calmarse. Camus lo siguió y se sentó a un costado, cruzando una de las piernas sobre la otra.

 

—Eso es un mensaje muy confuso…— Declaró sin saber cómo interpretar lo que Milo quería de él. El escorpión se pasó los dedos por el cabello, entendiendo que sí, que lo había sido. Suspiró pesadamente e intentó explicar la situación.

 

—¿Nunca has sentido que no quieres estar solo? Quiero decir…

 

—Sí—, dijo aquel, interrumpiendo su explicación—, tuve una infancia solitaria…— Milo volteó a verlo con sorpresa, pero él no le devolvió la mirada.

 

A decir verdad, el escorpión siempre tuvo invitaciones y oportunidades para acercarse a Camus más de una vez en ese distante pasando; sin embargo, Milo estaba deslumbrado por Kanon y sus palabras, y aunque la curiosidad de un niño podría haberlo atraído hacia el galo, nunca cruzó la línea entre ellos por respeto a su relación con el mayor, primero como amigos, luego como amantes.

 

—… Tenía a Saga, y a Shura, por supuesto—, continuó Camus ante el silencio del otro—, pero supongo que eso no fue suficiente algunas veces, porque ellos eran adultos con sus propias responsabilidades… 

 

—Yo…

 

—La peor parte de todo creo que fue Siberia. Ahí vivía en una cabaña alejada de todo… 

 

—Es cierto, tú te fuiste mucho tiempo del Santuario…— Recordó en ese momento, y únicamente al decirlo, que, a diferencia de Mu, Aioria y él, Camus fue enviado a Siberia cuando era muy joven. 

 

—Era parte de mi entrenamiento sobrevivir por mi propia cuenta—, explicó el francés—, y supongo que eso ayudó a superar la sensación que mencionaste hace un momento; aunque eso nunca opacó el deseo de tener una charla amena, o un poco de compañía. 

 

El escorpión lo escuchó con atención, imaginando con dolor al aguador, como lo recordaba cuando era niño: todo flaco, ojeroso y enfermo, aislado del mundo al que un día protegería como caballero de los hielos. Un mundo que lo había confinado a la soledad y al olvido.

 

A pesar de eso, era lo suficientemente capaz de amar a un estúpido egoísta, y de proteger las convicciones de su amado pupilo; incluso podía sentir empatía y eneamistad (2) por alguien como él, que también había contribuido a su solitaria condena.

 

—Cuando éramos niños, yo…— Planeó explicarle su propia estupidez sobre ese error (sí, ahora pensaba en eso como un error) del pasado, no obstante, el aguador le tocó la mano con una sutil palmada para calmarlo. 

 

—Dejemos el pasado donde está—. Milo lo miró sin saber exactamente qué sentir hacia él…

 

¿Debería decir “gracias por zanjar un tema complicado e incómodo”?, o debería estar confundido porque no sabía si era estupidez, amabilidad o solo tratar de reconfortar cualquier sentimiento de culpa que tuviera.

 

—Eres muy irritante…— Lanzó el griego mientras se levantaba con frustración. Camus se sorprendió ligeramente.

 

—¿Yo?— preguntó confundido.

 

—Deberías estar enojado con el mundo. 

 

—¿Por qué? 

 

—Porque Saga es un imbécil—. Escupió con enojo. 

 

Camus no sabía por qué, pero la forma en que Milo pronunció esas palabras le hizo reír. No creía que el hombre de sus sueños tuviera ese calificativo, pero comprendía la frustración en ellas, ya que fue Saga quien lo envió a Siberia cuándo era joven. 

 

—Creo que por hoy deberíamos olvidar a esos dos, ¿qué te parece?— La propuesta de Camus no sonaba nada mal para Milo, así que un poco más animado decidió hacerle caso. 

 

—Tienes razón—. Aceptó—. Vamos a dormir y mañana continuaremos con esto—. Se abrió la bata para el horror de Camus, y se la retiró con un movimiento erótico que en realidad era algo natural en él. El aguador desvió la vista demasiado tarde para no mirar la ostentosa masculinidad griega expuesta ante sus ojos. 

