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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

La última visita, el último detalle. Para que Shaka termine por completo el trabajo de redecoración en la vida y casa de Saga hace falta algo más.

Shaka revisó su reloj. Eran las siete de la noche. Levantó la mirada para observar los cristales que rodeaban al restaurante. La vista del mirador hacia la ciudad de Londres le regalaba una imagen de luces encendidas pero opacadas por la niebla de la noche. Londres seguía mostrándose como una hermosa joya desde el cielo y Shaka la admiraba, con la copa de vino tinto en sus manos y los lentes cubriendo sus ojos claros. Nevaba.

Abrió su teléfono para revisar el mensaje que había recibido. Saga le escribió para decirle que acababa de salir de la cena que tuvo con sus padres y su hermano. Al saber la noticia, se sonrió con suavidad antes de responder su mensaje y guardar el móvil. Sabía lo importante que era para Saga ese momento de compartir familiar, una navidad que se antojaba distinta ahora que Kanon, su hermano, había regresado con ellos. Por esa razón, respetó la privacidad que él necesitaba para disfrutar de su familia y no hizo nada para pasar esas fechas con él.

Como sabía de ello cuadró planes para pasar la navidad en compañía de Aphrodite, Aioria y Aioros, como en años anteriores. Su amigo se había mostrado entusiasmado con la idea de compartir una noche buena más con él, y se encargó junto a Aioros de todos los preparativos. Shaka había notado la mirada que precisamente Aioros enviaba hacía su compañero de trabajo, lo había adivinado con solo verlo a la distancia. No había hablado con él al respecto, pero se sintió por dentro agradado de que, pese a lo que había ocurrido entre Aphrodite y él, alguien más tuviera los ojos puestos en su amigo.

Solo debía dejar que el tiempo hiciera su trabajo y la semilla germinara, o no. Fuera lo que fuera, estaba seguro de que sería para mejor.

Shaka volvió a revisar el reloj, ya habían pasado cinco minutos. Se destensó en el asiento y volvió la vista hacía la imagen de la ciudad mientras recordaba. Ya tenía tres días allí desde que había decidido volver para buscar la pintura y hablar con sus padres. Sobre él yacía latente el aroma del perfume dulzón que su madre usaba: lo había mantenido tan abrazado que se había quedado impregnado en sus prendas. Le agradaba el aroma, le recordaba a cada sonrisa sincera de su madre desde que lo vio salir de extranjería. La forma en que corrió a abrazarlo, como lloró sobre su pecho diciendo cuán grande estaba, cuánto había crecido, cuán guapo se veía. Como si su madre hubiera rejuvenecido tan solo con tenerlo cerca.

Fue agradable, a su vez, haber salido de compras con ella, sin tener el tabú de ocultar sus opiniones y guardarse las sugerencias. Acompañarla a renovar el vestuario, a arreglarse en la estética, darle consejos y ver la cara que ella ponía, que lejos a la aversión, más bien era de entero agradecimiento a la vida. Sabía que su hijo era homosexual, los años y la ausencia había logrado que aquella característica no significara nada en comparación a tenerlo a su lado. Pero no pudo dejar de notar la mirada perdida de su madre cuando veía a un niño pequeño llamando a su abuela. Y no pudo evitar la desazón de saber que, posiblemente, ese sueño no podría concretárselo.

Al encender la pantalla de su móvil, la imagen de Saga y él abrazando a Moises brilló con la hora de Londres y el resumen del clima. Shaka lo miró con renovada atención, pensando en lo feliz que Saga había estado con el niño, en lo mucho que a él le gustaban también, pese a mantenerse alejado de ellos. Prefirió dejar de lado el asunto. Era demasiado pronto para pensar en tanto.

«¿Ya llegó?»

Leyó el mensaje de su pareja, que justo antes de guardar su móvil apareció en pantalla. Shaka suspiró, miró el asiento delantero y renegó como si Saga pudiera verlo a través de su móvil. Le escribió que “no” y que esperaba que no lo dejara plantado. No se trataba de una oportunidad que le iba a dar toda la vida. Ciertamente, la decisión de verlo era por un motivo más protocolar y ya empezaba a pensar en los resultados de esta, en qué obtendría de hablar de un pasado que ya había dejado atrás.

Recibió otro mensaje y no pudo evitar el sonreír. Saga parecía estar más ansioso que él y comprendía esa inquietud. La sintió cuando supo que él había compartido un almuerzo con su ex esposa y le costó salir de ella, pese a los constantes besos que Saga le dio cuando observó su enojo. Para Saga fue incluso más difícil, porque cuando supo que iría a Londres no solo a ver a su padre, su rostro se transformó.

Shaka podía recordar con claridad esa noche en que, luego de una cena que él mismo preparó en su casa, ambos se dispusieron a hablar sobre los planes para diciembre.

