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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Shaka ha llegado a la casa donde debe prestar sus servicios y en la cual Saga le hace el recorrido. Sin embargo ambos se han dado cuenta que las cosas podrían tomar otro rumbo, ¿lo permitirán?

Estúpido…

Esa era la palabra que podría definir mejor el cómo se sentía el decorador luego de ese simple paso en falso que propició aquel acercamiento tan extraño y violento.

Estúpido…

Se reclamó mil veces el haber estado más pendiente del estado de la losa de la cocina que de las visibles grietas del piso de madera.

Estúpido…

Luego de reclamarse por largos cinco minutos a sí mismo y colocarse una nota mental de ver el suelo —esperando que esta vez no se diera contra la pared—, Shaka regresó a su compostura anterior, neutral, e inmediatamente impuso distancia. Suspiró profundo para tomar la palabra y cortar el incomodo espacio de mutismo que los había acorralado a ambos en esa cocina. 

—Gracias, tendré cuidado —respondió con la mirada fija en algún punto de la pared—. ¿Cuánto tiempo tiene esta casa desde que está desocupada? —El abogado subió su mirada. Pudo observar como el decorador salía de la cocina, dejando el bailar de sus cerdas doradas en el aire.

—Tres años, según me dijo el dueño. —Le siguió hasta la sala—. Ya envié a revisar todo el sistema eléctrico y de agua, afortunadamente está en buen estado, aunque tuvieron que destaparse algunas cañerías llenas de tierra por el desuso.

—Comprendo. —Siguió moviéndose por toda la sala ahora más pendiente de en donde pisaba. Aprovechó para sacar su Palm del bolso y empezó a realizar anotaciones mientras recorría el lugar, ubicando detalles pertinentes—. ¿Gusta de leer? —preguntó sin más y tentó con la yema de los dedos una de las paredes.

—Sí, soy ávido a la lectura. ¿Eso qué…?

—¿Le gusta beber? —indagó de nuevo, pasando su mano sinuosamente por la superficie. El griego lo miró de forma inquisitiva, esperaba prguntas que tuvieran que ver directamente con la casa. Quizás que colores, que estilo, si gustaba algo más clásico o vanguardista. No sobre sus intereses personales—. Supongo que sí por lo de anoche. —Agregó Shaka antes de caminar dos pasos más y repetir el movimiento.

—Realmente no soy de beber al menos que esté demasiado presionado… pero…

—¿Pintura? ¿Escultura? ¿Algún tipo de arte? —interrogó el más joven al mismo tiempo que hacía anotaciones variadas

—Un poco de pintura impresionista quizás… ¿A qué vienen esas preguntas?

—¿Grupo musical favorito? ¿Género musical? —El abogado frunció su ceño, algo incomodo con las preguntas, mientras veía el paso de las falanges de nueva cuenta sobre la pared derecha de la sala, cerca de una de las ventanas—. ¿60, 70, 80, 90?

No se sentía cómodo, no podía. Quizás se trataba de su forma de ser, de su necesidad de tratar de evadir a toda costa los gustos que le definían, en especial después de haber tenido que aceptar uno que cambiaba el panorama de su propio mundo. Frunció el ceño, necesitaba tranquilizar sus pensamientos y no ver más d lo que el rubio pretendía con todas esas preguntas. Necesitaba calmar la ansiedad que lo aturdía al sentir que era víctima de un escrutinio y podrían ver más de lo que él estaba dispuesto a mostrar.

—Nada en especial, tal vez un poco de Rock&Roll y Blues, los 80, me recuerda a mi juventud. —

—Bien… para esa década apenas yo andaba en pañales molestando a mis padres. —El griego no supo como tomar la acotación: si le decía viejo, o que era demasiado mayor para él, o que no le llamaban la atención sus gustos. De repente empezó a meditar en el porqué le preocupaba que llegara a pensar tales cosas. Su mente divagando, su sofocante necesidad de hacerle sentir incomprendido quizás colaboraba para ver sombras donde no las había—. Bien, tenemos una pared con filtraciones de agua.

