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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Shaka y Saga han hablado de todo lo que era necesario en el momento, pero no son los únicos con cosas que resolver. ¿Qué le espera a Kanon con su encuentro?

Aquella mañana, Kanon se tardaba mucho más en alistarse. Mu veía el reloj ya un tanto impaciente, tenían cinco minutos de retraso y sabía que el tráfico en la principal vía que tomaban en Atenas siempre tenía colapso en horas de la mañana, y ahora su querida pareja no terminaba de salir de su habitación. Distinto a como era la rutina, esa vez Mu no había preparado ningún tipo de vianda para el almuerzo; la cita con la madre de Kanon era precisamente ese mediodía, y pese a que tenían que primero cubrir sus labores en la constructora, estaban preparados para salir temprano y llegar el lugar.

El restaurant escogido estaba ubicado en la plaza principal, un sitio cercano al lugar en donde trabajaba y donde había lugares cómodos y un poco discretos para estar sin preocuparse. Allí, uno de sus favoritos y que les traía recuerdos a ambos era el de las sombrillas en las afueras, donde solían servir frapple y se disfrutaba de la vista de la ciudad con total calma en uno de los balcones. En ese lugar, recordó Mu, Kanon le invitó a vivir en su departamento, unos cuatro años atrás.

Le parecía sorprendente que su relación se hubiera fortalecido y ya estuvieran viviendo juntos. Para él los años habían pasado tan rápido… Aguardaban buenos momentos, juntos a los amargos, al lado de Kanon había tenido que superar muchas cosas que quizás, cada uno en soledad, no hubieran podido asimilar con semejante prontitud. Primero fue la muerte de uno de sus abuelos en el tibet, aquella noticia le había afectado terriblemente y Kanon le prestó toda su ayuda económica para ayudarlo a ir y pagar los respectivos preparativos. Fue con él, se quedó en el hotel mientras que Mu se encargaba de todo ya que, por cosas comprensibles, el hablar de su relación allá en esos momentos era inaceptable, pero, en el día que se dio la despedida final, Kanon apareció en el lugar con un ramo de claveles para darle un homenaje a su abuelo. Mu jamás olvidaría ese día, jamás olvidaría como de lejos estaba allí, como su sola presencia lo hizo quebrarse por fin hasta llorar, y como dejó que lo hiciera, pegado a su pecho sin importarle nada más.

Ese día supo que quería seguir con él por el resto de su vida. Kanon podría parecer por fuera un hombre irresponsable y traicionero, juguetón y sin compromisos pero en realidad, lo que Mu había conocido en él, era que amaba con intensidad y procuraba siempre el bienestar del otro por encima del suyo.

Por eso, cuando luego de aquella perdida meses después el rostro del gemelo llegó a su puerta, no dudó un solo segundo en acompañarlo en aquel encuentro que sabía trascendería en el destino de su pareja. Kanon se veía renuente a verlo, pese a que Saga había dejado varias veces mensajes por todos los números de teléfonos que tenía, celulares, el del departamento e incluso el de la oficina. Mientras Kanon más huía, su hermano mayor lo iba cercando, Mu pudo ver que aquel no se quedaría quieto hasta lograr encararlo, y tuvo que enfrentarlo en un duelo de preguntas para que ese encuentro se diera, para ayudar a Kanon a enfrentar su pasado. Fue lo mejor… el mismo se lo agradeció y también estuvo allí para acompañarlo.

La llegada de Saga a la vida de Kanon había traído consigo memorias que el arquitecto había buscado enterrar. Los recuerdos de su madre y su padre eran latentes, y pese a saber que había recuperado a su hermano, el hecho de aún ser el hijo prodigo le pesaba. Para cuando Saga estaba en los preparativos de su boda, el hecho de que no pudiera ir a la propia boda de su hermano le afectó más de lo que hubiera querido admitir. Imaginó que para el mayor fue difícil tomar la decisión, pero para el menor, fue frustrante el tener que digerir que su padre no lo quería ni siquiera cerca.

Esa noche de la boda, él fue el único que lo vio llorar con rabia luego de haberse bebido una caja de cerveza y de haber dicho que no quería ir tampoco, que odiaba las ceremonias y las corbatas nunca le quedaban bien. Lo vio decir con indignación y amargura el hecho de sentirse recluido de su propia familia, que pese a todo, él también quería estar allí con su hermano aunque no apoyara la boda y creyera que estaba cometiendo un grave error.

