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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Una pintura, dos visitas, dos panoramas, dos decisiones. Con la pronta vuelta a Londres, el reloj ahora corre dando la última oportunidad a los protagonistas de afinar sus sentimientos. ¿Habrá lugar para el perdón?

Muy temprano a la mañana, Saga ya estaba de píe. A Dohko le impresionó que después de lo tarde que habían llegado los dos en la noche, ya entrada la madrugada, el hombre ya estuviera a golpe de las seis, listo y arreglado para salir, más siendo un domingo, muy distinto a su casi hijo adoptado, Shaka, quien estaba muy amarrado en sus sábanas y quizás no despertaría sino hasta avanzadas las diez de la mañana. La joven pareja también dormía, así que fue él quien le sirvió un café al griego que parecía no adaptarse muy bien a la suavidad de los te londinense. Se sentó frente al abogado, viendo la TV y las noticias que auguraban una fuerte lluvia en la noche.

—Espero que no sea lo suficiente fuerte como para cancelar los vuelos—murmuró el griego comiendo la tostada acompañada del café, con la vista fija en el aparato. El anciano no pudo evitar verlo y pensar que justamente alguien así le hacía falta a Shaka, alguien atento que estuviera dispuesto a todo por él.

—Esperemos… ¿Se divirtieron ayer?—el griego le devolvió la mirada y le sonrió asintiendo. El anciano se sonrió mojando la galleta en su leche—. Me alegra mucho. ¿Piensan irse pronto?

—A más tardar mañana en la mañana—le comenta con tranquilidad, posando de nuevo su vista al televisor—. Mañana tengo que reintegrarme a mis labores—el anciano asintió ante esa respuesta. Era cierto, suponía que al menos el mayor tenía que regresar a trabajar—. Así que en un rato saldré para ver lo de los pasajes de avión y que vuelo conseguimos. Espero no sea muy tarde.

—¿Irás solo?

—Por ahora sí, dudo que Shaka se levante.

El abogado no pudo evitar recordar lo ocurrido en la noche cuando llegaron a la casa después de la lluvia, húmedos porqué por mucho que intentaron ocultarse en la sombrilla el viento había hecho esa tarea imposible, con un Shaka medio ebrio y risueño y él cargándolo y ayudándolo a entrar a la casa. Cuando lograron atravesar el pasillo entre las risas del rubio, al llegar a la habitación tuvo que sujetarlo con fuerza porque estaba a punto de caer mojado como estaba a la cama. Shaka rio y él no supo cómo o por qué no termino de arrojarlo al colchón para besarlo.

Sin embargo, tampoco había hecho falta. De pie y mientras intentaba quitarle el sobretodo húmedo de encima, sus labios se habían juntado para darse besos demandantes, traviesos, tiernos y pasionales, uno a uno, en destiempo y sin orden aparente. Sus manos aprovecharon para acariciar el cuerpo del otro al compás de sus labios y sus latidos. Cuando el sobretodo cayó y deslizó la camisa vinotinto del cuerpo del rubio se desvivió en sentir su piel fría entre sus manos, una vez más, pero esta vez bajo un panorama absolutamente diferente. Se sonrió entre besos mientras desanudaba su cinturón y se sintió emocionado cuando Shaka con sus agiles dedos deshacía la ropa de su lugar, dejándola a un lado entre sus pies.

Los dedos no pidieron permisos.

Con gráciles movimientos enmarcaban los músculos del otro, respirando entre suspiros mientras sus narices apenas deseaban alejarse y parecían reclamarse en un gesto de inconformidad cuando esto ocurría. Con los pantalones en sus tobillos caminaron con bastante incomodidad, a juzgar que Shaka estaba en las mismas condiciones, y así llegaron a la orilla de la cama, para caer aparatosamente al colchón. El rubio volvió a reír como si aquello fuera un juego. Saga no pudo evitar reír desbordado de felicidad.

Lamentablemente, las cosas no avanzaron de besos y caricias para ellos. Cuando el abogado bajaba por su cuello, totalmente concentrado en sentirlo, Shaka se había quedado dormido en la cama, dejándolo en espera y con una enorme ansiedad. Ya habría tiempo para ello, pensó, por eso lo acomodó mejor en la cama y lo cubrió dejándole un beso en su mejilla. Lo observó por un rato antes de retirarse a buscar su descanso.

Lo que les esperaba en Grecia era desconocido, pero ahora no temía a ello, ni siquiera al futuro. Para Saga esa mañana de domingo todo había amanecido claro y posible, más aún luego de ese cierre nocturno. Estaba seguro que ahora tenía una relación con Shaka, estaba seguro que las cosas ahora podrían tener un nuevo rumbo. Solo tenía el pendiente de Marin.

