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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

El tiempo en Londres está agotándose y las cosas deben continuar. Luego de que Saga y Shaka hayan decidido darse la oportunidad, solo queda proseguir. ¿Qué posición tomarán los demás?

Aphrodite no había esperado verlo frente a su casa, con su sonrisa jovial y unos sencillos jeans que acompañaba su camisa de cuadros. Mucho menos que le ofreciera esa invitación. Aioros llegó a su casa con el interés de ser acompañado a comprar nueva ropa para su armario. Según le comentó, Aioria se estaba quejando que pese a todo lo que habían ganado en los últimos años, si tenía una camisa o pantalón nuevo era porqué él se lo compraba. El griego en realidad no estaba muy al pendiente de eso, carecía por decirlo de vanidad, pero le estaba empezando a dar razón a Aioria por ello.

Para cuando Aioros llegó a su casa, el joven sueco regaba sus rosales con tranquilidad, mucho más aliviado de todas sus tensiones. Debía admitir que Aioros había sido bastante atento con él durante esas semanas, no había dejado de llamarlo y mensajearlo para saber cómo estaba, de invitarlo a salir con Aioria a comer, o de visitarle para hablar de los buenos tiempos. Había sido, en exceso, alguien muy dedicado con él y eso le había agradado.

No era mentira que la ida de Shaka lo había dejado mal y preocupado, sobre todo después de aquella llamada, y más cuando después de la visita de Saga Leda estaba claro que el abogado iría tras él. No había sabido nada más al respecto hasta que el martes Shaka lo había llamado y habían hablado a través del teléfono de cómo se sentía con todo. Sinceramente, luego de haber escuchado la forma en la que se dio el encuentro el sueco hasta tuvo ganas de tener al abogado de frente para patearle sus partes nobles. Aún así, parecía que a Shaka no le incomodaba tanto la ferocidad con la que se dio el acto sino el montón de sentimientos que tenía abstraída a su mente, y él decorador de exteriores se abocó a ello, dándole espacio a Shaka de pensar, de asumir y decidir.

Al final, las cosas estaban mejor de lo que él mismo podía pensar, y tenía que ser sincero consigo mismo de que quería una buena explicación para eso. Shaka el día anterior le había enviado en la noche una foto donde ambos estaban juntos con el Ojo de Londres detrás de ellos y en la captura se veían relucientes. Incluso, Shaka sonreía como lo hacía antes que todo ese trabajo empezara a coartar su seguridad. Aquello le había impresionado; no tenía idea como las cosas habían llegado a ese punto, pero si él estaba feliz, eso le tranquilizaba en sobremanera.

La salida se había llevado de forma amena por ambos hombres. Aphrodite no tuvo problema en dejar su pequeño auto para entrar en la camioneta rustica del griego, cuidando de no ensuciarse su pantalón blanco, aunque el mismo le aseguró que había lavado la camioneta y no iba a tener ningún accidente con polvo, aserrín o cualquier semejante. Se dirigieron entonces al centro de la ciudad, y luego de estacionar el vehículo se fueron caminando comentando diversos temas y visitando distintas tiendas. Aioros vio complacido lo entretenido y concentrado que estaba Aphrodite en el departamento de hombre mientras lo guiaba muy entusiasmado por los pasillos, tomándolo a veces del antebrazo. Se notaba la leve diferencia de estatura, más era el físico donde se podía ver el contraste que representaba ellos dos.

El cabello de Aphrodite era claro y brillante, sus ondas en forma de caracol en las puntas se movían con suavidad sobre su camisa de marca italiana con colores cremas y celestes, a la altura de sus hombros. No podía obviar tampoco que su rostro fuera fino, sus rasgos hermosos, ojos grandes y expresivos con un tono celeste encantador y pestañas abundantes que enmarcaban su mirada, junto al lunar que lucía bajo su ojo izquierdo. Los rasgos de Aioros eran en cambios profundamente griegos, un tanto toscos pero no por ello menos hermoso o varonil. Resaltaban el uno al lado del otro mientras caminaban los pasillos y no fue ignorado el hecho de que muchas de las jóvenes asistentes en las tiendas veían al griego con bastante esmero.

