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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Luego de una dura noche viene el amanecer y con ello nuevas decisiones. ¿Es hora de partir?

¿Cómo hubiera sido si sus decisiones fueran distintas? Saga pensó eso ya acostado en el sofá cama negro que le habían preparado en la sala, con unas sábanas, una almohada y el silencio de una nueva llovizna en Londres que empañaba los vitrales de la sala. El abogado pensaba en lo que pudo ser, en la múltiples diferencias que habrían si sopesaba sus decisiones y las cambiaba, dramáticamente, variando de esa misma manera sus consecuencias.

¿Cómo habría sido?

Recordó que luego de ese beso en el baño, Saga simplemente había habilitado la ley de hielo para así evitar que se siguiera levantando lo que él sentía por Shaka. Era una forma de protegerse, un alto táctico que había provocado para que Shaka no siguiera generando todo lo que generaba en él, aunque esto no dio resultado; lo comprobó una semana después, esa noche que terminando de leer el libro no podía dormir pensando en él, como justo ocurría en ese momento.

Pero esa ley de hielo fue quebrada por un mensaje… solo un mensaje…

Tomando en cuenta eso, Shaka ya empezaba a mostrar de alguna forma un pequeño interés en él al haber respondido esos mensajes. Quería decir, que con un poco de paciencia y con cosas tan triviales como un mensaje, una sonrisa, una nota, hubiera podido acercarse un poco más. Quizás más invitaciones a cena, quizás comentarios acerca del libro, tal vez aprovechando su acercamiento a través de un libro, esa salida a la que quería invitarle… la cadena que compró para su cumpleaños…

La cadena… él había llevado consigo esa cadena con la “S” de oro que había comprado en Athenas.

Su mirada fue hasta donde se veía de vez en vez algún farol de seguro de un automóvil golpeando contra el vitral e iluminando las gotas que se veía en el vidrio. Era muy probable que Shaka hubiera rechazado las invitaciones, en primera mano, pero él hubiera podido convencerle en una de ellas, conversarle, hacerle sentir que estaba allí. Tal vez habría acabado el trabajo y en agradecimiento los hubiera invitados a todos a un restaurante, hubiera compartido una mirada ilusionada hacía el decorador, respondido a las sonrisas que él de vez en vez le daba al saberse observado.

La sonrisa de Shaka… la jovialidad de Shaka, le ternura, la preocupación, ese psicólogo vestido de artista… eso fue lo que gustó… eso fue lo que le enamoró…

Y extrañaba… él extrañaba a ese Shaka que conoció al inicio, a esos colores, a esa fuerza, a esa vida que él mismo se negaba, a esa juventud y su dulzura, a la coquetería inicial, a esa galantería que le había servido mucho más que todo su acto impulsivo por  ayudar.

“No lo entiendes, Saga Leda, ¡yo no quería que me vieras así!”

Y él tampoco quería verlo así…

“Lo que vi fue un enorme manchón de colores todos revueltos, tan mezclados que lo que había creado era un grotesco color a pantano, verdoso con negro un poco de purpura… la sensación que me generó fue de vértigo. Me preocupé, porque precisamente esa pintura de alguna forma lo reflejaba a él”

No… ese no era él…

Dio una vuelta hasta quedar de cara al respaldo del mueble, con los ojos enrojecidos al pensar en los múltiples errores que había cometido. Lo que él debió hacer era claro: dejarlo terminar su trabajo, seguir coqueteándole sutilmente hasta lograr unas llamadas, unos mensajes, unas salidas; acercarse a él, pedir quizás el proyecto a su despacho con lo que lo tendría más cerca, llenando sus días de un nuevo color, un azul eléctrico, ese que él sentía era el color que más le representaba, el azul rey.

Las cosas hubieran sido muy distintas… quizás para esa misma noche donde sentía el frio penetrarle por los pies, el frio árido de Londres con la soledad, él estaría —en aquel mundo paralelo— con el calor de Shaka en la cama luego de hacerle el amor, sin saber quizás que detrás de Espica como un eclipse solar, estaba el fuego de Wimbert tratando de quemar sus ojos. Pero lo tendría allí, en sus brazos, enredado entre sus piernas, durmiendo quizás como lo había visto horas antes mientras él velaba su sueño y le dejaba besos en el cuello. Allí esperando, pacientemente, que Shaka le fuera mostrando los colores más grises y opaco de su vida y él, estuviera allí tal como Mu estaba al lado de su hermano, con la confianza, la devoción y la tranquilidad de estar con alguien a quien puedes abrirte.

