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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

La llegada de alguien en particular pondrá en jaque los sentimientos de Valentine con respecto a Minos, mientras ya las palabras entre Saga y Shaka por fin da pie a un nuevo inicio. ¿Estarán listos para iniciar un nuevo ciclo?

Rumbo al final…

Su reloj había marcado ya una hora después de su llegada al departamento, y no había respuesta de Minos. Empezaba por dentro a pensar que quizás no quería atenderlo, y que le había huido para no tener que verlo en ese momento tratando de escapar de las ansias que le provocaba tener que dejar a Radamanthys solo, eso sin contar con las recientes llamadas que de nuevo habían sido marcadas en su teléfono. Tragando grueso, el joven desanudó su corbata y sin ningún tipo de decoro se dejó caer al piso frustrado por esperar, por pensar y ceder.

Radamanthys le había escrito un último mensaje, como si fuese esta una carta de paz que le era enviada en medio de una tempestad de incongruencias en su cabeza. Dicho texto le decía que estaría en el apartamento que también era de su propiedad y solo usaba cuando quería descansar y no tenía tiempo de regresar a casa luego de una mañana de juntas. Nunca para dormir.

En el tiempo que habían estado trabajando juntos, ese apartamento jamás se usó para ese fin, porque su solidez matrimonial no había permitido tener ningún tipo de discusión que ameritara una separación de cuerpos: como ahora. Estaba claro que el hecho de ese aviso no significaba nada más entre ellos dos, no era que Radamanthys lo estaba invitando para tener algún tipo de intimidad como él hubiera querido meses atrás, y hasta el mismo no se sentía de ningún modo decepcionado por eso. Era como si ya hubiera podido saborear y digerir que la relación entre ellos no avanzaría a más, aunque la confianza y complicidad se mantuvieran en los lazos de una amistad y compañía. Ni Valentine podía imaginar que Radamanthys le diera la invitación de compartir su lecho, y hasta se había encontrado no esperándola. Sabía que si se lo había dicho era para dos cosas: una, no preocuparlo, y la otra, en caso de que su esposa le llamara como era acostumbrado para saber de él.

Vaya papel había estado cumpliendo.

Dejando su mano caer con el celular entre sus piernas abiertas, con el saco abierto y la corbata colgando perezosa en su cuello, desanudada, veía la puerta del ascensor cerrada sin muestra de que alguien llegara. Su cabello caía levemente por su frente, ya despeinado y lejos del control que le otorgaba un poco de gel en las mañanas, con su mirada pesada y resignada a quedarse un poco más, quizás media hora. ¿Qué estaba buscando allí? No, no era consuelo, era fuerza. Con Minos se estaba gestando algo, y él no era tonto como para no verlo, menos cuando las evidencias que había dejado el juez eran cada vez más claras y él no podía engañarse que necesitaba saber de él y estar en contacto.

¿Qué era? Bien podría darle un nombre pero no se atrevía, no cuando hasta los momentos sus encuentros sexuales eran más bien sin compromisos, momentos que poco a poco se habían convertido en una especie de droga que le hacía soñar en sentirse querido en unos brazos, en poder verter su devoción y recibir un intercambio tan intenso como el de dos cuerpos haciendo el amor. Pero era “algo” y ese mismo algo lo había impulsado a tomar la fuerza, resistirse a la tentación de quedarse estacionado en un amor unilateral para darse la oportunidad de algo más con alguien, que a su vez, aunque lo negara, lo necesitaba. Sus ojos se notaban opacos entre el cansancio y la desazón. Pensó que al ir recibiría los comentarios irónicos del juez, su vedada aprobación con una sonrisa de triunfo, sus palabras posesivas diciéndole que no iba a permitir que Radamanthys lograra amarrarlo, sus palabras que a veces fría mostraba el filo de una navaja buscando el calor de un fuego… fuego que bien podría ser él.

Ojala y pudiera entenderlo…

Ojala y pudiera entender el porqué Minos era y pensaba así. Que ocurrió en su pasado, quien lo hirió para pensar que el amar no era de inteligentes, para convertirlo en esa persona que parecía estar forrada de orgullo y carente de sentimientos pero que al mismo tiempo, sin permitírselo admitir, le trataba como si quisiera protegerlo de un destino similar.

