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Jugando con fuego por Aquarius No Kari

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Notas del capitulo:

[Capítulo 9: Del odio al amor II] Mientras Milo protesta a Eros, Saga hace el primer movimiento en su plan, convirtiéndo a Hyoga en el perfecto caballo de Troya para romper la relación de Camus con el escorpión.

 

Capítulo 9   Del odio amor II

 

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Aioria estaba recostado sobre el sillón de la sala con la mirada perdida hacia la nada, mientras movía los dedos ansiosamente por su propia cabellera, peinando hacia arriba uno de los mechones castaños en su cabeza.

 

Su cuerpo podía estar físicamente en estado de reposo, pero su mente divagaba muy lejos de aquel templo, perdido en el recuerdo de aquella tarde con Milo.

 

La verdad es que su pequeña escapada con el escorpión le dejó más preguntas que respuestas, y hasta una pequeña necesidad por pedirle un poco más de tiempo para hablar. Era extraño, pero generalmente no tenía que pedirle a su amigo compartir más espacio del necesario, porque siempre tenían suficiente el uno del otro. Al menos Aioria esperaba al día siguiente para continuar con lo que sea que hubieran dejado pendiente anteriormente; sin embargo, desde que Camus y él declararan tener una relación, hablar con Milo solía ser más complicado que aprender a reparar armaduras, porque el tiempo libre del escorpión era totalmente propiedad del galo, y todos los pensamientos del espartano le pertenecía a él, a su nuevo novio.

 

En realidad era bastante extraño saber que tenía una relación con alguien, porque Milo jamás mencionó estar con él, o con alguien más; y ya que el escorpión solía ser desinhibido, y descarado, pensó, que si estaba en un noviazgo o algo así, él sería uno de los primeros en saberlo. Además, se dio cuenta por aquel encuentro pasional de jóvenes, tras su borrachera, que Milo tenía experiencia en lo que le gustaba, así que fue obvio deducir que había estado con alguien antes de esa noche desenfrenada. 

 

Aioria dejó quieta la mano sobre su vientre y exhaló profundamente mientras decidía hacer a un lado sus pensamientos, y comer algo, o caminar por ahí para pasar el resto de la tarde, intentando sacar al bicho de su cabeza. 

 

Se enderezó en el sillón, y se levantó mientras acomodaba su ropa y volvía a despeinar su cabello con los dedos, cuando emprendió la marcha para salir de la sala. 

 

—¡Gato!— Exclamó alguien en el pasillo, y el castaño sonrió al escuchar aquella voz varonil, porque conocía esos tintes rasposos donde sea; así que levantó un poco su cosmos, haciéndole una seña para que supiera dónde estaba. 

 

Desde aquella mañana, en ese incómodo desayuno, no se habían visto, y para esa hora de la tarde, pensó que podían arreglar aquel último asunto que llevó al español a irse de Leo tan rápido, como un chasquido. 

 

Con el guardián de Capricornio también tenía un pasado doloroso y hasta cierto punto tormentoso, pero de alguna forma, y gracias a Aioros, es que volvieron a ser amigos; y aunque hubo cosas que no se dijo entre ellos y tropezones que los volvieron a enredar de una u otra forma, como dijo Aioria "eso es cosa del pasado...". 

 

—Shura, ¿a qué debo el horror... digo, el honor de tu visita?— inquirió el griego, ligeramente juguetón, para borrar la tensión que quedó entre ellos esa mañana. El pelinegro se frenó en seco, pero al ver la sonrisa de su "amigo" volvió a avanzar. 

 

—Ja, ja, ja—, respondió el otro con una risa falsa—, si no hubiera venido a pedirte un favor, juro que me ofendería—. Aioria se rio al ver su ceño fruncido. 

 

—¡Qué amargado, hombre! Solo estaba jugando—. Se excusó, siendo él quien le diera una palmada en la espalda—. Anda, dime, ¿qué necesitas?— el español dudó un poco, después pareció armarse de valor. 

 

—Pues... mi ducha se descompuso y... 

 

—Y querías bañarte conmigo...— 'Completó' la frase, esbozando una sonrisa sensual, pese a que lo hacía a modo de juego. Shura meneó la cabeza, inquieto; después su semblante se relajó. 

 

—¿Por qué no? Siempre necesito una mano extra...— Respondió con firmeza, colocando los dedos sobre el pecho del otro. El heleno, quien no esperaba esa reacción, se puso ligeramente tenso. 

 

"Eso es cosa del pasado...", escuchó su propia voz en un tono burlón aquella mañana cuando Shura mencionó su relación. 

 

"¿Lo es...?", Inquirió suspicaz la misma cabra que ahora le seducía con esa mirada penetrante y esa pequeña distancia entre la nariz afilada de él, y la suya morena y pequeña, cuando se acercó.

 

Sintió que al pasar saliva, la tráquea no cooperaba como debería, por lo que era difícil hacerla bajar sin esa molesta incomodidad. 

 

Vio esos ojos enigmáticos y misteriosos, y la nariz del otro que aunque puntiaguda, tenía esa pequeña protuberancia por la ruptura del puente nasal, gracias a un puñetazo de Aioria cuando todo se fue al carajo entre ellos la primera vez. 

 

El castaño sonrió mientras cerraba los ojos, y se alejaba de él como quien renuncia a un postre. 

 

—Puedes usar el baño, Shura, yo no tengo problema...— Le hizo un gesto sin importancia con la mano, antes de caminar hacia la salida del templo, tal vez para ir a Virgo, o Aries, porque su hermano estaba comprando la despensa en Rodorio, e ir a Sagitario solo sería perder el tiempo, y no quería inquietar al español con su presencia (o caer en la tentación). 

 

Anduvo un par de pasos hasta que el pelinegro colocó los dedos alrededor de su muñeca, haciéndole voltear hacia atrás; entonces lo vio acercarse, cerrar los ojos y susurrar:

 

—Te pagaré el favor...— El león sonrió nerviosamente mientras lo escuchaba, cerrando los ojos, seducido por él, y quedándose quieto al sentir la suave sensación del otro sobre sus labios en un beso pausado y candoroso, que intentaba llevarlo por el camino de la tentación; así que movió su propia boca al sentir un pequeño hormigueo entre el calor que Shura dejaba cuando le tomó por la nuca. 

