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Jugando con fuego por Aquarius No Kari

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Notas del capitulo: Saga está atormentado entre los celos, el amor y la desesperación; mientras tanto, Milo piensa que tiene todo perfectamente calculado, y empuja las cosas para ayudar a Camus, pero no se da cuenta que su nuevo plan podría salirse de control…

Capítulo 6

Ptono, Eros y Ezis.
(Celos, amor y desesperación)
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Sí alguien hubiera preguntado por la relación de ambos dorados, cualquiera podría explicar que ellos no podían verse sin sentir un desagrado que no temían expresar, el uno por el otro; y mientras Milo dormía con la cara pegada a la espalda de Camus, podría incluso decirse que ya no se llevaban tan mal.

A causa del movimiento de rotación de la tierra, una delgada línea dorada comenzó a deslizarse por un resquicio entre la cortina y la pared. Su destino no estaba fijo, pero su camino poco a poco iba marcándose con el transcurso del día hacia un punto clave de la habitación.

Todo estaba silencioso, salvo por la respiración de Camus y Milo, quienes parecían respirar fuerte al compás del otro, como un pequeño concierto de suaves ronquidos.

Cuando la luz tocó las membranas del custodio de Escorpio, este se movió ligeramente sobre el lomo que tenía bajo la cara, sintiendo un cosquilleo en la punta de nariz por el cabello que molestaba en ella, y que le hizo abrir los ojos.

Milo había pasado la mitad de la mañana apoyado al cuerpo del otro, con la mano sobre su propio muslo y la nariz pegada al olor amaderado en la fragante loción ajena. El escorpión, al notarlo, se hizo a un lado, como sí Camus acabara de reclamar su falta de distancia; aunque este continuaba durmiendo con la mano bajo la almohada y la boca ligeramente abierta.

El griego sonrió involuntariamente mientras lo observaba, porque a pesar de toda esa seriedad, rectitud y elegancia, también podía darse el lujo de dormir con soltura. Pensó, incluso, con cierta diversión en lo raro que era ver a un hombre tan frío y tan estricto como el aclamado maestro del agua y el hielo, ser tan comprensivo y amable, muy amable en realidad.

Porque cualquiera en su sano juicio se habría marchado después de la forma en que Milo lo trató, en cambio, Camus toleró el brote explosivo desde su orgullo dolido haciéndole escupir sandeces que él no merecía. No había comprendido las intenciones de este al primer enfrentamiento, pero tras calmarse y mirarlo con detenimiento, se dio cuenta de que podía soportar el dolor.

Tal vez aún le dolía lo ocurrido con Kanon, pero tener al galo de su lado le hacía sentir que podría darle una lección al gemelo sabiendo que, aunque saliera rasguñado en el combate, tendría a alguien apoyando sus decisiones, o frenando sus arrebatos.

Tendrá que aprender a valorarte o estar dispuesto a perderte para siempre, si es que llegas a esa conclusión por tu propia cuenta…

Milo consideró con cierto pesar que no quería llegar al punto de renunciar a lo suyo con Kanon, sin embargo, admirando el panorama, tendría que llegar a esa decisión en algún momento si las cosas no salían bien.

Generalmente, no iba a claudicar en sus ambiciones si tuviera el destino y la oportunidad en sus manos, pero considerando lo ocurrido la noche anterior, Kanon parecía llevar sus sentimientos al abismo; como si le obligara a deshacerse de ellos.

Y si los empujaba al fondo, ¿después trataría de recuperarlos?

Milo exhaló con fuerza, y ese pequeño sonido sirvió para que Camus se moviera contra la almohada, sin despertar totalmente; así que el griego se quitó la sábana, se movió de la cama, y se levantó de un pequeño brinco. El galo se movió otra vez, pero no dio señas de estar despierto, por lo que Milo caminó hacia el baño, deteniéndose a dos pasos de llegar, al darse cuenta que seguía ligeramente desvestido, y que si el acuariano despertaba, le haría un escándalo en nombre de la diosa Edos (1). Rodó los ojos como si Camus hubiera protestado ante su cuerpo desnudo, y tomó un bóxer que había por ahí, para encerrarse en el baño durante un buen rato.

Una vez que terminó su pequeña rutina matutina ahí encerrado, y salió a la habitación usando el bóxer y la playera de anoche, con el cabello mojado, encontró que el acuariano no solo estaba despierto, sino que había tomado un poco de tiempo para no lucir desaliñado frente a su anfitrión. Camus estaba terminando de acomodar la cama, cuando se enderezó hacia el escorpión.

—Veo que te has instalado…— bromeó el griego mientras lo veía dejar las almohadas en un ángulo perfecto y equilibrado con la cabecera.

Sí, debería haber supuesto que Camus tendría esa manía también; después de todo, una vez, y por error, había entrado en la habitación de Saga y descubierto un perfecto orden en los millones de cojines y almohadas que tenía este sobre la cama.

Entonces se preguntó cómo sería la alcoba del acuariano…

—Buen día…— lo saludó el galo con propiedad, interrumpiendo sus pensamientos—. Es lo menos que podía hacer para pagar el hotel…— bromeó ligeramente, aunque su rostro se mantuvo impasible. Milo sonrió de lado.

—Conozco un buen lugar para desayunar, si te sientes tan agradecido—. Bromeó también, insinuando que podrían ir a Rodorio. Camus comprendió sus palabras, pero tuvo una idea mejor.

—Puedo cocinar—, propuso—, sí no tienes algún inconveniente en dejarme usar tus cosas—. El griego se rio con ganas.

—Traes mi ropa, ¿por qué me molestaría que tomes algo más?— Camus notó que él tenía razón, y se sintió ligeramente avergonzado por ello—. Aunque no hay nada en la despensa—. Añadió, antes que él fuera a idear un menú. El galo lo pensó por un momento.

—Puedo ir a mi templo y traer algunas cosas—. Planteó mientras hacía una pequeña lista mental sobre lo que tomaría para volver, pero Milo se puso ligeramente serio y bromeó otra vez.

—¿Estás intentando huir?

—¿Huir? Pensé que era tu novio, no tu presa…— Milo se rio con fuerza por segunda vez en la mañana, y por respuesta, Camus arqueó una ceja, sintiéndose confundido; después sonrió con suavidad, quizá contagiado por el sonido de la boca ajena, o tal vez aliviado por verlo de mejor humor.

Inesperadamente, el escorpión se acercó, dejando que el galo percibiera el olor al jabón y el shampoo que él usó en su reciente baño; y que sintiera un ligero toque en su mentón para atraer el encuentro profundo entre sus ojos.

—Eres ambas…— Respondió al final aproximándose a sus labios.

