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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Radamanthys y Simmons por fin, frente a frente. Los recuerdos, las preguntas y sus respectivas respuestas tendrán que salir. ¿Cuál es la verdad ante la posición de Radamanthys?

Aquella fiesta seguía en su mayor esplendor, más cuando el joven hijo único del embajador Alemán en Gran Bretaña, había sacado a bailar a una de las hijas de un poderoso empresario Suizo. Los pasos habían sido ejecutados con delicadeza y elegancia, perfectos, entre las habladurías de muchos que no daban crédito, que esperaba que el joven se interesara en otras jóvenes de mayor edad, de mejores familias o más llamativas, o incluso, que se fijara en la correcta y siempre conversadora hermana mayor, Hilda. Pero no había sido ninguna de ellas las privilegiadas, la primera joven en ser sacada a la pista por el alemán había sido la tímida hermana menor, Fler.

Radamanthys, desde su posición, lo veía conteniendo en su puño la impotencia de haber sido despreciado y que aquel, aquel extranjero si pudiera tener el poder que él debía tener al ser un hombre de sangre inglés. Su prima, quien tenía sangre alemán y por la cual había sido enviada la invitación a ellos, se acercó y se puso a su lado, posando suavemente sus dedos pálidos sobre su brazo donde un ostentoso anillo de oro blanco con amatista relucía a la visión. El rubio le miró de reojo y ella lo convido a bailar, algo que él se negó.  No lo podía aceptar.

Pero algo cambió el panorama.

El alemán detuvo el baile al final de la primera pieza, justamente a tan solo unos pasos del inglés. Se despidió en una elaborada inclinación protocolar y se acercó hacía la joven agasajada que estaba al lado de su primo Ingles. Pandora observó aquel movimiento totalmente desconcertada, Fler en cambio, se quedó en medio de la pista sin saber qué hacer en esa situación. El hombre se acercó hasta ellos, miró a la dama del vestido purpura y luego a los ojos ambarinos que le preguntaban por qué había dejado a la joven en la pista y sola.

“Ahora si puedes sacarla a bailar”—le dijo, en su casi inentendible ingles por la falta de práctica y el sonado acento alemán.

Para Radamanthys, las preguntas quedaron en segundo plano al momento en que la rubia en la pista dirigió su mirada a él como si lo estuviera esperando. Las preguntas eran irrelevantes si esas eran las respuestas; por ello, el heredero de la fortuna de los Wimbert se acercó a ella, extendió su mano y le pidió la siguiente pieza en medio de la mirada escandalizada de los padres de la joven y de la habladuría de su propia familia. Ella le aceptó.

Simmons y Pandora bailaron juntos dos piezas más tarde, bailaron y fueron una de las parejas más llamativas en la fiesta por sus particulares rasgos bohemios. Radamanthys y Fler bailaron juntos hasta que el padre de la joven los interrumpió, tomó la mano de su hija y salió ofendido del lugar con su familia. Ese había sido el inicio, el inicio del vals de sus propias vidas, cuando cinco jóvenes de familia privilegiadas y sus propios historiales buscaron ser felices, donde se enamoraron, algunos perdieron, otros ganaron y unos pocos se resignaron.

Así comenzó.

Sus labios permanecieron cerrado ante aquella muestra, no podía mencionar palabras algunas cuando era el recuerdo de su hijo el que estaba frente a él, no podía evadirlo. Radamanthys quedaba desarmado cuando eso ocurría, se debilitaba su temple cuando la figura de su primogénito aparecía frente a él, obligándole a verlo, pidiéndole que reconsidere su decisión, porque la suya propia era irrevocable.

Simmons leía la forma en que el padre se había quedado inmóvil frente a él, la manera en la que sus hombros bajaban y su mirada se volvía angustiosa. Era evidente ante el cuadro lo mucho que le afectaba sus recuerdos, era palpable por el brillo de su mirar cuanto le dolía el vacío de su hijo. Le ardía el pecho por la ausencia de su hijo, tanto o más que el helado orgullo que lo tenía de brazos cerrados y ausente a sus instintos paternales. Sabiendo que había logrado su objetivo, el alemán bajó la fotografía, observando los ojos claros de su antiguo amigo, dándole permisos al silencio para que acomodara sus palabras hacia a él. No era mucho lo que podía decir hasta que él no hablara, pero el inglés no habló.

