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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

La noche ha llegado en Londres y tras algunos encuentros, llega una visita inesperada. Mientras los recuerdos sea el espacio que los sostiene, ¿habrá posibilidades de razonar?

Con la noche sobre ellos, en la casa del anciano Dohko se veía a Shaka caminar por los pasillos luego de haberse dado un baño y cambiarse, listo para esa noche de Pub que había hablado con Saga en la tarde. Después de haber disfrutado de ese paseo de Ferry, ambos habían quedado de acuerdo que la mejor manera de cerrar su viaje turístico por Londres era yendo a un club. Mientras el abogado terminaba de alistarse usando el cuarto donde dormía el rubio, Shaka estaba entrando al taller para dejar las pinturas y pinceles que había comprado antes del paseo sobre el río Támesis.

Dohko lo vio moviéndose hasta donde estaba el lienzo preparado. Él mismo lo había preparado bajo su pedido, un lienzo de 110cmx150cm, de buena calidad y listo para ser usado. Además, en el suelo ya había destinado un sitió con sábanas blancas donde Shaka estaría pintando. Conocía que Shaka pintaba en el suelo, lo había hecho así durante el tiempo que vivía con él y dudaba que hubiera perdido esa costumbre. Lo hacía así porque se sentía más cómoda y él no era de usar técnicas específicas para pintar, simplemente se dejaba llevar por la música, sus pensamientos y los colores.

—¿Era así como lo querías, no?—preguntó el anciano viendo con una sonrisa al joven vestido con un pantalón negro descaderado y una franela ceñida manga larga con un color terracota, cuello triangular y muy bajo, con la cadena de oro sosteniendo la S. Sus zapatos negros lustrados resaltaban entre la mezcla de polvillo que había en el piso luego de un día laboral.

—Así mismo—los dedos del decorador acariciaron el lienzo sintiendo su asperezo entre sus yemas. Se veía contento con él, Dohko podía ver un brillo en Shaka que no había visto nunca, uno que le hacía sentir que la vida del joven estaba dando un giro importante hacía la dirección correcta—. Mañana entonces pintaré. Le debo a Saga el cuadro que decora su comedor y quiero hacerlo aquí.

—¿Eso tiene un significado?

—Cuando estuve allá no pude hacerlo—confesó posando su mirada sobre los ojos opacos del mayor—. Si puedo hacerlo aquí, quiero creer que significa que a pesar de todo lo que obtuve, estoy bien.

—¿Qué tienes pensado pintar?

—No lo sé…—miró de nuevo el lienzo vacío, en espera de sus manos—. Quiero algo referente a él, al mar, a la fuerza, a la persistencia y profundidad que tiene su mirada. Pensaré bien en eso…

El ruido detrás de ellos les llamó la atención. Justamente, Saga venía entrando ya vestido y listo para salir. A diferencia de Shaka, llevaba puesto su pantalón de vestir negro con una camisa manga larga color champagne y estaba en ese momento abotonando los puños de su camisa mientras lo miraba con su cabello húmedo y gelatinado. El rubio le sonrió y dejó el lienzo atrás, acercándose a quien ahora parecía ser su pareja.

—Nada de celestes—comentó el abogado viendo la sonrisa divertida de Shaka—, y nada de corbatas.

—Te debes ver muy bien con una franela sin manga negra—posó sus manos sobre el segundo botón de la camisa, deshojándolo para que se viera un poco más de piel—. Así está mejor.

—Una franela sin manga es lo que llevo para el gimnasio—le abrazó la cintura suavemente—. Te ves muy bien, Shaka—el aludido enarcó una ceja con orgullo.

—Eso lo sé. ¿Ya estamos listos?—el griego asintió antes de soltarlo y abotonarse el otro puño—. Bueno, creo que entonces es mejor apresurarnos. Comeremos afuera, Dohko.

—Disfruten de la noche y tengan cuidado—sonrío el mayor viendo al par tan contrastante preparados para salir. Saga siempre tan bien vestido y serio, y Shaka tan extravagante y sensual.