Saga había ido a su apartamento, era la primera vez que pensaba quedarse en él. Para Shaka significaba un paso más de entrada a su vida y a su privacidad, a un nivel que para ese entonces solo había alcanzado Aphrodite. Todo estuvo bien hasta que le comentó lo que pasaba; que desde hacía unas noches respondía mensajes que Simmons le dejaba en su móvil. La cara de Saga la podía describir como rígida: su mentón duro, sus mandíbulas trabadas y la mirada achicada ante esa revelación.

No contento con decirle, le mostró los mensajes para hacerle ver que nada tenía que ocultar. No eran efusivos. En sí, pese a que Simmons intentaba acercarse a él y saber cómo estaba, Shaka le respondía de forma seca y, a veces, con bastante diferencia de tiempo. Saga frunció su ceño leyendo cada uno de los textos. Luego, simplemente dejó el celular a un lado y se levantó con la excusa de llevar los platos a la cocina. Shaka no lo detuvo, pero no dejó de mirarlo en todo el recorrido.

Al ver que no regresaba, Shaka se incorporó y fue hacia donde Saga se había internado. En la cocina, el hombre se había arremangado la camisa para lavar los platos con una seriedad casi asesina. Estaba seguro que lo que Saga buscaba era contener su explosión. Pocas veces lo había visto tan alterado y no le habían gustado esas ocasiones. Soltó un suspiro, se cruzó de brazos y esperó a que Saga le dirigiera la mirada o tan solo le dijera algo más. Pero no ocurrió.

—¿No me dirás nada? —Saga había dejado de lavar los platos, el grifo estaba cerrado y sus manos seguían plegadas contra el mesón. Shaka miró todo con evidente molestia. No quería que la noche terminara así, mucho menos antes de su viaje.

—Ese hombre se divorció y ahora te está escribiendo, ¿qué quieres que te diga, Shaka? —El tono empleado por Saga estaba lleno de rabia e indignación. Comprendía perfectamente todo ello, incluso lo avalaba. Shaka no iba a decirle ni reclamarle nada, porque estaba claro que de estar en una situación similar, quizás y actuaría peor.

Por esa razón, se acercó a él y rodeó con sus manos su cintura para dar lugar a un abrazo. A Saga le había costado un tiempo responderle, pero lo hizo. Lo estrechó contra él y acarició su espalda, al mismo tiempo que Shaka dejaba caricias suaves sobre la suya.

—No te voy a prometer nada porque no creo en las promesas. —Le dijo en un tono suave, apoyando su mejilla contra el hombro de quien ahora era su pareja—. Pero, te puedo asegurar, que esto será el fin de mi historia con Simmons.

Una historia que había sido cortada a tajo, unas líneas que nadie pudo terminar de escribir. Shaka sentía que era necesario un último encuentro, darle la oportunidad a Simmons para cerrar de una vez ese pasado, que él ya no quería tocar. Pero para Saga, las cosas no dejaban de ser turbias. Shaka nunca se había despegado de ese hombre, no del todo. Los libros eran la prueba infalible de ello y aún estaban, en un lugar privilegiado en la sala, a la vista de todos. No necesitaba ser psicólogo para comprender que para Shaka, ese hombre aún era importante en su vida.

—Confía en mí. —Susurró Shaka contra su oído, buscando calmar la desazón que sentía en el cuerpo del abogado. Más Saga no contestó. Al menos no con palabras. Solo tomó el rostro de Shaka entre sus manos, acarició el mentón con su pulgar y tras un breve reconocimiento, decidió besarlo.

No hubo resistencia. Shaka lo abrazó con fuerza cuando sus labios fueron aprisionados por los de su pareja, con pasión y con hambre. Las caricias que Saga inició le erizaron por completo la piel. La fuerza que usó en sus manos para apretar y hacerle notar su ahínco, le hizo entender que Saga estaba decidido. Iba a estallar, pero no en ira. Iba a estallar en él, iba a arremeter como un tsunami contra su cuerpo, a derramarse contra su río, a echar sus aguas para arrastrar toda la tierra que aún existiera en su delta y comérsela dentro de sus profundidades. Lo iba a devorar.

A tropezones salieron de la cocina. Hicieron a un lado la camiseta y los cinturones, caminaron entre besos mientras las caricias se deslizaban en la piel. Avanzaron por la sala dejando a su paso los pantalones, que luego de ser desprendidos, bajaron hasta sus tobillos y lo sacaron con apenas atención. Entonces, Saga lo aprisionó contra la misma pared en que meses atrás lo había acorralado. Lo apretó contra su pecho mientras dejaba a sus manos entrar y salir debajo de su ropa interior, y provocó en Shaka un estremecimiento sordo, agudo y potente, al punto de arañarle los hombros para sostenerse.