Aquella acotación lo sacó de sus cavilaciones personales para detenerse a ver la pared. No odía ser que estuviera con filtraciones, antes d llamarlo había pedido un trabajo para hacerle un mantenimiento general en la casa. Se fijó en las manos largas y delgadas del decorador tocando con firmeza la pared y analizando sus rasgos.

—¿Si? Pero yo…

—Pues no hicieron bien su trabajo. —Shaka se encogió de hombros, sin dar importancia a lo que podría decir el dueño—. ¿Me permite ver su oficina? —inquirió el menor, con una mirada seria.

Saga le miró por un momento largo, claramente sorprendido. A veces sentía que Shaka iba y venía, se movía más rápido de lo que a él le daba tiempo de comprender sus motivaciones. Lo que él hombre no entendía es que Shaka lo estaba analizando a él a partir d sus palabras y a partir de esa casa. Estaba haciendo un esquema minucioso de su ser, sin siquiera tenerlo que relevar. El rubio afirmó la petición dando una media vuelta para estar al frente. Se cruzó de brazos mientras esperaba, uniendo todos los puntos en una perfecta matriz que le hablaban de él.

El griego tardó en responder. Parecía pensar muy bien en cómo justificarse, por lo que se entretuvo pasando su mirada a las paredes, a puntos fijos del piso e incluso a sus zapatos. Se pasó una mano hacía su nuca, rascándose con algo de vergüenza. Esperaba no tener la necesidad de abrir ese lugar.

—Está algo desordenada… —confesó el mayor ladeando el rostro a un lado. No veía tampoco necesidad de mostrársela. El trabajo por los momentos tenía que ser en la casa.

—¿En serio? No parece ser un hombre desordenado. Igual, quiero verla.

Por gracioso que le pareció al decorador, el griego empezó a ponerse algo reacio para mostrarle la oficina, pidiéndole que la revisara más tarde cuando la acomodara algo, que no se había instalado bien, que podría empezar primero con la casa, en fin, una cantidad de escusas provocó en Shaka un gesto intrigado.   Enarcó una ceja, interesado. 

Debía estar echa un asco para que el hombre estuviera colocando tantos inconvenientes, pero el decorador no dio un solo paso atrás. Quizás la base que le hacía falta para armar el molde de quién era su nuevo cliente estaba allí. Resignado y algo incomodo, el griego entró hasta el despacho, abriendo la puerta de la izquierda y encendiendo las luces. El rubio enarcó una ceja al ver el visible desastre en el que estaba convertida la oficina.

Sin esperar a que le dieran el permiso, entró al lugar. Esquivó algunas cajas de cartón abiertas y observó algunos restos de comida en el escritorio, vasos con hielo y envases de comida rápida, montones de papeles en el escritorio y carpetas, que impedían ver donde estaba el mouse y teclado del computador de mesa. Una repisa a lo alto tenía una foto de él de niño, junto a un igual y sus padres. La analizó con cuidado, deteniéndose a ver que a su lado había una estatuilla de la virgen y un rosario. Eso era lo único acomodado en todo el desorden de la oficina.

Shaka allí lo había visto todo. El piso sin brillo, las paredes pálidas. Había allí tantos detalles que terminaba de mostrarle quién era la persona que lo estaba contratando y el estado actual de su vida.

—Por eso te decía que era mejor esperar a acomodarla algo… —comentó el abogado, con sus manos en el bolsillo. Caminó evadiendo su propio vendaval esperando el momento para regresar—. Espero perdones el desorden.

—No hay que disculpar —sentenció el rubio, dando un rápido vistazo por el estante de madera, viendo algunos libros de leyes a medio colocar—. Este no es usted —concluyó al final y pasó su vista por los cajones.

—¿Cómo? —El abogado levantó la mirada algo desorientado.

