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A hand friend por yoshika

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Notas del fanfic:

  • Cualquier parecido con la película "Pink Floyd The Wall", no se trata de mera coincidencia, la situación de este relato está un tanto basado en ella. Sólo "basadao". Esta historia no pretende ser ningun best seller, está acá para entrener a los lectores y a su autora.

Muchas gracias.

Notas del capitulo:

Gentecita... hace millares de años que no estoy en esta sección ni que escribo ningún tipo de fanfic (patético). Pero recordé uno de mis propósitos: hacer infelices personajes de relatos XD Así fue como surgieron Otto y Hans.

Voy a tomarme mi tiempo para el lemon y todo lo demás. Quiero una buena ambientación y detesto que las historias giren en torno al sexo y no a sus personajes. Tranquilos, trataré de no ser densa y dejar a todos satisfechos *guiño lascivo*.

Espero que le guste y que por favor dejen sus comentarios, dudas y sugerencias (moderadas y respetuosas, ya lo saben).

 

 

Otto and Hans

 

La habitación apestaba. Tal cual puede leerse: apestaba. No olía a tabaco, apestaba a tabaco. Tabaco nauseabundo, amarillento y viejo, constante y fuerte, de todo tipo de marcas. No era que Hans le tenía fobia o repulsión a los fumadores y su olor característico, solamente detestaba la hediondez del cuarto de su mejor amigo Otto.

—¿Quieres parar ya con esa cosa? —pidió, entrando a la habitación oscura y desordenada—. Luego te quejas por los reproches de Eric… solamente estás acortando tus años de vida, idiota —prosiguió, levantando la ropa sucia y vaciando los ceniceros en el cesto de basura; luego miró toda la habitación, pero no encontró a Otto—. ¿Otto? ¿Dónde estás?

Si había algo que detestaba más que la peste y la mugre, eran las desapariciones de Otto. En realidad le daban miedo, porque sólo pasaban cuando terminaba de darse una dosis de alguna de sus múltiples drogas. A veces aparecía en el lugar en cuestión, sumido en alucinaciones silenciosas, callado y pasando desapercibido; otras, estaba en el bar del hotel, en el mismo estado.

Hans tragó en seco, rogando por que estuviese en la habitación. No tenía deseos de buscarlo por el edificio.

—¿Dónde estás, maldito bastardo? Te dije que no salieras hasta que llegara…

Un suspiro muerto lo tranquilizó. El muchacho prendió las luces y lo buscó detenidamente, intentando oír su respiración, pero era tan suave y apagada que no funcionaba. Caminó de un lado a otro, irritado y nervioso, ansiando darle una bofetada en su rostro. Tratar de hacerle sentir todo el nudo de angustia que le causaba.

Otto Lankerthen era un famoso cantante de rock, hijo de madre estadounidense y padre alemán. Inició su carrera artística en Alemania, a donde se había mudado cuando tenía tres años. Allí conoció a su único y mejor amigo Hans von Thüt. Cuando comenzó a ascender rápidamente, hasta llegar a la primera gira nacional, le pidió a Hans que por favor lo acompañase y este aceptó. Otto era un muchacho callado, hablaba pausadamente con una voz grave que resultaba sensual y profunda, su piel era clara y suave, sus ojos de un verde oscuro, tenía el cabello muy voluminoso y revuelto de color negro azabache; por más que se lo cortara, en un mes volvía a estar igual. Su nariz era picuda, los labios finos y rosados, dependiendo de la situación su rostro era poblado por una débil barba que cortaba enseguida. La contextura de su cuerpo se veía delgada y un tanto esquelética a causa de su extraño metabolismo, por eso usaba prendas que ocultaran su figura. Medía un metro ochenta y, en lo que a su mejor amigo respectaba, no era mala persona.

Hans, por su parte, era todo lo contrario: animado, alegre, siempre hablaba con rapidez. Era rubio de ojos castaños, un poco más bajo que el cantante, con el cuerpo un tanto fornido, su rostro tenía un aire travieso e infantil. Tenía la piel muy blanca y los labios carnosos, su nariz era pequeña y respingona. Adoraba la música clásica y tenía veintitrés años, tres menos que Otto.


