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A hand friend por yoshika

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Notas del capitulo:

Hola de nuevo. La verdad que esta historia me ha llegado muy al fondo y se volvió mi vicio escribirla. Realmente es extraño... pocas veces me pasa, pero mejor para todos, ¿no?

Quisiera aclarar, que yo no tengo nada en contra de EEUU (salvo sus medidas políticas ¬¬), más nada que me defina xenofóbica XD simplemente Otto detesta ese país porque está lleno de malos tragos. ¿A quién no le ha pasado?

El hospital donde está su madre existe en la realidad. No soy buena inventando cosas en países ajenos así que tuve que buscarlo en internet jajaja.

La trama esta transitando una curva que desencadenará flashbacks, pelas, canciones, la gira por Europa, personas nuevas, drogas, fiestas y todo tipo de cosas locas que suelen envolver a las estrellas musicales que viven en un mundo tan psicodélico.

Dejo de molestar.
A leer

 

One dirty hand, other busy hand

 

—No te quiero, ¿sabes? No te soporto… no soporto a tu padre y te pareces tanto a él, aunque dice que te pareces a mí. No sé a quién demonios te pareces. —Sorbió su vaso de vodka y lo miró, sonriendo con malicia, mientras el pequeño, impactado por semejante noticia, mojaba sus pequeños pantalones de jean, en silencio; tenía deseos de llorar, pero no podía. —Eres adoptado, tu madre de verdad no te quería y vino a nuestra casa llorando, nos preguntó: «Este inmundo bastardo me da asco. Si les pago, ¿podrían quedárselo?». Como no teníamos mucho dinero, elegimos comprarte y aquí estás…

—¿Señor? —Susurró una voz—. Señor… ya hemos llegado. Despierte por favor…

Incluso esa azafata desconocida le hablaba con más ternura que su madre.

Otto abrió los ojos, se había quedado dormido desde que despegó el avión y estaba muy contento de haber despertado. Lo único que pasó por su subconsciente fueron escenas de una infancia espantosa y que intentaba olvidar constantemente. Algo que le iba a costar porque el hospital donde su madre estaba internada quedaba en el barrio donde vivió sus primero tres años.

Recogió sus maletas y salió del aeropuerto. Pidió un taxi y llegó rápidamente a su hotel. La única característica que requería su habitación, era estar alejada de las calles, es decir, lo más alto disponible.

—La habitación trescientos cinco está en el penúltimo piso, ¿está bien?

—Sí. No se preocupe —agregó, cuando vio venir al botones para llevar sus maletas—, no es necesario, sólo tengo estas dos, y no son pesadas. Una pregunta, nada más, ¿el teléfono?

—Hay un teléfono en cada habitación, Míster Lankerthen. Si desea hablar al exterior marque la tecla numeral seguida de cuatro, cuatro, cero.

—Ok, thanks.

Mientras hacía el corto trecho a su cuarto, sintió un gran vacío, extrañando que lo llamaran Herr Lankerthen o decir danke en vez de un asqueroso thanks. Ese lugar no era Alemania, su queridísima Alemania, la Alemania que concibió a Hans. Ningún otro país podía ser tan bello como aquél. Podría haber nacido en Noruega, conocerlo en Alemania y amaría más a Alemania. Amaba, y seguiría amando a Hans y su entorno.

Entró a su habitación y dejó las maletas al lado de la cama, se tiró sobre esta y tomó el teléfono, marcando el número para hacer su llamada al exterior; no podía pensar nada más que no fuera Hans, en su voz preocupada o contenta.

—Good night, I wanna to make a call to Berlin, please. Ok. Ok. Thanks.

Hans. Hans sorprendido por la diferencia horaria. Hans regañándolo porque en la caja de cigarrillos puso otros que no eran de tabaco. Hans susurrándole cosas. Hans.

—¿Hola? Otto, ¿eres tú?, ¿estás llamando del hotel? ¡Díctame el número!

Hans que tenía un novio que había llegado de Munich hace un par de días. Hans que no le pertenecía, que odiaba su carácter, sus manías, sus aficiones, su forma de actuar. Hans que quería una relación normal con un novio normal como Kurt. Hans. El Hans de otro.

—Otto. Responde. ¿Otto? ¡Si me estás hablando, no puedo escucharte! Malditos teléfonos norteamericanos. ¿Otto?

«Tú estás loco por Hans… ¡Ay! Pero él no te quiere… él se está cansando de ti y de tu mundo enfermo.»

—Otto. ¡Otto! ¿Quién habla? Sé que eres tú, no tengo ningún otro conocido en Estados Unidos.