 

Debería aceptar el pago que este le ofrecía sin pensarlo, pero aún tenía en la cabeza ese asunto "que ya estaba en el pasado", que cuál freno, le llevó a hacerse hacia atrás para evitarlo. 

 

—Somos amigos, Shura, y no necesito una retribución—. El nombrado no se ofendió, por el contrario, rio ligeramente y se alzó de hombros. 

 

—Quizá para la próxima vez—. Dijo, pensando coloquialmente, que el horno no estaba para bollos(1)

 

El pelinegro y él se miraron unos momentos a los ojos, antes de que el león riera ligeramente también, y se diera la vuelta con la intención de irse sin negar o aceptar nada abiertamente. Shura también se dio la vuelta y se dirigió a la habitación para bañarse. 

 

Después de todo lo que compartieron juntos desde hace tantos años, él conocía perfectamente el templo, y sabía donde estaba su habitación, así que se dirigió hacia allá mientras el felino se marchaba. 

 

Cuando llegó al cuarto ni siquiera se sorprendió por lo ordenado de este, pues sabía que a Aioria le gustaba contratar personas del pueblo para ayudarle con sus tareas domésticas, no por pereza de hacerlas él mismo, sino para tener la excusa suficiente de ser caritativo. El león tenía un corazón demasiado noble, y eso le gustaba a Shura más que su cuerpo atlético y bronceado, o ese cabello castaño, qué húmedo lo hacía ver muy varonil. 

 

Sonrió suavemente, moviendo la cabeza para quitar las ideas que tenía en ella mientras pensaba en él. 

 

Shura comenzó distraídamente a desvestirse, quitando con sus dedos níveos cada uno de los botones en la camisa blanca que traía ese día, pues le encantaban las camisas, y pensar en ese momento en Aioria tocando los botones de esta con sus dientes, lo encendía demasiado. 

 

De hecho, nunca le preguntó cómo lo hacía. ¿Cómo podía él quitarle la ropa usando solo su boca? Tal vez era una habilidad felina, o tal vez estaba demasiado concentrado disfrutando de esos encuentros con él, que su cabeza se quedaba en blanco. 

 

Por segunda vez sacudió el cráneo para despegar sus ideas, porque necesitaba concentrarse en lo que hacía para ir a donde necesitaba, o sería vergonzoso si Aioria volviera para preguntarle si necesitaba alguna cosa, y lo encontraba totalmente excitado. 

 

Tal vez usaría la ducha como excusa para desfogar la imagen caliente que tenía del felino en su mente.

 

Se quitó el pantalón, la ropa interior, y los dobló junto a la camisa a un lado de la cama. Buscó con la mirada la toalla, pero supuso que estaba dentro del baño con la bata, así que dio un paso para cruzar la habitación, en el instante que un tirón lo obligó a voltear. Sus pies se atropellaron entre ellos y perdió el equilibrio, quedando boca arriba sobre la cama, con el peso de un cuerpo ajeno sobre el suyo y un beso demandante sobre sus labios. 

 

Reconocía el sabor de la lengua que profanaba su boca, y la cabellera castaña que le hacía cosquillas sobre el rostro debido a la posición, así como su olor y los toques sensuales que ejercía sobre su cuerpo, y que alimentaban el hambre que tenía por él; llevándolo por un camino peligroso y electrizante, que crecía con el choque entre los dos...

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Ya en el pasillo del octavo templo, huyendo a los cuestionamientos del onceavo guardián, Milo cerró la puerta; sin embargo, aunque fue listo al poner distancia entre él y Camus, cuando se quedó solo, ahí, en medio del corredor silencioso, fueron sus propios pensamientos los que comenzaron a atormentarlo. 

 

"Peleábamos por ti...", recordó con ansiedad.

 

Exhaló pesadamente, y caminó lejos de la habitación, porque alejarse de Camus le ponía inquieto, y con una extraña necesidad por volver. 

 

Podía justificar esa sensación con la preocupación por dejarlo así, pero sí era más sincero consigo mismo cuando se fue para desayunar con Aioria, después de la amenaza de ir a Acuario al volver, lo único que hizo durante su salida fue pensar en él. Y no ayudó que el gato aprovechara la oportunidad de preguntar varios detalles sobre la relación entre ambos. 

 

Milo, por supuesto, justificó la ansiedad por verlo con la idea de enseñarle a besar; porque sí iba a estar en una relación tan complicada como la suya con todos los planes que el escorpión ya fraguaba en su cabeza, lo mejor era poner al aguador en tono y mostrarle cómo mantener un contacto así, y no solo empalmar los labios y ya (como hacía él). No, eso no bastaba para engañar al resto. Milo necesitaba aclararle que un beso requería recibir la boca del otro y usar lengua, e incluso la respiración ajena.

 

Debería pensar en eso con la misma picardía de aquella tarde, y no con nerviosismo o ansiedad mientras sentía su propio cuerpo calentarse, al atraer a su mente la figura de Camus con toda su inexperiencia, recibiendo cada lección y cada contacto con avidez. 

 

"Peleábamos por ti...", recordó sus propias palabras. 

 

Se detuvo un momento y apoyó la espalda en la pared fría del templo, suspirando profundamente y sintiendo su propio corazón latir apresuradamente dentro del pecho. Llevó sus dedos al sitio donde el tambor, cubierto por la armadura, no se detenía y le pidió con un pensamiento frenar aquella marcha que se volvía dolorosa; sin saber que le estaba pidiendo detener el temor a ser descubierto, incluso por sí mismo...

 

Revolvió su propio flequillo con frustración, se apartó de la pared y admiró el camino que dejó atrás, el camino que lo llevaría de vuelta con un Camus flagelado por el amor.

 

"Confiar así en él, ¿¡por qué!?"

 

"Tú sabes por qué..."

 

—¡Cállate!— repitió en voz alta, colocando los dedos encima de su cabeza, tocando el duro metal sobre ella. 