—Vas a ir. —Le escuchó decir con voz ronca. Shaka enfocó sus ojos en los de él, para comprobar sus pupilas dilatadas y el leve enrojecimiento de su rostro, sobre todo su nariz, por la excitación que iba creciendo entre ellos—. Vas a ir, lo sé, pero antes…

—¿Me vas a poseer?

Shaka terminó la frase con rastros de incredulidad. Había alzado sus cejas, manteniendo el control con las uñas aunque su cuerpo gritaba dejarse llevar por completo. Saga sonrió atorado, la caricia de Shaka en su miembro por sobre su ropa interior le cortó las ganas de reír y él mismo se contuvo las de jadear. En respuesta hizo lo mismo, y degustó el temblor con el que Shaka avaló esa caricia sobre su sexo.

Pero no bajó la mirada ni cerró los ojos, mantuvo la vista fija no dejándose amilanar. Eso le gustaba, a Saga le excitaba que Shaka siempre buscara mantener el control, incluso en la cama. Era delicioso quitárselo, una y otra vez. Y en algunas ocasiones, era fascinante verse vencido por ello.

—Por supuesto. —Aludió tras un apretón en su glúteo derecho y jaló de su muñeca para apartarlo de la pared y llevarlo en dirección a la recámara—. Pero esta vez no me contendré. Ya esperamos mucho.

Shaka supo a qué se refería y solo sonrió en respuesta. Se dejó llevar y ya en la habitación, no tuvo reparo alguno de tocar y besar todo cuanto tuvo disponible. La desnudez de Saga siempre le sorprendía por su belleza viril y por su fuerza. Siempre apretaba cada músculo sabiendo que encontraría en ellos: piel dura y resistente. Con Saga, nunca sabía cómo iban a acabar los encuentros: era impredecible. Y la sorpresa era un ingrediente que disfrutaba en su relación.

Ya en la cama, tras besos y caricias, Saga pasó de ser un mar tormentoso a convertirse en el más terso de los oleajes. Lo enloqueció, tras haber penetrado, con un vaivén lento y profundo. Le hizo sentir a cada átomo y membrana su presencia y lo obligó a acostumbrase a él. Sus jadeos suaves y gemidos vagos, terminaron por garabatear su nombre en sílabas interminables. Mientras apretaba las sábanas, sentía su peso sobre la espalda y los besos de Saga contra su cuello, supo que había logrado lo que quería. Lo había atado, tendría que volver.

Tras los ruidos en la mesa, Shaka tuvo que despegar la mirada del vitral y del pasado, de ese momento que había despertado cada poro de su piel fría. Entonces notó que ya había llegado su invitado, el mesero acomodaba la vajilla en la mesa y Simmons aún no se había sentado frente a él.

El hombre ya estaba allí.

Shaka le emitió una mirada de reconocimiento, antes de bajar los ojos y pensar que necesitaba beber algo para pasar las reacciones que despertaron por su recuerdo. Tras unos últimos arreglos, el mesero separó la silla para que Simmons se sentara frente a él y le dejó la carta dispuesta. Era un restaurante francés, uno de los favoritos del psicólogo. Shaka, tras beber de la copa, levantó la mirada y soltó un largo suspiro.

—Te demoraste.

Simmons retiró los guantes negros que protegían a sus manos. Su vestimenta combinaba el negro y el gris, sus colores predilectos, y algunas canas se veían brillar a la luz de los candelabros. Shaka, en cambio, vestía una combinación de celestes y turquesas atractiva a la vista, juvenil y vanguardista. Su cabello estaba atado hacia atrás, con algunos mechones enmarcando sus pómulos. El mayor no pudo dejar de apreciarlo.

Shaka creyó necesario avisarle a Saga que ya su invitado había llegado. Corroboró los quince minutos de retraso y no le dio importancia a ese hecho, enviando solo el mensaje. Tras ello, silenció el móvil y lo guardó en el bolsillo de su abrigo dispuesto en un asiento libre a su lado.

—Lamento haberte hecho esperar y gracias, a su vez, por permitirme esta oportunidad.

—Me dijiste que era necesario que habláramos. —Shaka envió una mirada suave a las manos del acompañante para verificar la ausencia del anillo—. Lamento lo del divorcio.

—En otro tiempo, dudo que lo hubieras lamentado.

—Quizás no en el momento, pero seguramente después sí. —Simmons alzó la mirada tras esa respuesta y observó en los ojos de Shaka la firme convicción de que sería así—. Estoy aquí Simmons. Dime por qué era necesario hablar.

Simmons no respondió de inmediato, ni siquiera demoró su mirada en Shaka. Alzó una mano y llamó a un mesonero, para ordenar lo que comerían esa noche.