—Que este no es usted… —Shaka pasó un dedo sobre la superficie de madera, notando el polvo acumulado. El griego no supo de que manera afrontar eso—. Desorden, suciedad, cosas sin completar, tareas a medio hacer, apatía, desazón… —nombraba el rubio mientras se acercaba a él, con la mirada fija, estudiándolo—. Me dijo que vivía con su hermano. Supongo que por ello debe cuidar el cómo deja las cosas allá, así que su oficina es por ahora su espacio personal. —El griego iba a objetar algo a su favor cuando el rubio remató su interpelación—. Es una verdadera lástima…

Compró una casa vieja, descuidada y en malas condiciones, con amplió terreno para crecer, pero allí, minimizada. Eso era su vida. Shaka veía todo con tanta claridad, que se había sentido tocado por ello. Eso era lo peligroso del trabajo, hallarse identificado. Ese hombre le recordaba una parte de él que temía volver a aflorar, pero era evidente que necesitaba ayuda. Recordó de nuevo el libro que había traído, dejando al hombre en la oficina mientras atravesaba el pasillo.

Compró la casa y confió su cuidado a un grupo de personas que quizás al verse sin supervisión no habían hecho el trabajo completo y le habían cobrado todo de la misma forma. Un hombre que temía enfrentar él mismo las cosas, y la dejaba en manos de otros. Aturdido con su fracaso, quería tener algo que pudiera darle un sabor dulce al menos parecido a una victoria personal. Comprar una casa vieja y remodelarla definitivamente cumplía ese objetivo. 

Saga, entre tanto, se  había quedado absorto, sin saber que decir. Escuchar esas palabras lo había molestado, nadie se había atrevido a simplemente echarle en cara algo, mucho menos alguien a quien apenas tenía contadas horas conociéndolo, por mucho que el día anterior lo hubiera usado para despejar un poco la soledad y contarle como le había ido en el día. La crítica había sido severa e innecesaria. Él había dicho que no ejercía la psicología y él mismo reconocía que tampoco había pedido un psicólogo. Sí, Saga se sintió señalado, como quien sabiendo que hay una herida la estruja deliberadamente para recordársela y efectivamente, no pensaba que el rubio tuviera el descaro de hacerlo, cuando ni a su hermano le permitía tal actuación.

La invasión a su vida privada la sintió de una forma tan tajante que no podía quedarse con ello, sin más. Tenía que decírselo y poner un límite. Decidido a hacerle saber a ese joven su opinión al respecto, salió del despacho hasta encontrarlo de nuevo en el vestíbulo de la casa. Tomaba aún nota de los lugares en la Palm y estudiaba todo con meticuloso cuidado. Se detuvo a observarlo, denotando los gráciles movimientos que ejecutaba al moverse, la forma en que movía su montura para enfocar mejor la vista. Estaba vestido de forma tan casual, muy distinto a como lo había visto en la noche anterior. Su propia vida fritaba que no tenía nada que esconder y se enorgullecía de ser quien era y vestir como lo hacía.

Tragó grueso. Era a esa misma persona a quién, por su desesperación, le había pedido que le regalara unos minutos de su compañía. Frunció su ceño al darse cuenta que había caído en un grave error y dado a ese hombre razones para querer meterse en su vida. Que le había abierto una rendija a un hombre que claramente no solo tenía dotes de decorador.

—Creí que no ejercías la psicología —resaltó, en tono férreo. Shaka volteó un poco, dejando caer su flequillo a un lado. El abogado estaba allí y podía ver su malestar, con sus brazos cruzados, su mirada más dura posible. Cerró la Palm y lo enfrentó con la mirada.

—¿Algún problema, Sr. Leda? —inquirió y se cruzó de brazos. Cambió el peso de su cuerpo hacía su pie derecho y le envió una clara mirada desafiante.