“Yo debía ser el padrino”—le había dicho con lágrimas furiosas mientras daba otro trago de cerveza fría—“. Eso decíamos cuando éramos niños. ¡Saga me falló!”—replicaba, se frotaba la frente escondiendo así el dolor tras el dorso de su mano—“. Al menos espero que le vaya bien…”—para ese punto le abrazó sosteniendo su cuerpo y tratando de consolarlo.

No le fue bien… en realidad, Kanon había sido el único que Saga usaba de respaldo cuando se sentía ahogado por la sociedad y sus propios deseos. Era difícil, era perturbador para el menor ver a su hermano hundirse cada vez más, verlo así, caminando hacía su propia destrucción mientras se tragaba todo y sus obsesiones aumentaban la intensidad, al punto de…

“Está mal… Saga está tan obsesionado que una sola arruga en su camisa lo hace estallar.”

Al punto de requerir ayuda profesional y al final, la salida del divorcio. Mu recordaba ese momento subiendo las escaleras a la habitación, viendo que su pareja tardaba. Justamente eso había pasado aquella noche, Kanon estaba en el piso superior y no respondía a su llamado por la cena así que subió y lo vio con el rostro entre sus manos, apoyadas a sus rodillas. Aquello le había preocupado sabiendo que antes de haber ido a casa se había reunido con su hermano y conocer, por sus labios, que las cosas con ese matrimonio no estaban marchando.

“Se va a divorciar”—le dijo—“. Se lo va a decir, le va a decir que… que le gustan los hombres”—levantó su mirada preocupada—“. Joder… no sé si es lo mejor o no… a estas alturas… ¿a estas alturas que puede esperarle? Si papá se entera lo…”

“Despreciará como a mí”, Mu sabía que eso era lo que completaba la frase.

Subió hasta la alcoba hasta encontrarlo frente al espejo, peleando con al parecer una corbata y ya tres más en la cama, visiblemente las que se había probado. Aquello le había asombrado, conocía muy bien a Kanon como para saber que él no estaría perdiendo tiempo en una corbata porque no las usaba y las que tenía eran regalos de algún intercambio; así que podía traducir el hecho al nerviosismo.

—Kanon, ¿qué haces?—se cruzó los brazos con una mirada divertida hacía él, viéndolo voltear aún afanado haciéndose un extraño nudo—. ¡Por Dios!

—¡No sé como Saga puede usar estas cosas todos los días!—la risa de su pareja fue la única respuesta que obtuvo el griego a esa interrogante—. ¡Mu!

—¡Estás demente!—su pareja lo jaló desde la corbata para robarle un beso, mientras le desanudaba aquella tela quitándosela de encima—. Para lo único que sirve una corbata en tu cuello es para esto…—le comentó juguetonamente mirándolo de cerca—. Vámonos ya, se nos hace tarde y tenemos reunión de proyecto a las nueve.

—Quería verme presentable para el almuerzo con mamá…

—Así te ves muy bien—palmeó sus hombros con una sonrisa dibujada en sus labios—. Seguro dirá: ¡qué guapo está mi hijo!

—Ya sabe cómo debo estar, tiene a Saga.

—Mmmm… tú eres más guapo que Saga—y como un niño pequeño el mayor esbozó una sonrisa de superioridad—.Jajaja, ¡par de gemelos vanidosos!—se acercó, le dio un beso—. Vamos, se nos hace tarde…

Dejando la corbata atrás empezaron a bajar los escalones con las manos tomadas, siendo Mu quien llevaba la delantera mientras pensaba en la llamada que había hecho Saga en la mañana, cuando su pareja se tomaba un baño. Le había dicho que estaba bien, que todo estaba en orden y que le dijera a Kanon que ganó por penales; eso último tenía muchas maneras de interpretarse, pero no sabía de qué manera era la correcta. El asunto es que, cuando estaban en el auto y conforme Kanon manejaba, Mu le comentó aquello y lo que obtuvo fue una risa por parte de su compañero.

—Jajajaja, ¡¡penales!! ¡Este Saga! ¡No pudo meter el gol a tiempo!

—¿Qué quiso decir con eso?—preguntó curioso y Kanon solo esbozó una gran sonrisa.

—¡Cosas de hermanos!—el menor rodó las ojos renegando—. ¡Después te digo!

—No hace falta…

—¡En serio! ¡Después te digo! Cuando hable con él y me dé los detalles. ¡Para empezar como fue la prorroga y la etapa de penales!

Le sonrió mientras le oía hablar, de goles, penales, futbol y demás, que aunque él conocía perfectamente sobre ese deporte, sabía que los dos no se referían precisamente a un partido. Había más… al menos, mientras llegaba la hora de mediodía, el que Kanon distrajera su atención con eso lo veía bien.

