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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Shaka y Saga por fin han partido hacía el aeropuerto para volver a Grecia, luego de que hablaran sobre la visita de Pandora. ¿Shaka habrá podido entender las palabras de Saga?

Plegó su mano contra el vidrio empañado, observando las gotas condensadas caer del otro lado, ajena a sus propios movimientos. Algunas luces apenas eran perceptibles, movimientos de rojos y verdes intermitentes y sombras tras lo negro de la noche lluviosa se juntaban en un collage sin sentido para él. Entonces movió su mano, tratando de apartar las gotas que rodaban en el vidrio o ver mejor lo que ocurría fuera de la pista de despegué del aeropuerto.

Realmente no tenía interés alguno en observar el estado de los aviones o de las personas que cumpliendo su trabajo estaban allí, arreciendo contra la lluvia con impermeables de colores fluorescentes. Con las líneas despejadas en el vidrio, usando su palma, sus ojos no estaban interesados en ver el exterior, sino en verse. Reconocer el reflejo que ahora le mostraba, cubierto con un grueso abrigo y soltando aire blanco por su boca. Mirarse y saludarse. Tocarse a través del reflejo que le mostraba la superficie.

Su mano se quedó inerte sobre el dibujo de su propia mandíbula, haciendo énfasis indoloro en la línea cuadrada de su rostro masculino. Y entonces, pudo verlo. Ver lo que Saga vio en aquella noche, contra su espejo retrovisor. Pudo verse.

En la mente siempre hay un juego de escondites. Ella es un ente ilusionista, te muestra lo que tú mismo has querido bloquear, lo que has considerado dañino. Se transmuta en una imagen que te obliga a detenerte. A veces en sueños o en visiones, un dejavú o en la locura. En la imagen perdida de alguien a quien sabes conociste y pensaste no ibas a ver más. En lo que quieres enterrar con las memorias y las culpas. En el yo que odias y del cual te arrepientes.

Allí estaba él, sentado en aquella barbería barata. El ruido de la silla con el mecanismo rotatorio oxidado, el tintineo de una campanita al entrar a la puerta y los murmullos de un anciano mientras leía la prensa y lo acompañaban. Tenía aún su pantalón de vestir dañado, sucio, deshilado sus botas por el trato de esas semanas. Sus ojos opacos y su rostro visiblemente afectado por la falta de sueño. Había descubierto cuan incomodas eran las bancas del parque para dormir, cuán delicioso era un café en envase de plástico. Ahora comprendía por qué era mejor dormir sobre cartón que sobre el concreto frío. También porqué las manos se irritaban más con el poder de algunos desinfectantes y que nunca, un buenos días, era inoportuno.

Allí, contra el reflejo, tal como Shaka veía en ese momento, estaba un joven de 21 años que parecía haber envejecido diez años más. Un joven de 21 años sin sueños, sin lugar a donde ir, atenazándose con su orgullo lo cual era su única pertenencia. La tela le envolvió amarrándose en el cuello. Los mechones que ya habían sufrido el desgarre de sus manos estaban sin forma ni brillo, frente a él, allí con su reflejo contristo y sus ojeras marcadas, con la resequedad de sus labios y rastros de barba sin afeitar en todo su desaliñado rostro. Pero entonces, la imagen volvió a cambiar. Ese que estaba allí a Shaka no le avergonzaba. Ese que estaba allí fue el inicio para ser el hombre que ahora era, viéndose en el reflejo del vidrio del aeropuerto, mientras la gente pasaba tras él. Al que tenía que ver era otro.

Los baratos muebles fueron cambiando a costoso inmobiliario de madera y mármol. Los espejos se multiplicaron y ya su asiento no rechinaba al moverse. El pantalón de vestir que tenía estaba nuevo, impecable y de marca. Tenía su morral a un lado que fue recogido por uno de los encargados para dejarlo en un lugar a salvo. Lo envolvieron con una tela que tenía el logo de la costosa barbería y se miró, fijamente. No era el chico de 21 años, era el chico de 18. Era el joven asustado que tendría que esconder de su padre las leves huellas que dejaban su mal vista inclinación. Sujetó con fuerzas sus manos, y veía a su cabello lacio y lleno de vida, al nivel de sus orejas, con el corte que su madre siempre había gustado y el que él había mantenido.

