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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Padre e hijo han decidido poner un punto y final, pero estos no son los únicos afectados. Al mismo tiempo, otras personas comienzan a sufrir las consecuencias de su decisión.

La cubertería finísima cayó ruidosamente sobre la alfombra, creando una melodía fina parecida a los cristales cuando son tocados por un cubierto de plata. No fue demasiado el ruido generado, pero si la turbación ocasionada por una sensación que había estado sintiendo, cada vez más frecuente, en el centro de su pecho.

La anciana, preocupada, dejó que las arrugas se acumularan en su frente al mismo tiempo que las cejas se extendieron en un evidente gesto de estupor, acercándose velozmente ante su señora quien sujetaba el pecho de su blusa como si sintiera que fuera a caerse y quedar desnuda en medio del salón principal de la casa. Su respirar estaba acelerado, casi como si sus pulmones no fueran capaces de tomar suficiente aire para abastecer de oxigeno a su sangre y a su cerebro, costándole en ese momento la simple tarea de mantenerse de pie por lo cual, asustada, se tomó del brazo de la ama de llave que la estaba auxiliando.

—¡Eufelia! ¡Eufelia!—gritó la mujer de avanzada de edad mientras con esfuerzo ayudaba a la dueña de la casa tomar asiento en la silla de madera más cercana al lugar donde se encontraba. Los cubiertos plateados se quedaron reposando en el silencio, mientras la anciana trataba de apartar los mechones dorados del rostro de la mujer y esta, con un gesto en su mano, le indicaba que ya no había nada de qué preocuparse, que el peligro había pasado.

—Calma, nana Eli, ya estoy mejor.

—Pero mi señora, debería avisar… ya ha pasado varias veces y…

—No, no es algo como una enfermedad—le aseguró la mujer, sonriéndole tenuemente mientras recobraba la calma en su pulso—. Es… como un golpe en el pecho, pero no de forma física, es como si fuera algo de adentro.

—Señora Fler…

—De nuevo, de nuevo lo siento…—sus manos temblaron en su blusa, aún sujetándola con fuerza mientras sus ojos caían a un lugar de la alfombra—. Es dolor de madre, nana. Como cuando aquella vez Shaka se fracturó el brazo, ¿recuerdas? Que sentí aquí la misma pulsada y salí corriendo pidiéndole a Hagen que me llevara hasta allá.

—Lo recuerdo mi señora—la anciana le dibujó con su rostro una sincera muestra de dolor comprendido; ella, que también había sido madre, conocía perfectamente aquel lazo que sobrepasaba cualquier frontera. Lo entendía y se mordió sus labios arrugados pensando en la posibilidad de decirle a su señora que su hijo estaba cerca… que quería verla.

Se cumplirían dos semanas desde que había ido a verlos y ella lo encontró frente a la mansión. Dos semanas y aún nada, nada más que constantes golpeteos en el pecho de la madre.

—Es la segunda vez este día que lo siento con tanta fuerza. Anoche también soñé con él, soñé que estaba al borde de la escalera, me miraba, niño, como cuando tenía nueve meses y se sujetaba de las cosas para mantenerse en pie. Me miraba… como si lo hubiera regañado…—una mano fue llevada hasta los labios temblorosos, invadida de repente de las lagrimas que no podían ser contenida por más tiempo. Fue así, justo así, que el rostro blanco de la dama se vio cubierto de ellas resplandeciendo.

—Mi señora…—la anciana no pudo evitar derramar una lagrima por los grisáceos de sus ojos, opacos por la edad y una tela que parecía recubrirlos del mundo, como si ya ver demasiada realidad fuera deprimente para su corazón de antaño.

—¡Oh nana! Sus ojos… ¡sus ojos parecían suplicarme una oportunidad!—gimoteó la mujer casi al borde de un verdadero llanto ahogado—, y ahora… ahora no puedo… ¡no puedo dejar de llorar! ¡Me duele dentro!

—Confíe en la Virgen, ella nos traerá a nuestro niño de vuelta—le tomó sus manos, con fuerza, dejando que las arrugadas yemas de sus dedos acariciaran la piel de sus manos tersas y ajenas al trabajo—. No llore más, señora. No le hace bien—secó las lágrimas con el dorso de sus manos, llevándose así un poco del dolor de aquella mujer a la que había cuidado desde muy joven.