¿Que los unía? Era difícil saberlo.

¿Qué sentía por ello? Empezaba a comprenderlo…

Mientras tanto, en el auto que salía del aeropuerto en medio de las calles húmedas debido a la lluvia en ese lado de la ciudad, se mantenía un estricto silencio. Minos se veía de mal humor y era comprensible, la arruga en su frente estaba marcada, el brillo opaco de su cabello claro contrastaba con la fiereza de sus ojos albarinos. El hombre a su lado lo miraba a soslayo, con ese porte detestable, ese aroma abominable, esa atmosfera que lo ahogaba en recuerdos que quería enterrar de una buena vez, recuerdos que le hacían más daño del que quisiera asimilar. Después de todo, ese hombre había sido y será siempre el centro de todas sus carencias y sueños, que los hubo, y se quedaron hechos pedazos entre sus manos.

Simmons.

El alemán volvió su vista al vidrio luego de sentirse ignorado, observando una ciudad que no había pisado desde hacía seis años. La lluvia que había caído le había regalado ese aire melancólico, apoyado por el frío, que significaba el tocarla luego que allí, justamente allí, había dejado algo demasiado valioso. Encontrarse en ese aeropuerto donde patrió hace seis años a Alemania huyendo le había regalado una fuerte sensación de culpa y amargura. Cuando se encontró solo allí, con un maletín negro, con su sobretodo gris y la mirada esmeralda puesta en el vacío de los que caminaban en el largo pasillo, lo primero que se preguntó era a quien buscar.

Su esposa no era una opción… si el asunto era con Shaka no podía volver a pedirle a ella nada en lo absoluto. No quería tener encima de nuevo esa mirada que le juzgaba, que le condenaba con solo el matiz de un sueño que él también le había destrozado. La había saboreado intermitente durante seis años como para llegar a buscarla justamente en ese momento.

Tampoco podía llamar a Radamanthys. Era al que menos podía buscar, no con tantas cosas que responder, otras tantas por preguntar. No cuando sentía que era indefendible su postura y que debía estar herido por la llegada de su hijo que al parecer no había tenido buen término, o al menos eso intuía tras el mensaje de su esposa.

No sabía, a su vez, en donde estaría Shaka en aquella ciudad y eso también lo tenía bastante inquieto. Si era sincero, saber que el rubio estaba allí, que su presencia podría mutarse entre el viento para darle una caricia traicionera en su espalda como solía hacerlo despertar en su departamento, le agobiaba. Eso y los recuerdos, eso y la imagen en el hotel de Grecia, eso y los ojos azules endurecidos, eso y la certeza de que él también había dejado de soñar.

Era un destructor de sueños, pensó, en medio de la reflexión en la que era víctima mientras recorría las calles de Londres. El era un destructor de sueños, y al primero que había destruido era al único a quien había podido acudir. Era bien cierto que hacía más de quince años que ellos no se habían hablado, que cuando regresó a Londres hacía ocho años, no se dirigieron la palabra en un necesario silencio neutral. Minos y él habían acabado de tajo una historia, y ahora, irrisoriamente, al único que pudo acudir fue a él ante si nueva llegada.

Quince años de haberlo dejado, seis años de regresar y enamorarse de su ahijado, seis de haber huido dejando a padre e hijo separados. Londres era para él la ciudad de los sueños rotos tras sus decisiones.

—¿No piensas preguntar qué hago aquí?—decidió preguntar, buscando con su mirada verde el perfil del juez que veía con sus mandíbulas fuertemente cerrada la calle de la ciudad, mientras esperaba el cambio de luz. Una de sus manos estaba sobre su cabello claro, apartando algunos mechones de su visión.

—No hace falta. Ya lo sé.

No le extrañaba eso, tampoco Por más que fuera Minos seguía, al menos cuando lo dejó todo, cercano a Radamanthys. Debía saber al menos que Shaka estaba en Londres, y debía suponer que esa sería en grandes rasgos su razón de estar allí. Arrugó entonces su entrecejo volviendo la vista hacía la carretera, mientras el semáforo marcaba un rojo.

—¿Tampoco preguntarás porqué a ti?—decidió continuar, esperando algún tipo de respuesta que le diera indicio de porqué pese a todo había ido por él sin titubear.