Frustrado, con la fotografía aún en mano, Simmons le miró mientras su cuello se tensaba debido a las emociones contenidas y habiendo ya perdido el metálico sabor de su sangre en la boca.

—¿Piensas quedarte allí, parado, por el resto de tu vida?—dio un paso más y crujió el vidrio bajo su suela—. ¡Habla ya Radamanthys! ¡Responde!—la voz levantada de forma imperativa no hacía mella al mutismo inglés, sino que parecía fortalecerlo—. ¡Maldición Wimbert! ¡Respóndeme! ¿No lo sabías? ¿Me dirás que no lo sabías?

—Todo fue tu culpa…—fue lo único que brotó de su boca. Una afirmación agria que golpeó el temple del psicólogo y lo empujó a seguir sus instintos.

Sus pasos fueron rápidos, el crujir de los vidrios al ser pisados junto al golpe de un cuerpo contra la cómoda donde antes descansaba la lamparilla se escuchó en pocos segundos. Las manos blancas se anudaron en el cuello del rubio luego de haberlo golpeado contra la pared pero persistía el silencio. Allí no había espacio para más. Los ojos de Radamanthys le indicaban con su mirada que no había pie para otro tipo de reacción que esa, que pese lo que pese no podía dar mejor contestación que la del silencio que por ser silencio daba una afirmación a sus palabras. Una resignación muda de la realidad.

Por un momento eso es todo lo que había en el escenario. Ausente y distantes ambos cuerpos se veían como si quisiera retroceder el tiempo en el firme límite que existía entre el uno y el otro.

—Habla…—increpó de nuevo el psicólogo, pegando aún más los nudillos blancos sobre el cuello desnudo del inglés, quién lo observaba cada vez con más rencor—. Escúpelo todo de una buena vez….

—Claro que lo sabía—masticó el hombre sintiendo como el agarre cedía un poco—. ¡Claro que lo sabía, maldita sea, era mi hijo! ¿Cómo no saberlo?—su voz incrementó, Radamanthys alzó su rostro y pegó su nariz con la del alemán para respirar y darle a respirar su aliento—. ¡CLARO QUE LO SABÍA!

—Entonces que significa todo este teatro de seis años, Radamanthys—el alemán entrecerró más sus ojos—. ¿Qué significa toda esta actitud tuya?

—Tú me lo quitaste…

—Yo no te quité nada, yo no me fui con él…

—¡TU ME LO QUITASTE!—el inglés le empujó contra el cuerpo de Simmons, obligándolo a soltarle—. ¡Tú me lo quitaste desde el momento que decidiste enamorarlo, aprovecharte de él! ¡Me lo quitaste! ¡LO ENFERMASTE!—gritó con ojos enrojecidos, teñidos del más rojo odio—. ¡Lo pusiste en mi contra! ¡Por eso se fue de la casa! ¡Por eso no regresó! ¡Por eso no confió en mí!

Simmons le miró sorprendido, comprendiendo finalmente esas palabras, comprendiendo mucho mejor el panorama de lo que ocurrió en ese momento, hacía más de seis años.

—Crees… ¿Crees que yo puse a Shaka en tu contra?

Una pregunta retórica para el inicio de una larga noche.

Entre tanto la llamada de la mujer acabó con una conversación particular. Por cosas del destino, Minos se había ofrecido a dar más información del que creía podría obtener, por menos de lo que estaba dispuesta a entregar. Pandora esperó con paciencia el mensaje de texto mientras se movía en la habitación de la casa de su primo, recordando muchas cosas, viejas memorias de las que no estaba segura debía recordar. Suspiró sentándose en la orilla de la cama, había muchas cosas que habían ocurrido entre ellos en esos años. Claro que ella sabía que Simmons tenía gusto por los de su mismo sexo, claro que ella sabía que Minos era parte de sus parejas esporádicas. Pero ella era su única mujer, su única amante femenina. Con ella decidió casarse, por eso ella le había sido fiel, por ello mismo había creído que realmente el amor que sentía por ella era distinto al de otros que podría ser más carnal. Para Pandora, ella era privilegiada, mas esto claramente no fue así.