—Así será.

Caminaron por el pasillo de la casa que llevaba a la entrada principal y se despidieron de la joven pareja quienes también les desearon disfrute para su velada. Los dos se veían muy entusiasmados con la salida, y luego de haberse despedido tomaron sus gruesos abrigos oscuros para salir, con un paraguas en mano por si llovía. Habían dicho que para ese fin de semana habría un temporal algo fuerte, así que debían estar preparados por si la lluvia los sorprendía. Solo esperaban que no afectara los vuelas de la noche siguiente, ya que ellos planeaban irse el domingo para amanecer el lunes en Atenas.

De manos tomadas salieron por las calles de la manzana, dispuestos a disfrutar su última noche en Londres.

Sin embargo, en otra parte de la ciudad el padre de aquel joven rubio que iba al Pub estaba solo en el departamento que también era de su propiedad. Solo llevaba puesto un pantalón negro deportivo, acababa de bañarse luego de haber despertado con una resaca descomunal. Había pasado la noche bebiendo y bebiendo whiskies hasta que no supo de él, esperando la llamada de su mujer, llamada que nunca llegó. Había sido una semana intensa, se había sentido solo, su mujer no lo llamaba y Valentine no respondió ni devolvió ninguna de sus llamadas. Él se encontraba solo en aquel lugar, con el matrimonio tambaleando, con un amigo huyendo de él y los recuerdos taladrándole la cabeza.

Se sentó con desgano sobre el sofá de cuero negro y las luces apagadas. Solo una leve lamparilla fluorescente estaba encendida en la cómoda al lado del espejo, con su reflejo blanco dejando unas sombras marcadas en la alfombra marrón. Con sus pensamientos en algún lugar de la ciudad, el hombre se pasó la mano sobre la frente y despegó sus rubios mechones con algunos rastros de canas, echándolo hacía atrás. Se sentía con pesadez, amargado a su vez y frustrado. Nadie parecía necesitarlo en ese momento.

Inevitablemente recordó a su padre que solía sentarse en un sillón parecido con una pipa encendida en la esquina de su despacho. Esa casa se había convertido ahora en una tienda de antigüedades, enorme y refinada, era una propiedad que por su valor podía ascender a miles y miles de Euros. Para él no valía nada más que eso, los recuerdos que le quedaban de esa casa era algo que él prefería extirpar de su vida, por eso lo vendió todo y destinó un porcentaje de su venta a cada uno de sus hermanos cerrando con ello un lazo consanguíneo que nunca daría para más. Para ellos, él era el hijo bastardo de su padre. Para él, ellos eran sus enemigos, así su padre le había enseñado.

Para cuando llegó a esa casa a sus doce años, no supo muy bien cómo fue que su madre había decidido dejarlo ir sin más. La madrastra le dijo que su padre lo había comprado por una costosa suma de dinero, que así había hecho que su madre se fuera y abandonara su patria potestad. Otros que su madre estaba enferma y lo había ido a buscar, algunos de sus hermanos, unían una historia con la otra. Nunca supo de ella, ni hizo esfuerzo para saberlo. Para él su madre murió el día que lo dejó ir con su padre a aquel hogar que se convertiría en un infierno.

Las palabras de odio, las miradas de rencor, las humillaciones… Radamanthys recordaba que los primeros años dormía en la misma habitación de su padre, quien ya no compartía lecho con su autentica mujer, usando camas separadas. Muchas cosas se decía de ello, algunos murmuraban que su padre lo estaba abusando, más no era así; mientras permanecían en la habitación su padre lo ponía a leer y a estudiar, vigilándolo con su mirada sombría tras la sombra del sofá adyacente, pendiente de cada mínimo error. Lo preparaba, lo llenaba de orgullo porque era el hijo que había elegido, lo llenaba de rencor porque odiaba a su mujer y a sus otros hijos, le decía que solo a él le quedaría la herencia, cuando se equivocaba, le castigaba, cuando hacía de llorar o de extrañar a su madre, le hablaba con tal fuerza y lo insultaba. A veces se pregunto si lo que tenía era un padre, o un militar, o un señor.