Dejando el plato vacío, lo tomó y lo llevó junto a su taza al lavadero, donde los limpió y los dejó escurriendo. Se secó las manos con un paño y se preparó para salir. No había tiempo que perder, menos con una Londres tan nublada.

Horas más tardes, fue Shaka quien salió a la sala del anciano notando a la joven familia desayunando. Tenía un poco de dolor de cabeza, pero un buen te de Shunrey le aliviaría el malestar, además que el baño le había ayudado en mucho a despejar su mente. Estuvo un rato en la mesa con ellos hablando del clima, de cómo habían anunciado una fuerte lluvia en Londres en esos días. No le extrañaba aquello luego de la tormenta que había caído la noche anterior.

Con su cabello húmedo y recogido, Shaka se levantó de la mesa vestido deportivamente para dirigirse al taller, donde el anciano terminaba de lijar unas sillas. Hablaron un poco más antes de qué el menor tomará el lienzo que le habían preparado. Pronto sacó sus implementos de pintura, extendió una sábana grande en el piso, colocó el soporte y se preparó para lo que haría esa mañana: pintar. El hombre le observó por unos minutos antes de sonreírse y dejarlo a solas. Sabía lo que significaba ese momento, entendía que era ese instante…

¿Has visto a un río llegar a su delta? Al inicio, tiene una fuerza avasalladora, se ve furioso, la presión que siente lo hace replegarse y golpear con todos los sedimentos que aún tiene. La tierra se agolpa a su lado, el agua sigue fluyendo pero en evidente dicotomía.

Hay oposición… Y el mar que lo jala.

Hay contienda… y las olas que lo absorben.

Hay afrenta y el mar, valiéndole muy poco eso, lo atrae, se lo va comiendo.

Hasta que el río tiene que asumir que ya no le queda tierra que correr, ni piedras que golpear. Ahora hay un mar inmenso frente a él, un mar profundo, donde sin importar cuanta tierra traiga de las montañas y laderas, no podrá contenerlo.

Entonces… entonces el rio fluye en la superficie. Se puede ver como una serpiente en el mar, formando una línea con el agua que aún se niega a salar, pero resignada.

No era difícil imaginar cada etapa con ellos dos. No era difícil pensar en cuantas palabras hirientes recibió Saga en forma de piedras, cuanta tierra amarilla le cortó la visión del río. ¿Cuántos?

Shaka lo sabía, y metido en sus pensamientos, increíblemente conectado con el del anciano, manchando sus dedos de azul y marcando en el lienzo, recordaba. Recordaba las palabras duras que le dijo, las amenaza, el golpe… los golpes. Todas sus duras defensas, los cruentos ataques, incluso sus desplantes. Todo lo recordaba, y allí estaba, haciéndole de nuevo el cuadro, pensando en él y en todo lo que ahora no podía negar le movía.

Entrecerró sus ojos recordando las miradas intensas y persistentes a él, la forma en que le seguía con sus ojos. Las veces que se recostó al marco de la puerta mientras lo veía hacer su trabajo en la casa. La forma en que lo miró en esa primera cena, lo que para él fue el inicio, aunque Saga lo recordara y lo hubiera visto desde hacía mucho más atrás. Rememoraba su mirada cuando en su departamento se enfrentaron, lo cerca que lo vio contra la pared de su propia sala. Como le ató con la mirada en su cama, cubriendo su desnudez, su cuerpo, rechazando toda oportunidad sexual y marcándolo con la decisión de conquistarlo.

Esa noche, Saga sin saberlo, se lo había tragado.

Y mientras Shaka escuchaba música, mojaba sus dedos al paso del oleo, soltaba y tomaba pinceles, marcaba con sus dedos y con las cerdas, enfocaba sus azules en el lienzo que dejaba de ser blanco para tomar azul, mucho azul, potente azul y verde… verde que empezaba a tragar al azul. Mientras eso ocurría, Shaka dejaba una evidencia perpetua, tan certera como ese retrato… tan claro. Estaba enamorado de él, lo quería a él. Saga lo había conquistado y podía, podía ver con esperanza el futuro.