Quizás, estando así de cerca de él, hubiera notado el momento en que sus colores se estaban deformando. Tal vez, hubiera podido darle una ayuda más efectiva… Posiblemente, Shaka hubiera aceptado su mano…

Pero pensar en esos “Y si…” era infructuoso… él había acelerado todo, metió todos los colores en una batidora esperando crear una obra de arte y originando, por el contrario, un desastre.

En algún momento, ya al cabo de una media hora, el llanto del niño se escuchaba en la cocina, donde la madre en ese momento atendía al llamado con el sonido de la licuadora. No había dormido nada y eran ya las cinco de la mañana, por el vibrar de su móvil al lado de la almohada y que él apagó, en ese mismo momento. Estar lejos de casa, sentirse tan derrotado, aturdido y el cambio horario, todo había colaborado para que sufriera de insomnio esa noche. ¿Shaka habría podido dormir?

Esperaba que al menos así fuera, pero sinceramente lo dudaba… Shaka se veían  tan alterado como él por todo lo que había pasado.

Volvió a moverse, a ocultar su cabeza debajo de la almohada e intentar obligarse dormir aunque fuera un par de hora; dejar de pensar en lo que hubiera sido de haber tomado las mejores decisiones, de haber sido paciente. El asunto es que eso no iba a pasar, que Shaka y él no podrían tener ese comienzo rosa, por así decirlo. Él ya había tomado decisiones y él ya veía necesario enfrentarlas, como el hombre que era.

Dejar a Shaka en ese estado no era la decisión de un hombre, sino de un cobarde…

El amanecer llegó por fin en Londres y como cualquier día era momento de trabajar. Las horas laborales no eran negociables y el ritmo de vida en la capital de Inglaterra o gran Bretaña no era de despreciar: las avenidas se llenaban de automóviles, los buses y metros se abarrotaban de transeúntes, la vida seguía tal cual como estaba cronometraba en una rutina que se extendía hasta que el sol empezaba a ocultarse tras las faldas del rio Támesis.

Valentine entendía eso, entendía que el horario de trabajo era inquebrantable y que la rutina laboral era necesaria, que aún tenía una responsabilidad en la empresa que debía afrontar, por lo cual el quedarse y huir de la posibilidad de encontrarse frente a frente con Radamanthys de nuevo no era una opción. Con pasos firmes había llegado a su oficina, escuchando por parte de su secretaria que el señor de la empresa había llegado extremadamente temprano y estaba encerrado en su oficina. No comentó nada en lo absoluto, y permitió que ella le dejará una agenda de las actividades pro hacer para ese día para continuar con sus deberes.

Despertar en el penthouse de Minos no era una novedad para él, aunque reconocía que anteriormente solía preferir el irse de inmediato y no molestar de más, eso junto al hecho de que eran muy pocas veces las que aceptaba intimar con uno de los jueces del gobierno británico. Sin embargo, por todo lo sucedido esa última semana había accedido en más de una vez al capricho de sentir el cuerpo de otro hombre a su lado aunque fuera solo sexo lo que los uniera. Esa mañana en particular, Minos había dejado antes de partir órdenes precisas de dejarle el desayuno hecho en su mes ay no permitir que el abandonara el departamento sin comerlo, un gesto que era por demás extraño para él. Se trataba de Minos y aunque supiera que era un hombre muy práctico, el sentirse tratado de esa forma de alguna manera lo asustó. ¿Acaso ya Minos lo estaba poniendo en el lugar de un eventual amante?

Agitó su cabeza un tanto contrariado ante aquella posibilidad y prefirió seguir con su trabajo. Sus pensamientos los mantuvo controlados como ya había estado acostumbrado durante años, lejos de la tan sola idea que Radamanthys se diese cuenta, ocultándolos como si fuera sencillo para él el hacerlo ya más preparado más por el hecho de ser una acción que había aplicado por varios años que por la facilidad. Pero así consiguió llegar vivo a la hora del mediodía, con el sonido del teclado del computador, lo único que debía resonar.