Quizás un enemigo.

Cada vez que su padre le decía que lo decepcionaba, Radamanthys se forraba de orgullo y lo volvía a hacer mucho mejor que lo anterior. Cada vez que su padre le insultaba, le mantenía la mirada, con el mentón en alto, con sus labios mordidos y sin contestar. Cada vez que sentía nostalgia, se recordaba que estaba solo, no tenía a nadie, solo a él y a su fuerza. Así superó esa adolescencia dura alrededor del maltrato verbal y psicológico, así llegó a sus diecisietes años, donde ya había escogido la carrera que tomaría, una que le diera el poder de tomar los bienes de su padre tal cual su padre lo había querido. Él era la venganza de su padre hacía su esposa, lo sabía. Él era su arma, pero sí tendría el poder con ello, no le importaría tomarla, pelear una batalla que no le pertenecía.

Con pasos lentos caminó desde el sofá hasta la repisa que estaba a un lado de los arreglos silvestres que daban un poco de vida a la sala oscura. Allí descansaban fotografías, muchas fotografías de momentos que habían pasado hacía mucho tiempo y que representaba lo mejor de su juventud. Conoció a Minos en una de las reuniones sociales donde acompañó a su padre a costa de la humillación de su esposa. El joven de su edad, se veía aburrido mientras escuchaba las complicadas charlas de su padre con otras reconocidas figuras políticas de la sociedad. Se habían juntados y el humor sarcástico e irónico de Minos le llamó la atención. Ese mismo día, le dijo que era homosexual. A él jamás le importó.

“Mientras no me mires a mí para eso, no me importa por cuál hueco te guste meterla”

Sonrió con amargura mientras se servía un trago. Su mirada estaba embebida en los recuerdos que pasaban frente a él en forma de imágenes inmóviles. Podría recordar más, mucho más, quizás como la noche anterior estaría metido en sus memorias toda la noche.

Mientras tanto, la música estridente y los cambios de luces junto a la gente bailando en el Pub que habían escogido para su salida. Entraron con facilidad al lugar y era visible el ambiente lleno de bailes, fiestas y alcohol, bullicio que se iba incrementando mientras la música con ritmo pegajoso seguía sonando al ritmos de los reflectores y los bailarines que mostraban sus sensuales atributos al público. Era visible todo tipo de persona con cierto acomodo económico, era un lugar que contaba con una reputación aceptable en la ciudad, y los precios también daban cuenta de ellos. Desde parejas bailando en la pista, hasta espectáculos entre personas que habían decidido besarse en público, Saga y Shaka veían en lugar mientras caminaban tomados de manos para no perderse entre la multitud.

Llegando a la barra, pidieron un par de bebidas mientras observaban el ambiente que había en el lugar. Los bailes seguían, la gente disfrutaba, algunos coqueteaban mientras el sonido y las luces hacían formas en medio del local y sobre los cuerpos de los bailarines. Shaka enfocó sus ojos en Saga esperando ver su reacción, la cual era la de total observación y cierta sorpresa. Se veía que no estaba acostumbrado al ambiente aunque tampoco era que se mostrara cerrado al respecto.

—¿Qué te parece si bailamos?—escuchó al inglés luego de saborear su trago, pasando la vista a la pista de baile—. No tienes de qué preocuparte, seguiré tu ritmo.

—Bueno, supongo que tendré que recordar unos cuantos pasos—el abogado observó a un par de rubios que le miraban mientras se acercaban a la barra, una mirada provocativa que escaneaba cada punto de su cuerpo antes de subir sus ojos y hacerle una invitación en silencio. Subió una ceja sintiéndose halagado y no pudo evitar sonreír con aire travieso—. ¿En la próxima pieza?—volvió a beber un sorbo mientras observaba las señales intermitente de la mirada de aquellos dos sobre él.