No comprendía por qué eran amigos; Hans pensaba que escapar de la realidad mediante drogas era un acto patético y cobarde, diferían en muchas cosas y hubo varias ocasiones donde el menor agredió físicamente al mayor. Empero, algo parecía indicar que Otto necesitaba seriamente de su compañía y no se atrevía a abandonarlo, al fin y al cabo, cuando iban al colegio, él lo había ayudado mucho. Demasiado.


—¿Qué quieres, Hand? —respondió el de cabello azabache.

—Quiero saber si estás con vida. ¡Y ya te he dicho que me llamo Hans! H-A-N-S. No es muy difícil, ¿verdad?

God… ¿crees que alguien le importa? Y si, estoy vivo, ¿ahora vas a dejarme en paz?

Hans hizo un puchero y se arrodilló para estar cara a cara con su amigo, le tomó el rostro suavemente y lo acercó al suyo. Otto arqueó una ceja confundido y suspiró, emanando un humo grisáceo de su boca. En seguida, la expresión del rubio cambió a una sombría y le dio una bofetada tan fuerte que le obligó a girar la cabeza.

—¿Estás enfermo o qué? —protestó Otto, frotándose con suavidad la roja y herida mejilla—. Vuelve a golpearme así y te dejaré estéril.
Hans repitió la acción, pero en la mejilla contraria.

Fuck you, bastard! —su inglés estadounidense tenía una pronunciación bien agresiva y guarra, sobre todo cuando insultaba. Prefería una y mil veces que lo hiciera en alemán, pero jamás había pasado.

No tardó mucho para que el cantante estuviera encima suyo, clavándole una rodilla en el vientre y la otra apoyada sobre el suelo, penetrándolo con sus ojos verdes pantanosos. Si bien Otto no era muy expresivo, sus ojos eran lo más comunicativo que poseía.

Tragó en seco, quizás se había propasado, mas ya era tarde. La piedra fue arrojada y tenía que hacerse cargo. Lo miró, esperando algún daño pero sin recibirlo, únicamente una bocanada de humo en el rostro, que le resultaba peor. No respondió con nada, aunque tenía muchas ganas de hacerlo.

Don’t hurt me… —susurró de repente.

Los ojos castaños se abrieron como platos al sentir el contacto áspero del rostro sin afeitar del mayor, se frotaba con el suyo como si fuera un gatito. Sus esferas verdes estaban cerradas y susurraba cosas inentendibles en inglés, mientras dejaba reposar todo su peso en Hans. No era la primera vez que lo hacía; resultaba extraño, jamás le había hecho una declaración oficial de amor, pero sus insinuaciones eran directas y evidentes. Nunca sabía cómo reaccionar pese a estar acostumbrado.

—Cállate, no entiendo bien ese asqueroso inglés de USA… sabes que lo detesto…

—Dije que te necesito, Hand —tradujo en alemán—. Una vez, estaba aquí en esta habitación pensando en cómo sería el mundo si tu no estuvieras, o no hubieras aceptado venir en la gira… ¿sabes? Mi mundo, al menos, ya no existiría.

—Si el resto de la banda te oye decir eso, te asesinará. No seas idiota. Puedes vivir bien sin mí. Hemos vivido en cursos separados y solamente nos veíamos en el receso. Has vivido tres años en Estados Unidos y no te moriste. —No quería sonar tan desagradable y frío, pero no le salían otras palabras de la boca.

—Sin embargo, después del colegio casi siempre iba a tu casa o viceversa… —contestó malicioso. Dejó su posición de ataque y fue hasta la pequeña heladera, sacó una botella de agua mineral y la bebió en menos de dos minutos— Ah… —Sacó otra e hizo lo mismo.