—Te contraté para decorar mi casa, no para que realices un examen psicológico de mi persona y mi estado. Mucho menos para que tomes conclusiones de mi persona para juzgarla —el rubio enarcó una ceja y pudo comprender hacía donde iba su discurso—. Ahórrate tus apreciaciones al respecto y abócate a tu trabajo—para ese punto bajó sus cejas, visiblemente molesto—. Tengo que ir a tribunales. Te dejo solo para que realices lo que has venido a hacer: redecorar mi casa —dio media vuelta, determinado a no escuchar más.

—Lo dice el hombre: acompáñame un trago, ¿no? —el abogado tuvo que detenerse al sentir el señalamiento y como le invadían un espacio que no pensaba soltar—. Es fácil tomar las personas como paños de lágrimas y pensar que son desechables.

—Lo que paso anoche fue algo que no debió ocurrir. Ciertamente fue un error de mi parte.

—¿Tanto teme verse en el espejo, Sr. Leda? —La mirada verde se afiló, molesta. Shaka subió su mentón, arrogante, decidido, cruzado de brazos para mostrar que no pensaba dejarse intimidar.

—¡No es tu problema! —espetó levantando la voz, dejando caer sus brazos de lado y lado para cerrar sus puños con furia. Se sentía como si le aplastaran esa yaga que él quería olvidar.

—No lo era hasta que me detuvo por casi una hora a hablarme de su vida, Sr. Leda —siseó con sus ojos zafiros centellantes, desafiantes. ¿Qué estaba haciendo? Llegó a preguntárselo pero no pudo emitir respuesta alguna—. Porque si mal no recuerdo usted era el interesado en “disfrutar”. —Con sus dedos medio e índice de ambas manos hizo el ademan de las comillas— : la velada.
Ambos se miraron enfurecidos. La atmosfera entre ellos se podía cortar con el filo de cualquier arma blanca, era pesada y abrumadora, desafiante. Sus ojos verdes y azules brillaron con furia, no estaban  dispuestos a ceder e iban a imponer por encima del otro su punto de vista. Saga no quería que nadie le juzgara ni le estudiara. Lo menos que buscaba era un psicólogo, suficiente tenía con él que debía visitar y quien siempre le dejaba con más cosas en su cabeza. Sin embargo, Shaka por impulso no pensaba disculparse por hacer algo para tratar de mostrarle su estado, de forma sincera y desinteresada, cuando sintió que por la velada de la noche anterior el griego se lo imploraba. Además, estudiar a las personas para entender su estilo y gusto era parte de su trabajo. Aunque la motivación más honda no la pensara demostrar. No quería de algún modo sentir que se estaba ayudando a sí mismo.

Conforme ese duelo de mirada ocurría en aquella casa, Kanon iba camino a la oficina de su hermano para llevarle el almuerzo que había dejado. Se sonrió a sí mismo pensando que quizás por salir tan apurado del departamento para dejarlos a solas lo dejó olvidado. Batió sus dedos contra el volante, moviendo su cabeza al ritmo de la música. Sí, fue un buen sexo mañanero el que tuvo con su pareja antes de partir. ¿Así como no tener ánimo el resto del día?

Pensó entonces en las palabras de Mu, en la noche anterior, luego de ver a su hermano llegar. Por la expresión lo había notado decaído pero prefirió no hablar al respecto, sino animándolo mientras le comentaba cualquier tontería que hubiera hecho en el día. Sabía perfectamente que Saga solía ser alguien muy reservado y dado a no permitir que nadie invadiera su espacio personal. Si él decidía hablar, lo escuchaba, sino, simplemente lo dejaba tranquilo.

Aún así, Mu le había comentado que cada vez lo veía más deprimido y que quizás no fuera del todo buena idea que se independizara. Que pese a todo, al menos allí junto a ellos podrían hacerle compañía, divertirlo, desestresarlo y evitar que se sienta tan solo. Que en el estado en el que estaba mucha soledad podría ser contraproducente. Para él, quien siempre había sido el más vivaz de los dos, no entendía el porqué Saga se había dejado arrastrar a ese estado depresivo y se encontraba desarmado al tratar de ayudarlo. Saga era impenetrable.