 

—¿Podrías ponerte algo…?— preguntó con nerviosismo, tratando de ocultar los colores gangrenados que ya tenía en la cara debido a la vergüenza. 

 

Milo sintió un escalofrío, y rodó los ojos con fastidio al recordar la estúpida y estorbosa moralidad del otro. 

 

—¡Qué necedad!— Exclamó—. ¿Podrías dormir desnudo?— el francés peleó con sus propias manos al no poder decidir entre cubrirse los ojos, o los oídos, por esa propuesta tan descarada.

 

—¡No! ¡Por Edos (3)!— gritó, aunque casi nunca alzaba la voz— Pero ha puesto que podrías hacer un pequeño sacrificio… solo por esta noche…— Milo pensó que podría continuar discutiendo con él, pero la verdad Camus se había portado como un buen amigo, aunque ni siquiera lo era… Podría decir que se había portado como un buen novio, mas, nunca tuvo un novio… En eso Camus era su primera vez, aunque tampoco se lo diría (y no es como si fuese real). 

 

El griego exhaló con frustración. 

 

—Me pondré una playera…— gruñó mientras se movía hacia el desorden que tenía en el closet—… ¡Y eso es todo lo que usaré!— Camus rodó los ojos y suspiró también, aunque con alivio por esa pequeña victoria (que era, más bien, una recompensa).

 

Al menos no fue una derrota porque, después de todo, consiguió no tenerlo completamente desnudo en la cama, aunque la parte que más lo incomodaba estuviera aún expuesta trataría de no pensar en ella… Y no es que lo hiciera, no es que basase su concentración en aquello que le colgaba entre las piernas, es que de verdad le inquietaba esa maldita libertad y soltura que el escorpión no podía encerrar. 

 

Camus fue a acostarse de cara al techo tomando su lugar junto a la pared, y Milo se recostó a su lado tras encontrar una prenda que le ayudara a cumplir su promesa. Cuando estuvo finalmente listo, el aguador habló:

 

—Sé que acordamos dormir juntos, pero no volveré a… ya sabes…— hizo una extraña seña para explicar el incómodo momento de abrazarse para dormir. Milo parecía a punto de reír (más por la mímica del otro que por la situación).

 

Debería decirle “tú te lo pierdes”, mientras emprendía un juego tonto para incomodarlo, sin embargo, decidió continuar la tregua. 

 

—No es que tuviera ganas de hacerlo otra vez…— gruñó el escorpión mientras le daba la espalda. 

 

—Solo quería dejarlo claro…— Respondió el acuariano cerrando los ojos para dormir por fin.

 

Y justo cuando el cansancio estaba por vencerlo, Milo se movió en medio del silencio.

 

—Gracias, Camie…— Susurró sobre sus labios antes de darle un beso. 

 

Camie” se enderezó sobre la cama, listo para protestar por el apodo que odiaba y sobre todo por el beso que él le había robado… pero, ver al bicho bromista y sonriente de siempre bastó para hacerle pensar que podría dejárselo pasar… al menos por esta vez.

.

.

La sombra que vagaba por la oscuridad en el tercer templo zodiacal, con el rostro deformado a causa de la ira, y los puños contraídos debido a ella, tenía un solo nombre; un nombre que era sinónimo de caos. Kanon solía ser divertido, sarcástico y risueño, y después de todas las cosas horribles que había hecho y que le habían pasado a lo largo de su vida, decidió que no volvería a tomarse nada tan en serio ni tan apecho para no volver a sufrir.

 

Pero…

 

No podía olvidar el rechazo de Milo… 

 

Por alguna razón (o mejor dicho, por un alguien), el maldito escorpión celeste lo había rechazado a él, a sus besos y a pesar una de esas noches de sexo. Sin embargo, lo que más rabia le hervía la sangre era el francés con su pequeño y estúpido discurso sobre Milo, y a Milo protegiendo al tonto francés con su propio cuerpo cuando intentó golpearlo.  