«¡Ay! Pero él no te quiere…»

—¿Otto?

 

Su madre estaba internada en el hospital St. Vincent. No quedaba muy lejos del hotel. Por la mañana, recibió la visita de Raymond, el esposo actual de ella. Lo invitó a desayunar y charlaron un poco sobre Alemania, su vida, el grupo. Raymond era un muy buen hombre, casi podría nombrarlo camarada, porque se interesaba de verdad por sus cosas, aunque no tuvieran ningún vínculo especial. No lograba comprender cómo el esposo de la mujer que odiaba a su primogénito podía tratarlo como si fuera casi un hijo. Incluso ofreció hacer uso de algunos contactos para traer al país su primer y por el momento único disco. Pero tuvo que negarse, sería algo hipócrita de su parte.

Finalmente, el hombre le pidió que fuera a visitar a su madre en cuando pudiera.

—Recuerdas el nombre de tu madre, ¿verdad? —preguntó sonriente—. Hace muchos años que no vienes ni que hablas con ella. Sabes que eres bienvenido en casa, Otto.

—Tú me darás las bienvenidas, Ray, Hillary me escupirá en la cara. Ambos lo sabemos, no insistas en unir a una familia que no existe —respondió pausadamente. Sentía su cabeza despejada y una desconocida valentía crecía en su pecho, lo invadía una sensación omnipotente—. Iré en cuanto me organice, lo prometo.

—Recuerda. Lo has prometido. —Pagó el desayuno al mozo y se fue.

Otto sonrió y también se retiró del bar. Comenzó a vagar por las calles que recorría cuando vivía allí. Muchas cosas habían cambiado, no le interesaba demasiado, detestaba todo eso, aunque en el fondo, no podía odiar al cien por ciento sus propias raíces, así como no podía dejar a morir a su madre sin verla por última vez. …l mismo pensaba que todo ese debate era patético. Su infancia en Norteamérica era lo peor de su vida, y aunque en Alemania no la pasó muy bien con su padre, allí conoció a Hans.

Hans…

Quería llamarlo. Escuchar su voz dulce, quería oírlo preocupándose por él. Mas cada vez que pasaba por su cabeza llamarlo, recordaba las palabras de Aussatz. ¿Y si Hans le comentaba sobre Kurt y su estadía en Berlín? No estaba preparado para escuchar la felicidad brotando de sus labios, al fin y al cabo, él solamente era causa de enfado y momentos angustiosos, comprendía perfectamente por qué no podía estar al mismo nivel de Kurt: porque no era normal.

Pasó por una confitería, tenía ganas de sentarse y pedir un delicioso strudel de manzana… pero cuando se fijó en el menú de postres, recordó por enésima vez que eso no era Alemania, suspiró y pidió una porción de cheesecake y café. A penas estuvo un día y ya sentía una nostalgia dolorosa. Tendría visitar a su madre pronto para poder volver a casa.

Su madre era otro gran problema. ¿Para qué demonios Raymond le había pedido venir? Estaba más que claro que en su testamento no había nada para él, y el cáncer que tenía nunca sería lo suficientemente impactante para que aflojara su hostilidad. Más allá de su pequeño deseo de verla, de no ser por la invitación, habría conseguido no ir. Su padre se las ingenió y cuando le comunicó por teléfono la situación, le mando dinero para una corona funeraria, nada más. Llegaba incluso a envidiar esa indiferencia.

Sintió una inmensa necesidad de regresar y consumir. Dejó el dinero en la mesa, terminó con su porción de cheesecake, y regresó al hotel rápidamente. Rebuscó en el cajón donde estaban las cajas comunes de cigarrillos y comenzó a fumar uno por uno hasta que se hizo de noche y se vio obligado a comprar diez cajas más. No pretendía fumarlas todas, seguramente su angustia y ansiedad disminuirían en la segunda. El resto quedaba guardado hasta la próxima vez. Apagó todas las luces y se recostó sobre la cama, mirando el techo fijamente.

La noche era agobiante, y habiendo olvidado a su familia, el príncipe Hans era nuevamente el rey de sus pensamientos. Quería poder juntar el valor suficiente para hacerle una llamada, pero se veía imposibilitado.

Fuck… —protestó en voz baja, visualizando a su amigo mentalmente, mientras su corazón palpitaba un poco más fuerte de lo normal.