Luego de haber comprado varias prendas de ropas, Aphrodite lo convenció de ir a una barbería para retocar el corte de su cabello. Aioros no estaba muy convencido, pero el sueco supo convencerlo junto al estilista del lugar. Resignado esperó por el nuevo corte que le harían y se quedó mudo al ver el resultado. Parecía que hasta le hubieran quitado años.

Aioros tenía treinta y cuatro años, cumpliría sus treinta y cinco en Diciembre. Desde los catorce, él estaba trabajando como ayudante de construcción e incluso había participado algún tiempo cuando fue mayor de edad en las restauraciones de la Acrópolis. Quedó huérfano de padre a esa joven edad debido a un accidente automovilístico y su madre era una mujer muy enferma que trabajaba como cocinera en un colegio público. Con su hermano tan pequeño y las medicinas de su madre, Aioros dejó sus estudios y decidió mantenerlos.

Aioria se incorporó con su hermano en el trabajo de remodelación de casas mientras sacaba su carrera. Aprendió de él todo el arte de reconstruir con las manos algo que en apariencia era obsoleto o inservible. Comenzó a amarlo y a labrar a su lado lo que terminó siendo uno de los dúos de ayudantes más mencionados del área metropolitana. El empeño y la pasión que les imprimía a cada uno de sus trabajos trajo meritos y una excelente reputación que llamó la atención de Shaka. Juntos se complementaron, no podían negar que los tres tenían afinidad en su forma de trabajo y pese a la reserva de Shaka, un gran apego. 

Aioria pese a que terminó su carrera en administración se quedó al lado de su hermano en el negocio. En total, el hombre que caminaba al lado de Aphrodite tenía ya veinte años trabajando, dos décadas en donde todo el dinero se destinaba a la casa, a su hermano, a los gustos de ellos y por último él. Eso era visible en su semblante: sus manos se notaban ásperas y acostumbradas al trabajo, bajo el sol la franja de su nariz hasta los pómulos se enrojecía y sus ojos grandes y expresivos de color verde estaban hundidos. Era un hombre de buen parecer, con un cuerpo acostumbrado al esfuerzo, responsable, inteligente y amable que había abandonado por mucho tiempo a sí mismo.

Ni siquiera una pareja se le había conocido de forma oficial.

Se detuvieron en un exclusivo restaurant en Kolonaki, aprovechando el momento. Después de haber comentado variados temas y de haber probado el almuerzo, los dos ahora esperaban el postre para terminar la velada. Aproximadamente sería la una de la tarde y entre sus variados temas de conversación un mensaje llamó la atención del sueco y este lo leyó dibujando una corta sonrisa en su rostro.

—Parece que es definitivo, Shaka vuelve el Lunes—comentó con tranquilidad mientras guardaba de nuevo el móvil y lucía una mirada soñadora—. Qué bueno que no le hice caso en eso de vender el departamento.

—Lo conoces muy bien—mencionó el mayor tomando un poco de agua.

—No sé, creo que tenía la esperanza de que se arrepintiera y regresara—sus ojos celestes se enfocaron en la calle donde los autos se movían siguiendo el tráfico—. ¿Y sabes qué? Lo que más me alegra es que creo que para él será un nuevo comienzo.

—¿Con el abogado?—ante la mención, el decorador cerró sus ojos con suavidad, recargando su rostro sobre su puño derecho. Aioros observó el gesto sin decir nada.

—Parece que sí…

—Lo lamento mucho…—abrió de nuevo sus ojos celestes, esta vez para enfocar su mirada en el hombre frente a él. Aioros había bajado la mirada al mantén blanco, observando sus propias manos que descansaban sobre la mesa. Aphrodite entonces sonrió, de medio lado, inclinando su rostro un poco a su derecha y dejando que sus bucles se deslizaran sobre sus hombros hasta rozar su mandíbula.

—No hay nada que lamentar, por encima de lo que pude llegar a sentir o no, quería que fuera feliz. Eso está bien, siento que por fin se va a dar la oportunidad y que podré estar cerca para verlo.