Saber que su marido había ido no solo por su aviso, sino con claras intenciones de quizás reconstruir los lazos con Shaka había sido suficiente para tirar, de una vez por todas, todas las vendas que ella se impuso por años. Evidentemente, para su esposo el matrimonio, ella, su familia, no representaba más que un espejismo para la sociedad, una forma de ser parte del mundo sin sentirse fuera de él. Lo triste del asunto era darse cuenta que no le dolía, no como pensó que podría haberle dolido de haberse enterado años atrás. Quizás se trataba de eso, del cansancio, de la decepción y la desesperanza que había ido acumulando sobre él durante esos años. Quizás era la resequedad, la ausencia de placer o alegría, la idea de que había dejado de sonreír. Allí estaba, una mujer cuya belleza era envidiable por jóvenes, marchitándose al lado de un hombre que pese a estar, realmente, no estaba. Su cuerpo, su corazón, sus ojos siempre estuvieron ausente a ella y sus cuidados.

Minos había sido muy sincero, tal como lo había sido hacía cinco años cuando ella se enteró de quien era realmente el amante que casi destruyó su matrimonio. Recordó que para ese momento ella había ido a su despachó plenamente convencida que era él, que Simmons había vuelto a caer en sus plateadas redes y que Minos era el culpable de que Simmons hubiera preferido aferrarse a Londres hasta las últimas consecuencias, incluso ignorando su embarazo. El juez estaba sentado tras el escritorio de madera de caoba, la miró con aire divertido mientras escuchaba sus palabras y la manera en la que se dirigía a él, con la dignidad tomada entre sus uñas, el orgullo de la casta brotándole por los poros. Diciéndole que no había servido de nada, que no pudo retenerlo, y que haberle dicho a Radamanthys de la investigación policial que Fler había hecho para recuperar a su hijo no era la manera de vengarse de ellos, de su falta y del abandono de Simmons. También memoró claramente la carcajada que el hombre soltó en ese momento.

La mujer no tuvo otra opción más que soltar el aire cargado de nostalgia, sacándolo de los pulmones. Cerró sus parpados mientras daba vuelta a la sortija en su izquierda, pensando de qué había valido cargarla por más de diez años. Minos en aquella ocasión ya se lo había dicho, por más que tuviera una sortija que dijera que era su señora, su mujer, jamás sería dueña del corazón de Simmons, y que no, no era él quién era dueño de tal cosa. Era precisamente ese muchacho a quien buscaban con desespero, era precisamente su ahijado, su adorado ahijado. Minos se levantó del escritorio y echó en cara con su mortal veneno la verdad: Simmons no se estaba acostando con él, se estaba acostando con su ahijado, el hijo de su primo, el heredero de los Wimbert. Con Shaka.

Se sintió humillada, en todos los sentidos. Por su estado de mujer, por su edad, por su posición. Humillada, herida y traicionada. Frustrada, indignada y asqueada.

Destruida.

Habían pasado seis años de eso y aún el mejor maquillaje y las mejores cremas eran incapaces de borrar los surcos de las lágrimas que derramó y que ella aún sentía recorrer el mismo camino aunque no fuera visible la marca. Era imposible para ella poder desligarse por completo de esa tristeza, del dolor y de la vergüenza que había sentido como mujer, como esposa, como madre. Y si aún quedaba un poco de resignación ahora su corazón, cansado de latir con esa carga, con ese anillo que le aprisionaba cada vez que palpitaba, le pedía a la razón que le diera peso a su dignidad.

Decidió. Índice y pulgar tomaron la argolla y la deslizaron por el dedo anular de su izquierda.

“Lo vino a buscar a él”

Miró la joya, con sus dos nombres inscrito en el reverso, allí, tratando de adquirir la dureza del oro en su lazo.

“Creía que tenía aún oportunidad con él”

La posó sobre la mesa sin dirigirle más la mirada, con un hondo suspiro de aliento. Luego tomó su móvil, envió un mensaje de texto y con aquello hecho se acostó en la cama de esa habitación.