“¿Solo las puntas?” —Miró al hombre que le hablaba, el estilista de la familia que siempre había tratado a su madre. Tragó grueso al imaginarse haciendo esos ademanes, al verse vistiendo de la forma en que él lo hacía, que le llamaba la atención pero al mismo tiempo le aturdía. Imaginó la mueca de su padre cuando lo viera, acentuada. Mucho más que cuando se daba cuenta que solo se cortaba las puntas de su cabello rubio.

“Córtelo todo.”

Cortar de raíz todo lo que era. Destruir sus gustos, con el fin de asumir un puesto que era correcto para la sociedad, para su padre. Cortar todo lo que pudiera opacar el orgullo de la mirada de ese hombre al que no dejaría de ver. Cumplir sus expectativas: la de su familia, la de la sociedad. Casarse, tener hijos, amar a una mujer.

Shaka lo tenía allí de nuevo, observando con el enrojecimiento de sus ojos los mechones que caían inertes, en el primer cambio más significativo en su vida. Mordiendo contra su lengua las palabras desesperanzadas con las que se dirigía al Dios de los hebreos en las noches, porque era incapaz de ver a María… porqué no podía ver a su propia madre sin sentirse sucio.

—Estaremos bien… —susurró contra la imagen que se perdía frente a él, empañándose de nuevo el vidrio—. Estaremos bien.

Eso es lo que le hubiera gustado decirse a sí mismo. Tomar sus manos, quitar las tijeras de aquel peluquero y jugar con los mechones para hacer un corte. Quitar el cuadrado que su madre siempre le había gustado, y crear uno propio, uno para sí mismo. Uno con un flequillo, que mostrara desniveles y mantuviera el largo. Sensual, Cosmopolitan. Como él. Le hubiera gustado sonreírle, tomándole los hombros mientras le miraba tras el reflejo. Observar como su propia mirada temblaba ante la visión de sí mismo, tal como quería verse, como debía ser para el mundo. Sin temor a que juzgaran su hombría por sus gustos.

Decirle al oído: Estaremos bien…

Pero aquello no podía ser y tampoco podía dar vuelta atrás. No podía decirle al chico que se armara de valor y esa tarde, con su nuevo corte, aprovechara los minutos en la mesa que le tocaban para hablar y confesara que le gustaba demasiado el defensor de su equipo y que no podía dejar de verlo cuando pasaba a su lado en los vestidores. Que le dolía cuando a la salida siempre estaba su novia esperándolo, porque le recordaba que era un imposible. O quizás, un simple: papá, soy gay.

Por ese recuerdo, Shaka podría estar ahora más seguro de lo que era en ese momento, lo que le esperaba en el futuro. Estaría bien, independientemente de si su padre jamás lo aceptará, si no volvería a ver a su madre. Aún si Saga se fuera después y su relación no durará más que un pestañeo. Él estaría bien. Y eso era porque no estaba solo. Además de tener a su familia adoptiva de Londres, la amistad de sus compañeros en Grecia: se tenía a él, más fuerte.

Todas sus decisiones lo habían llevado a ese lugar. Pudo haber evitado tantas, reconoció. Pero también pudo ver la figura de sí mismo en esos 21 años, en la barbería costosa, preparándose para un matrimonio que serviría como disfraz a su condición, con su cabello corto, con los sueños hechos añicos en sus dedos. Y antes esos dos panoramas, prefirió mil veces la comodidad parca de los cartones, sus manos lastimadas por desinfectante y su cabello opaco. Pudo haber sido peor.

Reconocerlo, fue el paso que necesitaba para perdonarse y por fin sonreírse.

—Cancelaron los vuelos. —Escuchó la voz de Saga detrás de él, antes que el roce de su palma contra su propio hombro se concretara. Volteó y le miró por un momento. Luego giró la vista hacía la cola de personas que se quejaban en las casillas y otros tantos más que ya se resignaban a dormir en el aeropuerto esa noche…—. Al parecer hay una tormenta más fuerte en el mar y es peligroso volar así. Cambié el vuelo para mañana.

—¿Lograste conseguir puestos? —El griego resopló, visiblemente se veía cansado.