 

—¡Maldito refrigerador andante!— Vociferó Kanon, golpeando la pared tan fuerte, que la columna sufrió una fisura.  

 

¿Por qué? ¿¡Por qué Milo estaba con él, si se suponía que lo odiaba?! ¿No habían discutido en el pasado por eso?

 

Hizo hasta lo imposible por evitar que se convirtiera en su amigo, y aun así ¿¡cómo terminaron juntos!?

 

¿No fue Kanon quien le hizo sentir una y otra vez que le pertenecía solamente a él? 

 

Y lo peor de todo, se lo había dicho directamente, y el escorpión lo rechazó. 

 

—¡Y todo es culpa de Saga!— Reflexionó, caminando en dirección a la habitación de este; mas, se detuvo al sentir la presencia de su hermano en otro sitio del templo…

 

Mientras tanto…

 

Al contemplar la luna con sus dos preciosas esmeraldas, siendo bañando por aquella luz plateada, no paraba de pensar en todas las ocasiones innumerables en que se había sentado al pie de aquel escalón para mirarla. Algunas veces estaba solo, pero generalmente, y sobre todo desde aquel despertar de entre los muertos, era Camus quien le hacía compañía.

 

Lo he callado durante todo este tiempo, pero creo que deberías saberlo ya…”

 

Saga exhaló con frustración mientras cerraba los ojos y bajaba la cabeza para quitarse con la punta de los dedos ese recuerdo. 

 

No estaba seguro de cuánto había pasado desde entonces, pero sabía lo que esas palabras implicaban, y sabía también lo que él le había respondido mientras Camus le abría el corazón…

 

Podía verlo ahí sentado a un lado suyo, quieto pero al mismo tiempo nervioso. Lo sabía porque aunque siempre solía ser estoico y sereno con los demás, con él era diferente, era cálido y amable. Saga lo vio suspirar y sonreír suavemente mientras movía los labios sin decir nada realmente importante. 

 

Se vio asimismo en ese recuerdo preocupado y ansioso por el silencio.

 

“¿Qué sucede?”

 

 Le preguntó el mayor, observando cómo las palabras morían en el movimiento indeciso de los labios franceses con pequeñas correcciones y castigos para sí mismo. Vio a Camus callar, agachar la mirada e intentar encontrar su propio valor en algún punto de su cuerpo o de su cabeza. 

 

Finalmente, lo vio elevar la mirada tan intensamente que Saga no pudo escapar.

 

Lo he callado durante todo este tiempo, pero creo que deberías saberlo ya…”

 

El geminiano sintió al pulso acelerar la marcha cuando Camus prendió esa pequeña chispa dentro de su pecho.

 

Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma" (4).

 

Recitó aquella frase de Julio Cortázar, y la remató con una estocada al estilo francés:

 

Te amo…”

 

Declaró sin saber que aquellas palabras le quitarían a Saga la respiración. 

 

Sintió algo extraño que no sabía de dónde provenía, era una energía y una emoción inexplicable que le gritaba saltar, abrazarlo y darle un beso tan intenso que podría devolver el fuego que acababa de encender dentro de su cuerpo. 

 

Se sentía feliz al saber que él lo amaba, porque Saga lo amaba desde hace mucho tiempo también, e incluso había luchado con todas sus fuerzas por arrancar y superar ese amor mientras se convertía en el monstruo que iba a destruir el Santuario; sin embargo, al mismo tiempo que era dichoso, también era infeliz porque juzgaba que esas sensaciones estaban mal, por supuesto que lo estaban. Él había hecho tanto daño a tantas personas que ¿Cómo podría merecer ser feliz?

 

¿Qué pasaba con las personas inocentes que no tuvieron la oportunidad de revivir por el estúpido capricho de los Dioses?

 

La misma mano que cosquilleó en ese momento por tocar al niño que había forjado en hombre, fue la misma manipuladora y ejecutora de tantos inocentes atrás, y eso manchaba de sangre a Camus y a su amor por él. 