Viendo que era hora de retirarse para buscar almuerzo, se separó de su escritorio pensando que en unos días ese lugar ya no sería su segundo hogar, que ya no entraría por aquella puerta de madera para ingresar a esa oficina y apoyarlo a él desde el puesto de recursos humanos, vigilar que solo los más aptos estuvieran a su lado. Todas aquellas funciones y responsabilidades laborales y personales que se atribuyó durante años las tendría que dejar ir.

Frunció su ceño, y con más resignación que otra cosa salió de la oficina y se dispuso a caminar por el pasillo hacía la salida, obligándose a sí mismo a tragarse el impulso de preguntarle a la asistente del piso si Radamanthys había salido a comer o no, como lo tenía acostumbrado. No tuvo que hacer mucho esfuerzo para ello, en cuanto a aquella figura salió del ascensor sus nervios se paralizaron y su cuerpo se vio víctima de un respingo que lo dejó sembrado en la alfombra.

La figura de la mujer se vertió en la estancia con la elegancia que ya le era conocida. Su cabello negro bailó en el ambiente, el sobretodo negro con plumas  en el cuello la engalanaba con una belleza y elegancia sobria, un pequeño bolso negro que apenas era sostenido con las puntas de los dedos y sus uñas largas y decoradas con maestrías. El sonido de sus pasos, de los tacones golpeando incesante al piso de mármol y resonando como si anunciaran su presencia, se hizo certero y él se quedó totalmente inmovilizado solo observando cómo se acercaba.

La había visto algunas veces durante sus años de trabajo, sólo la había observado desde lejos en alguna reuniones de los inversionistas ya que ella, junto a Radamanthys tenían la mayor parte del porcentaje sobre la empresa, pocas veces la vio después de la ida de su hijo, el resto era manipulado por su abogado personal. Pero allí estaba, entrando cuan reina en sus dominios con aquella falda negra corte sirena que bailaba al son de sus pasos y el porte de una dama aristócrata buscando pleitesía: Pandora Bruen Wimbert, esposa de Simmons Worthan.

Como era de esperarse, todo el piso quedó en espera de sus palabras. Por igual tanto los ejecutivos que iban saliendo de sus oficinas como los encargados del piso, asistentes y secretarias desligaron sus oficios para ofrecerle una digna bienvenida y cualquier ayuda que requiriese. Ella solo pidió que fuera anunciada su llegada al director ejecutivo de la empresa y siguiendo su camino, se adentró hasta el pasillo donde Valentine la observaba. Le sonrió, reconociéndole de lejos con la elegancia patentada en cada movimiento.

—Señora Bruen, es un placer verla de nuevo—se inclinó tomándole la mano para besarla, en un gesto protocolar.

—Valentine, tiempo sin verte también. Veo que las oficinas conservan el vanguardismo y la elegancia en su decoración. Magnifica… como siempre Radamanthys no deja ningún detalle fuera de ser perfeccionado.

—Todos los años trabajamos para que la empresa dentro y fuera dé una imagen de los servicios que ofrecemos—se encontró diciendo, como si estuviera promocionando la marca y aquello hizo reír a la mujer con algo de discreción, ocultando sus labios con el dorso de su mano blanca.

—No me hables como si promocionaras las acciones de la empresa, Valentine. Además, he venido por asuntos más importantes que los negocios de mis cuentas—el joven no pudo evitar subir su mirada para captar los gestos de la mujer, quien ya observaba con sus potentes y enigmáticos ojos la puerta de la oficina principal—.No ha salido a comer aún, ¿tienen algún compromiso ustedes?

Aquello no le había sorprendido. Sabido era por todos que Radamanthys y su persona solían salir juntos a comer, en especial luego de algún nuevo contrato o al terminar alguna reunión importante. Todos los que trabajaban de cerca al director ejecutivo de la empresa, sabían que Valentine era su más cercano, su mano derecha, el apoyo a cada una de las decisiones y eso no era para nada extraño ni dado a objeciones. Recordar ese privilegio, para él que pensaba alejarse de todo lo que había logrado en ese lugar desde que empezó, le provocó nostalgia.