—En clase económica, no los mejores puestos pero es lo que había. También estaremos separados. —Shaka encogió sus hombros, no dándole demasiada importancia a esos contratiempos. Sabía que para Saga era necesario llegar lo antes posible a Grecia y ya había hecho mucho por quedarse con él.

—Supongo que debemos buscar unos buenos asientos para dormir aquí.

Shaka requisó los asientos aledaños buscando un lugar, pero realmente no había muchas opciones. Pese a haber algunos asientos desocupados habían muchachos niños un tantos inquietos que haría la tarea de descansar un esfuerzo imposible. Saga también miró a su alrededor y confirmó el mismo panorama, por lo que le regresó la mirada con una ceja levantada, en clara contrariedad.

—No sé tú, pero prefiero un hotel.

—Lo mismo digo —Saga volteó dispuesto a buscar el hotel antes de que Shaka le tomara del brazo y decidiera agregar—. Pero yo pago.

—Aún me queda efectivo para…

—Ya pagaste el pasaje aéreo, Saga. Yo me encargo del hotel.

Compartieron una mirada negociando los términos por el lapso de un minuto. Al final, Saga aceptó. Se acercó pasando su brazo por los hombros y tomó el equipaje que Shaka cuidaba mientras estaba de pie frente al enorme ventanal del aeropuerto. Tomaron ambos sus maletas dispuestos a buscar un hotel cercano y esperar el vuelo de la mañana siguiente.

La lluvia era inclemente afuera, así que compartieron la idea de pagar en el hotel interno del aeropuerto por muy costoso que fuera, esperando aún hubiera habitaciones disponibles.

Precisamente, Shunrey veía la lluvia golpear con fuerza tras la ventana cuando se asomó  con su niño en brazo. Moisés lloraba, se encontraba inquieto. Por los estallidos de truenos a lo lejos, estaba asustado y se negaba a dormir.

Soltó la cortina y volvió hacía la cena meciendo a su niño en brazos, buscando calmarle. Lo llevaba a de un lado a otro y le hablaba palabras maternales, a media voz y con caricias consoladoras que buscaban calmar su ansiedad. Shiryu se acercó; también decidió inspeccionar a la ventana y cuán fuerte seguía lloviendo en Londres. El anciano Dohko estaba sentado en el mueble, ya dormido. Cada vez le costaba más terminar las noticias de la noche porque el sueño le vencía.

Los dos jóvenes voltearon a ver a quién los había criado, envuelto en un aura de fraternidad. Pese a lo fuerte que lloraba Moisés, el anciano no se veía incomodado en su descanso con ello. Reconocían que la sabiduría en la vida era increíble y que mientras en un lado del mundo el sol moría, en otro estaba amaneciendo. Justamente eso es lo que tenían en ese momento: a un vigoroso niño llorando a todo pulmón y un cansado anciano reposando en cuanto podía. El contraste existencial del ciclo de vida.

—Estoy preocupada por Shaka. La lluvia es más fuerte de lo que pensé —comentó la joven madre mientras veía a su hijo calmarse un momento, frotándose sus ojos por el sueño—. Ojala no haya problemas con su viaje.

—En tal caso, seguro suspende el vuelo hasta que mejore el clima. —Shiryu se acercó para cargar a su hijo y ayudar a su mujer en la tarea. Besó la frente del niño antes de acomodarlo contra su hombro y palmear cándidamente su espalda.

Esperaba que fuese así. Al menos estaba convencido que el estado en que Shaka había partido era mucho mejor que él que trajo de Grecia. Ya no se veía como el hombre golpeado, con piedras que habían dejado moretones en su faz. Estaba ahora como el hombre que infundía seguridad por muy duro que fuera el camino. La lluvia podría arremeter, pero un río no se detiene con la lluvia. Crece, se expande y devora. Se vuelve peligroso y poderoso. Recupera vigor. A Shaka le había tocado una fuerte tormenta, pero ahora rebosaba fuerza.

El sonido de su auto en movimiento frente a su casa llamó la atención de ambos. Las luces del vehículo se mantuvieron encendidas mientras se aparcaban contra la acera, intrigándolos a ambos. La pareja de esposos se miraron confundidos: no esperaban una visita mucho menos dada las condiciones climáticas.