 

No lo digas”, Contestó cerrando los ojos, levantándose del peldaño ante la mirada incrédula del menor, quien no creía que esa fuese su respuesta. 

 

Saga…”

 

No lo digas más… te lo suplico…

 

No pudo ni quiso ver la mirada de Camus tras decir aquello, y fue mejor, porque aunque él siempre era frío, sus ojos tan verdes como azules expresaron el dolor que sentía por aquel rechazo. 

 

Quería decirle que lo amaba desde hace mucho tiempo… 

 

Necesitaba liberar aquella opresión que se amotinó con el deseo de besarle, enloqueciendo sus sentidos al saberlo demasiado lejos para no tentar su deseo de estar con él cuando lo envió a Siberia; sin embargo, no podía, no lo haría, no lo lastimaría a él también. Aioros pudo perdonarlo, mas, no viviría tranquilo si Camus llegaba a sufrir por su culpa y terminaba odiándole. 

 

No lo miró cuando se alejó dolorosamente de su lado, vetando sus anhelos más profundos. 

 

Desde entonces superar ese momento fue difícil, pero lograron hacerlo, siendo amigos como siempre. 

 

Saga había observado dos lunas similares, y en esta última se arrepentía con todos los justos motivos de no haberle dicho lo que realmente sentía…

 

—Yo también te amo…— Dijo, en voz alta, a un caballero de Acuario que no estaba ahí.

 

¿Y para qué decirlo? Si Camus no podía oírlo, y para esas alturas ya ni siquiera podría importarle. 

 

Ya era demasiado tarde. Lo había comprobado unas horas atrás en la fiesta de Aioria, al verlo usar ropa provocativa que no hizo otra cosa que tentar sus bajos instintos. Debería haberle dicho que se veía bien… Que se veía apetecible en palabras educadas y piropos suaves; pero nunca tuvieron oportunidad de hablar por Milo, su nuevo novio, quien no lo dejó ni un momento a solas; y después, tras verlo disfrutar alegremente la fiesta con un baile, notó que Camus estaba borracho (“ebrio de amor”, como dijo Afrodita), y así había terminado por irse en brazos de Milo.

 

Saga no sentía ningún tipo de emoción negativa hacia sus compañeros hasta esa noche, en la que un misterioso malestar se adueñó de él y le hizo odiar en un segundo al custodio de Escorpio.

 

No debería hacerlo, y una pequeña parte de él se sentía culpable por ello, pero, de alguna manera, sentía que Camus era suyo… Esos labios que aún no había probado, esa piel que se privó de tocar o sentir con la propia… Nunca tuvo el valor de tomarle la mano, pero Milo había hecho ante sus ojos todos los pequeños deseos ocultos en su corazón, con Camus. 

 

No quería sentirse atormentando por haberlo rechazado, aunque, en realidad, nunca lo rechazó directamente… 

 

Masajeó su cabeza con los dedos, e intentó frenar los pensamientos que se atropellaban en ella para tratar de calmar las emociones que no le dejaban tregua… pensamientos de Camus y Milo después de la fiesta, continuando lo que hacían en el pasillo de Leo, allá en la cama de Escorpio…

 

—No debería pensar en eso…— Se reprendió, porque esa finalmente había sido la decisión de Camus, y no es que él hubiera hecho algo al respecto para que no se fuera.

 

Una risa rompió el silencio. 

 

Saga por supuesto reconoció al propietario de ese sonido, aunque la verdad no tenía el menor interés en dedicarle tiempo o atención, así que decidió ignorarlo mientras volvía a mirar la luna. 

 

—Claro que deberías…— Dijo Kanon, ponzoñoso—… pero solo perderás el tiempo pensando en él, porque él obviamente ya te olvidó. 