Hay cosas irrecuperables. Es una cobardía aferrarse a ellas. Pandora pensó que era hora de abandonar definitivamente esa fría laguna.

Y también es una cobardía negarse a enfrentar las recuperables. Simmons veía eso en Radamanthys, veía un miedo de acercarse a resolver lo que aún tenía cura, de aferrarse a su posición como si al no hacerlo algo muy reprochable pudiese que ocurrir. A costa de todo, a costa de todos. Sabía que su padre le había enseñado a vivir una vida sin asumir sus fracasos, que todo lo que le había enseñado el señor de los Wimberts estaba asociado a una vida total de control, a una vida donde no había lugar alguno al error.

Aun así, no podía justificar bajo ningún punto de pista el que creyera que él hubiera puesto a Shaka en su contra. Para empezar, Shaka jamás hubiera permitido que él se hubiera referido a su padre de esa manera, lo habría dejado, callado incluso en el mismo instante que abriera la boca para tratar de difamarlo. La imagen que Radamanthys había formado en Shaka era tan perfecta que el rubio jamás podría ver a su padre de otro modo, ni aunque fuera él, el hombre que amaba, quién se lo diera. Por otro, jamás él se atrevería a hablar mal de su amigo a su hijo como una forma de mantener al muchacho a su lado. Jamás llegaría a caer tan bajo. Sabía que era un hombre que había cometido no errores, sino pecados y que había tomado decisiones destructivas a lo largo de su vida, pero jamás, jamás, hubiera propiciado algo como eso. Admiraba el lazo de padre e hijo, lo admiraba aún en ese momento. Estaba seguro que nunca había empujado a Shaka a desconfiar de su padre.

El silencio fue la única respuesta que obtuvo, junto a la inclinación de la mirada de ese padre.

—No puedo creer que realmente hayas creído que lo puse en tu contra—masculló con la ira en su tono de voz, decepcionado—. Menos aún que hayas pensado que tu hijo lo hubiera permitido—Radamanthys no decía nada a su favor, lo cual alteraba más al alemán—. ¿Realmente nos conociste? ¿A mí? ¿A Shaka?

—Pensé que los conocía…—la mandíbula del psicólogo tembló observando al hombre levantar su mirada, con sus ojos heridos por los recuerdos—. Pensé que te conocía… que jamás tocarías a mi hijo. No fue para eso que te permitía acercarte a él.

—¿Ah no?—murmuró Simmons con cinismo—. ¿Y entonces para qué? ¿Cuál era tu plan?—levantó su mentón con orgullo, mostrando una fría mirada neutral—. ¿Por qué dejaste que me acercarás a él?

De nuevo fuera del ventanal se aglutinaban las nubes llenas de lluvia. Como siempre, y más en ese otoño, en Londres volvería a llover. En medio del silencio, las primeras gotas cayeron y pronto, a los minutos y con el adorno de algunos relámpagos lejanos que iluminaban la oscuridad del paisaje, las gotas húmedas recorrían la longitud del ventanal, mostraba una imagen macabra de los recuerdos destrozados en el suelo, los sueños hechos añicos, como esas figuras de cristal y los portarretratos en el suelo, pisados mientras dos hombres seguían debatiéndose sobre el pasado.

Recuerdos, en ese momento Radamanthys se vio invadido por muchos de ellos, recuerdos que era imposible dejar de lado, que había preferido esconder y escudar, porque hacerlo era sentir en mayor manera su responsabilidad y sus errores. Recuerdos…

El padre memoró primero aquel día que, siendo Shaka tan solo un niño de nueve años, corrió por toda la tienda por departamento y se encantó con una suéter de colores vivos entre morados y verdes, con un visible y llamativo diseño que no era propio ante sus ojos, no para un hombre, no para el hombre que estaba formando. Cómo le tomó de la muñeca para llevarlo hasta ese lugar, tomar el suéter, ponérselo frente a él y sonreírle con sus ojos azules y brillantes, diciéndole: me gusta este. Desechando la gama de azules y blancos que él pensaba comprar.