El anciano salió con una sonrisa en el rostro después de observar la concentración y la pasión con la que Shaka pintaba. Podía estar seguro que esta vez, terminaría el cuadro. Más tranquilo sabiendo que el río había conseguido su lugar de reposo, aunque eso no significaba que dejaría de fluir, caminó hasta la sala a ver un poco de noticias, mientras sus nietos seguían las labores hogareñas. Estaba lloviendo, y por lo que era anunciado a través del televisor la lluvia seguiría hasta por lo menos la mañana siguiente. Sería un otoño e invierno largo, al parecer uno de los más fríos que había vivido en Londres.

Revisó al rato el reloj notando que en cuestión de un relampagueo, había llegado el mediodía. Se estiró un poco sintiendo ganas de comer algo, aunque sea liviano, para sostener a su estomago, ya que su nieta aún no llegaba de la salida al mercado cercano. Moises dormía en su corral y Shaka no había salido aún del taller, quizás terminaría más tarde. Suspiró y dirigiéndose a la cocina, la puerta resonó. Por la forma en que tocaron, una visita.

Mientras tanto, Shaka veía mar. Un mar chispeante entre azules y verdes, que golpeaba con sus olas emergentes en blanca espuma a la costa entre arena y piedras de color fuego, reflejado por el atardecer. Esa era su pintura… ese era Saga. Golpeando las piedras, acariciando las planicies, sin dejar de ser un poderoso y enigmático oleaje que arrastraba a su interior. Allí estaba Saga.

Colgó el lienzo orgulloso de su trabajo, de su logro. Estaba listo para partir. Estaba listo para regresar a Grecia.

Estaba listo…

—Shaka—escuchó la voz del anciano en la puerta del taller y el volteó, con pintura en las manos, el cabello desordenado y algunas manchas de pinturas por el cuerpo y el rostro. Sonrió a él y Dohko pareció responderle con algo de consideración.

—Acabé—anunció con jubiló señalando la pintura—. Pude acabarla, Dohko.

—Tienes visita—sin embargo, fue esa la respuesta que recibió.

Shaka le miró extrañado con aquello, más al ver el rostro del hombre la manera en la que le miraba como si tuviera miedo de lo que podría ocurrir si él se encontraba con esa persona.

—¿Visita…?—repitió con una leve sonrisa nerviosa. Dohko asintió y dio media vuelta para volver al pasillo.

—Una mujer te espera.

Una mujer…

Una mujer…

Shaka sintió que el piso se deslizó de entre sus pies para dejarlo totalmente a la deriva, a punto de caer, en cualquier instante.

Una mujer…

¿Qué mujer podría buscarlo en Londres?

Tragó grueso. Cualquiera de las opciones que venían en su mente, amenazaban con robarle la paz que apenas había amasado en sus manos.

Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, Valentine terminaba de arreglarse frente a los ojos de Minos quien lo veía visiblemente malhumorado. Toda una conversación, o más bien discusión, de no meterse en ese asunto había sido infructuosa, Valentine estaba decidido de ir a buscar el mismo a Radamanthys, arrastrarlo hasta la casa de su hijo, y hacerlos hablar así tuviera que verlos primero agarrándose a golpes de orgullo. Minos al saber su maravilloso “plan” rodó los ojos con fastidio. Cuando escogieron las dosis de terquedad, Valentine debía de estar de primero en la fila.

Con un ademán de pereza se deslizó por la habitación buscando algo mejor que hacer que seguirse irritando por la decisión de quien ahora compartía su cama demasiado a menudo a su parecer. Cada vez que volteaba a ver a Valentine arreglándose los puños de su camisa y verificando que todo estuviera en orden en su vestuario, algo dentro de él se retorcía dramáticamente, específicamente en su estomago. ¿Tenía que estar tan perfecto para él? ¿No podía por una maldita vez dejar de pensar en impresionar a Radamanthys?

—Deja de mirarme así, voy a ir—escuchó la voz de Valentine que lo miraba tras el espejo. Minos bufó y metió las manos dentro de los bolsillos de su ancho pantalón que marcaba pese a eso la forma de su sexo.

—Eres un imbécil, el mayor imbécil que he conocido en toda mi puta vida—el aludido alzó una ceja y luego renegó como si no le diera importancia a sus palabras. Se alejó del espejo y tomó el saco que precisamente había usado el viernes. Tendría que ir a su departamento y cambiarse de ropa, pero aun así la costumbre de salir con todo en orden en él lo dominaba—. ¿Qué harás si al final no resuelven nada?

—Sabré que al menos hice lo que pude.

—Con qué tan poco te conformas.

Valentine le miró con una sonrisa de medio lado mientras salía de la habitación, notando que Minos le seguía con la mirada. Podía comprender su reproche lo que no entendía era porqué parecía querer encerrarlo o atarlo si él mismo se negaba a todo compromiso de esa índole. Debía admitir que empezaba a divertirle su actitud: la de un niño caprichoso.