 

¡Cómo odiaba pensar en Camus suspirando por él! Ahora mismo seguramente estaría cara al techo, imaginando al guardián de géminis, con esos ojos de cachorro abandonado, añorando un momento a solas con él...

 

—¡Agh!— exclamó en medio del silencio, tan frustrado y tan enojado, que de buena gana iría hasta el tercer templo para terminar ese maldito asunto de buena vez, para quitarle la máscara al imbécil ese y demostrarle a Camus que era aún más imbécil por estar enamorado de Saga, en vez de fijarse en alguien que pudiera aprovechar y disfrutar todos los momentos que tuvieran juntos. Alguien que lo extrañe y anhele su compañía, o lo haga reír con comentarios tontos y disparatados, y aprecie sus defectos más que sus virtudes...

 

"Alguien como yo... Espera... ¿Qué?", una sonrisa burlona apareció en sus labios, apenas pensó en esa estupidez. Y de la nada comenzó a reír tan fuerte, que las paredes del templo parecieron vibrar. 

 

—¡Qué tontería!— exclamó sardónico, y comenzó a caminar otra vez por el pasillo, lejos de Camus—. ¡La estupidez debe ser contagiosa, y ese par me ha contagiado!

 

"Ese par...", cuando aquellas palabras salieron de sus propios labios e hicieron eco en las paredes del templo, la imagen de Camus apareció otra vez en su cabeza. Podía verlo de espaldas caminando hacia Saga, tomándole la mano y compartiendo un beso cómplice que luego se volvió apasionado...

 

Milo apretó los puños con rabia mientras pensaba en eso, pues la posibilidad de enfrentarse a ese futuro era como un veneno que crecía y lo asfixiaba lentamente, y que le enfermaba cuando oía la voz de Camus hablando sobre él, y cuánto lo amaba. 

 

"Él es el hombre que siempre deseé..."

 

Su voz, aunque logró calmarlo en las escaleras de Géminis a Cáncer, ahora era como un golpe fuerte en el estómago; pero no por el timbre de su voz, sino por las palabras que fluyeron como flechas, provocando heridas agonizantes. 

 

"Él pagaría por tener la oportunidad de estar a mi lado... aunque eso implique abandonarte...", y que sangraron al recordar a Saga diciendo aquello, dejándole con una sensación de oscura infelicidad.

 

Sus pies volvieron a detenerse, mientras exhalaba otra vez con cansancio. 

 

Por supuesto que Camus eligió quedarse con él, pero solo por el plan. Sus decisiones tenían lo mismo de romántico, que Aioria de escuálido.

 

—Agh! Estúpido Saga...— murmuró, irritado—... él con sus asquerosas palabras y sus malditas decisiones... ¿¡Por qué si lo quería antes, no se lo dijo como debería?! ¡Y Camus! ¡JA! ¡No se queda atrás con su maldita lástima y compasión! O empatía... ¡Cómo dice él!— escupió con rabia, sintiendo, a la vez, que esa oscura y tormentosa sensación le provocaba una especie de punzada en el pecho que se volvía dolor y angustia, culpa y pesadez; y ese sentimiento se amplificaba al saber que pese a todo lo malo, él continuaba suspirando por Saga. 

 

Porque si la historia pasada, y el error que lo tenía postrado en cama no mermaban sus sentimientos, nada más lo haría. 

 

—¿¡Por qué?! ¿¡Por qué continúa enamorado de él?!— exclamó con frustración, sintiendo que se volvería loco tan solo de darle vueltas como si estuviera atrapado en un remolino. 

 

Volvió a caminar por el pasillo, y cuando llegó a mitad del templo, cayó en cuenta de algo importante: 

 

—¿Y por qué tendría que preocuparme por eso?— se cuestionó en voz alta— No es mi amigo, y ni siquiera tenemos una relación real para que me importe...

 

Y si, tal vez no era algo real, pero cuando estaban en la biblioteca bromeando sobre el beso francés, Milo se preguntó sí así se sentiría tener una relación real con él; y cuando estaba agobiado por Camus se dio cuenta que sí lo deseaba físicamente, y que podría llegar a algo más sin pensar en Kanon o sin considerar su situación con él...

 

Milo tragó saliva con dificultad, y sintió un repentino cosquilleo en el labio que atrajo la atención de sus dedos al sitio que el galo había tocado cuando notó que Saga le partió el labio. 

 

Una sonrisa apareció en su boca, y un suspiro salió de ella cuando recordó la forma en que lo acarició tras notar que sangraba. Tal vez no era preocupación genuina, pero sentir que podía plasmar sosiego en el borboteo de rabia, lo descolocó, porque nunca había conocido a alguien que pudiera frenarlo, o controlar sus emociones sin pedirle calma. Sí, Camus no necesitaba pedirle controlarse para hacer de él, el Milo de siempre. De hecho, desde que estaba con el francés, reía continuamente, y se sentía tan natural. Con Aioria podía ser él mismo porque había crecido a su lado; pero con Kanon siempre tenía que ser más fuerte o más maduro, e incluso reservado para que nadie en el Santuario descubriera su... ¿Romance? Ni siquiera sabía definirlo, pero ya no le molestaba. Era curioso como antes le frustraba no tener un título como tal, y ahora... parecía darle igual.

 

Cómo fuera, con Camus ya no tenía que fingir agrado. Su propio dedo se lo recordó, cuando fue llamado a palpar la carne dónde todavía podía sentir las atenciones, ahí en el lugar que él tocó.

 

Colocó las manos en el yelmo, moviendo la cabeza de un lado a otro frenéticamente, para espantar la sensación y el recuerdo que había quedado dentro de ella; pero aunque se esforzara por suprimir aquella imagen, los labios de Camus se movían sobre los suyos, y los sentía con las yemas de sus dedos pese a que su dueño se encontrara del otro lado del templo.

 

Entonces notó ese sentimiento de extrañeza al saberlo lejos... 