El aguador se sorprendió mientras sentía algo extraño moverse en el fondo de su estómago, y aunque iba a manotear y protestar por ese contacto con tintes invasivos, el griego se alejó para tomar un pantalón que había por ahí.

—Entonces, ¿vas a cocinar?— volvió al tema mientras se vestía. Camus mordisqueó su labio interno para contener las ganas de reclamar lo que había sucedido hace un momento, pero en realidad, no había pasado nada. Tal vez se acercó con la intención de hacerle creer que iba a besarlo, solo para molestar; aunque no fue así. De hecho, Milo volvía a ser jovial, bromista e invasivo, así que no podía quejarse por algo que también provocó al animarlo.

Suspiró suavemente y decidió continuar el tema.

—Lo haré sí estás de acuerdo—. Milo pensó que él era demasiado formal, y que quizá le tomaría tiempo tratarlo con confianza.

Eso lo llevó a preguntarse ¿cómo sería Camus desinhibido? ¿Reiría como cualquier persona normal, o fingiría seriedad para no romper la imagen que tenían los demás de él?

Tras un instante en silencio, al ponerse las botas que hacían juego con su vestimenta, se le ocurrió una idea.

—Bien. Vamos a tu templo—. Dijo como si nada.

A Camus no le molestó que él se autoinvitara al onceavo recinto, por el contrario, pensaba que estando allá, ambos se sentirían más cómodos.

—Perfecto—. Se alegró el aguador sin demostrarlo abiertamente— ¿Podrías prestarme otra cosa?

—Lo que usas te queda bien…— Respondió el otro leyendo sus pensamientos y torciendo una sonrisa al mirarlo. Camus desvió la vista al sentirse avergonzado, porque no estaba acostumbrado a los halagos sobre su cuerpo o cosas así; además, andar en shorts por ahí no era la imagen que ansiaba dejar en la mente de sus compañeros u otros soldados.

—No quiero pasar los otros templos usando esto… Y no voy a volver a usar eso…— Señaló la ropa sobre la silla antes que Milo hiciera un comentario sobre ella. El griego bufó.

—¡Qué delicado! Pues fíjate haber sí encuentras algo a tu gusto…— le hizo una seña sin importancia con la mano, se levantó de la cama, tomó una playera azul que estaba suelta sobre el respaldo de una silla, y avanzó hacia la salida acomodándose el cabello con las manos.

—¿A dónde vas?— preguntó el galo al verle marchar. Milo se alzó de hombros y salió de la habitación sin dar explicaciones. Camus lo miró sin comprender su gesto, pero después se dio cuenta que lo hacía para darle un poco de privacidad—. Gracias… supongo…— Dijo al aire mientras abria el ropero, pero cuando lo hizo y vio el interior de este, comenzó a sospechar de la amabilidad del otro como un intento por huir y evitar cualquier crítica por el desorden (y el olor) que había ahí dentro— ¡Por todos los Dioses!— exclamó al ver una de sus pesadillas hechas realidad; y no la puerta a Narnia, o Michael Myers escondido ahí, sino una montaña multicolor de prendas sucias, limpias y sin orden revueltas en el interior.

Sobre el hombro, miró la puerta con la esperanza de ver a Milo para pedirle que hiciera algo para resolver el caos entre la ropa interior, los calcetines y la limpia de la sucia; sin embargo, notó la presencia del otro alejándose de la habitación (quizá más apresuradamente de lo normal).

El galo exhaló con frustración y comenzó a poner un poco de orden de aquí allá, esperando que eso no le molestara a su anfitrión; y si lo hacía, ya le diría que lo hizo para poder encontrar algo que usar.

Después de una hora y media (o quizá dos), Acuario había terminado de bañarse y había elegido un pantalón largo y ancho de mezclilla azul profundo y una playera sin mangas color negro para salir (más por comodidad que por moda); sin embargo, cuando fue a buscar a Milo para ir hasta el templo de Acuario, este volvía de alguna parte con un par de bolsas.

—¿Y eso?— preguntó el aguador con sorpresa. El escorpión, que iba por el pasillo, se quedó un momento en silencio mientras contemplaba la ropa que el galo había elegido y que él no usaba hace mucho, mucho tiempo. Le sentaba bien, aunque parecía quedarle suelta porque Camus era ligeramente más delgado que él.

—Aioros nos prestó un par de cosas…— señaló, restándole importancia a lo sucedido.

—¿Aioros?— preguntó sin comprender por qué el centauro se había tomado esas molestias.

—¡Puf!— Exclamó el griego— Es mi vecino, ¿nunca le has pedido nada al tuyo? No sé, tal vez un poco de maquillaje o un cortador de vegetales…— movió la mano como si fuese excalibur sobre la mesa, y para Camus quedó perfectamente claro que se refería a Afrodita y a Shura con su elocución sobre los vecinos. Entonces comprendió que Milo había ido hasta Sagitario por provisiones.

—¿Por qué cambiaste de opinión?— preguntó confundido, tratando de entender por qué ya no irían a Acuario. El griego sonrió mientras se internaba en el templo de Escorpio y Camus lo seguía.

—Recordé que mi novio tiene resaca—, explicó—, así que no creo que sea buena idea que vayamos tranquilamente por ahí, ya que se supone que deberías estar en cama con dolor de cabeza, y cosas así…— Camus volvió a sorprenderse, porque, aunque no conocía los síntomas posteriores a un estado etílico, había olvidado su representación en la fiesta; y sí se encontraban a Shura, no sabría cómo mentirle a él.

Cuando llegaron a la cocina, el escorpión dejó las cosas sobre la mesa, mientras Camus levantaba las cejas y admiraba el interior de esta con una sorpresa que no podía disimular; porque era amplia y espaciosa, y a diferencia de la habitación, estaba limpia. Tal vez porque Milo no la usaba, según sus propias creencias. Había un par de latas de cerveza abandonadas por ahí, pero nada más. De hecho, la noche anterior, no pudo notar esos detalles debido a la vergüenza por congelar la mano del escorpión.

—Aioros fue muy amable, así que encontrarás muchas cosas en la bolsa—. Anunció Milo jalando una silla y sentándose en ella para mirar al acuariano.

Merci… Quiero decir, gracias—. Respondió el otro saliendo de sus pensamientos, y corrigiendo su francés por el griego, para hacerse entender. Tomó la primera bolsa, y tras mirar el interior de ella, fue por la segunda; luego de una breve inspección, comenzó a sacar lo que había en ambas mientras planeaba qué iba a preparar, ante los ojos curiosos del griego.

