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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo: El encuentro de Shaka y Simons ha terminado, pero ahora queda el enfrentamiento con Saga. ¿Qué ocurrirá? ¿El río decidirá ir al mar?
Bajaba los pisos dentro del ascensor, con la vista fija a los números que iban marcando en descenso. Los zafiros estaban así, perdidos y endurecidos de emociones diversas, contrastante en una tempestad que prometía ser siniestra, terriblemente desastrosa. Se sentía burlado, manipulado, controlado y sobre todo: subestimado. Y algo que más odiara Shaka de eso era precisamente esa palabra.

Todo lo que Simons le dijo en la cena taladraba sin demora en su mente, repitiéndose una y otra vez con la más mínima intención de hacerse retroceder. Sus ojos envueltos en una espesa bruma gris sólo mostraba un brillo tan opaco que podría pasar fácilmente a oscuridad. Sentirse tan al descubierto no era sólo lo que le molestaba, sino el tener que admitir que aún a pesar de eso, él no iba a hacer nada.

--No voy a retroceder--se repitió por enésima vez mientras los números seguían bajando hasta la planta baja, en el cambio de luz y sombra apenas perceptible en el ascensor.

Recordó las palabras de Simons al final, cuando lo vio totalmente desarmado. Un rio para limpiarse debe volver a su origen. Para evitar que las aguas se sigan contaminando se debe ir a los puntos donde están el foco del problema y solucionarlo; comúnmente, aguas arriba.

Para eso el rio no podía hacerlo solo… necesitaba ayuda.

Y él no la pediría…

--No voy a retroceder--volvió a enfatizarse con una decisión marcada entre ceja y ceja.

La puerta de ascensor abrió dando por fin con su destino. Algunos turistas entraron al aparato mientras Shaka salió, con sus manos ocultas en el abrigo marrón y caminando con toda la aristocracia que aún gozaba y llevaba marcada con fuego. Sentía sobre él varias miradas, como siempre, como ya estaba acostumbrado incluso desde Londres, desde niño. Si, esa forma en la que todos desviaban la mirada para observarlo porque él estaba consciente que había sido dotado de una belleza peculiar y llamativa. Recordó en ese momento como siempre en las celebraciones de alta alcurnia en Londres desde niño ya las mujeres de la casta hablaban de lo bien que sería que sus apellidos se unieran, de los beneficios en negocios que significarían la unión formal de sus hijos. Decenas de niñas que le eran presentadas y él las veía con inmutable indiferencia y por supuesto, esos comentarios que tanto molestaba a su padre, esos que están de más: si fuera niña, quedaría muy bien con mi hijo.

Si… en su niñez si no fuera por el pequeño traje de smoking de talla, podía ser fácilmente confundido por una niña. Su rostro redondeado con hermoso cabellos dorados, pestañas abundantes, cejas delgadas, ojos azules; muchos decían que era toda la belleza de su madre impresa. ¿Por qué no heredó las cejas gruesas de su padre? Muchas veces se preguntó eso y en otras dejó de darle importancia.

Shaka ahora estaba frente a las escaleras que lo llevaría a la recepción y justo al final, sentado estaba el abogado que al verlo se puso de pie y lo miró de forma consistente. La mirada de Shaka estaba allí, permanente e irrevocable a una decisión que no pensaba cambiar. Empezó a bajar cada escalón, sin quitarle la mirada de encima, mientras recordaba como las cosas cambiaron desde esas prácticas de futbol, el cómo al ir creciendo su cuerpo por la edad y ejercicio, el cómo su aniñado rostro iba mutando a uno más varonil, el brillo de los ojos de su padre era más llamativo, vistoso. “Soy su varón” se repetía a veces orgulloso frente al espejo, al notar que empezaba a marcarse los músculos de sus brazos y piernas, que crecía. Emocionado porque la voz se agravaba, el vello salía. La emoción de su primera afeitada, su primera erección, todo aquello que le hacía sentir como hombre…

El problema fue que como hombre las chicas no eran totalmente de su agrado. Y allí, empezó el karma.