Tras la ventana, pudo ver pese a la lluvia que cortaba la visibilidad un enorme abrigo negro bajar del automóvil oscuro. Luego otro lo secundó, ambos con impermeables. Shiryu aguzó su mirada buscando definir los rasgos de las dos personas que ignorando la lluvia habían abierto el portoncillo de metal para dirigirse hacia las escaleras de su casa.

—¿Quién es? —preguntó su mujer. De repente se vio asaltada por el miedo

—Déjame ver.

Le entregó el niño a su madre, mirando con desconfianza la ventana. Después de abandonar la cortina, Shiryu decidió caminar hasta el pasillo para plegarse contra la madera. Por el ojo de la puerta pudo observar a las dos personas que estaban allí, a quienes no pudo reconocer. Arrugó su ceño justo cuando el primer toque resonó.

—¿Buenas noches? —Saludó abriendo un poco de la puerta, con el segundo seguro puesto. La mujer se asomó detrás con su hijo, muy al pendiente de lo que ocurría, como si eso fuese más interesante que su reciente incomodidad—. ¿A quién buscan?

—Shaka Wimbert. —La voz gruesa le había impresionado, más por la seguridad con la que pronunciaba ese nombre. Sabía que ese era el verdadero apellido de Shaka y que justamente con él lo había llamado la mujer de la tarde. Ahora venía otro, un hombre que en la oscuridad se veía alto, impenetrable, con un porte único.

—¿Quién lo busca?

El hombre respondió, con la misma firmeza con la que había dicho ese nombre. La misma que no dio pie a más duda, por lo cual la puerta fue abierta.

El hotel Hilton Heathrow era el sitio perfecto para tomar un descanso más cómodo mientras esperaban que amaneciera. Eran las ocho de la noche y lejos de querer comer algo, como sus estómagos se lo exigían, necesitaban era dejar de rodar su equipaje de un lado a otro y estar de pie. Por ello rechazaron la oferta perfecta del restaurante de lujo con vista privilegiada y pidieron que les guiaran a su habitación. Shaka pagó, tal como se lo había dicho, aunque Saga terminó enfurruñado por la cantidad que equivalió esa noche de hospedaje, en especial porque no había más que suite disponibles por la demanda. Quiso negociar con Shaka la cantidad para compartirla, pero el rubio no dio su brazo a torcer.

Cuando entraron a la habitación y Shaka abrió usando su tarjeta, lo primero que hizo fue sacarse los zapatos casi a jaladas y dejar el maletín por allí. Luego comenzó a quitarse el abrigo mientras Saga cerraba la puerta, aún buscando la manera de llevar las cosas a un punto que le agradara a él. No le gustaba en nada la perspectiva de que le haya pagado la habitación. Shaka lo notaba, se sentía en la mirada del abogado quizás acostumbrado a que las cosas se hicieran a su modo, pero se había topado con otro que le gustaba tener el control y difícilmente lo cedía. En especial con sus finanzas. Le divertía un poco verlo en esa disyuntiva.

Se tiró a la cama y suspiró profundo. Después de la visita de Pandora, no había creído posible sentirse de esa manera. Las palabras de Saga habían tenido un efecto analgésico y su tiempo de reflexión le había permitido encontrar la pieza faltante. Verse a sí mismo, en ese punto crucial de su vida, había sido una experiencia curativa. Le permitió tomar una decisión.

Acostado en la cama, con medio cuerpo magullando el colchón, observó como el griego se quitaba el abrigo luego de dejar su maleta en una esquina. Los pliegues de su camisa se tensaban y encogía con los movimientos de sus gruesos brazos, notándose allí el cuidado que se tomaba en sí mismo, en su cuerpo. Saga se retiró los botones de sus muñecas y le dirigió una mirada interrogativa, al notar la atención fija de su acompañante. Shaka solo le sonrió, como si no fuesen necesarias las palabras.

—¿Cómo te sientes? —A Shaka le pareció que era evidente, que se veía en su mirar, en la tranquilidad de su mente en ese preciso momento mientras la lluvia caía.

—Mejor. Mucho mejor a decir verdad…

Saga le sonrió cómplice. Tenía esa forma tan él de hacerlo, de levantar minusculamente su comisura derecha, borrar las curvas gruesas de sus labios y no perder así su sensualidad. Le provocó… sus duras facciones, su aroma penetrante. Su altura y su presencia fuerte e impenetrable. Los crespos que se encogían por la lluvia en su mandíbula, la sombra de su barba recién afeitada. Su masculinidad, completa, perversa.