 

Cuando el aguador se fue del Santuario, la primera vez, Kanon le preguntó si eso le importaba, pero él respondió que no, que solo sería diferente y extraño sin un pupilo más, e incluso no notó cambio alguno al ver aquel templo vacío al pasar; la segunda vez que Camus dejó el Santuario, ya habían tenido una ligera "discusión", así que él se alegró de saberlo lejos... Nunca pensó tanto en él, a pesar de Aioria y sus frecuentes conversaciones, o pequeños nombramientos acerca del maestro de los hielos; sin embargo, mientras había convivido con él, entre una y otra cosa, pelea, discusión, desacuerdo y reconciliación, había adquirido un extraño gusto por estar con él, por hacerle enojar, sonrojar, y por hacer que aprenda el arte de la seducción; incluso esperaba que fuera feliz, aunque esa felicidad estuviera lejos de él...

 

Se detuvo de golpe, al sentir algo parecido a una aguja perforar su corazón, que inyectó una necesidad imperiosa por volver con él... y así, de la nada, todo tuvo más sentido...

 

—¡No!— Exclamó asustado al notar lo que ocurría con sus pequeños impulsos— ¡Maldición...! ¡Soy víctima del juego cruel de Eros!— Injurió al borde de la locura al darse cuenta de lo que ocurría. 

 

Aspiró hondo, expulsando el aire con cierta dificultad. Su cabeza se levantó en dirección al techo, permitiendo que sus pupilas se perdieran en la altitud del templo, en tanto pensaba en el cómo y el cuándo había terminado envuelto en esa situación. 

 

Tal vez por eso evitó el contacto entre ellos, y no porque fuera diferente a él. Mu y Aldebarán lo eran, Afrodita tenía un poco de su personalidad, pero chocaban en algunas cosas, Death mask también era todo lo contrario y aun así Milo intentaba socializar también con él por ser su compañero... Incluso se llevaba (hasta esa tarde) bien con Saga, a quien el galo imitaba perfectamente. Entonces, ¿por qué lo evitó todo ese tiempo? ¿Por qué todas las personas pudieron gozar de su amistad, y él se la negó a Camus? 

 

Quizá porque Acuario apareció en su vida un poco antes que Kanon saliera de ella, y él, evitando su presencia, logró impedir el nacimiento de cualquier sentimiento de apego por otra persona; sin embargo, no lo hizo con Aioria. El león nunca despertó en él, la sensación de dolor y dicha, que Camus sí. 

 

Milo comenzó a caminar inquieto por el pasillo, sintiendo que podría perder la razón en medio del choque, fusión y revolución de ideas y sentimientos que solamente experimentó por Kanon desde que era demasiado joven para sí quiera entender el qué o el porqué de este. 

 

Al igual que Camus y su fascinación por Saga, Kanon era el único hombre que Milo había amado; y, aunque él sí se permitió experimentar su propio cuerpo de tantas formas apasionadas, el apego emocional que sentía por el ex dragón marino, nunca logró superarlo...

 

Hasta ahora... 

 

Tras pensarlo un momento, se dio cuenta de que todos los síntomas concordaban con la única explicación posible a ese irascible apego por él: estaba enamorándose de Camus. 

 

Su relación era fingida, pero el galo se había mostrado apto para el papel real desde el inicio, pues jamás lo abandonó, aun cuando Saga demostró que estaba interesado en su persona. Incluso se atrevió a dejar pasar la oportunidad de estar con él, para ayudarlo. 

 

En ese instante, una avalancha de recuerdos inundaron por completo su mente, y recordó la primera vez que lo besó en el pasillo de Leo, la forma tan torpe en que el francés bailó en la fiesta, su pésima actuación como borracho, la manera en que demostró su nerviosismo cuando le dijo que dormirían juntos, el instante en que Milo le coqueteó para desnudarlo, la primera charla que tuvieron antes de acostarse, sus celos fingidos, su protección ante Kanon, la manera en que intentó hacerlo sentir mejor a pesar de la forma en que lo trató, la renovación de su pacto después del beso de Saga, su aprendizaje acerca de cómo besar, su contacto subido de tono en ese "impulso" que Hyoga interrumpió, su expresión al saber como reaccionaria su pupilo, su beso mutuo delante del gemelo que sin que él lo supiera sanó todo, su protección ante ese ataque, su delirio y su nombre saliendo por esos labios galos durante su estado de inconsciencia... 

 

Milo suspiró profundamente, y el corazón finalmente lo delató, porque esa emanación fue dolorosa al saber que él no estaba a su lado...

 

—No puede ser...— Murmuró sin dar crédito a sí mismo—... ¿Por qué? ¿Por qué ahora...? No quiero enamorarme de Camus... No... quiero...— Su tono afligido y temeroso únicamente le hizo sentir lástima por sí mismo. 

 

Se dio la vuelta, continuando con su caminar, deteniéndose al notar la sombra de una segunda figura en el pasillo, que lo sorprendió, y que le hizo fruncir el ceño con desconfianza

 

—¿Tú...? ¿¡Qué carajo haces aquí!?— preguntó a la defensiva, sintiendo como la sangre se agolpaba en sus mejillas debido a su anterior soliloquio. 

 

Estaba tan distraído lidiando con su propio corazón, que nunca notó al caballero de Cisne penetrar en el templo y dirigirse hacia él, escuchado aquellos pensamientos en voz alta.

 

—Quiero hablar con mi maestro—. Dijo el ruso con mirada gélida.

 

Más que una petición, su tono demandaba obediencia. 

 

Milo frunció el ceño.

 

—¿Quién eres tú para venir a dar órdenes?— Inquirió, desafiante—. Te recuerdo que estás en Grecia, en el sitio dedicado a nuestra diosa Atenea, no en tu mansión donde puedes andar a tus anchas—. El cisne rio entre dientes. 

 

—Desgraciadamente, es muy importante que hable con mi maestro, y tenga que pisar un sitio que tu presencia deshonra—. El griego apretó los puños.

 

—Cuida tus palabras, niño, porque tal vez Camus pueda tolerar tus berrinches, pero yo...

