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Nevadas de Memorias por AkiraHilar

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Apenas abrió la puerta del lujoso restaurant, el aire frio de la nevada erizó cada nervio de su cuerpo. El abrigo de pieles gris que llevaba puesto mitigaba un tanto el frio invierno que azotaba a la gran manzana, y aún así era devorador y siniestro... Metió sus manos entumecidas en los bolsillos caliente, buscando calor, no sin antes acomodar el gorro de pieles del mismo abrigo, para así evitar que los copos que caían desde el cielo empaparan su cabello dorado. No traía auto, realmente no tenía uno, para empezar. Todo lo que ganó en su vida como profesor universitario lo había invertido en su casa, en tener los mejores aparatos, la mejor vajilla, las mejores sábanas, en crear un espacio donde Saga, al llegar de su trabajo como gerente de una trasnacional, encontrara un lugar acogedor donde liberar presiones.

Suspiró otra vez, lánguidamente, dando pasos que se quedaban marcado en la nieve del lugar. Era poco más de las once de la noche y la mayoría de los almacenes estaban cerrados, a pesar de la época navideña. Debía ser por los pronósticos de una fuerte nevada que ya empezaba a ventilarse. Con cierta mueca de fastidio, miro a los alrededores y no se veía un sólo auto taxi pasar. Sólo a él se le ocurría salir luego de un anuncio de tormenta… sólo a Saga se le ocurría planear esa cita con semejante pronostico. Pero así era Saga, y conociéndolo estaba seguro que ni siquiera vio los pronósticos del clima… Siempre era él quien le avisaba de llevar el paraguas…

Inconscientemente una gota rodó por su mejilla izquierda…

¿Aquel se acordaría de avisarle que lleve su impermeable cuando sean días de lluvia? ¿O le metería en su maletín un bloqueador solar en los tiempos de extremo calor?

Se sonrió, en una mueca irónica con la que se burlaba de sí mismo. Que idiota había sido… aún a pesar de lo que había pasado, del como había terminado su relación, aún así, tenía la desfachatez de preocuparse por esos detalles… ¿Creía acaso que Saga extrañaría tan minúsculos detalles? ¿Creía que diría un: “Shaka me acordaba de llevarme la sombrilla”, cuando nunca le agradeció ese hecho?

Un idiota… se repitió a sus adentros, viendo que no había taxis disponibles, caminando para llegar a la parada de Metro que debía encontrarse a unas cuadras. Secó la lágrima con su propio hombro izquierdo, tragando pesadamente, mientras caminaba y los copos caían a su alrededor, fríos, húmedos…

¿No fue así que comenzó todo? Justamente hacía ocho años, en una nevada igual, fue que lo conoció. ¿Podría evitar recordarlo? Imposible, el viento frio que se colaba debajo de su abrigo, junto con ese leve titiritar de sus labios, eran señales que los transportaba a ese pasado.

Una nevada igual… de la misma manera los meteorólogos habían avisado de una tempestad y él, por no prestar atención, se vio envuelto en ella. Precisamente fue a partir de ese momento que empezó a poner mayor cuidado a los avisos climáticos, pero siendo un muchacho inexpertos con cientos de planes a cuesta, para ese momento los avisos del clima no eran del todo importantes.

Había salido a vender galletas de chocolate que su madre hacía de forma casera. El dinero que reunía era para poder pagar la inscripción a una escuela tecnología. Tan solo diecisietes años, el rubio con un viejo abrigo de pieles negro finalmente resintió el frio y el hambre de estar toda la tarde en las calles de New York vendiendo las galletas y sólo ya le quedaba un paquete. Pero él tenía planeado no regresar a casa hasta haberlo vendido.