Pisó el último escalón. Con la misma actitud y sin quitarle la vista al abogado fue caminando, vio a Saga acercarse a él, buscar interceptarlo en su camino.

No voy a desembocar aún.

Se detuvo a unos diez pasos a su lado, quizás esperando que se le acercara. Una sonrisa irónica dibujó los labios del decorador cuando, cortando el contacto visual, se fijo directamente a la salida del hotel. Pasó de largo, siguió su camino.

Rechazó el mar.

Saga, que más bien esperaba quizás algún tipo de reclamo, no supo de que manera tomar la actitud de Shaka al simplemente dejarlo de lado y seguir su camino. Lo vio abriendo la puerta hacía la salida, despidiéndose del vigilante y él, no podía quedarse sin respuesta. Salió tan apresurado como pudo, sacando las manos de su bolsillo y alcanzando la calle. Lo vio caminar hacía la parada de autobús y él empezó a acelerar el paso, llamarlo.

--¡Shaka!--sólo veía el vaivén de su cabello dorado trenzado al son de sus pasos--. ¡Shaka!--volvió a llamar, tropezando con algunos transeúntes--. ¡Shaka!--levantó la voz una vez más… y perdió la paciencia.

Apresuró el paso, extendió su brazo, tomó el antebrazo derecho del rubio y no vio venir el gancho izquierdo que se encajó en su mandíbula aturdiéndolo. Cayo sujetándose a la pared cercana y con la mano en la mandíbula luego del puño recibido. Las esmeraldas subieron para ver el rostro del decorador, acariciando con su palma derecha el puño.

--Buen gancho--sonrío el abogado como para amenizar el momento. Los zafiros refulgieron con verdadera ira--. Al menos saber que no te quedaste significa que yo llevo la ventaja.

--¡No seas idiota!--masculló el hindú dando la vuelta para seguir su camino.

--Supongo que ya sabes lo que paso…

--¡Te demandaré por acoso!

--Falta mucho para ser llamado un acoso, Shaka--el rubio de nuevo volteó a encararlo. Saga cortó espacio, dando dos pasos al frente y mostrándole así su altura y autoridad--. No intentes usar la ley con un hombre que puede torcerla a su favor--siseó y al momento que detectó en Shaka los deseos de retirarse lo tomó de su muñeca y lo obligó a mantenerse cerca de él--. Tengo forma de justificar esa investigación, Shaka.

--Suélteme, Sr. Leda--amenazó el rubio.

--Puedo adjudicar el hecho de no tener nada en los archivos de Grecia y un acto de seguridad personal, ante la posibilidad de estar tratando quizás con un fugitivo de la justicia en Londres. Una sospecha de quizás alguien que está metiéndose en las casa de grandes figuras de Grecia para otros intereses en vez de la decoración.

--Maldito…

--Claro, nadie investigaría a un decorador así como así, pero se trata de mi, y de muchos enemigos que tengo por mi labor en tribunales. Nadie podría dudar de mi testimonio si digo que te investigué con ese motivo.

--¿Qué pretendes con todo esto, Saga?--la respiración estaba pesada, turbia. La ira le brotaba por los poros.

--Ayudarte.

--¡Ja! ¡No me digas!--se mofó mirándolo con determinación--. Yo no necesito ayuda, ¡así que suélteme!

--Todos la necesitan, Shaka. Legalmente, todos los acusados tienen derecho a tener un abogado, si no lo pide por ellos mismo, el juzgado le asigna uno--sujetó con más fuerza la muñeca, la pegó a su pecho, obligando que el cuerpo del decorador se acercará aún más--. ¿A qué le temes, Shaka? ¿A tu pasado? ¿A que no pueda entenderlo? ¿Crees que te juzgaré por lo que haya sucedido con ese hombre?--los zafiros se enrojecían, encendían, se mostraban enfurecidos--. No será asi, no tengo que juzgarte de nada, no tienes que seguir…

--¿Por quién diablos me tomas?--preguntó indignado--. ¿Acaso crees que me dejó llevar por nimiedades como esas? ¡Me importa muy poco lo que llegues a pensar de mi, Saga!