—No, está vez me dirigía al comedor. Quizás él tiene otros asuntos importantes y por ello no ha salido a almorzar.

—Ya veo… Tendrá que entonces dejarte a cargo cualquier cosa—la mirada de Valentine mostrando incertidumbre le dio indicio a Pandora para continuar—. Hay asuntos que los Wimbert debemos arreglar fuera de la empresa, así que quizás te deje a cargo por algunos días.

—¿Disculpe?—ella sonrió, de aquella forma en que no se sabía el límite entre el bien y el mal.

—Sé que eres uno de los pocos que conocen los secretos de la familia, así que te lo informaré, porque creo conveniente contar con tu apoyo—y recogió uno de sus cabellos negros detrás de su oreja, moviendo el plumaje de su abrigo—. Es hora que el hijo de los Wimbert regrese a casa—los ojos de Valentine se abrieron impresionados—, ya sabemos dónde está, he venido de forma personal a asegurarme que Radamanthys y Fler vayan por él a Grecia. Así que…—dio media vuelta para seguir su camino—, tendrás que apoyarlo con la firma mientras regrese…—dio los dos primeros pasos—. Hablaremos después de esto, Valentine.

Sus pasos siguieron resonando hasta el pasillo, de forma consistente, una melodía que para él presagiaba tambores de guerra. ¿Pandora sabría que Shaka Wimbert había ido a buscar a su padre? ¿O estaba totalmente ignorante a ello? Sea como sea, cuando siguió la figura esta se iba ocultando tras las puertas de cedro de la oficina principal.

Ya dentro de la oficina a oscuras, la mujer apenas veía la silueta de Radamanthys detrás de enorme escritorio, con el ventanal cubierto de persianas que cortaban la entrada de la luz natural a la estancia. Pandora observó el lugar en silencio, quitando de su paso el grueso abrigó para mostrar la blusa celeste de seda que caía en pliegues sobre su busto y la falda negra que envolvía a su figura desde la cintura. Elegancia, glamour y sensualidad… el abrigó cayó sobre uno de los muebles más alejados del escritorio antes de acercarse a él con sus pasos elocuentes.

—Pensaba verte en el desayuno peor te fuiste más temprano, que descortés de tu parte para tratar a tu querida prima—Radamanthys se levantó portando su traje marrón, totalmente cubierto y mostrando a su vez el ceño fruncido antes sus palabras. La mujer pareció sonreírle, extendiendo su mano sobre la superficie de la madera, a la altura, instándole a reverenciarla—. ¿Pensabas ignorarme?

—Claro que no—eludió el hombro tomándole la mano y besándosela con delicadeza—, sólo que no esperaba verte algún día en mi casa… ¿Qué ocurrió para que te acordaras de nosotros?

—Muchas cosas…—recuperó su mano y sin esperara el permiso por parte de Radamanthys tomó asiento en una de las sillas frente a él—, creo que mejor lo hablamos aquí, porque, conociéndote, me harías un espectáculo en la calle.

—¿Qué sucede?

—Se trata de tu hijo, Shaka—remarcó de inmediato, colocando de ese modo las fichas del juego.

Radamanthys la miró, tensándose por completo antes esas palabras. Era de suponerse que después de ello vendrían problemas…

En la casa del anciano que mientras tanto, cuidaba de ese hijo, las cosas no pasaban de un notable silencio cómplice en la mesa del comedor. Saga por mucho que había intentado no había logrado que el anciano accediera a darle sus maletas, por lo cual se había tenido que resignar a pasar otro día en aquella casa extraña en vez de ir a un hotel como tenía pensado; no le gustaba incomodar. Por otro lado, Shaka no salió, y según había oído comentar a la joven madre, el rubio no se sentía muy bien y poco había comido durante el día.

