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El ciclo interminable por ines_kaiba_wheeler

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Notas del capitulo:

Normalmente haré las subidas de capítulo cada domingo, así será en todas mis historias a partir de ahora, lo que significa que el domingo subiré el capítulo tres. Esto lo hago para imponerme un ritmo y porque básicamente los capítulos de este fic en especial me parecen muy cortos. Tienen mucha información oculta, las mentes avispadas se darán cuenta de algunos detalles antes que otros, pero en definitiva es corto.

A los que lo habéis leído, mil gracias. Sentiros libres de comentar y si tenéis alguna duda, iros a notas del fic, dejad un comentario o mandadme un correo a la siguiente dirección neginiku@hotmail.com.

Un día nuevo se cernía sobre él dejando atrás una noche en vela más en la que las lágrimas habían actuado como personaje principal de una película de serie B. No habían parado de brotar de sus ojos cansados y si lo habían hecho, no se había enterado. Tan sólo dejó su mente en blanco, tratando con todo su empeño de no recordar aquellas caricias desprovistas de amor, los besos apasionados camuflados en mordiscos, la sensación de tenerlos dentro de él, arañando su interior con fuerza y rapidez. Nueve horas mirando el techo blanco, las manchas de humedad de un rincón y una pequeña lámpara con una bombilla de bajo consumo en el centro de su habitación, habían dejado su cuerpo todavía más adolorido pero era una sensación a la que ya estaba acostumbrado. Treinta y dos días soportando aquellos abusos que realmente no podían llamarse así. Cuatro semanas en las que había disminuido la ingesta de alimentos hasta el punto de vomitar cada vez que probaba bocado. Seiscientas cuarenta y siete horas en las que no tocaba una raqueta de tenis debido a la vergüenza que le ocasionaba que sus compañeros viesen los tatuajes temporales que decoraban su cuerpo. A pesar de lo difícil que fue los primeros días, al final se acostumbró. Como a todo. Ojalá no fuese tan sorpresivamente adaptable para los cambios.

Al ponerse en pie, no sin cierta dificultad, la cabeza le dio vueltas y tuvo que apoyarse en una cómoda para no caerse de nuevo a su fría y dura cama de los últimos días: el suelo. El estómago le pesaba como si se hubiese tragado un una tonelada de piedras, aunque la simple idea de comer hizo que la bilis le subiese por la garganta. Nauseas matinales, ojos irritados, cansados y seguramente rojos e hinchados. Su día a día volvía a repetirse, ¿habría algo nuevo hoy? ¿Algo que le sacara una sonrisa?

Con una lenta mirada trató de visualizar su reloj de pulsera, que estaba a pocos centímetros de sus manos, encima de la superficie del mueble en el que estaba apoyado. Con toda seguridad hoy no se lo pondría. Retuvo el aire en sus pulmones mientras terminaba de incorporarse, dando un par de pasos hacia el pasillo. Debía ducharse de nuevo, aún si no había hecho ningún esfuerzo tras la última ducha, teniendo cuidado de no mirar en ningún momento hacia el espejo del cuarto de baño. No tenía fuerzas para mirarse en él, al menos ya no, ni ganas. Sin embargo, más tarde, justo antes de irse al colegio, tendría que situarse ante él para poner bajo sus ojos un corrector de ojeras, una gota de colirio para cada ojo y cacao para sus maltratados labios.

El contacto con el agua sólo hizo que se encogiera todavía más. La espalda le dolía aunque, actualmente, no había parte de su cuerpo que no se sintiese entumecida y quejumbrosa. Miró sus manos, sus brazos. Lo único que parecía inquebrantable en su cuerpo eran sus uñas, cuidadas diariamente en una rutina que llevaba desde que era pequeño. Su piel había empalidecido por la falta de luz solar cosa que se notaba a simple vista; siempre había sido más moreno que el resto. La razón a este degradado en su piel era que apenas salía de casa y cuando lo hacía, no podía permitirse exponerse más allá de las rodillas y de los codos. Más allá de ellos, sería una completa locura hacerlo. Los mordiscos y demás marcas se verían a quilómetros de distancia. A pesar de lo que pudiese pensar la gente, no era tan tonto como se creían.

Al secarse tuvo extremo cuidado de no hacerse todavía más daño o de arrancarse la sangre seca que ya se había formado en sus heridas. En esos momentos en los que veía su cuerpo, las ganas de escapar, de huir de la ciudad para nunca más volver; conocer mundo, personas que no lo utilizaran como un juguete, vivir la vida, saber lo que es el primer amor, la ternura, que te correspondan con la misma intensidad...Sin embargo no podía. ¿Por una familia que no demostraban una pizca de interés por su salud? ¿Por los amigos a los que había dejado de lado por miedo al rechazo? ¿Por qué no podía huir? Por ellos. Una respuesta simple, concisa. Todo lo que es ahora lo es por ellos, lo acostumbraron a unos sentimientos ambiguos que lo confundieron y sin lo que ya no puede vivir. O sí y no puede alejarse para descubrirlo.