Ante la muerte de su madre, la antigua Señora de los Valhala, familia descendiente nórdica, fue ella la encarga de cuidar a las dos mellizas. La había criado desde pequeña, tanto a ella como a su hermana Hilda, quien había regresado a sus antiguas tierras luego de casarse a encargarse de las propiedades de su familia en Suecia. Cuando la menor de la familia se casó con el hijo de los Wimbert, ella se había ido con ellos.

Presenció todo lo que ocurrió tras la muerte del hombre de los Wimbert y la pelea por la heredad por parte de los hijos legítimos y Radamanthys, hijo de una de las amantes del hombre a quien terminó adoptando en plena enfermedad para vengarse así, de su propia esposa, humillándola a ella y sus otros hijos al prestarle más atención al nuevo heredero. Estuvo allí como testigo cuando la familia adjudicó la falta de un hijo por parte de Fler para quitarle el derecho de Radamanthys. Estuvo con ella en su desesperación por no poder conseguir tener un embarazo saludable, por las dos perdidas que había tenido, por la fragilidad de su útero que no permitía que el embrión se instalase por completo en su matriz y lo terminaba desechando como si fuese una enfermedad para ella… por no poderle dar un hijo.

Oraciones, médicos, tratamientos… intentos… frustración e impotencia, el señalamiento de la familia, el ver que su hermana si había quedado embarazada, el sentirse inútil e insultada por su naturaleza de mujer… Todo ello colaboró para que una fuerte depresión la tuviera en cama e incluso se hubiera intoxicado con las pastillas de dormir, obligándola a permanecer en observación por una semana. Todo eso llevó a buscar una última alternativa…

India…

Radamanthys entonces se fue con ella para aquellas tierras donde prometían que las personas podrían asumir su destino, tal como ellos ya pensaban asumir el suyo. Quizás la adopción sería la única salida… Pero fue en esas tierras, con la paz que ella respiró en aquella atmosfera milenaria que al final pudo concebir. Y allí también nana Eli estuvo a su lado, cuidándola a los largo de nueve meses de embarazo riesgoso hasta que al final nació el varón… Shaka.

—No sé… no sé si podré decirle a Shaka que lo que le dije esa noche… no es verdad—musitó la mujer luego de sollozar, con sus ojos tan enrojecidos que a duras penas se podían ver los claros verdes que tenía por pupilas—. Que él siempre ha sido mi varón, mi único varón, Eli—dos lágrimas, gruesas, cayeron sin rodar por sus mejillas, marcando las manos tomadas en las piernas de dos mujeres que sufrían de la misma forma la pérdida de un hijo—. Y pedirle perdón por no protegerlo de Radamanthys,  por no haber corrido las escaleras y… abrazarlo y… decirle que le creía… que aún así lo quería…

—Mi señora, se lo dirá…

—¡Fui una mala madre!—gimió, como si con decírselo de alguna forma pudiera reparar un error, el que ella aún se culpaba—. ¡No lo apoyé cuando me necesitaba! ¡No le creí! Y… y le dije… algo tan… tan…

—Señora Fler—la aludida levantó el rostro—. Disculpe, tiene una llamada de la señora Pandora desde Berlin.

La mujer levantó el rostro empapado de lágrimas, junto a la anciana, para ver a la joven del servicio que con el rostro bajo había anunciado la llamada interrumpiendo su llanto. Pandora, la prima de Radamanthys, una llamada de ella era extraño dado lo que había ocurrido años atrás cuando Fler inició la investigación para buscar a su hijo y Radamanthys se opuso. Pandora había ido a reclamarle al padre por obstruir la búsqueda de Shaka  y luego había hablado con Minos para no levantar la investigación, enterándose allí de lo que había ocurrido con Shaka y su marido. Desde allí, la comunicación se había cortado y Fler creía que era con justa razón.

—¿Le digo que no se encuentra?

La señora bajó su mirada, buscando con sus ojos los claros de la anciana que había sido una madre para ella y encontrando en ellos su respuesta. Tragó grueso, secando sus lágrimas con el pañuelo bordado para calmar su llanto.

—Ya contestaré…—la joven se acercó con el auricular inalámbrico, entregándoselo a la dueña del hogar mientras la veía tomar aire con dificultad. Presionó el botón y colocó el equipo en su oído, humedeciendo sus labios—. Pandora…

Y sintió en ese justo momento que algo en la vida los estaba obligando a cerrar un capítulo, oscuro, turbio, para todos ellos. Un capitulo donde ellas, indirectamente, fueron heridas por amar.