Shaka se sentó en la cama, con sus codos sobre cada músculo, mirándole penetrante desde su lugar. Su mirada fue suficiente, le transmitió todo lo que Saga hubiera querido saber en ese momento. La intensidad que se leía le había despertado aquella llama dormida entre tantos deberes últimos que completar. La soledad de la habitación, el sonido quieto de la calefacción y la lluvia que cabía tras las cortinas eran su refugio. Las pupilascentelleantes de Shaka era la chispa. Su chispa. El chasquear necesario para incinerarse.

El aire entonces se volvió venenoso. Respirar casi era un suplicio. Saga abrió sus labios intentando adivinar què era lo que pasaba en la mente de Shaka, que era lo que pedía, si era eso lo que le pedía. Las llameantes oleadas que sentía tras su mirada le daba suficiente información, pero con Shaka todo había sido tan vertiginoso que ya no estaba seguro de nada.

Shaka si lo estaba, por primera vez en demasiado tiempo. Por primera vez, quizás, desde que se había enamorado en su temprana juventud. Estaba seguro que lo que quería a partir de ese momento era disfrutar de su ser, de su identidad. Disfrutarlo pleno. No solo en la forma de vestir. No solo en los cuidados, en la música, en la visita de bares y pub. No solo en el solo hecho de vivir un estilo de vida gay, como se había encerrado durante todo ese tiempo. El amor no tiene que ver con etiquetas: no tenía que ver con ser hetero o no, con amar a un hombre o una mujer, con ser menor o mayor. El amor no tenía que ver con vivir en libertad. La aceptación no era solo portar una camiseta de arcoíris sin vergüenza.

No era suficiente con seguir adelante sin mirar hacia atrás. No bastaba conseguir nuevos logros. No se llenaba con el falso orgullo que disfrazaba la máscara que ocultaba su rostro con las marcas de antiguas lágrimas. Debía quitarse el antifaz, debía mirar el sol con su rostro marcado. Debía amar, como si nunca hubiera sido herido. Amar a un hombre, como siempre lo había soñado…

Se puso de pie, con una lentitud que a Saga se le antojó teatral. Le sonrió, como si supiera exactamente lo que estaba provocando y a su vez él tuviera el control de ello. El griego lo vio caminarhaciaa la cortina de la enorme ventana, paseándose en calcetines sobre la alfombra marrón. Shaka había tomado allí la cuerda y corrió la cortina, ahora la imagen de la ciudad iluminada entre la tormenta que caía estaba frente a sus ojos. Saga no entendió muy bien la razón de ese movimiento, pero para el rubio era claro. Volteó hacia él, confiado en lo que pensaba hacer y fue desalojando botón a botón su camisa.

Saga retuvo la respiración, observándolo aún impresionado. Le llenó su mirada azul, la determinación de sus movimientos, la fluidez del calor que ascendía por sus piernas.

La noche por fuera podría estar fría, pero la habitación empezaba a sentirse diferente.

—Saga, ven.

Caliente…

Caliente y humeante, como la taza que uno de los que visitaban la casa del anciano carpintero veía sin descanso. Se la acababa de entregar y la joven había hecho lo mismo con el otro quien prefirió no tomarla. Yacía de brazos cruzados observando la estancia con desmedido detallismo. Finalmente dejó la taza rechazada descansando en el filo de la madera del comedor y tomó sus manos sobre su pecho. La visita de ambos hombres la intimidaba, pero uno en especial no podía dejar de captar su atención.

 

Su tez blanca era casi fantasmal y las arrugas formadas en su entrecejo marcaban el paso de los años. Apenas se veía un par de canas en su cabello negro, despeinado y húmedo por la lluvia, revoloteado en su frente, dejando que un mechón cayera curvado hacia sus cejas. Shunrey notó por un momento a sus manos grandes sosteniendo la fina taza de café y la mirada fija, de un verde agua, contemplando el movimiento del humo que bailaba contra su nariz. Lo podía reconocer, estaba segura. Esa imagen la había visto cuantiosas veces, con Shaka. Y lo que le turbaba era eso, que estaba casi segura de quién era…

—Shunrey, déjame a solas con la visita. —Escuchó la voz del anciano, caminando hasta el asiento con una taza de café más grande. Se sentó acomodando sus pantuflas y sopló el humo que brotaba de la porcelana.