 

Y ahí estaba otra vez Kanon, cumpliendo su papel de siempre al hablar en nombre de su conciencia, como aquella vez cuando no dejaba de parlotear sobre Aioros, el Patriarca y todo el poder que podrían obtener si los mataban…

 

Saga intentó no prestarle atención, porque no necesitaba que Kanon influyera en las emociones negativas que ya crecían en su cabeza. 

 

—No sé de qué hablas…— Mintió el mayor, completamente seguro que él estaba alardeando de algo que desconocía. Kanon caminó hacia él, pero no se detuvo cerca. 

 

—¿Vas a hacerte el tonto, no es cierto?— arqueó una de sus cejas al hablar— Jugaremos a qué yo no sé tu secreto mientras tú intentas engañarme y dices que es mentira…— se alzó de hombros antes de comenzar a reír. 

 

—Solo déjame en paz…— Tajó el mayor, frunciendo ligeramente el ceño; pero, él no lo haría nunca porque molestarlo era su privilegio como hermano. 

 

—Camus lucía exquisito esta noche…— comenzó a decir—… Follable sería una palabra más adecuada…— para su deleite, vio a Saga apretar los puños al contener la rabia—… Es una verdadera lástima que sea Milo quien…— para su sorpresa, el mayor se levantó del escalón y al colocarle la mano sobre el cuello lo silenció.

 

—No me importa…— siseó —¡No me importa!— exclamó, pero aunque lo decía, sus ojos centelleaban con ira. El rostro de Kanon pasó de la sorpresa a la burla. Sabía que su hermano no lo mataría por hablar, y al menos hasta ahora no había perdido la lengua por liberar lo que sentía, así que continuó burlándose de él y su estúpido dolor. 

 

—Debería importarte…— expresó, colocando sus propias manos alrededor de las muñecas del otro—. Fue Camus quien te confesó primero lo que sentía, pero tú eres tan estúpido, que lo rechazaste…

 

—¡Cállate!— lo zarandeó. 

 

—No lo digas más… te lo suplico…— Repitió Kanon con toda la intención de provocarlo. Saga tembló de rabia, de dolor y frustración mezclados en un torbellino de emociones que lo succionaba sin control. Deseó hacer que la sensación se detuviera, por lo que soltó a Kanon solamente para darle un puñetazo en la cara. 

 

—Eres un imbécil…— lo reprendió el mayor, sin sentir lástima o culpa por lo que acababa de hacer. Kanon por supuesto no lamentó lo ocurrido. 

 

—Por lo menos yo no serví al objeto de mi deseo en bandeja de plata…— Respondió, limpiándose la sangre del labio partido. Saga contestó riendo. 

 

—Pues algo hiciste demasiado mal, porque Milo se cansó de ti…— Kanon levantó las cejas. Obviamente, no esperaba recibir ese golpe bajo, y ¿cómo no hacerlo? De todo el Santuario, Saga era el único que sabía de su pequeño “romance”, porque un día, por accidente, los había encontrado teniendo sexo.

 

—¡Él no se cansó de mí! ¡Yo lo boté!— pero la excusa barata de Kanon no tenía sentido, porque primero negó a su hermano toda relación sentimental con el bicho (“solo nos divertimos”, dijo), y ahora parecía desesperado por provocar a Saga para lograr alguna influencia en él, y así deshacerse de Camus.

 

El mayor se rio, y le dio la espalda para alejarse pensando que el asunto estaba finalmente finiquitado, sin embargo…

 

El menor inspiró y exhaló un poco de aire, tranquilizándose, porque si quería tener a su hermano gemelo de su lado tendría que ser más listo que él, y ¿por qué no? Jugar con sus emociones un poco para así convencerlo.

 

—Entonces… ¿Estás bien con eso?— le preguntó, antes de que se fuera—… ¿Vas a renunciar a tu pequeño pingüino…?— él no respondió. Kanon prosiguió— ¡Qué noble de tu parte, querido hermano! Espero que en medio de su felicidad, Camus pueda agradecerte. 