—Sí, supongo que sí—aquellos dos ahora le hacían señales muy claras y con el movimiento de sus ojos lo invitaban a alejarse de la barra. Divertido, Saga se llevó de nuevo el vaso a los labios sonriendo con descaró, antes de sentir la mano del rubio deslizándose sobre su camisa hasta tomar su hombro—. Ey…—al escuchar la voz de su pareja en el oído volteó a verlo, y antes de poder replicar ya la boca de Shaka estaba sobre la suya besándolo ávidamente. Una de sus manos rodeó el cuerpo del decorador mientras lo acercaba más y sintió la mano de Shaka apretando su hombro y deslizándose lentamente hasta su cuello. Un beso apasionado, directo y húmedo con el sabor del cosmopolitan en su saliva y su pulso acelerado.

—¿Y esto?

—Te dije que llamarías la atención—en ese momento el abogado levantó una ceja y volteó hacía donde antes estaban aquellos dos hombres que ahora habían desaparecido. No pudo evitar reír al ver de nuevo el rostro del rubio con la evidente muestra posesiva que había tomado, aquellos ojos azules que de un momento a otro lucían llameantes y apasionados.

—Si así lo vas a tener alejados, no me molesto—el rubio lo observó demandante mientras lo empujaba suavemente a la barra. Era evidente que estaba algo incomodo con lo que había ocurrido.

Aún así, no fue suficiente para cortarle los ánimos de bailar y así se demostró cuando al cabo de unos minutos, y luego de haberse acabado cada quien su trago respectivo, se unieron a la pista de baile abriéndose paso entre la multitud que bailaba sin cesar hasta hallar un lugar y comenzar a moverse al ritmo de la música y de las luces. Juntándose, permaneciendo cerca el uno del otro, rodearon sus cuerpos con los brazos del otro y empezaron a moverse, mostrando Shaka mucha mayor movilidad y soltura al hacerlo, algo que el griego disfrutó y avaló con una sonrisa.

Mientras en aquel local la pareja disfrutaba de lo que sería su última noche en Londres, el padre del decorador seguía inundado en los recuerdos en su departamento. Había internado huir de ellos, había intentado no darle importancia y vencer, no dejarse invadir de ellos como había ocurrido la noche anterior, pero aquello fue virtualmente imposible. Por más que revisó su móvil y su contestadora no había una sola comunicación de su esposa ni de su amigo. Aquello, solo ese simple hecho lo había hecho sentir más solo aún, mucho más desesperado, a punto de querer pensar que en definitiva los había perdido.

Se dejó caer así sobre el mueble, con sus piernas abiertas y la toalla que había caído a un lado de los cojines en medio de las penumbras de la habitación. Le azotaba en su mente los recuerdos y las memorias. Le golpeaba el vivo momento en que por fin las personas que más amaba se habían juntado y habían formado parte de su vida. Era el cumpleaños número dieciséis de Pandora, su prima y la fiesta era todo un acontecimiento en la familia. Pese a que su padre estaba ya en el lecho de muerte, a nadie le importó eso y prefirieron festejar como si nada en la familia estuviera por ocurrir. La indolencia no era algo nuevo para él, y tampoco le importaba si era sincero. De lo único que estaba seguro es que si su padre moría y él aún no cumplía la mayoría de edad, al hacerlo, pediría derecho sobre los bienes que le correspondía. Era suyo.

Sin embargo, la familia de su madrastra y sus propios hermanos había sabido hacer su trabajo inyectando veneno al resto de la sociedad, asegurando que en cuanto muriera su padre, él volvería a la calle de donde había llegado, y que le desterrarían. Algunos, era comentario más viles y siniestros. Pese a eso, con su porte alto y ajeno a las miradas de desaprobación y desconfianza, él estaba allí, en aquella sala, en compañía de Minos y Aiacos, otro que se unió a su grupo observando por primera vez a quien ahora era la mujer de su vida. Fler estaba junto a su hermana melliza, entraba con su familia vestidas con los mejores trajes de la temporada, pero era evidente su timidez. Su cabello largo en bucles suaves cubría la curva de sus mejillas y lucía un maquillaje suave y recatado para sus cumplidos catorce años de edad. El vestido lo recordaba a la perfección, tenía algunos vuelos en sus mangas de color crema y verde pastel, se anudaba en su joven pecho y luego caía en un faldón hasta sus tobillos ataviados con unas sandalias plateadas.