--Ah si, ¿y entonces porque te molesta tanto que te haya investigado?--inquirió el mayor con la mirada decidida. Los zafiros se inyectaron de sangre.

Un empujón del rubio y en el otro segundo era Shaka quien había colocado contra la pared a Saga, tomándolo del cuello y mirándolo con una rabia evidente. Lo soltó a los segundos, acomodándose su abrigo y mirándolo con el orgullo arraigado, dispuesto a no rebajarse a su nivel.

--Hoy definitivamente he aprendido dos cosas, Saga Leda--habló, con la mirada sostenida con fuerza--. La primera, ¡Simons es lo peor que me pudo pasar en mi vida!--el abogado lo veía con sus esmeraldas embotadas un tanto de dolor, otro de piedad--, y la segunda, ¡es que tú estás después de él!

Dio media vuelta dispuesto a irse, a dejar ese mar atrás y seguir su camino. Saga lo observaba, comprendiendo finalmente que al parecer la opción de Mu era la que se iba a cumplir: Shaka los ignoraría a ambos y seguiría con su vida. Crujieron sus muelas con enfado y cerró sus puños no queriendo dar un paso atrás, dispuesto a hacerle ver que no estaba bien esa decisión. ¿Qué es lo que lo detenía de ir a él? ¿Por qué le huía?

--Si al menos me explicaras tus razones, Shaka--volvió a buscarlo, a perseguirlo, interceptarlo. Shaka lo miraba cansado, harto de seguir viéndolo, de seguir esquivándolo--. Dime porque me rechazas… ¡no!, ¡porque te niegas a ti mismo a sentirlo!

--No te creas tan importante para mi, Saga. No eres más que un cliente.

--Mientes.

--Déjame en paz de una vez.

--No lo haré. No hasta que me digas que es lo que sucede.

--¡Por los dioses! ¡Me harás denunciarte, Saga!

--Ya te dije que pasara si lo haces, ¡las cartas me favorecen!

--¡¿Qué es lo que quieres, maldita sea?!--gritó el rubio mirándolo con ira acumulada.

--¡Qué me digas que pasa, muéstrame la evidencia y dime porque no puede proceder lo que sientes por mi!--un paso más al frente, acorrálandolo--. Si no lo haces me seguirás obligando a desenterrar pistas, Shaka, a conseguir todas las evidencias necesarias para convencer a cada uno de tus argumentos de que estás equivocado y que si puedes corresponderme… No, ¡que me correspondes!

--Como un abogado--farfulló el menor observándolo fijamente.

--No puedes condenarme por ello. Para eso estudié.

--Bien…--siseó Shaka con una sonrisa siniestra, demente, dispuesto a golpear con todo.

Si el mar deseaba tanto que el rio fuera hacía él, iría, con todas las piedras que trae.

--Entonces te hablaré como el psicólogo frustrado que soy, Saga--palabras duras, mirada férrea, enrojecida, el mentón en alto… orgullo firme--. Si bien, se busca darle ayuda al paciente, no importa que tan buenas intenciones tengas y muchos menos los métodos que uses, pero si el paciente no quiere recibir ayuda, ¡TODO ESO VALE MIERDA!

No había nada más que decir…

No había nada más que objetar…

Dejando sin palabras al abogado, Shaka Espica dio media vuelta, tomó un taxi, se marchó.

Sólo pudo ver el auto salir de su campo de visión con impotencia. Cerró sus puños y terminó lanzando uno frustrado contra la pared, ahogado de rabia, de preguntas. Si Shaka no se había quedado con Simons, sino era él la amenaza, ¿qué ocurría? ¿Por qué sentía que había algo más? ¿Por qué se negaba?

--¡MALDITA SEA!--exclamó pasando su cabello hacía atrás con una de sus manos, intentando aplacar la ira, la rabia, el enojo… todo…

Subió su mirada al cielo de Athenas, vio las estrellas. Spica brillaba con fuerza ese día, la estrella central de Virgo. Virgo, su signo… el signo que resguardaba a Shaka.

Decidió… fue a perseguirlo. Lo haría así huyera de Grecia.