 

—Tú los aguantarás, a menos que quieras que se entere de lo que estabas diciendo—. Lo interrumpió el ruso, avanzando hacia él—. Me pregunto cómo reaccionará mi maestro cuando sepa que su novio estrella deliberaba entre sus sentimientos. No podría esperar para ver su cara cuando sepa que Milo de Escorpio no quiere enamorarse de él—. Se detuvo lo suficientemente cerca para observar su reacción. 

 

El peliazul abrió los ojos, aterrado por esa posibilidad. 

 

Si sus sentimientos eran verdaderos, no deseaba que Camus los conociera así; y si todo formaba parte de una confusión, aunque le inventara que Hyoga mentía para ridiculizarlo por los celos de compartir a su mentor, no podría sostener mucho tiempo la mentira, pues si el galo le creía a él, decidiría alejarse para no alimentar algo que no podría corresponder. 

 

Milo apretó los dientes, a la vez que sus ojos adquirían un tono escarlata y tomaba al otro por el pecho de forma desafiante. 

 

—Debería matarte...

 

—Pues inténtalo, ¡Anda!— tomó con arrogancia las manos sobre su ropa y usó su cosmos para enfriar la armadura del otro— Pero te advierto que no soy el mismo de antes...

 

—No vas a provocar que Camus y yo peleemos por tu culpa—. Lo soltó con repudio, y le dio la espalda, dirigiéndose hacia la cámara privada del templo. 

 

Hyoga pensó que podría usar eso para separarlos, sin embargo, se obligó a recordar que él no era esa clase de ser humano; así que siguió a Milo en silencio. 

 

La verdad es que el griego podría rechazar aquella visita, alegando cualquier cosa a su favor, pero sabiendo el apego que Camus sentía por Hyoga, pensó que eso lo haría feliz; así que cuando llegó a la puerta, tragó saliva, un poco de aire, intentó calmarse y tomó el picaporte para empujar la tabla suavemente y lograr meter su cabeza para encontrarse otra vez con el objeto de su deseo. 

 

Acuario estaba durmiendo, pero despertó cuando él abrió la puerta.

 

—Camus, Hyoga está aquí, y quiere hablar contigo—. El griego lo vio sonreír, y odió al cisne por ser él quien se llevara ese gesto, aunque actuara de esa forma tan inmadura. 

 

Dejó la puerta abierta y entró en la habitación, seguido por Hyoga. Camus hizo un movimiento para acomodarse en la cama, por lo que el griego se acercó a él y tomó una camisa que estaba por ahí, para ponérsela. Al principio el aguador no había reparado en su apariencia física semidesnuda, pero cuando Milo le quitó el lienzo de la frente y comenzó a ayudarle a vestirse, trató a toda costa de mantener las manos ajenas, lejos de su cuerpo.

 

—¿Qué...?— su pregunta fue silenciada por un beso en los labios. 

 

—¿Quieres hacer esto ahora?— le advirtió en un susurro el escorpión, señalando a Hyoga con la cabeza. Camus exhaló y cooperó lo que pudo para disimular, aguantando el dolor en las heridas y el hormigueo que dejaba el otro por su piel. 

 

Intentó no mirar al ruso, quien estaba cruzado de brazos lejos de ambos, observando como el griego, con extremo cuidado y dedicación, cargaba la mitad superior del cuerpo galo, ayudándolo a acomodarse en la cama para que pudiera vestirse, y quedar en una posición más cómoda. 

 

Algo en la actitud de ambos llamó su atención, aunque no quería que su mente viajara a otro lugar y perdiera el sentido completo de su objetivo, ni siquiera por la preocupación que sentía por su maestro en ese momento. 

 

Una vez que el escorpión terminó de ayudar a Camus, se sentó a los pies de este, cruzando los brazos y una de sus piernas sobre la otra, mientras retaba al cisne con la mirada, a la espera de escuchar lo que quisiera decir, o decidiera irse. 

 

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Los pies de Kanon lo guiaron de un lado a otro, a través de la anchura en la salida del templo, como si estuviera encerrado en un tipo de cárcel invisible. Una de sus manos se apostaba a un costado de la cadera, mientras la otra descansaba en su mentón, analizando los hechos sucedidos en aquel largo día. 

 

Su gemelo, sentado en uno de los peldaños que van a Cáncer, con los ojos apuntando a Escorpio, sonreía, salvo que este gesto era diferente al que había mostrado esos días, pues en vez de su típica penumbrosa culpabilidad, podía leerse una victoria satisfactoria en cada uno de los dientes que se asomaban por sus labios. 

 

—Saga...— El menor por fin se giró hacia su hermano, con una rasgo de inseguridad en su voz, que al mismo tiempo reflejaba miedo. 

 

—Todo saldrá bien, Kanon—. Respondió, cambiando el trayecto de sus pupilas esmeralda de Escorpio, al templo de Acuario, que se levantaba en la lejanía, con un destello victorioso—. No pienses en la batalla, piensa en lo que obtendrás cuando esta termine—. El menor se mordió el labio, con inseguridad. 

 

Confiaba en que una vez Saga 'despierto', le ayudaría a recuperar a Milo, pero no contaba con que él utilizaría ese tipo de armas. 

 

—Es solo que... no creo que...— Intentó decir, vacilante, más, el otro soltó una carcajada fría, tan diferente a lo que se había acostumbrado a ser desde el despertar de la muerte. 

 

—¿Que sea una buena idea?— Preguntó con un atisbo de burla e incredulidad. 

 

Saga colocó las manos en sus propias rodillas y se levantó del escalón para dirigirse hacia su hermano con un andar felino, y cuando estuvieron de frente le tomó ambas mejillas con las manos.

 

—Kanon, estoy sintiendo cierta reticencia de tu parte, y eso me desilusiona. Creí que eras tú quien quería tener de vuelta a Milo...— El menor tragó saliva. 

 

Claro que quería tenerlo de vuelta en su cama, en su vida, pero no de esa forma... 

 

Si las cosas salían mal, Escorpio resultaría muy lastimado... 

 

—Tienes que aprender a definirte—, le dijo Saga, palmeando las mejillas ajenas—, después de todo, tú mismo lo dijiste: somos los mejores para que el mundo arda—. Soltó una carcajada y dejándolo atrás, se perdió entre las sombras de Géminis. 