Caminó tomando luego su maletín y limitando un poco el polvo que aún tenía marcado. Minos se recostó contra la pared con la mirada furibunda. Parecía querer convencerlo ahora con su silencioso desagrado el que se quedara.

—Vendré cuando este acabe.

—¿Para celebrarlo con sexo duro? No me hagas reír, Valentine…—entrecerró sus ojos y el aludido volteó un tanto divertido con su respuesta. En vez de contestarle, renegó de nuevo cuando escuchó que el móvil del juez resonaba.

—Solo porque quiero venir, tu vez lo demás, empezando con si quieres verme.

Bufó de nuevo el juez, estaba realmente cansado. Sostuvo el móvil en sus manos y vio con una ceja enarcada el número marcado mientras Valentine abría el pasador de la puerta. El seguro cedió y justo en ese momento que Minos subió la mirada, Valentine jaló la puerta hacía él volteando hacía el dueño de la casa como si hubiera la sentido, pero los ojos de Minos pasaron de su faz hacía su espalda. El menor intrigado decidió voltear hacía la puerta, encontrando lo que iba a buscar: a Radamanthys Wimbert.

El rubio en la puerta veía a ambos con gesto de seriedad. Los observaba como si en verdad quisiera responder a algún cuestionamiento. Miró fijamente a Valentine notando su rostro de sorpresa, notando que llevaba aún el mismo saco que había llevado el viernes. Lo recordaba, y lo conocía tan bien como para saber que no usaría el mismo traje dos veces en menos de dos días. Levantó sus ojos y fue hasta donde estaba Minos, de pie, visiblemente levantado de su cama, con una ceja enarcada con gesto intrigado. Lo observó dejando el celular a un lado luego de cortar la llamada.

No era necesario sumar dos más dos, al menos no para él. Frunciendo su ceño volvió sus ojos hasta donde estaba Valentine, endureció su mirada y se mostró inclemente, tanto, que el joven ante su mirada tembló y Minos de inmediato se puso a la defensiva.

—Tu amante.

No una pregunta, una aseveración.

Antes de que pudiera Valentine explicar algo, antes de tan siquiera organizar sus ideas para responder o defenderse usando sus palabras e incluso antes de poder definir como responder a esa interpelación dicha sin ser pregunta, sintió el brazo de Minos rodeando su cuerpo y su cálido aliento pegado en su oído. Vio como Radamanthys alzó una ceja. Su corazón dio un vuelco en ese mismo segundo.

—No, mi pareja.

Silencio. Silencio como el de aquella sala desde que se habían visto. Shaka había salido del prácticamente temblando del taller, sosteniéndose de la pared como si necesitara un soporte para evitar caerse al vacío hasta por fin llegara  a la sala. Titubeó y dudó para entrar, pensó en sus opciones y la única clara era la posibilidad de que fuera su casa. Qué quizás, su nana Eli al final había cedido a su presión personal y había revelado su llegada a su madre.

¿Y estaba preparado para verla?

No lo aseguraba, es más, no estaba del todo claro que le diría si la veía, que le hablaría si la tenía frente a él, con su rostro lleno de calidez y sus ojos claros mirándolo, sin saber que esperar de esa mirada. Pero si la tenía en frente, al menos, podría empezar.

Sin embargo, no fue su madre, ni siquiera la nana Eli como también había pensado, o la señora Rosembert quien quizás preocupada había ido por él.

Fue Pandora.

La presencia de Pandora fue más capaz de desestabilizarlo que cualquier cosa. Allí estaba ella, con un pantalón negro que marcaba sus curvas y una blusa de satén violeta que se envolvía en su cintura, enmarcando sus pechos. Sobria y elegante, indeciblemente femenina, se presentó con su cabello lacio rozando sus orejas y un par de pendientes brillantes y coquetos que complementaban su atuendo. Sentada de piernas cruzadas en el mueble, con sus manos reposando ambas sobre sus rodillas, sonreía por la presencia de Moises que curioso la veía del corral sosteniendo sus piecitos y tirándose al colchón cuando la vio.

Su madrina Pandora.

La mujer de Simmons.

La principal y más impotente victima de lo ocurrido hacía seis años.