Viendo por todos lados, divisó un pequeño bar aún abierto a pesar de la ventisca que azotaba el lugar. Entró en él, escuchando el sonido de la campana de la puerta y viendo como el viento helado dejó entrar nieve a la cálida morada de madera. Con dificultad y ayudado por alguien logró cerrar la puerta, deteniéndose a ver entonces el sitio que había escogido para aguardar que la ventisca cesare. Una barra de madera fina, con un estante amplio de vidrio donde se veían todo tipo de bebidas. Lagrimas de vidrio vestían las ventanas y se veía que a la derecha el pasillo guiaba a un lujoso restaurant decorado de forma prolija. Shaka no pudo evitar mirar con asombro y cierta timidez tantos lujos a los que no estaba acostumbrado. Después de todo, sus padres no eran más que vendedores de una tienda de tejidos orientales. No gozaban de grandes bienes, pero se tenían entre ellos y vendían lo suficiente para vivir con lo justo y necesario.

Fue de esa forma que ya ubicado en el sillón, divisó una silla de madera alta, de barra, al lado de un hombre que vestía un grueso y bastante costoso traje color caoba. El cabello azul le serpenteaba a un lado, y un maletín del mismo color pero de cuero reposaba aun lado de su pierna. Era bastante más alto que él, además que su contextura vista sobre el abrigo era también más pronunciada. Un cigarrillo estaba a medio consumirse y un vaso de vidrio con Whisky reposaba cerca de su mano izquierda. El rubio viró de nuevo su mirada en busca de otro lugar, ya que el olor a cigarrillo le molestaba en extremo, mas todos los demás estaban ocupados. De seguro no había sido el único a quien se le había ocurrido salir ese día y fueron atrapados por la ventisca. Sin más opción, cogió un montón de aire fresco antes de sentarse al lado de aquel hombre, que ante el movimiento, viró un poco su mirada al recién llegado.

Hubo una discreta revisión corporal por parte del mayor, que fue percibida por el menor y recibida con un movimiento de cejas, denotando molestia. Luego de la inspección rápida, aquel hombre volvió a llevar el tubillo de cigarro a sus labios fríos, gruesos, visiblemente agrietados por el clima, dando un leve soplido para luego soltar una bocanada de humo al aire, casi como si buscara formar ondas con ello. El rubio sin el mayor decoro movió su mano para evitar que el humo mortal fuera respirado directamente, gesto que no pasó desapercibido para el mayor.

--¿Te molesta?--preguntó directamente, con una voz ronca, gruesa, extremadamente sensual, aderezada por el aliento a whisky y cigarro. El menor evitó hacer una mueca de desagrado, y sin mirarlo fijamente pidió la carta.

--En efecto…--respondió con el mismo tono. El mayor miró de nueva cuenta al muchacho, con el abrigo que notaba ya bastantes años de uso, las manos delgadas y temblorosas, sacando unos guantes de lana color café para cubrirse. Detalló la pequeña bolsa de galletas que tenía en su bolso.

Shaka ya estaba preparado en ese momento para una mala respuesta, ya que nadie le había pedido sentarse al lado de un fumador si odiaba el cigarrillo. Pero contra todo pronóstico, al menos para el hindú, aquel hombre estiró su brazo y alcanzó el cenicero, apagando así el tubillo venenoso. El rubio observó el gesto y sintió que debía agradecerlo, por lo que terminó abriendo la bolsa de galletas que le quedaba y le brindó una, dejándola sobre la mesa, sin mirarlo fijamente.

--Gracias--le dijo el hindú para luego posar su vista directamente en la carta. Dibujó consternación al ver los exuberantes y exagerados precios de una taza de chocolate caliente. Refunfuño algo contrariado, sacando su billetera sencilla para ver con cuanto contaba, lo que había ganado en el día--. Cielos…--resopló para sus adentros. Una taza de chocolate caliente valía lo que tres de sus bolsas de galletas costaban. Era realmente un robo por donde se viera.

Resoplando con un leve reclamo ahogado en sus labios finos, Shaka pidió la taza de café caliente más pequeña del menú, esperando ser lo suficiente para recuperar un poco de calor en el cuerpo. Notó que el mayor tomó la galleta que le había extendido y dio un mordisco, destrozándola con sus muelas con lenta frialdad. Luego un murmullo le dio indicio de que le había gustado.