 

El ex dragón marino lo miró por encima de su hombro, no dando crédito a sus ojos y a sus oídos. 

 

¿Acaso su culpabilidad lo había transformado de nuevo? 

 

¿Tendría ese cambio de actitud que ver con lo que le sucedió a Camus, o sería por la pelea contra Milo?

 

Kanon no tenía una respuesta segura, pero su propio arrepentimiento le llevó a desear que las cosas no se salieran de control, y que Milo sufriera lo menos posible...

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Mientras Saga saboreaba una victoria futura, y Kanon intentaba no preocuparse por su ex amante, Milo mantenía la mirada penetrante sobre el aún caballero de bronce, quien desde su lugar intercambiaba una mirada desafiante con él. Camus, por su parte, cerró ansiosamente los botones en la camisa que usaba recién, tratando de no prestarle atención a la vergüenza que sentía, para actuar tranquilo y explicarle al ruso la situación con Milo...

 

De pronto pensó que quizá debería decirle la verdad a él, después de todo, el plan no incluía a su alumno; sin embargo, eso no significaba que aceptara su situación homosexual. Suspiró con pesadez, tomó un poco de aire y elevó la mirada hacia el cisne.

 

—Quiero hablar con usted, en privado...— Decretó el rubio, rompiendo el incómodo silencio, y cortando la premisa del aguador.

 

Por el tono que empleaba al decir aquello, era obvio que no deseaba la presencia del griego, y que además de todo, no estaba pidiendo ni educadamente, ni como un favor que los dejara solos, sino que le ordenaba marcharse. 

 

Camus se sorprendió por la actitud desafiante de su pupilo, porque hasta su última visita al Santuario, Hyoga parecía respetar y admirar a Milo; incluso recordaba haberse molestado una vez porque el escorpiano le ofreció un par de cervezas... sin embargo, ahora, el ruso parecía ansioso por alejar al griego de él. 

 

Milo mantuvo la posición a un lado del acuariano, fulminando al otro con la mirada. 

 

—¿Eres sordo?— inquirió Hyoga con desprecio— Déjanos a solas—. El griego torció la boca, y estiró la mano sobre el colchón para cazar la de Camus y acariciarla con sus dedos cuando la alcanzó. 

 

—No eres tú quien da las órdenes...— se burló del rubio, aguantando las ganas por romperle la cara; viró la cabeza hacia un costado, y ante la incomodidad y bochorno de Camus, le levantó la mano para llevarla hasta sus labios y darle un beso en el dorso de ella, ante la mirada sorprendida y molesta del rubio. El acuariano sintió la cara arder entre la fiebre y el cosquilleo que recorrió su piel con esa pequeña atención. 

 

Hyoga, quien tenía los ojos abiertos con sorpresa, tan incómodo como estaba, sujetó el otro brazo del escorpión para tirar de él y levantarlo de la cama.

 

—¡Fuera!— gritó con la cara roja de ira. Milo se deshizo bruscamente de aquel agarre, y tal como lo hizo anteriormente en el pasillo, lo tomó por el pecho de la ropa. Hyoga lo sujetó también del brazo metálico de la armadura. 

 

—Escucha, pato, estoy harto de ti...— Lo amenazó, pero Camus, a quien Milo no había soltado, sujetó con sutileza aquella mano pidiéndole un poco de paciencia. 

 

Ma pomme...— lo llamó con suavidad. Hyoga, al escucharlo, se sorprendió (pues él sí sabía francés), e inexplicablemente se sonrojó ante la cara de confusión de Milo por ese cambio de expresión—... ¿Puedes traerme un poco de agua? Por favor—. El escorpión soltó bruscamente al otro, empujándolo tan lejos, que parecía querer derribarlo. 

 

«Lamento la actitud de Hyoga...», dijo el galo, comunicándose con Milo mediante el cosmos. 

 

«No te disculpes por lo cretino que puede ser», respondió el griego, odiando a Camus por tener ese afecto, y nivel de tolerancia con él.

 

"Hyoga es mi debilidad", recordó con amargura. 

 

«Él sigue siendo mi responsabilidad», continuó el acuariano con su disculpa. Milo mordisqueó ligeramente su lengua para no lanzar una avalancha de insultos contra el otro. 

 

«Él no es un niño y puede tomar sus propias decisiones». 

 

Milo no quería decirlo abiertamente, pero sentía una gran decepción por el cisne, con quién pensó había forjado una pequeña amistad, o algún tipo de vínculo especial. 

 

"Maldito desagradecido...", pensó con molestia, recordando el día que Camus fue enterrado en el cementerio del Santuario. Ese día Hyoga estaba muy afectado por el resultado en el templo de Acuario, y cuando se quedó a solas frente a la tumba de su maestro, fue Milo quien puso la mano sobre su hombro y le brindó el apoyo que necesitaba para no romperse frente a la lápida. 

 

¡Qué desperdicio de tiempo y de sentimientos! No entendía por qué Camus le profesaba esa clase apego.

 

Agh...

 

«Perdona por pedirte esto...»

 

Milo devolvió el apretón sobre la mano ajena con una caricia gentil. Giró sobre su talón y fue hacia el galo, para darle un beso en la frente con una mezcla de emociones agridulces que no podía frenar.

 

—Volveré pronto...— Se despidió con fervor, sintiendo su propio corazón enloquecer con esa pequeña caricia. Camus lo soltó, y ligeramente abochornado lo vio partir, intercambiando con el cisne una mirada cargada de odio y recelo al salir. 

 

«Discúlpame...»

 

«Más le vale no herirte, o de verdad lo asesinaré...», cerró la puerta y se apoyó en ella con un suspiro cargado de dolor, frustración y preocupación. 

 

El galo cambió el rumbo de sus ojos hacia el joven frío y distante que se encontraba parado lejos de él. 

 

En otras circunstancias le gustaría darle la mano con un cálido apretón y preguntarle sobre su viaje, y los planes que tenía en su vida, mientras compartían una taza de té; sin embargo, ahora no sabía cómo romper el hielo erigido entre los dos. Por un lado, por la forma tan desafortunada en que Hyoga lo había encontrado esa tarde con Milo (una imagen difícil de borrar), y por otro, el desagradable altercado entre él y el escorpión.