Cuando la joven los dejó a solas, Dohko se dio tiempo de observar a los dos hombres que habían irrumpido a su casa, en plena lluvia y a horas de la noche. Al que s había quedado en el umbral de la puerta lo había reconocido. Recordaba las veces que Shaka le había hablado de él, aún pese a la decepción que se llevó, a saberse dejado de lado. Shaka nunca había dejado de hablar de él.

No había pensado que en su vida tendría la oportunidad de tenerlo de frente, de mirarle los ojos y contemplar que era incluso más humano y frágil que lo que aparentaba. Ante él, Simmons era un hombre lleno de grietas, profundas e incurables.

Deslizó su mirada de él para ver al otro que con brazos cruzados visualizaba la estancia. No había dejado de caminar por la sala principal, inspeccionando todo con ojo celador. Parecía querer absorber algo de cada una de las rendijas, cuadros y adornos en los muebles. Buscaba algo, alguna pista.

Volvió a sobre un poco del líquido mientras lo esperaba, estaba seguro que le diría algo. No hubo necesidad de presentarse, aunque por su nieto sabía de quién se trataba. Pero aún sin Shiryu no le hubiera dicho nada, era fácil de saber. Todos sus movimientos estaban impresos en Shaka, incluso la manera que tenía de balancearse sobre sus talones antes de dar una parada táctica. Le analizó y notó que el hombre giró sus pasos para enfrentar su mirada exploratoria, sosteniéndola con avidez. Claramente, había notado que lo estaba estudiando.

—Le he dicho: Shaka ya no vendrá —volvió a anunciar remojando de nuevo sus labios con el café.

Radamanthys. Sus ojos dorados crisparon en medio de la sala. Simplemente no daba crédito a sus palabras y hubiera irrumpido el mismo a revisar cada habitación de no ser por Simmons, quién lo detuvo. Volvió a dar pasos sobre su eje buscando algo que le diera la señal, pero lo único que podía notar era que esos cuadros eran de él. Era Shaka. Estaba allí impreso su carácter.

Su hijo había vivido allí. El hombre que había servido de padrino era un anciano, la casa de donde se levantó era humilde, angosta y cálida. La familia, los adornos antiquísimos y los rastros de historia. Shaka allí, los años que no estuvo con él yacían allí.

—Ya se fue —agregó el anciano disfrutando de su café, con sus ojos cerrados—. Hoy salió a Grecia, ya debió tomar el avión.

—¿A qué hora era el vuelo? —Simmons preguntó, después de haber permanecido desde su llegada en silencio. Ambos le miraron por unos segundos.

—Siete de la noche —anunció con tranquilidad, dejando la taza sobre la mesa, al lado de la abandonada—.Ya no están en Londres.

Ya no están.

El padre castañeó sus muelas. Su hijo no se había ido solo, lo sabía. Podía decidirlo de las palabras del anciano. Aunque en ese momento, la información le era irrelevante.

Tenía que verlo. Aquello era tan fuerte que no se iba a detener a mediar cualquier respuesta adversa. Debía verlo, era prioridad y no quería simplemente conformarse con la idea de haber llegado tarde. ¡No podía ser así! Negándose a renunciar había sacado su móvil para tratar de hallar una alternativa, mientras el anciano le miraba resignado. Sus ojos prefirieron posarse en el hombre que los acompañaba, quien mantenía un silencio obligado quizás por sus mismas culpas.

Le pareció intrigante el que estuviera allí. No había esperado al padre, aunque quizás debió adivinarlo si la madrina había ido a verlo horas atrás; pero no pensó que ese hombre, precisamente él, fuera también a buscarlo. ¿Por qué razón? ¿Qué era lo que buscaba? Radamanthys empezó a realizar la llamada y a hablar con efusividad mientras sus ojos ancianos seguían viendo al hombre cuyo cabello negro semejaba a la noche.

—¿Qué hace aquí?— preguntó Dohko. No deseaba quedarse solo divagando y analizando su presencia en ese lugar. Quería saber que era lo que esperaba y buscaba en Shaka, ahora, después de tanto tiempo.