--Buenas, Aphrodite--escuchó la voz del sueco en el comunicador. Viendo fijamente la carretera que se abría a su paso, Shaka también había tomado una determinación--. Si, todo está bien, háblame de los avances--escuchaba todo a su paso, conforme veía las luces de los autos pasar a su lado. El taxista lo observaba desde el reflejo del retrovisor, zafiros turbios, un rostro enrojecido por sentimientos acumulados y aplastados compresión--. Comprendo, avísales a Aioria y Aioros que habrá cambio en el itinerario. Lleven café, a partir de mañana trabajaremos las veinticuatro horas. Planeo acabar los arreglos en tres días--escuchó la pregunta extrañada de Afrodita con los cambios, los inconvenientes, la demanda de razones--. No hay más razón que el hecho de que si sigo en esa maldita casa un día más, terminaré destruyendo todo lo que ya he logrado--“huyes…” Qué perceptivo era Aprhodite… o qué transparente era Shaka en ese momento, no sabía cuál era lo correcto o quizás las dos lo eran--. Debí hacerlo semanas atrás, ¡apenas se le ocurrió besarme!--el silbido que terminó por molestarlo más, luego una risilla cómplice. Como siempre, Aprhodite jamás veía muchas complicaciones a las cosas a pesar de saber perfectamente sus razones--. No estoy para eso ahora…--las disculpas… el apoyo…--. ¿Les avisaras?--la afirmación--. Te lo agradezco--. El consuelo, la mano amiga tendida que nunca iba a tomar--. Lo sé--la despedida…--. Adios.

Cortando la llamada, Shaka fijó su vista en el reflejo de la ventana a su lado. Recordaba las palabras, su vida en Londres, la mirada de orgullo de su padre y madre…

“Pero es evidente, que lo que buscas es que tu estrella brille tanto que incluso en Londres tu luz llegara y tu padre, Radamanthys, tendrá que ver que tú, a pesar de todo, ¡sigues siendo su varón!”

Lo que significó esa relación, lo bueno… no podía quitar lo bueno. Lo que aprendió, el cómo se sintió correspondido, la confianza… la protección que en algún momento sintió en sus brazos. Las tarde que abrazados en las sábanas hablaban de las ideas para los próximos libros. Las sonrisas cómplices, el sentir que sus conocimientos eran el apoyo y servirían para ayudar a miles de personas en cuanto leyeran. “Frente al espejo” lo habían escrito juntos…

“…porque tú lo sabes… estás cansado de correr solo.”

Una lágrima frustrada que terminó brotando… una lágrima que halló fin antes de rodar por su mejilla.

“Huyes ahora mismo del pasado, Shaka.”

Huía, huía desde hace seis años… No, no huía, simplemente le obligaron a huir. Fue desterrado, de todos, por todos…

“Pero tu llevas escombros a tu paso Shaka”

La única razón para matar lo que sentía…

“La verdadera razón por la que no quiere llegar al mar, Shaka es por temor de lastimarlo con tus frustraciones, todo eso que no has arreglado y sigues arrastrando del pasado…”

Razón suficiente… más que suficiente…

“Temes herirlo y por eso sigues tu rumbo solo.”

No tenía otra opción. Las heridas debían maquillarse, las grietas taparse, con papel tapiz, tal cual dijo Aphrodite. Quizás llegara el momento que la pared termine agrietándose, destruyéndose y lo obliguen a entonces arreglarla… pero mientras fuera una grieta pequeña, no la atendería…

Y allí estaba, en el taxi, sin darse cuenta siguiendo esa primera lágrima, marcaron unas más. Habían llegado ya, no sabía desde hace cuanto, pero el taxista no dijo nada, y él lo agradeció. Shaka cerró sus ojos tratando de recuperar su temple que en la oscuridad de un auto desconocido se permitió perder. Tomó su pañuelo, secó las lágrimas, respiró profundo. Pagó, salió, el chofer preguntó por cortesía si todo estaba bien, el rubio respondió sin ánimos de nada.

Al salir del auto, vio frente a los departamentos de nuevo el auto de Saga, el griego esperándolo, con las manos en los bolsillos, decidido.