Efectivamente no hablaban de un partido de futbol como tal, pero el ejemplo había sido el idóneo para ello. Saga, en ese momento, veía al rubio trabajar en el taller del anciano con lo que parecía ser la cabecera de una cama de madera maciza. Estaba grabando sobre ellas figuras, usando su cincel y soplando cuando el aserrín y el polvillo le quitaban la vista de la superficie. Lucía concentrado, su cabello atado en una cola alta lo apartaba de su rostro fino, había muestras de polvo y madera en su barbilla y mandíbula y una fina capa de sudor en su frente y patillas. Los ojos afilados apenas podían notarse bien detrás de la mascarilla que los protegía de cualquier suciedad y sus labios se medio mordían mientras trabajaba. Reclinado sobre la enorme mesa, su cuerpo estaba más apoyado a la madera, dejando a la vista su jeans apegado y el cinturón con las herramientas que rodeaba su cadera.

Si Saga quisiera, con haberse puesto detrás de él hubiera gozado una vista lujuriosa de su trasero levantado y sus piernas mientras Shaka estaba distraído en su trabajo, pero no era eso lo que el abogado le robaba la atención. La vista de Shaka mordiendo sus labios mientras una gota de sudor rodaba por el filo de su mandíbula lisa era para él mil veces más excitante. Siendo sincero, si él estaba en ese lugar no era pensando en ver a Shaka trabajar, estaba porque la conexión en ese sitio para su Smartphone era la mejor en casa, y estaba verificando que ruta le gustaría visitar en el mapa de la ciudad, armando su propio itinerario mientras recordaba uno que otro turístico que siempre quiso conocer de Londres. Pero esa tarea quedó de lado, justo cuando en un momento de descuido subió su mirada y lo vio así. De allí no pudo concentrarse.

En ese instante, el griego tenía su teléfono arriba con la vista fija en la pantalla mientras enfocaba su cámara. Quería tomarle una fotografía, ya le había tomado dos pero no le era suficiente, quería una más cerca, una donde solo el rostro de Shaka llenara la pantalla. Enfocó mejor, frunció su entrecejo denotando concentración, apretó… y capturó la imagen, sonriéndose justo cuando, quizás por el sonido, Shaka levantó la mirada. Se hizo el desentendido viendo como el rostro del inglés se frunció mostrando incomodidad.

—¿Qué haces?

—Sólo busco señal—eludió con una sonrisa mientras guardaba la imagen en su pantalla. Shaka lo miró no muy convencido al verle esa sonrisa.

—Supongo…—puso una mueca siguiendo con su trabajo—. Si estás aburrido ve adentro, ya casi acabo.

—Puedo esperar, además ahora saldremos—volteó al ver la puerta abrirse—. Y ya la gente viene aquí.

Efectivamente, quien iba entrando era la nieta con el bebe en mano y una jarra fría de visiblemente te de limón. El anciano dejó sus labores de inmediato para refrescarse, quitándose sus guantes y sacudiéndose el polvillo del mismo para acercarse a tomar la helada bebida. Shaka en cambió resopló y continuó su tarea, frente a la mirada del abogado quien lo observaba en silencio.

—¿Quiere un poco?—le ofreció la joven con una amable sonrisa. El griego asintió y ella fue a servirle con el niño cargado en brazos, quien no le quitaba sus grandes ojos de encima. Era evidente que para el menor ver rostro nuevos en casa le era llamativo.

—Shaka, ven a tomar algo, me has ayudado desde muy temprano—pidió el anciano al rubio enfrascado en sus labores—. ¡Vamos!

—Está bien, está bien…—se levantó de la superficie secándose el sudor de su frente con un pañuelo—. Solo un poco.

Al poco tiempo estaban reunidos alrededor del griego, el abuelo jugando con el pequeño bisnieto, Shaka bebiendo su bebida en silencio mientras se recostaba a la pared y la joven comentaba lo que tendría de almuerzo. El ambiente de una familia, Saga los veía y se sonreía al sentirse como en casa. Comprendía a la perfección porque el decorador se sintió tan aceptado en ese lugar, era como si fuera la casa preparada para cualquier forastero que necesitara descansar y comer. Un lugar para tomar fuerzas y continuar el viaje de la vida.

—Parece que Moises quiere que el Señor Saga lo cargue—esa voz y las palabras le llamaron la atención, rodando su mirada hacía la mujer y el niño que estiraba los brazos queriendo alcanzarlo.