En otro lado de la ciudad, Minos esperaba en su auto que Valentine saliera del edificio donde seguía trabajando. Odiaba tener que admitir que Radamanthys consiguió su objetivo: Valentine declinó la carta de renuncia y tras haber hablado con él, decidió proseguir en su puesto. No valió ni su enojo y ni sus gruñidos, la decisión de Valentine estaba tomada.

Por esa razón, ahora lo buscaba cada vez que podía en la oficina, para asegurarse al menos de que no se fueran juntos. Valentine había observado todo aquello pero no dijo nada, había leído sus celos y los había avalado. De su parte, había comprendido que lo que antes había sido atracción por Radamanthys, en algún momento se convirtió en solo admiración. No lo despertaba deseo sexual sino más bien una compenetración amiga. Esperaba que en algún momento, Minos lo entendiera como tal.

Tras el saludo, Minos retomó la carretera con el rostro furibundo. No había visto el auto de los Wimbert, pero no podía desestimar la posibilidad de que Radamanthys se hubiera ido minutos antes de su llegada. Era bastante tarde para que aún Valentine estuviera trabajando.

—Quita esa cara de enojo. —Comentó el joven mientras se desajustaba la corbata, luego de desabotonarse el saco.

—¿Mucho trabajo? —Ladeó una sonrisa cínica y Valentine extendió una ceja. Terminó renegando ante el comentario.

—Así es. Radamanthys no estuvo desde el mediodía en la oficina así que me encargué de algunos asuntos.

Al parecer la noticia alivió los ánimos dentro del auto. Minos sonrió suavemente y se destensó mientras conducía. Valentine pudo notarlo con claridad.

En efecto, desde que Shaka había llegado cuatro días atrás, las cosas en la oficina habían estado un poco atareadas con los cierres de proyectos y la ausencia de Radamanthys, pero Valentine podía recordar con un regocijo singular la tarde en la que Shaka entró al edificio y subió hasta el piso donde su padre trabajaba. Los ojos de todos los empleados que ya lo habían conocido desde niño lo recibieron con alegría, y los que no, observaban con curiosidad quién sería el hijo del dueño de la empresa.

Como era de esperarse, durante esos días Radamanthys había estado más concentrado en la visita de Shaka que en los asuntos de la corporación, así que Valentine se había hecho cargo de todo. Aunque eso significaba más trabajo, consideraba un premio las veces que Radamanthys llegaba con esa expresión que sin llegar a ser sonrisa decía cuán satisfecho se encontraba.

—Creo que Shaka se irá esta noche y regresará el veintinueve para pasar fin de año aquí. —Minos hizo un gesto que fingía sorpresa—. Y por primera vez en ya una década, tendremos vacaciones colectivas esas semana.

—Entonces Radamanthy está feliz. ¡Eso hay que verlo! —Valentine le envió una mirada comunicativa y luego resopló, dejando de lado el sarcasmo de su acompañante.

—Así es… En todo caso, ¿que harás en Navidad y Año Nuevo?

Minos hizo un mohín desinteresado. No celebraba esas fechas, no las celebraba desde que sus padres le habían negado la palabra tras su confesión y no veía necesario hacerlo a estas alturas. En algunas oportunidades la había pasado con Radamanthys, pero luego dejó de ser así y en ese momento tampoco se le antojaba. Al menos no tan pronto sabiendo que Shaka había vuelto. Simplemente encogió sus hombros.

—Beber y dormir. ¿Iras a que tu familia en Manchester?

—Para Navidad, en año nuevo lo pasarán en Brighton así que me quedaré aquí.
Minos sintió la mirada que decía el resto de la oración, lo que Valentine no dijo no por no atreverse sino por quedar velada y tatuada en el ambiente. Mordió sus labios y miró de reojo al joven cuando alcanzó el siguiente semáforo.

—¿Entonces…?

—Pensaba en si te gustaría pasarla en mi departamento. —No dijo la invitación como tal, no hizo falta.

—¿Quieres recibir el año con mucho sexo? —Ladeó la sonrisa. Valentine sonrió pensando en lo crédulo que era Minos de pensar que solo eso podía dar. Más le siguió el juego, decidió hablar en su mismo idioma.

—Por supuesto. No hay mejor manera de recibirlo que con sexo.

Cuando hubo el cambio de luz, el auto prosiguió el recorrido en medio de la nieve. De reojo, avistó la sonrisa de Minos aceptando la oferta.

Entre tanto, Radamanthys observaba desde el auto la nieve que caía como su manto desde el cielo. Estaba al frente del hotel que albergaba el restaurante donde estaba su hijo. Gordon lo observó desde el retrovisor, sin decir nada. Espero cualquier nueva orden mientras se frotaba las manos y controlaba las bajas temperaturas.