Milo, en silencio, dejó que Camus trabajase tranquilamente en el pequeño festín matutino, germinando algunas preguntas en su cabeza:

¿Debería preocuparse por el sabor? Él no cocinaba, y sabía que algunos de sus compañeros tampoco.

Generalmente, los aprendices comían en las barracas, y los santos de mayor rango podían contratar a alguien del pueblo para la limpieza y la cocina; sin embargo, algunos eran estrictos con su privacidad, y preferían hacer sus propias actividades domésticas. A Milo le gustaba su propio orden, y por lo que podía ver en Camus, disfrutaba hacer cualquier cosa por sí mismo, después de todo, había sobrevivido solo desde muy joven.

El escorpión no sabía por qué, pero pensar en el joven aprendiz de Acuario le provocaba dolor en el corazón. Tal vez por culpa, o quizá por un poco de admiración.

A pesar de crecer y sobrevivir solo, Milo no estaba seguro sí Camus cocinaba regularmente o sí lo haría bien. Parecía seguro de ello tras el ofrecimiento, mientras ponía tomates, cebollas y aceitunas en un plato, junto a otros ingredientes en otro; sin embargo, aunque una parte estaba inquieta, la otra recordó que hace mucho tiempo, cuando aún eran pupilos, Saga había preparado una fiesta de despedida para Camus cuando este se marchó a Siberia. Milo aquella tarde no acudió porque estaba enfermo; sin embargo, recordaba a Aioria y a Mu hablando maravillas sobre sus habilidades culinarias. Tras pensarlo un momento, sintió una leve emoción y curiosidad por probar finalmente algo hecho por aquella persona amable a quien le debía su buen ánimo de ese día.

No estaba seguro si a Camus le molestaría el ruido mientras se concentraba en lo que hacía, por lo que se quedó en silencio, observando; sin embargo, notó que de pronto detenía sus movimientos y dirigía hacia él una mirada insegura mientras apretaba sus labios. No lo conocía, pero tenía la ligera sospecha de que él intentaba decirle algo…

—¿Qué? ¿Qué pasa?— preguntó inquieto. El galo lo consideró por un momento, y se sentó frente a él.

—Sobre el desayuno, hay algo que necesito decirte…— A pesar del tono seguro en su voz, Milo notó un ligero titubeo, lo que provocó que elevara una de sus cejas.

Tal vez no sabía cocinar y solo había alardeado…

—Dime…— lo invitó a hablar cruzando los brazos sobre el pecho. Camus vaciló, y eso desesperó un poco al ansioso escorpión— ¡Habla!— el otro suspiró.

—Tengo una pequeña rutina matutina…— Dijo en un susurro—. Todas las mañanas le hago una visita a Saga…— Las cejas del griego se alzaron, aunque no tanto como el brote de vergüenza que germinó en el semblante galo, quien trató de disimularlo acomodándose el flequillo con los dedos.

—hum…— Milo comenzó a sospechar por dónde iba el asunto, pero intentó no sacar conclusiones apresuradas mientras esperaba que él terminara de hablar.

—… Le llevo algo de desayunar…— Completó aún más abochornado. Milo arqueó una ceja.

—¿Qué no sabe cocinar?— Preguntó, visiblemente molesto. Camus asintió, sin notar la reacción del otro.

—Si, por supuesto que sí, pero… es una forma de demostrarle lo que siento…— Milo lo observó mientras hablaba, notando sus gestos y los movimientos de sus manos al hablar nerviosamente (tal vez porque hablaban de Saga sus emociones eran tan evidentes); y cuando terminó de explicar, sintió una ligera molestia porque él se esforzaba por transmitir lo que sentía con sus acciones, sin embargo, aquél hombre lo mantenía en vilo con sus sentimientos.

¿Por qué? ¿Por qué no podía simplemente aceptar que sí estaba enamorado de él? Camus no se merecía eso…

Así que Milo sintió lo mismo que él la noche anterior: empatía. Aunque la empatía del griego estaba cargada por ligeros toques de frustración, y amargura.

—¿Sabes que si hoy lo haces, puedes arruinar nuestros planes?— preguntó por fin, poniéndose de pie. Acuario cerró los ojos y bajó la cabeza.

—Soy consciente de ello, y de nuestra situación…

—Si te vas, Saga sabrá que si te importa, aun cuando se supone que estás enamorado de mí—. Explicó, parándose frente al aguador, a quien la ilusión de ver al gemelo mayor se le hizo añicos delante de sus ojos.

—Lo sé…— Respondió un poco melancólico—… Y no es mi intención arruinar nuestra “relación”, pero creí que deberías saberlo…— Milo suspiró al escucharlo.

Camus parecía convencido de que renunciar a eso era la mejor opción, pero también lucía dolido al saber que no podría ver al objeto de su deseo; y después de lo que había hecho por él, el octavo guardián creía que esa no era la manera justa de pagarle todas sus atenciones y apoyo. Después de todo, Saga y Camus no tenían, ni tuvieron una relación como la suya con Kanon; de hecho, ni siquiera fueron más allá de un abrazo (¡Y vaya que Milo los vio compartir uno o dos alguna vez!).

El griego pensó que no era necesario que el aguador sufriera así, solamente necesitaba picar a Saga para que acepte sus sentimientos o para que el galo se termine por cansar y finalmente se olvide de él.

Sí, inevitablemente, ambos tendrían que renunciar al amor que sentían por los gemelos…

El escorpión colocó los dedos por debajo del mentón galo, para levantarle la mirada.

—No es necesario poner esa cara de perrito abandonado…— Camus aunque al principio se sorprendió, después se levantó de la silla y lo miró con enojo.

—¡Yo no…!

—Tengo un plan, ¿quieres oírlo o prefieres ponerte a protestar?— sonrió divertido al observar como el otro pasaba del enojo a la expectación.

—Tú y tus planes…— Resopló al final.

—¡Oye! ¿Quieres ver a tu ‘amado Saga’, o no?— A Acuario le molestó que se burlara, pero si quería que las cosas tomaran el rumbo correcto, tenía que acostumbrarse a él, y a su humor.

—Sí, por supuesto que quiero.

—Bien—. Sonrió el griego—. Primero invítame a desayunar…— le pellizcó la mejilla y se sentó dónde anteriormente estaba. Camus frunció ligeramente el entrecejo y masajeó con la punta de los dedos la piel afectada. Podría reclamar, pero no serviría de nada, así que sonrió y meneó la cabeza mientras volvía a tomar las cosas para preparar el desayuno.

—Más te vale que sea un buen plan…— amenazó.