Desde allí fue imposible no verlo, no detallar las veces que su hijo se asomaba al reflejo de algún vidrio para acomodarse el flequillo, como estaba al pendiente del cuidado de su cabello, como combinaba sus colores y hasta a veces lo corregía, con su madre, sobre que corbata debía usar. Lo observaba, mientras crecía. Lo estudiaba, mientras su hijo permanecía a su lado. Le miraba… mientras que nunca fue aficionado de los carros o aviones como los demás niños. Que lo único que le gustaba era el futbol y adjudicaba que era por lo mucho que le había mencionado el deporte desde niño. Que su hijo prefería pintar, colorear, las artes, que disfrutaba con tanta pasión un partido de futbol a su lado como las salidas al teatro con su madre. Que nunca miró con mayor interés a una niña…

La garganta del hombre se cerró. Con dificultad tragó grueso mientras sus ojos se enrojecían ahora no por ira, sino por culpa. Simmons lo observaba ahora bajando su guardia, notando con exactitud que en ese momento Radamanthys y todo su temple se estaba desmoronando al paso de la lluvia.

—Lo hice para que me ayudaras—y con esas palabras el alemán sintió temblar su mandíbula.

¿A qué se refería? Simmons nunca supo de eso porque Radamanthys nunca lo habló. Jamás tuvieron de tema central a Shaka, no de forma sincera, más que cuando Radamanthys hablaba de sus logros y de lo orgulloso que estaba.

—¿Ayudarte?—su tono de voz cambió a ahora uno conciliador. Necesitaba aclarar todo lo que había quedado velado, lo que jamás se había hecho. El padre levantó sus ojos hacía él de nuevo, tragando grueso.

—Yo sospeché desde que tenía nueve años de edad. Yo sospeché que era diferente—el rubio se movió dándole la espalda por un momento mientras pasaba una mano por su frente y resopló con frustración al notar lo alterada que estaba su voz—. Yo lo supe, lo vi, vi como crecía, vi como sus ojos se desviaban hacia el cuerpo de los chicos de las mayores categorías de futbol en las prácticas y partidos. Lo vi bajando su mirada disimulando. Incluso lo vi evitando bañarse con el resto en el estadio, esperando que la mayor parte los desocuparan para él hacerlo. Lo vi con miedo. Fler no se dio cuenta pero yo sí… yo había convivido con ustedes, contigo—volvió su mirada—, con Minos… reconocí muchas cosas aún de lejos.

Simmons le miró fijamente imaginando todo aquello. No le extrañaba, Radamanthys era muy observador, muy detallista y posesivo. Era capaz de haberlo notado. ¿Pero entonces porqué Shaka le tenía tanto miedo? ¿Por qué entonces nunca hablaron al respecto?

—Estás queriendo decir que lo sabías incluso antes de que él mismo se diera cuenta—concluyó el psicólogo viendo como Radamanthys bajaba su mirada—. Y no lo mencionaste, nunca se lo dijiste.

—¿Yo? Se suponía que debía ser él quien viniera decírmelo. Se suponía que le había dado la confianza para que me lo confesara—subió su tono de voz—. ¡Se suponía que él debía venir a mí a confiármelo!—antes de que Simmons pudiera arremeter contra esas palabras, el hombre prosiguió—. Incluso… por eso le regalé el primer libro de tu autoría—callándolo—, lo hice para que se aceptara. Yo… yo no tenía otra forma de hacerlo. Le hablé de ti, le hablé de tus trabajos. Se lo regalé con la esperanza de que una noche, después de leerlo, llegara a mí y me dijera…

—Papá, soy gay…—la quijada de Radamanthys tembló al escucharlo completar la frase que él no se atrevía pronunciar—. ¿Esperaste doce años por eso…?