Dando las gracias, había tomado el plato que le sirvieron con algunos envueltos artesanales, visiblemente orientales y el platillo con salsa para acompañarlos. Se sentó en la mesa al lado del anciano Dohko quién no dejaba de comentar historias de su familia y de sus clientes, con el niño en sus brazos, sonriéndose rejuvenecido. El cuadro familiar le hacía sentir mejor, menos afanado con sus cuestiones personales y pensamiento de qué hacer con el asunto de Shaka. Se permitía sonreír, preguntar sobre el plato que le habían servido, darse un poco la idea de lo que había convivido aquel joven ingles encerrado en su tiempo en ese lugar.

Dohko había sabido darles muchas referencias al respecto, cuándo pasó la tarde con él observando su trabajo en la carpintería y escuchando muchos de sus relatos. Ese tiempo lo aprovechó para hacer preguntas pertinentes sobre cómo había sido Shaka, como lo encontró y vivió en ese lugar, interrogantes que el anciano contestó sin prisa y sin menos contratiempos. Supo entonces en que condición Shaka había caído luego de tenerlo todo, las veces que le enseñó a hacer el trabajo manual, sus sueños y metas, las palabras que el joven le decía esperando la llegada de su padre, de Simmons y como, semana a semana, estás terminaron por ser excluidas de la boca de Shaka. Poco a poco fue comprendiendo, armando sus conjeturas y uniéndolas a las palabras de Shaka durante aquella noche gris, las de Grecia, y las que había ocurrido tan solo una noche atrás.

Pensaba en ella, diagramaba sus propias opiniones e iba forjando, poco a poco, la historia de vida de Shaka.

El ruido del comedor le resultaba agradable, aunque no estuviera familiarizado con él. Era la voz del niño balbuceando para que le dieran de probar un poco de aquella extraña tortilla, la voz de la madre haciendo sonidos extraños para llamar la atención de su bebé y la de su abuelo secundándolo, el silencio del padre, comiendo con pulcritud mientras vigilaba con cuidado que su hijo estuviera actuando como debería, los cubiertos, el sonido de la TV en el fondo dando las noticias en un canal de origen chino al que él no entendía en absoluto y sus propios pensamientos haciendo silencio mientras disfrutaba del extraño aire de hogar que emanaba una familia común y corriente como lo dictaba la sociedad, la religión y la naturaleza, según algunos.

Lo que no esperó fue escuchar aquella otra voz.

Shaka, había salido de su habitación, y no solo eso, estaba vestido como si fuera  salir a algún lugar: traía un grueso abrigo, una bufanda que rodeaba a su cuello de color celeste  y su cabello recogido en una cola alta. Además de eso, había entrado al lugar hablando al parecer en chino y la mujer de la casa le contestó con otras palabras más en el mismo idioma. Para ese tiempo, el reloj marcó las ocho de la noche en Londres, estaba lo suficientemente oscuro y un poco húmedo por una reciente lluvia, hacía frío, sobretodo porque al paso que iba el invierno caería apresuradamente sobre ellos.

Hubo otro cruce de palabras entre el rubio y la mujer antes de que el decorador se acercara a la mesa viendo al anciano y diciendo otras palabras en el mismo idioma, palabras que notando la expresión del hombre al escucharla, debía significar algo importante. Saga se sentía totalmente fuera de lugar, por un momento hasta le molestó el hecho de que Shaka simplemente hubiera salido y hubiera escogido hablar en un idioma que desconocía como si lo estuviera sacando deliberadamente del asunto; aún así no pudo evitar estar al pendiente, discretamente, de las expresiones del dueño de la casa para intentar interpretar algo del extraño dialogo. Notó que en primera instancia el rostro de Dohko mostró sorpresa, luego un poco de seriedad mientras escuchaba las siguientes palabras y por último… aceptación. Resignándose al hecho de que no tenía nada que hacer allí y sintiéndose aún más irritado por ello, se levantó de la mesa pidiendo permiso para llevar a la cocina y darles la privacidad que parecía quería tener Shaka con los suyos.