En el restaurante, en lo alto del edificio, aún estaban ellos dos. Simmons había comenzado a hablar de distintas cosas: de los viajes que proyectaba para el próximo año, de sus ideas e incluso de que había detenido la escritura de otro libro debido a los últimos acontecimientos. Prefirió apartar de la cena el divorcio y la imagen de Pandora lubricando con frialdad su firma en el documento que los separaba legalmente. La última vez que la vio caminar, dándole la espalda, con el mentón en alto y muy segura de dejar esa etapa atrás. Pandora no necesitaba libros para saber que lo que había en el pasado, yacía para siempre en el pasado.

Entonces, le pareció conveniente hablar de sus proyectos nuevos ya que el año acababa y le dejaba nuevas derrotas, nuevas pérdidas y decisiones que debía asumir, incluyendo la que estaba frente a él. Veía a Shaka escuchar todo, con sus ojos analíticos fijos en él y un destello de luz que estaba ausente de inocencia y más bien, repleto de experiencia. Encontró fascinación en ello. En lo que Shaka había aprendido, en lo que había crecido. En el Shaka que lejos de la juventud con la que lo sedujo, vivía la etapa de adulto con madurez.

Pero ya no había oportunidad para disfrutarlo.

—Háblame de ti. —Finalizó Simmons, tras haber hablado durante casi toda la cena. Shaka dejó espacio para que el mesero apartara su plato y pidió un vino para degustar—. Me gustaría saber que planes tienes para este año.

—Planes como tal, no los tengo. Pero como sabes, en cuanto decida algo, trabajaré en ello hasta conseguirlo. Por lo pronto tengo intenciones de retomar la psicología solo como hobbie. No para ejercerla, sino para fortalecer mí trabajo en el diseño.

—¿No vendrás a trabajar con tu padre?

—No hemos hablado de esa posibilidad y por ahora, no la creo posible. —Limpió con cuidado sus labios usando la servilleta y la devolvió a sus piernas, para mirarlo con firmeza—. Ya tengo una vida en Grecia y es algo que a mi padre le quedó claro.

Ya el río tenía un cauce definido.

Simmons entendió eso y dejó los cubiertos sobre su plato. Apenas había probado su pedido.

—¿Y el abogado…? —Se atrevió a preguntar—. ¿Sigues con él?

—Creí que mis mensajes lo habían dejado claro. Sí, sigo con él.

—Pensé que por su reciente divorcio, esperarían.

—Saga y yo hemos decidido hacer lo que sea necesario hacer sin pensar en lo que la gente cree correcto. La gente siempre va a hablar, Simmons. —Agregó, tomando la copa de vino que le fue entregada—. De nuestra parte, pensamos darles razones para hacerlo.

Saga le había probado su determinación al no dejarse acobardar por lo que la sociedad pudiera juzgar de él, al tomar su mano a la salida de su trabajo o al ir de compras. Aún si por eso, personas que él conocía dejaban de acercarse al verlo acompañado y tomado de la mano de un hombre. Demostraba con su decisión que no eran ellos los equivocados.

Simmons bajó la mirada con una sonrisa. La forma en la que Shaka lo había dicho estaba tan llena de seguridad, que no podía dudar de ni una sola de sus palabras. Era ese tipo de relación que ya no podía soñar. Los años habían caído sobre él y ya en sus cincuentas, avistaba la soledad.

—Espero de corazón, que prosperen.

—Espero lo mismo.

Y Saga, desde Grecia, miraba con ansiedad la última hora en la que había recibido un mensaje de Shaka. Había pasado al menos una hora y media y ya estaba impaciente de recibir una respuesta de él. Sin embargo, sabía que escribirle o exigir sería contraproducente, le mostraría con ello que no confiaba en él, cuando no se trataba de ello. Solo esperaba que Simmons no intentara remover de más las aguas que ya habían pasado.
Desde la sala de la casa de sus padres se quedó mirando los cuadros familiares luego de que su madre llevara a su esposo para acostarse tras la medicación. Kanon, quien había ido a acompañarlos, bajó de las escaleras y se sentó a su lado, con la vista en el mismo lugar. Ambos hermanos sentados sin mucho que decir, al menos Saga se encontraba renuente a hablar. Estaba rígido en su posición, con el tobillo sobre su rodilla derecha y el codo sobre el posamano del mueble. Kanon se sentó inclinado hacia adelante, más relajado.

—Cualquiera creería que estás en la sala de espera y adentro le están haciendo una operación a corazón abierto a alguien.

—Es casi lo que creo que pasa. —Kanon sonrió y lo miró, con una ceja enarcada. Luego extendió su mano, apretó el hombro y lo sacudió ligeramente.

—Si eso está haciendo, creo que te va a encontrar allí entonces. —Saga le devolvió la mirada a su hermano—. Así que tranquilízate.

—Intentaré.