A veces sentía que los años que estuvieron separados habían hecho posible la a veces barrera invisible que habían entre ambos. O quizás, ambos, no hallaban el modo de mostrarse frágil sin perder la imagen que debía tener el otro.

Resopló fastidiado y cruzó a la plaza de Sintagma para llegar a su nueva casa,  donde debía estar, ya que según le había comentado, se iba a encontrar con el decorador. No imaginaba el escenario que se gestaba en el lugar.

—¡Sea como sea, lo ocurrido anoche no te da potestad para estudiarme de esa forma! ¡Abócate a tu trabajo Shaka Espica! Apenas y cruzamos palabras durante dos horas y ¿ya te crees quien para juzgar mi vida y saber quién soy?

—¿Cree que no puedo saberlo con sólo observarlo? —Shaka le replicó al otro, sin ánimos de verse ofendido. No entendía por qué razón Saga estaba levantando la voz, peor en definitiva no se iba a dejar tratar de esa manera—. ¡Déjeme decirle que ahora podría describirlo como si lo hubiera conocido desde hace muchos años!

—¡JA! Supongo que si no ejerce la psicología entonces ¡debe ser un adivino! —espetó con rabia y manoteó al aire tratando de sacar su frustración. Saga no podía dejar de sentirse invadido y aquello lo ponía en estado de alerta—. Como sea, me importa poco lo que pienses de mí. Tengo cosas más importantes que hacer, ¡me retiro!

Saga dio la media vuelta y aceleró sus pasos para salir por el despacho. Shaka, rojo de ira, no pensaba quedarse con las palabras en la boca y mucho menos trabajar para alguien así. No había comprendido del todo aquella discusión y aunque algo dentro de él le daba la razón al hombre, no podía simplemente dejarlo tranquilo. Le había ofendido, le había alzado la voz y ¡ni siquiera habían comenzado el trabajo! Dispuesto a encararlo finalmente e irse él con la última palabra, lo siguió, quedándose en el umbral de la puerta del pasillo mientras ya el mayor cerraba la puerta de su oficina con el maletín en mano.

Sus miradas de nuevo se encontraron, impenetrables. Sin decir palabras, Shaka sacó el libro de su mochila, y aprovechó para guardar la Palm y quitarse los lentes. Los zafiros ahora sin espejuelos lo miraron decidido y Saga no pudo evitar sentir el leve estremecimiento al verse por entero reflejado en esos potentes ojos azules que parecían indagarlo hasta el fondo.

—Hombre férreo —comenzó Shaka a hablar, con tono bajo y contenido—, amante de las buenas costumbres y las cosas bien hechas. Criados en el seno de una familia religiosa. —Saga abrió los ojos desorbitados al escuchar sus palabras. Entendió lo que estaba buscando hacer—. Tiene un hermano gemelo según la fotografía que vi, usted es el mayor, siempre ha buscado protegerlo por sobre todas las cosas. Hombre posesivo y protector. —Dio un paso, el mayor se encontraba con la puerta cerrada a sus espaldas—. Pero ahora, usted está en un verdadero chiquero mental —sentenció, con los zafiros destellantes—. Algo lo abruma, algo le asquea de sí mismo, por lo que dejar la comida o cualquier cosa que se pudra dentro de la oficina le hace sentir que hay más suciedad afuera que dentro. Mimetiza su propio asco emocional.

El golpe: certero y hasta la medula. Saga abrió sus esmeraldas asfixiado, con un latir en su pecho, moribundo, pesado… Se estaba viendo frente a un espejo. Él lo estaba obligando a verse frente a uno y estaba señalando, uno a uno, sus más terribles errores e imperfecciones.