—Será mejor que te preguntes porqué acepté, Simmons—el psicólogo le miró profundamente, observando el perfil endurecido de quien era conocido por ejercer la ley, defendiendo los intereses de Inglaterra y la reina—. No le tengo miedo a los muertos y los cadáveres que deambulan por la ciudad como tú.

No quiso decir más, no había mucho que agregar al respecto. En silencio se quedó mientras la luz mostraba un verde y los neumáticos comenzaron a moverse para cruzar esa avenida.

Silencio, muchas veces esto no es siquiera un acompañante; al menos para ellos dos, más que eso, era por completo su escena, su momento. Y no era que hubiese silencio, era que el ruido exterior, los pasos de las personas, los gritos de algunos niños o el paso del viento habían dejado de importar en el instante que se entrelazaron los brazos en sus cuerpos y sus alientos eran respirados por el otro. No fue solo un beso, no, no fue solo un beso. Fueron muchos, muchos que iban e iniciaban por el uno o el otro, suaves y lentos, totalmente desconectados de lo que pudiera decir la humanidad, con los brillos intermitente de las luces de la Noira sobre sus rostros y cabellos, sobre sus ojos que no perdían la oportunidad para ver al otro, como si quisiera certificar que en verdad estaba sucediendo, que por fin estaba sucediendo.

Saga supo de inmediato que era un beso distinto a cualquiera que hubiera dado en su vida. Era a su vez, muy distinto a cualquiera que hubiera tenido con Shaka antes de ese momento. Esta vez no sentía el titubeo ni el temor, no sentía la desesperación por creer, ni las ansias o el dolor. No, no había nada que se opusiera al movimiento de sus labios, no había nada que se enfrentara contra la docilidad de su lengua. Era entrega, la más pura, total y completa entrega. Era un Shaka que ya no estaba pensando, que ya no se estaba debatiendo, que ya se había cansado de combatir con sus argumentos y había decidido arrojarse al vacío, totalmente confiado de él que le tomaría de los brazos y no lo dejaría morir.

Era esperanzas… habían demasiadas esperanzas en sus labios.

Eran sueños… podía ver montones de sueños formándose tras sus parpados temblorosos cuando en un momento se separaba para acariciar sus labios con su pulgar, o con su nariz, antes de él tomarlo completo en su boca.

Y el mismo, se estaba viendo envuelto por esa atmosfera que era totalmente distinta a cualquier que hubiera sentido en su vida. Por fin, luego de treinta y cuatro años de vida, Saga sentía que estaba en el lugar y con la persona correcta, sintiendo lo que quería sentir. Por primera vez, sentía que había encontrado el pináculo de su búsqueda. Y aunque quizás, porque estaba seguro, Shaka ya se había entregado en ese modo a otro hombre, ahora era él, era solo él. No sentía la sombra de Simmons detrás de él, no sentía las heridas de Simmons sobreponiéndose, no… Lo único que palpitaba en ese momento en Shaka era las huellas que estaba dejando él, eran sus palabras y sus momentos, era solo su nombre haciendo resonancia mientras el agua dulce se unía a la salada y empezaba a haber calma al final del delta.

Sus besos en algún momento se detuvieron, pero no la cercanía. Las manos del uno y del otro acariciaba con tranquilidad la espalda de su compañero, se mecían suavemente entre sus pasos, bajo un árbol, cerca de un farol, frente al enorme Ojo de Londres, como si le desafiara de verlos y grabarse esa imagen, como si obligara a la ciudad a verlos e inmortalizarlos en ese momento. Quizás del mismo modo en que sus ojos estaban puesto en el otro y en redescubrir lo que durante ese tiempo no se habían dado la oportunidad de observar y admirar, ahora apoyados por la gentil cercanía y el sentir de sus pechos palpitando.

Entonces Shaka le sonrió, solo le sonrió y eso fue suficiente para iluminarle a él toda la plaza.

—¿Qué miras…?—preguntó perdido en la efervescencia de sus pensamientos cuando notó que la mirada de Shaka era fuerte y clara sobre él. Shaka subió una de sus manos para pasar su dedo índice por el entrecejo hasta la punta de su nariz.

—Que de cerca tu nariz se ve más grande—el griego ensanchó su sonrisa y luego rió entre dientes—. Es en serio, ahora entiendo porque Moises no dejaba de agarrártela.