Ojalá alguien escuchase esa llamada de salvación. Ese grito mudo que no podía salir de su garganta. Quizá alguien que fuese sordo, o al menos lo aparentase, sería capaz de oírlo.

Salió de su casa, con la mochila del colegio al hombro, tras haber pasado de largo de la cocina. Era temprano, sí, pero no le apetecía ni comer ni estar más tiempo en aquella casa, en los gemidos, gritos y murmullos que se habían quedado grabadas en las cuatro paredes de su habitación. Así pues, con un golpe de aire fresco en la cara, la luz del sol iluminó sus pasos y los que ya dejaba atrás. Al menos mientras estaba fuera sólo tenía que preocuparse de mantener su vista hacia el suelo para evitar verse en el reflejo de los escaparates o la chapa de los coches, como si fuese un vampiro. La paz empezó a llenar su pecho y la taquicardia se detuvo. Por fin, sus latidos se habían estabilizado.

Aunque no por mucho.

Un pequeño golpe, ocasionado por una mano ajena, en su nuca le hizo levantar la cabeza aunque no la mirada. Debido al pequeño salto que había dado, un escalofrío lo recorrió de cabeza a pies por el dolor que había causado aquella acción. Al ver unos pies delante de los suyos, caminando aparentemente hacia atrás, miró hacia la persona que tenía delante. Por el uniforme que llevaba ya se esperaba quién podía ser.

-Estás hecho una mierda-tan directo como siempre-Kawamura.

Delante de él, con una mirada de curiosidad perfectamente camuflada por otra de odio, se encontraba su vecino y antiguo compañero de kárate Jin Akutsu. No pudo hacer otra cosa que forzar una sonrisa avergonzada y rascarse la nuca inconscientemente, dándole la razón con un leve asentimiento. Al menos había gestos que nunca iban a cambiar en él. Sin embargo, comprendió que había sido un craso error al ver como la mirada que tenía enfrente se deslizaba de sus ojos hacia las muñecas que se habían revelado al bajarse levemente la manga de su uniforme. Las cejas de Jin se habían fruncido durante un segundo aunque Takashi no pudo advertirlo. Bajó de nuevo la mano, mientras la sonrisa se le evaporaba, para después devolver la chaqueta a su punto original. Las marcas violáceas que había dejado el cinturón que lo había atado el día anterior estaban otra vez cubiertas, fuera de la vista de cualquiera.

Para su sorpresa, vio como Jin descolgaba su mochila, abría la cremallera con inusual rapidez, metía la mano dentro y sacaba de su interior un trozo de venda enrollado que no dudó en lanzarle al pecho. A duras penas pudo cogerla antes de que cayese al suelo. Una vez con ellas en la mano tuvo que detenerse al hacerlo su vecino.

-Si no quieres que se vean, no dejes que se vean, imbécil-y, tras darle un levísimo puñetazo en la mejilla que fue más bien como una caricia, se escaqueó entre los coches que circulaban por la carretera.

Todavía confuso por la acción inesperada de ese rebelde sin causa, soltó una pequeña risa al ver cómo le sacaba el dedo y la lengua a un conductor que había tenido que frenar bruscamente para no atropellarlo. A veces le gustaría ser como él, hacer lo que le diese la gana sin pensar en las consecuencias. Libre de toda atadura con la sociedad. Pensando en eso, recordó la venda que aún tenía en la mano. No debía ponérsela en mitad de la calle, por lo que se la guardó en uno de los bolsillos del pantalón con el propósito de vendar sus muñecas una vez llegase al baño del colegio, donde nadie podría verle. Aunque ahora que pensaba en él, se preguntó si debería hacerles una visita a sus ahora antiguos compañeros del club de tenis. Si bien se veían todos los días, hacía mucho que no entablaba una conversación digna con ellos. Tampoco es que tuviese muchas ganas de hacerlo. Recordaba haber hablado con Kunimitsu al día siguiente de darse de retirarse. Le había preguntado las razones y simplemente le había contestado que al estar cerca la graduación, prefería concentrarse en los exámenes, después de todo, se iba a retirar de todas a todas al graduarse. El capitán no había profundizado más en el tema no por no querer, sino porque sabía que no llegarían a ninguna parte. Si algo caracterizaba a sobre manera a Takashi era su cabezonería y terquedad, más que comprobadas en su partido con Gin Ishida en los nacionales que habían transcurrido en verano. Otro escalofrío lo recorrió por completo pero esta vez lo acompañaron las nauseas y las arcadas. De momento dejaría de pensar y dejaría la mente en blanco.

Quizá otro día se pasaría a saludar al equipo, pensaba mientras dejaba atrás las pistas de tenis para meterse directamente en el colegio por la puerta principal. Lo único que necesitaba era paz en ese momento y sobretodo mucho silencio para que el dolor de cabeza que tenía debido al cansancio no lo matase.

Morir... ¿Sería esa la única solución a sus problemas?

 

Notas finales:

Bien. Ya sabemos quién es esta persona que está sufriendo los abusos. Supongo que ya os esperábais algo así o parecido. Sólo como puntualización. Si no ha sentido miedo ni rechazo al ver a Akutsu, ¿quiénes le están torturando diariamente?

Queda dicho.


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