—¿Me lo permitiría?—aludió el griego algo enternecido por la muestra de interés por parte del menor.

—¡Eso ni se pregunta!—rió la joven madre acercándose para pasar al bebe a los brazos del extranjero quien las abrió hacía él.

La escena no fue perdida de vista por parte del decorador, recostado a su lado y bebiendo el liquido frio en silencio. Observó la sonrisa de perfil del griego y como el niño, viéndolo asombrado, ponía las manos en su cara buscando atrapar a su prominente nariz, un rasgo muy griego que era evidente llamativo para los finos rasgos de Londres y en especial, las narices pequeñas de su familia china. Shaka se sonrió cuando vio al abogado fruncir sus cejas mientras el pequeño balbuceaba las típicas silabas y buscaba tocar sus ojos, como si hubiera encontrado alguna gema en especial. El color de los ojos también debió llamarle la atención al igual que su cabello, algo ondulado y mucho más claro que el de sus padres, el mismo que quiso atrapar con sus dedos.

—¡Moises!—reclamó la madre algo avergonzada al ver como el niño prácticamente le estaba tocando toda la cara al invitado. Shaka expandió su sonrisa aún más cuando el niño se sonrió en respuesta al gesto de sorpresa que Saga le dibujó.

—Moises—habló está vez el heleno, con su acento característico griego y su voz potente y gruesa—. Gusto en conocerte, Moises—dijo hablando en su idioma natal y el niño se quedó en silencio mirándolo con ojos exorbitado—. Nice to meet you, Moises—le habló ahora en ingles y el niño sonrió—. ¡Vaya!

Shaka no podía negarlo luego de haberlo visto así. Como si fuera un pálpito envolviendo a todo su cuerpo pensó que Saga sería en definitiva un gran padre, un hombre atento y cariñoso con la criatura, quizás comprensivo, pendiente de sus necesidades. Si… definitivamente sería un gran padre.

Al poco rato que los dejaron solos con el bebe por la llegada de Shiryu, Shaka le tomó su vaso vacio para llevarlo a la mesa cercana donde descansaba la jarra, mientras veía de reojo como el mayor le mostraba su móvil al niño, con el repertorio de música. Se sonrió al verlo tan distraído como para darse cuenta que estaba siendo víctima de su mirada.

—Te has encariñado mucho con él—le dijo reclinándose a la mesa más cercana, frente a ellos y notando como el niño al oír su voz intentó alcanzarlo con sus manos pero estaba lejos—. No Moises, estoy muy sucio para cargarte…

—Es un niño precioso—comentó el griego parándolo sobre sus rodillas para ver como el infante se balanceaba y movía sus piecitos como si le costara sostenerlos—. Creo que le falta aún por caminar.

—Quizás un mes…—se acercó para acariciar con su manos más limpia las mejillas del bebe—. Serías un gran padre Saga… recuerdo lo que me comentaste en el monte pero viéndote ahora, hubieras sido un gran padre—aquello había sorprendido al griego.

—¿Eso piensas?—Shaka solo asintió acariciándole el cabello negro y lacio del niño—. Marin quiere quedar embarazada—la caricia se detuvo—, me pidió que le ayudara para el tratamiento—los ojos de Shaka chocaron contra los de él, fijos.

—¿No te gustaría?—carraspeó frunciendo levemente el ceño ahora mirando de nuevo al niño—. Es decir, ser padre… no sé qué opines de eso…

—Si me gustaría ser padre—contestó levantándose con el niño en brazo—, pero no ahora y no de esta forma. Lo pensé mucho estos últimos días y llegué a la conclusión que no es lo que quiero para mi hijo. Así que cuando regrese hablaré con ella para darle esta respuesta—Shaka resopló a un lado, mostrándose bastante incomodo con el tema de conversación—. Veo que no te gusta lo que te he dicho.

—Eso no es mi problema—eludió el rubio con el ceño fruncido y buscando colocarse de nuevo los guantes. Saga sonriéndose se acercó a él por la espalda, apenas acariciando un costado de su cuerpo sobre la camiseta y deteniendo así el movimiento del decorador. El bebe en sus brazos jalaba su camisa azul y la babeaba con sus manos llenas de salivas.

—Deja eso ya, ya te falta poco y puedes continuar más tarde. Además, quiero salir.

—Te dije que estoy ocupado—intentó sonar convincente aunque aquella ligera caricia y lo que había acabado de escuchar lo dificultaba.

—Y enojado—agregó con una sonrisa. El rubio volteó con una mirada amenazante y negándose a admitir aquello—. Tienes el mismo rostro que cuando tus asistentes cometían un error en la casa. Era verdad cuando decías que tenías muchos demonios, Shaka—el decorador lo miró aún más asombrado e irritado.