Cuando sus miradas se cruzaron algo en Shaka realmente tembló. Sus ojos se posaron en ella mientras su mandíbula se cerró imposibilitando el habla. Ella se levantó del asiento y le miró como si buscara reconocerlo, con sus espesas pestañas enmarcando sus ojos claros, la palidez de su rostro frente a él como si por fin pudiera ver la figura de un fantasma que ha venido arrastrando por años. Las manos de ellas temblaron al mismo tiempo que las piernas de Shaka. Se sintió indefenso frente a esos ojos, se sintió como un niño que tenía en sus manos  el barro que aludía una travesura de la cual se sabía sería reprendido, en espera de un juicio, a la expectativa de un juzgado, de regaños, de reclamos y de decepciones que se quedaron trabadas en las respectivas gargantas. Más no ocurrió eso… Solo hubo silencio.

Viéndose incapaz de permanecer de frente a esa mirada y a esa situación, Shaka buscó asiento mientras se inclinaba con sus manos entre las rodillas. Ella se sentó a su lado, sin saber que decir y arreglando perfectamente la falda. Afuera llovía, su abrigo y el paragua estaba en una silla del comedor. Logró escuchar en un momento la voz de un muchacho en la entrada, mientras hablaba con Shunrey. Debía ser parte del personal de ella.  ¿Pero que podría decirle? Esa era la premisa que debía analizar meticulosamente y a la cual no le hallaba respuesta. ¿Qué decirle a esa mujer? Alrededor de media hora sin decir nada…

—Has crecido mucho…—ella empezó y su voz sonó tersa y amablemente, terriblemente comprensiva, tanto que le pareció sentir la caricia de una madre con ella—. Jamás pensé que fueras tan alto, tan… guapo.

—Gracias…—no podía levantar su mirada y no podía verla a los ojos. Mucho menos comprender la razón de su estancia allí, por qué lo había ido a buscar y por qué le decía eso.

—La última vez que nos vimos, ¿cuándo fue? Ah sí… unos quince años creo… eras apenas un muchacho, un adolescente.

Él tenía ganas de llorar… Si esa era la forma en la que ella quería torturarlo, si esa era la manera en la que lo quería hacer sentir culpable, lo estaba logrando. No la había visto en mucho tiempo, pero era su madrina, la prima de su padre. ¿Cómo no recordar las veces que Simmons le dijo que no era feliz con ella? ¿Qué le siguiera? ¿Qué fuera egoísta y pensaran en lo que los hacía feliz a ambos? ¿Cuántas no le dijo que la dejara? ¿Qué fuera con él…? ¿Cuánto no esperó que él abandonara todo con ella para ir por él? Había sido cruel con ella, le había importado muy poco su bienestar y felicidad. Estaba tan ciego que no le importó pisotear a una familia.

¿Cómo esperar que su padre se enorgulleciera de lo que era después de eso?

Era imposible… ahora así lo veía, imposible. Merecía el odio de su padre, merecía no ver a su madre, merecía haberse quedado huérfano y sin hogar luego de haber deseado en lo más hondo de su alma la destrucción de ese. Lo merecía, y así su mente lo castigaba, temblando sus manos tomadas entre sus rodillas y con la mandíbula endurecida, sus ojos quemando en llamas y la expresión de absoluto rictus contenido.

Ella le miró y sus cejas decayeron en su semblante. Allí estaba, tan alto, tan distinto a como lo recordaba, con su cabello largo recogido, con mechones dorados en su rostro, rastros de pinturas, sus facciones masculinas, sus ojos claro visiblemente enrojecidos al igual que la marca de sus venas en su cuello, el movimiento de su nuez de Adán. Allí estaba, era un hombre, no el niño que conoció, no era ese muchacho al que ella quizás aún veía para proteger. Era un hombre que asumía la culpa y la vergüenza, un hombre que estaba allí como inclemente culpable esperando el veredicto, esperando pacientemente el momento en que recibiera su sentencia, sin pedir un abogado, sin esperar una misericordia que lo salvara de ello.

Shaka ya no era el niño, era un hombre.

Pero cuando todo pasó, cuando fue envuelto por Simmons, cuando su marido había sabido envolverlo, era un niño. Un niño de alma, un niño de emociones, era inocente, un muchacho que jamás había salido del cuidado de su padre, de las faldas de su madre. Que no había visto más allá de su casa, lleno de sueños, lleno de ilusiones, fácilmente manipulable, fácil de ilusionar. Una presa fácil, un manjar delicioso para un hombre como Simmons… para un constructor de paraísos en infiernos como Simmons Whorthan. Cuando Shaka se encontró con él, era solo un niño que jamás había tenido a una pareja, a alguien que le dijera un Te amo sin que sonara fraternal.