Desde allí le había encantado, no solo por la apariencia tan etérea que tenía, sino por la ingenuidad e infinita belleza que derrochaba su mirada. Pero al intentar acercarse a ella, sus padres evitaron todo contacto y lo denigraron como si fuera un delincuente que quería acercarse a su princesa y aquello, le había molestado. Recordó que frustrado regresó a su puesto luego del desaire y de las risas que escondían muy precariamente los que debían considerarse su sangre.

Minos le dio una palmada, Aiacos se rió, el ambiente en sí no era nada agradable, mucho menos cuando la atención se desvió, de nuevo, en el sonado joven hijo del diplomático Alemán que en su llegada pocos meses atrás parecía haberse convertido en el nuevo blanco para todos. Si, esa fue la primera vez que vio a Simmons, y esa vez, lo odió. El hombre se había acercado a la mesa y en vez de convidar a la mayor de las mellizas lo que hizo fue sacar a bailar a la rubia sobre quien había puesto sus ojos: Fler.

Tintineó su vaso al deslizarse y caer de entre sus dedos hasta el piso, derramando el hielo y el poco liquido que quedaba. Sus ojos, absortos aún en el pasado no se movieron de la fotografía de su matrimonio aún aunque escuchara en ese preciso instante la puerta siendo tocada. Los recuerdos habían logrado de nuevo su efecto, el de inmovilizarlos y hacerle recordar lo que no iba a volver a ser suyo, o lo que no podría recuperar. Cuando era así, Radamanthys solo quería cerrar los ojos, dormir, y esperar que la mañana llegara de nuevo a azotar sus retinas.

De nuevo escuchó el golpe y no pudo evitar fruncir el ceño con malestar. Al final, solo dos tragos había tomado porque su estado anímico era tal que ni siquiera el alcohol o el sexo le provocaba. Agotado de seguir con vida se puso sobre sus pies y caminó en paso neto y resintiendo el dolor del cuello hasta caminar a la puerta. La sombra que se filtraba por la rendija de luz bajo sus pies le hizo ver que la persona aún estaba allí, pero sabía que no era ni Valentine, ni su esposa. En tal caso, sería el mismo Minos. Tomó el pomo de la puerta y abrió con desgano dejando que la luz penetrara a las sombras de la sala y entrecerrando sus ojos en el proceso, protegiéndolos del evidente choque de luminosidad. Fuera de todo pronóstico, no era Minos, ni Valentine, ni su esposa o incluso Pandora hubiera sido aceptable. Era Simmons.

—Te ves en terrible estado—le escuchó hablar, con el inconfundible acento alemán que se podía percibir en sus palabras en inglés—.  No esperaba verte así.

Y él no esperaba verlo, en primera instancia. Totalmente perdido y confundido, incluso dándole razón a la posibilidad de que estuviera soñando o era una jugada de su mente divagando sobre pensamientos furtivos, se quedó mirando el aspecto del hombre, el cabello negro que caía sobre su frente y la mirada verde agua que aún preservaba, cansada y con rastros de edad en líneas de tiempo formándose alrededor de sus ojos. No era, para nada, los chicos de diecisietes años que se encontraron en el salón de la mansión de la familia de Pandora, los que se había dirigido la mirada mientras el vestido de Fler se movía al son de la música. No tenían la vivacidad de sus miradas mientras se cruzaban y se decían más de los que todos los presentes se podían decir en medio de palabras en aquella fiesta. Eran ellos, más de treinta años después, separados por el umbral de la puerta donde la luz del pasillo cortaba la oscuridad de la sala, donde el cuerpo de Radamanthys permanecía inmóvil como si esperara el momento preciso en donde su imagen se desvaneciera.