—¿Aún con lo que sientes?—levantó ahora el griego su mirada, ojos azules de un color más intenso. La respuesta de Aphrodite fue una sonrisa aún más afable, muy libre de cualquier rastro de tristeza, una que lo decía todo. Aioros no pudo más que observarla con admiración, tan fijo que por un momento no se dieron cuenta que ambos estaban sosteniendo su mirada por el simple hecho de querer mirarse—. Eres impresionante…

—No lo creo, Aioros… no lo creo—el joven desvió de nuevo su vista a la carretera—. Solo soy un buen perdedor, y yo perdí no ahora, perdí hace mucho tiempo. Pero es una perdida dulce, él merece ser feliz y yo quiero verlo. Quiero ver a Shaka ser feliz, creer de nuevo en el amor, pensar que la satisfacción total es posible. Si él puede serlo, estoy seguro que yo también, conseguiré también a alguien que me quiera por lo que soy, a alguien que quiera estar conmigo y esta vez… esta vez no voy a abandonarlo.

Aioros escuchó todo con atención, sin perder por un momento un rastro de sus gestos y de la mirada enigmática que dedicaba a la carretera. Lo observó, de una forma que Aphrodite no comprendió, de una manera que venía sintiendo y que se había hecho más plausible y evidente desde la partida de Shaka.

Con amor…

Y a veces, subestimamos al amor.

Kanon luego del viaje hasta su ciudad natal, se sentía bastante nervioso. Su madre lo esperaba en la puerta de su casa, su cabello oscuro caía suelto sobre sus hombros y llevaba puesto un sencillo vestido de flores, holgado y que le daba una apariencia hogareña. Su casa, cerca de la costa, estaba a tres calles de la avenida, cercada por una pared de piedras calizas junto a ventanales de hierro forjado que le daba cierto aire colonial. El pequeño jardín de la casa era mantenido por ella, y podía observar el olivo y la huertera pequeña que sembraba para sus propias necesidades, al igual de las flores que cultivaba para embellecer el lugar. Frente  a la puerta principal, había una pequeña terraza con dos asientos hechos en hierro y una mesita circular para seguro sostener las tazas de café.

La casa había cambiado mucho para como la recordaba al haberla dejado, cuando corrió por esa calle hasta encontrarse en la avenida y preguntarse qué haría con su vida. Los tejados rojos aún seguían intactos, hasta recordaba las veces que la pelota caía sobre ellos y luego esperaba que por ley de gravedad y su ángulo diagonal cayera en sus manos adivinando quien la atajaría entre los dos. No fue difícil el poder rememorar los golpes de la pelota a la pared que ahora yacía pintada en un color azul claro, al igual como salía corriendo a la calle apenas la puerta enrejada negra estaba abierta. Kanon se sentía invadido de memorias, tanto, que no notó el acercamiento de su madre hasta que esta le tomó del antebrazo y le sonrió, instándolo a entrar. Aún yacía de pie frente a la puerta, como si al tocar una sola baldosa de aquel piso fuera trasladado al pasado.

—Estás en tu casa…—le dijo su madre, con tono suave y su mirada tan clara como la de él observándola con un amor que creyó no volvería a sentir en su vida.

Esas palabras decían tanto que era imposible expresarlo de forma asertiva en ese momento.

El hijo la miró y le sonrió con agradecimiento. Sin poderlo soportar, rodeó el cuerpo de la mujer y le abrazó con fuerza, tratando de contener la emoción que le creaba estar en el lugar. Ella también hizo lo mismo, le abrazó con fuerza apretando la camisa entre sus dedos mientras se acomodaba al alto de su cuerpo. Recordaba que siempre había sido así, Kanon siempre había sido el más cariñoso y expresivo de los dos. Abrazar de esa forma, tan sincera y entregada era un sello de él.

—Me alegra tanto tenerte aquí—confesó su madre, elevando su mirada para mostrarle su sonrisa en medio de ojos vidriosos—. Ya tu padre sabe que venías. Vamos…

Era difícil eludir la catarata de recuerdos que sintió golpearle la cabeza y llenarle los pensamientos cuando entró a la casa, pese a que la disposición de los objetos era distinta. Los colores de la paredes había cambiado, había incluso un nuevo decorado hacía el pasillo de los cuartos y nuevas lámparas en la sala y aún así, mientras caminaba y veía no podía dejar de pensar en la consola de madera blanca que estaba pegada en donde ahora estaba el sofá cama y en los tres cuadros de pescadores que antes colgaban en la pared donde ahora había unas repisas con porcelana. Todo había cambiado, y él seguía viendo cada una de esas cosas con un sentido de expectación, tratando de encajar a través de esas diferencias con su memoria lo mucho que había pasado, lo mucho que todos se habían transformado.