Mientras tanto, en Grecia, otra mujer se encontraba contenta, emocionada, prácticamente embelesada ante una bruma de fantasías que ella misma se había creado y sin meditar aún en si era correcto o no lo que estaba haciendo. Tal como había convencido a Saga, le pidió que la acompañara a comprar en un supermercado lo que le quería hacer de cenar, aprovechando aquel platillo que sabía a su ex marido le gustaba y con el cual solía contentarlo cuando compartían lecho.

Allí se había visto de nuevo, escogiendo legumbres, los champiñones, los camarones y langostinos para hacer el platillo. Allí de nuevo recordando una escena que pensó no viviría más después de haber firmado resignada ese documento; viéndolo a él revisando los envases, dejándose llevar como siempre por los de mejor marca y más llamativo envase que por el contenido nutricional marcado en la etiqueta, caminando con las manos en el bolsillo y ese andar que no dejaba afuera de los juicios: el de dominarlo todo, el de estar seguro de todo. Marin debía admitir que en ese momento Saga le parecía incluso más atractivo que cuando lo conoció, que ahora él destilaba una fortaleza y una confianza en sí mismo que a ella como mujer le atraía en demasía.

Quizás fue un error haber firmado… Quizás debió intentarlo con más fuerza y no dejarse llevar por la primera decepción.

Estando en la cocina de su casa, impresionada por la decoración sobria y a su vez acogedora del lugar, ella con un delantal se encargaba de preparar todo mientras tarareaba una canción. Saga le había dicho que iría a buscar algo en el despacho hace unos minutos y esperaba que regresara y la viera encargándose de la comida, montando la salsa bechamel mientras salteaba los camarones y langostinos y picaba en finas julianas a la cebolla. Admitía que su forma de actuar en ese momento era por eso, con la esperanza de que Saga llegara y viera el movimiento de su cuerpo, de sus caderas, el olor a hogar… que volviera a ansiarlo, a quererlo, a añorarlo… Quería mostrarle a Saga que era mejor eso, que seguir la sociedad era correcto y ella… ella podría hacerle amar.

Lo haría… lo haría…

Emocionada como estaba se encargaba de los preparativos viendo como salsa se espesaba y los crustáceo tomaban el color en el punto necesario. El aroma entonces perfumó la cocina, un olor  condimentos que anunciaban una buena cena, ella contenta viendo como todo el sazón junto a su más sincero amor era vertido entre sartenes y el fuego, entre especias y aceites, creando una combinación que quizás fuera afrodisiaca para sus intenciones. No esperaba que Saga la aceptara esa noche opero, en caso de que así fuera, ya había ido preparada con la mejor lencería para conquistarlo de nuevo, para hacerse dueña de su cuerpo.

Todo por fin estaba listo y ella veía orgullosa la presentación del plato, rayando un poco de zanahoria para adornar el arroz blanco y decorando con la salsa por sobre los mariscos. Se sonrió, orgullosa al llevar los platos arreglados al comedor, extasiada viendo la decoración que el joven decorador había marcado en ese lugar. Todo lo que veía dentro de la casa de Saga en efecto tenía el sello de Shaka Espica en cada rincón. Podía reconocerlo, podía verlo en cada adorno, cortina y trabajo en Yeso.

Pero él estaba ahora en Londres, estaba lejos y si acaso Saga había querido intentar algo ya no había oportunidad para ello. Lo que Shaka había dejado marcado en Saga solo podía verse en esa casa y aún eso podía variarlo… si ella de nuevo entraba a la vida del abogado, le daría su propio toque de nuevo, volvería a pintar sobre el lienzo de Saga Leda el toque femenino.

—¿Saga?—llamó ella desde la cocina, acomodando el vino en la mesa con las copas, los cubiertos, los platos y las servilletas en su sitio. Encendió unas velas aromatizantes sobre el candelabro de bronce que estaba en la sala y lo llevó al comedor, para darle un aire más romántico—. ¿Saga?—volvió a llamar al notar el silencio.

Caminó con presteza hasta fuera del comedor, pasando la sala de estar para encontrándose con la puerta que daba al pasillo del despacho. Entró luego de acomodarse los bucles rojos sobre sus hombros y su blusa de satén  en su busto, certificando que todo estuviera en su lugar. Movió la perilla de la puerta y a diferencia del anterior sitio, esta no lucía decorada. Saga le había comentado que no pudo darle al decorador el contrato del despacho hasta no conocer los montones de la casa y por esa razón aquel lugar no había sido tocado por su mano.