Encontrándose en la cocina se permitió farfullar una maldición a su condición y a lo estúpido que se sentía de seguir allí en ese lugar al parecer queriendo salvar algo que nunca existió. Limpió los restos de su cena con cuidado mientras trataba de aplacar su mal humor, aunque era difícil cuando se trataba de Shaka que parecía golpearle severamente en su carácter haciéndolo tan voluble como la masa en las manos. La frustración entonces aprovechaba para impulsarlo y llenarlo más y más de aquella sensación indecible de derrota y de estar en el lugar que no debería estar, perdiendo otro día de su vida, más cuando podía estar en Grecia preparándose para apoyar a su hermano en el choque con su madre que tendría al día siguiente. Pero no, él estaba en Londres, esperando por un hombre que había tenido el descaro no solo de decirle que nadie le había pedido que fuera, que se podía ir; sino que además no le interesaba que supiera lo que tuviera que hablar con su familia.

—Soy un imbécil…—murmuró de nuevo en contra de si mientras el agua del lavadero se llevaba los rastros del jabón hacía la tubería. ¿Por qué no se podía diluir lo que sentía por ese hombre igual que la espuma del detergente? ¿Por qué simplemente no podía dejar que se lo llevaran sus aguas a un lugar lejos de sí mismo, a donde no doliera?

Porque le dolía… aunque quería quedarse y esperar le dolía la indiferencia y la sensación de que él no tenía que hacer nada allí.

—Saga…—detuvo su labor sintiendo un calofrío penetrar en su espalda al sentir no solamente la voz de Shaka, sino su mirada clavada tras de él—. Acompáñame a hacer unas llamadas.

Sin pensarlo dos veces, cerró el flujo del agua.

Cuando salieron ambos del edificio, bajo el silencio de la familia, el frío de Londres de nuevo contra él provocándole un respingo y la necesidad de abrazarse a sí mismo con el grueso abrigo y bufanda que le habían prestado. Tal como recordaba estaba la noche pasada, las calles tenían enormes charcos debido a la reciente lluvia, la humedad se percibía en el ambiente y los faroles alumbraban en las calles susurrando junto a la brisa. No hubo palabras durante el camino que los llevó a la primera cabina telefónica del lugar, apostada al menos a dos cuadras, de color rojo con los vidrios rectangulares. Dejó que Shaka entrara primero e hiciera sus llamadas mientras él esperaba afuera frotándose las manos y buscando calor.

¿Por qué Shaka le había pedido que le acompañara? No estaba seguro, pero si aceptó fue por la esperanza de que eso significara algún tipo de avance, que Shaka quisiera sentir su compañía o quisiera hablar, algo, de lo que fuera aunque el tema circulara sobre el clima. Pese a eso solo hubo un mutismo severo, una caminata larga y sombría con una compañía silenciosa pero no impertinente, sintiéndose acompañado y al mismo tiempo solo, como si estuviese y no dentro de la vida de ese hombre que por más que intentaba entrar tras él estaba cerrado, herméticamente, contra todo.

Por culpa de otro hombre…

Sus pensamientos se agitaron cuando la primera gota calló en su nariz, fría, sacándole de sus cavilaciones. Al subir su mirada, pudo ver que algunas nubes cargadas de agua revoloteaban sobre su cabeza, con algunos relámpagos resplandeciendo dentro de ellas. Cuando la segunda, tercera y cuarta cayeron sobre su rostro no lo pensó dos veces, se metió en la cabina donde Shaka aún terminaba su llamada.

Para el rubio la entrada del abogado a su espacio personal le había turbado. Cuando sintió que el griego entró tras él, de inmediato tapó la bocina de su teléfono y volteó a ver qué ocurría, constatando de inmediato que casi unos segundos después empezó a llover suavemente sobre ellos. El espacio era minúsculo para ambos, los hombros anchos de Saga rozaban con los de él aún pese a que había una gruesa tela cubriéndolos. Aún así, eso no fue impedimento para que  él sintiera calor por la repentina cercanía, menos cuando él había sido el tema de conversación que sostenía con su amigo Aphrodite.

Observando de reojo como el hombre se frotaba las manos y dejaba escapar de sus labios gruesos el humillo blanco por el frío, intentó cortar la llamada con la menor señal de turbación, no queriendo que Saga notara lo que le provocaba su acercamiento aún pese a lo que había sucedido.