—¿Te acuerdas de eso?

—¿Cómo no acordarme? En ese masaje terminé de admitir que si me atraías—el menor desvió la mirada aún molesto y hasta cierto punto, sintiéndose al descubierto.

¿Cómo no recordarlo? Shaka recordaba perfectamente aquellas veces en que sin poderlo detener se estaba inmiscuyendo cada vez más con aquel cliente divorciado que había atendido dos años atrás. Recordó en ese momento que cuando le llamó para el trabajo lo primero que pensó es que sería la decoración para la habitación de su primer hijo, y con aquello en su mente subió un tanto la mirada hacía el bebe que tenía aún en sus brazos y babeaba toda su camisa. ¿Cuántas veces no se dijo: es heterosexual? ¿Cuántas veces no intentó convencerse con un argumento tan débil como ese? ¿Cuántas veces no se dijo: no te inmiscuya, estuvo casado con una mujer? ¿Cuántas…?

No pudo… siquiera metiéndose de lleno al trabajo, siquiera tratando de liberar sus ansias en los brazos de Aphrodite como siempre, pudo hacerle frente a todo lo que ese hombre le había despertado desde esa cena. Quizás por eso esa última semana donde casi él no pasaba en casa lo extrañaba. Posiblemente por esa razón se auto impuso en trabajar hasta alta horas de la noche, necesitaba escapar de la necesidad que tenía de ver a ese hombre aunque sea asomarse a la puerta de su casa con las manos en los bolsillos y su mirada verde. Necesitaba escapar de él, de los recuerdos y de todo lo que gritaba que lo estaba deseando más de lo que quería admitir.

Estaba enamorado de ese hombre. No solo eso, había pensado que un futuro con él es factible, había deseado no solo el candor de sus labios sobre su piel, sino el confort de sus brazos rodeando su cuerpo. Se había enamorado de él… y tener que haber llegado al punto de ir a su tierra para poder entender algo como eso era vergonzoso. Él ya estaba enamorado de Saga Leda desde antes de tomar el avión a Londres.

—¿Shaka?—la voz del abogado resonó en el lugar y el rubio subió la mirada, observándole—.¿Qué pasó? Te quedaste mirando la nada…

Estaba enamorado de ese hombre y estaba enojado… enojado porque le había dado celos y terror pensar que su ex esposa pudiera arrebatárselo. Enojado porque con esas palabras, sintió unos deseos casi obsesivos de marcarlo como suyo y no dejar que se lo quitaran, de gritar al mundo que ese hombre estaba allí, que había viajado de su país por él y que nadie, siquiera algo tan fuerte como un niño podría arrebatarle lo que amaba…

De nuevo…

Bajó la mirada, asustado con sus pensamientos y sus deseos que le ahorcaban sin permitirle controlarse. ¿Cuándo había llegado a ese punto?

Estaba enamorado, lo quería y ese hombre estaba allí por él, solo por él…

—Voy… voy a darme una ducha para que salgamos.

—Bien, yo creo que debo cambiarme la camisa—y allí volvió a subir sus ojos para encontrarse con la imagen de Saga viendo el manchón de baba con el niño que parecía observar con asombro su propia obra de arte, imagen que le sobresaltó—Entonces te espero para….

Quizás se lo reprocharía cuando estuviera solo ese acto de impulso pero no pudo contener sus instintos, esos deseos de jalarlo así, justamente de su cuello y buscar sus labios para saborearlos una vez más como en la noche lo había hecho en esa cabina telefónica. Saga estaba con sus ojos abiertos de asombro, Shaka tenía su mirada llena de seguridad acariciando con sus propios labios la boca de él, en un roce simple y sencillo, pero suficiente para  hacerles desear más.

—Espérame.

El rubio se alejó de él dejándolo sin palabras, con sus ojos verdes abiertos y sinceramente asombrados. Al verse capaz de voltearle el piso también al abogado que no había hecho más que eso desde su llegada le llenó de un regocijo que no quería explicar, algo que le hizo salir de aquel taller sintiéndose mucho mejor.

Por otro lado, Saga simplemente no entendía como habían terminado en esa situación, pero su pecho estaba a punto de ser abierto en dos a causa de su corazón. ¿Era posible que eso que pasó fuera justamente eso? ¿Shaka lo había besado? ¿Había tenido la iniciativa de besarlo y mirarlo de esa forma como si lo declarara suyo? Aún absortó sintió un cosquilleo cuando el niño también le besó la mejilla como si buscara imitar lo que había visto. Eso le comprobó que si había pasado, si lo había besado, Shaka si había buscado sus labios.