 

Apretó ligeramente las sábanas entre sus dedos y se puso serio al hablar.

 

—Debes ofrecerle una disculpa—. Comenzó a decir, reprendiendo el comportamiento del menor de forma seca. El rubio levantó las cejas.

 

—¿Maestro?— Camus le regresó una mirada severa. 

 

—Milo es el guardián de este templo, y acabas de faltarle al respeto—. El rubio apretó los puños a un costado de sus piernas, con las orejas rojas debido a la vergüenza que sentía porque sabía en el fondo de su alma que tenía razón; y de hecho, no le causaba orgullo portarse así con Milo, pero si no estuviera haciendo "esas cosas" con su maestro, la historia entre ellos sería totalmente diferente.

 

El ruso tragó saliva con dificultad, y aunque podría aceptar abiertamente su error, respondió opacamente: 

 

—Él no es la persona que usted cree—. Declaró sorprendiendo esta vez a su mentor. 

 

—Hyoga...

 

—No entiendo—, lo interrumpió—, ni pretendo entender lo que pasa entre ustedes dos, pero le exijo frenar esta locura—. Camus lo miró fijamente: podría contarle la verdad para tranquilizarlo, y realmente se sentía tentado a hacerlo, pero las reacciones impulsivas de Hyoga lo llenaban de desconfianza; así que solo podía mantener la mentira ante él, y explicarle todo después. 

 

—¿Locura? ¿Eso es lo que aprendiste tras todas tus batallas, que el amor es una locura?

 

—¿Amor? ¡Maestro, no me haga reír! Usted no puede estar enamorado...— Camus lanzó una pequeña exclamación burlona mientras desviaba la mirada y cerraba los ojos. 

 

—Pues lamento decepcionarte, porque realmente lo estoy—. Oírlo declarar sus sentimientos por el escorpión, turbó a Hyoga durante un instante, al mismo tiempo que recordaba lo ocurrido en el templo de Capricornio, cuando los vio besándose como sí nada más importara; incluso, aunque Saga iba a atacarlos, y él mismo intentó hacer algo por evitarlo, y fue detenido por Kanon, notó la desesperada entrega en el sacrificio de su maestro, por el escorpión celeste.

 

Así que, ante sus ojos, no había dudas: Camus amaba a Milo. 

 

—¡Maestro, no puede...! ¡No de él!— exclamó con frustración. El galo le miró sin comprender por qué esa arrebatadora desesperación en una elección que no le correspondía a él. Ni siquiera parecía estar molesto porque su amor no se vertiera en una hermosa mujer, sino por ser Milo el dueño de este. 

 

Tal vez se había equivocado... tal vez Hyoga no mantenía aquel pensamiento homofóbico de su país natal, sino un interés romántico en el octavo guardián...

 

"¿Acaso él...? ¿Milo y él...? ¡No!"

 

Trató de no sacar conjeturas apresuradas e innecesarias, colocando una vez más los dedos en su propia frente, mientras sentía mermar sus fuerzas con cada segundo que pasaba metido en ese momento de tensión con él; así que decidió no darle más rodeos al asunto y ser directo. 

 

—¿Qué es lo que te ofende tanto de él?— preguntó mirándole fijamente, bajando su propia mano hasta el regazo para sostenerse los dedos y bajar la tensión que tenía. 

 

Hyoga se mordió el labio inferior por dentro, porque no podía mentirle, y tampoco podía decirle la verdad; por lo que exhaló frustradamente, y dio pequeñas vueltas por la habitación hasta que tropezó con una sandalia que estaba en el piso(2), trastabillando, y haciendo un sonido seco cuando se estrelló. Camus se enderezó como pudo para mirar a su querido pupilo mientras se sobaba la cabeza tras pegarse con la mesa.

 

—¿Estás bien?

 

—¡Blyat! (3)- gritó exasperado, a la vez que pateaba la sandalia con odio. Camus, aunque tenía un conocimiento amplio y perfecto del ruso, tardó un poco en asimilar esa palabra, y cuando la entendió, frunció el cejo.

 

—Si estuviéramos en Siberia...

 

"Te irías a la cama sin cenar...", era la frase con la que terminaría aquella oración inicial, pero el ruso la interrumpió con su rabieta. 

 

—¡Pero no lo estamos!—, bufó, señalando a Camus con su dedo índice de forma grosera—, y no puede volver a castigarme por eso, así que...— intentó escupirle el insulto ofensivo que tenía en la punta de la lengua (algo como váyase a la luna de forma poco elegante y muy malsonante), pero aquellos recuerdos de cuando era niño lo sujetaron con fuerza para prohibirle tal descargo, y que solo era producto de la angustia y confusión que sentía, por el veneno que fluía por su sangre después de todo lo que Kanon y Saga le dijeron esa tarde— ¡Le exijo terminar con Milo!— Le ordenó al final, al golpear la superficie de una mesa donde antes se golpeó. 

 

Camus se desconcertó por su reacción, frunciendo ligeramente el ceño. 

 

—¿Qué?— No es que hubiera perdido el sentido del oído, es que no concebía esa situación, ni sus palabras, aunque debería haberlo previsto. 

 

—Lo que ha oído, maestro: no quiero que ustedes estén juntos—. La seriedad en esas palabras y la frialdad en esos ojos azules zafiro dejaron en silencio al aguador, quien cambió la trayectoria de sus propios orbes color oceánico, hacia la puerta por donde el escorpión se había marchado. 

 

"Tu lugar es conmigo...", primero, Saga...

 

"Deberías estar festejando junto al hombre de tus sueños...", luego Milo, empujándolo a irse en busca de la felicidad, sin sentirse realmente dichoso por esa proposición, y sabiendo que solo era un acto de amabilidad. 

 

"No quiero que ustedes estén juntos...", y ahora Hyoga, con ese ¿capricho? Ni siquiera entendía su actitud. 