—Aphrodite—sintió la mirada del griego sobre él al voltear y mencionar ese nombre por el teléfono—, como te decía, gracias amigo—la mirada sintió que se desvió, pero en vez de ello la cercanía se intensificó cuando la lluvia arreció sobre ello y el agua se filtraba por la rendija de la puerta—. Creo… creo que seguimos conversando después—de nuevo aquella mirada sobre él, los brazos de él rozando los suyos y haciéndole notar de nuevo el temblor por el frío—. Si… es que está lloviendo y… bueno, mejor hablamos mañana, ¿te parece? Prometo llamarte.

“Piensa en lo que te dije”—resonó la voz de Aphrodite en su cerebro al mismo tiempo que sus nervios se dispararon cuando aquel sopló contra sus manos buscando calor, un sonido que no supo porqué lo sintió en la punta de su oído.

—Lo haré. Cuídate y nos estaremos hablando.

Cuando cortó con la llamada, lo único que acompañó a su fuerte latidos, tan fuertes que temía fueran escuchado por su acompañante, era el sonido de la lluvia caer incesante sobre ellos, con algunos truenos entrando en escena. El rubio temía voltear y encontrarse con la mirada de Saga, aunque sabía la razón por la que le había pedido que le acompañara, la misma que le comentó a Dohko antes de salir y que hablaba con Aphrodte como si buscara un respaldo, razón que sin embargo no era fácil de enfrentar.

—Lamento haber interrumpido tu llamada—habló él sin mirarlo, solo observando la lluvia caer y frotando sus manos en busca de calor.

Shaka no pudo responder nada… no podía. La presencia de Saga tan cerca le había cortado aquella posibilidad y sentía que se entretejía dentro de él al paso de los minutos, allí bajo el agua de Londres, dentro de una cabina que era símbolo de su ciudad por décadas, peleando contra el tiempo y la tecnología, como ellos peleaban contra sus errores y el pasado. Y él quería… él quería abrirse aunque el miedo le paralizara, le inmovilizaba aún más la simple idea que tal como Saga le comentó alguien más valiente, con menos tierra, alguien más sencillo, o más libre, se quedara a su lado y él tuviera que ver las aguas del mar de lejos, como ya tendría que conformarse con su padre, como se resignó con Simmons.

Esa despedida… él no pudo dormir pensando en esa despedida y en recordar el dolor que sintió, cuando justo en esa misma cabina, Aprhodite le había dicho semanas atrás que ya el abogado no lo seguiría. Cuando creyó que lo había perdido todo

Pero no fue así, Saga seguía frente a él; el abogado que había revuelto todo su pasado, sus recuerdos, emociones, sentimientos estaba allí, había ido por él y aunque estaba consciente de que necesitaba tiempo, que no era fácil, que le daba terror pensar en equivocarse y empeñarlo de nuevo todo, que le gustaría que simplemente esperara a que la herida volviera a cerrarse, la reciente, la de su padre; debía admitir que tanto Dohko, como Aphrodite tenía razón.

Seis años… ya habían pasado seis años. ¿Cuántos más?

—¿Por qué…?—preguntó con mirada dolida, fija… penetrante. El abogado quien miraba en silencio la forma en que la lluvia dibujaba senderos sobre el vidrió, volteó hacía él—. ¿Por qué insistes en darme un espacio en tu vida?—las esmeraldas se abrieron, inesperadas, no preparado para esa interpelación justo en ese momento—. Negué tus salidas, corté tus llamadas, a duras penas respondí tus mensajes; he evadido todos tus intentos, te he tratado mal, me he burlado de ti para…

—Shaka…

—¿Por qué, Saga?

Saga supo, de inmediato, que ese era el momento que había estado esperando desde que llegó, la pregunta que él había querido responder e intentó hacerlo de múltiples formas sin el menor resultado positivo. Supo que de no responder en ese momento de la forma correcta quizás perdería la oportunidad, aquella que Shaka le estaba dando con mirarlo con sus ojos claros, su expresión intentando sostenerse neutral aunque su ojos, esos dos irises azules, bramaban como las llamas tenues de una vela peleando por mantenerse encendida frente el viento

—Me importas…—y vio como el alma, tal como sus ojos, se quebraban finalmente—. Me importas, demasiado Shaka…—un acercamiento. Los zafiros de Shaka se resguardaron contrariados, asustados, aún peleando—. ¿A qué le temes? ¿A qué te lastime? ¿Te deje?—se atrevió  confrontar dejando que un dedo grueso enmarcara la mandíbula en la piel de nácar. Sus respirar se agitaban, ambos corazones resonaban en un eco acompasado—. ¿Qué huya cobardemente de ti?…

—¿Aunque sea malo ante lo que quieres enorgullecer?—susurró alejándose del contacto que aunque nimio, fue suficiente para agitar las aguas dentro de él—. Tu familia… tus creencias…

La foto familiar… la virgen y la cruz sobre su despacho en casa.