Se quedaron en silencio y observaron el pase de generaciones que estaba en la pared llena de retratos, las fotografías más viejas incluso eran en blanco y negro o en tonos sepia. Se perdieron y distrajeron en ello por unos minutos, pensando en el paso de los años y en que uno nuevo estaba por llegar. Estaban seguros de que en la víspera de fin de año ambos recordarían todos los aciertos y desaciertos antes de darle la bienvenida al nuevo, pero, en ese momento la nostalgia no terminaba de asirse. Había emociones en ellos tan crudas en ese instante, que no daba espacio a que ella se instalara por completo.

—Oye… Mamá me preguntó por Mu. —Saga lo miró de reojo, notando la sonrisa incrédula que su hermano portaba.

—No me sorprende, siempre hablas de él.

—Me dijo que quería conocerlo.

No pudo evitar la sorpresa. Aquella noticia aligeró la carga de ansiedad que venía cargando desde que Shaka le avisó de la llegada de Simmons. Era un paso importantísimo, un acercamiento incuestionable para Kanon, su familia y su estilo de vida. Y sabía que se lo merecía; luego de estar años juntos, Mu merecía ser reconocido como la pareja de su hermano, al menos ante su madre.

Los ojos de Kanon brillaron al mirarlo fijamente. Había en ellos un rastro de esperanza imposible de eludir. Ese año, seguramente, era un año determinante para él y el que venía se presentaba tan brillante que no había razones de extender su espera. Saga se levantó entonces del asiento y le extendió la mano para que Kanon hiciera lo mismo. Concretó un abrazo celebrando la ocasión como una fecha importantísima en su vida. Y con ello, ya no veía descabellado que después, fuera él quien presentara a Shaka oficialmente ante su madre. No era imposible pensar que el ideal de la familia reunida podía cumplirse.

Un par de palmadas y luego una caricia sobre su cabeza, para despeinarlo. Kanon venía aguantando la noticia, quizás buscando el modo de decirle o, tal vez, aún asimilándola. Como fuera, ahora se sentía en él los sentimientos a flor de piel luego de comunicarla.

—Tengo tantas ganas de llamar a Mu y decirle. —Saga apretó su mano contra el hombro de su hermano, apoyándole con el gesto y mirándole complacido.

—Mejor espera a que lleguemos. Esta clase de noticias, merecen ser dichas cara a cara.

Kanon avaló eso. Prefería decírselo de frente, corroborar la expresión de Mu tras conocerla y celebrarla como ellos sabían hacerlo. Era mejor esperar.

En Londres, Shaka vio sobre el balcón del restaurante la nieve caer. Se había cubierto con el abrigo y seguía los pasos del hombre que, al ver que ya habían acabado y habían quedado en silencio, le convidó a salir para mantenerlo unos minutos más. Miró el reloj, constatando la hora. Decidió no mirar aún su móvil.

Ante la siguiente brisa, Shaka cruzó sus brazos para darse calor. Recordó algún momento en que había buscado el calor de esa espalda en medio de una ventisca, y que con la excusa del frío, Simmons lo había abrazado frente a su padre. No podía negar que había tantos recuerdos atándolo a él, que en momentos la remembranza quería caerle encima pesando una tonelada. Sin embargo, su firme decisión y la convicción de todo lo que en realidad quedaba de Simmons en él lo mantenían impenetrable.

—Ven, por favor. —Le escuchó decir y levantó su mirada. Los copos de nieves caían en un canto suave y apagado. Reconocía a su vez todo lo que Simmons ocultaba en su mirada y en cada invitación, y actuaba conforme a ello.

Shaka levantó la mirada sobre el cielo gris y negro. Contempló la caída de uno de los copos, la cortina blanca que flotaba hacia ellos en una suave danza, la textura fría de una que cayó sobre su rostro y que retiró su humedad con sus guantes blancos. Dio unos pasos hacía él, como quería, para quedar cerca de la jardinera. Se detuvo allí sin dirigirle la mirada, con la vista agazapada en las formas blancas que caían del cielo y soltando su aliento en un hálito blanco.

Simmons entonces lo miró. Contempló con atención su altura un poco mayor que la que recordaba, la rudeza de sus rasgos, la seriedad de su expresión. Si comparaba con el muchacho con el que había estado, estaba seguro que habían pasado más de siete años desde su separación, como si hubieran sido muchos más. Como si los años hubieran golpeado hasta formar la imagen de un hombre que había pasado por demasiado en muy poco tiempo.
Por eso deseó abrazarlo, estrecharlo en sus brazos. Deseó decirle que ya estaba libre como siempre debió ser, que le gustaría planear ese mañana juntos. Deseó hablarle del futuro que ahora si era posible. Sin embargo, al verlo, no podía dejar de pensar cuán lejos estaba del mismo que, ante esas palabras, lo miraría con los ojos ilusionados. Lo que tenía ahora frente a él era un hombre que no tenía por qué aceptar una promesa que tardó en llegar.