El rubio aun continuaba en el suelo, con el corazón latiéndole rápidamente, causa de los nervios, o al menos eso creía. En aquel momento estaba segurísimo de que su amigo lo golpearía por primera vez. Las amenazas sucedían siempre que se salía de sus casillas y lo castigaba fuertemente por descubrirlo in fraganti con las drogas. En esas situaciones todo se volvía color rojo, por sus oídos resonaban lo que le decían sus padres sobre drogarse, creaba un funeral imaginario y veía claramente el canal de noticias anunciando la muerte de Otto por sobredosis. Se sentía humillado y tonto, porque le había advertido muchas veces de todo y no lo escuchaba. Le pasaba por encima, tal cual decía una de sus canciones:

One! Two! Three! Four!
How many times have I walked over you?
I don’t know… I can’t remember.

Llegó a preguntarse si le había dedicado esa canción, porque la letra parecía hablar perfectamente de él.

—¿Eres feliz a mi lado, Otto?

El mayor lo miró, incrédulo. Sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo, su encendedor, y comenzó a fumar. Luego de largar la primera bocanada de humo, respondió:

—Supongo… no por nada te pedí que vinieras.

—Entonces, ¿por qué demonios andas con toda esa basura drogona?

—Me ayuda.

—¿A qué?, ¿a escribir canciones? —Se puso de pie y se sentó en el sillón que tenía cerca.

—Oh, no. Eso sería hacer trampa. Nunca aspiro cuando estoy componiendo. Solamente cuando pienso.

—¿En qué piensas?

—En lo infeliz que soy —terminó sonriente.

Hans se mordió el labio inferior con fuerza tal que sintió el metálico gusto de su sangre. Quería saltar sobre él y arañarle el rostro, arrancar esa sonrisa de sus labios, pero no tenía importancia, porque su dolor real era el de la mente, no el de la heridas o sus pulmones que de apoco iban pudriéndose. Una madre que no ama y muere, una madrastra que lo adora y esa una ramera, un padre frío que no escucha, un aula de clases que desprecia su mitad norteamericana. Ese es el verdadero dolor, pero ¿por qué no lo hacía feliz? Toda su infancia había deseado hacerlo. Desde que conoció a ese muchacho maravilloso en la biblioteca, con ojeras y rostro un poco cadavérico, le gustaba hacer o decir cosas que le robaran una sonrisa, porque cuando sonreía se iluminaba repentinamente, mostrando un espíritu jovial y optimista; reflejaba una belleza inmensa y tranquilizadora que le provocaba un bienestar extraño.

Quizá el mismo bien estar que buscaba él en la marihuana o esas porquerías.

—Tú me haces infeliz a mí y no digo nada. Bueno, ahora lo hice… —confesó Hans.

«No sé si te importa lo que me preocupa de verdad —pensó además—. Por eso odio no poder dejar de ser tu amigo.»

Las expresiones que ponía Otto asimilaban las de un niño pequeño, repleto de ingenuidad e ignorancia. Caminó con paso de muerto hasta el sillón, desplomándose a su lado, sin tocarle ni un cabello, y, como hizo anteriormente, frotó con suavidad su rostro contra el de su amigo, buscando afecto puro y libre de interés, sin pretender un acto promiscuo, o incomodarlo.

El menor suspiró, derrotado, y abrazó su cabeza con delicadeza, sintiendo la peste del tabaco asfixiante, reprimiendo los deseos violentos de su interior, concentrándose únicamente en apaciguar la necesidad de ternura que necesitaba el señorito Lankerthen.


Ninguno recuerda cuánto tiempo estuvo así con el otro; el momento no daba camino a ser roto, así que siguieron haciéndose cariños hasta que el sol se ocultó completamente en la noche de Munich. La nieve caía con más fuerza y la peste inundaba de lleno la nariz de Hans que enroscaba sus dedos por los mechones rebeldes del mayor. Quería hablarle de muchas cosas y no se atrevía. Se limitaba a hacer un repaso mental de su vida, de la de su amigo, de la Señora Norwood, que en realidad era Lankerthen pero decía en voz alta que ese apellido era asqueroso, en la otra señora Lankerthen que era amable y a veces encontraban saliendo de un motel, en el señor Lankerthen que…

Abrazó su cabeza con más fuerza, intentando transmitirle su compasión.