—Si lo decía entonces le iba a decir: ese hombre del que te hablo, ese autor de los libros, él no se heterosexual. Y es mi mejor amigo. Mi mejor amigo…—masculló con ironía, finalmente cayendo sobre el sofá luego de caminar por toda la habitación con fatiga. Sus ojos se cerraron mientras pasaba una mano sobre su frente y rió entre dientes, con amargura­—. De haber sabido que te lo querías coger…

Un escenario calculado, un terreno cuidado y preparado para el momento. Un trabajo de años. Radamanthys no se alejó, se quedó cerca, esperó con paciencia y le dio las herramientas correctas para que este se acercara y asumiera su verdad, para al mismo tiempo demostrarle que eso no importaba, no debía hacerlo. Después de todo, su amigo era igual y él… Cuando Simmons vio el panorama de ese modo, podía observar el caos que había creado. Todo el edificio que Radamanthys había formado… no, toda la presa que creó para proteger a su hijo y mantenerlo en su cauce, evitando que destruyera la casa donde convivían juntos como familia fue destruida… porque el río joven quiso ir a la laguna, aunque la laguna se secó en el tiempo.

Su garganta se cerró. No, por mucho que pudiera comprender el punto de vista de Radamanthys, lo que sentía, sus decepciones y frustraciones, podía simplemente aceptar sus acciones. Seguían siendo reprobables y tenía que verlas de ese modo.

—Entonces, ¿todo estos años de silencio, años que él te estuvo esperando han sido por esta tontería?—Radamanthys entrecerró sus ojos observándolo.

—Él no ha esperado nada en comparación al tiempo que yo esperé por él—soltó con su garganta turbia y Simmons simplemente no podía dar crédito.

—¿De eso se trata, Radamanthys? ¿De quién dio más, esperó más, entregó más? ¿De eso se trata para ustedes dos?—le tembló la mandíbula al aludido y el alemán, sonrió con sarcasmo, renegando antes ese panorama—. Si es así, ustedes merecen que las cosas hayan terminado así, ustedes dos lo quieren así—pareció que el inglés se replegara sobre sus mismos hombros, como si buscara protegerse d las siguientes palabras—. Porqué esto iba a pasar, tarde o temprano iba a pasar—aseguró el psicólogo mientras afilaba su voz—, él que él se enamorara de otro hombre, él que tuviera miedo de lo que pudieras decir, él que te enterarás no por sus labios, armaras el escándalo—sonrió comprendiendo el teatro condenado a caer, la pieza que detrás de los silencios y miradas de padre e hijo se estaba tejiendo, esperando que llegara ese tercer interpretante—, él se fuera, tu lo dejarás ir… ¡estaba destinado a pasar! Los dos estaban trabajando por ello, lo único, la única maldita desgracia, ¡es que terminé siendo yo quien estuvo en medio!

—¡¿Ahora eres tú la víctima, Simmons?!—gritó el rubio sintiéndose ofendido de que tan siquiera decidiera tomar esa posición. Simmons renegó y lo miró con una media sonrisa.

—No—aseguró con la mirada más férrea—, porque según esa historia, quien se metiera en medio sería por siempre el villano que los separó y no su propio orgullo.

Tomó finalmente los pliegues de su sobretodo acomodándoselo, dispuesto a retirarse de ese lugar dejando recuerdos hechos añicos y palabras flotando en la nada. Se retiró sin despedidas, creyendo que de su parte no habría nada que hacer, que todo estaba dicho entre ellos.

La lluvia en Londres, más fuerte de lo que había estado en muchos días, debido al temporal que se acercaba, cayó sobre ello con fuertes truenos. El Otoño no tenía realmente contemplación ese año, mucho menos el Invierno, que como el gélido orgullo seguramente vendría con todo.

Así, bajo la lluvia, Simmons esperó un taxi que lo llevara hasta su casa, Pandora se acostaba intentando dormir con resignación. Bajo la lluvia la anciana Eli rezaba para que el matrimonio de sus señores no retumbara, Fler esperaba a su marido… Radamanthys observaba los vidrios caídos de su hogar, de su vida, de su ser. Bajo la lluvia, Saga sacó a un mareado Shaka del local, abrazándolo mientras este se reía divertido pegándose a su pecho y diciéndole al oído cosas que le gustaría se cumpliera, palabras que le seducían y le llenaban de unas inmensas ganas de llegar a casa, aunque estaba seguro que Shaka al tocar cama se quedaría dormido.

En medio de la lluvía, Grecia también recibía su Otoño.