—Vaya manera de ser romántico, Shaka—rezongó y el rubio aludido sonrió, pasando ahora sus dedos por el pómulo derecho y sintiendo que especial atención la textura de su piel. Se veía tan concentrado que Saga era incapaz de interrumpirlo y por el contrario, aprovechó el momento para observar desde esa distancia el espesor de sus pestañas rubias, sus cejas delgadas y el movimiento de sus irises mientras le miraba.

—Es mi manera de decir que estoy feliz, me siento feliz—sintió de nuevo los ojos azules sobre lo de él y el deseo de besarle otra vez—. No me había sentido así en mucho tiempo…—pero prefirió abrazarle, sentirle más cerca de su cuerpo, fundirse con él.

—Yo no me había sentido así nunca—rodeó su cintura para juntarlo más a él, pasando sus brazos por la espalda. Pudo sentir la manera en la que la derecha de Shaka pasaba a su cuello alojándose en su nuca mientras la izquierda se sostenía sobre su espalda, acoplándose, junto a la respiración de él cerca de su oído y el calor suave alojándose en medio de ellos. Metió su nariz entre los dorados cabellos y disfrutó de su textura y aroma, como si fuese ese el mejor lugar donde pudiera estar—. No a este nivel, no “así”.

—Te quiero…—escuchó de repente y fue como si algo dentro de él, en su pecho, en el centro de su misma existencia, borboteara y burbujeara, hirviera y ardiera—. Te quiero, Saga. Desde antes de venir, desde antes que me llevaras a ese hotel, desde antes  de mi cumpleaños… tenía que decírtelo.

—Lo sabía…—musitó con voz conmovida, apretándolo aún más, sintiéndolo aún más.

—Idiota…—y ante eso, el abogado solo pude reír aferrándose aún más a él.

—Yo también te quiero… idiota.

Es idiota que el amor se complique por culpa de los años, cuando se debe amar como si fuéramos niños: sin temores y con esperanzas. Es idiota a veces sentirse tan vulnerables y transparentes ante esa persona a quien nos estamos aferrando. Pero eso, pensó Saga, lo estaba haciendo idiotamente feliz.

Sin embargo, en otro lugar el amor no era más que un fantasma forrado de ilusiones rotas y sueños incumplidos. Cuando el ascensor dio su sonido de apertura, Simmons vio la espalda del juez cubierta por el abrigo moverse para dar paso en el pasillo. Él le siguió, con aire reflexivo, pensando en cómo seguiría las cosas cuando estuviera dentro de su apartamento, porque eso era lo que Minos le había dicho, que lo llevaría al departamento. No habían cruzado mayores palabras que las antes descritas, por lo tanto la razón y resultado de esa reunión para él era vedado. Aún así, tuvo que dejar sus pensamientos de lado cuando al observar con detenimiento había un hombre parado en el pasillo y mirándolos.

Valentine, al sentir que la puerta del ascensor se había abierto por fin luego de una hora y cuarenta y cinco minutos, se había puesto de pie esperando que fuera Minos quien llegara. Lo que no imaginó, es que fuera Minos con otro hombre, mucho menos que al acercarse ese hombre pudiera reconocerlo claramente como el esposo de la señora Pandora. No pudo ocultar su asombro cuando observó al alemán a su lado, con una pequeña maleta y el abrigo gris, se veía que su cabello lacio caía en capas sobre su frente blanca, y el color de sus ojos verdes agua se filtraba en una mirada calculadora y silenciosa. ¿Qué hacía Minos con él? ¿Qué hacía Simmons aquí?

Las dos respuestas vinieron tan rápido como Minos enfocó su mirada a él con seriedad, sin un rastro de titubeo. Era claro que no quería dar explicaciones y que no estaba dispuesto a aceptar preguntas, así que se hizo a un lado mientras el hombre de cabello claro sacaba las llaves de su departamento para abrir la puerta. En realidad, no había mucho que aclarar: Minos era cercano a Radamanthys y por lo tanto conocía a Simmons y si ese hombre estaba allí de seguro era por las mismas razones que la señora Pandora, así que eso también tenía un porqué.