Siguiendo los pasos de su madre, se tomó del pasamano de madera de la escalera y empezó a subir  observando los viejos cuadros de siempre, familiares y antiquísimos donde ya se veía el paso del tiempo en el color de cada uno de ellos. Kanon no se detuvo mientras los veía, y notó que en la parte superior la pintura seguía siendo la misma beige que recordaba, con el color mostaza en una franja inferior como borde de ellas y la madera clara de los marcos lustrada. Vio las tres puertas del pasillo superior, la que llevaba al baño común, su antiguo cuarto y el cuarto principal. Como si fuese una película, podía verse a sí mismo  con Saga saliendo vestidos con sus uniformes de clases y amarrándose los cordones de sus botas mientras esperaba que su padre saliera del cuarto ya vestido y listo para llevarlos al colegio. Eran demasiadas cosas por recordar, muchas memorias como para ignorar detenido en el pasillo mientras el cuerpo de su madre se movía hacía donde recordaba dormía con su padre.

—Kanon, ven.

El aludido se acercó a paso inseguro hasta la puerta de madera entreabierta, después que su madre hubiera entrado para seguro avisarle a su padre que ya estaba allí. Era difícil pensar en ese momento en las palabras adecuadas para el encuentro, en decir que lo había extrañado, o en cuán bien se encontraba, que lamentaba las cosas o quizás preparado a discutir por su condición. Notó que mientras los lentos minutos pasaban sus manos se cubrían de una suave tela de sudor y estaba empezando a tener el típico signo de ansiedad que Mu siempre le mencionaba, abrir y cerrar los puños mientras se balanceaba sobre sus pies.

En ese punto volvió a pensar en cómo se había ido vestido para el encuentro. Unos vaqueros desteñidos, una camisa remangada de cuadros entre rojo y colores tierras, unas botas deportivas de marca, su correa y su cabello ligeramente peinado con sus ondas cayendo por sobre sus pómulos. Se había afeitado para presentarse lo más limpió que pudiera y hasta había tardado una hora solo escogiendo el color de la camisa que debiera usar y que no delatara de forma tan descarada su estilo de vida. Este no era el momento de buscar quien tenía la razón, ni mucho menos de mostrar con altanería de si había tomado la decisión adecuada o no; el mismo Mu le había dicho que evitara tocar el tema como punto de inicio, e incluso que se controlara si escuchaba comentarios denigrantes al respecto. Esto iba más allá de si se habían equivocado o no, de si era ese su forma de vida o si estaba en pecado: su padre estaba enfermo y necesita a su hijo. Si ambos estaban de acuerdo con ello, lo demás no debería tomar importancia.

Confiaba que Mu no se hubiera equivocado en eso.

Al abrir su madre de nuevo la puerta y sonreírle, Kanon le sonrío con el gesto visible de estar muy nervioso y no saber qué decir. La expresión de su madre, serena, con esos suaves hoyuelos en sus mejillas marcándose, le había instado a pasar adelante con confianza. Tomando valor lo hizo, el arquitecto agarró el pomo de la puerta y la abrió notando el inmobiliario antiguo que ya recordaba de su niñez, una consola de madera con espejo donde estaba lleva de cremas y perfumes de su madre, una pequeña mesa de noche con una lámpara sencilla de diseño victoriano y una biblia a su lado con un rosario, y la cama, donde se veía el cuerpo sentado del hombre. Eso fue todo lo que pudo ver, con la visión que le había dado la puerta abierta. Su madre, con un suave empujón en su brazo, lo instó a entrar.

Su padre se veía muy demacrado para como lo recordaba., quedaba poco del hombre férreo y de mirada severa que había conocido en su juventud. Ahora, en vez del cabello oscuro se veía una gran tonalidad de canas sobre su cabeza, haciendo un acabado entre negro, castaño y gris, cayendo algunos mechones lacios sobre su frente. Unos lentes de lecturas pequeños estaba sobre el puente de su nariz, sus arrugas formaban líneas bajo sus ojos y sobre sus pómulos, su cuerpo a su vez se notaba un poco encorvado y en posición cansada. Él subió sus ojos ocultos tras los cristales y lo vio, se quedó con su mirada fija al visitante mientras en sus manos tenía el periódico del día y a su lado, sobre la mesa de noche, descansaba una taza de café.