—Este hombre conseguirá matarme de un infarto…—murmuró con una sonrisa, más seguro que nunca que ese era el lugar donde debía estar y el hombre con quien quería salir al mundo.

Siendo el mediodía, tal como habían quedado de acuerdo, la pareja había llegado al restaurant en Atenas donde se encontrarían con la madre de los gemelos. Mu le había prometido que estaría con él, más no podía estar demasiado cerca, así que se limitó a sentarse a unas mesas del lugar mientras dejaba a su pareja sentado en el balcón, donde el sol de Grecia caía entre las sombrillas. La madre de Kanon llegó quince minutos después y ambos, en ese momento, estaban sentados uno frente al otro en la mesa con unas copas de agua a medio probar, sudando tal como sudaban ambos por el calor del mediodía.

Se removió en el asiento algo inseguro, revisando su teléfono esperando algún tipo de llamado de él. El mesero de nuevo había ido a ofrecerle la carta y el pidió una ensalada porque su estomago de seguro no pasaría nada más. Todo lo que había estado viendo lo tenía preocupado, entre madre e hijo el silencio era devastador, apenas se veían cruzar palabras y luego ambos desviaban sus miradas como si no consiguieran que decir. Desde lejos veía el gesto de pánico que Kanon a duras penas podía mitigar, el terror de levantar su mirada hacía su madre y verle algún gesto que lo condenara.

El vibrar en su teléfono lo alarmó y azorado tomó de nuevo el móvil para abrir el mensaje de texto que había llegado. Provenía de Kanon, y aquello lo hacía sentir más inquieto.

“No quiere mirarme”

Mu tragó grueso al leer ese mensaje y pensar en la situación en la que se encontraba su pareja. Debía ser terrible  estar frente a su propia madre y no recibir al menos una mirada de aceptación. ¿Cómo podría apoyarlo? Sus padres habían muerto mucho tiempo atrás, jamás supieron de sus verdaderas inclinaciones y sus abuelos, con quien se había criado, pese a saberlo solo le sonrieron y le dijeron que tuviera cuidado. Jamás le rechazaron o juzgaron, aunque no negara que dentro de su corazón le pesaba el saber que de él difícilmente tendrían descendencia. El caso con Kanon eran distinto, su hermano y él compartían la misma inclinación, era evidente pensar que quizás sus padres no sabrían lo que era tener una navidad llena de hijos en casa. Además, por eso mismo y debido al rechazo en su hogar, Kanon se había ido teniendo apenas sus dieciocho años y Saga… Saga es hasta ahora que ha podido salir y decir su verdad, teniendo que fingir y esconderse durante esos largos años para no lastimar a sus padres.

Semejante situación, como afrontarla… Mu queriendo pensar que esas serían las palabras correctas le escribió a su móvil esperando apoyar de esa manera a su pareja, el hombre con quien llevaba ya años, con quien se casaría si fuese permitido en Grecia. Escribió tan rápido como pudo y envió el mensaje permaneciendo atento a las expresiones del griego cuando lo leyera.

“¿Le dijiste que la extrañaste? ¿Qué la amas?”

Precisamente, Kanon al leer esas palabras se mordió los labios con pesar. Su madre estaba frente a él, mirando la mesa con sus ojos caídos y visiblemente cansados. Los años no habían pasado en vano, la belleza de su madre había sido mudada por la edad, el dolor y si, ahora por la enfermedad de su padre que exigía más de ella. Su rostro apagado hacía juego con sus manos algo más arrugadas y las líneas de expresión en sus labios y ojos. El cabello recogido atrás se le podía ver ya algunas canas que al parecer intentaba tapar con  algo de tinte, y sus uñas, como las recordaba, permanecían siempre arregladas y lisas con aquel estilo francés que le gustaba, el único que parecía usar.

Ellos habían cambiado, no se podía negar, más de 15 años no habían pasado en vano para ellos y pese eso, lo que habían podido conversar no pasaba de un donde vives, como comes, que ha pasado con Tio Adalberto o con la Señora Mirian, la de los helados; no pasaba de trivialidades buscando ambos no tocar dos temas importante: la iglesia y su padre.

Era difícil mantener una conversación así, pero leyendo el mensaje Kanon no dejaba de sentir ansiedad. Ella solo dijo: “cuánto has crecido” cuando lo vio. ¿Pero como poder responder a eso? ¿Era un te extrañé camuflageado? ¿Debía era decirlo él? Estaba muy inseguro al respecto.