El alemán fue el primero en entrar y detrás de él Valentine lo hizo luego de preguntar con la mirada al anfitrión y que este con un movimiento del rostro le dio el permiso para integrarse. Simmons se había detenido observando la enorme sala con colores oscuros, un gris verdoso en las paredes, con el acabado de cuero en los muebles dispuestos en forma V. El ventanal que daba una vista inmensa de la ciudad, tenía a su lado algunos arreglos silvestres para darle vida, junto a un mini bar de madera donde se colgaba además de la colección de vinos, whiskies y coñac, copas de cristales de diferentes modelos y diseños. A su izquierda y en la pared donde estaba el televisor de pantalla plana de al menos unas 52 pulgadas estaba dos hermosas panteras negras de porcelana, con los ojos amarillentos y feroces.

En la mente el psicólogo se preguntó que opinaría Shaka de ver un sitio así.

—¿Algo que quieran para beber?—preguntó Minos con un elegante ademán. Valentine prefirió un coñac distinto al alemán que quiso Whiskies, así que ambos tragos fueron servidos y entregados antes de que el hombre se sirviera para sí mismo un coñac, con el móvil en sus manos escribiendo algunos mensajes.

Valentine no estaba seguro de cómo actuar, no solo porque había un visitante, sino por la naturaleza de este. La persona que estaba allí era nada más y nada menos que el hombre que sedujo al hijo de Radamanthys provocando ese rompimiento, el hombre que había tenido el descaro de tocar a su propio hijastro durante años. Sabía de qué modo Radamanthys lo recordaba, y si a eso sumaba el hecho de que lo dejó abandonado y a su suerte cuando todo ocurrió, no podía tener una visión agradable de él. Sin embargo estaba allí, y ante su presencia era imposible no sentir un aura de respeto hacia él, una que le resultaba inquietante. Su mirada permanecía fija en aquel hombre mientras tomaba un sorbo de su bebida y perdía su mirada en el ventanal. Hubo un silencio demasiado profundo y desolador, para Valentine incluso incomodo. Parecía que ninguno quería hablar y él no sabía porque estaba allí, o porque estaban los tres en el mismo sitio. Solo lo miraba, y cuando Simmons volteaba sus ojos claros hacía él, sin poderlo remediar, bajaba su mirada hasta su trago observando el reflejo tinto.

—¿Tu pareja?—interrumpió el alemán con tono neutral, en una pregunta que estaba bastante clara. Valentine subió la mirada de reojo hacía él.

—No es de tu incumbencia—respondió seco el juez, caminando con su móvil hacía la pantalla apagada del televisor.

—Su rostro me es conocido…

—Me ha visto en la empresa del Sr. Radamanthys—aclaró el más joven, con tono tranquilo—. Lo vi ir varias veces a la oficina de él hace seis años…

Aquello había sido suficiente para instalar el silencio de nuevo, potente y frío, mientras los recuerdos se aglomeraban en su cabeza. Simmons había desviado la mirada con un “ya veo” que se quedó en la punta de sus labios, visiblemente hermético, como si se negara a ser afectado por ellos. Pero para Valentine el asunto solo había traído interrogantes que le hubiera gustado preguntar y no se sentía en la posición de hacerlo, decenas de por qué que solamente ese hombre podría responder, relacionados con Radamanthys, y con Shaka. Tenía el impulso de hablar, incluso se vio a si mismo encarándolo con fuerza y entereza para hacerle ver su opinión de los hechos, más se mantuvo callado, controlando todo aquello porqué el mismo sabía que no era de su incumbencia, y que además, el tema de Radamanthys era mejor dejarlo de lado.

—Supongo que si estás aquí es para verlo—de repente la voz de Minos volvió a escucharse, inclinado contra la consola de oscura madera lustrada bajo el televisor—. Desde que llegó aquí ha sido el maldito tema del mes—agregó con gesto de fastidio, dejando su vaso cubierto con una servilleta humedecida sobre la madera.

—Creo que necesito saber donde está—Valentine miró al interlocutor, frunciendo suavemente su entrecejo—, pero es algo para hablar en privado.

—Él ya sabe todo, fue la mano derecha de Radamanthys durante muchos años, pero tu memoria sigue siendo tan ineficiente, Simmons…

Por un breve momento, Simmons y Valentine intercambiaron miradas con seriedad.