 Ese solo instante, quizás se extendió durante mucho tiempo. Los dos se quedaron observando como si buscaran las diferencias respecto a la imagen que habían dejado atrás hacía quince años, las arrugas, la altura, la tonalidad de sus cabellos y su contextura, como si quisieran comprobar de alguna forma que estaba frente al mismo que habían dejado de ver. En ese proceso Kanon sintió que su garganta se cerró al notar el cómo su padre bajaba la mirada para observarlo mejor, de pies a cabeza, evaluando quizás su forma de vestir. Esperaba algo, una queja, una pregunta, un “¿qué haces aquí?’, un “¿no pedirás perdón?”; esperaba cualquier cosa, cualquiera que matara el silencio pesado del encuentro.

—Kanon—fue lo que escuchó, en una voz de reconocimiento donde el hombre en la cama acomodó de nuevo la montura—, ven, acércate—sintió un brinco dentro de su pecho al oír esas palabras, sin notar una sonrisa en su padre, no recordaba que fuera hombre de sonreír demasiado—. Siéntate aquí, ¿o te quedarás allá parado?

—No… ya me voy acercar—respondió el gemelo, soltando con ansiedad el aire antes de volver a tomarlo. Se movió con cuidado viendo la decoración de la habitación. Podía notar cortinas nuevas, más fotografías y nuevas cremas sobre la consola, la visible línea del tiempo formando antes y después sobre su cabeza. Vio cuando su padre se acomodó quedando un poco más a la mitad de la cama, para dejarle el espacio de sentarse en la orilla de ella, esta vez sin mirarlo, con la vista en el cuerpo de deporte de la prensa.

Caminó hacía la cama y tomó asiento a su lado, con sus piernas abiertas y las manos tomadas sobre sus rodillas. Echó un vistazo de nuevo hacía la consola notando algunas fotografías, entre ellas las del matrimonio de su hermano con Marin, donde lucían los cuatros vestidos y con una enorme sonrisa; donde él no estuvo. Con la vista apesumbrada, suspiró y volvió su vista hasta su padre que parecía seguir leyendo la plana sin ninguna emoción en especial. No sabía cómo tomar esa actitud.

—Olympiakos volvió a perder—comentó el mayor y Kanon levantó su mirada, mirándolo de reojo.

—De nuevo, ya deberíamos estar acostumbrado. Esta temporada ha sido tétrica, tanto que esperamos su juego en Atenas e hicieron el ridículo.

—En grande, nada comparado a lo de antes. ¿Viste como el árbitro sacó tarjeta roja a Tatsis? ¡Una injusticia!

—Siempre he dicho que los enemigos del futbol son los árbitros, sobre todo después de la copa.

Para su sorpresa, ese fue el inicio de una larga conversación de futbol.

Para el caer de la tarde en Londres, por fin Minos se levantó en su cama notando que estaba solo. Con su bermudas puesta, vio desde su lugar en la cama los zapatos en el suelo y sus medias tiradas en el suelo, junto con el olor a te que se escurría desde la cocina. Se pasó una mano cansada en su frente y respiró profundo, moviéndose con pereza en la cama. No recordaba mucho de si después de haber ingerido aquella pastilla. Recordaba que había logrado irse a dar una ducha rápida antes de sentir su cuerpo pesado y que no tuvo tiempo de recoger sus cosas. Ahora despertaba allí y por el olor del té tenía la idea de que serían de tres a cinco de la tarde del siguiente día. De nuevo, sus pastillas lo habían sedado por bastante tiempo.

Decidió entonces que era hora de levantarse y buscar algo que comer, aunque el hecho de que hubiera té ya era extraño, y estaba seguro que la mujer que hacía limpieza una vez a la semana no era la que estaba en el lugar, no tenía llaves. Quizás y ese aroma fuera producto de su hambre y de su mente acostumbrada a siempre oler un té en la tarde, así que con aquella idea puso sus pies sobre el piso y se levantó dando un largo estirón. Mientras caminaba aprovechó para hacer a un lado sus zapatos y calcetines y al entrar por el pasillo que guiaba al baño y luego a la sala se detuvo en la entrada cuando vio la figura de Valentine sentada en el mueble de su sala, frente a la televisión.