 

—No—. Dijo el aguador con firmeza, cerrando los ojos al pronunciar aquello, pensando al mismo tiempo en todas las razones que tenía para dar esa respuesta entre la fiebre y la pequeña e insana necesidad que tenía por disculparse otra vez con Milo, y hacerle volver a la habitación—. No voy a hacer lo que me pides.

 

—¡Maestro, por favor!— Suplicó el cisne. Camus le dirigió una mirada fría. 

 

—Has excedido los límites, Hyoga, primero faltando el respeto a este templo y a su guardián...— el rubio le regresó la misma mirada al interrumpirlo. 

 

—Usted me habla de respeto, pero ¿cómo cataloga lo que hacía con Milo en el templo de Acuario?— Camus sintió que el calor en las mejillas crecía en tanto recordaba los dedos del escorpión explorando cada rincón sensible en su cuerpo, chupando sus labios y mordiendo las pequeñas partes expuestas de su cuello; mientras él regresaba las atenciones como si estuviera poseído por una energía incontrolable, ansioso por dar y recibir más de ellas.

 

"Fue un impulso...", recordó las palabras del escorpión. 

 

—No voy a responder eso—. Contestó estoico, a pesar del calor en sus mejillas. Hyoga bufó.

 

—Entonces, ¿las reglas se aplican para mí, pero no para usted?— Camus exhaló con cansancio. 

 

—Esta conversación no nos llevará a ninguna parte, así que voy a pedirte que te marches—. Dijo, manteniendo el estoicismo para no flaquear a él. El rubio frunció el ceño. 

 

—¿Eso es todo? ¿Quiere que me vaya? 

 

—Gracias por visitarme—. Dijo el galo de forma seca, apoyándose por completo en la almohada y cerrando los ojos como si quisiera dormir. 

 

El ruso no podía creerlo. Después de la batalla de las doce casas, su maestro no se había portado frío y distante con él, pero ahora...

 

"Ma pomme...", era cariñoso y gentil con ese hombre, con la manzana que había provocado esa discordia entre los dos.

 

—¿Por qué, maestro? ¿Por qué se aferra a él de esa forma?— El rubio por primera vez decidió calmarse y ahondar en aquello que no comprendía, así que jaló la silla que el escorpión usara antes para sentarse, y se acercó a Camus; quien absorto en esa posición, se quedó en silencio, sin la intención de corresponder su mirada de forma alguna, porque era vulnerable a Hyoga y no quería serlo en ese momento. 

 

Tras unos segundos, finalmente habló. 

 

—¿Qué es lo que te molesta tanto de esta situación, Hyoga? Sé franco al respecto—. El rubio vaciló, y tras tomar un instante para meditar su respuesta, finalmente habló: 

 

—Puedo comprender, incluso intentar aceptar sus tendencias sexuales, maestro, pero no pienso tolerar que usted y Milo estén juntos—. Declaró parcamente. Camus sintió que esas palabras confirmaban sus sospechas, pero no quería creer en ellas hasta que tuviera todas las pruebas. 

 

—¿Por qué?— Indagó mirándole por fin. El ruso agachó la cabeza ligeramente, y movió nerviosamente la mirada mientras apretaba los labios y convertía su vacilación en inquietud para el galo, quien le conocía tan bien, que sabía, estaba ocultando algo que no quería expresar— ¿Hyoga?— El nombrado exhaló dolorosamente, tomó la mano de su mentor con aprehensión, y agachó la frente para tocar con ella el dorso del hombre ante él. 

 

—Por favor, se lo suplico... Desista de esto...— Milo abrió la puerta en ese momento—... Usted es más que un maestro para mí...— Confesó, sin el valor necesario para mirar al francés a los ojos. 

 

Camus se sorprendió por aquellas palabras, pero su reacción no fue nada comparada a la que tuvo el escorpión celeste en ese momento, quien, sintió algo tan raro por esas palabras, que se congeló a un paso de entrar totalmente en la habitación...

.

.

... Continuará....

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(1) El horno no está para bollos: significa que no está de humor. He visto que se usa mucho en España, así que decidí incluirla para esto, entre Aioria y Shura aunque ese horno estaba muy encendido jajaja

 

(2) Se lo robé a CandyMoony0 porque ella tiene un fic llamado "somos los monstruos", donde su personaje principal deja cosas en el piso y los otros personajes terminan tropezando y creando momentos de tensión sexys. A ella le quedan mejor, pero quería hacer caer a Hyoga, perdón. Mi corazón lo necesitaba. 

Espero Candy que te guste el pequeño guiño a tu historia .

 

(3) Blyat: Significa Mierda como maldición en ruso, si Google y mi traductor no están mal. Camus se ofendió como el capitán América con Spiderman, y me imaginé un escenario donde Camus castiga a Isaac y Hyoga por decir palabrotas, pero eso lo voy a usar después 👀. 

 

Notas de autor:

Sé lo que dije de Hyoga en el capítulo pasado, pero las personas pueden cambiar (?)

Sólo no lo odien, aún le quedan dos o tres capítulos de vida, y prometo que al final se van a divertir. Y si no... prometo un reembolso!! *Saca la billetera* prometo un fic personalizado a quien no quede conforme con el resultado xD

 

Sobre Shura y Aioria, perdón por no incluir un lemon ahí , pero no es mi intención añadir cosas sexosas tan rápido. Milo y Camus ni siquiera han tenido acción entre ellos o con sus respectivas parejas para que los otros personajes sí (?), así que... ‍... Es broma!! No, la verdad es que me pareció muy pronto hacerlo ahora. 

 

Sobre el capítulo en general, se notan los cambios entre esta edición y la anterior? 

No lo he comentado todavía (creo), pero he intentado respetar algunos diálogos y escenas de antes, sin embargo, más adelante habrá muchas escenas nuevas y cosas realmente diferentes. Espero que eso les guste.

 

Y, qué piensan? Hyoga tiene debilidad amorosa por su maestro, o por Milo?

 

Kanon se arrepentirá?  

 

Ustedes que piensan?

 

Muchas gracias por leer, y por comentar! Valoro mucho sus palabras, sean buenas o malas. 

 

Nos vemos el viernes!





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