—Kanon…—la voz de su madre lo puso en alerta, sintiendo un respingo en todo su cuerpo, en especial a sus hombros y cuellos tensos. Apenas subió la mirada, la voz de su madre sonaba algo quebrada y aquello le había dolido más. ¿Era por vergüenza?—. Tu… ¿eres feliz?—aquello simplemente no lo había esperado.

Levantando sus ojos de asombro, el arquitecto se fijó en los ojos claros de su madre, los mismos que había heredado solo para observar como ella de una vez rompió el contacto visual desviando su mirada hacía el mantel. Otra vez. Se halló tragando saliva como si fuera piedras, cerrando sus puños debajo de la mesa con indignación y amargura al verle ese gesto que para él significaba desconocimiento.

—¿Feliz?—su voz, por mucho que quiso contenerla, brotó con un dejo de amargura y en sus labios una minúscula mueca de burla la acompañó.

Y el orgullo clamaba por salir, por dar por fin un punto y final al teatro que ambos habían buscando sin realmente saber lo que querían lograr. Esa pregunta para él le supo amarga. ¿Si era feliz? Si lo decía por haber tomado la decisión, por haber huido de casa para formarse su propio camino, para encontrar su fortaleza, de ser un feliz homosexual al lado de una pareja estable: si, lo era. Era feliz pese a que su padre lo rechaza, incluso pese a que su madre no quisiera verlo y su hermano hubiera preferido apoyar a otro en vez de quedarse con él. Era feliz, porque estaba seguro de lo que había hecho, porque estaba protegiendo su identidad y porque en unas mesas más allá estaba su pareja, su hombre, esperándolo para decirle que volvieran a casa, la casa que el construyó con su sueño, su sudor y esfuerzo.

Era feliz… podría decirlo y así acabar con todo, podría…

Pero al ver a Mu desde aquellas mesas con su rostro preocupado, no pudo decirlo. El verlo desde lejos pendiente de todo no pudo pronunciar esas palabras aunque fuera la media verdad. Podría en ese momento él sacar todo lo que había logrado y cuánto había hecho para proteger el dolor de ser rechazado, pero sabía que no podía mentir ante esa pregunta. No había sido feliz, y el hecho de que Mu prácticamente le suplicara con su mirada desde aquella mesa le dio a entender que si, su pareja también lo sabía y por eso estaba allí queriendo apoyarlo y cerciorarse de que haría lo correcto. Mu lo sabía, porque había estado con él, porque lo conocía más que nadie, sabía cuál era esa respuesta que su madre intentaba sacar de él.

Bajó su mirada, subiendo uno de sus brazos a la mesa mientras veía fijamente la servilleta servida, tragando de nuevo, tragando y pensando en que debía responder.

La verdad… solo podía decir la verdad.

—Yo… yo tengo un empleo en una constructora, siempre tengo un proyecto. Tengo mi propio apartamento y un auto, en buenas condiciones—empezó con esas palabras, inseguro de realmente que quería decir—. Yo también tengo una pareja—tragó grueso—, él, justamente está esperándome ahora ansioso de saber cómo me fue—medio sonrió levantando la mirada lo suficiente como para ver aquella mesa—. Si me lo preguntas por eso: soy feliz.

En ese momento se atrevió a subir la mirada y ver el rostro cabizbajo de su madre, escondido… así de esa forma que él podría reconocer. Era el rostro de sumisión y resignación que tomaba cuando su padre tomaba una decisión que a ella no le parecía, peor que debía guardar silencio por la sumisión matrimonial. La miró fijamente, sabía que necesitaba decir más, que hasta ese entonces solo había dicho la media verdad. Subió su otro brazo a la mesa, se atrevió a tomarle las manos aún pensando en que quizás habría un gesto de asco o aversión por parte de ella y la vio temblar, la vio tener un respingo.

—Pero…—allí venía su verdad—, sería más feliz si pudiera compartirlo contigo.

Hubo silencio.

La mujer levantó su mirada hacía él, contempló el rostro de su hijo, con aquella curva que hacía sus cejas que tanto conocía, ese gesto como si él le pidiera que no lo regañara a él por hacer lo que sabía era malo. Sus labios arrugados con una leve muestra de labial temblaron, sus manos también.