—Como sea—acortó el juez incomodo con aquello—, supongo que si me buscaste era para ver si te podía decir en donde está. ¿Pandora te dijo?—Simmons retiró el contacto visual de Valentine para mirar a quién hablaba.

—No he hablado con ella desde que se vino.

—Oh… ¿problemas de comunicación?—se mofó con descaro dramatizando con su voz y gesto—. Suele ser algo común ahora, parte de las estadísticas—Simmons no dijo nada, lo dejó hablar—. Más si la mujer sabe que estás por buscar a tu antiguo amante.

—Solo vine a resolver un asunto que creo aún tiene arreglo.

—¿Con Radamanthys? ¿O con él?

Valentine observaba el fiero intercambio de palabras sin comentar nada, dudoso de siquiera emitir alguna opinión. La manera en la que le hablaba Minos a ese hombre se notaba llena de rabia y de rencor. Había entre cada palabra un “te odio” y un “no quiero verte” tatuado; con todo eso, el psicólogo mantuvo su rostro imperturbable.

—Cuando vi a Shaka en Grecia, llegué a pensar que sí, no sentía nada por mí. Pero el hecho de que haya venido aquí me da a entender que quizás sea lo contrario. En todo caso, Pandora me dio aviso y yo necesito estar aquí.

—¿Crees que Shaka vino aquí a ver a su padre para estar contigo?—preguntó el anfitrión con un marcado rostro de asombro.

El joven testigo de aquella reunión bajó la mirada muy inseguro de eso, no recordando alguna mención de Simmons durante la conversación con Radamanthys más que cuando el padre le hizo esa acusación que para Shaka fue más bien un insulto. ¿Pero podría ser eso? ¿Podría intentar arreglar las cosas para luego volver con él? ¿Acaso era ese hombre el que lo había motivado a hacerlo? Sus pensamientos no pudieron terminar de procesarse porque la estrambótica risa de Minos le distrajo, haciéndolo buscar con sus ojos para verlo reír, inclinado y sujetándose el estomago, sin hacer un solo esfuerzo en matizarla o comportarse. Aquello había sido sorpresivo, el mismo Valentine jamás lo había visto reír con tanta amargura como en ese momento y hasta sintió, un vuelco en sus extrañas, una sensación de mareo.

Simmons no dijo nada. Se mantuvo mortalmente callado

—¡Creo que la edad te ha hecho más imbécil, Simmons!—exclamó el dueño del departamento enderezándose, mientras se reía aún entre dientes—. ¡Ya no eres un hombre inteligente!—el alemán no se movió, se mantuvo impasible en el lugar—. En serio, ¡esto es muy divertido!

—Me equivoqué en venir—determinó el hombre visiblemente cansado del trato, haciendo el ademán de irse antes de ser interrumpido. Del recibo Minos sacó un folio amarillo con algunos documentos, extendiéndoselo con una sonrisa taimada—. ¿Qué es?

—La investigación que su señora esposa me pidió que hiciera. Es más, justamente acaban de enviarme algunas fotografías, como entenderás, tengo a los mejores para hacer cualquier tipo de investigación—Simmons tomó el folio dudoso—. ¿Quieres verlo? Estuvo hoy en SouthPark, tengo las fotos aquí—mostró su móvil—, de hace… veintisiete minutos—sin esperar respuesta, puso su móvil sobre la consola y encendió su televisor, observando luego el menú para la comunicación con su teléfono celular—. Igual, hay fotos también de ayer y de antier, ha estado muy inquieto—prosiguió, ubicando la carpeta y programando un pase de diapositiva para que estas aparecieran una por uno en un tiempo determinado—. Pero… no ha estado solo.

Justo al decirlo, la primera fotografía se vio, en el frente de una casa en la calle de doble piso, barandas, estilo victoriano sencillo, al lado el aviso de una mueblería. Estaba él, Valentine lo reconoció, estaba Shaka con un sobretodo gris en compañía de un hombre visiblemente más alto que él, tomándole la mano.

Hubo por un momento silencio mientras pasaron cuatro fotografías más, de espalda, caminando hacía la parada de autobús. Aprovechó ese momento el juez para moverse rodeando la mesa del medio y pasando frente a Valentine, pero sin dirigirle la mirada.