Pero estaba allí. Seguía siendo, pese a todos los años y la experiencia, el mismo. Simmons sabía que muy dentro aún debía vivir ese Shaka de quien se enamoró, a quien conquistó. Y quizás, quizás si lograba encontrarlo, podría haber alguna oportunidad.

Se aferraba a esa esperanza. Sus consejeros se lo habían dicho, Pandora se lo había dicho, Minos se lo había echado en cara en aquella noche que llegó a Londres: aún se aferraba a la esperanza.

Se acercó, llevado por la nostalgia, por sus sentimientos y la certidumbre de que quizás sería la última vez. Shaka giró su rostro hacía él al escuchar sus pasos y vio que buscaba reparar la distancia que había entre ellos. Más no dio un paso hacia atrás, y le permitió a Simmons acercarse tanto como quisiera. No lo hizo ni buscó detenerlo, solo concedió cada acción esperando ver hasta donde concretaba. Entonces Simmons posó una mano sobre la mejilla de quien era su ahijado y retiró un copo de nieve que se había quedado en ella. Admiró el rosa de sus pómulos por el frío y el nacimiento nimio de su barba.

—Quizás, estas palabras llegan tarde —dijo con voz cortada, al sentir la dureza de la mandíbula y contemplar de cerca esos ojos que ya no le miraban con devoción—. Pero fuiste lo más real que pensé tener en vida. Te amé, Shaka, y me atrevo a decir que aún lo hago. Que si hubiera modo, alguna forma, de tenerte conmigo ahora…

—No la hay.

Simmons tuvo que tragar el resto de sus palabras ante la sentencia que había sido declarada, más no retiró su mano de la piel joven. Asintió, aceptándola. Cerró sus ojos, masticándola. No era Saga quien detenía el curso de Shaka hacia él, era la oportunidad perdida, las decisiones no tomadas. Era la seguridad de que él ya era pasado. Minos tenía razón, Shaka siempre fue un hombre inteligente.

A sabiendas de que no había lugar en su futuro, no quedaba más que cerrar el pasado por completo. Simmons miró los labios de Shaka avisándole con ello de su nueva decisión, observó con deseos y añoranzas la delgadez de su boca, queriendo cerrar en un suspiro el último aliento de su historia. Shaka no se movió, durante el segundo en que se dio el aviso, Shaka no hizo nada para alejarse o negarse. Eso fue como una pequeña esperanza, un fuego latente de que al menos podría llevarse eso.

Un último beso, una última vez.
Cuando Simmons se inclinó para hacerlo, Shaka movió su rostro, levemente, hacia la ciudad. Le dejó la mejilla disponible y al final, el beso no llegó a concretarse entre el aliento frío que golpeó el pómulo y contuvo el dolor de su corazón.

—¿A qué viniste, Shaka…? —La voz sonó atribulada, conmovida, adolorida como si sostuviera en su pecho una daga mortal robándole los segundos. Shaka tragó grueso sin mirarle, con los ojos hacía el vacío y el danzar de la nieve—. ¿A qué viniste si no a terminar esto?

—No vine a acabar algo, todo ya había acabado siete años atrás. Vine a solo darme cuenta de eso.

Simmons retiró su roce con los ojos fijos en él. Shaka entonces le devolvió su mirada, y entre los copos de nieves que caían, podía ver la imagen difusa de un amor que murió, de un fantasma del pasado que lo había ido a visitar.

—Cuando mi padre me habló de la posibilidad de retomar la carrera y ejercer como era antes mi sueño, sopese la razón del porqué me negué al instante. No era por ti, no era por el pasado. No era porque ahora no me gusta, o porque ame más la decoración. No tiene que ver con nada de eso. Es simplemente que lo he entendido. He entendido que no es la psicología ni son los libros, los que cambian a las personas.

Y podía verlo, en cada persona conocida, en cada vida que había encontrado en su camino. En cada experiencia que había colaborado a su crecimiento, a cada cliente, a cada amigo, a cada uno de ellos que le dieron una mano. La muestra fiel, la muestra real de quienes son las personas, de donde estaba su fortaleza.

—Es la voluntad humana. Es la decisión personal de ser diferentes. Lo que me levantó no fue mi orgullo, ni fueron los libros que leí de ti Simmons, fui yo que decidí no dejarme estancar por el pasado. Que yo lo haya escudado, que yo lo haya disfrazado, solo es muestra de cuánto miedo me daba irme tan lejos y no encontrar el camino para regresar. Pero no se regresa, no, nunca se regresa por la misma dirección. Siempre hay que crear un camino, porque siempre se va hacia adelante. Como un río. Por eso, tus palabras sí sirvieron para mí pero no le has visto tú el provecho. Porque yo las convertí en hechos.