No esperaba verlo allí.

—Buenas tardes, Minos—saludó de forma cordial, levantándose de su asiento sin acercarse a él—. Pensé que no despertarías.

—Es el efecto de mi pastilla—vio el cuerpo de Valentine desaparecer tras el pasillo que dirigía a la cocina y luego regresar con una taza de té caliente—. ¿Por qué estás aquí?

—Dijiste que me sintiera como en casa—el juez tuvo que entrecerrar sus ojos mientras miraba su reflejo en la taza de té—. Me tomé la libertad de pedir comida a domicilio, ¿quieres comer ya? No has comido nada en más de doce horas.

—Después…

Sin decir nada, Valentine volvió al asiento y revisó otra vez los documentos que estaban en la carpeta que antes Minos le había mostrado a Simmons y que aparentemente no se llevó. El juez sacudió un momento su cabello con su mano, algo pesado por el efecto de la pastilla y recibiendo el sabor dulzón del té en su paladar, mirando de reojo a su acompañante. Valentine solo tenía el pantalón de vestir que usaba la noche anterior, visiblemente se veía bañado y muy interesado leyendo los detalles de la investigación.

—Cuando Shaka fue la última vez frente a Radamanthys, él le preguntó a su hijo si hubo alguien que lo había ayudado—empezó a hablar, siendo escuchado por el dueño de la casa mientras este veía las fotografías del South Park—. Shaka dijo que si hubo un buen hombre y él creyó que se trataba de un hombre como Simmons—Minos rió entre dientes sintiendo la mirada de reojo de Valentine—. Un hombre que como tú decías, se buscaban a chicos jóvenes e intercambiaban el favor sexual con beneficios económicos.

—¿Y…?—insistió el juez al ver el interés que tenía Valentine en tocar el tema.

—Es solo un anciano dueño de una carpintería y mueblería.

—¿A dónde quieres llegar?—subió la derecha sobre el mueble, descansando su cuerpo de lado para mostrar su entera atención a él. Su codo derecho se sostuvo en el respaldo y él, con sus cejas enarcadas, esperaba el punto que Valentine quería tocar.

—Que es diferente a la visión que tu y Radamanthys tienen de nosotros—los ojos ambarinos se enfocaron fijamente en él—. Que Shaka construyó todo desde lo más bajo con la ayuda de un anciano que solo tiene una casa y dos nietos. Que debió ahorrar suficiente para irse a Grecia y continuar solo, con la reputación que tenía, para obtener lo que ha obtenido.

—Un hombre inteligente—comentó con una media sonrisa el juez y Valentine solo dio alguna vuelta a las hojas entre sus manos, hasta conseguir la que describía al acompañante del decorador.

—Y ahora no está solo. Tiene una pareja…

—Un fiscal penal que con su historial no tardará en ser juez, si quisiera—el hombre tomó las hojas que estaban entre las manos de Valentine, observando la fotografía del fiscal—. Hijo de una familia de clase media en un pueblo de Grecia, graduado con honores en dos universidades, divorciado…

—Un hombre acostumbrado a luchar y a formar su camino, lo veo yo—la mirada de Valentine fue hacía él—. El tipo de hombre que Shaka admiraría.

—¿Eso es Radamanthys para ti?—los ojos de Minos lo miraron con seriedad, entrecerrando sus ojos y con los labios sin hacer alguna mueca irónica.

—Y tú—las miradas se enfocaron por un momento, una mirada que para Minos decía más, decía demasiado, como si quisiera tragárselo—. Radamanthys siempre hablaba de lo mucho que admiraba como habías logrado todo. Que pese al divorcio de tus padres te alzaste como uno de los mejores en tus campos, que rechazaste el trabajar con tu padre y empezaste desde abajo en el tribunal. Siempre decía, que él tenía cerca de él personas que como él habían formado su futuro con sus manos.