—¿No me dejarás pasar?—insistió el alemán y como si fuera un acto de inercia, el inglés se hizo a un lado y le dio el espacio necesario.

Simmons entró, más la puerta permaneció abierta y el cuerpo del rubio seguía, así como estaba, de pie confundido viendo sus pies descalzos. Seguro Radamanthys aún intentaba ubicar en su panorama lógica aquel encuentro, porque no era posible que simplemente él se le apareciera así, no después de casi siete años, no cuando las últimas palabras que se habían dirigido eran precisamente que no querían verse más. El alemán sabía que más o menos eso era lo que ocurría en la psiquis de su amigo, o de quien era, que al subir su mirada a él ahora más clara mostraba desconcierto, una abrumadora consternación y evidente muestra de malestar ante la visita.

—¿Qué haces aquí?—por fin vociferó y el psicólogo supo que ya Radamanthys había conseguido darse cuenta que no se trataba de alguna treta mental. En vez de responder, simplemente caminó hasta la sala observando la falta de luz y el cómo algunos objetos apenas eran visibles por la lamparilla aún encendida y que no daba bastó para mostrarlo todo—. ¡Qué haces aquí, Simmons!—está vez había levantado el tono de su voz, y el aludido volteó por sobre su hombro en silencio.

—Vine a verte, ¿no es obvio?—replicó sin inmutarse, quitándose el grueso abrigo que llevaba puesto para lanzarlo en el mueble que minutos antes había ocupado Radamanthys. Éste cayó pesadamente, dejando un ruido sordo en medio de ello—. Cierra la puerta porque tenemos que hablar.

—No quiero hablar nada contigo. Y no me importa si fue Pandora la de esta maldita idea.

—Me escucharás…—se desanudó la corbata con su vista fija en los ojos ámbar del dueño del lugar—. Esta vez nos escucharás: a mí y a tu hijo.

La última mención había sido suficiente para encenderlo en cólera. Que tuviera la desfachatez de mencionar a su hijo luego de siete años y frente a él era una provocación directa. Radamanthys se contuvo cerrando sus puños y le miró con sus ojos encendido en un gesto de rabia. Era evidente que Simmons no se iba a ir, tanto como el hecho de que no lo quería escuchar. Estaba tratando de olvidar que había despreciado a su hijo hace una semana, como para que en ese momento volviera su sombra tanto o más nítida que todo lo demás. El epicentro era eso, que su esposa ahora despreciara su compañía en la cama y que Valentine haya decidido irse de su lado había sucedido porque él rechazó a su hijo.

Simmons se movió en el lugar totalmente desconectado de los pensamientos de Radamanthys, dándose tiempo de ver las fotografías que estaban sobre la repisa combinada con decoraciones de cristal. No tenía que conocerlo de hacía años para saber porque estaba allí. En cierta forma Shaka había heredado exactamente esa misma particularidad de su padre: mantener altares al pasado y observarlos como un recuerdo de sus raíces. Aunque no quisieran admitirlo…

—¿Acaso crees que voy a escucharte?—la voz en alto de Radamanthys se escuchó retumbando los cristales y al voltear el psicólogo, lo vio con aspecto amenazante—. ¿Qué voy a darte tan siquiera la oportunidad de hablar?

—¿Se la diste a Shaka?—asestó el alemán mirándolo determinante. Sus ojos claros parecían endurecerse al paso de las palabras, y un látigo de furia azotó contra su cabeza antes de siquiera poderlo reaccionar. En un movimiento del rubio, la lamparilla que alumbraba el lugar cayó al piso partiéndose en pedazos y dejando por fin toda la sala en penumbras, con el ruido que se hizo eco en medio del silencio.

Los restos de la lámpara rodaron un poco más pero aquello no turbó las miradas que ambos se destinaban el uno al otro. La respiración del inglés era errática, visiblemente se encontraba enfurecido y decidido a no dejarse intimidar por el otro. Porque Simmons, su recuerdo y su mirada analítica por sobre las sombras no podían doblegarlo: ya no.