Se sintió, por un momento, más despejada al estar en un lugar donde Shaka Espica no puso su sello.

Entró tocando la puerta del despacho y escuchando el “adelante” de Saga que le instaba a pasar. Giró la perilla de nuevo y vio entonces el despacho de paredes pálidas, el escritorio de madera lleno de papeles, algunas cajas visiblemente abiertas hace poco y el librero a un lado, con la repisa de vidrio que mostraba una foto familiar y la virgen… una foto familia, en esa foto ella no estaba y se percató de ello.

—¿Qué sucedió Marin?¿No encuentras algo?—la mujer bajó su rostro viendo a Saga reclinado en el suelo y con una caja en mano, visiblemente revisando todo lo que tenía allí. Renegó, sonriéndole y pensando que efectivamente Saga no se había dado cuenta de cuánto tiempo había pasado. Siempre ocurría lo mismo.

—No, ya acabé, te llamaba para que pasáramos a cenar—el hombre la miró por un momento desubicado, revisando luego la hora para contactar que efectivamente había pasado casi cuarenta y cinco minutos desde su llegada.

—¡Oh cielos!—se disculpó, levantándose y sacudiendo el polvillo que se había acumulado en su pantalón. Ya no llevaba la chaqueta puesta ni la corbata, solo la camisa beige y el pantalón de vestir le cubría—. Primero debo echarme un baño, prometo no tardarme.

—Veo que no has terminado de arreglar aquí—acotó la mujer, sosteniéndole comprensiva.

—En realidad estaba más organizado pero estoy buscando una carpeta—la mención de una carpeta erizó sus finos vellos en la piel, provocando que bajara la mirada—. No la encuentro… no sé donde pude haberla perdido.

—¿Se trataba de un caso?—preguntó ella acomodando uno de sus mechones tras la oreja.

—No, era algo personal… En fin—lo vio suspirar, con la camisa arremangada y visiblemente sudado—, me daré un baño rápido, vamos.

Lo acompañó hasta la sala dejando que se perdiera hasta su habitación, la que había ya recorrido cuando él le mostró a su casa explicándole algunos detalles que sabía Saga no manejaba pero que seguro recordaba de las explicaciones del rubio. Shaka… De nuevo Shaka se presentaba ante ella en forma de esa carpeta que contenía información particular y específica y que, para él, parecía ser importante. Otra vez sintió que aquella casa le ahogaba.

Volteó su mirada y regresaron sus pasos hasta donde estaba la oficina, el único lugar libre de su influjo pese al polvillo que había levantado la apertura de las cajas. Esperaría allí, luego podría decirle que quería ayudarlo a acomodar las cajas del lugar como excusa, sólo quería estar lejos por unos minutos de la influenciada de Shaka en su vida, en quien fue su esposo, en esa casa…

Dentro del despacho se acercó a la última caja que Saga revisaba, observando algunas antiguas carpetas, albúmenes de fotografías y otras tarjetas de lo que podía recordar algunos cumpleaños. No vio nada de ella, había entrado buscando algo que tuviera que ver con ella y su antiguo matrimonio pero no hallo nada, ni fotografías, ni recortes, ni antiguas cartas… nada. Se sentía frustrada, aunque quería auto convencerse que de seguro Saga lo guardaría en su habitación, en un lugar especial, algún baúl, pero que debía tenerla presente… Debía como ella lo tenía a él.

Levantando su mirada vio en el librero frente a ella una portada de un libro, medio puesto, llamándole la atención. El título era extraño para pertenecer a la librería de Saga y conocía muy bien sus gustos para saberlo, extrañándose de ello. Llamada por la curiosidad extendió sus manos y observó la portada, las letras doradas, la imagen de la habitación con vista al mar y la cortina meciéndose en la brisa. Por un momento pensó que Saga la habrá usado para ejemplo de cómo quería ver su habitación, la misma que tenía el tema marítimo; pero al leer el título pudo observar con extrañez que podría ser algo más…

Remodela tú vida.