Y ella… ella no hizo nada. Habían pasado seis años y ella no hizo nada.

Debía admitir que ella lo odió. No podía negarlo. Ella lo había odiado con todo lo que ella era capaz de odiar, había detestado tanto a ese muchacho, que cuando supo lo que había ocurrido no movió más sus dedos para ir a buscarlo junto a Fler. Lo había, prácticamente, enterrado de su vida e historia familiar como Radamanthys lo había hecho, apoyándose en la indiferencia mientras que cada vez que su marido la tocaba pensaba si no era acaso pensando en él.

Lo había odiado… los primeros años amasó tanto odio que sus facciones se volvieron enfermizas incluso para el maquillaje. Tanto que adelgazó y se notaba la amargura y el odio que se consumía su belleza. Pero nada hizo para poderlo remediar, y tuvieron que ser meses de tratamiento y terapias psicológicas para que ella pudiera entender que en esa historia ese muchacho no fue solo un culpable ni un verdugo, sino una víctima. Y aun comprendiéndolo, incluso aún perdonando, en cierta forma, todas sus faltas, no tuvo el valor de ir a hacer algo por él y por sus padres. Hasta ese momento.

¿Qué la había movido ahora? Su hijo… Su hijo varón, Alone.

Cuando ella le dijo a Simmons esa noche que se encargara de Alone, que hablara con él, que se acercara era porque había notado que su hijo presentaba gustos diferentes. Gustos que ella como madre había detectado, por ser su más cercana, la que estaba sobre él a toda hora, velando por su bienestar y sus necesidades. En ese momento, Simmons le mencionó a Shaka.

Fue imposible no pensar si ella soportaría que su hijo pasara por algo igual. Que fuera enamorado y engañado por otro, para luego dejarlo destrozado con un montón de preguntas que responder a sus padres. Si soportaría que alejaran a su hijo de ella por muy cruel que haya sido y por mucho errores que hubiera cometido. Si soportaría estar años sin saber que es de él… si podría permitir que su hijo viviera un destino como el de Shaka…

Su respuesta fue no… y por eso decidió actuar. Porque entendió a Fler como madre y porque entendió a Shaka como amante y mujer. Porqué comprendió que él que realmente había perdido todo, fue el joven de veinte años que quedó sin casa, sin el hombre que había sido el amor de su vida, sin dignidad… sin futuro. Que todos buscando escudarse de sus heridas y decepciones, lo dejaron a la deriva a él.

Y él estaba allí, como si tomara la culpa de todos sobre sus hombros esperando expiación.

—Yo… debes estarte preguntando porque yo estoy aquí—su voz cada vez sonaba más turbia, más ahogada, más difícil de poderse entender. Ella relamió sus labios, moviendo su postura para quedar de lado, y atreviéndose a estirar su brazo para tocarle el hombro. Él tembló, cerrando los ojos—. Yo no he venido a juzgarte, Shaka, no he venido para ello.

—No tengo cara para mirarla…—pensó en decirle madrina, pero no se sentía digno de mencionarlo—. Yo… yo no sé qué decir.

—No hay nada que decir, ni que explicar, yo lo entiendo todo—Shaka mordió sus labios con frustración—. No tienes porqué sentir que me debes una explicación, Shaka. Sé con quién me casé, sé el tipo de hombre que es él, sé… sé muy bien lo que pasó.

—No… no lo sabe.

—Lo sé, créeme que lo sé.

—Le pedí que se divorciara, esperé que la dejara para irme con él. Deseé que la abandonara para yo ser feliz.

 

—Yo llegué a desear tu muerte.

El rubio tuvo que voltear a verla con sus ojos rojos luego de semejante confección. Ella mordió sus labios, y sin poderlo evitar, una lágrima rodó por su mejilla. Los ojos azules del joven la veían totalmente desencajado. Era difícil poder entender o por lo menos digerir fácilmente esas palabras. No era sencillo asumir que alguien había deseado su muerte.

Ella no pudo proseguir así y se levantó para tomar entre sus manos el rostro del joven, enmarcando sus mejillas entre sus perfectas uñas, sonriéndole, mientras otra lágrima era derramada por su otra mejilla.

—Por eso, tenía que venir a buscarte. Tenía que pedirte perdón por mí, por Simmons y por tu padre… Perdón por habernos olvidado de ti.

Los ojos azules de Shaka la miraron totalmente perplejo, mientras sentía las caricias de la mujer en su mejilla.

—Perdónanos, por ser tan orgullosos y no haberte buscado. Por no comprender el dolor y la confusión que debiste tener, por no hacer nada para protegerte como se suponía habíamos prometido hacerlo.