—Más te vale que sea un rico desayuno…— Devolvió Milo la amenaza con una pequeña sonrisa.
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La tortura a la que Saga era sometido en ese momento, no parecía tener fin, pues, mientras intentaba dormir, los recuerdos de las últimas horas de aquel día no dejaban de reproducirse dentro de su cabeza, como el reflejo en un caleidoscopio, repitiendo en su mente la imagen de Camus besando fervorosamente a Milo.

Saga cerró los ojos con fuerza en medio de la oscuridad, con la esperanza que el sueño viniera en su auxilio a sacarlo de esa terrible pesadilla; pero, la pesadilla formaba una imagen indeleble dentro de su cabeza que lo hacía agonizar, y que martirizaba su cognición.

Pensar en Camus siempre traía sentimientos diferentes, porque al recordarlo de niño, siendo estigmatizado por sus dones, le hacía sentir pesar y tristeza. Cuando fue adulto y se convirtió en un hombre culto y elegante, experimentó una especie de debilidad y deseo, hasta el grado de visitarlo una tarde en Siberia, dos años previos a los sucesos en el Santuario, para despedirse de él…

No volveré a verte…”, le dijo, sabiendo que si volvía a hacerlo, Arles dominaría por completo su cognición, y haría algo terriblemente sádico e inhumano con él.

Aún ahora era atormentado por las pesadillas donde lo hacía suyo a la fuerza, o donde plasmaba su amor desgarrando la piel del otro con sus uñas.

Alejarse de él, fue la decisión más difícil, pero también, la más sana posible.

Con esa nueva oportunidad, y la luz a la nueva vida, debería sentirse feliz sabiendo que Milo era el hombre a quien había elegido para compartir sus días como una vez lo hizo con él en su papel de amigos; sin embargo, una parte oscura de Saga odiaba al bicho por arrebatar las ilusiones que forjaba con Camus, ilusiones a las que callaba con ese estado de perpetua culpa.

No deseaba tomar las palabras de su hermano como propias, pero debería aceptar y reconocer, que fue justamente él, quien lanzó a Camus a los brazos de otro, y ese otro era nadie más que Milo, el amante con el que Kanon pasaba todas sus noches. Saga los había descubierto un par de ocasiones, y aunque su gemelo negara tener alguna relación seria y formal, se notaba que la idea de perderlo por Camus realmente le afectaba…

Tal vez era de madrugada cuando finalmente logró dormir, y al despertar, unas horas después, le parecía que todo formaba parte de un mal sueño. Casi esperaba que Camus apareciera como cada día con esa sutil sonrisa y ese gesto matutino para compartir el desayuno después de entrenar.

Realmente lo esperaba…

Pensando en Camus y en la pequeña conversación que tendrían después, Saga decidió ponerse su traje de entrenamiento para ir hasta el coliseo. Era temprano, así que el acuariano calcularía dos o tres horas para ir hasta Géminis si realmente iba. Volteó un par de veces hacia atrás mientras esperaba verlo, pero él nunca se presentó.

Así pasó las horas esperando que Camus llegara como cada día con el desayuno, sin embargo, debió ser normal que no lo hiciera y que estuviera, por otra parte, ocupado en su nuevo novio, y en hacer las cosas que antes eran detalles para Saga.

Casi podía ver al aguador sentado sobre las piernas de Milo, mientras le ofrecía un pedazo de omelette recién hecho, o una rebanada de tostada francesa con miel… La miel resbalando por la comisura en la boca de Milo, y Camus limpiando con sus propios labios los restos de esta… El amor daría pie a la pasión, y la pasión a una demostración candorosa de necesidad mutua…

¡Por todos los dioses del Olimpo que no quería pensar en ello!, pero cuando más trataba de alejar esos pensamientos, Ptono (2) lo aniquilaba con ideas y sentimientos que contaminaban su sistema.

El día fue largo, y la noche amarga mientras ansiaba una mirada de él…

Él, obviamente, ya te olvidó…”, había dicho Kanon la otra noche, y aunque trató de creer y mantener firme su postura en que eso no era así, comenzaba a pensar que tenía razón.

Debiste verlos mientras dormían juntos”, continuaba escuchando la voz de su hermano.

Milo abrigando a Camus entre sus brazos, oliendo su cabello, escuchando su voz, tomando el control de sus emociones y haciendo suyo al aguador…

Apretó los puños a cada lado de sus piernas, tomó la almohada, la colocó sobre su cara y ahogó un grito con ella.

El llegar de la mañana se volvió eterna envuelto en su agonía. Llevaba dos días durmiendo entrecortado, y sí hoy llegaba al tercero, se volvería loco; y no loco por ambición y hambre de poder, sino loco de amor mezclado con celos y desesperación.

Eros (3), Ptono (2), y Ezis (4) llevándose por pedazos cada parte de su cordura…

Tuvo el fugaz propósito de confesarle que lo amaba, pero si lo hacía, ¿cuál sería la respuesta que obtendría? Por algo, él estaba con Milo; y no quería ponerlo en una situación difícil, porque, lo que más deseaba en el mundo era verlo feliz…

Torturado y molido en un ciclo sin fin, decidió continuar con su rutina de cada día, levantándose de la cama (sin el ánimo de hacerlo) para ir al armario por el traje de entrenamiento, mientras planeaba su recorrido a trotes por el coliseo; ideando hacer, por ese día, el camino más largo, o perderse en la ribera del Santuario con la intención de cansarse lo suficiente para matar su cerebro y no pensar más.

Una vez vestido, avanzó un par de pasos mientras ajustaba las vendas en sus brazos, sin embargo, cuando estaba por dirigirse hacia su destino, una presencia familiar le impidió la marcha. Entonces se detuvo y giró la cabeza hacia atrás enfocando su mirada en el camino que Camus debería seguir para ir hacia la entrada.

El mayor sintió una molestia en la garganta que le impidió pasar la saliva con normalidad, debido a la ansiedad que experimentaba al no saber si Camus tendría como objetivo detenerse ahí para saludarlo, o simplemente encontraba en Géminis el camino necesario para sus compras habituales en Rodorio.

Pensó que, de ser así, podría volver casual su encuentro y preguntarle cómo estaba…

“¿Por qué no viniste ayer? Te estaba esperando…”

Pero no, no podía decírselo. ¡No era su obligación visitarlo! Camus estaba de novio, y sus intereses y responsabilidades estaban muy lejos de ahí…

Entre los brazos de Milo…”, pensó con molestia.

Aun así, y pese al torbellino de pensamientos y emociones que no le dieron tregua, una vez que el acuariano (tomándolo por sorpresa) fue hasta él y pudo contemplar esa exquisita figura con sus propios ojos, la calma se convirtió en cura para los celos.