Cuando Mu respondió el teléfono, eran ya las diez de la noche. Pensó que podría ser Saga, debido a la hora, aunque realmente pensar que serían las doce en Londres y ese hombre andaba por allí en algún teléfono público para llamar a su hermano no le hacía gracia. Además, debía saber que Kanon estaba en casa de su madre. Lo que pensó entonces es que sería precisamente el menor quien lo llamaba, y sonrió de pensar que por fin tendría noticias de él, ya que desde que había llegado no siquiera un mensaje de texto le había enviado.

Levantó la bocina y contestó, notando que precisamente era su pareja y no el cuñado en Londres quien le llamaba. Sonrió y se acomodó en el mueble mientras le preguntaba cómo le había ido, que tal había sido la conversación con sus padres, si lo habían tratado bien, si había logrado pasar tiempo con su padre. Los vientos fríos golpeaban suavemente los vitrales de su apartamento, la noche está fresca y con bastante nubes, pero aún no había rastros de lluvia. Sin embargo, se podía escuchar por la bocina que en donde estaba su pareja si estaba cayendo una fuerte lluvia.

Conforme hablaban, el ruido de la lluvia tras la línea se iba disipando, hasta quedar solamente una suave cortina de gotas. Al mismo tiempo, la voz de su pareja parecía tensarse por momentos, hacerse débil y luego esforzarse por sonar fuerte, alegre, como solía ser. A Mu no le costó notarlo, no le costó identificarlo y sonreírse con muchos deseos de estar allá con él, aunque sabía que no era lo correcto, no al menos por los momentos.

—Me alegra saber que todo ha salido mejor de lo que pensabas—le dijo por teléfono, y escuchó Kanon a través de la línea, metido en una cabina vieja mientras el agua caía en forma de gotas luego de que dejara de llevar. Tenía los dedos amarrados por la línea telefónica mientras pegaba su frente al frío metal.

—Te extraño… No te haces una jodida idea de cómo—pudo imaginar que Mu desde allá sonreía a esas palabras y por acto de reflejo también sonrió, cortamente, aunque sentía que había algo en su garganta. Escuchó de respuesta un “te extraño más, la casa es muy grande sin ti” que le removió las bases—. Perdón por no regresar hoy como pensaba.

—No—escuchó de nuevo en la bocina—, me alegra saber que te invitaron a quedarte, esto es un panorama mejor del que esperábamos. Debes sentirte muy feliz—no pudo decir nada a eso, simplemente asintió y dio otra vuelta al cable en su dedo—. ¿Irás mañana a su iglesia?—respondió con un “ujum”—. Como en los viejos tiempos, ¿no te da miedo?

—Jajaja No, Mu… lo más que puede pasar es que me queme el trasero al sentarme en la silla santa—la risa de su pareja en el teléfono le hizo sonreír de nuevo, aunque tuvo que tragar de nuevo.

—Esperemos que no te quemes—asintió de nuevo y hubo un pequeño tiempo de silencio—. Debes haberlos extrañados…—volvió a asentir y a tragar—. Me siento muy orgulloso de ti, esto ha sido un paso muy importante… sabía que mi valiente no se dejaría detener por el pasado.

—Esperé mucho… Pude llegar tarde…

—Es lo que menos importa ahora. Lo importante es que llegaste a casa… ya llegaste a casa, amor.

Mu no sabía el poder que tenía esas palabras y si lo conocía, había sabido usarlo bien. Muy bien.

Se contrajo su cuerpo mientras mordía sus labios, apretó la bocina contra sus dedos y soltó el aire con dificultad. Pronto el menor escuchó solo su respiración tras la bocina, su respiración y…

—¿Llueve…?—preguntó el menor con un nudo en la garganta. Kanon apenas miró de reojo el vidrio empañado de la cabina notando que no llovía. Se limpió la nariz para luego pegar la frente con el teléfono.

—Cae un puto aguacero…—el menor sonrió con tristeza, abrazándose a si mismo

—No importa… deja que llueva, me gusta escucharte llover.

Y escuchó llover, Mu lo escuchó llover…

Notas finales:

Lamento muchisimo la tardanza para este nuevo capitulo. Los sentimientos que venían con él se me hizo dificil plasmarlo, pero ya pude hacerlo. Espero les agrade los resultados.

Falta poco para llegar al final ♥


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