—Yo soy quien debería…—murmuró con voz cortada y ella renegó.

—No solo tú, Shaka… tú no tienes que demostrar nada. Debimos ser muy necios para esperar a seis años para hacer esto, demasiado egoístas como para no haber reparado en el dolor que debías estar pasando al quedarte solo, por juzgar sin escuchar—su voz sonaba turbia—. No imaginas como tu madre sufre aun visitando tu cuarto en casa, ese cuarto nadie lo ha tocado desde que te fuiste—tuvo que tomar aire al ver como los ojos del muchacho se quebraba—. Ella aún está esperando el día en que pueda volver a verte… ella no deja de sentirse culpable por las cosas que dijo o no dijo… ella sigue pensando que eres su único hijo…

—Madrina…

—Perdónanos…—ella le abrazó, pegando la frente del muchacho sobre su vientre mientras acariciaba su cabello—. Perdónanos, Shaka—el muchacho le abrazó rodeando su cintura, sintiéndose demasiado conmovido para hablar—… Perdónanos…

Para Shaka, fue imposible seguir el mismo dialogo. Comenzó a pedir perdón, aferrándose con fuerzas al vientre de ella mientras Pandora conteniendo su temple acariciaba su cabello, el cual había soltado de la cola. Necesitaba hacerlo, necesitaba expiar cada pensamiento, cada sueño con el hombre que era prohibido, cada deseo de separación, cada vez que fue a su modo egoísta. Cada vez que hizo algo sabiendo que la iba a lastimar. Por haberlo amado, por haberse enamorado y haber hecho todo lo que tuvo a su alcance para retenerlo con él. Por haberlo esperado incluso después.

Al final los dos se habían quedado abrazados de ese modo, como si fueran una sola entidad, pidiéndose perdón por heridas que aún dolían, estaban y eran una marca indeleble del daño que se habían provocado. Como la segunda madre que perdona a su ahijado.

Y al mismo tiempo, en el departamento, Radamanthys observaba a los dos sin saber que decir al respecto luego de que Minos magistralmente hubiera comentado lo que pasaba: eran pareja, Valentine no sabía cómo decirle y luego de su “circo” (según palabras del mismo Minos) con el asunto de su hijo, prefirió irse a tener que pasar por lo que él llamó “un desacuerdo secundario”. El rubio sabía que Minos era un amo de las palabras y era capaz de convertir a cualquier discurso en uno valido, pero solo con ver los ojos de Valentine que eran renuente de mantenerle la mirada mientras pasaba largos tragos de Vodka podría imaginar que más de la mitad no era más que una mentira muy bien redactada.

No importaba ya como se habían dado las circunstancias, lo cierto que es estaban juntos y al parecer eso de enterarse de las cosas de la forma más irritable era su destino. Minos supo que no lograría demasiado para convencerlo, mucho menos para quitarle el rictus severo que mantenía en su rostro. Valentine sabía eso desde un inicio.

—Mejor ve a vestirte…—Minos volteó mirándolo con expresión de no querer dejarlo solo con Radamanthys, no imaginando lo que podría pasar tras su partida—. Tranquilo, estaré bien.

Poco convencido, Minos abandonó la estancia pensando en vestirse rápidamente para evitar que se quedaran mucho tiempo a solas. Radamanthys siquiera le siguió con la mirada, en cambio la tenía fija en Valentine esperando que Minos desapareciera de la estancia. Necesitaba privacidad para buscar la verdad tras lo evidente.

—¿Desde cuando?—el menor levantó su mirada a él dejando el vaso servido a un lado.

—No creo que sea necesario que lo sepas—murmuró no queriendo darle explicaciones y Radamanthys arrugó más su ceño. Valentine caminó hacía la repisa tomando la carpeta que estaba sobre ella y el control remoto del televisor—. Pero puedo decirte que apenas es ahora que se ha vuelto más intimo—le confesó volteando hacía él sujetando entre sus brazos la carpeta.

—Y no me dijiste… Tampoco confiaste en mí—el menor comprendió que el reclamo no era por lo que era, no era por el tipo de relación, sino por la confianza. Se dio cuenta que ese “tampoco” indicaba que había alguien más que le había hecho lo mismo. Bajo un poco sus cejas, entrecerrando así sus ojos.

—Tenía miedo—le miró con la mayor sinceridad—, si habías alejado a tu hijo por ser homosexual, ¿que podría quedar para mi? Prefería entonces ocultarlo y así, así poder seguir disfrutando de tu amistad y admiración.