Sabiendo que se refería a él, Simmons le dirigió la mirada. Debía admitir que había estado curioso, en algún momento, por conocer al hombre que había terminado de formar al Shaka que conoció en Atenas. El hombre que vestía libremente como le gustaba, exitoso después de cómo lo había dejado, seguro de sí mismo luego de haberlo desechado. ¿Cuánto había visto de él? ¿Cuánto Shaka le había hablado de él? Sus arrugas daban evidencia meritoria de sus años y por lo tanto de su sabiduría. Reconocía que debió enseñarle de humildad quizás.

Y quizás, eso era lo que mantenía tan inquieto a Radamanthys, quien renegaba a través de la línea telefónica, por lo escuchado con el mismo Minos. Seguro debía notarlo, que ese hombre había sustituido en parte su lugar en la vida de Shaka y que esa casa tenía su huella, allí latente, suave y estilizada. Shaka había vivido allí los seis años que no estuvo con él. Volvió sus ojos al anciano que aún esperaba su respuesta. ¿Qué hacía allí? No lo sabía, de momento Radamanthys lo llamó, le preguntó en dónde estaba y le buscó para que lo siguiera. Sus únicas palabras fue: tengo que verlo. ¿Pero qué papel él cubría para una reunión de padre e hijo? No lo sabía, pero asumió que tomando en cuenta por él se había separado, debía estar allí para reunirse.

—Solo estoy de observador —respondió y de inmediato notó que la justificación era vaga incluso para el anciano que le había interrogado.

Pero esa era una buena forma de decirlo, porque ciertamente lo era. La última imagen que tenía de Shaka, antes de abandonarlo, era la de su sonrisa tras el beso de despedida, sus preguntas de cuándo volverían a verse y que le enviaría por correo electrónico sus impresiones del nuevo ensayo. De ese Shaka, no había visto nada, no quedaba nada cuando lo halló en Grecia. Entendía perfectamente cuando Radamanthys en el auto le dijo que le faltaba una pieza. Podía imaginar que si la última imagen que el padre vio de su hijo era la desamparada, no podía simplemente comprender cómo había pasado a ser el hombre que le había desafiado en el pasillo de su edificio. Dónde estaba el Shaka del intermedio. ¿Existía uno? Como el joven soñador y enamorado, herido y traicionado, se había convertido en ese hombre que a ambos enfrentó como si solo fueran piedras del pasado.

Cuando eran más que eso, lo sabían ambos y estaban seguro que también Shaka.

La mirada de los dos hombres mayores giraron hacía Radamanthys cuando cortó la llamada. Se había dado media vuelta, ofuscado visiblemente y comenzó a caminar dirigiéndose a la salida sin ninguna explicación.

—Radamanthys…

—Se canceló el vuelo —el hombre anunció con la seguridad de interceptar a su hijo ahora que sabía aún estaba en esa ciudad—. Vamos.

Dohko arrugó el ceño, observando como esos dos hombres, los dos mayores pilares del pasado de Shaka estaban allí dispuesto a ponerse frente a él antes de volver a Grecia. No temía realmente por Simmons, porqué para Shaka ese hombre había perdido influencia y a su vez no veía en él intenciones de detenerlo. Pero el padre sí, el padre venía como un río enfurecido queriendo golpear con todas sus piedras: bramante e imponente, con la lluvia de sus propias memorias y culpas aumentando el caudal y volviéndolo más peligroso y voluble.

Y sus intenciones no eran del todo claras. Haber llegado a su casa, buscando a su hijo como si tuviera aún derecho sobre él. Con ese carácter fuerte que pudo comprender el porqué Shaka le había tenido tanto miedo el confesarle la verdad. Ahora entendía todo,porque el hombre era un río, con muchas más profundidades, con muchas más piedras. Ruinas y ruinas de casas que venía rodando desde su nacimiento.

Vio que jaló a Simmons del brazo para que lo siguiera, y él no podía dejarlo ir así como así. Cuando los dos hombres caminaron con la intención de despedirse, Dohko les siguió, llamándolos en el final del pasillo. En específico, a él.

—Sr. Wimbert —el aludido volteó  con una mirada perspicaz. Sus ojos dorados, entre los mechones rubios y su semblante endurecido lucían más brillantes—. Ya no puedes retenerlo. —Al anciano poco le importó hablarle de tu—. Ya no puedes detener a tu hijo. Shaka ha decidido un camino y seguirá adelante por él.