El mar frente a él, tan amplió, que era difícil evadirlo.

… y en cuanto llegues al mar… lo golpearás con todo lo que traes.”

Ante la nueva determinación, los zafiros se apagaron.

--¿Estás dispuesto a obtener lo que quieres, Saga?

--Por supuesto. De otra, manera, jamás me hubiera dignado a investigar a un decorador, Shaka--las esmeraldas que lo miraban dispuesto a no retroceder. A obligarlo--. Arriesgue todas mis cartas hoy, si perdí la partida, al menos exijo saber la razón.

--¿Por muy dura que sea la respuesta?--inquirió el rubio. Saga le sonrío confiado.

--Por muy terrible que sea, Shaka.

--Bien… sígueme.

Shaka sin hacer más contacto visual fue entrando a la residencia, junto con Saga quien lo seguía desde cerca leyendo cada movimiento. Los nervios del abogado se activaron, no estando muy seguro de que esperar, mientras observaba al rubio caminar con la misma pasmosa frialdad que lo vio en el hotel, las manos en el bolsillo, el mover de su trenza dorada. Subieron en el ascensor en total silencio. Caminaron por el pasillo con el mismo mutismo, Saga intentando leer que era lo que pasaba por la mente de Shaka, el rubio con la vista en algún punto muerto.

Y se escuchaba, el correr de ásperas aguas que en velocidad se estrellaban con piedras y escombros. Se escuchaba a si mismo corriendo con furia sabiendo que ya iba a llegar… golpearía desde las alturas… debajo de él, al final del acantilado, estaba el mar esperando…

Lo sentía…

Abrió la puerta de su departamento, la dejó abierta tras él.

--Cierra la puerta--le pidió, mientras se quitaba el abrigo, desataba su trenza.

Saga la cerró, sintiéndose alertado por algo. Lo vio perderse en el pasillo hacía la cocina, decidió esperarlo sentado en el mueble. Su corazón palpitaba con fuerza… sentía que algo de increíbles proporciones iba a ocurrir.

--Bien, ya tomé agua--lo escuchó decir. Subió la mirada.

Abrió esmeraldas, desconcertado.

La camisa cayó a un lado, el cabello rubio acariciaba el torso desnudo. En silencio observó cómo era desatada la correa, desabotonado el pantalón.

--¡Qué pretendes!--se levantó agitado, entre el temor, entre el deseo… la agitación, las dudas… las hormonas. Zafiros se levantaron viéndolo incrédulo. Manos dejaron caer el pantalón, notándolo ya descalzo.

--¿Qué sucede?--inquirió el decorador con una mirada sensual, sacando los pies del pantalón que se quedó en el suelo. Sólo un bóxer gris lo cubría--. ¿No es esto lo que querías?--pasos lentos, el cabello dorado que se movía al son de movimientos creados para provocar. Un hombre que conocía perfectamente cuánta era su belleza y el cómo aprovecharla al máximo--. ¿Qué te correspondiera?

Dio un paso atrás, hallándose contra una pared. Sintió la piel encresparse, los deseos quemarle, la sangre bullir en sus venas, al mínimo acercamiento. Sus manos fueron tomadas y colocadas en la afilada cintura blanca, su cuerpo tembló al contacto. Ojos azules que lo sumergían en el encantamiento digno de su origen oriental… labios sensuales que lo seducían…

Sintió los labios delgados tomar los suyos gruesos. Sintió la lengua caliente buscar espacio en su boca. Las manos blancas tomando su rostro por la mandíbula, estrujándole, exigiéndole una respuesta con fuego… El mar que empezó a agitarse, la marea que subió. Saga respondió…

Llevado por el fuego se tomó de esos labios y los poseyó con toda la pasión acumulada. Domado por la luna, aplastó entre sus dedos los glúteos del decorador emitiendo un gemido. Se dejó ir por los deseos, quemar por las ansías, desvió sus besos amantes por la barbilla, descendía al cuello…

Los zafiros veían el techo…

Y escuchaba los escombros a punto de caer…

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