—Camus…— Susurró su nombre con una ligera ansiedad por tomarlo y plasmar en él su amor tormentoso; no obstante, controló las ansias, sonriendo de felicidad al verlo radiante y hermoso como siempre. No tenía algo especial en la vestimenta casual de ese día, o en su aspecto físico, pero para él, brillaba de un modo que no podía describir.

—Hola—. Saludó el galo informalmente, colocando una muy sutil sonrisa en sus labios.

De acuerdo al plan, Milo dijo que podía sonreír, pero que evitase mostrar sus sentimientos hacia él. Era fácil, se dijo Camus, porque mantener oculto lo que sentía era su especialidad; sin embargo, siendo Saga el verdugo de su amor (como bien lo mencionó Milo) aparentar que esos sentimientos se habían ido, sería difícil… muy difícil…

Camus estaba nervioso, pero logró disimular sin que él lo notara…

—Hola—. Regresó el saludo Saga sin poder quitar los ojos de él y aproximándose como si de un imán se tratara. Camus mantuvo el contacto con aquellas pupilas de un verde esmeralda, grandes, brillantes y resplandecientes; aunque la verdad necesitaba todo su autocontrol para no sentir que necesitaba besarlo, porque eso es lo que deseaba desde hace mucho tiempo. Debía mantener la distancia en todo momento y recordar que sí de verdad estuviera en una relación con Milo, le dolería si él tocaba o hacía algo indebido con Kanon. Nunca experimentó una sensación así, pero cuando Saga y Aioros estaban juntos, sentía una molestia en el pecho y un tirón en el estómago, que le obligaba a no mirar.

Esos dos, por supuesto, eran amigos después del pasado tormentoso que mantuvieron; y aunque Saga era libre de amar a quien su corazón dictara, no podía evitar sentir esa ligera molestia.

¿Eso serían celos, o solo dolor ante el rechazo?

Camus decidió enfocarse en el plan.

—¿Cómo estás? ¿Qué tal estuvo la fiesta?— Fueron las primeras preguntas que cruzaron su cabeza como parte de una conversación casual. El gemelo pareció sentir un pinchazo, porque la sonrisa en sus labios se borró mientras recordaba a Milo besando aquella boca francesa; sosteniendo su mano y su cintura al bailar, o compartiendo la cama después en el templo del escorpión mientras escuchaba la voz chillona e irritante de Afrodita al decir:

Está ebrio de amor…”

Ezis intentó tomar el control en las emociones de Saga, inyectando por el torrente sanguíneo la más cruel miseria; pero fue Ptono quien se llevó la victoria al dejarle sentir la hiel en la boca, obligándole a tragar saliva que no podía pasar libremente por la tráquea.

—Dímelo tú…— Contestó áspero, sintiendo que la amargura del momento borraba la felicidad por verlo ahí.

Camus supuso que él haría alusión a lo ocurrido durante la fiesta, así que sonrió con vergüenza recordando el ridículo que Milo le había hecho pasar, para sacarlo del bochornoso espectáculo con el baile.

Debería decirle la verdad, pero la verdad no formaba parte de sus planes (por ahora).

—Sinceramente, todo está borroso dentro de mi cabeza—. Dijo, para salir de la situación.

—hum…— Gruñó Saga, un poco molesto. El galo sintió que hacía más calor de normal.

—Yo…— ¿Qué podía Camus decirle, sin delatar el plan que tenía con Milo? Un plan que también le convenía a él—. ¿Has desayunado ya?— Cambió astutamente la conversación, esperando que el mayor le siguiera el hilo y no tuvieran que tocar el asunto de la fiesta otra vez.

—Si…— mintió Saga, aunque no quería hacerlo. Quería confesarle que esperaba por él (el hombre que amaba) desde ayer; y no es que hubiera deseado morirse de hambre a causa de su ausencia, pero Camus volvió de algo casual y ameno como una taza de café, una preciada rutina. Fue realmente muy estúpido por no valorarla antes, pero ahora…

Ahí estaba, mintiendo a Camus por celos y enojo, mientras su yo interno peleaba con Eros y la necesidad que sentía por compartir un momento a solas con él. Lo ansiaba, realmente lo necesitaba.

A partir de entonces el acuariano tenía dos opciones: aceptar esa respuesta y despedirse sabiendo que eso significaría cerrar la puerta para cualquier situación futura entre ellos, o acatar el plan de Milo hasta el final:

Aprovecharemos a Kanon para que puedas visitarlo, pero tienes que hacer y decir todo lo que yo te diga… o algo similar. Lo importante es que Saga tiene que notar que estás muy, muy triste…”

Camus apretó ligeramente los labios, como sí contuviera entre ellos palabras difíciles de pronunciar.

—Entiendo…— Respondió, e hizo una pequeña pausa, una pausa letal que le hizo creer al otro que se iría—. ¿Podemos beber una taza de café?— Saga notó que mostraba una sutil insistencia por quedarse, y antes de poder preguntarle cualquier cosa, él habló: —Es que… dejé a Milo esta mañana porque quería hablar contigo…— Camus adquirió exactamente el mismo semblante preocupado y sombrío que el escorpión le había pedido.

Saga, aunque había notado la implicación de una segunda noche en compañía del escorpión, sintió curiosidad al saber que Camus necesitaba intercambiar algunas palabras con él, pese a estar en una relación. Y no sabía si esas palabras serían una explicación a su reciente amorío con Milo, o algún otro tema en concreto, pero esa expresión particular le dio a entender que necesitaba dos cosas: desahogarse, o un consejo.

De todas las opciones que tenía en ese momento, eligió ser curioso, y tal vez hasta comprensivo, porque, después de todo, él era su amigo.

—¿De qué quieres hablar…?— Preguntó suavizando el tono. Camus intentó recordar cada palabra de Milo para su actuación.

—Sé que ya desayunaste—, improvisó—, pero podemos bajar al pueblo, si quieres, aunque preferiría cocinar algo para ti… Sí estás de acuerdo…— Bueno, Milo no mencionó que no podía cocinar para él. Y aunque Camus no lo supiera, ese pequeño e inofensivo ofrecimiento despejó las sombras en el corazón del mayor, porque cambió el gesto molesto y sombrío para sonreír de forma enternecida.

—Supongo que… aún tengo un poco de espacio…— colocó la mano en su estómago, palpando esa zona como sí comprobara que tenía lugar. Acuario sonrió también, sin poder controlar la emoción y la felicidad que sentía por volver a estar con él.