—Tantas cosas que ha dejado incompletas. La frustración, Saga Leda. La frustración por no haber cumplido quizás lo que aspiraban de usted, por no ser quien ellos esperaba. Ellos, los que tiene en ese altar personal, encima de todo el desorden: la religión, su familia…

El libro reposó en la madera del escritorio. La mano derecha del rubio se alojó en el centro del pecho del abogado, mientras él podía escuchar, latiéndole en la sien, aquellas palabras en esa dulce voz de mujer.

“Saga, la arruga no se irá”

—Y esas cajas a medio desocupar, abiertas, esperando por ser arregladas, representa aquellos asuntos de sí mismo que debe enfrentar. Lo sabe, está consciente de ellos pero no encuentra las fuerzas para enfrentarlo. Son asuntos en cola de espera… ¿por cuánto tiempo piensa dejarlo allí? Porque está consciente, que al igual que las cajas en su oficina, esos asuntos entorpecen su caminar diario.

Certero, abrumadoramente certero. Saga se quedó sin habla ante tanta verdad dicha sin ningún tipo de problema, por un hombre a quien apenas venía a conocer realmente en la noche anterior. Un hombre que parecía verlo y leerlo como un libro abierto.

Detalló entonces el movimiento de los labios de su interlocutor, la fuerza de su mirada y recordó… recordó entonces porque dejó a su ex esposa a cargo. Porque no pudo reunirse más con el decorador…

Porque empezó a sentir que no podría ocultarlo. Que algo estaba mal con él…

—El hogar es un reflejo de la persona que conviven. Creo en ello y es mi filosofía —Shaka siguió hablando, ausente de todo lo que estaba removiendo en el abogado—. Y ciertamente, su oficina es un reflejo lastimero de su estado actual, el cual, debo acotar, no es usted.

—¿Cómo puedes asegurarlo? — Saga se animó a preguntar, con el latir agitado, respirar azorado… acorralado.

—Sólo lo sé —le siseó, de medio lado, con su mirada fija. El flequillo cayó a un lado, la expresión le pareció provocativa a Saha pero no había una sola intención diferente en el rubio. Ambos lo sabían—. Digamos que es el sexto sentido. ¿Le sirve?

Alejó su mano del pecho, acomodó su bolso y sacó los lentes de sol.

—Si quiere que yo realice el trabajo, deberá someterse a una remodelación exhaustiva—acotó, inclinando un poco sus lentes para verlo desde abajo en un ángulo sensual—. No pienso decorar una casa de terror. Si está dispuesto a ello, vuelva a llamarme.

Sin más, se retiró con la misma parsimonia con la que entró, abriendo la puerta y encontrándose en la salida a una hombre visiblemente idéntico, vestido con un jean y una camisa negra desabotonada en el pecho. Una gruesa cadena de oro adornaba su pecho. El rubio lo miró de arriba y abajo, con desdén, antes de seguir su camino. Kanon había quedado sin habla al ver al muchacho salir con seguridad de aquella casa.

—¡Wow Saga! ¿Y ese quién es? ¿El decorador? —preguntó Kanon aún viéndolo desde la puerta, mientras el rubio caminaba hacía la parada—. ¡Vaya que está como quiere! —Volteó con una sonrisa esperando algún tipo de reproche de su hermano, pero solo lo vio de pie frente la puerta de su oficina, con la vista en un punto ciego, aún alterado—. Oye Saga, ¿qué pasó?

Permaneció callado… Tenía muchas cosas que pensar.

 

 
Notas finales:

Spoiler Capitulo 04 "-He escuchado que es el mejor en el ramo aquí en Athenas y además, ya viste su trabajo. ¿Qué sucedió? -indagó el menor de ellos con voz conciliadora.

-Simplemente quiso hacerse el psicólogo. Si abandoné un terapeuta no es para que dejar que cualquiera me estudie-Kanon miró a su pareja con cierta curiosidad-. ¡Quiero un decorador no un psicólogo!"

Gracias por los comentarios, chicas ^^


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