Y entonces, ya no eran padrino-ahijado, maestro-alumno, amantes. Ya no eran más que dos hombres con un pasado en común.

—No hay nada que nosotros debamos terminar. No hay carrera frustrada para mí, tampoco. Durante todo este tiempo me he llamado un psicólogo frustrado, pero ya no más. Estoy cerca de la gente estando cerca de sus casas, y puedo ayudarlos a ver las cosas de forma distinta con solo esa labor.

Obligándolos a tomar una decisión o dejándoles las puertas abiertas. Ese era Shaka Espica.
—Espero que tú lo entiendas, que dejes de ver el pasado. Vine a decirte que me dejes ir.

Simmons contuvo un quejido en su pecho, en su alma, que pujaba por abrazarlo y no dejarlo ir.

—Es hora de que me sueltes. Porque eso que sientes por mí, dejó de ser amor.

Entonces, fue como si la nieve cubriera la fantasmal aparición del amor perdido, hasta convertirlo en todo blanco.

Tras una hora esperando, Radamanthys vio a su hijo salir del hotel. Cargaba su equipaje y tomó un taxi. Gordon observó todo y miró el retrovisor sin comprender. Esperaba alguna señal de su parte que nunca llegó.

—Señor, su hijo…

—Lo sé. No vine por él.

Miró el taxi moverse y desaparecer de su vista. Escuchó el mensaje entrar en su móvil y entonces salió, dándole la orden a su chofer de esperarlo. Radamanthys salió del automóvil con dirección al hotel, buscando a la otra persona.

Aunque algunas cosas no iban a volver, ya se había perdido demasiado. Había otros que por su naturaleza tenían la opción de tener mil oportunidades. Radamanthys se aferró a ello y subió hasta el piso del restaurante. Preguntó por el lugar donde estaba ese hombre que alguna vez fue su mejor amigo. Lo encontró, en el mismo balcón donde Shaka lo había dejado, encorvado sobre la jardinera, con sus hombros cubiertos de nieve.

Simmons sintió la presencia y apenas miró de reojo. La figura de Radamanthys no le asombró, pese a no esperarla. Los fantasmas del pasado no habían dejado de aparecer.

—¿No deberías estar despidiéndote de tu hijo ahora?

—No hace falta, ya lo hice. —Simmons sonrió con amargura, arrugando la cara entre la carga de emociones que se vertían entre sus ojos.

—Sabías que vendría… —Se frotó la nariz—. ¿No secretos…? —Radamanthys, desde esa distancia, observó la mano de Simmons restregándose el rostro.

—Así es, no secretos. A ese trato llegamos él y yo.

—Al menos eso hice bien este año…

Radamanthys colocó una mano sobre el hombro sin decir nada. Miró el cielo lloviendo blanco, mientras el río se dirigía a su destino.

Su hijo ya no era un niño.

Y Shaka, dirigiéndose al aeropuerto, observó la caída de la nieve con renovada determinación, una que estaba por sobre el miedo que aún palpitaba cuando pensaba en su relación con el abogado, y en los cambios de su vida. Giró sus ojos hacía la pintura que tenía resguardada y embalada para el viaje, la misma que la sala de Saga esperaba. Supo que hacia allá estaba su camino.

El mar.

«Fin»

Notas finales:

Por fin he podido cerrar este capítulo y esta historia, y no hay mejor manera de cerrarlo que ver a mi gemela y editora llorando por el final, después de haberme acompañado en su creación por casi cuatro años. Color y vida se ha llevado con ella muchas cosas de nuestras vidas, y a su vez muchos momentos gratos que sabemos que no nos arrancará otra historia.

La certeza de esta apreciación va más allá de la emotividad. Con Cruce, aún llevada por los personajes cual velera, no tenía absoluto control y despedirlos se me hizo titánico, doloroso y hasta angustiante. Era esa sensación de sentir que me quedaría sola cuando ellos se fueran. Con Color ha sido distinto, aunque yo no he guiado sus acciones por completo y ellos son los que de la misma manera han decidido; ahora que los dejé ir, con mi geme, fue como un: Sean felices. Sé que a ellos le falta aun mucho que vivir, mucho que afrontar. Que si me detengo a pensar puedo comentar las vicisitudes que les espera a cada uno, como las pequeñas alegrías. Pero sé que también, no hace falta contarlo. Cada quien en cada uno sus corazones continuaran con su historia.

Color y Vida fue en sí la historia de padres e hijos, de aceptación y comprensión. A su vez, de la capacidad de aceptar los errores y desencantos para proseguir viviendo. Gracias a los que leyeron por esperar el final, por acompañarme en esta historia y hacerme saber a través de sus bellos comentarios lo que la historia de un decorador y un  abogado les hizo sentir.

Y ahora, el río continua.


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