 

—Cállate de una vez…— dijo el otro con fastidio. El ex dragón marino prosiguió:

 

—Debiste verlos mientras dormían juntos… ¡Ah! Olvidé decirte que esta noche visité a Milo… ya sabes… necesitaba saber si lo suyo con Camus era cierto… 

 

—¿Cómo pudiste dudarlo?— preguntó Saga como sí el otro fuera un tonto. Kanon respondió con obviedad. 

 

—¿No es que se odiaban? Sí fueras inteligente, tú también lo dudarías…— Saga puso los ojos en blanco.

 

—¿Qué más da…?

 

—Entonces ¿no te importa?— insistió el gemelo.

 

—No, Kanon, ya te dije que no—. Ante su respuesta, el otro rio.

 

—¿Por qué te importaría? Es cierto. A ti siempre te gustó estar en segundo lugar.

 

—Soy mayor que tú, por sí lo has olvidado. 

 

—No hablo de eso. Hablo de tu conformismo cuando Shion decidió que Aioros ocupase su lugar como Patriarca—. Hizo una mueca de asco al hablar—. Recuerdo tu cara de felicidad aquel día, y ese saludo cariñoso hacia ese maldito potro. 

 

—¿Y qué ocurrió después?— le preguntó apretando los puños— Los maté a ambos… (5)

 

—Exactamente—. Sonrió Kanon—. Mientras tú limpiabas el Santuario, yo hacía lo mío en el templo de Poseidón—. Saga lo miró un par de segundos antes de echarse a reír.

 

—¡Ja! Creí que estabas arrepentido, pero luces orgulloso de tus crímenes pasados…

 

—Estoy arrepentido, “hermanito”, pero intento decirte que ambos hacemos un buen equipo, aunque nos llevemos mal entre nosotros, los dos podemos hacer arder el mundo. Y podemos separar a esos dos.

 

Saga lo miró con interés durante un instante, después sonrió y volvió a darle la espalda.

 

—Buenas noches—. Se despidió.

 

Kanon lo observó marcharse sin saber realmente lo que esa misteriosa sonrisa significaba.

 

Por las dudas, ya encontraría la forma de ganárselo como aliado.

.

.

.

Continuará

Notas finales:

(1) Esta línea le pertenece a mi querida Patipat. Ella lo dejó como comentario del capítulo anterior, y yo lo tomé como un diálogo para Milo.

(2) Amienemistad es propiedad de nonpalidece, quien me dejó un comentario hermoso en el capítulo anterior, y tomé de ella su perspectiva en la relación CaMilo de esta historia. ¡Gracias por tu aporte! Amé usarlo (y te dije que lo usaría lol).

(3) Edos: era una diosa griega y personificación femenina que representa la vergüenza, el pudor, la modestia, el respeto o la humildad. Supuse que Camus le rogaría a ella que Milo tenga pudor :v xD

(4) Lo mencioné antes, pero la frase es de Julio Cortázar. Sé que tal vez hay un millón de posibles frases que podría haber usado aquí, pero cuando la leí, sentí que era algo que yo quisiera escuchar en una declaración.

(5) Canónicamente Saga asesina a Arles, no a Shion, pero como he mencionado antes, mi historia es muy diferente al canon. De hecho, no sé sí es completamente cierto, Kanon era la sombra de géminis que estaba destinado a suplantar a Saga, en caso de que éste muriera, así no bajaría la moral de los otros caballeros.

 

Notas de autor:

Se supone que canónicamente todos los caballeros dorados se entrenaron solos, pero en mi historia, eso no es así. Más adelante dedico dos capitulos al pasado de éstos dos para aclarar los pequeños diálogos en este capítulo, como la enemistad entre Camus y Milo, y ese detalle de Siberia.

Muchas gracias por leer!

Espero que la historia continúe siendo de su agrado, y si han leído la original, advierto que en unos capítulos más la historia será un poco diferente. Incluso hay más de una sorpresa y lágrimas por ahí :v (bah! Yo lloro con casi cualquier cosa uwu… saca las galletas de animalitos July!!).

 


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