Le tenía miedo…

“… el que él se enamorara de otro hombre, él que tuviera miedo de lo que pudieras decir, él que te enterarás no por sus labios”

Las palabras de Simmons volvieron a su mente, recordándole un panorama inequívoco. Ahora podía confirmarlo, Valentine también le tenía miedo. Entonces, el problema no era ni Valentine, ni Shaka.

Era él…

Radamanthys bajó sus ojos no teniendo el deseo de objetar nada más. Parecía que esos días de extremo enfrentamiento consigo mismo, con los recuerdos y el encuentro con Simmons lo había dejado demasiado débil para poder imponerse aún contra su propio ser.  Valentine leyó eso y le miró con dolor, se veía que no estaba bien, no lo estaba pasando bien. Se atrevió a acercarse a él y posar una mano amiga en su hombro, encontrándose con la sorpresa que no había más que una necesidad fraternal lo que lo movía, comprendiendo que lo que lo había tenido amarrado quizás, al final, era más su admiración y su innegable amistad, que aún la confundía con amor.

—Me preocupas.

—Mi padre hizo un buen trabajo conmigo, me enseñó incluso a destruir mi propio hogar y a provocar que me teman—lo dijo con la voz tensa sin mirarlo. Valentine mordió levemente sus labios sintiendo esa opresión que parecía envolver al mayor.

—No es cierto…—le entregó la carpeta, provocando que Radamanthys volviera sus ojos a él—. Tú construiste un hogar envidiable que aún hoy es emblema entre nuestros empleados. Tú no provocas temor, porque no hay uno solo de nuestros empelados y clientes que pueda decir que no puede acercarse a ti a hacerse escuchar. Generas respeto y admiración, tanto que lo que realmente tememos es a perder la oportunidad de seguir estando a tu lado—el rubio no pudo mantener la mirada y entrecerró sus ojos—. Radamanthys, escúchame, quizás lo único que aprendiste de tu padre fue el orgullo y eso mismo le enseñaste a tu hijo. Quizás, por eso, a ambos le han costado acercarse con sinceridad—apretó la carpeta aun sosteniéndola, esperando que Radamanthys la tomará por completo—, pero, si tu creaste la maravillosa familia que tenías, tu tienes el poder de reconstruirla. Conoce sus bases, tienes los planos, tú lo formaste y forjaste en estos años, duros años. Solo tú puedes hacer algo.

Tomó sus manos y las posó sobre la carpeta reafirmándola entre ellas, instándola a verla. En ese momento Radamanthys parecía demasiado aprehensivo a atender, y era una oportunidad que Valentine pensaba aprovechar, que necesitaba hacerlo. Aunque lo haya unido algo más antes, aunque por miedo hubiera decidido alejarse de él, aún a pesar de haberse ocultado a él; era su amigo y tenía que ayudarlo.

Soltó sus manos y lo dejó con la carpeta, separándose unos dos pasos de él mientras el rubio la observaba sin entender por completo su contenido. Acto seguido, el hombre que tenía el control remoto del televisor lo encendió y tomó el celular del juez para sacar el chip de memoria que había visto contenía las fotografías de la investigación que había estado haciendo Minos sobre Shaka.

—Eso que tienes en tus manos, es el portafolio que dejó en la empresa junto a su currículo—le tembló en las manos—. Ábrelo y míralo. Nótalo. Cada trabajo, cada arreglo, todo lo que él ha hecho tiene un sello Wimbert indiscutible. Al mirarlo incluso recordé cuando él nos hacía correcciones en el inmobiliario de la oficina y en algunos de nuestros proyectos—recordó con una leve sonrisa—. Míralo Radamanthys y reconoce allí tus huellas.

El televisor encendió, dando paso a las imágenes que estaban cargadas en aquella carpeta del móvil. El padre levantó la mirada.

—Míralo y reconócelo. ¿No es ese el Shaka que creció junto a todos en la empresa, a tu lado? ¿No es ese tu único hijo?

Notas finales:

Muchas gracias a todos los que siguen y leen este fic. En verdad me anima mucho para continuar.

Como pueden leer, estamos ya al final, y espero que el cierre de este fic sea del agrado para todos. Los personajes se estan preparando para despedirse y cada uno está obrando según lo desean y mueven sus propias motivaciones.

En verdad, me hace feliz leer cada uno de sus comentarios. Gracias por no olvidarse de este fic, y de estos personajes. Gracias por hacerlos y hacerme a su vez una parte de ustedes. 


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