—Bonito discurso—se puso de pie, dejando la taza de té vacía en la mesa frente a ellos—. Radamanthys siempre con sus discursos vomitivos de honor y parece que te enseñó muy bien—los ojos de Valentine seguían fielmente sobre los de él—. Pero no te confundas, soy de esos hombres que me gustan tener amantes y desecharlos cuando me aburro.

—O cuando sientes que te atan—el juez lo observó con seriedad, con un tácito semblante que le advertía detenerse y que al mismo tiempo se escudaba—. Pero siempre has sido sincero incluso con ellos, que no pueden esperar más de ti porque tú no esperas nada de ellos. Un acuerdo de libertad, sexo y honestidad lo que tenga que durar.

Por un momento, el silencio se instaló entre ellos haciendo más pesadas las últimas palabras, como si estás se forraran de más verdades, de imágenes que las hacía más verídicas, de señales irrefutables en el inicio de un juicio entre un ayudante de recursos humanos y un juez penal. Un silencio que se complementaba con la mirada fija de Valentine hacía él, con su mirada clara observándole y estudiándole, analizándole mientras que Minos con su rostro implacable pretendía forrar una barrera para hacerse intocable. Allí, el hombre mayor se dio cuenta que había cometido un error, lo pudo detectar por el latir de su corazón que estaba acelerándose al paso de los segundos, por la intensidad de sus miradas y aquellas ansias que nacían de la base de su estomago de querer buscar sus labios. El error de abrirse a él por unos segundos, el error de haberle permitido entrar, el error de inmiscuirse…

Sonrió, desviando la mirada a un lado mientras colocaba sus manos en sus caderas, poniendo sus brazos en jarra. Su gesto era una clara burla a lo que sentía y a las palabras de Valentine, quien permaneció en el mismo lugar, sin quitarle los ojos de encima.

—¿Es un análisis de mi vida sexual?—replicó el juez con tono entretenido—. ¡No esperaba menos de uno de los grandes de Radamanthys!—el rostro de Valentine se mantuvo inflexible—. Y bien, es hora que vayas a tu casa. Tengo que llamar a la flamante esposa de Simmons para entregarle todo esto y no quiero que te vea aquí.

—No esperes de mi, Minos—el juez, quien ya había dado media vuelta para dirigirse a su habitación, regresó su mirada seria hacía quien le hablaba—. Yo no estoy esperando nada de ti—Valentine le sonrió con confianza y en ese preciso instante, Minos sintió que lo estaban amarrando—, soy experto en dar sin esperar nada a cambio.

Minos no hizo nada para refutarlo. Solo sonrió de nuevo mofándose de sus palabras y partió hasta desaparecer por el pasillo que llevaba hacía el pasillo. No había mucho que decir, y Valentine lo reconocía, tanto como reconocía que tenía su corazón latiendo a mil después de esas últimas palabras. Solo cuando se halló solo pudo destensar sus hombros y recaer sobre el respaldo, soltando el aire mientras se preguntaba cómo había tenido el valor de decirlo. La respuesta era clara, era lo que quería hacer, sin necesidad de ahondar demasiado en la razón de sus motivaciones, era lo que le nacía hacer. Y ver todo lo que se había investigado del hijo de Radamanthys le había permitido tomar esa decisión en base a lo que ya sabía de Minos y de saber que había sido el mismo Simmons quien lo había destinado al punto de tener la ideología que los hombres inteligentes no se enamoraban.

Suspiró y volvió su vista en los documentos en sus manos, hojeando hasta las copias de un artículo de una revista griega donde se veía la fotografía de Shaka en un mueble de mimbre, sentado cómodamente con el orgullo y la dignidad muy bien plantada, con unos lentes de montura delgada y negra, su cabello largo cayendo sobre sus hombros, un suéter blanco con detalles hindúes en su cuello triangular y la cadena de cuero con su nombre labrado en metal. Todo el escrito estaba en griego por lo cual no podía entenderlo, pero hubo una parte donde en la entrevista Shaka respondió en Ingles y aunque no entendía el contexto decía mucho de su persona.

“Recuerda que solo cuentas contigo mismo”

Volvió su vista a la fotografía del fiscal, luego a la del artículo.