—Cómo ves, está acompañado. ¿Sabes quién es?—la mandíbula de Simmons estaba presionada, endurecida, su cuerpo entero tenso—. En el folio está toda la información de él. Claro, no pensaba quedarme con la duda—rió a lo bajo, pasando por la espalda del alemán con un teatral paso rítmico—, después de todo, resultó ser más inteligente que muchos aquí—se posicionó a su espalda—. Mientras que él, para ti, seguirá siendo la jodida gloria que no tuviste el valor de proteger y pelear—Valentine quitó la vista de la pantalla para verlo a él, a ese hombre detrás del alemán con su voz tan llena de aversión que era sentida en su piel.

Y empezó a entender…

Empezó, a su vez, a sentirse mareado…

—Para él, tu solo serás el maldito que lo destrozó—asestó sobre su oído, con su aliento a coñac, mientras se veía la imagen de un café, ambos sentados y abrazos haciendo el pedido—. Eso es ser un hombre inteligente ¿no?—se alejó de él, poniéndose al otro lado de la pantalla para retomar su copa y beber un trago—. Eso es seguir adelante y olvidar lo que no pudo ser, ¿no Simmons?

Valentine tuvo que bajar la mirada y dejar el vaso a un lado, justo en la mesa que tenía a un paso de él. Era ese hombre… había sido ese hombre… Fue Simmons quién había entrado a la vida de Minos y salido, no sabía bajo qué circunstancias, pero marcándolo para siempre. Y él estaba allí, siendo testigo de cómo Minos lo recordaba, de cómo él lo odiaba… de cómo su herida seguía allí, oculta tras miles de capas de orgullo, endurecida a través de los años e infectada bajo la costra.

—¿Dónde está tu teoría?—escuchó su voz pero para él todo se habían convertido en ecos—. ¿Qué sabes tú del amor, Simmons?

—No me lo perdonas…—murmuró el hombre viendo con su garganta vibrante la nueva secuencia de imágenes, esta vez en el SouthPark, a ese hombre que había amado y que aún recordaba al lado de otra familia, al lado de otro hombre. Minos esbozó una ligera sonrisa, de satisfacción.

—¿Creíste que él te iba a esperar? No es tan idiota…—bebió otro sorbo—. Para él eres pasado olvidado y pisado.

—¿Y para ti?—volteó el alemán hacía el hombre, con un leve temblor en su mandíbula.

—Yo acabo de pisarlo—Valentine subió la mirada para ver al psicólogo cerrar los puños, y luego la burla que Minos tenía en su rostro claramente para él—, y debo admitir que suena tan bien aplastar la maldita cucaracha por fin—sentía un hondo vacío: en su estomago, en el piso, en sus pulmones—. ¿Cómo se siente eh? Seguro que mejor que cuando recibí tu puta invitación de boda.

No lo soportó. Valentine sin mediar explicaciones simplemente se dio media vuelta e internó en el pasillo para llegar a la cocina y sostenerse contra el mesón de aluminio. Apretó la encimera inclinado y mordiendo sus labios mientras contenía una maldición contra ese hombre, contra Minos, contra lo que sentía dentro, contra la maldita inteligencia de la que hablaban… Apretó y luego soltó empujándose hacia atrás para quedar luego contra la pared contraria y pasar sus dos palmas en su rostro sudado, apretando en un esfuerzo por controlarse a su tabique, tragando fuerte. Tenía jaqueca, tenía un fuerte dolor de cabeza producto a eso que vio, a eso que había presenciado, a las millares de dudas que empezaban a encajarse en su mente.

Lo imaginaba… imaginaba el maldito escenario y se sentía ahogado. Imaginaba a Radamanthys, Minos y Simmons, imaginaba a ese alemán en medio de ellos, a su lado, Pandora. Los vio, tomando sus manos frente a Minos y luego...

Gimió lastimeramente, golpeando su cabeza contra la pared con su vista vidriosa. Pudo ver a Radamanthys con su pequeño hijo, a Minos alejarse, pero cuando Shaka creció, maldita sea… cuando él creció… ¡maldita sea! Ese hombre suelta la mano de Pandora, toma la de Shaka y ¡este se negaba a soltar la de su padre!