—No lo menciones en mi presencia…—advirtió. El alemán dio un paso con sus manos en los bolsillos y un mechón de su cabello negro que rosaba su frente—. ¡No te atrevas a siquiera pensar en él en mi presencia!

—¿Y así haré con tu mujer cuando te deje?—la mandíbula del empresario tembló en ese instante—. Cuándo pierdas tu matrimonio, tu familia…

—¡NO TE ATREVAS A SIQUIERA MENCIONARLO!—por fin, su voz se levantó potente y su rostro se contrajo de la ira que empezaba a emanar de sus intestinos. La presión que ejercía a sus mandíbulas se veía al temblar de su rostro y al tenso movimiento de sus músculos mientras su posición se retrajo, moviendo sus hombros hacía adelante y su rostro bajando en aire amenazante. Radamanthys se convertía en un animal herido y dispuesto a sacar sus dientes frente a sus ojos y el psicólogo parecía no importarle aquello—. Que vengas tú a decirme de perder a mi familia... ¡CUANDO FUE POR TU CULPA QUE TODO ESTO SUCEDIÓ! ¡SAL DE AQUÍ, TRAIDOR!

—Que yo recuerde, no te impido hablar y escuchar a tu hijo…

—¡¡MALDITA SEA!!—se abalanzó contra el alemán golpeando su cuerpo contra la repisa y dejando que un par de portarretratos cayera en el suelo. Sus manos lo asieron de la bufanda de su traje, apretándolo con fuerza y mirándolo con la ira transmutando su rostro—. Lárgate… antes de que te mate, ¡lárgate!

—¿Realmente no te habías dado cuenta, Radamanthys?—subió una mano y le tomó la muñeca derecha, apretándosela con la misma fuerza con la que era presionado contra el mueble. Sus ojos claros y los mechones negros de su cabello enmarcaban su mirada decidida—. ¿No te habías dado cuenta de lo que ocurría con tu hijo? ¿Aún piensas que lo enfermé?

El rubio cerró fuertemente sus labios mientras respiraba el aliento caliente a través de su nariz. Sus fosas nasales se abrían y cerraban con velocidad, tomando aire mientras intentaba controlar el deseo que tenía de golpear ese rostro que no había visto por años. Allí estaban los dos, confrontándose contra el pasado que como fotografías había quedado inmortalizado en sus memorias y si algo le asqueaba era ver esa mirada de análisis por parte de quién engañó a su hijo.

—¿No vas a responder?—sintió la presión de esas manos sobre su cuello y Simmons levantó su rostro victima de ello, tragando con dificultad—. Si lo sabías, Radamanthys… lo sabías, era evidente.

—Cállate…

—No había ido a presentarte a ninguna novia en todos esos años, no supiste nunca de una mujer de quien se haya enamorado…

—Estaba estudiando—entrecerró sus ojos verdes, desaprobando aquella justificación.

—Prefería pasar tiempo conmigo…—la presión aumentó, cortándole el aire y dificultándole hablar.

—¡Estaba estudiando!

—¡NO!—gritó con el aire que le quedaba—. ¡Se estaba acostando conmigo, Rada…!

Antes de que pudiera hacer algo, su cuerpo fue azotado contra el piso con todo y los retratos que con el golpe cayeron sobre él. Algunos vidrios se clavaron en sus manos y rasguñaron su mejilla sintiendo a su vez el sabor de la sangre en su boca. Con dificultad intentó ponerse de pie, con su cabello negro cayendo sobre su rostro y recordando cómo, de esa misma forma, se había dado el último encuentro con el padre casi siete años atrás.

De pie, el agraviante estaba con sus puños cerrados mirándole con la más pura expresión de odio y decepción, formando una amorfa mezcla tras sus ojos albarinos. La oscuridad persistía entre ellos.