Era evidente que Shaka no había estado solo. ¿Como hizo ese fiscal para acercarse? ¿Acaso también era como Minos que tenía amantes sin colocar compromiso alguno? No, ese no era el caso. Shaka no era el tipo de hombre que coqueteara, no tenía esa personalidad. Era demasiado parecido a su padre, un hombre firme de principios, un hombre que no le gusta jugar ni la inestabilidad. Imaginó entonces que Shaka era el caso contrario, el de estricto control, el de no acercamiento, él de no hacerle ver a nadie que necesitaba ayuda porque eso le daba un compromiso que se sentía incapaz de asumir.

Un hombre talentoso, exitoso y solitario.

A la final, el resultado era el mismo. Minos y Shaka, aunque pudieran tener distintas maneras, llegaban exactamente al lugar.

Pero el fiscal al parecer cambiaba ese panorama.

La pregunta de Valentine era el cómo lo había hecho.

La respuesta estaba sobre una embarcación, mientras la tarde caía sobre el río Tamesis. Sentados en la banca sobre la cubierta, veían el paso de la ciudad desde su lugar, con el sol formando caminos y tonos rojizos en el cielo y en el agua. Toda la tarde la habían pasado en aquel lugar, habían comido allí, en el restaurant que estaba en la cubierta y donde habían mesas con manteles blancos y música suave mientras disfrutaban de un ambiente musical y escuchaban el encargado de turismos hablar en inglés sobre los emblemáticos detalles de la ciudad que se podía ver por el paso del río Tamesis.

Ahora, escuchaban un grupo de cuatro músicos tocando algunas canciones de viejos artistas, suaves y emblemáticas, en especial románticas notando que la mayoría de los que habían entrado al navío eran parejas. En ese momento, era una de John Lennon la que sonaba.

—¿Iremos al Pub?—preguntó el rubio con la mirada a los arboles que pasaban lentamente frente a ellos. Saga tenía su brazo rodeando su hombro—. Nos da tiempo de regresar a casa, ponernos algo más acorde a la salida y pasar una buena noche afuera. ¿Cuánto tienes sin ir a un Pub?

—Creo que desde mi despedida de soltero—confesó el griego pegando su labio al oído de su compañero—, y ese no era un Pub gay. A un Pub Gay creo que desde que me comprometí con Marin.

—¿Eso sería…?

—Quizás hace cuatro años.

—Eso es mucho tiempo…—la nueva canción que empezó a sonar, llamó la atención del griego quien volteó hacía el grupo—. Vamos, no puedes irte de Londres sin haber conocido uno de sus pubs.

—Siento que me la pasaré muriendo de celos si vamos—Shaka sonrió, viendo al grupo que tocaba la nueva canción, esta vez de Elvis Presley.

—Vamos, Saga, el extranjero serás tú, tu llamarás la atención…—notó la mirada brillante del griego hacía él—. ¿Sucede algo?

—Me gusta esa canción—el rubio enarcó una ceja interesado, mirando por un momento al grupo y luego al abogado a su lado—. Fue la que sonó la noche que decidí vendría hasta aquí.

—Ahora entiendo porque Marin estaba tan enamorada de ti—Saga sonrió con picardía respondiendo a la sonrisa que dibujaba Shaka—. Eres un romántico sin remedio, uno de esos príncipes de cuentos de hadas con métodos retorcidos—la carcajada del griego no se hizo esperar mientras apretó más su abrazo para sentirlo más cerca, esta vez volviendo su mirada al río que cruzaban.

—Prefiero ser el malo—sintió el cuerpo del decorador acomodándose a su lado, tan unidos como pensó que no se iba a poder sentir antes e increíblemente feliz—. Iremos, siempre que sólo bailes conmigo.

Escucharon en mutuo silencio el final de la canción, nombrando aquellas frases que viéndolo los dos en perspectivas, los retrataba fielmente. Así había sido, no habían podido evitarlo. No pudieron evitar enamorarse el uno del otro tras su reencuentro.

Y aunque no sabían hacía donde llegaría su actual relación, querían darse la oportunidad de no estar solos.

Notas finales:

Muchas gracias a todos los comentarios. Ahora que he arreglado o llevado algunos ciclos preparándose a cerrar, puedo avanzar al cierre de la trama. Espero hayan disfrutado elcapitulo y me den su opinión respecto a Afrodita y Aioros. ;)

¡Saludos a todos!


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