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Después de Saga y Kanon, las personas más cercanas a Acuario y Escorpio eran Shura y Aioria, respectivamente. Mu había crecido con ambos griegos cuando eran niños, sin embargo, al alejarse del Santuario e ir a Jamir, la amistad entre ellos se enfrió hasta el punto que sí bien mantenían una buena relación, el único confidente del ariano, era Aldebarán; incluso podría agregarse Shaka a esa lista exclusiva, pero con él corría el rumor de que mantenían una relación amorosa.

Shura era vecino de Camus, y poseía una personalidad que se acoplaba bien a la forma fría y reservada del francés, por lo que no les había costado trabajo congeniar, si estaban tan cerca. Y aunque el mejor amigo del galo era Saga, durante los años que desempeñó el cargo como Arles, fue grato poder contar con alguien como Shura para hablar acerca de los problemas del Santuario, entre otras cosas.

Una situación muy similar volvió cómplices a Leo y Escorpio.

Aioria acababa de perder a su hermano, quien fue acusado como máximo traidor, heredando el título también y cualquier otra responsabilidad del mismo. Milo había perdido contacto con Kanon, y se encontraba nuevamente solo. Afortunadamente, el pequeño felino y él continuaban llevándose bien, así que no dudó en brindarle su amistad sin recelo; y con la personalidad leal, honesta y divertida del octavo custodio, era muy difícil no tenerle cierto aprecio.

Con el tiempo sucedieron otras cosas entre ellos, pero ninguna de ellas logró romper su amistad.

En aquella tranquila mañana, en la que no parecía suceder nada fuera de lo normal (como aburridamente se había vuelto la vida de los dorados), las segundas personas más cercanas a Acuario y Escorpio, se encontraban bebiendo café en la ‘pequeña’, y sobre todo, ‘modesta’ sala del templo de Leo, cuyo dueño parecía extrañamente silencioso a los ojos de su interlocutor.

Shura tomó una rebanada de pan con queso y jamón, que Aioria colocó sobre la mesa momentos antes; y aunque se extrañó por el poco apetito que su compañero mostraba para aquella hora de la mañana, supuso que tal vez habría preferido comer algo más apetitoso o hacerlo en compañía de otra persona. Pero si prefería estar con otro, ¿para qué lo invitó a desayunar?

Estaba por morder un bocado, cuando Aioria se dirigió hacia él.

—Camus y tú son muy amigos, ¿verdad?— el español frenó sus movimientos, parpadeó un par de veces y dejó el pan donde anteriormente estaba.

—eh… sí, supongo que sí…— Respondió con una pequeña sonrisa, porque el concepto de amistad que existía entre Aioria y sus amigos, era muy diferente al que Shura tenía con los suyos.

—Y él…— Titubeó. ¿Por qué lo hacía? Aioria siempre solía ser directo con sus palabras, pero está vez parecía necesitar ayuda para expresar sus pensamientos—… Ustedes…

—Nosotros…— Intentó ayudarlo a terminar la frase, sin embargo, él tomó una ración de pan (justamente la que Shura eligió primero) y se la metió en la boca para no tener que hablar.

—Nada—. Dijo. El pelinegro levantó una ceja, y medio frustrado, tuvo que elegir otra rebanada de pan para comenzar a desayunar.

Aioria estaba actuando raro desde su cumpleaños. Estaba feliz durante la fiesta, pero algo en él era ligeramente diferente.

Tras un pequeño momento de silencio, el león volvió a hablar.

—¿No es raro que Camus y Milo tengan una relación sin que nosotros lo supiéramos?— Preguntó de manera directa con suspicacia.

Shura levantó las cejas, sorprendido, y rio después mientras pensaba que ahora todo tenía sentido: Por eso él actuaba así desde ese día.

—Sospecho que no te agrada Camus…— bromeó. Aioria frunció ligeramente el entrecejo.

—No es eso…— Bebió de su café, pero Shura pensó que sí antes no era eso, actualmente (y muy seguramente), ser novio de Milo sería su único defecto—… Solamente digo que es extraño porque tú tampoco lo sabías.

—Yo no dije…

—Te pregunté “¿desde cuándo son novios?”, y dijiste “buena pregunta”—, lo imitó mientras hablaba—, eso es no saberlo—. Aioria sonreía, y, sin embargo, parecía un poco molesto. Shura suspiró.

—Nunca dije que no lo sabía, solo reconocí que era una buena pregunta…

—¡Shura!

—¿Qué?— alzó los hombros, y después suspiró mientras rodaba los ojos— Sí, es raro… ¡Qué sé yo!— El castaño entrecerró los ojos al mirar a su acompañante, quien ahora estaba entretenido haciendo una especie de sándwich con dos rebanadas de pan con queso y jamón, y un poco de picante que traía en su propio frasco de vidrio.

De pronto Aioria pensó que sí le compartía un poco de información, tal vez Shura concedería la suya, así que bebió un par de sorbos de café para dejarle disfrutar su emparedado, antes de volver a hablar.

—Sé que Milo se veía con alguien…— continuó con la conversación—… Nunca me dijo exactamente quién era, pero estoy seguro de que ese tipo no es Camus.

—¿Por qué estás tan seguro?

—Hubo una noche particular en que tú y Camus jugaron ajedrez durante horas, ¿recuerdas?— él asintió—. Milo nunca apareció por el templo, ¿o sí?

—hum… No.

—Además, hasta hace poco continuaban sin llevarse bien, ¿por qué de la nada están juntos?— Shura exhaló, porque la verdad no podía darle alivio a todos los pensamientos y cuestionamientos frenéticos de Aioria, y eso comenzaba a estresarlo.

Eso, y porque él sabía algo más sobre Camus que no quería decir en voz alta.

—¡Dime algo!— exclamó el felino con frustración.

—Prefiero el queso de cabra, pero…

—¡Shura!— Aioria lo silenció porque eso no era lo que estaba esperando. Ambos se miraron en silencio.

—No me importa lo que sucede entre esos dos—. Declaró por fin—. Camus es mi amigo, pero si no siente la confianza necesaria para decirme eso, supongo que su relación no es tan importante.

—¿Tú crees?

—No es necesario decirle todo a las personas, ¿O sí?— el castaño no respondió— Después de todo, tú y yo, nunca le contamos a Aioros lo nuestro…

—¡Eso es historia pasada!— Se defendió. Shura se levantó con una pequeña sonrisa.

—¿Lo es…?— el castaño se sorprendió, pero no respondió nada mientras él se despedía—. Gracias por el desayuno—. Dijo a la distancia.

El castaño bajó la mirada hasta su taza de café, pensando en Milo, en Camus y Shura.

De pronto sus pensamientos fueron interrumpidos cuando el capricorniano volvió.