El hijo, sin embargo, seguía con sus manos tomando las de ellas y prácticamente sin poder respirar. Sabía que en ese momento estaba totalmente vulnerable al mínimo gesto de rechazo, que el solo hecho de que su madre desviara de nuevo la mirada o quisiera destruir el contacto de sus manos sería suficiente para condenarlo para siempre, para herirlo y quitar toda posibilidad  Le había abierto su corazón, le había dicho lo que sentía, si en ese momento su madre ocultaba su rostro a él sabría que sería para siempre.

Pero solo vinieron lágrimas. De ella vinieron las lágrimas que cayeron solas por su rostro llevándose el delineador que marcaba sus ojos. La vista de Kanon se cristalizó mientras esas lágrimas corrían por los surcos de las arrugas y se unían a su barbilla, en silencio.

¿Y cómo traducir esas lágrimas?

—Yo…—susurró la mujer sin poder hacerse escuchar bien por el llanto…—. Yo pensé que me odiabas…—ella tapó su rostro usando sus manos, bajando la cabeza con desesperación, como si quisiera esconder o detener algo pero al mismo tiempo no pudiera con todo ello—. ¡Yo pensé que me odiabas! Oh Dios… yo pensé… que no me perdonarías… que estabas aquí solo… solo por cumplir… que yo…

—Mamá…

—Perdóname… ¡perdóname!

—Mamá, ¡no llores!­—se levantó de su asiento desesperado y sin saber qué hacer, viendo a la mujer que le había dado vida y le había cuidado desvanecerse en medio del llanto.

—¡Perdóname, amor! ¡Perdóname!

Kanon se acercó a ella y al cubrirla con su cuerpo su madre se plegó sobre él con desesperación, llorando amargamente, diciendo esas mismas palabras. “Perdóname, por ser mala madre, por no buscarte, por no poder convencer a tu padre, por todos esos años, por la ausencia, por la carencia, por juzgarlo, por todo…” esas eran las palabras que salían atropelladas por su voz y su respiración mientras se aferraba al cuerpo de su hijo, apretando la camisa y llorando con libertad. Él no podía ver nada, su vista había quedado borrosa por las lágrimas que habían invadido sus cuencas oculares. Él no podía ver nada, ni le importaba, por eso cerró sus ojos, por eso le besó la frente a su madre y la apretó contra él como si temiera que se esfumara.

No le importó que la gente los viera, que el restaurant entero se enterara, siquiera la presencia de Mu a unas mesas. Él estaba con su madre… él por fin estaba con su madre.

Y fue imposible en ese punto no recordar que era él quien le acompañaba a hacer las compras, que siempre iba a su lado y terminaba cargando las bolsas del mercado cuando ella iba religiosamente todos los lunes a la feria de verduras. Que la veía tejer mientras se sentaba con la telenovela y su padre con Saga asistía a las reuniones. Que era él quien se quedaba con su madre y era a ella que le contaba de sus travesuras de la escuela.

Ella la que siempre abogaba por él frente a su padre cuando hacía alguna treta que ameritaba castillo.

Ella la que estuvo cuando enfermaba.

Ella la que consentía sus caprichos, le daba el jugo que más le gustaba, le preparaba el dulce que más le apetecía

Ella…

Él también le pidió perdón: por haberla dejado, por no comprenderla, por no llamarla ni escribirle, por haber sido orgulloso, por haberse negado tanto tiempo. Él también le pidió perdón y en ese momento que la franqueza se adueñaba de ellos el abrazo se hizo más emotivo, sus lágrimas y sus sollozos más íntimos, su calor reconfortante y necesario.

Mu veía todo de lejos con el corazón en la garganta y los labios temblorosos. Un mesero había querido preguntar de nuevo si haría otro pedido sin embargo, el joven no podía quitar la vista de esa mesa y se podía divisar, desde esa posición, las lágrimas que contenía. Respetando el momento el mesonero se alejó y dejó a Mu con un tumulto de pensamientos esperando por ser atendidos.

No estaba seguro de que había pasado, pero lo que estaba viendo definitivamente era un buen indicio. Con algo de sobresalto se acomodó en el asiento buscando su móvil, enviándole un nuevo mensaje que sabía no sería leído en el momento pero que podría ser de ayuda para su pareja cuando ambos se calmaran.

“Haz hecho bien. Te amo, Kanon”

Quince años… no pasaba en vano quince años, pero esa distancia había sido aplastada en el caluroso abrazo de una madre y un hijo en el mediodía de Grecia.

Notas finales:

Fracias a todas por sus amables comentarios. Realmente el leerlas me hace feliz y espeor que sigan acompañándome hasta el final de la tranma, a la que no le falta ya mucho. También espeor que takll como ha sido para mi y para los personajes, les dejé mucho Color y Vida ;)


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