--Están buenas, gracias--respondió, volteándose un poco para establecer contacto visual. El rubio se sintió un tanto acosado con el mero hecho, ya que no tenía planificado hacer encuentro social en ese lugar. Justo en ese momento, la pequeña y casi burlona tacita de café estaban en sus manos y la expresión del hindú era un poema… ¿tanto dinero para esa mísera tacita de onza? Tuvo que contenerse los ánimos de maldecir su destino, mientras se creaba la nota mental de no ir más a ese sitio--. Con eso no agarrarás calor. Deberías tomar una taza de chocolate caliente.

--Lo sé…--refunfuñó a lo bajo el hindú, sin mirarle, y soplando un tanto el poco de liquido caliente que logró comprar.

--Mesero, por favor una taza grande de chocolate caliente para el joven--el rubio subió la mirada para protestar y por primera vez se encontró con las esmeraldas penetrantes que de inmediato, y como si fuera algo innato, lo había hecho callar--. Te invito, no te preocupes por pagarla.

Una taza de café caliente…

Ahora que Shaka caminaba por las calles nevadas de New York, recordando, con sus ojos abarrotados de lágrimas que aún se negaban a ser derramadas bajo la soledad de la nieve, de las calles vacía, de la noche, de la fría brisa; Shaka deseaba una taza de chocolate caliente… como ese día, hace ocho años.

Al final, tuvo que detenerse en el cruce de una de las calles, mirando el farol que parpadeaba en medio de la noche, la ventisca que cada vez se hacía más fuerte. Ya no era el muchacho joven que en ese tiempo Saga consiguió entrando en un bar ostentoso buscando algo de calor. Era un hombre al que Saga ahora simplemente descartaba de su vida porque había dejado de darle, según él, calor…

Sentíase como aquella mísera taza de café caliente que compró…

Sentíase que Saga necesitaba una enorme taza de chocolate caliente que él no representaba…

Bajó su rostro… una lágrima que finalmente cayó…

Impotencia… Rabia… Ira…

Un tanto de resignación…

Entre tanto, en el restaurant, Saga había pedido un Whisky y nervioso, pidió un cigarrillo para fumar en la mesa donde antes había estado con su pareja. Con manos temblorosas llevó el cigarrillo a sus labios gruesos, absorbiendo un poco del elixir maldito a sus pulmones, y resoplando como si su garganta no pudiera pasar más que un hilo de voz. Whisky y cigarrillo, era eso lo que estaba pasando por sus labios esa noche que por primera vez se encontró con dos zafiros refulgentes y que de alguna manera lo habían atado. En cierta forma ya extrañaba el sabor y olor del cigarrillo en sus labios… Había dejado de fumar por Shaka, porqué a él le molestaba ese olor… y no podía negarlo… le habría hasta salvado la vida por hacerlo, después de todo, conocía perfectamente los efectos nocivos de tan codiciado habito.

Otra nube de humo al aire y se dibujaban tenues ondas de veneno en la atmosfera, sobre su rostro. Las esmeraldas contraídas de dolor no querían bajar la vista a su móvil, donde ya su nueva pareja le escribía preguntando el resultado de la velada… No quería responder, él mismo no estaba seguro de cual había sido el resultado. Al final… ni estaba seguro si de verdad él había terminado su relación con Shaka… aunque por las palabras del hindú, este no quería verlo más…

Sus palabras… lo habían golpeado más de lo que habría imaginado…

Que él había dejado de ser su amor hace tiempo… ¿era del todo cierto? ¿Y porque a pesar de tener un año a escondidas con esa nueva pareja, no podía prescindir de él? ¿Por qué siempre regresaba a su lado? Ciertamente, de no ser porque Shaka lo puso a escoger, él no habría llegado al extremo de pedir el divorcio… con aquella pareja tenían bien en claro cómo eran las cosas…

Si se estaba divorciando… no era porque aquella persona lo ataba… sino porque Shaka le había dado un ultimátum…

De ser por él, no lo estaría dejando… pero reconocía que no era justo…

¿Cómo entenderlo?

Maldita dualidad…

La dualidad intrínseca en su signo…

La parte más práctica, la más serena, la más tranquila, deseaba quedarse con el hombre que durante años le había entregado su segura entrega… pero la otra… la otra quería aventura…

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