—Esa felicidad efímera te matará —susurró.

—Me hace bien… tú no lo entiendes, porque eres feliz…

—No. No la entiendo, porque busco otras salidas.

El eco del segundero del reloj comenzaba a volverse denso entre los intervalos de ambos. Eran ya las once de la mañana ¿y tan sólo habían dicho eso? No. Imposible. Pero así era… las horas volaban cuando el silencio y los recuerdos son rey del pensamiento. Hans se preguntó en qué estaría pensando Otto… si es que podía hacerlo con el cerebro tan quemado.

—Que suerte. De veras —comentó el mayor.

No se proponía progresar, ni salir de ese maldito pozo.

Finalizó el abrazo seriamente y caminó hasta el cuarto de baño. El vocalista escuchó el sonido de la ducha, y fumando el último cigarrillo del paquete, imaginó la silueta desnuda de su compañero, la figura del pequeño Hans que estaba crecidito, que era un muchacho atractivo, agradable, inocente, bueno. Quería adueñarse de él y no dejarlo salir jamás de su departamento. ¿Por qué no? Si se dejaba mimar de esa forma, puede que si se proponía, de una vez, salir del agujero alucinógeno, si expresara en palabras su único sentimiento puro y verdadero…

Quizás…

—¡Hey! Hans, ¿me escuchas desde aquí?
Claro que podía escuchar, pero ya estaba agotado, y bastante dolido por la charla reciente. Lo ignoró y siguió limpiando su cuerpo bajo el agua tibia. Tenía la paranoia de que, en la calle, todos podían percibir su peste.

—No quise que te enfadaras por eso último…

Sin respuesta.

Good… no seas idiota, sé que puedes escucharme —insistió, causando que el menor se enfadara más.

Otto continuó, sin obtener respuesta. Temió que esa vez fuera un “nunca más” de verdad. Se arrastró patéticamente hasta el mueble y tomó otro paquete de cigarrillos con las manos temblándole, la tez pálida y su cabeza volteando todo el tiempo a la puerta del baño. Fue un alivio cuando lo vio salir, con el cuerpo goteando, sus cabellos pegados al cuello y una toalla blanca rodeándole la cintura.

—¿Dijiste algo? —preguntó inocente. Pero le había hablado, es decir, no estaba enfadado.

—Dije que no quise que te enfadaras por lo que hablamos…
El sonido del teléfono interrumpió su diálogo. Atendió, extrañado, y escuchó la voz de Eric, su manager, sermoneándolo porque Hans le había dado su número a una persona que estaba esperándolo afuera del hotel. Trató de explicarle que debía ser un error, ya que de ser vedad se lo habría contado.

—¿Qué sucede? —gritó desde su habitación.

—Es Eric, dice que afuera hay un amigo esperándote, le dije que estaba equivocado, no dijiste nada de eso y...

—¡Ah! Debe ser Kurt… no te lo había dicho, pero… hemos estado… bastante juntos desde la última vez que vinimos a Munich. Fue a visitarme un par de veces. —Cada palabra le taladraba el cerebro, esperando el golpe final. —Estamos saliendo, no sé porqué no te lo dije… supongo que me olvidé. O como dice tu canción: las cosas importantes son para quienes tú les importas…

Salió del cuarto y lo dejó solo.

—Supongo.

Fue hasta el mueble pero en vez de abrir el cajón donde guardaba sus cigarrillos abrió el de la derecha. Sacó un cigarrillo distinto a los otros. Prendió el equipo de audio, quería escuchar algo que lo tranquilizara… no le gustaba el reggae, pero algunas canciones eran encantadoras, quizás mágicas. Lo puso a un volumen bajo que solamente él podría escuchar y se sentó en el rincón donde Hans lo había encontrado anteriormente. Comenzó a fumar mientras cantaba melancólico:

I wanna jamming with you…

 


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