Saga entendió la pregunta que estaba detrás de ella, el verdadero miedo de revivir lo que ya había vivido: ser de nuevo aplastado por los prejuicios, ver a quien ama dejarlo de lado por ser considerado un error.

—Muchas cosas no son correctas según la sociedad Shaka. Lo que nos atrae para mucho no es correcto—desafió, acercándose más, acorralándolo contra el teléfono sin importar que sus zapatos chispearan el agua que se filtraba, olvidándose por completo de la lluvia. Levantó con una de sus manos el mentón del decorador y sosteniéndole así lo miró con ojos chispeantes de devoción—. Muchas cosas… ¿pero qué hacemos entonces?—los labios delgados temblaron. Al contrario, los gruesos se saboreaban con sed, deseos—. Tú me enseñaste que enfrentarlo…

—Hay cosas que por mucho que se enfrenten jamás se dan—confesó sintiendo que esa era su historia de vida resumida en una frase.

—Antes de acercarme a ti, decidí que eran horas de enfrentarlas—se acercó aún más, respirando su aliento y observando el breve vibrar de su piel al contacto—. Y no soy el único—posó su derecha contra el teléfono, acorralándolo—, tu tampoco… No estás solo, no tengas miedo…—un susurro, una petición—, no estarás solo. Ya no, lo prom…

—No prometas…—sus parpados abandonaron posición para dejar ver sus ojos azules—, no creo en las promesas—el abogado lo miró de cerca, ya sintiendo su nariz acariciando la contraria, ahogándose en los zafiros que aún temerosos lo observaban sin perder detalle—. No creo en ellas…

No quiso dejarlo hablar más… no quiso escuchar más sus razones, sus argumentos, aquello que aún con la cercanía de sus rostros, de sus narices, de sus bocas, quería seguirlos separando, alejando. Prefirió destruirlos, acortando distancia, abriendo espacio. Besando…

El temblar en el cuerpo con sangre inglés fue palpable. Lo sostuvo con su derecha alrededor de la cintura, apegó sus cuerpos, su mano de la barbilla se resbaló hasta la nuca. Profundizó. Y quebró…

¿Cómo podía seguir peleando así? ¿Cómo podía seguir enfrentándolo así? Shaka sintió que algo estallaba dentro de él, se cuarteaba sin dejarle posibilidad de tan siquiera hacer algo para evitar que el papel tapiz  cayera arrancado al suelo y mostrara las grietas y filtraciones de su propia presa.

¿Y podía confiar en él?

Quiso creer que sí… y por ello sus manos buscaron alojo en la enorme y fuerte espalda del mayor como si se aferrara a una balsa antes de hundirse más en la oscuridad de su pasado. Así, acompañados por el sonido de la lluvia cayendo en ese frio y solitario lugar, los besos se intensificaron, desbordaron y humedecieron al paso de una pasión encerrada por mucho tiempo, de deseos guardados en silencio… víctima de una sensación de desborde que les agitaba bajo las pieles, deseando por fin sentir, vivir, aquello que de alguna forma ambos se habían negado desde antes de conocerse.

Y quizás escribir un nuevo capítulo.

Notas finales:

Gracias a todos por sus bellos comentarios, me faltan unos pocos por responder, pero ya estoy en eso :) Me alegra mucho leerlos y saber lo que opinan del capitulo, me animan a continuar, asi que les agradezco de corazón no solo el esperar por cada actualización sino el darse unos minutos para hacerme leer como les pareció y que les gusto. Creanme que sin ustedes no seguiría publicando. Muchas gracias :)


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