Y de repente, como si hubiera sufrido una epifanía, comenzó a recordar cada momento vivido con el menor, mientras comenzaba a respirar profundamente, disfrutando de todos los segundos de visualización. El corazón le retumbaba en los oídos y estaba a poco de querer escapársele por la boca. Su entrepierna también se veía inquieta y la erección venía en camino. Debía calmarla… quería calmarla.

Apagó el cigarrillo y deslizó una mano hasta su miembro, lo palpó tímidamente, estaba duro. Volvió a palpar con más fuerza y se estremeció de placer. Realmente se sentía exquisito. Muy pocas veces recurrió a la masturbación, no estaba seguro de por qué, no se veía muy necesitado e incluso llegó a considerarse anormal por eso (jamás lo consultó con nadie). Empero, en ese instante, no podía pensar en nada más que no fuera la satisfacción. Se preguntó cómo sería la mano de Hans al tacto con su sexo, quizá cálida y muy suave, probablemente le susurraría reproches en alemán mientras desabrochaba sus pantalones lentamente, como estaba haciendo él mismo. Bajó la ropa interior y sintió la textura de su erección, rozó las yemas de los cinco dedos sobre la punta y retuvo una risita, eso le causaba cosquillas, ojalá pudiera decírselo algún día. Luego pasó la yema del dedo índice repetidas veces, representando la lengua de su amigo. ¿Qué sabor tendrían los labios de Hans? ¿Sería Hans capaz de hacer esas cosas? De verdad que costaba imaginarlo, pero se sentía tan extasiado que no podía detenerse. Apretó todo su miembro con la mano y lo movió en forma circular, saboreando los labios, la lengua y todo el cuerpo del rubio; recordó una vez que fueron a nadar al río en verano y lo vio desnudo, apenas tenía diez años, pero él ya caminaba por sus trece y no veía las cosas de igual manera. Su cuerpo vital y ágil, su espalda lisa…

—Ja, ja… Hans… si tan sólo supieras —gimió, mordiéndose el labio con fuerza.

Los jadeos se intensificaron mientras aceleraba el ritmo del movimiento, la sangre hervía, su cerebro no paraba de maquinar. Nada demasiado obsceno, respetaba y amaba a su amigo para meterlo en una grotesca fantasía porno. Simplemente le hacía el amor como tanto anheló muchas veces; no vivía pendiente de poseer su cuerpo, también fantaseó con inocentes besos y cálidos abrazos no-amistosos. ¿Realmente pedía mucho? ¿Qué tenía que tener para ser amado? No eran las drogas, ni su padre ni su madre lo había amado de verdad y no se drogaba, sus compañeros de clase y sus maestros tampoco lo apreciaban demasiado.

—Don’t hurt me, Hand…

Una sensación cálida recorrió su miembro, estaba a segundos de correrse. No quiso recibir el impacto y se arrodilló sobre la cama, el líquido salió y arqueó el cuello hacia atrás susurrando palabras inentendibles en una mezcla de inglés y alemán. Una briza cálida entró por la ventana y Otto suspiró, apretándose aun con más fuerza. Gritando en su interior cuánto quería decirle todo lo que guardaba, jurando que dejaría las drogas a cambio de un insignificante beso. ¿En qué diantres pensó cuando viajó sin él?

Sus divagaciones fueron interrumpidas por el sonido del teléfono. Se sonrojó de inmediato y corrió al baño para lavarse las manos. Cuando regresó, el aparato seguía insistiendo. Atendió y su rubor se intensificó cuando oyó al protagonista de sus fantasías.

—¡Has llegado y no me has llamado si quiera! No te lo pienso perdonar…

—Tranquilo, Hand, estoy bien… no llamé porque estuve ocupado, me encontré con Raymond —titubeó.

—¿Fuiste a ver a tu madre?

—Aun no, si he llegado recién ayer a la noche… en la semana iré… sabes la relación que tenemos, no es fácil entrar en el hospital así como si nada. En parte, estoy un poco asustado. Que esté por morir no implica que me diga algún lindo insulto —respondió cortante.

—Si, entiendo. Pero debes recordar, que tú eres más fuerte que ella y no estás atado a una mujer así, además… —Se escuchó el sonido de una copa rompiéndose y a lo lejos siguió—: ¡Kurt! Eso era de mi mamá… ¡te voy a matar bastardito! —Luego, los pasos de que se acercaba al teléfono—. Los siento, Otto, ¿en qué estábamos? ¿Otto?

Se había cortado.

Otto había cortado.

 

Notas finales:

¿Dudas, preguntas, sugerencias? Abiertas en los comentarios, ya lo saben.
Muchas gracias por leer n_n
Nos vemos.


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