—Olvidé una cosa…— Dijo, y el castaño se preguntó si eso sería un beso para él, entonces él tendría que decirle que sí, que lo suyo era historia pasada…

Sin embargo, contrario a todo lo que pensaba, Shura tomó su pequeño frasco con picante y se volvió a ir.

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Como Saga respondió que ya había desayunado, Camus decidió cumplir la parte del plan que había trazado con Milo, preparando café; de esa forma se aseguraba de tener el tiempo suficiente para conversar con él y decirle lo que el escorpión planeó.

Mientras tanto, Saga lo observaba en silencio, sin perder de vista sus movimientos.

Camus, por supuesto, estaba acostumbrado a tomar el control de ese pequeño espacio en el templo cuando hacía sus visitas matutinas, pero, mientras Saga lo contemplaba en silencio, notó que había sido muy estúpido al no hacer de esa rutina algo particularmente especial. De haber aceptado el inmenso amor por él, podrían haber despertado juntos, abrigados por el calor del cuerpo del otro, y entonces Camus se levantaría del lecho y usaría una bata de Saga para ir a la cocina. Él podría contemplarlo y soportar las burlas de Kanon ante su cursilería de cada día, pero igualmente habría sido feliz al verlo ahí, a medio vestir; y podría amarlo, besarlo, e incluso hacerle el amor ahí mismo sin importar nada más.

Pero… la historia que eligió era muy diferente.

Abatido por la culpa, suspiró en medio de sus propias cavilaciones.

Sospechaba que Camus tal vez intentaría contarle acerca de su relación con Milo o los detalles posteriores a la dichosa fiesta. Quizá necesitaba pedirle un consejo para alguna cuestión amorosa, aunque, en realidad, siendo tan buenos amigos, el galo nunca tocó el tema sobre sus propias relaciones personales.

Alguna vez (y debido a la curiosidad de Camus niño), Saga mencionó haber intentado algo con Aioros mientras entrenaban juntos, pero cuando él fue elegido por Shion, los celos los distanciaron. Camus era adolescente, cuando Saga le confesó que el centauro fue su primer amor; y cuando fue mayor, y volvieron a hablar del tema, añadió otros detalles personales e íntimos a esa descripción. También mencionó que siendo Arles tuvo innumerables encuentros sexuales, pero nunca escuchó de Camus una historia romántica, o alguna anécdota amorosa. Nunca mencionó un alguien, o un momento así en su vida.

Suponía que siendo un hombre discreto, no hablaría de ese tipo de cuestiones; sin embargo, esta parecía ser la excepción, y lo notaba por esa actitud en él.

Cuando el café estuvo listo, Camus se sentó a la mesa con Saga, y aunque podría comenzar a hablar en ese momento, decidió tomarse el tiempo indispensable para pensar en lo que necesitaba decir. El gemelo, por su parte, no apresuró la conversación, pues sí lo hacía, Camus se marcharía pronto y él deseaba retenerlo el tiempo suficiente para disfrutar su presencia lejos de las tenazas del escorpión.

Tras uno o dos tragos de café, el aguador se armó de valor.

—Eres… una persona muy importante para mí…— Comenzó a decirle, intentando no sonar romántico, aunque le costaba no acordarse de la primera vez cuando se declaró y él le pidió no volver a repetirlo.

El mayor estuvo a punto de expresar que no era buena idea hablar de ellos cuando estaba con Milo, en el momento que el galo agregó:

—Eres mi mejor amigo…— Saga sintió que se hundía en la silla y que necesitaba cerrar los ojos para no expresar el dolor que sentía, porque el corazón crujió dentro de su pecho.

—Sí, lo soy—. Respondió en un pequeño susurro.

Estaba acostumbrado a fingir, de hecho, lo hizo con Camus un par de veces cuando simuló ser el caballero de Géminis y luego el Patriarca Arles pidiéndole viajar a Siberia, muy lejos de sus garras. Fueron sus mentiras y la renuncia a decirlas con él, lo que obligó a Saga a desaparecer en la vida de Camus…

—Por eso he venido contigo buscando un poco de consuelo, o un muy buen consejo—. El griego abrió los ojos, y se sorprendió al verlo adquirir un semblante dolido.

Se suponía que no estaban en una relación para no causarle esa emoción… ¿Cómo podía verlo ahora de esa forma y no sentirse hasta cierto punto culpable?

Tú lo arrojaste a sus brazos… tú renunciaste a él… tú te sacrificaste por él…”, decía una voz vil, profunda y oscura dentro de su cabeza.

Fue Camus quien te confesó primero lo que sentía, pero tú eres tan estúpido que lo rechazaste…”, repitió al unísono la voz de Kanon en su última conversación.

Sí, lo rechacé porque no podía hacerlo feliz…”, intentó consolarse con ese pensamiento para no escuchar otra cosa que sus buenas intenciones.

Pero Milo tampoco puede…”, se dijo, “si pudiera, él no estaría sufriendo…”

—¿Qué sucedió, Camus?— Inquirió el mayor estirando su brazo por arriba de la mesa, y tomando la mano izquierda del galo con suavidad. Acuario sintió el hormigueo natural de aquel amor prohibido por su piel, y aunque la sensación era hermosa y placentera, no podía claudicar ante ella o echaría todo a perder.

El galo rechazó el contacto, levantándose de la silla mientras le daba la espalda y buscaba apoyar la frente en la pared. Debía pensar en todos los rechazos de Saga para conseguir una actuación perfecta, incluso, de haber llorado, le hubiera dado un buen premio a sus pupilas, porque el escorpión le había pedido lucir infeliz y miserable para atraer totalmente la atención del otro.

Tras el rechazo de Camus, Saga apretó el puño con frustración sobre la mesa, siendo consumido por los celos.

—Creo que Milo me es infiel…— Declaró el aguador con la voz entrecortada. No consiguió lágrimas, pero sí la atención de quién deseaba y en el modo que necesitaba.

Géminis estuvo a punto de morir ahí donde estaba, debatiéndose entre dos fuerzas: Los celos por no ser él quien causó ese efecto dolido en acuario, y el padecimiento de saber que este sufría a pesar de su gran sacrificio.

Hubo un momento de silencio.

Camus únicamente tenía que esperar la reacción del mayor, y continuar forzando sus emociones para que el plan tuviera éxito.

Saga, por otra parte, debía amarse de autocontrol e indagar lo más posible sobre la situación para no arrepentirse después si tomaba una decisión.

—¿Por qué lo dices?— Le preguntó, levantándose también de la silla. Camus trató de recordar sus líneas e intentó repetirlas como debía.

—Kanon estuvo la otra noche en el templo, cuando estábamos… dormidos—. Le había costado decir lo último, pero si Milo tenía razón, su ex amante ya le había contado a su gemelo lo que presenció.