—Puedes golpearme, Radamanthys, puedes hacerlo cuantas veces quieras—comentó el alemán levantándose—, pero eso no cambiará dos cosas: que tu hijo sea homosexual y que yo haya sido su amante.

—No tienes una maldita idea de cuánto te odio, Simmons…—escupió masticando cada palabra, con el temblor que era evidente en todo su cuerpo tensionado. El alemán en cambio, sonrió.

—No, no es a mí a quién más odias—sacudió las muertas de vidrios, dejando que los cristales acompañaran a las fotografías en el suelo—. Lo que más odias es tu ceguera—y notó, que cada palabra, creaba un temblor perceptible en el inglés—. ¡Lo que más odias es saber, que todos esos malditos años estuviste equivocado!, ¡y no! No me refiero a la relación que pudimos mantener tu hijo y yo—se limpió el rastro de sangre con el puño de su camisa, observando como el aire escapaba por sus fosas nasales y parecía un toro embravecido esperando el momento de embestir—. Si no a lo mucho que te negaste a aceptar que tu hijo era homosexual, ¡desde antes Radamanthys! ¡Tú lo sabías!—señaló, mirándolo fijamente—. Tú sabías que tu hijo tenía gustos diferentes, ¡lo sospechabas! Y estoy casi seguro que también debiste haber sospechado que estaba enamorado de mí… ¿y sabes por qué estoy seguro de eso, Radamanthys? ¡Porque no había nadie que lo pudiera conocer mejor a él que tú! ¡Nadie más cercano que tú!

Ante esas palabras, el silencio se hizo dueño del encuentro. Un silencio áspero y amargo, un mutismo que se extendió por más tiempo que alguno de los dos hubiera querido tomar. El alemán pasó su mano por sobre su cabello, echando atrás los mechones negro mirando a su contrincante con decisión. El hecho de que Radamanthys se mantuviera callado significaba muchísimas cosas.

Se movió de su sitio y sintió el crujir de los vidrios bajo su zapato. Bajó la mirada para ver lo que tenía entre sus pies, escombros de antiguos retratos y objetos de cristal, fotografías, algunas de ellas identificables. Justamente la que estaba bajo la suela de su zapato le llamó la atención y por ello se inclinó y la tomo, sacudiendo los rastros de vidrió de ella.

Se la mostró y la mandíbula de Radamanthys volvió a temblar.

—Dime si para ese tiempo no era evidente—le confrontó, con aquella memoria congelada hacía más de quince años—. Que tu hijo quisiera celebrar el triunfo de su campeonato con la franela que el pinto de colores con sus propias manos—y allí estaba él, con su hijo, inclinado a su altura mientras sostenían el mismo trofeo y llevaba el niño puesta la franela que había pintado con acuarela semanas atrás, con su cabello hasta las orejas y lacio, con su sonrisa deslumbrante... al lado de quien era su padrino. Los tres, ausentes e ignorantes de lo que ocurriría en el futuro entre ellos. El padre tuvo que subir la mirada hacía el hombre que le enfrentaba ese pasado—. ¿Por qué te cegaste, Radamanthys?

Y las memorias levantándose como muertos vivientes abriendo sus tumbas.

—¿Por qué te pusiste esa venda en tus ojos?

Los recuerdos disgregándose y formando un carrusel sombrío a su alrededor.

—¿Por qué aún hoy te niegas a aceptar la naturaleza de tu hijo?

Imágenes que trataba de ignorar, manteniendo la vista en un solo punto: en la faz de esa persona.

—No pienso irme sin que me des una razonable respuesta.

En vida: su único enemigo y aliado.

Notas finales:

Gracias a todos por sus bellos comenatrios y lecturas. ¡Me estan agradable recibirlos! Mañana vengo a contestar los coments que debo y espero que le guste lo que viene, estos capitulos siguientes serán cruciales y tuve que dividir este en dos, ya que no me alcanzó para plasmar toda la discusión que habrá entre Simmons y Radamanthys.

Agradezco el tiempo que toman en leer y sobretodo, en comentar :)


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