Ya no puedes recuperarlo…

A Dohko estaba viendo que el río mayor quería de nuevo tragarse al menor bajo sus aguas. Quería que ahora si fuera un camino distinto, a su lado. Quería recuperar el tiempo ya perdido.

—No se entrometa, anciano. —la despectiva voz de Radamanthys resonó entre la lluvia que corría tras la puerta. Simmons tomó aire, comprendía las palabras del carpintero y la emoción que enturbiaba a su amigo.

—Solo le advierto lo que ya debe saber: Shaka no vino para volver a vivir con usted, o en su casa. Nunca su intención fue esa. Ya él decidió un camino, solo vino a arreglar las cosas para seguir en él.

—Su lugar está en mi casa.

—No. —Tajantemente y sin temor de equivocarse, Dohko afirmó semejante palabras—. No lo es. Dejó de serlo 7 años atrás.

Simmons tomó el hombro del padre en caso de que quisiera hacer algo, arremeter contra el hombre pequeño que le estaba desafiando con su verdad. Pero no fue necesario, aún con la rabia que emanaba en él, que iba en contra de ese hombre, viéndolo como si le hubiera arrancado algo muy suyo; no se atrevía a siquiera refutarle las palabras. Era verdad, esa casa ya no era suya. No era el lugar donde debía vivir,porque para empezar, ya no eran el mismo Shaka. Del hijo que dejó ir aquella noche de tormenta, justo como esa, no quedaba más que un puñado de recuerdos.

Radamanthys tuvo que tragar sus excusas y solo pudo devolverle una mirada airosa. El Shaka que estaba en medio del hijo que dejó ir con su corazón tomado por los dientes y el hombre que regresó forrado de orgullo, solo lo conocía ese hombre. Saberlo le creaba un malestar insondable, le dolía. Porqué ese lugar debió cubrirlo él…

—Siete años no han pasado en vano, Sr. Wimbert. Ya no podrá tener frente a usted el hijo de 21 años que marchó de su casa y arreglarlo todo, como si nada hubiera pasado. Tiene es a un hombre adulto, con carrera, con una profesión y un estilo de vida que ha formado tras ello. Pensar en lo que pudieron hacer en el pasado, ambos, no les traerá ningún beneficio.

La puerta de la casa fue abierta. Radamanthys salió de esa casa como si huyera de la lacerante verdad que le era transmitida, dejando que la lluvia cayera de lleno sobre su cabeza, sin acomodar su impermeable. Simmons agradeció al anciano por el café y salió tras él, tratando de contener en vano a un río dolido.

¿Qué era lo que realmente esperaba Radamanthys tras encontrarlo? Valentine se lo preguntó cuando escuchó a Minos contarle sobre la intempestiva llamada y se burlaba de la alterada actitud que tenía Radamanthys al darse cuenta que había actuado demasiado tarde. Valentine no hizo caso a sus risas, pero la preocupación avistaba sus trazos en el rostro. Cuando le había mostrado todo, no esperaba una reacción así de explosiva.

—Y espera que me llame a preguntar en dónde está —exclamó el juez, disfrutando del momento mientras encendía un habano.

Por supuesto, Radamanthys si no lo encontraba en el aeropuerto volvería a llamar. Valentine y Minos lo conocían lo suficiente como para predecirlo, sólo que el juez, siempre más ávido, se había preparado para ello. Fue necesario una petición, una búsqueda sistemática en las tarjetas de créditos del muchacho para hallarlo. El hotel del aeropuerto, acompañado. Las piezas del teatro vaticinaban una excelente obra.

Porque mientras el padre le buscaba, el hijo disfrutaba los besos de su pareja.

Londres llovía y el agua seguía el curso.

Notas finales:

Nueva actualización. Solo 4 o 5 capítulos para el final.

Agradezco a todos los que me leen y a los que me dejan sus comentarios. Estoy muy feliz porque estoy llegando ya al final. Además, me he abocado a ir editando los capitulos iniciales, así que muy probablemente para cuando acabe, los capitulos iniicales estarán resubidos.

Agradezco todo el apouo que me han dado con este trabajo :3


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