Las palabras de ese decorador volvieron a ella desde lo más profundo de sus recuerdos convirtiéndose en un escalofrío espeso en su columna vertebral que iba ascendiendo con una culebra enredándose en su vertebra. Se levantó con él en mano, sentándose luego en el sillón del escritorio donde Saga había estado sentado hace poco. Su mente parecía ser presa de un remolino de argumentos que se chocaban el uno con el otro. Era un libro terapeuta de autoayuda. Sabía que Saga no compraría por su cuenta un libro así, sabía a su vez que el título le recordaba a esa extraña filosofía que le habló Shaka a ella cuando realizaba su trabajo, aquella donde la casa era el reflejo de uno mismo. Sabía y sí… intuía ese libro tenía que ver algo con él.

Pero tenía que ser optimista, ¿no? quizás Shaka sólo lo mencionó y Saga lo compró. O no, tal vez fue que el rubio lo dejó olvidado y Saga ni lo había leído, eso tenía más sentido. Como fuese, ella no pudo evitar tomar el libro y abrirlo hojeándolo por encima, viendo algunas anotaciones en resaltador amarillo, azul…

“Piensa: si al recordarlo duele, es porque no lo has superado.”

Esa frase que estaba marcada en amarillo fue para ella y mortal golpe en su pecho. Bajó su mirada por un momento, sintiendo latir su corazón a mil por hora, identificada y al mismo tiempo al descubierto. Inhaló, necesitaba hacerlo para recuperar un poco de su calma.

Su vista de nuevo se depósito en aquel libro, pasando una página para encontrar ahora una frase marcada en azul. Esa frase supo de inmediato que la había resaltado Saga…

“No puedes ocultar tú naturaleza. No puedes engañarte a ti mismo. Sí lo que hay en esa pared es una ventana, no podrás disfrazarla de pared. Asume que hay una ventana y allí podrás tomar tú decisión: aceptarla y tratarla como lo que es o eliminarla y convertirla en pared. Pero recuerda: aunque la conviertas en pared y la cubras con pintura, allí siempre hubo una ventana.”

Ahora los latidos se iban alentando a un punto donde sintió un leve mareo, como sí la sangre no llevara oxígeno a su cerebro, como sí la circulación fallará. Saga había leído el libro, ahora estaba segura y mientras sus ojos viajaban entre las líneas buscando amarillo o azul, su mente interpelaba, preguntaba, se escrutaba…

Y se quedó helada cuando la próxima frase la leyó en verde pero donde era visible que había un marcador sobre el otro… un azul sobre el amarillo…

“En este punto debes asumir que hacer con aquellas cosas que son de peso para ti. Has decidido remodelar pero para ello deber distinguir entre lo que puedes seguir usando y lo que deber desechar. En este momento, olvida el valor sentimental de las cosas. No importa cuánto te aferres a algo que fue bueno en el pasado, sigue siendo pasado. Lo que perdiste ya no se puede recuperar. Acepta que hay cosas que salen de tus manos y déjalas correr, no las mantengas esperando una ocasión especial. Es basura mientras ese momento no llegue. Quédate con lo que puedes arreglar con tus propias manos y herramientas, pregunta por aquello en lo que necesites ayuda para hacerlo y desecha lo que ya no tiene arreglo. No importa cuánto limes una mesa de madera, sí está madera está podrida no la arreglaras. Entiérrala y compra una nueva o en mejor estado. Así son las cosas en la vida, no permitas que el remordimiento, los recuerdos y la culpa se pudran en ti. Desecha y verás nuevo espacio para cosas mejores.”

Y más abajo…

“Asume que te equivocaste, que perdiste… pero no te rindas por ello. Hay mucho que hacer como para detenerse en lamentaciones”

Cerró el libro, sintiéndose mareada con todo lo que había leído. Sus manos blancas se encontraban cubiertas por una fina película de sudor que hacía resbalar la portada del libro entre sus dedos. Todas esas palabras le habían calado hondo, parecían haber sido escritas para ella y además, lo que más le golpeaba era pensar que ese libro tuviera una razón para estar allí. Con temor observó el autor del libro sintiendo que ese nombre golpeaba en su memoria, como si ya lo hubiera leído antes. Con dolor abrió la portada para leer lo que podría tener en las primeras páginas.

Y lo vio…

“Léelo, puede que te sirva

Shaka Espica”

De nuevo la portada pasó a su palma, luego de haber cerrado el libro con brusquedad, sintiendo la presencia de ese hombre cada vez más espesa en su vida y en la vida de quien amó. Le ahogaba… el nombre de Shaka Espica le ahogaba…

Notas finales:

Segundo capitulo de la actualización en el que sigue ^^


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