Necesitaba beber algo, necesitaba beber agua. Apresurado tomó con manos temblorosas un vaso de vidrio en la lacena y fue hacía la nevera, sirviéndose con velocidad para empinársela y beberla todo sin detenerse. Cerró la puerta de la nevera y se apoyó contra el mesón, dejando el vaso sobre el aluminio.

Era un escenario maldito, por donde se viera un escenario maldito. Un escenario donde ni Pandora, ni Simmons, ni Shaka se quedaron. Uno, donde Radamanthys se quedó mirando su mano vacía. Un maldito escenario…

—¿Estás bien?—escuchó frente a él, y levantó su mirada. Minos se había quitado su abrigo y chaqueta, quedándose solo con la camisa beige entre abierta. Valentine no podía creer como ese hombre podía mantenerse así, tan neutral, tan inconmovible, como podía presentarse sin mostrar un poco de sus emociones—. ¿A ti que te pasa?

No pudo responder, sólo bajo su mirada y se tomó su cabeza con malestar. Luego escuchó la puerta principal ser cerrada y el bufido de Minos. El juez, sin prestar atención a aquello, tomó el mismo vaso que Valentine había usado y lo llenó de agua, acto seguido buscó en la tercera gaveta de la derecha y sacó una pastilla, la que ingirió en el acto. Ante él, Minos se veía aparentemente tranquilo.

—Hace cuánto fue…—sabía a qué se refería, también estaba consciente que era probable que Minos jamás respondiera.

—Quince años, creo… no sé, boté la maldita carta de matrimonio—dijo con desgano, llevando el vaso al fregadero.

—¿Cuánto tiempo llevaban?—preguntó con su mirada fija en el perfil.

—Nueve. Nueve años—se llevó el vaso de agua a sus labios, bebiendo dos tragos más, con su mirada fija en él—. ¿No era muy inteligente, no crees?

Minos sonrió…

Valentine tragó grueso…

—Me iré a dar un baño. Hoy no tengo ganas de sexo, pero puedes quedarte como si estuvieras en casa.

Y afuera, viendo la lluvia caer, Simmons con su maleta estaba perdido en su memoria. Podía ver, cerrando sus ojos, todas las imágenes de Shaka, las que él guardaba, las que él vio en carne propia y vivió. Memorias que no podrían revivir, recuerdos que estaban allí para ser en algún momento olvidados. Allí estaba, el Shaka  que conoció, el Shaka inocente, recogiéndose el cabello cuando se acostaba sobre él, picándolo con el bolígrafo cuando no le prestaba atención, caminando en el pasillo de la universidad y viéndolo discretamente, sonriendo para él, amándolo a él, deseándolo a él… Recordó cuando le hablaba de futuro, cuando le decía que quería salir con él de manos tomadas, cuando se sonreía hablando de libros y teorías, de amores y sueños. Memoró…

“¿Estás demente Simmons? ¿Divorciarte? Debes pensar en tu carrera, ese no es un movimiento inteligente”

No lo era… pero él estaba enamorado.

Gimió. Ocultó con su derecha su rostro envuelto de lágrimas mientras los recuerdos se diluían entre la lluvia, la misma lluvia con la que Londres le vio partir hace seis años.

La que ahora le daba la solitaria bienvenida.

Notas finales:

Agradezco a los que han comentado en el último capitulo. Ya si creo que andamos para el final, me hace muy feliz seguir con la trama e ir cerrando ahora si los cabos sueltos para llevar al desenlace. Según mi conteo ya solo faltan 62 capitulos, y con ellos tendré que despedir de nuevo a estos personajes que terminaron ganándose mi tiempo y mi atención. Espero que disfruten los eventos que están por ocurrir, muchas gracias por el apoyo.

 

Por otro lado, quiero informar de una fé de Errata. He mencionado varias veces que los padres de Saga y Kanon viven en Tebas pero, fue un error de mi parte y una confusión, porque Tebas no está cerca del mar, y no sé explicar que fue lo que ocurrió que caí en ese pequeño error. El hecho es que he cambiado la referencia y la ciudad en donde viven es Almyros en la región de Tesalia, y a poco de una hora de Volos, otro gran puerto en Grecia. La ciudad está a aproximadamente tres horas y media de Atenas en auto, y cumplen con las características que tenía pensada para ese lugar. Espero perdonen la confusión.


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