Saga pudo escuchar a su hermano gritándole al oído:

Debiste verlos mientras dormían juntos”.

Sus puños se apretaron.

“¿Estás bien con eso? ¿Vas a renunciar a tu pequeño pingüino…?

—Era sospechoso que Kanon estuviera ahí a esa hora, y Milo, por alguna razón, estaba actuando extraño…— Camus continuaba hablando, sin ser testigo de los demonios que atacaban al geminiano—… Se veía nervioso, y tu hermano molesto, así que Milo le pidió que hablaran fuera de la habitación. Tu hermano accedió, y ambos se fueron… pero él no volvió en un tiempo, así que fui a buscarlo… y ellos…— Camus apretó los labios mientras exhalaba con dolor.

En realidad no debería importarle lo que esos dos hicieran, pero debía reconocer que la historia del escorpión lo había hecho revivir la frustración y enojo con el menor de los gemelos. Por supuesto que también era culpa de Milo por aceptar algo así, pero el escorpión lo amaba, y Camus entendía su pequeño pago para estar con él. Así que consideró la situación de Milo y también la propia para lograr que la decepción aflorara en sus palabras.

Saga, por su parte, conocía la relación entre esos dos perfectamente, por lo que, al oír el relato de Camus solo se le ocurría una respuesta posible a lo que encontró cuando fue a buscar a su preciado novio.

—Se besaron—. Completó el griego, cada vez más molesto. El francés asintió, volteando sobre su propio eje para mirarlo.

—Espera, ¿cómo es que lo sabes?— Inquirió el galo aparentando confusión. El mayor lo miró fijamente, sin responder. Avanzó hasta él, ocasionando que Camus retrocediera ante el fulgor brillante y enigmático de aquellos orbes, y quedara acorralado entre la pared y sus brazos cuando este apoyó las palmas sobre el muro.

Saga odió tanto a Milo como a Kanon por igual, en el momento que una partícula cristalina brotó por el rabillo derecho del galo.

Pero no importa cuánto lo odies…”, habló una voz dentro de su cabeza.

Por lo menos yo no serví al objeto de mi deseo en bandeja de plata…”, dijo Kanon la noche de su pequeña discusión.

Tú lo hiciste, tú causaste su sufrimiento…”, volvió a hablar esa voz oscura y siniestra.

Fue Camus quien te confesó primero lo que sentía, pero tú eres tan estúpido que lo rechazaste…

Lo dejaste a merced de alguien que no puede ver lo que nosotros sí…

Kanon y la voz oscura de su conciencia hablaban a la par.

—Perdón…— Susurró Saga con rabia y arrepentimiento—… Todo lo que hice fue para evitarte… esto…— Enjugó aquella pequeña y grácil muestra de dolor líquido con la yema de su dedo índice, sintiendo la suavidad en aquella mejilla fría de tono más claro que la piel en sus yemas. La textura de aquella dermis atrajo el deseo de tocarla, por lo que puso el resto de sus dedos en el pómulo, y lentamente bajó hasta sus labios tibios y carnosos, palpando con cuidado mientras era envuelto por el deseo de besarlo…

“¿Vas a renunciar a tu pequeño pingüino…?”, preguntó Kanon con ese estúpido tono burlón.

No, no lo haré”, pensó con firmeza, “porque Camus es mío…”

Camus es nuestro…

El aguador, silenciado por sus toques, abrió ligeramente la boca con la intención de continuar con la conversación; sin embargo, Saga se inclinó hacia él, y plasmó el sabor a café sobre sus labios, con una mezcla de dolor, arrepentimiento, y prohibida pasión reprimida.

El francés dejó de respirar convirtiéndose en una estatua del elemento que él sabía dominar, mientras Saga intentaba derretirlo con sus besos suaves y pausados, llenando cada gota de su sangre con una deliciosa electricidad que hacía explotar todas las células de su cuerpo; llevándolo lentamente a corresponder la caricia labial al cerrar los ojos para dejarse envolver completamente en ella.

Había muerto dos veces, nunca logró entrar al cielo, pero se preguntó sí esa sensación al besarlo se compararía con tocarlo.

El griego notó que respondía a sus demandas labiales con torpeza, tomando eso como arrepentimiento por lo que hacía, sin saber que Camus en realidad no tenía conocimiento alguno sobre besar a alguien. Podía imaginarlo en los brazos de Milo, o de algún otro afortunado, pero nunca podría sospechar que en realidad él estuvo enamorado de Saga durante tantos años, que nunca intentó superar su devoción por él, hasta ahora.

El griego debería pensar que no era correcto poner al acuariano en el predicamento de escoger entre él o a su nuevo novio, pero ya había decidido quedarse con Camus, y no se lo devolvería a Milo por nada en el mundo…

.
.
Continuará

Notas finales:

(1) Edos; Diosa de la vergüenza. (2) Ptono o Phthonos: Dios griego de los celos y la envidia. No estoy segura sí también se le llama Zelo, pero no pude encontrar nada que los relacione o que me diga si son el mismo. Si alguien sabe, aprecio la corrección. Gracias! (3) Eros: es el dios griego responsable de la atracción sexual, el amor y el sexo, venerado también como un dios de la fertilidad. (4) Ezis o Oizys: era una divinidad que personificaba la angustia, la miseria y la tristeza. Notas de autor: Perdón por este capítulo tan largo!!!… Había pensado cortarlo para que no fuera eterno de leer, pero realmente no tenía donde partir, y si lo hacía, iban a salir 32 en vez de 30… y realmente quiero que sólo sean 30 porque tengo una manía con los números pares. Respecto a Shura, Shura es totalmente mi esposo en este capítulo xD Les cuento! Mi esposo es argentino y yo mexicana, pero él come más picante que yo, porque yo soy mexicana llorona… quiero decir que deshonrro a mis ancestros porque no como picante; por otra parte yo preparo mejor el mate que él, así que estamos a mano Bueno! Shura tiene las contestaciones de Martín, y esa costumbre de llevar su frasco con picante a todas partes lol En lo que hay que decir de Saga y Camus… no tengo comentarios … pero esperen lo inesperado en el siguiente capítulo!! Finalmente… leí que todos los personajes que uno crea deben tener un defecto, y mi Milo es totalmente desordenado como buen soltero, así que no me odien por favor! Ya Camus lo va a poner en cintura… espero… si Saga se lo devuelve… Por cierto! Seguramente alguien por ahí está planeando descansar estos días, pasear, escribir o leer sin parar, así que felices vacaciones!!! Abrazos para todos y gracias por leer Hasta el viernes!!!!


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